4- EL GRAN BANQUETE

         Ron ya se estaba quejando porque no empezaba el banquete.

         - ¡Me muero de hambre!- como siempre, pensó Harry- ¿Por qué nos hacen siempre esperar tanto? Hermione bufó con impaciencia y miró a Harry, que se reía, todos los años la misma cantinela en cuanto se sentaban en la mesa, no podían entenderlo, si se ponía ciego de comer gorrinadas en el tren. Nick Casi Decapitado había adquirido la costumbre de sentarse frente a ellos en el banquete de apertura del curso, quizá por que le daban conversación. Un año más, allí estaba, comentando las nuevas del verano, los cotilleos de los fantasmas, las travesuras de Peeves, que le habían vuelto a denegar la entrada en el Club de los Cazadores sin Cabeza. Y que había rumores de que Voldemort estaba preparando a sus mortífagos para la gran batalla, cada vez más inminente, Harry dejó de hablar con Ron de los nuevos artículos que habían creado Fred y George, y miró a Sir Nick, cuando iba a pedirle que le relatara exactamente esos rumores, la Profesora McGonagall entró seguida de unos asustados estudiantes de primero para la Ceremonia de Selección.

         El Sombrero Seleccionador abrió la rasgadura cercana al ala que le hacía de boca y comenzó a cantar (N/A: Lo siento, lo he intentado, pero no me sale ninguna canción decente, así que lo comento y ya está, gracias!). Les advirtió un año más, como ya venía siendo costumbre que permanecieran unidos, que así serían más fuertes, "Divide y vencerás" pensó Harry, al fin y al cabo, si a Caius Julius Caesar le había funcionado, ¿por qué no a Lord Voldemort? También comentó que la ayuda que tenían esta ocasión no la habían tenido antes, y que eso sería decisivo y que era importante que todos se esforzaran al máximo en los estudios, preparándose lo mejor posible para "el principio del fin" que daría paso a "un nuevo comienzo", y que aprendieran a dominar artes desconocidas más antiguas que la magia que morían con cada muerte y resucitaban con cada nacimiento. Harry creyó que más que aclarar, los había liado mucho más a todos, que aplaudían desconcertados y miraban al sombrero con extrañeza. Los murmullos se sucedieron en todas las mesas hasta que la imperiosa voz de McGonagall anunció:

         - ¡Allery, Kelhan!- que fue enviado a Hufflepuff, casi de inmediato. La ceremonia siguió sin pena ni gloria, las gemelas Doyle, Cora y Kassandra fueron las primeras para Slytherin, dos niñas con el pelo rizado y mirada inteligente, el primero para Gryffindor era un niño rubito y con cara de susto llamado Adrian Lewis, y la selección terminó con Yker, Carl para Ravenclaw, un pequeñajo moreno con los ojos azules como platos. La profesora McGonagall se llevó el sombrero y el taburete por una puerta lateral y cuando se sentó en su sitio, Dumbledore se puso en pie y ordenó el comienzo del banquete. Inmediatamente las fuentes que tenían frente a ellos se llenaron de los deliciosos y habituales manjares, aunque habían introducido algunos cambios, el número de platos de verdura había aumentado, fuentes con espinacas rehogadas, berenjenas a la plancha, y unas cosas verdes, que parecían berzas cortadas a tiras.

         -¡Verduras!- gritó Hermione con alegría- y era hora, que llevo seis años temiendo por mis arterias.

         - Parece comida de conejo- frunció Ron el entrecejo, al igual que casi todos los chicos de la mesa, mientras se servía un enorme plato del aceitoso y calórico pastel de carne y riñones, y un par de muslos de pollo.

         Harry no pudo evitarlo, y desvió su mirada hacia la mesa de Slytherin, esperando ver a Malfoy revolver su comida sin comerla, y acertó. Allí estaba, troceando en trozos pequeños el filete de ternera y metiéndose de vez en cuando, uno en la boca. Cerraba los ojos para tragar. La mente de Harry llevaba aterrizando en Malfoy una y otra vez desde que lo había visto en el Caldero Chorreante. ¿Qué había pasado para que el Príncipe de la Oscuridad, el Rey de las Serpientes, el altanero, pedante, orgulloso, despreciable y gran imbécil de Draco Malfoy, luciera así? Delgado, solo, agotado, e inusualmente callado. No era su amigo, pero no le odiaba, hacía mucho tiempo que había dejado de hacerlo, le parecía una chorrada. No le valía la pena odiar a nadie. Es más, le daba lástima, tan envarado, obligado a ser perfecto todo el tiempo.

Sentía que no había tenido la infancia que se merecía, sabía lo que era estar solo, no tener a nadie con quien hablar a lo largo del día, y se había mirado muchas veces al espejo y sabía la cara que se tenía. Y Malfoy tenía esa cara. Cara de angustia, de sentir que todo te viene grande, de no saber que habrá detrás del recodo del camino. Sin ganas de nada, sólo de tumbarte y ver pasar las horas sin que nadie te moleste, ganas de perderte en algún lado. Pasando de todo, con un peso en el estómago y en el corazón. Él había pasado por eso. Incluso hoy en día se sentía así.

Sentía que había hecho algo mal, algo irremediable, que había cometido un error fatal, ya no solo la muerte de Sirius, por lo que la culpa lo perseguía incansable día y noche. Sino todo en general, se sentía observado, vigilado, todos pendientes de lo que hiciera, de si cometía el más mínimo error. Se sentía presionado, el futuro del mundo mágico estaba sobre sus hombros, dependía de él. Y no quería. Ojalá pudiera mandarlo todo a la mierda y marcharse lejos de allí. Pero no podía, tenía que dar la cara, un chico de diecisiete años, que si, que se había enfrentado a la muerte muchas veces, demasiadas, pero sin saberlo, ahora que sabía que todo dependía de que él ganara una batalla, de que acabara con Voldemort, ahora que lo sabía, sentía que no era capaz.

No, definitivamente, no había lugar ni en su cabeza ni en su alma para un odio estúpido de compañeros de colegio. No sabía por qué, pero no quería terminar a malas con Malfoy, ser su amigo tampoco, pero una agradable indiferencia no estaría mal. Siempre había tenido la curiosidad de si al final, le hubieran puesto en Slytherin, Malfoy ocuparía hoy el lugar que ocupaba Ron. Un simple hecho podía cambiarlo todo, por eso, había que tener mucho cuidado cuando empleabas un Giratiempo, el "efecto mariposa" lo llamaban los muggles. Nunca lo admitiría delante de nadie, pero se había preguntado infinidad de veces, como sería ser Slytherin, y ser amigo de Malfoy. De hecho, una vez soñó con eso. Y se lo había pasado genial. ¿Qué le pasaría? ¿Por qué estaba así? Se enteraría, no sabía como, pero se acabaría enterando, lo mataba la curiosidad. Un momento, ¿seguro que era curiosidad? Más bien se sentía como…¿podría ser?, ¿realmente podría ser? Porque se sentía casi igual que la…

- ¡Harry!- lo llamó Hermione, tirando de su brazo- Te estamos hablando, y estás perdido en tu mundo.

- Perdón- volvió a la realidad con una sacudida de cabeza- ¿Qué me decías?

- Qué que te han hecho los guisantes- Ron señaló divertido el plato de Harry, las legumbres estaban machacadas, reducidas a puré- que has estado diez minutos moviendo la cabeza y aplastando con saña las pobres bolas verdes.

- Estaba pensando- se defendió riendo- y no, no podeis saber en qué, cosas mías, ¿vale?- Ya no se sorprendió ninguno de la contestación, llevaba dos años haciendo lo mismo. Se quedaba emparrado pensando durante un largo rato, horas incluso, y luego le preguntaban y les contestaba eso. Sin embargo, Hermione lo miró preocupada, él sabía que ella pensaba que se estaba aislando, que se encerraba demasiado en su mundo, y lo habían hablado muchas veces, pero él necesitaba esos momentos de aislamiento.  Estar a solas consigo mismo. Estaba demasiado acostumbrado a estar solo, y a veces la gente le abrumaba. Se lo explicó así a Hermione, y ella dijo que lo entendía, y tras un apretón en el brazo y una sonrisa exclusiva para él, se levantó y continuó con sus ejercicios de Aritmancia, era su forma de decir que todo estaba bien.

Cuando los platos quedaron limpios tras el postre, Dumbledore se puso de nuevo en pie, mientras la profesora McGonagall hacía tintinear su copa para pedir silencio.

-¡Bienvenidos a Hogwarts! Algunos por primera vez, otros de nuevo, y a algunos, os doy la bienvenida por última vez- la gente aplaudió entusiasta, interrumpiendo al anciano, cada vez más anciano, observó Harry, director- Bueno, comenzaré recordándoos que las zonas del Castillo que están restringidas a los alumnos se encuentran en una lista en el despacho del señor Filch, que podeis consultar libremente, pero quisiera hacer hincapié en el Bosque Prohibido, que este año es especialmente peligroso. Os ruego que no os acerquéis por allí excepto en compañía de Hagrid- miró directamanente a los tres amigos que enrojecieron un poco.

         -Bien, dicho esto, pasamos a otra cosa más agradable. Como viene siendo costumbre, tenemos una cara nueva entre los profesores, tengo el inmenso honor de presentaros a Ayla Marx, vuestra nueva profesora, por favor, démosle la más calurosa bienvenida- volvieron a aplaudir, con entusiasmo y muertos de curiosidad, ¿quién sería aquella extraña mujer? ¿cómo daría las clases?- Ella os impartirá una nueva asignatura que hemos creído que os será de gran utilidad- en este punto los murmullos subieron de volumen ¿nueva asignatura? Pero, entonces quien impartiría Defensa? Todos habían supuesto que ese puesto lo cubría ella- Magia Elemental, ya os comentará en vuestra primera clase de que trata. También tengo otro anuncio- Snape sonreía abiertamente, y sin desprecio, Harry comenzó a temerse lo peor- Defensa contra las Artes Oscuras la impartirá- sus peores perspectivas se estaban confirmando- el profesor Snape, que además continuará con sus habituales clases de Pociones Avanzadas, el resto de la asignatura será impartida por el profesor suplente Julian Crowley- la casa Slytherin al completo prorrumpió en aplausos, el resto  ni siquiera aplaudió por cortesía, demasiado desconcertados para preocuparse por parecer educados (N/A: subnormales, yo me hubiera despellejado las manos de tanto aplaudir. Ya habréis notado que no he podido evitar darle un pequeño homenaje al mejor  y más atractivo profesor de Hogwarts), el profesor Crowley, un hombrecillo delgado, con una nariz aún más ganchuda que la de Snape, y un bigote grisáceo muy rizado, sonrió levemente desde una punta de la mesa.

         Ahora si que había aumentado el nivel de los murmullos, Snape profesor de Defensa. Harry estaba muerto, una asignatura en la era bueno, que bordaba, y ahora suspendería. Había vivido casi feliz durante un año, sin tener que soportar a Snape en clase, porque, en Oclumancia no era lo mismo, le daba exactamente igual lo que le dijera, no podía quitarle puntos y no lo humillaba delante de sus compañeros. Neville pareció hundirse en la mesa, gracias al ED (que se continuaba reuniendo, ahora ya como grupo legal en un aula que les había autorizado el director), era bueno en Defensa, no se sentía torpe. Harry pasó un brazo alrededor de sus hombros, intentado ofrecerle apoyo moral.

         Dumbledore los mandó a la cama tras cantar el himno del colegio (N/A: por primera vez desde primer curso, eh?). Cuando  se levantaron de los bancos, Hermione comentó:

- ¿Qué sería eso verde que había en los platos?, eran entre acelgas y espinacas, pero no lo acabo de localizar, y la forma de cocinarlo no me suena para nada. Y eso que en mi casa comemos muchas verduras, y mi madre las cocina de mil maneras diferentes.

- Es Sukumawikky-dijo una voz ligeramente susurrante, grave, muy suave, que salía del fondo de su garganta, con un acento exótico a sus espaldas, se giraron sobresaltados viendo que la nueva profesora estaba tras ellos, vestía unos vaqueros desgastados por el paso del tiempo (vamos, que no se los había comprado así), y una camisa de lino blanca con las mangas acampanadas- Y has acertado, Hermione, ¿supongo bien?- apenas acertó a asentir, los tenía totalmente cohibidos, y eso que su trato era sumamente amable y cordial- es una especie vegetal africana derivada de las espinacas y las acelgas. Y están cocinadas al modo de allí.

- Me sorprende Granger, una cosa que usted no sabía- dijo la voz de Snape, a la izquierda de Marx, no se habían dado cuenta de que estaba allí, la mujer irradiaba una fuerza que eclipsaba todo lo que hubiera a su alrededor.

- No seas borde Severus- lo reprendió- Buenas noches chicos- caminaron hacia la salida del Gran Comedor

- Mirad, yo no tengo palabras para esto, pero se ofrece un curso interesante- comentó Ron mientras subían por las familiares escaleras, rumbo a su habitación- duro- añadió advirtiendo las muecas de dolor de Harry y Neville- pero interesante. Snape en Defensa, y esta mujer, que es, no se como decirlo, ¿exótica?

Llegaron frente al retrato de la Señora Gorda, que los miró expectante. "Alea jacta est" (N/A: la suerte está echada, única frase que se me en latín, y bueno, ad pedem literas, que es al pie de la letra, jajaja)- dijo Hermione en voz alta, con un deje de orgullo en su voz, al fin y al cabo, era Premio Anual. La señora les sonrió y el cuadro se movió, entraron y tras darse las buenas noches, pues los ojos se les cerraban de sueño, Ron, Harry y Neville se dirigieron a su habitación, donde los esperaban las confortables camas, con las sábanas tersas y frescas.

Tras unas pocas risas con Dean y Seamus, y lavado de dientes, estaba tumbado en la cama, observando el techo de piedra del castillo, que le era tan conocido, con solo evocar el techo de piedra que durante seis años le había servido de protección, en su habitación de Privet Drive, le entraban ganas de llorar. Ahora que lo tenía sobre él, no sabía que sentía, una mezcla de felicidad por haber vuelto por fin a casa, por estar a salvo, sin tener que mirar por encima de su hombro  a ver si alguien le seguía, o si tío Vernon estaba enfadado, y una mezcla de nostalgia, al saber que después de los nueve meses que duraba el curso, se tendría que ir, para no volver si no de visita.

Hasta ese momento, no había pensado en que haría cuando terminara el curso. No sabía si estudiaría algo, o si se presentaría a las pruebas de selección de algún equipo de Quidditch. La verdad es que nunca había pensado en ello, se conformaba con seguir vivo un año más. Nunca se había molestado en hacer planes de futuro. No es que creyera que iba a morir, tenía diecisiete años, simplemente vivía la día. No tenía preocupación por el mañana. No se le había pasado por la cabeza que la vida continuaba tras el colegio (N/A: como no se nos ocurre a nadie hasta que no tenemos el selectivo encima). Y ahora no sabía que hacer. Casa tenía, siempre podía ir a Grimmauld Place, y aunque no quería volver con los Dursley, sabía que debía hacerlo, al menos durante una temporada al año hasta que hubiera acabado todo, o de un modo, o de otro, y se estremeció.

Cerró los ojos, y la visión de Tía Petunia retorciéndose el delantal con las manos en la puerta de su cuarto, le recordó que había prometido escribir una vez al mes para decirle que estaba bien. No sabía que había pasado con su tía, pero se alegraba del cambio. Nunca les perdonaría el infierno de infancia que le habían hecho pasar, el que nunca le hubieran mostrado cariño, ni lo hubieran apoyado nunca y que cada vez que una ilusión crecía en su joven corazón, se encargaran de pisarla, de carbonizarla. Sin embargo, estaba hastiado del odio, no tenía no ganas, ni fuerza de seguir alimentando un rencor que no llevaba a ningún sitio.  Su tía le había pedido una segunda oportunidad, y se la daría. Este año se sentía generoso en ese sentido. No sabía que le hacía sentirse así, quizá fuera la guitarra que le había regalado Hermione, que le había recordado muchas cosas. Y tocándola se sentía lleno de nuevo, tenía que conseguir un libro de partituras o acordes. No iba a tocar todo el rato la misma canción.

Un bostezo llenó su boca, escribirá mañana a su tía y a Remus, que se alegraría de saber de él, ahora iba a cerrar los ojos, vaciar de emociones su mente, y dejarse llevar por Morfeo. Estiró los dedos de los pies bajo las sábanas e inmediatamente la pesadez del sueño lo cubrió, y se durmió con una sonrisa en los labios, feliz por estar de nuevo en casa, por fin, en casa.

----------------------------------------------------------------------

Como cada año, recorrió con la mirada la fila de nuevos alumnos, y como cada año, pudo ver caras conocidas, caras de niños que alguna vez habían estado en su casa, mientras sus padres se reunían en el despacho de Lucius. Él había jugado con esos niños a perseguir a los elfos domésticos, vio al pequeño Pye, a la niña que siempre lo inquietaba porque tenía cara de muerta, con el pelo tan negro, la piel tan clara y esos ojos que parecían blancos,  Paula Matthews, se llamaba, y también a Clive Sherman, un chiquillo con cara de perrito perdido, adorable, que le caía genial, cuyo padre no se llevaba muy bien con Lucius, y su madre había muerto en un extraño, por no decir sospechoso accidente. Y al instante reconoció esos pelos rizados y el brillo malicioso de esas miradas, las gemelas Doyle habían llegado a Hogwarts. Eran las niñas más traviesas que conocía, nunca lo dejaban tranquilo cuando iban a su casa. Lucius las adoraba. Y su madre las odiaba.

Estuvo perdido en sus pensamientos durante toda la Selección, aplaudió distraído con cada ¡Slytherin! del sombrero, y cuando la comida apareció en los platos se sirvió un poco de lo que tenía delante, filete de ternera con patatas asadas y comenzó a comer con lentitud, sentía las miradas de sus compañeros clavándose en él, la voz de Pansy que preguntaba a Theodore que le pasaba a él. Cerró los ojos para tragar, haciendo el esfuerzo de pasar los minúsculos trozos de carne por su esófago. De nuevo la pregunta que oyó a lo lejos de Vincent.

- ¿Te encuentras bien? Tienes mala cara, Draco. Deberías ir a la enfermería.

-  Estoy bien. Y dejadme en paz.- se estaba poniéndo de muy mal humor, no le apetecía discutir, no ahora, que se sentía tan bajo de reflejos. Sólo tenía ganas de llegar a su habitación y meterse en la cama, y que todos se durmieran, y que todos se callasen y dejaran de hacerle preguntas que no quería responder, porque no tenía la respuesta, y ya que no podría dormir, al menos podría estar solo. Tanta gente le agobiaba, después de un mes absolutamente solo, el estar rodeado de tantas personas, cada una con su voz, su olor, su calor, le asfixiaba. Se cogió la cabeza con las manos, un punzante dolor de cabeza lo amenazaba con instalarse de forma permanente en sus sienes. Bebió un trago de zumo de calabaza muy frío y se sintió mejor. Bueno, no tan mal.

Cuando acabó la cena y desaparecieron los restos de comida de los platos, Dumbledore se puso en pié, apenas escuchó el discurso, mantenía la cabeza apoyada en la mano derecha. Su mirada gris se cruzó con la negra del Profesor Snape, que le dirigió una leve sonrisa. Era extraño, nunca había visto a su profesor tan contento al inicio de un curso. Tendría que hablar con él de todo lo que había pasado, siempre se habían llevado bien, quizá podría ayudarlo, o al menos aconsejarlo. El director presentó a la nueva profesora, Ayla Marx, aquella mujer racial, que más parecía una guerrera que una profesora, que miraba alrededor con sus ojos felinos, de mirada temible, pero amable. La clase de Defensa sería muy interesante. Entonces Dumbledore dijo que impartiría Magia Elemental, entonces, ¿Quién daría Defensa?

La primera sonrisa genuína en casi cuatro meses se comenzó a asomar en sus labios, si, eso explicaría la alegría de Snape. ¡¡¡Sí!!! Rompió en entusiastas aplausos con el resto de su casa. Por fin el puesto que se merecía. Notó que los otros alumnos no aplaudían, sino que miraban con una mezcla de terror y asombro al oscuro profesor de Pociones. Si no fuese por lo mal que se encontraba anímicamente, estaba seguro de que aquel hubiera sido  el mejor de todos sus cursos en Hogwarts, dos asignaturas con Snape. Dumbledore los mandó a la cama, y él se encaminó junto con sus compañeros, aunque solo en realidad, hacia las mazmorras que eran su hogar, posiblemente más que su propia casa.

El cordón de su zapato se desabrochó ante las puertas del Gran Comedor, mientras sacaba la varita para atarlo mediante un hechizo, realmente odiaba tener que agacharse para eso, pudo escuchar la conversación entre la Profesora McGonagall, la nueva Profesora Marx, y el Profesor Snape:

- Nunca me acostumbraré a todo esto- decía maravillada Marx- es todo tan espectacular, que aunque lleve observándolo todo el verano, no deja de asombrarme.

- Bueno, después de un tiempo, ya os aburriréis, ¿no Minerva?- comentó Snape.

- Pero, no es solo el colegio, Severus, es todo, los alumnos con sus varitas, la comida apareciendo en los platos. Es una maravilla. Sois tan afortunados- por su modo de hablar se diría que aquella extraña mujer era, ¿sería realmente posible que fuera muggle? Vestía como tal, desde luego.

- Ayla, vos tenéis cosas diferentes, es cierto que somos afortunados, pero ello a su vez nos hace más débiles frente a ciertas cosas- Draco se sorprendió del respetuoso trato de los dos profesores a aquella mujer. Realizó el hechizo de atado y emprendió con paso lento y cansado la marcha hacia su casa. No podía ser muggle, ¿cómo les iba a enseñar una magia tan poderosa y antigua como la elemental, si era muggle? Y si no lo era, ¿por qué se vestía así?  Las preguntas sobre aquella extraña mujer se agolpaban en su cabeza. ¿De dónde habría salido? Ya estaba en el último pasadizo antes de la puerta oculta de su sala común cuando una voz grave y susurrante que conocía muy bien lo llamó.

- Draco- se giró y se encontró cara a cara con su profesor.

- Profesor Snape- saludó un poco acongojado, no quería hablar ahora, debía pensar mejor lo que le quería contar a su maestro, y lo que no.

- Draco, he hablado con tu madre- dijo el hombre mientras le ponía una mano en el hombro- No sabía si volverías a Hogwarts.

- No tengo otro lugar al que ir, profesor- contestó mirando con anhelo el pasillo hacia la sala común, sólo quería meterse en la cama y cerrar los ojos. Ya había sido un día bastante duro.

- Deberíamos hablar de lo que ha pasado este verano, Draco- Snape lo miró a los ojos. Se sintió un poco intimidado.

- Lo sé, profesor, se que debo hablar con usted, es más, necesito hablar con usted, pero hoy no me encuentro demasiado bien para eso. ¿le importaría que habláramos otro día?- rogó.

- Cuando estés listo, Draco. Ven a mi despacho, siempre estoy a tu disposición, ¿de acuerdo?- concedió en un tono casi paternal.

- Gracias profesor- respiró aliviado, debía enfrentarse a sus demonios, pero aún no estaba listo. La conversación que había escuchado momentos antes, volvió a su cabeza- ¿Puedo hacerle una pregunta?- Snape levantó una ceja con curiosidad y asintió- La Profesora Marx, bueno, antes, cuando estaban en la puerta, con la Profesora McGonagall, oí su conversación, y…, bueno, me dio la sensación de que era…

- ¿Muggle? Si, Draco, Ayla es muggle, aunque una muy especial. Puedes confiar plenamente en ella, tanto como puedes confiar en mí. Aprenderás cosas muy interesantes en su clase. Y cuando te veas en un dilema, o necesites consejo y yo no pueda ayudarte, acude a Ayla, ella lo hará. Es una persona muy especial- concluyó Snape suavemente, intuyendo que quizás lo que le pasaba a Draco necesitaba más de la comprensión de alguien como ella.

- De acuerdo, profesor, por cierto, enhorabuena por el puesto de Defensa, se lo merecía.

- Gracias Draco- Snape sonrió- ¡Ah! La contraseña este año es "Echballium elaterium"(N/A: pepinillo del diablo, planta venenosa, mortal de necesidad)) Buenas noches- y se fue con su túnica ondeando tras él. Draco lo miró mientras se alejaba por el pasillo, y cuando torció la esquina, se encaminó a la sala común. Cuando llegó ante la puerta disimulada en la pared de piedra gris oscura y murmuró la contraseña. Automáticamente, una línea brillante dibujó la puerta en la pared y la abrió. Por primera vez sintió que observaba su casa, con sus cómodos sillones, la chimenea encendida, las mesas de estudio, vacías de momento, aunque pronto se llenarían de grupos de estudio, sonrió al recordar el año de los TIMOS, en la mesa del fondo, la de noches que se quedó con Vince y Greg, intentando explicarles lo mínimo para que pudieran aprobar los exámenes, lo mejor de aquella frustrante experiencia, Pansy, Millicent, Theodore, Morag, y él con aquellos dos zoquetes, se habían dividido las materias y entre todos lo lograron. Claro que no tenían otra opción, sus padres los obligaron, si Crabbe y Goyle no aprobaban, iban listos.

Fue la primera y última vez que se sintió parte de aquel grupo, y recordó también la cara de Blaise, que nunca se metía en problemas, al sentirse desplazado, siempre le habían dado un poco de lado, quizás era hora de acercarse a él, al fin y al cabo, pertenecía a Slytherin tanto como los otros, y dormía en la cama contigua a la suya. Podría ser que el desconocido y siempre aparte Zabini, le hiciera más llevadero aquel maldito curso. Saludando con una leve inclinación de cabeza a sus compañeros de casa que aún no se habían acostado, se dirigió a su dormitorio, por las escaleras que bajaban hacia la habitación en la que lo esperaba su cama, de bella madera negra labrada y pesados doseles de terciopelo verde con ribetes plateados, siempre había amado la belleza de las cosas, al igual que su madre, daba lo mismo que fuera caro o barato, si era hermoso, debía ser suyo.

Aunque había aprendido que lo bonito es desear una cosa, sin llegar a conseguirla, porque una vez la tenías, en lugar de sentirte lleno, te sentías más vacío que en un principio, porque habías perdido el anhelo que te movía para conseguirlo. El ser humano es un ente extraño, pensó mientras descendía peldaño a peldaño, que se pasa la vida deseando objetos, personas, poder, como en el caso de Lucius, o el Señor Tenebroso, para ser más feliz, pero que nunca lo es completamente. Eso lo horrorizaba, saber que nunca sería feliz, y ahora menos que nunca, que se sentía enfermo, extraño, impotente frente a lo que acababa de descubrir de si mismo, no odiaba ser homosexual, lo que odiaba es que eso le hiciera sentirse tan expuesto a todo, que no supiera como reaccionaría. Sobretodo, se sentía desconcertado, y le aterraba. Con un "Buenas" escueto saludó a sus compañeros que ya estaban acostados, Greg roncando alegremente, Vince recostado sobre los almohadones ojeando "El Profeta", Theodore mirando hacia el techo con los brazos cruzados tras la cabeza, y Blaise tumbado de costado mirando a la pared, ajeno a todo, como siempre, entró en el baño a lavarse los dientes y ponerse el pijama y cerró las cortinas de su cama.

No podía dejar de mirar el techo de la habitación, notaba los párpados pesados, realmente tenía sueño, quería cerrar los ojos, pero no podía dejar de mirar el techo.  Tampoco podía dejar de pensar en como las cosas habían cambiado desde que abandonó su casa a finales de julio, en como ahora era él, el que estaba aislado, es cierto que lo prefería, que no le apetecía estar con todo aquel grupo que decían ser sus amigos, pero no dejaba de resultarle extraño estar solo. No sabía muy bien como iba a afrontar aquel curso, sabía que tendría que fingir mucho, y que no iba a ser fácil, pero ya estaba en Hogwarts, que era para lo que se había mantenido en pie todo el verano.

Tumbado boca arriba en la cama se dio cuenta de algo, ya había llegado a Hogwarts, si, pero luego, ¿qué? No había pensado que ese año dejaría el colegio, y que tendría que buscarse la vida ¿qué sería? Él quería estudiar para medimago, siempre le había gustado aquello, o quizá podría presentarse a las pruebas de selección de algún equipo de Quidditch, no era tan bueno como Potter, cosa que únicamente reconocería en la soledad de su lecho y sólo en su mente, pero no se le daba nada mal. O podría estudiar para ser Auror, nunca se lo había planteado realmente, ya que estaba del otro lado de la lucha, pero, ahora que estaba solo, quizá necesitara contar con la mayor defensa posible. La verdad es que le daba un poco de grima estar rodeado de tanto mago luminoso, que los llamaba Lucius. Era extraño, era su padre, pero era incapaz de llamarlo así, siempre pensaba en él como Lucius, nunca como su padre, excepto en la noche del cruciatus, la primera vez que su padre levantaba la varita contra él, aquella noche se dio cuenta de lo que aquel hombre era capaz con tal de no disgustar a su amo, incluso de castigar a un niño con una maldición imperdonable. Y lo que más daño le hizo no fue la maldición, sino las palabras de su padre. Nunca había sido un hijo deseado, únicamente había nacido para servir al señor Tenebroso, y eso, hizo que su corazón se quebrara, causándole más dolor que cualquier cruciatus, porque siempre había tenido la esperanza de que su padre lo amara, pero ahora ya sabía que no era así.