7: MIEDOS

Volvió por los pasillos vacíos hacia la sala común. Estaba muy cansado. La verdad es que no sabía como lograba mantenerse en pie, el día que no tenía entrenamiento de Quidditch, tenía sesión del ED, y cuando no, lucha muggle con Kingsley. Y para acabar de arreglarlo, todos los miércoles por la tarde después, de la última clase, debía acudir al despacho de la Profesora McGonagall para aprender a transformarse en lobo. La de hoy había sido la primera sesión. Con el corazón latiendo fuertemente llamó a la puerta del despacho de su profesora, que lo esperaba tras el escritorio con una sonrisa. Le ofreció una de sus galletas de jengibre que tomó disfrutando del dulce, aromático, cálido, y ligeramente picante sabor.

-¿Cómo vas Potter? ¿Nervioso?- preguntó amablemente la profesora, al tiempo que sacaba la carpeta donde guardaba las notas que había ido tomando sobre Harry desde que comenzó su aprendizaje de animago- Bueno, no tienes por qué, la teoría la sabes, ¿verdad? Sólo tienes que aplicarla, y yo te ayudaré.

- Bien- tragó saliva- Pero…- ahora que había llegado el momento en el que no había marcha atrás, no le hacía demasiada ilusión.

- No te preocupes, Potter, todo va a salir bien. Cuando en unos pocos meses seas capaz de transformarte en un lobo te reirás de este momento. Ahora, por favor, descálzate y ponte cómodo. Túmbate en esta camilla- dijo haciendo aparecer una camilla, y Harry se subió a ella, mientras la profesora atenuaba las luces- y concéntrate. Relaja tu mente. No debes pensar en nada. Conforme yo te vaya dando las instrucciones, has de visualizarlas en tu mente, ver como se hacen realidad, y aplicar las técnicas que hemos aprendido. Hoy vas a comenzar con la mano derecha- empezó a hacer los ejercicios que había aprendido y practicado, debía relajar su cuerpo con contracciones y distensiones musculares. Controlar la respiración diafragmática. Pronto se vio inmerso en una disciplina, y escuchaba a lo lejos a la profesora McGonagall, enumerando todos los pasos para que su cuerpo se relajase, y cediese el paso al animal en el que quería convertirse.

-Perfecto Potter. Ahora, vea como poco a poco su mano va transformándose en una pata. Sus dedos se acortan, las uñas son más puntiagudas, largas y duras, el pelo aumenta y se vuelve más hirsuto, más oscuro, tupido. Le pica la piel cuando lo hace- la profesora se calló un momento, permitiendo a Harry ver, como en su mente, su mano realmente se transformaba en la pata delantera de un lobo negro- Perfecto Potter, ahora, hazlo, transforma tu mano en una pata. Da las órdenes a tu cerebro- tenía la boca muy seca, respiró hondo, sabía como hacerlo. Solo tenía que ver en su mente el proceso paulatino de transformación, y ordenar que por secuencias, su cuerpo fuese cambiando. Tenía la mano entumecida, eso era muy buena señal, las cosas iban por el momento bien. Podía sentir realmente sus dedos haciéndose más cortos, ligeramente curvados hacia abajo, sentía como si le oprimiesen los dedos, como si le estrujasen la mano en un fuerte apretón, la mano le quemaba, mientras el dedo pulgar se introducía en la mano, y giraba hacia atrás, y el meñique retrocedía para hacerse más corto. Gimió, pero la mano fresca de la profesora en su frente calmó sus nervios, debía continuar. Las uñas, era como si le cortasen la carne, al hacerse más alargadas, y afiladas.

Casi podía ver el aspecto de su mano, el siguiente paso era alargar la mano y el brazo, hasta conformar la pata completa, y por último, el pelo. Tenía que esforzarse al máximo, y podía conseguirlo, sabía que podía, llevaba mucho tiempo entrenando su cuerpo para esto, y lo controlaba a la perfección. Su mente se concentró en alargar su cúbito y su radio, los músculos le daban la sensación de estar tan tensos que se le iban a desgarrar. De pronto, el dolor cesó, dejando únicamente la sensación de que había estado ahí. Tocaba el pelo. Ordenó a su cerebro que ordenara a las células epidérmicas que ordenaran a los folículos pilosos que aumentaran el crecimiento del vello. Lentamente, comenzó a sentir un escozor persistente y molesto en la piel, como si miles de cuchillas muy pequeñas se abrieran paso desde su piel a la superficie. Notó como de repente el aire ya no acariciaba su piel, como si la cubriera una manta espesa, anulando la transpiración natural, se sintió sofocado.

- Necesito…beber algo- pidió con la boca reseca y pastosa. La Profesora McGonagall le acercó a los labios un vaso de agua fresca, que bebió con avidez. Tenía miedo de abrir los ojos, ¿qué empastre habría hecho?

- ¿No quieres ver cómo te ha quedado?- sugirió en un tono de voz su profesora que no admitía una desobediencia- A mi modo de ver, para ser la primera vez, está muy bonito- abrió los ojos con lentitud, y se incorporó en la camilla. Miró hacia donde usualmente estaba su mano derecha. Se encontró con una pata bastante decente de lobo, no decente del todo porque el pelo había crecido en algunas partes más que en otras, quedándole rodales más claros, y la mano, bueno…estaba prácticamente bien, únicamente, no había conseguido hacer desaparecer del todo el dedo pulgar. Por lo demás, estaba perfecta.

- Bonito, lo que se dice bonito…- protestó Harry esbozando una sonrisa.

- Y más bonito que ha de quedarle, señor Potter, ¿no pretenderá ser un lobo a lunares?- agregó severa, pero afable- Ahora le queda lo más fácil, inviértalo.

Eso de más fácil era muy relativo, acortar los huesos crecidos, poner los dedos en su sitio, retraer las uñas, y hacer que el pelo desapareciera bajo la piel, no era algo sencillo, sobretodo, porque era un proceso que se detenía únicamente cuando se ordenaba al cerebro que lo hiciese, con lo cual, no podía pasarse ni un milímetro. Concentrado hasta el límite, se esforzó en revertir el proceso. Despacio, demasiado despacio para su gusto, las cosas fueron volviendo a la normalidad. Con un par de galletas para el camino, y tras prometer que lo practicaría a diario, y que el próximo miércoles dominaría los dos brazos, la Profesora McGonagall, lo devolvió a la sala común para que hiciese los deberes.

Pasó el camino hacia la sala común soñando con la abrumadora cantidad de posibilidades que le ofrecería su transformación completa, que estaba seguro de que pronto conseguiría, se moría de ganas por dar una vuelta por el Bosque Prohibido, de deambular por el pasillo, de asustar a Ron, de…de la posibilidad de hacerle compañía a Remus en sus transformaciones…ese pensamiento le hizo sentir una punzada en el corazón, era la única familia que le quedaba, y no podía pasar mucho tiempo con él, y tenía el horrible presentimiento de que no volvería a verlo. Voldemort, había acabado, uno por uno con todas aquellas personas que le importaban, que podían protegerlo, primero, sus padres, y luego, justo cuando creía haber encontrado a alguien a quien ofrecer el cariño que tenía celosamente guardado, un cariño que necesitaba dar, y que le diesen, se lo arrebataron, la única persona en quien había confiado, a quien quiso como a un padre. Y ahora, Remus Lupin se estaba convirtiendo en esa persona, que obstinadamente, el destino se encargaba de ir destruyendo conforme surgía, así que… ¿no era lógico temer por su vida?

No podía evitar pensar que si él no existiese, todos serían más felices, y les sería la vida mucho más fácil, que si no hubiese nacido, sus padres seguirían con vida, su padrino seguiría con vida, y muchas personas más. Y no quería pensar que únicamente había nacido para vencer a Voldemort, no quería esa espada de Damocles sobre su cabeza, ese sentimiento de inutilidad sobre su vida. Se cogió los cabellos, tironeando de ellos un poco, hasta que le dolió el cuero cabelludo. La Señora Gorda (N/A: la de rosa, eh? No esa garrula romana que han puesto en la peli) le pidió la contraseña.

- Alea jacta est- murmuró distraído, el retrato se abrió rezongando sobre la mala educación de los jóvenes, que iban a la suya, que ya no le daban conversación…sus protestas se perdieron al otro lado de la sala común, conforme Harry empujaba el cuadro para cerrarlo. Buscó con la mirada un lugar tranquilo, las mesas estaban todas ocupadas, bueno, quedaba una pequeña, que tenía una pata ligeramente más corta, cerca de la ventana, se sentó allí, desperdigando sus libros y pergaminos por allí, dispuesto a hacer los deberes. Sentía el brazo un poco pesado, se arremangó el jersey y la camisa, el brazo le devolvió su aspecto normal, aunque ligeramente enrojecido, algo lógico, lo había maltratado bastante aquella tarde. Llegaría un día, lo sabía, en el que solo con pensarlo, podría transformar su cuerpo, apenas le costaría tres segundos, pero hasta ese momento, debía trabajar con ahínco. Sobretodo porque la Profesora McGonagall le había puesto como condición sine quanon que no debía descuidar sus estudios, en el momento en el que sus notas bajaran, dejaría de entrenarlo.

Ya llevaban casi dos meses de curso, la fiesta de Halloween se acercaba peligrosamente, y la salida correspondiente a Hogsmeade, que era más bien lo que se acercaba peligrosamente. No tenía muy claro si le apetecía o no quedar con Jason, por un lado, si, se moría de ganas. Llevaba mucho tiempo sin sexo compartido (porque solitarios, había hecho muchos). Pero por otro lado, no quería nada de lo que implicaba quedar con él, sabía que comenzaría a sentir algo por el chico, que no podría evitarlo, y estaba muy a gusto como estaba, solo, sin compromisos, un poco aburrido, pero muy relajado. Además, tenía un extraño presentimiento, demasiado extraño, tenía la corazonada de que ese año iba a encontrar a la persona para toda la vida. Chico o chica, eso no lo sabía, pero tenía ese pálpito, y no quería que Jason se interpusiese, como seguramente haría si comenzaba a quedar con él, en aquello que estuviese surgiendo con quien sabe quien. Miró por la ventana, sujetando la pluma en la mano, decidido a ponerse con el ensayo de Encantamientos, pero, su mente una vez más voló hacia el tema que tanto le preocupaba.

El periodo estaba destacando por la tranquilidad, de hecho, Harry pensaba que había demasiada tranquilidad, que pronto aquella tranquilidad se transformaría en algo horrible, en una tempestad nunca vista. Y temía por lo que pudiera estar pasando fuera del colegio, ¿qué estaría haciendo Voldemort? La Orden del Fénix no les decía nada, siempre con miedo a que se interceptara la información. En El Profeta, todos los días venían noticias de muertes de magos y muggles, las páginas dedicadas a las esquelas eran cada semana más largas, pero tampoco daba ninguna información acerca del avance de Voldemort, si es que avanzaba, o de los éxitos de los aurores. Simplemente, la noticia del fallecimiento, generalmente, del brutal fallecimiento del pobre al que le hubiese tocado.

Cada día al acostarse no podía evitar sentir el peso de la responsabilidad sobre su cabeza, tenía que acabar con Voldemort, era algo imperativo, no podían seguir así, la gente se desmoronaba, vivían con miedo de no volver a sus padres, a sus amigos, de que al final del curso, no tuvieran casa a la que volver. Y él, que no tenía padres a los que volver a ver, ni casa a la que regresar, consideraba su deber mantener a toda aquella gente, a la que conocía o no, a salvo. No podía con todo aquello, era algo que lo superaba, que lo envolvía como una niebla de asquerosa consistencia, que le impedía ver más allá de lo que le esperaba, cuando Voldemort, los mortífagos, o quien diablos fuese, decidiese que era el momento de pelear. Y ni siquiera estaba seguro de poder hacerlo.

Todo el mundo esperaba de él un valor que no creía tener. Sí, era cierto que anteriormente se había enfrentado a Voldemort y había sido capaz de pensar con claridad, de actuar fríamente. Pero no creía que fuera valor, estaba más cerca de la estupidez. Esperaban de él que empuñara su varita y que no temblase al tener que enfrentarse al mago más malvado de todos los tiempos. Que no temiese ese momento, había nacido para ello al fin y al cabo. Hasta Ron y Hermione lo pensaban, le habían dicho una tarde, frente a la chimenea, que en su lugar ellos estarían comiéndose las uñas de los nervios, que estarían aterrorizados. Él estaba aterrorizado. No sabía qué iba a pasar, ni cuando, ni cómo. Solo sabía que iba a pasar. Y que no tenía escapatoria. Uno de los dos debía morir. Esperaba no ser él. No se sentía capaz de hacerlo. No sabía luchar. ¿Y si no daba la talla? Sabía que era tonto pensarlo, pero no quería desilusionar a nadie, no quería decepcionarlos. Eran sus amigos, su única familia. No podía fallar. No podía.

Desde allí veía a Hagrid en el huerto de calabazas. Intentaba concentrarse en sus deberes de Encantamientos, pero estaba demasiado nervioso. Buscó a sus amigos con la mirada. No estaban, recordó que habían ido a la Biblioteca a buscar información sobre los hipógrifos. Hermione necesitaba saber por qué al acercarse la Profesora Marx el animal había reaccionado así. Desde aquel día no tenía otra obsesión, ¿por qué siempre necesitaba saber más? Así que gracias a su amiga, él tampoco se lo podía quitar de la cabeza, cómo sino tuviese ya suficientes cosas en ella. Y odiaba ser incapaz de sacar algo de su cabeza. ¿Por qué estaba este año tan histérico? El año anterior también había sido duro, la amenaza del ataque de Voldemort a Hogwarts también existía, igual que existían sus entrenamientos de lucha muggle, de Quidditch, las sesiones del ED. Además, el curso anterior, habían resurgido sus dudas sobre su sexualidad, Jason insistiendo convincentemente, el temor a que Ron lo rechazase, pero eso había desaparecido. ¿Sería sólo la presión de tener una nueva asignatura o de Snape dando clase de Defensa? No, no era eso, el año anterior había estado yendo al despacho de Snape dos veces por semana para las clases de Oclumancia. Así que sí había existido esa presión. ¿Qué había cambiado? ¿Qué?

Malfoy, eso era lo que había cambiado. Malfoy. Este año no había intentado nada. Ni insultos, ni acusaciones, ni conspiraciones, ni peleas. Este año no tenía nada de eso. Eso que le servía para transformar sus nervios en rabia, para desahogarse, para olvidar todo por un instante, centrándose únicamente en su puño dirigido al rostro de nívea porcelana del Slytherin. Todo eso había desaparecido. ¿Quién iba a decirle que lo que impedía partirse en mil pedazos era la vil serpiente de Malfoy? Lo que le faltaba. Echar de menos a Malfoy, nada más ni nada menos que a Malfoy, como si no tuviese bastante con estar preocupado por él. Cosa que tampoco comprendía demasiado bien. ¿Qué le ocurría? Apenas comía, se había dado cuenta, hablar, lo justo, y prácticamente sólo con Zabini, cuando ni recordaba haberlos visto juntos anteriormente. Pero eso no era lo más extraño, lo que más lo enervaba era el hecho de que se sentaba junto a él en Magia Elemental. El Malfoy de antes no habría resistido la tentación de recordarle que era un pobre huérfano desgraciado, que no lo querían en su casa, y ahora ni lo miraba, ¿por qué? No le caía bien, es más, odiaba a Malfoy, y no podía quitárselo de la cabeza, y eso lo ponía malo.

"No puedo seguir aquí encerrado" pensó, "tengo que dar una vuelta o explotaré". Se levantó de la silla y caminó hacia su habitación. Cogería una chaqueta, por si su paseo lo llevaba fuera del castillo. El cuarto estaba desierto, las cinco camas perfectamente hechas, los baúles cerrados a los pies de estas, las mesillas de noche ordenadas, con los vasos boca abajo, los libros de cada perfectamente colocados. Abrió el armario. Iba a coger la chaqueta cuando su mano rozó el estuche de la guitarra. No había cogido la guitarra desde que llegó a Hogwarts. Sin pensarlo dos veces, cargó el estuche a la espalda, y se dirigió a la salida de la sala común. El retrato se abrió cuando llegaba a él. Era Hermione que volvía de la Biblioteca, cargada con su mochila, como siempre.

- Hola, ¿te vas?- preguntó con una sonrisa en los labios.

- Si, estoy un poco agobiado, voy a dar una vuelta- le contestó, devolviendo la sonrisa a su amiga.

- ¿Vas a tocar?- señaló la guitarra- ¿Puedo acompañarte?

- Herm, preferiría que no, ¿vale? Necesito estar solo, al menos un rato- miró la cara preocupada de su amiga- Estoy bien, solo necesito despejarme. Lo siento- salió por el retrato y comenzó a caminar. Hermione observó a Harry mientras se alejaba. Desde la muerte de Cedric, no había vuelto a ser el mismo, estaba más callado, mucho más pensativo, y se agobiaba enseguida. Salía a dar "vueltas" y nadie sabía nada de él en horas. Una vez se encerró en uno de los baños durante todo un día, sin hacer ruido, y todos habían temido por su vida. Estuvo tentada de seguirlo, pero había aprendido a dejarlo solo con sus demonios. Era muy difícil no hacer nada, quedarse sentada viendo como su mejor amigo sufría, pero sabía que era la única forma en que podría exorcizarlos.

Sus pasos lo llevaron hasta la Sala de los Trofeos, era extraño, pero siempre que daba una vuelta para no ir a ningún lado, sus pies lo guiaban hasta allí. Frente a la vitrina que ocupaban las copas de Quidditch, en la que estaba la placa de jugador de su padre. Así como los premios por servicios especiales prestados al colegio, que habían recibido Ron y él, peligrosamente cerca del mismo premio recibido por Tom Ryddle, cincuenta años atrás. Esa sala nunca estaba cerrada con llave, la única del castillo que siempre permanecía abierta, incluso por la noche. Se sentó en el suelo, con el estuche negro de la guitarra a un lado, la superficie brillante parecía bailar por el reflejo de las llamas de la chimenea, siempre encendida. Suspiró. ¿Por qué todo el mundo lo creía capaz de algo que él no se sentía con fuerzas ni capacidad de llevar a cabo? ¿Cómo habían dejado, quien fuera, que toda aquella responsabilidad recayese únicamente sobre él? ¿Por qué él? Siempre él. En el fondo, Ron tenía razón, todo parecía pasarle a él, atraía los problemas.

Abrió la funda junto a él y la madera oscura, cálida, lo recibió casi como con una sonrisa. Cogió el instrumento, el olor a barniz y a madera le aligeró el corazón. El peso familiar en las manos desvió de su mente la imagen de Voldemort riendo y festejando su muerte. Pasó la mano por la pulida superficie, por el bonito dibujo de la caja, el hermoso tallado del mástil. Hermione se había dejado un dineral allí. Le sabía mal haberla dejado preocupada, pero necesitaba estar un rato solo, con sus pensamientos, sus paranoias. Buscó el cancionero que le regaló Remus, pero no lo había guardado allí, estaba olvidado en la mesilla de noche. Bueno, intentaría recordar algo de lo que había aprendido en la escuela. Un poco de solfeo, algo de técnica, y muchas ganas. Probó varias combinaciones de acordes, sumiéndose en una especie de trance, acabando por tocar una melodía diferente, que no recordaba haber escuchado nunca, le gustaba como sonaba, cómo se sentía la vibración contra su cuerpo, tenía fuerza. Rebuscó en sus bolsillos, necesitaba algo de papel. No debía olvidar aquella melodía. Tuvo suerte, en su túnica, un pergamino vacío. Ahora le faltaba la pluma y la tinta. Accio era su solución, pronto atravesaron la puerta entreabierta una pluma y un botecillo de tinta.

Apresuradamente escribió los acordes en el pergamino y los volvió a tocar comprobando no haberse equivocado. No lo había hecho. Sonrió. Le faltaba ponerle letra. La melodía sonaba exactamente igual que sus sentimientos, no en vano había salido de ellos. Estaba confuso y asustado. Sabía lo que se le venía encima, y que no podía hacer nada para evitarlo, o dejarlo pasar. Tenía que afrontarlo. Y no sabía si podría. Escribió en el reverso una frase que pensaba que podía quedar bien. El tiempo pasaba, y de vez en cuando verificaba que la letra concordara con la música. Vació su corazón, su alma, sus temores, en ese pergamino arrugado.

No podía decir cuanto tiempo había pasado desde que comenzó a componer la canción, horas, minutos… Nada importaba. Se sentía mejor. Por primera vez en días, nada rondaba su mente, ni la profesora Marx y los hipogrifos, ni las clases de Defensa con Snape, ni Voldemort, ni el extraño comportamiento de Malfoy, ni Jason. Solo la música, que lo envolvía, haciéndolo sentir él mismo. Haciéndole sentir, que todo lo demás importaba muy poco, transportándolo a una época más feliz, más fácil, cuando entró en Hogwarts, o cuando conoció a Sirius, antes de que todo se complicara tanto que era difícil predecir hacia dónde iba girar el próximo recodo del camino.

Carraspeó un poco, había llegado el momento de escuchar cómo sonaba aquella cosa con su voz, y no con el susurro con el que había ido componiendo la canción. Tocó los acordes de introducción.

Flower, colored bright

I am strong, I can fight

But I don't know, I don't know, I don't know

Tower, brick and stone

Make my way on my own

But I don't now, I don't know, I don't know…

Bueno, por el momento sonaba bastante bien, la rima no era una maravilla, pero…a él le gustaba como sonaba, era lo que sentía.

I don't know why, I don't know how

If I can fly, can I fly now?

Are my wings strong enough to bear

the winds out there?

Hey, I don't know

Flower, colored bright

I am strong, I can fight

But I don't know, I don't know, I don't know

Tower, brick and stone

Make my way on my own

But I don't now, I don't know, I don't know…

I don't know why, I don't know how

If I can fly, can I fly now?

Are my wings strong enough to bear,

the winds out there?

Hey, I don't know

Ahora llegaba la parte fuerte, la que más le había costado, le dolían los dedos que pinzaban las cuerdas, con la práctica se le endurecerían las yemas, pero ahora se las clavaba.

Tell me it'll never fade

And I'll go forth unafraid

'Cause I don't know, I don't know, I don't know

Show me rain and flood

To cool the fire in my blood

'Cause I don't know, I don't know, I don't know…

I don't know why, I don't know how

If I can fly, can I fly now?

Are my wings strong enough to bear

The winds out there?

Hey, I don't know.

Le gustaba, estaba quedando realmente bien, su voz empastaba bien con esos acordes, suspiró. Ya estaba. Escuchó a su espalda como se abría la puerta, se giró, y allí estaba Malfoy. Se miraron unos segundos, la primera vez que se miraban a los ojos, y no saltaba el odio. Lo sorprendieron los ojos tristes y cansados, vacíos de la frialdad a la que estaba acostumbrado. El Slytherin murmuró "perdón" y cerró la puerta, dejando a un Harry perplejo con la boca ligeramente abierta, sentado en el suelo, con la guitarra olvidada en su regazo.

-----------------------------------------------------------------------------------------

No estaba siendo una temporada fácil, entre los estudios, los entrenamientos de Quidditch, la cantidad de pruebas que había tenido que hacer para escoger al nuevo guardián y a los nuevos cazadores, y el trabajo que le estaba costando mantener su papel de Draco Malfoy frente a todo el mundo apenas le dejaban tiempo de pensar. Estaba agotado, llegaba la noche y aunque no quisiera dormir se le cerraban los ojos. Sabía lo que soñaría, y que una vez más se volvería a dejar llevar, demasiado débil para oponerse a su subconsciente. Una noche tras otra se trasladaba a alguna parte con aquel tipo increíble, para practicar sexo desenfrenadamente. Para su mortificación, lo que al principio había sido un acto pasivo, poco a poco, noche a noche se iba convirtiendo en algo mucho más activo por su parte, llegando incluso a tomar la iniciativa.

Por si fuera poco, temía reaccionar indebidamente en las duchas del vestuario, cuando todos estaban desnudos, mojados. Las palmadas en la espalda de compañerismo lo ponían enfermo, horrorizado por el cosquilleo avergonzante de su entrepierna cuando un chico de sexto curso se le había acercado para darle las gracias por el entrenamiento, que según él, había sido brillante. Abrió el grifo del agua fría, y reprimió un grito, mientras el agua le ponía los labios morados y toda la piel de gallina, pero tranquilizaba otras partes.

La situación era más que tensa en las clases. Apenas hablaba con ninguno de sus compañeros, cada día le resultaba más difícil mantener la pantomima que sabía que lo mantenía a salvo. Sin embargo, aún más difícil era hacer frente a la realidad que lo atrapaba. No quería vivir una mentira, pero tampoco quería dejar de hacerlo, por el momento. Necesitaba encontrar a alguien que entendiese lo que estaba pasando, que lo apoyase y lo sostuviese. Un amigo, un simple amigo que hablase con él, que estudiase con él, que lo mirara a los ojos, que le sonriera con franqueza, con el que pudiera desnudar su corazón, y saber que iba a apoyarlo, que no iba a darle la espalda por que le gustasen los chicos. Lástima que no exista esa persona, pensó.

Una mañana apareció en la sala común un anuncio. Visita a Hogsmeade en Halloween. Ya estaban casi en Navidades. La pantomima llegaba a su fin, dentro de relativamente poco sus compañeros sabrían que jamás se uniría a ellos como mortífago. Y no sería algo agradable de presenciar, y menos aún de vivir. Pero era eso o seguir fingiendo, ya no era solo su homosexualidad, sino sus principios: matar era algo para él inaceptable que carecía de cualquier justificación, ni ideológica, ni de venganza. Y no tenía por qué negarlo ante sí mismo o frente al espejo, estaba asustado. Tenía que hablar con el profesor Snape, no podía demorarlo. Casi no dormía, y el hacerlo, era casi peor. Necesitaba más pociones para dormir sin sueños, o al menos los ingredientes.

No estaba teniendo un buen día: no podía parar de tiritar, el frío se le clavaba en los huesos y le dolían los dedos de la mano. Estaba demasiado delgado, pensó mientras se arrebujaba en el abrigo caminando por el césped cubierto de escarcha hacia la clase de Herbología. Al principio no le gustaba nada esa clase, pero era el requisito que el profesor Snape les había puesto, debían conocer las propiedades de las plantas para ser capaces de elaborar las pociones que estaban aprendiendo. Sin embargo, conforme descubría la forma de vivir de las plantas, cómo de la nada construían su todo, cómo con solo un poco de tierra, humedad y luz tiraban para adelante con sus vidas. Envidiaba y admiraba su autonomía, su capacidad de esconder propiedades impresionantes tras un aspecto modesto, o modestas propiedades tras un aspecto grandioso. Se enamoró de esa asignatura (N/A: ¿Se nota que estudio Biología, y que Botánica fue mi asignatura favorita el año pasado?), disfrutando las dos horas de clase semanales, trabajando en silencio, atendiendo entre abstraído y concentrado, siendo capaz, a veces, de esbozar una sonrisa cuando le concedían puntos por contestar bien.

Siempre disfrutaba en Defensa Contra las Artes Oscuras y en Magia Elemental la profesora Marx era siempre una sorpresa, con nuevos métodos y ejercicios, descubriéndoles cosas que podían hacer que jamás hubiesen imaginado. Viendo su propia magia entre sus manos con un simple ejercicio de generación de energía, aprendiendo a sondear en los terrenos de los cuatro elementos, a confiar en su propio poder, a aprender conjuros para manejar el aire, la tierra, el agua y el fuego. Nunca, en toda su vida, había visto a nadie hacer algo parecido, ni siquiera a Voldemort. ¡Y una muggle se lo estaba enseñando a ellos! Ella afianzaba su creencia de que no eran tan distintos, de que no merecían morir, que no eran seres inferiores.

Acabó el día rendido, tuvo entrenamiento de Quidditch y con unos jugadores así, nunca ganarían a Gryffindor. Tenían un equipo demasiado cohesionado como para poder encontrar algún hueco en sus defensas. Marcar un tanto aún era posible, los cazadores nuevos, no estaban mal. Parar los suyos, bueno, no era imposible, el guardián lo hacía bastante bien. Pero Potter, era demasiado rápido, no podía igualarlo, entre la escoba y que era muy bueno sólo podía aspirar a arrancarle las ramitas de la punta de la escoba, a pesar de haber mejorado muchísimo. Había estado volando más de dos horas y tenía los dedos de los pies entumecidos. Ni siquiera pasó por el Gran Comedor, bajó directamente a acostarse, hoy que tenía sueño y no podía desaprovecharlo. Se tumbó en la cómoda cama cerrando las cortinas con un movimiento de varita, la cálida oscuridad lo envolvió y se acurrucó bajo las mantas, regocijado por el calor que despedían, los elfos las habían calentado. Los párpados le pesaban y los cerró con gusto. Antes de poder pensar en nada con claridad, se durmió.

De pronto despertó en el centro de una habitación vacía, negra, mientras un haz de luz blanca lo enfocaba. ¿Dónde estaba? Desde luego, en el dormitorio de Slytherin no, figuras encapuchadas se acercaban a él. No podía verles la cara. Algo iba mal. Lo habían atrapado los mortífagos, se lo habían llevado en mitad de la noche, ¿cuál de ellos sería Lucius? El que empuñara la varita ejecutora de su muerte, sin duda. Un sudor frío empapó su cuerpo, el corazón le latía desbocado y respiraba de forma superficial, completamente aterrado.

Los encapuchados estaban rodeándolo por completo, podía escuchar sus respiraciones. Uno de ellos comenzó a hablar, sus voces sonaban como repetidas, escuchaba el sonido de una, y más allá se repetía en miles de voces distintas lo que estaba diciendo, como una siniestra reverberación:

- ¿Es esto la vida real, Draco? ¿O quizá solo una fantasía?- preguntó el que tenía más cerca.

- Quieres escapar de la realidad. Abre los ojos y mira a tu alrededor, Draco- continuó otro de los encapuchados, esta vez una mujer, que hablaba con serenidad.

- Nadie te quiere. No te vale la pena nada en este mundo- ¿Quién eran aquellas personas?, ¿por qué sabían tan bien lo que sentía? No le gustaba sentirse desvalido, expuesto, a merced de todos. Le temblaban las manos de rabia y puro terror. Quería contestar, pero no podía.

- Nada importa realmente- ¿Qué le querían decir? – Sería tan fácil- miró su mano, una daga de plata se materializaba en ella.

- No te dolerá, será un momento- cada vez estaban más cerca- Hazlo Draco, por tu propio bien.

- Sí Draco, a nadie le importará que te vayas- no quería cortarse las venas, no quería, tenía ganas de seguir viviendo, aunque fuese difícil.

- Ni tu madre se acuerda de ti- dijo una voz femenina con tristeza- No tienes a nadie. No has sido un buen chico, y ahora estás solo- sí que tenía a alguien y no era cierto que su madre lo quisiera, se preocupaba por él.

- Entonces, Draco, ¿por qué no se ha puesto en contacto contigo?- movió la cabeza para que desapareciesen, quería volver a su dormitorio. Aunque el desagradable pensamiento de que era cierto, que realmente a nadie le importaría si él muriese se iba adueñando de su razón.

- Reconócelo, está mucho mejor sin ti, Draco. Hazlo. No lo pienses más- su tiempo se estaba acabando, no podía aguantar mucho más sin perder el control.

- No esperes a que sea demasiado tarde, cuando la vergüenza te corroa- espetó desagradable una de las figuras del fondo- ¡Hazlo ya!

- ¡¡¡NO!!!- gritó, desgarrándose la garganta- ¡¡No lo haré!! ¡¡PARAD YA!! ¡¡MARCHAOS!!

- Pero Draco, quieres hacerlo, estamos aquí para ayudarte, para mostrarte el camino indicado- avanzó hacia él la figura que había hablado en primer lugar.

-¡¡¡Hazlo!!!- gritaron todos a la vez, como un coro macabro - ¡¡¡Hazlo!!!-continuaban gritando dentro de su cabeza, cerniéndose cada vez más sobre él- ¡¡¡Hazlo!!!- veía a su madre viviendo su vida feliz sin él, toda la gente que conocía estaba mejor sin él- ¡¡¡Hazlo!!!- quizá no fuese tan mala idea, en realidad, no le importaba a nadie, no había nadie a quien pudiese llamar su amigo- ¡¡¡Hazlo!!!- además, siempre estaría solo, jamás encontraría a un chico como él, y que además lo amase- ¡¡¡Hazlo!!!- afianzó el puñal en su mano, y acarició el filo con el dedo- ¡¡¡Hazlo!!!- estaba muy afilado, no necesitaría hacer mucha fuerza, levantó la daga- ¡¡¡Hazlo!!!

- Mamá- gimió- lo siento, lo siento- sollozó mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas- Tengo que hacerlo, no puedo más, mamá. Te quiero, mamá- cayó de rodillas.

- ¡¡¡Hazlo!!!- continuaban gritando a su alrededor

- No quiero morir mamá, pero no puedo más, no puedo aguantar…- apoyó el filo en su muñeca izquierda y comenzó a presionar- Lo siento... - cerró los ojos y cuando el frío metal comenzaba a hundirse en su carne, cuando todo estaba a punto de terminar, una voz imperiosa resonó en la habitación.

- ¡¡DEJADLO EN PAZ!! ¡¡ALEJAOS DE ÉL!!- pasos rápidos se acercaban a él, abrió los ojos- ¡¡NO HA LLEGADO SU MOMENTO!! ¡MARCHAOS! ¡¡¡AHORA!!!- una mano lo cogió del brazo y lo instó a levantarse, mientras las figuras se alejaban deslizándose por el suelo hacia los límites de la habitación, desapareciendo en la oscuridad- Vámonos Draco, malditos buitres carroñeros- rezongó la mujer. Rodearon sus hombros con un brazo, y miró a la persona que había acudido en su ayuda. Era la Profesora Marx, la mujer de ojos amarillos como los de un león lo miraba preocupada. Poco a poco se desvaneció junto a él.

Abrió los ojos intentando respirar, las arcadas lo hicieron doblarse por la mitad inclinándose sobre la cama. No podía vomitar, no tenía nada en el estómago. Casi se había suicidado. Con la mano temblorosa alargó el brazo y se miró la muñeca. Ahogó un gemido. Un fino corte era claramente visible, una gota de sangre oscura y espesa brotó de él. Una nueva arcada lo sacudió. Lamió la herida, como si de un perro se tratase. Tanteó la mesilla buscando la varita, estaba muy mareado, se mordió el labio. La cogió con los dedos trémulos. Al menos, de algo le serviría su entrenamiento como mortífago y podría curarse las heridas.

- Sutura inmediata – susurró y observó como la piel cubría limpiamente el corte, no dejando más evidencia de la herida que un escozor pulsante en el lugar en el que había estado. Pero pasaría con el tiempo. Se recostó en la cama. Hoy tampoco podría dormir. Si era sincero, ahora le daba miedo hacerlo. ¿Qué haría si no podía dormir? La garganta comenzó a dolerle, las lágrimas pugnando por salir. No lloraría. Su orgullo era lo único que le quedaba. Respiró hondo y apretó los párpados. Logró impedir, esta vez, que rodaran por sus mejillas. Pero sabía que llegaría un día que no podría, que tendría tantas que tendría que llorar gritando. Posiblemente delante de quien no debía. Porque llegarían sin avisar. Pero mientras aguantase, sentiría que aún podía hacer algo con su vida.

Se levantó de la cama y caminó hacia el baño con los pies descalzo, el calor de su cuerpo se perdía en las frías baldosas del suelo y los dedos se le encogían buscando estar lo más cerca posible del pie. Tiritaba con violencia. Se puso frente a uno de los espejos y se miró. Estaba demacrado, las ojeras le llegaban casi hasta las aletas de la nariz, las comisuras de su boca estaban caídas, fruncidas en una sempiterna mueca de asco. Intentó sonreír. Nunca nada le pareció tan difícil, curvar los labios hacia arriba era un esfuerzo impensable. Si no le nacía del corazón, nunca volvería a sonreír. Se miró las manos, los dedos largos, finos, los metacarpos se le marcaban con violencia, las venas surcaban su carne, abultadas, afeando el aspecto.

Una arcada lo impulsó dentro de un retrete y un líquido amargo subió desde su estómago, por el esófago, hasta la garganta, saliendo entre sus dientes a la taza, de color amarillento y verdoso. Parte salió por su nariz, haciéndolo toser y resoplar. Sentía los dientes ásperos y fríos. Avanzó hasta el lavabo y abrió el grifo del agua fría, mojó las manos y se lavó la cara sudorosa. Se enjuagó la boca y se sonó la nariz. Volvió a la habitación. Sus compañeros no estaban allí, miró su reloj y por la hora pensó que aún estarían en el Gran Comedor. Bien, porque necesitaba salir de allí y no le apetecía esconderse. Se vistió de nuevo con el uniforma y la túnica, y salió de allí como dirigiéndose al Gran Comedor, sin ninguna intención de entrar. Tenía el estómago revuelto y dolorido, había hecho mucho esfuerzo para vomitar la bilis. Solo con el olor a comida se encontraba peor.

Deambuló disimuladamente por el castillo, sumido en sus propios pensamientos. Dando un paso tras otro, sin saber realmente por qué motivo no tropezaba con el suelo empedrado, ya que no ponía ninguna atención. Había estado a punto de suicidarse. ¿Qué hubiese ocurrido si la Profesora Marx no hubiese aparecido allí de repente? Habría continuado clavando la daga en su muñeca hasta seccionarse la vena. Habría acabado con su vida. ¿Cómo era posible que un simple sueño llegase a ser tan real? El corte había sido real, había lamido su propia sangre, eso no lo había imaginado. Había notado el sabor viscoso, salado y metálico en su lengua. No lo había soñado.

Le ardía la cara. Se sentó en el alféizar de una de las ventanas del segundo piso, agarrándose las rodillas. El aire le daba en el rostro refrescándoselo, aclarando sus ideas. Sentía como si el mundo entero acabase de desplomarse. Nunca había estado tan cerca de quitarse la vida. Se sentía asqueado consigo mismo, avergonzado y asustado de lo que podían hacerle sus sueños. Un peso más se acumuló en su corazón. Sabía que la vida nunca más tendría el mismo significado. Había descubierto lo fácil y deseable que podía llegar a ser la muerte, lo cerca de ella que estaba realmente, y lo solo que se había quedado. Nunca había sido sincero del todo, y estaba pagando las consecuencias. Había mirado por sí mismo siempre, sin tener en cuenta a los demás, y ahora todo el mundo le daba la espalda. Su vida no valía la pena. Quizá no fuera tan mala idea la muerte.

No, sacudió la cabeza, no podía rendirse, no ahora. Tenía que cambiar, abrirse a la gente, fuese quien fuese. Un nombre cruzó su mente: Blaise, él estaba ahí, le había ofrecido su amistad, y luego ni siquiera se había acordado de él. Podía llegar a ser un buen amigo, un buen compañero. Si, debía trabajarse esa amistad. Abrirse más a la gente. Dejar su orgullo en el suelo de vez en cuando. Nadie lo quería y eso, si quería seguir adelante, debía cambiar. Y solo podría hacerlo él.

Unas notas musicales desgarradoras sonaron por el pasillo. Una voz cantaba sobre la debilidad que podía llegar a sentir, lo que debía hacer y no sabía si podría con ello. Se levantó de un salto. ¿De dónde venía esa música? Del Salón de los Trofeos, caminó hacia allí, envuelto en las notas y en la voz, que poco a poco le sonaba cada vez más. Como si de un radar se tratase. Se quedó en la puerta escuchando. Volviendo a sentir las lágrimas en su garganta, la quemazón en los ojos que le indicaban que no podría aguantar mucho más. Se apoyó contra la puerta cerrada. Nadie más parecía escuchar la canción. Como si la cantasen solo para él. Diciéndole exactamente como se sentía, sabiendo que podía hacerlo, pero sin saber si sería capaz de seguir adelante, de crear su propio camino. De mantener el vuelo, sin miedo a despeñarse. No sabía que iba a ocurrir.

La música terminó, se escuchó un suspiro dentro, y abrió la puerta, intrigado por quien pudiese ser. Potter, ¿quién si no? Era el único que tenía una guitarra y cantaba de ese modo desgarrador. El chico sentado en el suelo se giró y se miraron a los ojos, ¿se sentía realmente así? ¿De verdad pensaba que él tampoco podía más? Nunca lo hubiese imaginado del perfecto Potter, el Niño Que Vivió. Pero sus ojos no mentían, y detrás de la sorpresa por verlo allí se escondían muchas más cosas de las que jamás se había percatado. Quizá porque era la primera vez que lo miraba a los ojos. Pudo ver una profunda tristeza y un no menos profundo cansancio, mezclado con miedo, incertidumbre, y rabia.

Le parecieron miles de años, cuando en realidad no pasaron más de quince segundos sosteniendo la mirada. Tenía que irse de allí. Él mejor que nadie sabía lo era necesitar estar solo.

- Perdón- murmuró y salió, cerrando la puerta a sus espaldas.

-----------------------------------------------------------------------

Notas de la Autora: Bueno, siento mucho haber tardado tanto en actualizar, pero con los exámenes de septiembre, comienzo de las clases, etc…y que se me apagó un poco la inspiración, pues no he podido. Espero que os guste este capítulo y me pondré lo antes posible con el octavo. Y no desesperéis, que Draco y Harry interactuarán pronto, pero tampoco quiero precipitarlo, recordemos que se odian, y no se pasa del amor al odio tan deprisa, aunque solo haya un paso. Besos

La canción que canta Harry, es "I don't know", de Noa, del disco Noa Gold