8: LA PROFESORA MARX

Se quedó sentado en el suelo con la boca abierta. La guitarra resbaló de su regazo y cayó al suelo, el golpe seco de madera contra piedra fue lo que hizo que Harry saliera del estado de shock. Draco Malfoy acababa de verlo cantar. Draco Malfoy acababa de verlo en su momento más bajo, más íntimo. Y no había dicho nada, es más se había disculpado. Sacudió la cabeza- Vale, ahora ya no hay duda- pensó desconcertado, a la vez que recogía las partituras con la letra y se las guardaba en el bolsillo de atrás del pantalón- no eran imaginaciones mías- sacudió la cabeza mientras cogía la guitarra para verificar que no hubiese sufrido daños- Malfoy está muy raro, o alguien le ha echado un Imperius, o algo muy gordo le tiene que haber pasado, porque Draco Malfoy, jamás hubiese pedido perdón por algo, y menos a mi- se levantó del suelo de un salto. La guitarra estaba en perfectas condiciones, suspiró aliviado.

Miró su reloj. Era más o menos la hora de la cena, se había entretenido más de lo que había esperado. Caminó a paso rápido hacia el Gran Comedor, no iba a pasar ni por la Sala Común a dejar la guitarra. Se le retorció el estómago de hambre. Casi tropezó con alguien que intentaba cargar unas cajas en mitad del pasillo. La profesora Marx dejó unas cajas en el suelo y apoyó en la pared, gruñendo de impotencia. Entonces giró la cara y vio a Harry. Sus claros e inquietantes ojos ambarinos se agrandaron con alegría.

- ¡Harry!- sonrió mostrando la dentadura blanca, que destacaba por lo oscuro de su piel- ¿Serías tan amable de ayudarme? Es que sola no puedo con todo- su estómago gruñó quejándose, pero no iba a desobedecer a una profesora del colegio.

- Si, claro, Profesora- respondió agachándose para coger la mitad de las cajas.

- Gracias Harry- sonrió mientras cogía las que faltaban y comenzaba a caminar- sígueme, por favor- anduvieron por un pasillo hasta llegar a una bifurcación, giraron a la derecha. Harry se extrañó, casi nunca había pasado por allí. Subieron unas escaleras y torcieron a la izquierda. Al final del corredor había un cuadro de un hombre anciano vestido de modo medieval, que miraba por un telescopio el firmamento de óleo- Te presento a Galileo Galilei, casi lo mataron por decir que la Tierra giraba alrededor del Sol- el hombre apartó la vista del telescopio y sonrió a la mujer, luego miró a Harry.

- ¿Y eso?- preguntó Harry intrigado, algo había escuchado de esa historia una vez en televisión, pero no le prestó demasiada atención, entre los gritos de Tío Vernon, no era fácil centrarse en nada.

- Bueno, la Iglesia consideró su descubrimiento como una burla a Dios, ya que la Tierra era el centro del Universo…lo juzgaron, y lo condenaron a la hoguera, por hereje- se encogió de hombros- pero al final dijo que se había equivocado, y lo absolvieron.

- ¿La contraseña?- preguntó en voz baja y con marcado acento italiano.

- Epur si muove- dijo la profesora

- No lo dude nunca- contestó afable al tiempo que se abría dando paso a una habitación parecida a un despacho, aunque Harry juraría que al despacho de su profesora no se llegaba por allí. Estaba en una de las torres, había un escritorio de madera oscura delante de un gran ventanal, una de las paredes estaba ocupada por una estantería abarrotada de libros desde el suelo hasta el alto techo. Se fijó en algunos de los títulos "Medicina Natural", "Traumatología básica" "Diagnóstico por el Iris", "Trastornos de la Alimentación: Anorexia nerviosa y Bulimia" ¿"El Señor de los Anillos"? se sorprendió Harry.

- Deja las cajas ahí mismo, Harry, por favor- la mujer señaló un rincón del despacho. En esa pared había varias fotos enmarcadas. Fotos muggles. De la profesora con el león muy pequeño en brazos, otras con el león un poco más mayor, en una escuela semiderruída con niños, en una especie de hospital ataviada para entrar a quirófano…

-¿Es usted médico?- no pudo evitar preguntar, el fonendoscopio colgando de un rincón le llamaba demasiado la atención.

- Si, ¿se nota?- hizo un barrido de la estancia con la mirada. Observó algunas carpetas que había encima de la mesa "Epidemias", "Virus comunes del Tercer Mundo", "Nutrición humana y dietética"- Soy especialista en Nutrición. Supongo que habrás notado los cambios en la dieta del alumnado.

- ¿Qué haya pescado y verduras obligatorias dos veces por semana?- se rascó la cabeza divertido- Si, algo había notado.

- Me alegro, porque necesitáis mejorar vuestra alimentación si no queréis morir jóvenes de un infarto- rió, pero lo decía en serio.

- Una pregunta, Profesora, sobre lo que me ha contado de Galileo Galilei- la mujer asintió sentándose tras su mesa para abrir unas cajas- Si tenía razón, ¿por qué se retractó?- la historia lo confundía, el hubiese preferido morir a darle la razón a un puñado de curas demasiado centrados en su mundo espiritual como para darse cuenta de una obviedad.

- La Vida es un don precioso, Harry, un derecho intransferible, el más valioso del mundo. Las personas hacemos cualquier cosa por conservarlo, aunque vaya contra nuestros propios principios. Y un acto desesperado por conservar ese magnífico don, y su integridad, es siempre lícito. Tú tendrás que matar a Voldemort para conservar tu vida.

- No es solo mi vida la que está en juego- protestó, le había sorprendido que la Profesora Marx, una muggle, estuviese tan al día de su cometido.

- Por supuesto que no- le sonrió- pero en el momento de la verdad, lo que te moverá es el deseo de seguir vivo, no de lo que le pueda pasar al mundo. Y eso no es malo. No te sientas mal por ello- la mujer parecía tener un conocimiento insospechado de todo su mundo interior, de sus sentimientos, miedos, y pensamientos. Era algo que lo inquietaba. Sin embargo, tenía una pregunta, que lo estaba carcomiendo…

- Entonces, Profesora…si un acto para salvar la vida es lícito- la mujer asintió- ¿Si Voldemort me matase, sería lícito? Estaría intentando salvar su vida- Marx negó con la cabeza, sacando el pie de un microscopio de una caja.

- Voldemort ha jugado con fuerzas que lo superan, y ha infringido muchas reglas. Es un ente, que a pesar de tener cuerpo, y ser esclavo de él, recuerda esto Harry, no tiene vida, porque perdió el derecho a ella. Realmente triste- se levantó y dio la vuelta a la mesa- Y ahora, vayamos al Gran Comedor, la cena ya debe de estar servida- lo cogió de un brazo para ir hacia la puerta cuando…

Volvía a estar de nuevo en aquel lugar enorme, desconocido, que apestaba a lejía, tras la cual se ocultaba una fetidez de lugar antiguo y atestado. Volvía a ver el mundo desde una perspectiva más baja, como la de un niño de cinco o seis años. Por el pasillo largo frente a él avanzaban a paso rápido dos mujeres, una vestida con un hábito feísimo de tela marrón, la otra, ya la conocía, con la misma falda de sarga gris y la blusa blanca, debía ser su uniforme.

- Miss Meadows te estaba buscando- lo reprendió duramente la monja- ¿se puede saber dónde te habías metido?

- Me…sob…he…sob sob…perdido- sollozó el niño desde el cual vislumbraba la escena, él era ese niño…Miss Meadows, que compartía los ojos con la Profesora Marx, lo alzó en brazos y lo acomodó en su cadera, limpiándole las lágrimas con el dorso de la mano.

- No se preocupe hermana- dijo la mujer con la voz afable que ya conocía- Ya me encargo yo de él- lo miró con una dulce sonrisa- No lo volverá a hacer, ¿a que no?- el niño negó con la cabeza. La monja le dedicó una mirada de dura incredulidad, y meneando la cabeza se alejó por el pasillo. Escondió la cara en el hueco del cuello de Miss Meadows. Desprendía un aroma especial, a limpio, tierno, dulce. El olor hizo aflorar un recuerdo sepultado en el fondo de la mente de Harry, su madre cogiéndolo en una postura similar a la que tenía ahora aquel niño, que era él mismo, pero que a la vez era alguien diferente. Apretó los ojos para contener las lágrimas, ya lloraría cuando estuviese solo.

Entraron en una habitación en la que había varias hileras de camas individuales de metal lacado en blanco. La mujer se dirigió a una de ellas en una esquina, junto a un ventanal. Lo dejó sobre la cama y se sentó a su lado, cogiéndole la mano.

- Prométeme que no vas a hacerlo más- le dijo seria, mirándolo a los ojos.

- Te lo prometo- el niño se miró el regazo pensativo, los pies no le llegaban al suelo- Gillian…-murmuró con voz trémula mirándola de forma tímida, ella le sonreía- tengo hambre…-gimió.

- Mi niño precioso- Gillian le revolvió el pelo con los dedos- Tengo algo para ti- se levantó y abrió un armario, sacó un plato con un vaso de leche y un bollito de aspecto maravilloso. El niño cogió el vaso, estaba ligeramente caliente, y lo alzó para beber. Pudo notar el sabor cálido y dulce de la leche tibia con miel…

- Harry- oía a lo lejos- Harry- sacudió la cabeza y abrió los ojos, aunque no era consciente de haberlos cerrado, para encontrarse en el pasillo camino al Gran Comedor, junto a la Profesora Marx. Ella se rió- Te estaba preguntando si ya habías practicado los ejercicios de Proyección Astral que os mandé ayer…pero veo que si- rió de nuevo.

- ¿Qué?- aún estaba un poco descolocado, ¿quién era ese maldito niño? ¿Por qué siempre que la Profesora Marx lo tocaba tenía esas visiones rarísimas?- No…quiero decir…si, pero…- se rascó la cabeza- me he ensimismado.

- Me he dado cuenta…- la mujer miraba hacia las escaleras, siguió el rumbo de la mirada, y se encontró con un decaído Draco Malfoy sentado al pie de las escaleras, con la cabeza entre las manos. El semblante divertido de su profesora cambió a un rictus más serio, de preocupación, y volvió a mirarlo- Bueno, Harry, muchas gracias por ayudarme, ha sido un placer hablar contigo. Si me disculpas- con una leve sonrisa, se dirigió hacia donde estaba Malfoy, se arrodilló junto a él y le dijo algo, el Slytherin levantó la cabeza y le dijo algo, se levantaron ambos, y cogiéndolo por los hombros desaparecieron por un pasillo rumbo a las mazmorras.

No quería que ocurriese, le resultaba muy raro…pero… ¿qué le pasaba a Draco Malfoy? ¿Qué se escondía detrás de su silencio, de su extraño comportamiento? Ya no hablaba con sus amigos, ni se metía con ellos cuando tenía ocasión…es más… ¡se había disculpado con él por interrumpirlo! ¿Cómo hubiese reaccionado él? ¿Le habría atacado, o quizá no hubiese dicho nada? ¿Se habría disculpado, como había hecho él? Odiaba tener a Draco Malfoy en la cabeza…y no lo reconocería nunca ante nadie más que él, pero le daba pena, sentía hacia el chico una lástima que jamás hubiese imaginado. Su corazón se encogía con tristeza cuando pensaba en él. Se enteraría de lo que le pasaba. Por su escoba que se enteraría. Vio aparecer a Ron y a Hermione por la escalera.

- ¡¡¡Harry!!!- lo saludó Ron- Estábamos preocupados por ti…cómo has desaparecido toda la tarde…- Hermione lo miraba enfadada, estaba ofendida por cómo le había hablado. Era una chica orgullosa, y más cuando tenía razón, le debía una disculpa.

- Ya, bueno, me he encontrado con Marx, y la he ayudado con algunas cajas… ¿Vamos a cenar?

- Si, será buena idea, aunque ya es un poco tarde, seguramente solo quedará algo de pescado, y toda la verdura.

- Sep, por cierto, Marx es médico- comentó hacia Hermione en un intento de congraciarse con ella, sin éxito. Se sentaron a la mesa y se sirvieron la cena.

- Pasado mañana hay visita a Hogsmeade- comentó Ron con la boca llena de tortilla- ¿Qué vamos a hacer?

- ¡¡Mierda!!- Harry se golpeó la cabeza con la mano- No me acordaba…- tenía que enviarle un mensaje a Jason para decirle que no podía quedar con él…quizá podrían quedar con Remus, si estaba libre…y hablar con él un rato, lo echaba de menos- Podríamos quedar con Remus, si queréis…

- ¡¡Guay!!- exclamó Ron salpicando de pedacitos de tortilla a todo el que tenía cerca- Voy a decírselo a Ginny- se levantó para ir hasta donde estaba su hermana, y se sentó junto a ella y Luna Lovegood. Este era el momento de hablar con Hermione.

- Hermione- la llamó en voz baja, ella hizo caso omiso, y continuó comiendo judías verdes- venga, por favor, escúchame por lo menos…- la chica lo miró con el ceño fruncido- Lo siento, ¿vale? Lo siento mucho…necesitaba estar solo, pasar un ratito con mis propios demonios, pero no debí hablarte así, Hermione, dime algo…

- Ya se que necesitas estar solo de vez en cuando, Harry- dijo con voz llorosa- Es normal, tienes mucha presión encima, y el curso, la transformación, el ED, las clases de lucha, los entrenamientos…- se pasó la mano por el pelo- Pero me preocupo por ti, ¿sabes? Cada vez que te vas solo, o que pasas horas callado mirando al frente me preocupo…Te echo de menos Harry, echo de menos a mi amigo- la abrazó, sabía que lo necesitaba.

- No me he ido a ningún lado, Hermione, y se que siempre estáis ahí, los dos, y yo siempre estoy ahí para vosotros…pero todo esto es muy duro…y hay veces que no puedo con todo, y tengo que alejarme y verlo desde fuera, para poder pensar con claridad, y que no se me trague toda esta mierda. Perdóname, por favor…prometo no volver así de duro contigo…

- Sabes de sobra que no puedo enfadarme contigo mucho tiempo- lo miró sonriendo- ¿Así que la Profesora Marx es médico?- era su modo de dejar claro que todo estaba bien. Harry sonrió. Vio que Ron los miraba, y que sonriente, se levantaba y volvía junto a ellos. Se estaba volviendo muy sensible últimamente, quizás estuviese enamorado, pensó con una sonrisa, ¿quién sería la dama causante de sus delirios? Sacudió la cabeza- Hola Ron- saludó Hermione.

- ¿Nos vamos a la Sala Común?- se dio unas palmaditas en el estómago- Estoy lleno.

- De verdad, Ron, si había algunas palabras que jamás pensé escuchar de tu boca, eran esas. Incluso "Harry, date prisa, hagamos todos nuestros deberes el primer día de vacaciones" me hubiese sorprendido menos- los tres rieron, y caminaron hacia Gryffindor. Mientras hablaban por el camino, Harry estaba ligeramente ausente, como dividido en dos planos. Uno escuchaba y seguía divertido la conversación sobre los planes descabellados de Ron para el futuro, el otro, se sumía cada vez más en sus pensamientos. En la conversación que había mantenido con la Profesora Marx. ¿Por qué le había dicho que recordara que Voldemort era esclavo de su cuerpo? No lo entendía, ¿sería que…? No, Dumbledore se lo hubiese dicho, no podía ser tan fácil.

¿Debía comentarlo con Ron y Hermione? Quizá ella le diese alguna idea de por qué había dicho eso…pero, de momento quería guardárselo para si mismo. Le daría vueltas, a veces, le surgían buenas ideas cuando le daba vueltas a un problema en la cabeza. Por insistencia de Hermione, se quedaron adelantando algo del deber. Ella ya lo había hecho, pero los ayudó contestando a sus preguntas. El propósito que debía haberse hecho para el nuevo curso, era que ellos llevarían el trabajo al día, le costase lo que le costase. No obstante, cuando daban las doce de la noche, el sueño los mataba, así que lo dejaron estar, con la promesa de que el fin de semana, Halloween o no Halloween, terminarían el trabajo. Ron y ella subieron a acostarse, él se quedó un rato más, tenía que escribirle un mensaje a Jason, e iba a ser difícil, ¿qué le diría? Mojó la pluma en el tintero y alisó el pergamino:

¡Hola Jason!

¿Qué tal todo? Espero que bien, por Hogwarts todo genial, un poco agobiado, ya sabes, es mi último curso y la presión aumenta por segundos, jejeje. Me alegró mucho recibir tu carta, la verdad, era algo que no me esperaba…pero bueno.

A pesar de que hay salida a Hogsmeade en Halloween, no voy a ir, tengo mucha tarea que adelantar, y entrenamiento de Quidditch, ya sabes lo que es eso, así que, sintiéndolo mucho, no voy a poder quedar contigo…algo que, aunque pudiera, no haría. No porque no me apetezca, pero he pasado página, y creo que lo bueno, si breve, dos veces bueno.

Si alguna vez nos encontramos por ahí, me alegrará verte, pero nada más. No quiero perder tu amistad, pero no quiero nada más contigo.

Un abrazo: Harry

Releyó la carta, no estaba mal, la selló con el lacre, y la dejó encima de sus libros para llevarla a primera hora a la lechucería. Se frotó los ojos, pero no podía acostarse aún, debía escribir a Remus, y a Tía Petunia. Sacó un pergamino limpio y escribió la nota a Remus, simplemente le dio de nuevo las gracias por el Cancionero, le habló un poco de cómo iban las cosas por Hogwarts, y le dijo que tenía una sorpresa para él, su conversión en animago, cosa que solo sabían Ron, Hermione, la Profesora McGonagall y Dumbledore, que ya se la enseñaría cuando estuviese listo. También le comentó que tenían salida al pueblo el día de Halloween, si podía quedar con ellos, les haría mucha ilusión a todos, tenían ganas de verlo, además, estaban en Luna Nueva, no podía ponerla de excusa. Era una carta alegre. Ahora venía la difícil. Tía Petunia, siempre le costaba muchísimo escribirle, no acababa de acostumbrarse al alto en las hostilidades por parte de su tía. Apoyó la pluma mojada en tinta en el pergamino, cerró los ojos, y respiró hondo, cuando soltó el aire, comenzó a escribir…

Tía:

¿Cómo estás? Supongo que bien, al menos eso espero. Yo estoy bien, un poco agobiado por las clases, es mi último curso, así que todo el mundo nos presiona para que demos lo mejor de nosotros. Pero bueno, sigo vivo.

La verdad, tía, se me hace muy violento escribir estas cartas, es una situación, que cuando llegué a este colegio, jamás imaginé, ni antes de llegar tampoco, pero supongo que todos crecemos y maduramos, y no se, pese a todo, la verdad es que me alegro de mantener una especie de contacto contigo, al fin y al cabo, eres lo único que me queda de mi madre.

No puedo echarlos de menos porque nunca los conocí, pero me gustaría poder hacerlo, aferrarme a algún recuerdo, saber como fueron antes de que los matasen. No tengo idea de por qué te cuento todo esto, pero, hoy he decidido escribir lo que siento, así que, lo estoy haciendo, tal cual como lo pienso, la pluma lo escribe en el papel. Espero no agobiarte con mis cosas.

Bueno, me despido ya, que es tarde, y mañana tengo un día muy duro. Hasta dentro de un mes.

Un abrazo: Harry

¿Por qué había escrito todo eso? Lo sentía, es cierto, pero, ¿por qué había sentido la necesidad de contárselo a su tía? Porque- una vocecita sonó en su cabeza- como bien has dicho, es lo único que te queda de tu madre, y te aferras a ella, como lo hubieses hecho con tu madre, o a algún recuerdo suyo. Pero ella es lo único que puede recordarte a Lily. Tras un momento de duda, sobre si cambiar la carta por un: "Estoy bien, espero que tú también lo estés. Hasta el mes que viene: Harry"; decidió dejarlo tal y como estaba, ya era hora de que su tía se hiciese cargo de su posición de tía, y dejase de ser la mujer que le alquilaba su casa por trabajo en verano.

Con las tres cartas dentro de la mochila, subió a la habitación, y sin ser realmente consciente de cómo lo hizo, se quitó la ropa, y se puso el pijama. La vocecita que sonaba igual que Hermione le dijo: Deberías lavarte los dientes, te saldrán caries. No, esa vocecita no sonaba igual que Hermione, era Hermione. Le daba igual, en ese momento, le daban igual las caries, solo le importaba su camita, calentita, blandita, lista para llevarlo al país de las maravillas, o del horror.

Aspiró hondo y comenzó a vaciar su mente de toda emoción y pensamiento, como ya venía siendo costumbre. Poco a poco, todo lo que había ocurrido durante el día fue desapareciendo de su cabeza, oculto en un pequeño cuartito cerrado con llave, en el que guardaba todo lo que no quería que nadie más supiese. Aquel verano, durante los cuatro días que sus tíos pasaron fuera, en casa de Tía Marge, alquiló una película, El Cazador de Sueños, atraído por el nombre, pensó que quizá le fuese útil para terminar de cerrar su mente a Voldemort, y aunque la película era malísima, al menos, la idea del cuartito secreto le sirvió.

Terminó de sellar su mente para poder dormir tranquilo, y cerró los ojos. Contó de cien a cero, para relajarse, cómo les había enseñado la Profesora Marx, y terminó por dormirse. Ahora ya no recordaba sus sueños, bueno, algunos si, sonrió pensando en aquella noche que había compartido en sueños con Padma Patil. Ojalá tuviese la oportunidad de vivir aquello en el plano físico. La mañana lo sorprendió sonriente, y más que contento…se levantó de un salto, aún no era de día, pero estando casi en invierno, era de esperar. Se metió bajo la ducha, dejando que el agua fría lo despertase por completo.

Se vistió con el uniforme, y salió de allí, mientras el resto de sus compañeros comenzaban a despertarse, los despertadores muggles encantados con magia para que funcionasen sonaban por todas partes. Sonrió para sus adentros, nunca había necesitado nada para abrir los ojos por la mañana, su cuerpo tenía un reloj interno. Invariablemente, a las seis de la mañana, se despertaba. La lechucería estaba en silencio. Silbó para llamar a Hedwig, que bajó impaciente. Le dio las cartas, y le indicó a quien debía entregarlas. Volvió a la Sala Común, y se sentó en un sofá a esperar que Ron bajase.

Esperaba que Remus pudiese quedar con ellos. Tenía muchas ganas de verlo. Ahora que ya no tenía a nadie más, bueno, estaban Ron, y Hermione, por supuesto, pero a alguien mayor, al que pudiese consultar, con quien pudiese hablar de cosas y que le aconsejara, Remus se había convertido en su segundo padrino, y tercer padre. Le dolía no haberlo visto desde final de curso, se había acostumbrado a tenerlo cerca, todo el curso anterior a mano, para cualquier duda, pregunta, o simplemente ganas de hablar. No eran raras las tardes, en las que ociosos, bueno, las tardes en las que estaban ociosos si que eran raras, sobretodo él, pero siempre que podían, iban a su despacho a tomar una taza de té, y hablar. Echaba mucho de menos esas tardes, en las que sentía que era un chico de dieciséis años normal, charlando con sus amigos. Que no tenía ninguna responsabilidad aparte de sacar el curso lo mejor posible.

A veces sentía que las cosas eran demasiado para él. Necesitaba un desfogue, por eso adoraba los entrenamientos de Quidditch, con el equipo lo pasaba realmente genial, pero lo que le descargaba en serio eran las clases de lucha muggle con Kingsley. Estar unas tres horas, moviéndose sin parar, intentando esquivar los golpes aplicando la técnica le fascinaba, tener los cinco sentidos alerta para no fallar, pegar la patada en el lugar justo, parar el puñetazo con la mano…acabar envuelto en sudor, con sabor metálico en la boca del esfuerzo, los pulmones doliéndole porque el oxígeno apenas llega a ellos se marcha a hacer funcionar un cuerpo llevado al límite. Adoraba la lucha cuerpo a cuerpo, era mucho más gratificante que esa estúpida pelea gilipollas de varitas, vale, quizá no fuese una pelea gilipollas, pero después de la muerte de Sirius lo veía así, no podía verlo de otro modo. Él lo presenció todo, y hasta el momento en el que su padrino cayó, le pareció que no era más que un juego, un estúpido juego de primos que se hacen la puñeta y luchan tontamente, y de chiripa, va uno y gana.

Ahora sabía que una buena patada en el brazo le habría roto el brazo a Lestrange, impidiéndole sostener la varita, que un puñetazo en la nariz no le permitiría pronunciar bien los hechizos, y que si sujetabas con fuerza la cabeza entre las manos, y con un movimiento seco la girabas hacia ti, el cuello se partía, causando una muerte instantánea, e indolora. Si Sirius hubiese sabido todo eso, ahora no estaría muerto. Todo eso, además de hacerle hervir la sangre, le hacía esforzarse más y más en todo lo que hacía, sabiendo que cuanto más supiera, más preparado estaría para el momento de la verdad. No iba a dejarse vencer. Estaría listo. Y sobreviviría.

Cuando cerró la puerta de la Sala de los trofeos, Draco fue a la Biblioteca, con la mirada de Potter grabada a fuego en su mente, mucho más que cualquiera de los horrores que sus ojos de hijo de mortífago habían presenciado. Entró en la Biblioteca y se enterró en uno de los sillones del rincón de lectura con un libro en la mano, que había cogido distraídamente.

Abrió el libro, pero sus ojos no veían las palabras escritas. Su mente estaba fija en la mirada de Potter, demasiado antigua para los diecisiete años del chico. Una mirada cargada de dolor, de angustia, de responsabilidad no deseada, de soledad. Una mirada en la que lo único nuevo era la sorpresa de verlo allí, interrumpiendo un momento íntimo. Y eso lo aturdió. Era la primera vez que miraba a Potter a los ojos, ¿siempre había sido así? ¿Había habido algún momento en que la mirada de Potter correspondiera a la de un niño normal? ¿O siempre había sentido ese dolor? Recordó que Harry había perdido a sus padres siendo un bebé, aunque vivía con sus tíos, ellos debían de quererlo, al fin y al cabo, lo habían adoptado. De todos modos, una tía o un tío, nunca sería lo mismo que una madre. Él ahora también había perdido a su madre. Imaginó lo solo que Potter debía haberse sentido siempre, y una punzada de culpabilidad se instaló en su pecho. Él nunca se lo había puesto fácil a Potter.

Vio a Pansy entrar en la Biblioteca, y se sepultó debajo del libro, intentando hundirse en el sillón, para que no lo viese. La observó mientras su compañera recorría con un dedo los libros de una estantería, buscando algún libro en particular. La vio rascarse el antebrazo. Eso le recordó lo cerca que realmente estaban ya de las Navidades, y a la vuelta…su corazón se aceleró de puro terror. Tenía, en imperativo que hablar con el profesor Snape. Él mantenía contacto con su madre, ¿pero por qué no había enviado ningún mensaje para él? ¿Estaría bien, o Lucius…? El asco que sentía hacia su padre le recorrió las entradas. Ella le había prometido que cuidaría de él, y ya habían pasado casi cuatro meses…sólo algo horrible impediría a su madre cumplir su promesa…o quizá…quizá ya no le importase, quizá fuese más feliz sin él, algo menos de que preocuparse.

Salió de la Biblioteca y se dejó caer apoyado en la pared hasta el suelo. Sus pensamientos giraban a toda velocidad en su cabeza, cambiando de uno a otro con pasmosa rapidez. Se sintió mareado, y decidió salir de allí, dar una vuelta por fuera del castillo, a ver si el aire fresco de finales de octubre le aclaraba las ideas. A mitad de la escalera, perdió el paso. Se agarró del pasamanos y consiguió no caerse, le habría invadido una vergüenza espantosa que hubiese sucedido, él no podía permitirse algo así. Se sentó al pié de las escaleras, sosteniéndose la cabeza, para ver si se sentía mejor. Escuchó unos pasos rápidos hacia él. Alguien se agachó a su lado. Podía oler el perfume especiado, y cítrico de quien estaba junto a él…

-¿Draco?-era la profesora Marx, el acento era inconfundible- ¿Te encuentras bien? Es que te he visto tropezar.

- Estoy un poco mareado- dijo levantando lentamente la vista, quizá, pese a su orgullo, había llegado el momento de pedir ayuda, y aquella mujer lo acababa de salvar de una muerte segura (N/A: Acordaos del sueño…esto tiene lugar el mismo día, y si, la profesora mar estaba despierta).

- No me extraña, llevas todo el curso sin comer normal- la miró sorprendido, se había dado cuenta de que era incapaz- ¿Quieres hablar con Severus?- asintió despacio.

- Pues vamos a buscarlo, y luego haremos algo con tu mareo- lo ayudó a levantarse y sosteniéndolo por los hombros se encaminaron hacia el despacho de Snape. Llegaron a la puerta y llamaron. Dentro escucharon la voz de Snape "Adelante". La profesora abrió la puerta y entraron. El profesor Snape estaba sentado tras su escritorio, con un libro de Micología Venenosa abierta. Miraba hacia delante, y sus ojos parecieron abrirse con sorpresa, para fruncirse en una mueca de enfado e incredulidad.

- ¡Draco!- exclamó en tono de voz acusador- ¿Qué ha hecho, Ayla?

- ¡Oh! No ha hecho nada, se encontraba mal, y me ha dicho que quería hablar contigo- explicó la profesora. La expresión de Snape cambió a una de preocupación.

- Ya era hora, también, de que vinieses a hablar conmigo, te estoy esperando desde principio de curso- Snape se levantó de la silla de su escritorio y se acercó a él. Lo dirigió a una pequeña salita contigua al despacho, en ella había un sofá y dos sillones frente a una chimenea, un pequeño armario con hierbas y cosas de pociones, otro escritorio, y estanterías cubriendo casi todas las paredes- Siéntate- ofreció. Draco se sentó en uno de los sillones, notando el calor de la chimenea.

- Yo me voy- escucharon la voz de la Profesora Marx desde el despacho- Ya tendré yo contigo una charla, Draco…

- Esperad, Ayla- alzó la voz Snape- ¿Te importa que ella se quede? Igual puede hacer algo por tu malestar- Draco se encogió de hombros, no tenía nada que ocultar, al menos lo que iba a decir podía escucharlo cualquiera, es más, estaba convencido de que aquella mujer ya sabía lo que le pasaba- Quedaos.

- ¿Si? ¿De verdad?- se asomó a la estancia- Draco quería hablar contigo.

- No me importa Profesora, quédese- dijo Draco con un hilo de voz.

- Está bien, pero voy a hacerte una tisana para tu mareo, ¿Severus, me permites?- señaló el armario que había en una pared.

- Por supuesto, lo que vos necesitéis- esbozó una leve sonrisa, y se giró para mirar a Draco- Habla.

- No se por donde empezar- de repente, sentía que aún no estaba preparado para mantener esa conversación con su profesor, que todo aquello lo sobrepasaba demasiado. Se llevó los dedos a las sienes y las masajeó con fuerza, comenzaba a dolerle la cabeza.

- Por el principio sería una buena idea, ¿no crees?

- ¿Pero por el principio de qué? No es fácil, han pasado muchas cosas…demasiadas cosas…- suspiró frustrado, se sentía como sometido a un interrogatorio, el Profesor Snape lo miraba con las cejas levantadas, esperando su explicación. La Profesora Marx trajinaba con las hierbas en el armario, y ponía un caldero con agua a hervir en un pequeño fogón de gas que su profesor tenía encima de un banco.

- ¿Por qué te fuiste de casa en julio, Draco? Eso sería un buen principio, si luego necesito alguna aclaración, te haré las preguntas que hagan falta, ¿de acuerdo?- el hombre parecía darse cuenta de que la estabilidad emocional de Draco pendía de un hilo, y no convenía forzarlo demasiado.

- Me maldijo- soltó, Snape lo miró cómo quien mira una bomba a punto de explotar- Si, un Crucio, durante unos diez minutos.

- ¿Por qué?- estaba completamente atónito.

- Le dije que estaba harto de toda su mierda.

- Pero Draco, eso…fue… ¿por qué le dijiste eso, Draco?

-Se lo dije porque no lo soportaba más- aspiró hondo y carraspeó- No quiero ser un mortífago, nunca he querido serlo, bueno, quizá si, al principio, cuando no entendía muy bien de que iba la cosa, antes de saber las implicaciones reales, o lo que significaba…Pero…desde hace tres veranos, ya sabe, cuando el Torneo, pues…yo lo vi…lo vi…a Diggory…muerto- su voz estuvo a punto de quebrarse, cerró los ojos y la imagen de Cedric Diggory tendido en el suelo, con los ojos muy abiertos, como de sorpresa, pero vacíos de expresión. El cuerpo rígido de su compañero, solo un año mayor que él…esa imagen aún lo perseguía en sueños, y fuera de ellos- Y supe que había sido él, El Señor Tenebroso, antes de que se dijese nada, de que hubiese ninguna especulación sobre ello, algún rumor, yo lo supe. Y algo…dentro de mí…-se puso la mano en el corazón, cogiendo la tela de la túnica, estrujándola- se rompió…de pronto, nada tenía sentido- se calló, no podía seguir hablando de ello, le faltaba el aire…tragó saliva.

- ¿Te encuentras bien?- preguntó Snape, viendo como el chico se había puesto pálido.

- No, la verdad- se pasó la mano por el pelo- pero no me encuentro bien desde antes de irme de casa, no se preocupe.

- ¿Puedes continuar? Si quieres lo dejamos para otro momento…

- No, Profesor, quiero hacerlo ahora- la Profesora Marx se acercó a ellos y se sentó en el sofá- si lo dejo pasar más tiempo, ya nunca podré- sonrió de medio lado, bufando.

- Adelante, entonces.

- Cuando volvimos a casa ese verano, las cosas habían cambiado, Lucius estaba mucho más eufórico, mamá, mucho más triste que de costumbre- le apretaba el nudo en la garganta al pensar en su madre- No sabía muy bien que pasaba, porque tantas atenciones de pronto por parte de Lucius, porque mi madre estaba distante, callada. Hasta que me lo comunicó, fue la única tarde que llovió de ese verano. ¿Se acuerda del calor que hizo ese verano?- el Profesor asintió, y la profesora Marx miró hacia la chimenea- Me llamó a su despacho, y tras ofrecerme algo de beber, me lo dijo, el Señor Tenebroso había expresado el deseo de tenerlo a su lado en cuanto fuese mayor de edad, la Noche Vieja de ese año, o sea, de este año- respiró hondo- Debía empezar el entrenamiento cuanto antes…- sonrió irónico- Justo cuando me empiezo a dar cuenta de lo que es realmente mi padre, cuando empiezo a entender lo que significa su forma de pensar, cuando me percato de todas las burradas que he repetido como un loro durante años, solo por que se las había escuchado a él. Cuando decido que no quiero ser así, que no quiero ser cómo él…tengo que empezar mi entrenamiento como mortífago- se retorció las manos, tenía frío- y usted ya sabe como es eso…

- Si, Draco, por desgracia, lo se muy bien- ladeó la cabeza- pero supongo que Lucius no te entrenaría, ¿no?- Draco negó con la cabeza- ¿Quién fue? ¿Avery? ¿Nott?

- No- su voz era casi un murmullo- McNair. Y ya lo conoce. No es un profesor…benévolo, ni paciente. Créame, me alegré de empezar el curso, que no fue bonito. Cuando metieron a Lucius en la cárcel, hubiera besado a Potter- Snape puso cara de incredulidad, y Marx lo miró con interés- Si con McNair era malo, si Lucius presenciaba los entrenamientos, era mil veces peor, si me equivocaba, lo instaba a castigarme con más dureza…. Aquel verano fue exactamente igual que el anterior, pero peor, porque el Señor Tenebroso decidió venir a ver cómo progresaba el hijo de su mano derecha. Conocerlo es lo peor que me ha pasado en la vida. Nada lo supera, no se cómo será en la batalla, pero su crueldad era infinita siendo amable.

- Lo se, Draco, lo conozco- le pareció ver temblar al jefe de su casa, tosió, le dolía la garganta.

- Y en ese momento, dejé de poder dormir bien. su cara me perseguía, dormido o despierto…empecé a…tener pesadillas de…de…gente muriendo…-Draco miró a su profesor, aquello era lo que más le había asqueado de si mismo, mucho más que descubrir que le gustaban los chicos- los mataba yo, Profesor…los mataba yo- la Profesora Marx se levantó y caminó hasta situarse detrás de él. La oyó agacharse y notó que unas manos fuertes masajeaban sus hombros, aliviando la tensión acumulada, tranquilizándolo.

- Tranquilo, Draco- le dijo en voz baja- Los sueños suelen expresar nuestros temores, o deseos. Muy pocas veces son reales. Ahora continúa hablando.

- Así que no quería dormir, y comencé a darle vueltas a las cosas, y todo lo que siempre había caído, se rompió en mil pedazos, ya no estaba seguro de nada, solo sabía que no quería formar parte de aquella muerte, de ese horror. No se por qué, dejé de "tomarme en serio" el entrenamiento, sabía que sería peor, que era una locura. McNair se esforzaba- recalcó la palabra esforzaba- en hacerme "entrar en razón" cómo decían ellos. Y me harté. Hubo un día en que no pude más, y se lo dije.

- Y te maldijo- murmuró Snape.

- Si- suspiró- Mamá me dijo que sería mejor que me marchara, que si me quedaba, Lucius tendría que dar explicaciones de por qué no continuaba el entrenamiento, y sería peor, para todos- se encogió de hombros- así que me fui.

- Tu madre está preocupadísima por ti, Draco- la profesora abandonó sus hombros y fue hasta el caldero que borboteaba en el fogón- le envió una lechuza semanal contándole cómo te va, y sabes que no puedo mentirle, Draco, a tu madre no se le puede mentir. Le tengo que decir lo que pasa- apoyó la mano en su brazo- No estás bien, Draco. No comes, se que no duermes, tu rendimiento en clase, es genial, brillante, como siempre, incluso mejor. Pero preferiría que te fuese un poco peor, y pudiese decirle a tu madre que su hijo está bien, que no tiene unas ojeras que le llegan hasta las aletas de la nariz, que ha perdido por lo menos cinco kilos desde que llegó al colegio, y seguro que diez desde que se fue de casa. ¿Me lo has contado todo, Draco? ¿O hay algo más?

- Es todo profesor- no le iba a contar lo otro, de eso nadie se enteraría, jamás, se iría con él a la tumba- ¿No le ha parecido suficiente?

- Desde luego, Draco, es más que suficiente, pero…- lo miró a los ojos, cómo examinándolo, Draco había tenido suficiente experiencia con el lado oscuro como para saber de la habilidad de leer la mente, y la de cerrarla, la cual dominaba a la perfección desde tercer curso. Tenía secretos de los que nadie debía enterarse- da igual- la Profesora Marx se acercó con una taza humeante y se la tendió.

- Bébetela entera- le sonrió- lleva jengibre y menta piperita, para el mareo, y un poco de lúpulo, para que esta noche descanses- se llevó la taza a los labios y dio un sorbo. Conforme el líquido bajaba por su garganta, se sintió reconfortado. El estómago se le asentó con el brebaje caliente y dulce por la miel.

- Bueno, Draco, es tarde- el Profesor Snape miró el reloj que había en la pared- Debes irte a la cama ya. Mañana será un día muy pesado. Halloween- puso cara de asco mientras se levantaba para acompañarlo a la puerta- ¿Una copa, Ayla?

- No gracias, Severus, lo acompañaré hasta su Sala Común- declinó con una sonrisa la mujer. Salieron del despacho, y anduvieron un rato en silencio, cuando llegaron a una bifurcación, la Profesora se paró delante de él-Draco, no se lo que te pasa- le dijo- no pretendo que me cuentes nada, pero tienes que hacer un esfuerzo por comer, es vital para ti- su tono no era recriminatorio, pero si duro, al parecer, todo el mundo se había percatado de que era incapaz de comer, y él pensaba que había sido muy disimulado. Su orgullo cayó un poco más en el pozo que se había excavado a sus pies- Te voy a estar vigilando en todas las comidas- alzó las cejas- Si veo que no comes lo suficiente, tendré que tomar medidas drásticas. Si tengo que meterte la comida en la boca, como si fueses un niño pequeño, no dudes que lo haré. No puedes seguir bajando de peso- Draco asintió- ¿lo entiendes?

- Si, Profesora, pero…no es que no quiera…es que no lo soporto, me da angustia, me duele el estómago, no puedo tragar…

- Mira Draco, de donde yo vengo, los niños matarían por un mísero plato de arroz. La comida no es un capricho, es una necesidad. Me parece muy bien que no quieras ser un siervo de nadie, que sea una decisión muy dura de tomar y se que estás en una situación difícil. Pero ¿de qué te sirve toda esa teoría, ese acto heroico de renunciar a todo por tus principios si te vas dejando morir?

- Yo no me estoy dejando morir- protestó, no lo estaba haciendo, era solo que no podía comer, tenía cosas más importantes en las que pensar…

- ¿Ah, no?- la mujer se cruzó de brazos- Según lo que yo estudié en el colegio, y más tarde en la carrera, la alimentación es el combustible que nos mueve, lo que hace que podamos crecer, movernos, pensar. Lo que nos mantiene vivos. Quizá aún no te hayas dado cuenta, Draco, porque aún estás a tiempo, pero si sigues así, pronto empezará a resentirse tu magia, a debilitarse, y después tú. ¿Sabes lo que es morir de inanición, Draco?

- No- admitió.

- Es morirse de hambre, o mejor dicho, por desnutrición. Si no comes, te desnutres, y si te desnutres, te mueres de inanición. No comer como toca cada día, Draco, es dejarte morir. Siento ser así de dura, pero es así.

- Yo lo intento, de verdad…pero…es que soy incapaz- le temblaba la voz. Estaba asustado, quizá estaba más cerca de lo que había creído en un principio de la muerte, el sueño había sido el primer aviso de su cuerpo de lo que le podía pasar.

- Si necesitas ayuda, solo tienes que pedirla. Mira, llevo muchos años tratando problemas como el tuyo. No eres el primero, ni serás el último que tiene trastornos alimentarios. Y tienen solución, Draco. Solo necesitas un pequeño esfuerzo. Y te lo debes a ti mismo.

- Lo se, pero no tengo ganas…me cuesta hacerlo en público, me siento transparente, como si todo el mundo pudiese ver lo que siento, o pienso- no sabía por qué le estaba contando todo a la mujer, no la conocía de nada, pero sentía que si no se lo decía a alguien, acabaría envenenándolo por dentro.

- Pues llévate comida a la habitación y come tu solo, o ves al Gran Comedor a las horas en las que ya no haya casi nadie. La verdadera lucha, cielo, está en el día a día, en el meterte un tenedor tras otro lleno de comida en la boca hasta acabarte todo el plato- le sonrió con expresión maternal- Ahí es donde tienes que triunfar. No consigas que ganen viéndote derrotado. Tú vales más que eso, estás por encima, lo has demostrado de sobra, ahora solo tienes que creértelo tú- miró la bifurcación- Bueno, yo te dejo aquí. Buenas noches- se dio media vuelta y se encaminó hacia las escaleras. No le había dado las gracias por salvarle la vida aquella tarde….

-¡Profesora!- llamó, ella se giró mirándolo- Gracias por…por…- le daba un poco de vergüenza- por ayudarme esta tarde- ella se miró el reloj de pulsera divertida.

- ¿Tarde? Pero si son casi las once de la noche, Draco- de pronto sus ojos se abrieron, entendiendo a que se refería- Ni lo menciones Draco, nunca ha pasado- le guiñó el ojo- Nos vemos mañana.

En el dormitorio todos roncaban ya. Se puso el pijama y se metió en la cama. De pronto, al taparse con las mantas, un sopor profundo lo invadió, invitándole a cerrar los ojos. Por una noche, se dejó llevar, y se durmió.