CAPÍTULO 10: CAMBIOS Y PREJUICIOS
El partido de Quidditch había sido desastroso, les faltaba coordinación, concentración, y ganas, en especial a él, todavía no se explicaba cómo habían marcado tres goles, y había conseguido coger la snitch. Ni siquera había estado pensando en ello. En su cabeza sólo existían los mortífagos, la guerra, y la varita de Lucius apuntándole, y de pronto, tenía la mano cerrada sobre la pequeña pelota, con sus alas doradas batiendo furiosamente contra sus dedos. Habían ganado, aunque no lo sentía así. Le parecía que nunca había estado tan cansado. El día anterior había sido agotador para él, no había dormido nada, y ahora, aunque inconscientemente, se había pegado una paliza jugando al Quidditch.
Mientras el agua le mojaba el pelo, pegándoselo a la cara, pensó en las dos opciones que tenía, que le habían impedido conciliar el sueño durante la noche. No meterse en líos y quedarse callado en la sombra, sin ser adepto de Voldemort, pero tampoco contrario a él, o contarle al Profesor Snape lo que sabía, y así no sólo dejar de tener cubiertas las espaldas, sino introducirse en lo que sus compañeros habían tildado de "interponerse en su camino". La primera opción era sin duda la más segura, la que más le tentaba, pero… ¿Iba a poder vivir sabiéndolo¿Quedándose callado y viendo cómo los mortífagos ganaban terreno¿No sería mejor decirlo? Así no tendría que cargar con la culpa…
Antes de darse cuenta estaba frente a la puerta del despacho de su profesor. El valor se le marchaba por los poros de la piel. No podía hacerlo, no podía arriesgarse a ello. La puerta del despacho se abrió. Snape lo miró levemente sorprendido.
- Draco… ¿Qué ocurre¿Va todo bien?- Draco suspiró. No, nada iba bien, parecía que todo iba mejor, pero no era cierto. En realidad, todo iba mucho peor de lo que nunca hubiese imaginado que iría. - Pasa- Entraron en el despacho y tomó asiento frente al escritorio- ¿Tienes algo más que contarme?
- Sí- tragó saliva-. Anoche mis compañeros estaban esperándome en la Sala Común- Snape lo miraba con interés y con expresión de saber de antemano lo que le iba a contar- Me dijeron que el Señor Tenebroso iba a empezar ya con los ataques- los ojos de Snape se abrieron con sorpresa.
- ¿Ya? Nuestros últimos informes dicen que el comienzo del movimiento de tropas sería tras la incorporación de los neófitos, pasado Yule.
- Lo sé profesor, yo también tenía esa información, pero debe haber ocurrido algo que les haya hecho adelantar acontecimientos…
- Eso no es todo¿verdad? Ocurre algo más que te preocupa Draco, puedo verlo en tus ojos- se cogió la cabeza con las manos y suspiró.
- Me preguntaron si estaba con ellos…- Snape lo miraba expectante- Y les dije que no.
- No sé si decirte que bien hecho o que ojalá no les hubieras dado esa respuesta… Es una postura muy peligrosa Draco, sobre todo en tu situación…
- Si no me interpongo entre ellos y sea lo que sea que planean hacer, me dejarán tranquilo…- añadió con esperanza aún sabiendo que lo que estaba haciendo ya era interponerse en sus planes.
- Vamos al despacho del Director- caminaron en silencio por el castillo hasta llegar a la gárgola que servía de entrada al despacho del director-. Ranas de chocolate- Draco lo miró sorprendido- Sí, lo sé, es estúpida pero siempre se pone cosas así. No tiene remedio… - Subieron a la escalera móvil y llegaron frente a la puerta cerrada con una aldaba en forma de grifo. Snape llamó. La puerta se abrió dejándolos pasar. Dumbledore estaba de espaladas a ellos mirando por el ventanal.
- Enhorabuena por su victoria joven Malfoy- comentó el director girándose con una sonrisa- Tomad asiento, por favor- Draco se sentó cohibido en una cómoda butaca y Snape se rehusó a ello caminando nervioso por la habitación- ¿Qué ocurre Severus?
- El señor Malfoy ha venido a mi despacho tras el partido para darme cierta información que ha llegado a sus oídos…- miró a Draco y éste bajó la cabeza-. Algunos de sus compañeros…
- Disculpa Severus, preferiría que fuese él quien lo contase- le sonrió afable-. ¿Sería tan amable, joven Malfoy?- asintió y carraspeó. Relató lo ocurrido con la cabeza gacha y en voz baja. Le avergonzaba que quedase de manifiesto que él casi había sido uno de ellos, que le faltó muy poco.
- No se preocupe, le agradecemos mucho la información- el director se sentó y miró a Snape- Lo que no entiendo Severus es este repentino cambio de planes, sabemos que no están preparados para comenzar con los ataques¿qué puede haberles llevado a dar un giro tan inesperado?
- Obviamente Director quieren tomarnos por sorpresa, aunque gracias al señor Malfoy no lo van a conseguir.
- Muy cierto Severus, nunca se lo podremos agradecer lo suficiente- Draco trató de sonreír pero no se sentía para nada complacido con ello, le daba la sensación de que estaba traicionando la confianza que sus compañeros habían depositado en él. Y no quería pensar en que harían si se enteraban- Por otra parte¿es posible que tu contacto haya sido descubierto y por eso hayan cambiado de estrategia tan bruscamente?- Snape miró a Draco con una expresión indescriptible, entre angustia, desesperanza y miedo. ¿Por qué lo habría mirado así? No sabía que hubiese alguien del bando del Señor Tenebroso que pasase información a los de la Orden del Fénix aunque tampoco le sorprendía. ¿Quién sería el imprudente que hiciese semejante cosa?
- Sinceramente director, espero fervientemente que no- en su voz había un deje de pánico, sin dejar de mirar a Draco. El director también lo miró de reojo.
- ¿Por?- preguntó el chico mirándolos a ambos- ¿Puedo preguntar quién es?
- Tu madre- los dos apartaron la mirada de Draco, que pareció ahogarse con el aire de la habitación. Algo se le desgarró por dentro. No podía ser, había escuchado mal, su madre era incapaz de hacer algo así, sabía que no compartía la causa del Señor Tenebroso pero jamás traicionaría a Lucius, lo amaba demasiado. Era imposible.
- ¿QUÉ?
Después del fin de semana de relax, el lunes fue un día agotador. Estaba sentado en clase de Magia Elemental y se le cerraban los ojos de sueño, como no hablaba con nadie durante la clase… Ron y Hermione estaban bastante lejos, Dean y Seamus también, y para terminarlo de arreglar, su compañero de pupitre era Malfoy, que parecía que desde el verano se le había comido la lengua el gato y estaba infinitamente aburrido. Casi se sentía tentado de picarle y conseguir arrancarle una reacción. Le crispaba los nervios sentir como de vez en cuando lo miraba, y cuando se giraba para ver si lo pillaba apartaba la vista. Sus manos formaban un hueco muy interesante en el que cabía perfectamente el cuello de Malfoy. No soportaba que la gente lo pusiera nervioso.
La Profesora Marx hablaba sobre la importancia que tenía el dominio de la mente. Que era lo único que en condiciones adversas nos quedaba. Continuó relatando lo que podían encontrarse dentro de cada uno de los elementos durante los viajes astrales a su interior, cómo podían utilizarlo, y qué podían aprender de ello.
- Sé perfectamente que si hay algo difícil de conseguir, es un viaje astral. Depende de muchas cosas, en especial de nuestra concentración y de perder el miedo a salir de nosotros mismos. Aún así, el viaje astral es común a toda la raza humana, todos podemos lograrlo. Recordad lo que hemos explicado de la magia, que es energía, que todos tenemos energía y por tanto un muggle también puede hacer magia. No del mismo tipo, y requerimos de un mayor esfuerzo, pero sí es posible que mediante conjuros, concentración y una voluntad férrea y persistente consigamos algunas cosas: como encontrar un trabajo mejor, conseguir sobreponernos a una enfermedad, o dar con nuestra media naranja más fácilmente. ¿Si, Sally-Anne?
- ¿Podemos hacer que alguien se enamore de nosotros?- preguntó la Hufflepuff con una sonrisa divertida.
- No, nunca. Eso podríais hacerlo con un filtro amoroso, pero a la larga acabaría saliendo mal. No podéis modificar la voluntad de nadie sin ser castigados. Es muy importante que aprendáis esto. En Magia Elemental especialmente, no podéis meter a nadie más que no seáis vosotros mismos, y para hacerlo os deben de dar permiso. Jamás os inmiscuyáis en el Libre Albedrío de nadie. El castigo es severo.
El timbre anunció el fin de la clase, recogió sus apuntes y sopló a la última hoja, esperando que se secase la tinta para guardarla.
- Harry- lo llamó la Profesora Marx, levantó la mirada- Albus quiere que estés en su despacho a última hora de la tarde.
- Pero esta tarde…Tengo entrenamiento- comentó, se giró para mirar a su espalda, sentía en su cuello unos ojos clavados. Malfoy. Nunca pensó que sería capaz de semejante mirada envenenada. El Slytherin apartó la vista, cargó su mochila a la espalda y salió del aula- No puedo faltar- se cercioró de que no quedase nadie en el aula- Es con Kingsley…
-Si, Kingsley está enterado, y estará allí. No faltes, y sé puntual, es importante- Marx sonrió y le tocó el brazo.
De pronto volvía a estar en el lugar gris con olor a hospital, estaba solo en medio de un enorme pasillo. Al final había una puerta entreabierta que proyectaba un rectángulo de luz en el suelo. Las ventanas proyectaban cruces oscuras en el pavimento de baldosas blancas y negras. Fuera el día estaba cayendo. Una sensación de desasosiego lo embargaba. El niño, él, estaba en problemas. Al menos así lo sentía.
Llegó a la puerta y se asomó. La mujer, Gillian, estaba sentada tras un escritorio, acariciaba un halcón blanco posado en el alféizar de la ventana. Tocó con los nudillos la puerta de madera y Gillian se giró para mirarlo. El halcón alzó el vuelo. Ella sonrió.
- Cielo acércate, no tengas miedo- le acarició el pelo- No te preocupes por lo que ha pasado. No ha sido culpa tuya. Son cosas que pasan, pequeño. El mundo se mueve, y nosotros con él.
- Pero… Nadie más puede hacerlo Gillian, sólo yo…- notó cómo las lágrimas se agolpaban en sus ojos. Ella lo alzó y lo sentó en sus rodillas, al tiempo que le acariciaba el pelo. Nunca nadie antes lo había cogido en brazos a él. Al menos no lo recordaba- Y es raro… Estoy asustado.
- Eres muy afortunado cariño, tienes un don muy especial. No hay de qué asustarse, sólo controlarse un poquito, para que nadie lo sepa, al menos de momento y aprender a utilizarlo bien.
- ¿Tú sabes qué es Gillian?- ella sonrió y le pellizcó cariñosamente la nariz.
- Sí y pronto tú también lo sabrás.
Todo volvió a la normalidad. Miró a la Profesora Marx, que había apartado la mano de su brazo, y caminaba hacia la puerta del aula. Ella no parecía darse cuenta de lo que ocurría cada vez que tocaba a Harry, esta era la tercera vez que pasaba. Y siempre se sentía cómo perdido, sintiendo que sabía quién era ese niño pero no podía recordarlo. Había un extraño vínculo entre los cuatro: Gillian, el niño, la Profesora Marx y él. Sentía que era como si se cerrase un círculo con ello.
Y ese niño, por lo que había podido entender, podía hacer cosas que los demás no hacían. Y no sabía por qué, y estaba asustado…Aquel niño era un mago. Lo sabía¿pero quién¿Es posible que fuese su padre? Quizá lo fuese, si no¿qué sentido tenían esas visiones? Estaba confuso. Podría subir al aula de la Profesora Trelawney y preguntarle, o quizá a Dumbledore… Esa tarde en el despacho si tenía ocasión le preguntaría.
En el Gran Comedor, estuvo tentado de contarle a Hermione y a Ron sus visiones, todavía nos les había dicho nada, era extraño, pero se le había pasado. Cuando llegó, estaban los dos discutiendo acerca de no sé qué de un libro que se ve que Hermione le había prestado a Ron y este se lo había devuelto manchado de tomate, o algo así le pareció entender.
Tenía un mal presentimiento respecto a la reunión con Dumbledore a última hora de la tarde. Algo iba mal. ¿Quizá Voldemort había adelantado sus planes? En ese caso todo iba a cambiar mucho, las cosas sucederían tan deprisa que casi ni tendría tiempo para dormir. Respiró hondo intentando vaciar su mente. No podía permitirse bajar las defensas. Sabía que Voldemort estaba esperando cualquier oportunidad para volver a entrar. No ocurriría. Echó un vistazo por el Gran Comedor para distraerse. Desde la mesa de Slytherin, Malfoy tenía los ojos clavados en él. Aguantó la mirada gris gélida. Fue un pulso mantenido, hasta que notó otros ojos fijos en él. Buscó con la mirada hasta encontrar de dónde provenía. La mesa de los Profesores. Snape. ¿Quién si no?
- Harry- lo llamó Ron-¿te encuentras bien? Estás pálido…
- Pues no, estoy un poco mareado…Esta tarde tengo que ir al despacho de Dumbledore y no me da buena espina…
- ¿Voldemort?- Hermione se había unido a ellos, con el tenedor cargado parado cerca de la boca- ¿Has tenido algún…?
- ¿Sueño?- negó con la cabeza- Hace ya tiempo que no tengo pero no sé, es como si algo funcionase mal, siento como si todo fuese muy deprisa y tuviese que cogerme a algún lado.
- Si quieres sube a echarte un rato antes de la reunión, esta tarde tenemos clase con Hagrid y Sprout, no creo que pase nada…
- Bueno, por lo menos no es Snape- comentó Ron- Tío, nosotros te excusamos, que estés al cien por cien es más importante que una clase.
- Pues creo que os voy a hacer caso. Me apetece dormir un rato. Igual se me pasa el mareo- se levantó para marcharse a la habitación. Era extraño. Sentía un desasosiego interior que hacía más de un año que no experimentaba. Desde que murió Sirius y todo pareció dar un vuelco enorme, cómo si no supiera como funcionar después de eso. Cómo si nada fuese a volver a la normalidad. Se tumbó en la cama y cerró los ojos. Por fin las cosas dejaron de dar vueltas. Le dolía la cicatriz, era un dolor sordo, continuo, que siempre estaba allí, aunque a veces conseguía quitárselo de encima, o quizá olvidarse de que seguía allí.
Posiblemente se quedó dormido, porque se despertó por un zarandeo suave. Abrió los ojos. Ron lo sacudía con cuidado.
- Harry, ya es la hora- lo miró con preocupación- ¿Te encuentras mejor?
- Sí gracias, pensaba que no me dormiría- sonrió y se incorporó.
- Ya sé que tienes que entrar solo, pero… ¿Quieres que te acompañe hasta el despacho?- sugirió Ron. Cómo quería al pelirrojo. Nadie había logrado despertar en él un cariño tan fuerte como lo había logrado Ron. Lo quería como se suponía que se quería a un hermano. Sus días más duros habían sido cuando pensaba que lo había perdido para siempre. Desde ese momento, Ron nunca dejó de estar allí, y con el tiempo se había vuelto mucho más perceptivo a las reacciones de su amigo. Incluso adelantándose a ellas. De verdad le agradecía el esfuerzo de hacérselo todo mucho más fácil.
- No Ron, gracias. Prefiero ir solo- se levantó y salió hacia el despacho. Cuando llegó frente a la gárgola, ni siquera tuvo que decir la contraseña para que se abriese. Se montó en la escalera móvil y la puerta del despacho se abrió para él. Remus, Snape, la Profesora McGonagall, Marx, Kingsley y Hestia Jones lo miraban desde dentro. Cerró la puerta del despacho y se sentó en el sillón que había en el centro- ¿Qué pasa?
Todavía no creía lo que acababa de escuchar. ¿Su madre el topo? Era imposible, no obstante, la cara de extrema seriedad del Profesor Snape le decían lo contrario. La verdad fue cayendo sobre él como un peso gradual que se hacía más y más intenso, hasta llegar al punto de creer que no podría soportarlo. ¿Sería cierto que la habían descubierto? Ojalá no lo hubiesen hecho, conocía de sobras a Lucius, y sabía que no tendría piedad con ella. La mataría. A no ser que el Señor Tenebroso se reservase el placer, en ese caso la torturaría primero para matarla después. El corazón se le encogió con miedo. Si ella moría no podría soportarlo, si había aguantado tanto tiempo sin llegar a derrumbarse era porque sabía que aunque en la sombra, ella estaba allí. No podía concebir una vida sin su madre. Era como un agujero negro instalado en su corazón. No tenía imaginación para ello. El mundo no podía existir sin su madre.
- ¿Mi madre?- preguntó titubeante.
- Sí Draco, lleva pasándonos información desde que…. Bueno, desde que Potter venció al Señor Tenebroso…- Dumbledore lo miraba con interés. Desvió la mirada hacia la punta de su zapato.
- Joven Malfoy, me gustaría hacerle unas preguntas sobre su entrenamiento como mortífago…- comenzó el director en tono afable, pero sin posibilidad de réplica. Asintió levemente con la cabeza.
- Señor Director, no sé si será el momento adecuado…- terció Snape, pero Dumbledore le interrumpió.
- Es posible que para esto jamás haya un momento adecuado Severus, no creo que sea plato de gusto para el joven Malfoy, pero es necesario. El tiempo apremia Severus. Esperar el momento adecuado no es algo que podamos permitirnos- por primera vez Draco se sorprendió de la fortaleza de Dumbledore, pese a ser tan viejo que parecía que el simple aire iba a quebrarlo era férreo y de voluntad inalterable. Era alguien a quien admirar, y temer-. Siento que nos hallemos en esta tesitura tan incómoda joven Malfoy, pero como bien sabrá, necesito de toda la información que usted nos pueda ofrecer.
- Desde luego, cuente conmigo- ¿qué estaba haciendo? Una cosa era dar la información que sus oídos habían recibido, otra muy distinta… Meterse en camisa de once varas con aquello. Pero se lo debía a su madre, si ella ponía en peligro su vida por un bien mayor él también podría hacerlo¿o no? Quizá no fuese capaz.
- Pues no alarguemos esto más de lo necesario- sonrió con amabilidad- ¿Podría decirme en que consistía el entrenamiento?
- Comenzaba con el aprendizaje de las directrices de los mortífagos y nos hacían repetir a todas horas los puntos, preguntándonos al azar y por sorpresa. Antes de comer, de dormir y al levantarnos, así como al comenzar y finalizar las sesiones de entrenamiento, debíamos recitar las directrices como rezando una oración.
- Un método bastante habitual para un lavado de cerebro- Snape estaba de espaldas a ellos. Aquel era un momento muy tenso para todos- Continúe, por favor.
- El primer año, el entrenamiento consistió en aprendizaje de hechizos de ataque y defensa. Artes Oscuras ya debíamos saber de antes. Nuestros padres se habían encargado de adiestrarnos. También de tácticas de lucha, y entrenamiento físico, ya sabe, resistencia a maldiciones…
- ¿Os practicaban las Imperdonables?- preguntó interesado.
- Sí, continuamente. Cada fallo o comportamiento indolente llevaba de premio un cruciatus u otras maldiciones inventadas por ellos. Créame cuando le digo que una de sus diversiones es inventar nuevos métodos de masacrar, sofisticados, convincentes, sencillos y lo más dolorosos posible- respiró hondo-. En el segundo curso de entrenamiento aprendimos pociones avanzadas, lógica, técnicas y tácticas de ataque. Y práctica de batalla, eso sobre todo. La defensa realmente no importa, caiga quien caiga a tu alrededor, da igual, mantén a salvo al primer círculo de mortífagos.
- ¿Y el último año? Usted no ha llegado a completar el entrenamiento… - No se había dado cuenta de que una pluma de Fénix tomaba notas suspendida sobre un pergamino encima de la mesa. Incluso se habían trazado diagramas que él había visualizado en su mente, aunque no los había comentado.
- El último año son las Imperdonables. No sólo las prohibidas por el Ministerio sino todas las que los mortífagos, y en especial el Señor Tenebroso, han ido creando y que si fuesen conocidas por el Gobierno serían calificadas de Imperdonables- no le estaba resultando tan difícil hablar de todo aquello, del minucioso y horrible entrenamiento al que se había visto sometido. Sacar a la luz todo aquello, realmente le hacía verlo de otro modo. No se sentía tan mal por haber sido un pelele tanto tiempo, ahora quizá sirviese de algo el maldito entrenamiento. Así podría dejar de sentir que no era sólo un Malfoy.
- Y permítame preguntarle¿cuál es su nivel de dominio de dichas maldiciones?
- Si ponemos una tabla del uno al diez, yo estaría sobre el cinco, o el seis. De haber completado el entrenamiento, estaría en nivel siete. A nivel diez pasas a formar parte del primer círculo de mortífagos, los más cercanos al Señor Tenebroso- tragó saliva. Un vaso de agua se materializó delante de él sobre la mesa. Bebió un largo sorbo- Gracias.
- No es nada- algo que odiaba en el viejo era que jamás dejaba de sonreír con condescendencia, cómo si lo supiese todo. Su estómago se encogió un poco más. ¿Todo?-. Prosiga joven Malfoy¿sabe únicamente practicar las maldiciones, o también como librarse de ellas?
- Nos enseñaron como resistirnos a ellas y como desviarlas, y obviamente el modo de ejecutarlas.
- ¿Podría esperar un momento fuera, joven Malfoy?- la orden estaba implícita en el tono afable. Sabía que la animadversión era mutua, ni a él le gustaba el viejo, ni a Dumbledore le gustaba él. Salió del despacho y cerró la puerta. Se sentó en el suelo a esperar a su profesor. Nunca jamás imaginó que todo fuese a desencadenar en esto. Nunca. Cuando se fue de casa a finales de Julio no pensó en las consecuencias de su marcha, no pensó en que daría que hablar que no continuase su entrenamiento y que se hubiese marchado de casa sin decir palabra. Que sus compañeros no eran estúpidos y se preguntarían que pasaba con él. Ahora más que nunca, estaba solo frente a todo, y le aterraba pensarlo.
Odiaba tener que enfrentarse sin más arma que él mismo a una batalla interna de lealtades. Por un lado, no quería traicionar a los que siempre habían estado junto a él, la gente que siempre hizo lo que él pedía, simplemente porque era él, y le debían un respeto. Por otra parte, no podía permitir que su madre luchase sola. Si ella estaba de aquel lado, él estaría junto a ella. Además tampoco podría soportar jamás que todo el mundo se sumiese en la oscuridad de la victoria del Señor tenebroso, sabiendo que quizá él pudo marcar la diferencia…. La puerta se abrió, y el Profesor Snape le hizo un gesto para que entrase en la habitación.
- Siéntese, joven Malfoy. Hemos estado considerando toda la información que nos ha proporcionado. Nos será muy útil- el hombre lo miraba inescrutable, como intentando descifrar sus pensamientos. Puso en marcha su bloqueo. Nunca permitiría que nadie supiese que escondía en su mente. Nadie- Y hemos pensado que sería muy recomendable que ese conocimiento no quedase oculto. En especial para Harry Potter.
- ¿Qué quiere decir?- preguntó ligeramente asustado¿no estarían insinuando que…? No, imposible, el Profesor Snape sabía como odiaba a Potter…
- Que sería muy interesante que compartiese sus conocimientos con Harry Potter.
- ¿Qué?- estaba estupefacto, aquello sí que jamás lo hubiese imaginado, nunca en su vida¿él¿Compartiendo algo con Potter? Estaban locos.
- Vas a entrenar a Potter como si fuese un mortífago Draco, necesita tener ese conocimiento- el rostro de su profesor era imposible de descifrar.
- Están de broma, no puedo hacerlo, no puedo, sencillamente. Nos odiamos. No puedo hacer eso. Siento no poder ayudarlo, de verdad, pero no puedo hacer lo que me pide- comenzó a levantarse para salir de allí. Aquello había sido una encerrona, jamás se lo perdonaría a Snape.
- No lo entiende, joven Malfoy. No es una petición- Dumbledore lo miraba por encima de las gafas de media luna- Harry Potter es quién deberá terminar con la vida de Voldemort, necesita el mejor entrenamiento posible. Comenzará mañana por la tarde. Después de su entrenamiento de lucha muggle con Kingsley. A las nueve, en la Sala de los Menesteres.
- Allí estará, Director-respondió por él Snape.
- Muy bien Severus. Avise a Ayla, que mañana tras su clase con séptimo curso notifique a Potter que venga a mi despacho tras su última clase. Yo enviaré las lechuzas para que esté todo el equipo. No quiero que esta información se sepa hasta mañana. Pueden irse- salió de allí cabizbajo. Por la forma de andar de su profesor, supo que él tampoco sabía nada de aquello, no había tenido más remedio que aceptar la voluntad del director. Dumbledore hacía y deshacía según conviniese.
Todos le observaban como si fuese la primera vez que lo veían. Empezó a ponerse nervioso, para hablar con él Dumbledore casi nunca llamaba al equipo completo de la Orden del Fénix. Estaba Kingsley, encargado de su preparación, así como a cargo de los aurores. Remus, cabecilla táctico; Hestia Jones, logística; Snape, información del otro bando; McGonagall, seguridad. Obviamente Dumbledore, el director, pero Marx¿qué pintaba ella allí? Respiró hondo. Algo gordo se cocía allí dentro. La gente estaba expectante, posiblemente no fuera el único que no tuviese ni idea de lo que iban a hablar.
- ¿Por qué estamos todos?- él, a diferencia de sus amigos, ya formaba parte activa de la Orden del Fénix, asistía a las reuniones, y participaba de las decisiones, estaba dentro del equipo de dirección. Si era él quién debía acabar con Voldemort¿no debería acaso estar enterado de progresos, nuevas informaciones y de las tácticas que iba a seguir el ejército que iba a estar al frente de la batalla hasta que ellos dos pudiesen enfrentarse?
- Harry, hemos recibido una información que nos sorprende- comenzó a decir Dumbledore con inusitada calma- Parece ser que Voldemort ha decidido adelantar su ataque de forma inmediata.
- ¿Y eso?- no estaba preparado para enfrentarse ya a ello, todavía no podía desencadenarse la guerra, era demasiado pronto. No estaba listo.
- Bueno, suponemos que se ha filtrado que alguien pasa información, y han querido dar un giro para pillarnos desprevenidos- aclaró Remus.
- El caso es que esto implica que tu entrenamiento debe forzarse al máximo.
- Sí, claro…Porque no estoy listo, aún no- no le gustaba un pelo todo aquello, había algo más que aún no habían dicho.
- Doblaremos tus sesiones de entrenamiento Harry, y su dureza. No será fácil, pero puedes hacerlo- comentó Kingsley cruzado de brazos, apoyado contra una de las paredes.
- Quizá deberías renunciar a algunas cosas, Potter- comentó la Profesora McGonagall mirándolo con seriedad, y un ligero desencanto.
- No, nunca renunciaré a nada, me da lo mismo el tiempo que lleve. Jamás dejaré el Quidditch. No permitiré que ese desgraciado me deje sin vida propia. Mi mundo no gira a su alrededor- Estaba decidido, no abandonaría el Quidditch y tampoco su entrenamiento como animago. Su profesora sonrió satisfecha.
- Pero es posible que no te de tiempo a todo Harry, y no puedes dejar de lado los estudios, o dormir…- terció Remus.
- Pues dadme un giratiempo si es necesario. Abarcaré con todo, puedo hacerlo, de verdad. Concededme un voto de confianza- se quitó las gafas y se apretó los ojos. Le dolía la cabeza. Necesitaba algo de marcha. Por suerte, esa noche con Kingsley descargaría adrenalina.
- Puedes marcharte Harry, si quieres. Tienes una hora hasta que empecemos- Kingsley le sonrió.
- Vale gracias, así me paso por el Gran Comedor y como alguna cosa- se levantó y se despidió con un gesto. No le apetecía comer, pero si se iba a pegar una paliza de tres horas haciendo ejercicio, mejor sería que se echase algo de combustible. Era bastante pronto, todavía no había casi nadie. Cuando faltaba media hora para que comenzase el entrenamiento, pasó por su dormitorio para ponerse la ropa de entrenar. Un pantalón de chándal de algodón negro, bastante ancho, una camiseta de esas que todavía guardaba de Dudley y unas deportivas. Fue directamente a la Sala de Menesteres. Todavía le sorprendía ver que aquella habitación, realmente no tenía límites. No era un gimnasio, pero se acercaba bastante. Tres de las paredes estaban cubiertas de espejos, y en una había adosadas unas espalderas de madera. Una cuerda con nudos colgaba del techo. Varias colchonetas en un rincón, un aparato de música muggle que funcionaba con magia. Justo al lado, una cuerda de saltar, y una caja llena de botellines de agua fresca, con algunas toallas junto a ellos. También había una serie de mancuernas. Puso uno de los cds que Kingsley había dejado allí para las sesiones y cogió la cuerda.
Comenzó con sus ejercicios de calentamiento. Saltar siempre lo animaba, al ritmo de la música, Elevation de U2. Tras sus veinte minutos de ejercicio aeróbico, pasó a los ejercicios con las mancuernas. Tenía diez minutos. Había trabajado los bíceps, los dorsales y los pectorales cuando llegó Kingsley vestido con su ropa de entrenar. La verdad es que el hombre era algo imponente. Más de metro noventa, con un cuerpo tan trabajado era imponente y atrayente.
- Vaya Harry, ya has empezado a calentar…- cogió la cuerda que Harry había dejado en el suelo- tendrás que esperar a que yo esté listo.
- No importa- sonrió- Así pruebo a ver si hoy puedo trepar la puta cuerda- terminó la serie de pesas trabajando los tríceps. Y se dispuso a subir por la cuerda. Cuando iba al colegio, nunca lo consiguió, y se había quedado con la espinita. Saltó para alcanzar la cuerda que colgaba medio metro por encima de su cabeza y se aupó con los brazos hasta que sus pies encontraron el primer nudo. Cogió con las manos el siguiente nudo y flexionó las rodillas para subir los pies. Poco a poco se acercaba al final de la cuerda. Notaba los brazos tensos. Había llegado el momento de bajar. Otro día lo conseguiría. Saltó al suelo. Tenía la camiseta empapada. Y aún quedaban dos horas.
- ¿Listo?- preguntó Kingsley secando el sudor de su cara. Asintió. Se acercó al aparato de música, y buscó entre los discos- ¿Queen?- Perfecto, Queen estaba genial. We will rock you comenzó a sonar en la sala- Muy bien, continuemos con lo del jueves pasado, kickboxing. A ver de qué te acuerdas.
- Cómo voy a disfrutar con esto, tío.
-Esa es la actitud- Kingsley flexionó las rodillas y colocó los brazos delante del cuerpo- Uno…dos…¡tres!- comenzaron a moverse al ritmo de la música, girando en torno a un cuadrilátero imaginario. Lanzando golpes sin llegar a pegar en el otro. Patadas justas a la cara, hombros, y rodillas. A la hora estaban agotados de tanto salto. Bebió un largo trago de agua. Le encantaban esos entrenamientos. Le parecían mucho más útiles que tanto hechizo. Lo hacían todo más real. Sabía que ni el judo, ni la capoeria, el kickboxing, o el boxeo, lucha libre, kárate, etc…, le iban a servir en la batalla contra a Voldemort, pero le daban agilidad mental, se adelantaba a los movimientos que iba a realizar Kingsley, en este caso. También velocidad de reacción. Y además le encantaba. Ahora tocaba arte marcial libre, que era como la lucha libre, pero con las bases de las artes marciales, es decir: contacto el mínimo. Los martes por la noche siempre hacían una lucha real, para ver los progresos. Si sufría algún percance, como hematomas o algo así, no era nada que la Señora Pomfrey no pudiese curar.
- Si estás cansado, hacemos algo menos pesado- sugirió Kingsley quitándose la sudadera. Se quedó en camiseta de manga corta blanca, que destacaba sobre su piel oscura.
- No estoy cansado, lo necesito King, si no me desahogo acabaré explotando- se quitó las gafas, que se le habían empañado por el sudor. Se secó los ojos- Además, quiero ver de qué eres capaz- vaciló ligeramente. Kingsley cambió la canción. Cada hora entrenaba con una canción diferente. Another One Bites The Dust.
- Te voy a meter una paliza, y lo sabes- movía la cabeza al ritmo de la música- Let's go…- canturreó.
-No estés tan seguro King, sólo te digo una cosa- se quedó callado hasta el momento justo de la canción y cantó- Another one bites the dust…- se colocó en posición para comenzar la pelea.
- Así me gusta- se rieron los dos- A trabajar…- Ahora valía todo, o casi. Se abalanzó sobre su maestro, lanzando una patada certera a la espinilla de Kingsley, pero este se agachó rápidamente para coger la pierna de Harry y tumbarlo. Pero interpretó bien el movimiento de su maestro, y con un giro brusco de la cadera, cambió la dirección de la patada, e impactó con el empeine en las costillas de Kingsley. El hombre se levantó con una sonrisa perversa y le indicó que se acercase con un leve gesto de la mano.
Estaba disfrutando como nunca, el sudor le resbalaba por la cara y se colaba en sus ojos. Resopló y avanzó decidido hacia el Auror, dispuesto a parar todos los golpes y dar el blanco, negro, en este caso, todas las veces que pudiese. Kingsley parecía un robot, dada la velocidad a la que se movía. Los puños que iban dirigidos a su cara, sin aparente espacio de tiempo entre uno y otro, eran detenidos por Harry en seco con la mano plana o antebrazo contra antebrazo.
Giraban el uno alrededor del otro con rapidez, apenas veía lo que ocurría. Su instinto le indicaba qué hacer y como hacerlo, cómo esquivar el golpe, cómo pararlo, cómo evitar que sus golpes fuesen detenidos. La escena se desarrollaba en su mente como a cámara lenta, tenía tiempo de sobra para reaccionar ante cada ataque. Había ganado a lo largo de dos años una confianza en si mismo que nunca hubiese imaginado, podría, incluso, haber cerrado los ojos y no fallar un solo golpe. Se sentía como un animal, quizá su entrenamiento como animago estaba dejándole secuelas, sus sentidos estaban despiertos, la sangre fluía salvaje por sus venas, el corazón latía con ferocidad. Más que nunca, se sentía invencible. Aunque siempre estaba Kingsley para recordarle que no lo era. Un simple descuido, o como le decía su maestro, un exceso de confianza, le hizo dejar libre un hueco entre su mano y su torso, un puño más bajo penetró sus defensas. El dolor en las costillas le hizo tambalearse. Se pararon los dos.
- Has de recordar que no eres invencible, Harry- le reprendió con suavidad, tendiéndole una botella de agua- A menudo, sobretodo cuando hemos triunfado en casi todo lo que hemos hecho, o cuando nos sentimos especialmente buenos en algo, tendemos a pensar que somos invencibles, y no lo somos, para nada- sabía que King tenía razón, que siempre dejaba algún hueco por el que podían penetrar y hacerle daño, incluso matarlo, pero odiaba que se lo tuviese que recordad en todas y cada una de las sesiones. Sabía de sobra que no era invencible, que tenía miles de puntos débiles, y que su mayor arma era al mismo tiempo su mayor debilidad. Era capaz de amar, si, pero eso le hacía vulnerable frente a quien era incapaz de ello. Harry temía perder a la gente que quería, sólo de pensarlo, era incapaz de respirar. Para Voldemort la gente cercana a él no eran más que peones. Siempre se podían reemplazar- Repítetelo todo el rato que estés en la batalla, Harry, "no soy invencible", sólo así recordarás que tu cuerpo no es invulnerable, y que los hechizos dirigidos contra ti, pueden hacerte daño. Sólo así serás consciente del valor de tu propia vida.
- Sé que tienes razón King, y de verdad, cuando empezamos las sesiones me lo repito como un mantra, pero se me olvida al cabo de un rato- protestó.
- Tatúatelo en el antebrazo, así cada vez que empuñes tu varita lo verás y jamás se te olvidará- sugirió. Harry abrió los ojos. No era mala idea, siempre le había apetecido hacerse un tatuaje- Habla con Bill Weasley, él te lo hará.
Asintió y tras beber otro largo trago de agua, caminó hacia Kingsley, con la intención de ganar la pelea. Ahora le tocó a Shacklebott parar sus golpes. Repetía en su cabeza "no soy invencible" hasta el punto que dejó de tener significado y simplemente le daba más fuerza. Estaban tan inmersos en su combate que no se dieron cuenta de que excedieron el tiempo de la clase, y tampoco, que la puerta del aula se había abierto y dos personas contemplaban la escena.
Snape pasó a por él media hora antes de su ejecución, si no física al menos seguro que moral. Con el corazón latiendo contra su garganta y el estómago encogido en un puño, caminaba junto a su profesor por los pasillos de Hogwarts. No podía creer que se hubiese metido en tal follón. El miedo se lo comía. No podía enfrentarse a Potter después de lo que había visto en Hogsmeade, si este año ya le costaba mantener su mirada, ahora que sabía que Potter podía colarse en sus sueños y hacerle daño donde menos se podía defender... No podía tenerlo delante y mucho menos a solas, enseñándole lo que tenía que enseñarle. Le faltaba el aire solo de pensar en enfrentarse al nuevo Potter, en ser incapaz de ocultar que él había dejado de ser el mismo de siempre, que todo se le había derrumbado por dentro. Que se diese cuenta de cómo se sentía y se aprovechase de ello. No podía con todo, pero ya no tenía opción de negarse.
Llegaron a la Sala de los Menesteres. Miró a su profesor que se apoyó en la pared, sin decir nada. Quizá no se atrevía a enfrentarlo después de haberlo puesto entre a espada y la pared. Quizá lamentaba haberlo puesto en esta situación sabiendo que no estaba bien, que no era el mismo de siempre. Pasaron un rato en incómodo silencio, oyendo voces y música dentro. Snape miró su reloj de bolsillo. Suspiró y abrió la puerta, revelando una especie de sala de entrenamiento. Sonaba una música que nunca había escuchado. La curiosidad pudo a su miedo y se asomó.
Si lo que llevaba pretendiendo todo el año era olvidarse de que se sentía atraído por los hombres, no debería haberse asomado. Potter y otro hombre, que le sonaba de haberlo visto alguna vez, se peleaban en el centro de la habitación. Sus camisetas empapadas se pegaban a sus cuerpos, marcando cada uno de los músculos del torso de cada uno. Tragó saliva y cerró los ojos con un gesto de dolor. Los abrió de nuevo para ver a Potter quitándose el sudor de los ojos. Hizo un gesto para parar. El hombre mayor asintió. Potter se dio la vuelta y se quitó la camiseta. No. No podía estar pasándole a él. Era una absoluta pesadilla. La vida no podía ser más injusta. ¿Por qué Potter era capaz de vivir feliz con su sexualidad y él no¿Por qué tenía ese cuerpo increíble y él apenas era capaz de comer¿Por qué siempre estaba rodeado de gente que lo quería y él estaba solo¿Por qué había renunciado a lo que siempre había conocido? Ni siquiera fue por principios, sino por desidia, disgusto. Pero tampoco importaba, fuese por el motivo que fuese, el resultado era el mismo, estaba solo y con el agua al cuello por distintos motivos.
Intentando pillarlo desprevenido, el maestro avanzó a él sigilosamente y se dispuso a darle una patada en los riñones a Potter. Eso iba a doler, iba a doler muchísimo… Cuando estaba a punto de impactar contra él, Potter movió el brazo con velocidad y sin darse la vuelta, lo agarró del tobillo y le hizo perder el equilibrio. El hombre cayó al suelo con un golpe seco. Potter se giró con una sonrisilla de autosuficiencia que hizo que su corazón se encogiese de miedo. ¿Cómo iba a enfrentarse a algo así? Poniendo un pie encima del torso del hombre, alzó el botellín de agua y bebió con avidez, mojándose el pecho desnudo. Draco respiró hondo.
- ¡ Y…Potter gana…!- levantó la vista y los vio en el quicio de la puerta. Su expresión de satisfacción se tornó contrariedad y murmuró- … Otra vez… - El hombre tumbado se giró para ver que era lo que ocurría. Se levantó de un salto.
- Severus…- miró un reloj de pulsera que llevaba puesto y frunció el ceño- Vaya, es tarde¿qué ocurre?- miró a Draco como si no entendiese que pintaba allí. Potter los miraba desde atrás con cara de haberse perdido en algún momento. Le hubiese gustado ser capaz de apartar la mirada. No podía. Tenía un cuerpo absolutamente sublime. Potter lo miró y entrecerró ligeramente los ojos. Mensaje entendido. No se mira.
- El señor Malfoy va a entrenar a Potter, Shacklebott. Dumbledore lo ha decidido así- hubo un silencio tenso. Potter pasó su mirada de él a Snape, y luego de nuevo a él.
- ¿QUÉ!- exclamaron ambos.
- Eso no es posible Severus, Dumbledore no puede decidir algo así sin consultarlo entre todos. Estamos hablando de Artes Oscuras…
Malfoy… Lo iba a entrenar Malfoy. Era peor que la Oclumancia con Snape, peor que Defensa con Snape, peor que Pociones con Snape. No podía ser entrenado por Malfoy. No quería verse en esa situación de inferioridad respecto al otro.
- ¿Malfoy?- preguntó indignado- ¿Por qué va entrenarme él-dijo despectivo- en Artes Oscuras?
- Porque él- respondió Snape con el mismo tono- ha sido entrenado durante tres años para unirse a las filas de mortífagos- miró a Malfoy, que parecía querer hacerse invisible detrás de su profesor, o que la tierra se lo tragase. Siempre lo había sabido, Malfoy se prepararía para ello, y luego le faltarían agallas para llevarlo a término. Cobarde- Así que su querido Señor Director, ha decidido que lo mejor es que el señor Malfoy lo entrene para que pueda salvarnos a todos, señor Potter.
- Nos metemos en un terreno peligroso Severus, Dumbledore no lo ha comentado, sabiendo que encontraría oposición, y desde luego que la ha encontrado, no puedo permitir sin más explicación que un mortífago en potencia entrene a Harry- Kingsley se secó el sudor y se dispuso a salir de la habitación- Voy a hablar con él.
- Ya puede decirle lo que quiera Shacklebott, lo ha decidido, y nada de lo que le diga le hará cambiar de opinión- los miró a ambos- Les dejo solos señores. Señor Malfoy, ya sabe lo que tiene que hacer. Potter, a ver si logra disfrutar- con una sonrisa sardónica, salió de la habitación cerrando la puerta. Se quedaron solos y la certeza cayó como un jarro de agua fría sobre Harry. Draco Malfoy iba a entrenarlo como mortífago.
