N/A: Bueno, pues aquí os dejo un nuevo capítulo. Espero que encontréis por fin un inicio de lo que veníais esperando desde que comencé a publicarlo, tanto tiempo atrás. Tengo buenas noticias, a partir de este punto, me apetece muchísimo escribirlo y espero que lo disfrutéis tanto como yo.

CAPÍTULO14: YULE

Las vacaciones de Yule se cernían sobre Hogwarts, igual que las nubes negras que se derramaban por la cima de las montañas que rodeaban el colegio. La nieve lo cubría todo y cada día apetecía menos salir del castillo, por suerte encantado para permanecer caldeado por más frío que hiciese fuera. Los copos de la sempiterna nevada caían lentamente posándose en el alféizar mientras Harry los observaba sentado en una mesa con sus apuntes de Transformaciones esparcidos sobre ella, apoyado cansinamente en una mano mientras jugueteaba con un bolígrafo en la otra, pensando distraído.

A sus espaldas la Sala Común de Gryffindor ardía en bullicio. Era la última tarde antes de las vacaciones y todo el mundo, excepto Harry, volvía a casa. Los de primero, excitados, se daban sus direcciones para quedar durante las fiestas, escribirse postales o llamarse por teléfono en el caso de los hijos de muggles. Los mayores aprovechaban el último momento para hacer sus maletas y recoger lo que durante el trimestre habían dejado por la Sala Común.

Todavía no se había declarado abiertamente la guerra de Voldemort contra todos, pero los atentados que habían tenido lugar a partir de Noviembre dejaban claro que tampoco tardarían mucho en hacerlo. Y los padres de los niños estaban asustados. Temían ser atacados en cualquier momento y aprovechaban cada ocasión para estar con sus hijos. Sabían que podía ser la última.

- ¿Peleándote con la desaparición de objetos?- se sobresaltó dando un respingo, no había oído a Hermione sentarse a su lado.

- Bueno- comentó suspirando- La verdad es que trataba de pensar en qué narices haré durante las vacaciones…-puso cara de asco.

- Puedes aprovechar para estudiar- sugirió Hermione con sonrisa de: "Sabías desde un principio que iba a decirte esto"- Le puedes pedir también a la profesora McGonnagall que te de clases extra de lo del animago, organizar las nuevas sesiones de ED, que la verdad es que nos hace falta ir más en serio, o practicar con la guitarra a tus anchas, y ¡oye!...- exclamó dándose una palmada en la pierna- puedes actualizar el Mapa del Merodeador.

- Hermione, no se me habían ocurrido ni la mitad de las cosas, gracias- comentó sarcástico- pero son quince días, tía, y estoy solo con McGonnagall, Dumbledore y algún otro profesor que se quede…

- Harry- dijo con gravedad poniéndole una mano en el hombro- Sabes que me gustaría quedarme, pero…quiero ver a mis padres y quedar con mis reencontradas amigas, ir al cine, que hace siglos que no voy, conectarme a Internet…- exclamó con un suspiro de anhelo.

- Vamos, que necesitas una inyección de "muggleismo" en vena- interrumpió divertido.

- Si- rieron los dos- lo necesito, esto me gusta, me encanta, pero ahora que he redescubierto algunos placeres de la vida muggle…no sé…me apetece compaginar un poco- suspiró- Te diría que vinieses conmigo, pero bueno, si Dumbledore ha dicho que te quedes… ¡Sólo serán quince días, hombre!

- Sí, sólo quince días- resopló- y aprovecharé para adelantar trabajos y cosas, que con la vida tan ajetreada que llevo casi no tengo tiempo de hacer nada.

- Eso es verdad- le apretó el brazo cariñosamente- Te escribiré a diario, ¿vale?- sonrió.

- Y yo te contestaré, porque tampoco tendré muchas más cosas que hacer…

- Pobre Hedwig- Hermione se tapó la cara con las manos.

- Jajajjaja, cierto. Usaré lechuzas del colegio también.

Ron se acercó a ellos y se sentó al otro lado de Harry. Desde la noche en el Finnegan's Wake todo parecía no sólo ir bien, sino mejor que nunca. Y puede que ellos lo sintiesen así, pero él sabía que no era cierto, que era cómo un baile de máscaras, en el que cada uno interpretaba el papel de normalidad y cordialidad con bastante técnica pero poco sentimiento. No podía dejar de pensar en lo poco que confiaban en su criterio, en lo mucho que parecían depender de él y estaba agobiado. Mucho. Había rehusado ir a La Madriguera con Ron porque quería poner un poco de espacio entre ellos. Con Hermione había sido más fácil. Tras pasar un verano con sus padres, obligada, había redescubierto las delicias de la vida muggle y, Harry estaba convencido, se había enganchado a algo por internet, ya que se había pasado todo el trimestre farfullando por lo bajo "¿por qué no hay un maldito ciber en Hogsmeade?" Así que ahora que tenía la oportunidad de pasarse quince días delante de un ordenador, no la iba a desperdiciar.

- Harry, ¿de verdad que no quieres venir?- preguntó Ron por enésima vez- mi madre me ha escrito esta mañana y…

- No Ron, en serio. Dumbledore prefiere que me quede, y bueno…más vale curarse en salud- se encogió de hombros. Si supieran que Dumbledore no le había dicho nada de quedarse en Hogwarts…

- ¿Quieres que me quede aquí contigo?- ofreció con una sonrisa.

- Ron, escúchame, por favor. Vete a casa con tus padres y pasa estas fiestas en familia. Yo estaré bien aquí- aseguró- No va a pasarme nada malo. Además, me vendrá bien estar solo, para variar.

Ron se encogió de hombros y se levantó para dejar caer sus huesos en uno de los sofás. Viendo que aunque pretendiera fingir estudiar, no iba a poder hacerlo, recogió los apuntes de transformaciones y se sentó junto a Ron.

- ¿Qué tal con Lisa Turpin?- tras haber dejado plantada la chica la noche del bar, Ron había estado insistiéndole a Lisa por una segunda oportunidad. Hermione, cada vez que se encontraba con ella le decía lo simpático, agradable y divertido que era. Al fin y al cabo, que hoy por hoy Lisa y Ron no estuviesen saliendo juntos, era culpa suya.

- Pse…me ha dicho que estoy en periodo de prueba, y que si la cago una sola vez…ni me vuelva a acercar a ella- miró a Hermione con odio- Es tu culpa, lo sabes, ¿no?

- Sí, lo sé, lo siento- Hermione puso los ojos en blanco- Ron, te lo he dicho mil veces diarias, me equivoqué, ¿de acuerdo? Esa noche no estuve fina, lo siento, pero me temía otra vez lo de cuarto curso y no, me niego. No soporto estar entre vosotros cuando os cabreáis.

- Hermione- comenzó Harry con cautela- la próxima vez, déjanos a nuestro aire. Ya se nos pasará. Somos orgullosos, pero no tanto como para no volvernos a hablar en la vida- respiró hondo y reunió valor para comenzar con el tema que quería dejar zanjado de una vez por todas y, al menos eso esperaba, solucionado- Esto…he estado pensando, y…- resopló- hay algo de lo que me gustaría hablar con vosotros.

- Sí, creo que sabemos de que va…- murmuró Ron abatido.

- Yo sólo quiero que sepáis que me importáis mucho, y que agradezco que estéis pendientes de mí, pero…- cerró los ojos con fuerza- Creo que estáis demasiado pendientes…

- ¿Estás diciendo que te agobiamos?- preguntó Hermione indignada. Ron estaba lívido y lo miraba sin verlo.

- Sí - se pasó las manos por el pelo y los miró a los ojos- No me gusta tener que dar explicaciones de todo, ni rendir cuentas a nadie de lo que hago o dejo de hacer- suspiró- Sé que me queréis y que os importo, y me halaga, en serio, os lo agradezco muchísimo. Y vosotros estáis para mi primero que nadie, pero, no sé…siento que siempre estáis mirando a ver que hago o dejo de hacer…

- Bueno Harry- comenzó Hermione con autosuficiencia- Está claro, y a las pruebas me remito, que tú solo no sabes cuidarte solo.

- ¿Perdona?- exclamó Harry haciendo que gran parte de la gente que había en la Sala Común se girase hacia ellos y bajó la voz al volver a hablar- ¿Qué no sé cuidarme solo? ¿Tú cómo narices piensas que sobreviví durante diez años en casa de mis tíos? ¿Crees que alguien veló por mí cuando tenía pesadillas? ¿O que me llevaban al médico cuando me ponía enfermo? ¿Sabes durante cuanto tiempo estuve sin gafas cuando era más que obvio que las necesitaba? Que me hayas ayudado a salir de algún lío, no te da derecho a sentenciar que no sé cuidar de mi mismo, Hermione.

- No quería decir eso, Harry- se disculpó torpemente.

- Sí querías decirlo. Nadie ha cuidado de mí nunca. Y ahora tampoco lo necesito. No estoy acostumbrado a vivir entre algodones. ¿Y sabéis qué? Me agobian, me siento ahogado. Cuando hago algo siempre escucho vuestra voz en mi cabeza dando vuestra opinión, la pida o no…y por si fuera poco, vivís a través mío.

- ¡Eso no es cierto!- se quejó la chica con los ojos entrecerrados. Harry se había levantado y caminaba ante ellos de un lado a otro, nervioso, como un león enjaulado.

- Sí lo es- se paró delante de Ron- Me revienta ver cómo cada paso que doy lo hacéis vuestro. No os quito el mérito que os merecéis, siempre he dicho que si no fuera por vuestra ayuda no seguiría con vida…pero es mí vida. Y quiero poder tomar mis decisiones sin cuestionarme si lo consideraréis correcto o no.

- Mira, Harry, nosotros nunca te hemos dicho lo que tienes que hacer o dejar de hacer…si quieres entrenarte con Malfoy, adelante, pero… ¡déjanos decirte si nos parece mal o no!

- No me molesta que me digáis que os parece buena o mala idea, lo que me jode es que me hacéis elegir. O el entrenamiento o nosotros. Pues no puedo elegir, ¿de acuerdo? A veces no tengo más remedio que hacer las cosas y punto. Os guste o no. Me guste o no.

- ¿Y tú no dices nada?- le espetó Hermione a Ron, que había permanecido callado mirándolos, perdido en su propio mundo. Ron miró a Harry y suspiró.

- No sé si tendrá razón, pero…puedo entender por qué se siente así- dijo Ron en voz prácticamente inaudible - Es que, al menos en mi caso, estoy demasiado acostumbrado a que todo gire en torno a ti, y a ser el primero en saberlo todo. Es difícil tomar distancia- se encogió de hombros- Y me molestó que no me dijeses antes lo del entrenamiento con Malfoy, pero tío… ya sabes que no me puedo callar cuando me caliento.

- Ron, no se trata de que no puedas callarte o no- interrumpió- Es que me hiciste elegir entre tú y algo que necesito hacer.

- Lo sé, y aunque en ese momento me sintiese traicionado, lo he estado pensando y creo que fui un poco exigente contigo- tragó saliva- Muchas veces me siento como un cero a la izquierda a tu lado y aunque sé que tú no piensas eso de mí, últimamente me da la sensación de que sólo vives para el entrenamiento, que es lo único que te importa…y di por sentado que si yo no podía ayudarte a ser mejor en algo…me harías a un lado y buscarías a alguien que te aportase cosas más útiles.

Ron estaba triste, y generalmente nunca lo estaba. Tras todos los reproches de Hermione que habían logrado sacarlo de sus casillas, una vez más, lo que había dicho Ron lo devolvió a la tierra. No era el único que tenía algo que reprochar. Y le dolía pensar que Ron creía que no le aportaba nada.

- Ron…- lo miró a los ojos- Tú me ayudas a ser mejor persona…- se sentó de nuevo junto a Ron- ¿Por qué piensas que no me aportas nada? Eres mi mejor amigo.

- Lo sé, y me siento estúpido por pensar así, pero no puedo evitarlo. Es un círculo vicioso.

- Pues deja de pensarlo porque no es cierto- le revolvió el pelo- Tienes un montón de cosas que aportar, a mi y a todo el mundo. Eres divertido, inteligente, sí Hermione, no pongas esa cara, nadie que no sea brillante puede jugar al ajedrez cómo lo hace él. Y sobre todo, eres un gran amigo…pero ser amigos no significa tener que compartirlo todo. Significa estar ahí para lo bueno y lo malo. Dar consejos, pero apoyar la decisión final aunque no estemos de acuerdo con ella. No juzgarme gratuitamente.

- Siento mucho haberte fallado como amigo- sonrió con tristeza- No he estado a la altura de lo que necesitabas.

- Ser amigo también significa perdonar los tropezones y tender la mano para volver a levantarse- ambos sostuvieron la mirada- Yo siento haberte hecho pensar que no eras importante para mí, que no quería continuar mi amistad contigo, y siento otras muchas cosas que habré hecho sin saberlo y que te hayan molestado.

- Perdonado- sonrió un poco más alegre y se giró hacia la chica- ¿Y tú no crees que te has pasado un poquito?- Hermione levantó la vista avergonzada.

- Quizá deba admitir que me he excedido un poco- suspiró Hermione- Es difícil no preocuparse por ti, ¿sabes? Siempre te estás metiendo en líos, por no hablar del Gran Lio, y dado nuestro historial no puedo evitar pensar, y por desgracia, llegar a creer- se rió incómoda- que tu vida es una extensión de la mía. Y…- recalcó- comprendo que estés un poco hasta los cojones de nosotros- sonrió tímidamente- Prometo no volver a meterme en tus asuntos, al menos en los que no me pidas que me meta, ¿vale?

- Vale- No había pasado el momento de tensión y desde luego no estaba todo arreglado, pero ahora se sentía muchísimo más relajado. Se mantuvieron en un estado glacial, cortés y amable, pero ligeramente envarado. Ninguno de los tres quería perder la amistad de los otros dos, y la noche del Finnegan's Wake esta había sufrido un duro golpe del que aún estaba convaleciente. Pasaría tiempo hasta que se recuperase del todo y volvieran las aguas a su cauce. Mientras tanto, hicieron como si nada hubiese ocurrido y pasaron el resto del día jugando a las cartas, lanzándose indirectas de los regalos que querían y escuchando la cantaleta del plan de estudios de Hermione que se había encargado, un año más de salvarles el culo haciéndoles los horarios para las vacaciones.

La mañana siguiente lo sorprendió una Torre de Gryffindor inusitadamente vacía y silenciosa. Descendió los peldaños con calma, encontrando la Sala Común desierta. En una de las mesas había una bandeja con el desayuno listo para ser servido. Obviamente, había tan poca gente en el castillo que servían individualmente, en lugar de un desayuno común en el Gran Comedor. Sería un poco penoso comer sólo, pero era mejor, sin duda, que hacerlo sin más compañía que los profesores.

Tras el solitario desayuno se encaminó al despacho de la Profesora McGonnagall, que se mostró encantada con su petición de hacer un cursillo intensivo de su transformación en lobo. Pasaron toda la mañana practicando, y para cuando llegó la hora de la comida, había reducido su marca casi seis minutos. Compartió el almuerzo con su profesora y después salió a dar una vuelta por el campo de Quidditch. Pasó la tarde en la Sala Común estudiando y practicó los métodos de guitarra que Chris le había enviado.

Y así se sucedieron los tres días siguientes hasta la vigilia de Yule. Se dio una vuelta por el colegio, gozando de la decoración del lugar. Colores rojos y negros engalanaban las vigas de madera, ramilletes de acebo y muérdago daban el toque de verdor y las velas la calidez necesaria. Por la mañana, junto a la bandeja del desayuno había una nota de Dumbledore, invitándolo a participar en el ritual del sabbath que tendría lugar por la noche. Bueno, allí estaría. No le haría mal tener compañía, para variar.

Pasó el resto de la mañana envolviendo los regalos que pensaba intercambiar en la Vigilia y después de comer se encaminó a la lechucería cargado con los paquetes.

Tras la velada en el Finnegan's Wake en compañía de Blaise, Draco estaba logrando dormir bastante mejor sin tener que matarse de cansancio previamente. El consejo de su amigo había sido mejor que bueno. Confiar en su mano derecha y dejar volar la imaginación. Incluso fue capaz de despertarse un par de días con una sonrisa en la cara.

Pero la vida no es un camino de rosas, y cada día que transcurría Draco lo recordaba amargamente. Se acercaban las fiestas más familiares del calendario y él debía quedarse en Hogwarts, sin más compañía que los fantasmas y los profesores. Era la primera vez que no podía elegir si quedarse en el colegio o marcharse a casa para pasar las vacaciones con sus padres. Además, todo el mundo se marchaba. Sus viejos amigos a unirse definitivamente a las filas del Señor Oscuro, y Blaise con su familia. Le había invitado a pasar las fiestas con ellos, pero sentía que no podría soportar ver familias felices ahora que él no podía siquiera fingir que la suya lo era.

Así que habló con el profesor Snape para inscribirse en la lista de los que se quedaban de Slytherin. Su nombre era el único en ella. Apenas nadie se iba a quedar en el colegio, todo el mundo corría a sus hogares por si era la última vez que los veían en pie. Por lo que le dijo su profesor, sólo se quedaban aquellos a quienes el Señor Tenebroso o los mortífagos habían quitado todo. Bueno, pensándolo bien, podía contarse entre ellos.

- Vale, si te aburres hasta el punto de querer tirarte de la Torre de Astronomía, envíame una lechuza y vendremos los Zabini al rescate, ¿de acuerdo?- le dijo Blaise mientras arrastraba su baúl fuera de la habitación con esfuerzo.

- De acuerdo- accedió resignado- Pero no llega a quince días y tengo muchísimo trabajo que hacer, Blaise, no creo que me de tiempo a aburrirme- al menos eso esperaba. Observó como poco a poco la Sala Común se iba vaciando. Vince, Greg y Theodore salieron de la habitación tras Blaise. Sostuvieron con él la mirada unos segundos y luego continuaron su camino. En la puerta de salida estaba Pansy mirándolo con aire decepcionado. Cuando estuvieron todos juntos, se marcharon.

- Pues nada…- resopló Blaise sentándose encima del pesado baúl- Me voy- se puso en pié y sin previo aviso lo abrazó brevemente- Feliz Yule.

- Igualmente- respondió sorprendido y palmeó la espalda de Blaise. Su amigo se separó de él. Sonrió- Pásalo bien, ¿eh?

- Lo mismo digo, y no trabajes demasiado- con aquellas palabras Blaise Zabini, el único amigo auténtico que había tenido hasta la fecha se marchó. Dejándolo más solo de lo que jamás había estado.

Se dispuso a pasar las fiestas más solitarias de su existencia en la vacía Sala Común de Slytherin. El primer día de vacaciones lo dedicó a planear su proyecto de Cuidado de Criaturas Mágicas y a seleccionar la bibliografía que iba a necesitar. Pasó el día en un suspiro, atareado tomando apuntes de aquí y de allá, elaborando el trabajo más completo sobre dragones que jamás hubiese realizado un estudiante de Hogwarts. Pero tras la solitaria cena, que comió con inusitada tranquilidad e incluso disfrutó, sabiendo que nadie podía observarlo, se sentó frente a la chimenea y observó las llamas crepitar.

Si las cosas no se hubiesen torcido, a estas horas estaría sentado con su madre en su salita, tomando una taza de chocolate caliente y poniéndola al día de las cosas en Hogwarts. Ella le contaría novedades del mundo mágico que no llegaban al colegio y cotilleos de la "gente guapa". Más tarde se iría a dormir con la seguridad de que la mañana lo sorprendería en su cama, en su cuarto, rodeado de sus cosas, se daría una ducha en su baño, se pondría una de sus túnicas y bajaría a desayunar al comedor familiar con su madre. Supervisaría la decoración de la casa, idearía con su madre la cena de la Vigilia y el tentempié tras el ritual, organizarían los sitios donde debían sentarse los invitados y envolverían los regalos.

Por la tarde iría con Lucius a comprar regalos, una de las pocas cosas agradables que hacía con su padre. Irían a Gringotts, después a las mejores tiendas y por último cenarían en algún caro y exclusivo restaurante. Lucius hablaría sobre las vicisitudes de ser un Malfoy a tiempo completo y recalcaría lo que se esperaba de él, y a cambio, Draco recibía, de tanto en tanto, algún pequeño cumplido, información interesante e incluso consejos que habían llegado a serle de utilidad. De vuelta en casa, su madre los esperaría para encender el Tronco de Yule antes de irse a dormir.

Y cuando amaneciese Yule, desayunarían por una vez los tres juntos, pasaría la mañana escribiendo tarjetas de felicitación. Tras una frugal y temprana comida se prepararían para recibir a los invitados. Tras la cena harían el ritual en el jardín y luego entrarían para tomar un tentempié de madrugada mientras intercambiaban los regalos.

Pero las cosas se habían torcido, de tal modo, que en lugar de estar junto al fuego con su madre en un acogedor saloncito, estaba junto al fuego, sin más compañía que la suya propia en la fría mazmorra de un castillo medieval. Se acostó en la silenciosa habitación y se arrebujó en las mantas. Sabiendo que por la mañana no despertaría en su casa. Sabiendo que este año Yule no sería especial.

Los dos días siguientes fueron una copia del primero, sólo que ahora ya sabía qué información buscar y donde, así que copió todo aquello que le interesaba y apuntó qué nueva información quería encontrar. Envió una carta a la Biblioteca Mágica de Londres solicitando en préstamo algunos volúmenes que llegarían en una semana. La tarde anterior a Yule pasó por la Sala de Menesteres para entrenar hasta caer rendido. No quería tener fuerzas para pensar. Sólo se guardó la energía suficiente para llegar al baño de su habitación y darse una ducha antes de la cena, para luego dejarse caer en la cama y dormirse antes de que la cabeza tocase la almohada.

Se despertó cuando no pudo soportar el calor bajo las mantas y la necesidad de ir al servicio apremiaba. Se vistió cabizbajo, sintiendo que no había necesidad de hacerlo. Dado que hasta el momento había hecho todas sus comidas en solitario, y que estaba de acuerdo con ello, no veía motivos para vestirse, probablemente ni siquiera haría el ritual de Yule a medianoche, ¿para qué? Entró en la Sala Común para notar una diferencia en la bandeja del desayuno. Junto a los jarros de leche, té y café se apoyaba un sobre con su nombre escrito en la solapa.

El profesor Dumbledore lo "invitaba" a formar parte del ritual de Yule que se llevaría a cabo a medianoche en los jardines del colegio junto con el resto de personas que se habían quedado a pasar las vacaciones. "Genial"- pensó- "lo que me faltaba, una celebración con los profesores y con cinco alumnos que me verán como el enemigo". No obstante, no tenía elección. Iría a la cena, y luego al ritual. Se dispuso a desayunar, aunque se le había quitado la poca hambre que tenía. Tras trabajar durante un rato en sus deberes de vacaciones llegó la hora de la comida. Picoteó desganado un poco de arroz con verduras y algo de pollo asado. No tuvo ánimo de enfrentarse al postre, así que se dirigió a la lechucería a recoger su ejemplar de El Profeta, que sin duda, la lechuza encargada de llevárselo a diario lo habría dejado allí.

Subió con cuidado de no resbalarse los escalones del torreón. Ya desde la base se escuchaban el ulular de las rapaces. En la habitación de elevado techo y ventanas abiertas hacía frío, y la fuerte corriente de aire no aliviaba el profundo olor de las heces de los pájaros que cubrían el suelo de un blanco lechoso. En su casillero la carta de contestación de la Biblioteca Mágica de Londres, confirmando el envío de los libros solicitados, y los tres últimos Profetas. Echó una ojeada rápida a los de los días pasados. No había nada de interés, básicamente las páginas estaban ocupadas por noticias escabrosas de nuevos ataques de mortífagos. Cada semana el periódico engrosaba con las páginas de las esquelas. Generalmente todos los hijos de muggles cuyos nombres ni siquiera le sonaban, algún mestizo que quizá conocía y pocos, muy pocos sangre limpia. Desenrolló el tercer periódico con la desgana de saber que encontraría más de lo mismo. No esperaba que la foto de la portada fuese la de su propia madre.

YULE NEGRO PARA LUCIUS MALFOY

Narcissa Malfoy desaparece de su hogar sin dejar rastro: ¿Secuestro? ¿Huída? ¿Asesinato?

Se acercó al alféizar de una ventana a trompicones y se dejó caer en él. Le temblaban tanto las manos que apenas podía sostener el diario entre sus dedos. El corazón le latía desbocado. Respiró hondo varias veces para controlarse y poder leer el artículo.

"Tras el duro golpe que supuso para la familia Malfoy el abandono del hogar familiar por parte de su único hijo a finales de julio de este año, Malfoy's Manor, Wiltshire, vuelve a ser escenario de la tragedia.

A un día de la entrañable festividad de Yule, el Sr. Lucius Malfoy advierte, al llegar a casa, que su esposa no se encuentra en ella. Exento de preocupación al inicio no dio la señal de alarma, pero cuando la media noche llegó y se fue sin que ella arribara, dio aviso a la Central de Aurores de la desaparición de su mujer: Narcissa Malfoy (Black de soltera)

Según nos cuenta el propio Sr. Malfoy con voz entrecortada: Estoy desolado, estas ya iban a ser unas fiestas muy tristes de por sí, sin tener a nuestro hijo en casa, pero ahora que ella tampoco está…- no pudo seguir hablando y se marchó de la habitación. El Sr. Malfoy se encuentra en una situación complicada, hace poco más de un año que salió de la cárcel, donde se le mantenía recluido por pertenencia a banda terrorista y por entrada…

¿Desolado? Ojalá lo hubiese tenido delante para estrangularlo con sus propias manos. Pasó la mirada por el artículo hasta que dejaron de lado el bagaje penal de Lucius y se centraban de nuevo en la desaparición de su madre.

Los Aurores han inspeccionado la casa buscando algún indicio de violencia que arrojase alguna luz sobre el hecho de la desaparición de Narcissa Malfoy, pero no encontraron nada concluyente. La última en verla fue su elfina de cámara en su dormitorio. No parece posible que en el caso de huída fuese algo planeado, ya que los enseres personales de la bruja, incluida la varita, continúan en la casa. Este dato indica la posibilidad de un secuestro o incluso algo peor.

A la espera de ver cómo se desarrolla este desgraciado suceso y con la esperanza de que la tristeza y el dolor compartido acerquen al padre y al hijo.

Lynn MacKenzie"

De pronto la habitación pareció quedarse sin aire. Su corazón dejó de latir. Se sentía como sumergido en un océano profundo y durante unos instantes todo se volvió negro. No podía ser, no, no, no…no podía ser. Releyó el artículo. Su madre había desaparecido. Sin dejar rastro, y sin llevarse nada consigo. Ni siquiera la varita. Emergió del océano de incredulidad para inspirar un aire que acuchilló sus pulmones. El corazón volvió a latir con miedo. Por todos los dioses, habían descubierto a su madre y sólo había dos opciones, que hubiese tenido tiempo de huir o que ahora estuviese muerta. Incinerada seguramente por el propio Lucius, que fingía la pantomima de esposo destrozado por la extraña y repentina desaparición.

Su madre no podía morir. No podía, se negaba a ello. Si su madre no estaba en el mundo, a él tampoco le valía la pena continuar allí. Desde que era pequeño Narcissa había sido su piedra de apoyo, su viga maestra. Los cimientos sobre los que se había construido su mundo. Si ella ya no estaba, nada tenía sentido, el mundo no era un lugar que mereciese el esfuerzo de vivirlo sin la certeza de que aunque no la pudiese ver o abrazar, su madre siempre estaría en algún rincón del planeta, bajo las mismas estrellas, respirando el mismo aire, bebiendo del mismo agua que él. Y aunque vago, era siempre un consuelo pensar que quizá estuviesen contemplando la luna en el mismo instante. Y eso lo acercaba a ella.

Un nudo de angustia se forjó en su garganta. El dolor lo atravesó. Le escocían los ojos. Y por una vez, pensó que no le importaría dejarse llevar y llorar. Por su madre, por él, por la horrible situación en la que se habían visto metidos sin pedirlo. Llorar de rabia, de tristeza, de miedo, de dolor. Dejar salir el veneno que lo corroía por dentro y purgarse de una vez por todas. Abandonar la máscara de fortaleza y fluir junto con su pena. Además, allí no había nadie y por tanto podía permitirse bajar la guardia. Nadie entraría en la lechucería. Se levantó del alfeizar para buscar un rincón en el que acurrucarse cuando escuchó un silbido tras él que parecía subir por la escalera.

Subió los resbaladizos escalones silbando. Estaba de buen humor. Cuando se marcharon Ron y Hermione a sus casas, con la perspectiva de pasar, por primera vez solo las vacaciones de Yule, sintió que se aburriría, que se le caería el castillo encima y que se sentiría muy solo. Pero no. Entre las clases con McGonnagall, los deberes, ensayar con la guitarra y comerse la cabeza pensando en regalos, estaba más entretenido que nunca. Los paquetes en sus brazos comenzaban a pesar, pero ya casi estaba llegando, así que no tenía importancia.

Al entrar en la lechucería, el alegre silbido murió en sus labios. De pié mirándolo con espanto estaba Draco Malfoy, mucho más pálido de lo habitual y con un rictus amargo en el rostro. Los hombros abatidos y el ligero temblor de las manos le indicaron que algo no marchaba bien. Dejó los paquetes en el suelo y se acercó a él.

- ¿Te encuentras bien? Tienes mala cara… ¿quieres que te lleve a la enfermería?- Malfoy levantó una mano, indicándole que no se acercase más- ¿Llamo a alguien?

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No podía creérselo. De toda la gente que podía haberse quedado en Hogwarts durante las vacaciones y que hubiese decidido subir justo en ese momento a la lechucería, tenía que ser Harry Potter, el Niño-que-Vivió-para-Complicarle-la-Vida quien apareciese por el umbral de la puerta. Justo cuando estaba al borde del llanto, justo cuando había decidido dejarse llevar y soltar las lágrimas que lo estaban matando de una vez por todas. Justo en ese instante, aparecía él.

Y no tenía fuerzas para hacer de tripas corazón una vez más y guardárselo de nuevo. No quería. Necesitaba llorar de una forma tan imperiosa que le producía dolor físico. Pero se negaba a hacerlo delante de él. La parte de su orgullo que todavía quedaba en pié luchaba en firme contra el torrente que se agolpaba en sus lagrimales, listo para drenar su dolor, rabia y frustración acumulados. Respiró hondo tratando de contener el llanto unos pocos segundos.

- Sólo vete, Potter…- rogó apretando los dientes.

Potter se dio media vuelta no muy convencido y abandonando en el suelo los paquetes que traía consigo se encaminó de nuevo a las escaleras para marcharse. En cuanto su espalda desapareció por el quicio de la puerta, un temblor lo invadió y sollozó, sintiendo que ahora ya no había marcha atrás.

Con la sensación de que no debería dejarlo solo, pero respetando su petición, Harry se marchó con el corazón en un puño. Odiaba ver a la gente sufrir. No podía soportar ver a alguien necesitar ayuda y no poder dársela. Fuera Ginny, Hermione, un desconocido y sí, incluso Draco Malfoy. Nada más abandonar la habitación, escuchó a sus espaldas un sollozo desesperado y sin ser consciente de sus movimientos y sabiendo que estaba violando un momento muy delicado para su compañero, se dio la vuelta y entró de nuevo en la lechucería.

Malfoy seguía plantado en el mismo lugar de antes, le temblaban los hombros y podía ver las lágrimas rodando por sus mejillas, pese a que escondía el rostro entre sus manos. Se acercó despacio y titubeante, le puso una mano cautelosa en el hombro. Malfoy lo miró con los ojos enrojecidos y tragó saliva, la mirada cargada de vergüenza, humillación y tristeza. Una tristeza tan honda que Harry se quedó sin respiración.

No sabía que hacer, ni qué podía decir para arreglar el hecho de que lo había visto llorar. Él le había pedido que se marchase, pero no, ahora estaba allí, y lo único que se le ocurría era hacer todo lo posible por ofrecerle sino consuelo, sí compañía durante lo que durase el desgraciado episodio. Sin saber por qué y obedeciendo a un impulso de su alma, rodeó a Malfoy con los brazos y lo acercó a su pecho.

Cuando Potter lo abrazó creyó morir de la vergüenza. Pero los brazos del Gryffindor lo rodearon con firmeza y le ofrecieron un soporte al que aferrarse en aquel mar tormentoso que era su vida desde hacía demasiado. Por primera vez en mucho tiempo se sintió seguro y a salvo y simplemente se derrumbó, llorando con desesperación.

Lloró como posiblemente jamás había llorado en su vida, ni siquiera cuando murió su abuelo, al que se sentía muy unido. Vació todas las lágrimas que durante muchos momentos de duda, temor, rabia, angustia, tristeza había acumulado. Se dejó llevar por la marea sostenido por el firme abrazo de un chico al que no sólo apenas conocía sino que hasta hacía bien poco despreciaba. Pero no podía evitar necesitar desahogarse.

Al cabo de un rato, las manos de Potter comenzaron a acariciar de forma rítmica su espalda, trazando círculos que lo tranquilizaban. Haciendo que poco a poco, tras agostarse el llanto, cesaran los hipidos y sollozos. Ya había dejado de llorar, y el chico lo sabía, pero aún así no lo soltó. Lo mantuvo abrazado hasta que Draco, soltando un hondo suspiro se separó despacio de él.

Cuando Malfoy se apartó lo miró a los ojos. Sorprendentemente, pese a estar enrojecidos del llanto y ligeramente hinchados, parecían más cristalinos, y devolvían una mirada más nítida. La preocupación lo abandonó con cautela. Rebuscó en sus bolsillos un pañuelo y lo tendió al slytherin, que lo agarró con mano temblorosa y sonó su nariz.

- Lo siento- murmuró Malfoy rehuyendo su mirada- Qué vergüenza…

- ¿Vergüenza de qué?- protestó- A veces es necesario llorar. Yo lo hago bastante a menudo, realmente- confesó. Malfoy sonrió y le tendió el pañuelo. Con un gesto, rehusó la devolución- Da igual, quédatelo. ¿Te encuentras mejor?- preguntó escrutándolo con la mirada. El rubio se encogió de hombros para asentir finalmente- Pues me alegro. Ahora recomponte un poco mientras envío estos paquetes, y luego te llevo a las cocinas a que te tomes una buena taza de té y me cuentas qué diablos te ha pasado.

-¿Perdona?- bufó Malfoy- ¿Desde cuando te debo a ti una explicación de lo que sea?

- Desde que tengo mi túnica empapada con tus lágrimas, ya que la tengo que poner a lavar, me gustaría saber por qué- dijo con autoridad. Por fin iba a enterarse de qué narices le llevaba ocurriendo a Draco Malfoy durante todo el curso. Apenas cabía en si mismo de la anticipación. Le dio la espalda para que no viese su cara de "Estaba preocupado por ti, aunque no quisiese reconocerlo y ahora me voy a enterar de lo que te pasa". Alistó a varias lechuzas que salieron volando cargadas con sus paquetes y cuando se giró, Malfoy se había alisado la túnica y aunque su rostro no podía ocultar que había estado llorando, al menos no parecía tan miserable.

La verdad es que no tenía ganas de discutir, y le apremiaba la necesidad de abrir la boca y soltar todo cuanto perturbaba su alma desde que el mundo era mundo. Así que se encogió de hombros y se preparó para marcharse con Potter a contarle sus penas. Eso si que era algo que jamás en su vida pensó que haría. Se pasó la manga de la túnica por la cara para secarse las lágrimas, y siguió a Potter escaleras abajo.

Durante el camino apenas pensó en nada. Su mente en blanco por el shock acumulado de la desaparición de su madre y de haberse derrumbado no sólo frente a Potter, sino también en sus brazos. No podía pensar en nada a parte de "Me ha visto llorar". Y cuando se pararon frente a un cuadro de un frutero, cerca de la entrada de Hufflepuff, no pudo evitar fijar su mirada en el hombro de Potter, la túnica negra húmeda, con un cerco blanquecino de la sal de las lágrimas que ya se habían secado. Tragó saliva.

No le gustaba pensar que en aquellos momentos la barrera estaba bajada y que Potter tuviese acceso a ver qué había detrás…pero necesitaba hablar con alguien, y en aquellos momentos no había nadie más. Por otra parte, si existía en este mundo alguien en quien confiar plenamente respecto a su posición en la guerra que se gestaba y estaba a punto de estallar, ese alguien era Harry Potter. Así que una vez más, respiró hondo y se metió tras el hueco del cuadro del frutero que se había abierto.

Entraron en las cocinas de Hogwarts. Una miríada de elfos domésticos acudió junto a ellos para ver si podían ayudarlos en algo, pese a que la actividad era frenética. Todas las pequeñas criaturas corrían de un lado a otro, portando en sus brazos diversos tipos de majares que serían ofrecidos en la cena de aquella noche.

Un pastel de chocolate, otro de moca, queso y arándanos, panes de calabaza y frutos secos. Patatas dorándose lentamente en los fogones…el aire estaba saturado de aromas deliciosos que le hicieron recordar a Harry que su estómago existía y que de cuando en cuando cobraba vida propia, cosa que demostró emitiendo un sonoro gemido. Malfoy se giró hacia él y lo miró con asombro. Sonrió con timidez y se sentó en la mesa de cuatro plazas que ocupaba una esquina.

- Harry Potter, señor- dijo Dobby acercándose a ellos- ¿Desea que le sirva alguna cosa?

- ¡¡¡Dobby!- exclamó Malfoy con estupefacción- ¿Qué diablos haces tú aquí? ¿Desde cuando no trabajas en mi casa?- preguntó con tono autoritario. Dobby lo miró abriendo mucho los ojos y pareció encogerse. Harry se tensó. No se había acordado de que Dobby había trabajado en casa de los Malfoy y que seguramente el chico no lo había tratado con especial amabilidad.

- Yo…yo…amo Draco…- la voz le temblaba- Soy libre….

- Mi padre nunca te liberaría- apuntó cínico. Harry consideró que aquel era un buen momento de intervenir. No sólo por la salud mental de Dobby, al que le faltaba bastante poco para que se le cruzasen las neuronas, sino porque era cuestión de segundos que Malfoy dejase de tener la guardia baja y lo necesitaba aturdido para que le contase lo que le pasaba. No era puro interés, se dijo, era por él, necesitaba desahogarse, y si no lo hacía ahora, no lo haría nunca. Y así de paso él se enteraba.

- Lo liberé yo- las dos cabezas, una arrugada y grisácea y la otra reflejando la luz de las cocinas en el claro cabello, se giraron hacia él- Se la metí doblada a tu padre en segundo curso y lo liberó sin querer- sonrió de oreja a oreja, pero la mirada asesina de Malfoy se la desdibujó.

- Me gustaría escuchar esa historia más detalladamente, si no te importa…- se sentó frente a él y adoptó la posición que él consideró del típico mafioso de película que se dispone a escuchar la excusa alguien antes de darle el golpe de gracia.

- Bueno, quid pro quo, si tú me cuentas porque estás todo el curso tan triste, yo te cuento cómo jugársela a tu padre, que no dudo te interesará.- De acuerdo, a eso no podía negarse. Le daba la posibilidad de hacer un intercambio de confidencias, eso los posicionaba de nuevo en el mismo estatus, ya no era como si le contase sus penas. Le había dado la oportunidad de salir de aquellas cocinas con su orgullo a salvo.

No podía negar que Potter tenía la cara dura, muy dura. Clavó su mirada en la mesa evaluando sus opciones. Quería enterarse de cómo su padre había terminado por liberar a Dobby por mediación de Potter y también quería abrir la boca y dejar salir todo aquello que lo estaba quemando por dentro: Así que tampoco tenía tanto que evaluar, realmente. Con un suspiro, y ya que le pareció el modo más sencillo de comenzar, dejó la página de El Profeta con el artículo de la desaparición de su madre sobre la mesa y se la acercó a Potter.

El Gryffindor cogió el papel entre sus manos y comenzó a leer. Observó las expresiones cambiantes de su rostro. El silencio era tenso y le pareció que pasaba un siglo hasta que Potter bajó el papel y se giró hacia Dobby.

- ¿Podrías traernos un poco de té, Dobby?- dijo con seriedad- Por favor- el elfo salió disparado y volvió al poco tiempo con un par de tazas y una tetera humeante. Les sirvió el té y se marchó. Potter bebió un sorbo y sólo entonces lo miró a los ojos- Yo…lo siento.

- Gracias- asintió con la cabeza, al menos parecía sentirlo sinceramente y no ser un mero formalismo. Bebió un sorbo de su taza.

- Tengo algunas preguntas respecto a esto…- comenzó mirándolo con cautela y extrañeza.

- De acuerdo- consintió, al fin y al cabo, contestando al sus preguntas sería más fácil contarlo todo que si se quedaba mirándolo y él tenía que abrir la boca y comenzar a hablar.

- ¿Te escapaste de tu casa?- perfecto, comenzaba por el principio. Respiró hondo.

- Sí- se pasó las manos por el pelo- Después de haber estado entrenándote, espero que hayas deducido que no pretendo ser un mortífago- Potter levantó la ceja con cinismo.

- Aunque te sorprenda, Malfoy, hasta ahí llego- sonrió con sorna- Continúa, por favor.

- Bueno, pues no es una decisión que tomas en un par de días. Llevaba pensándolo mucho tiempo, dándole vueltas al por qué de todo esto. El Señor Oscuro, mortífagos, sangres limpias, sucias, mestizos. ¿De verdad hacía falta matar para mantener nuestra cultura viva? ¿Si somos superiores por qué molestarnos con los muggles? Y sobre todo… ¿hacía falta ser tan cruel? No quería formar parte de aquello, pero tampoco quería defraudar a mi padre. Que fuese un mortífago era todo lo que aspiraba para mí. El favor del Señor Oscuro, un cerebro inteligente y un buen soldado para sus filas. Y cuando supe con toda certeza de que me asqueaba hasta el punto de no poder dormir pensando en que si no hacía algo para evitarlo, yo sería uno de los que tendrían que matar con crueldad a gente que había compartido techo conmigo.

Ahora que ya había comenzado, no podía parar. Potter no apartaba la mirada de él, escuchándolo con sincero interés. La expresión de su rostro no era para nada la que él hubiese esperado. No había rencor, ni rabia, ningún rastro de la animosidad y enemistad entre ellos hasta aquel curso. Le sorprendió que tuviese una expresión receptiva. No iba a culparlo por nada de lo que hubiese dicho o hecho en el curso de los años que se conocían. Sosteniendo su mirada supo que para Potter aquel momento iba a ser un borrón y cuenta nueva. Y se sintió bien por ello.

- Y entonces él tuvo la mala oportunidad de decidir "resucitar" o lo que sea que ocurrió. La verdad es que no me importa. Apareciste aferrado al cadáver de Diggory y antes de nadie dijese nada, de que nadie comprendiese nada, yo supe que había sido él. Y supe lo que me esperaba cuando llegase a casa- bebió un poco más de té- Comenzó mi entrenamiento. Y aunque hayas visto ya bastante de lo que es, y por mucho que creas que te odie, yo no soy Walden McNair.

- No creo que me odies, Malfoy- apuntó Potter mirándolo a los ojos- Y yo tampoco te odio. Pude creer que si, pero no, nunca te he odiado. Continúa, por favor. No quería interrumpirte.

- De acuerdo- Draco respiró hondo y exhaló el aire de golpe- Fue muy difícil- cerró los ojos con fuerza- Cada error, cada señal de fatiga, una mínima falta de interés…se…se castigaba con dolor. Y no debía importar, ya que mi deber era aprender a sobreponerme al dolor y a combatirlo. Pero no quería seguir con ello- recordó las noches sentado en su sillón, mirando por la ventana, queriendo dejarse caer en la cama para rendirse al sueño, pero con terror de dormirse por lo que su subconsciente quisiera mostrarle- Así que este verano, armándome de valor, le dije a mi padre que no quería seguir con aquello. Y me castigó de tal forma que si no hubiese sido por la interrupción de mi madre, ahora estaría muerto- escondió la cara entre las manos.

La revelación de Malfoy lo estaba dejando helado. Realmente lo había estado pasando mal, y no habían llegado, estaba seguro, a la mitad de la historia. Se imaginó los castigos que sería capaz de impartir alguien que había estado trabajando como verdugo para el Ministerio de Magia, y sabía, de buena tinta, de lo que era capaz Lucius Malfoy, sólo que jamás imaginó que también fuera capaz con su propio hijo. El rubio hundió la cara entre las manos con un suspiro ahogado. Sus dedos se crisparon con el impulso de alargar el brazo y tocarlo, pero decidió que sería más fácil si simplemente rellenaba su taza de té.

- Mi madre me pidió que me marchase, que saliese de la casa para hacérnoslo a todos más fácil- levantó la cabeza y clavó la vista en la pared que tenía frente a él- Y me fui. Me fui al Caldero Chorreante porque fue el primer sitio que se me ocurrió…

- Lo sé, te vi allí el día que volvíamos al colegio- Malfoy lo miró.

- Creí que no me habías visto. Joder, me hubiera muerto si hubiese sabido que tú sabías que yo había estado durmiendo allí- Harry sonrió y bebió un poco más de té- Esa primera noche el Profesor Snape me preguntó por qué me había marchado, mis compañeros de casa también me lo dijeron. Y aunque les di largas, Pansy no tardó en descubrir que no sólo había abandonado mi casa, también cualquier otra cosa que tuviésemos en común. Supo que ya no pertenecía a su grupo.

- ¿Cómo es que decidieron que me entrenases?- preguntó con curiosidad- ¿Cómo estaban tan seguros de que no era una trampa para cazarme?

- El Señor Tenebroso decidió adelantar sus planes y comenzó con los ataques antes de lo que en un principio se había previsto- resopló- Mis compañeros me preguntaron si estaba con ellos y les dije que no- sonrió con amargura- Me dijeron que si no me interponía en sus planes, no irían a por mi, pero…no pude quedarme callado sabiendo que vosotros confiabais en tener más tiempo para prepararos, así que se lo dije al Profesor Snape. Luego fuimos al despacho de Dumbledore y bueno…

- ¿Por qué decidieron adelantar sus planes? ¿Y por qué accediste a entrenarme?- la mirada de Malfoy volvía a ser vidriosa y le observó tragar saliva.

- La Orden del Fénix tenía un topo- su voz sonó gangosa- Y ellos se lo olieron, así que…- cruzó los brazos sobre la mesa y apoyó la cabeza en ellos, escondiéndose de la mirada de Harry- El topo era mi madre…- parecía que iba quebrársele la voz en cualquier instante- Por eso accedí a entrenarte…quería que ella se sintiera orgullosa…qué…que no hubiese corrido riesgos en balde…- rompió en sollozos- Y ahora…- señaló con un gesto el periódico.

Harry se levantó de la silla y le rodeó los hombros con un brazo. Malfoy se sacudía por el llanto y le acarició el pelo, tratando de tranquilizarlo. Viéndose de nuevo inmerso en una situación que jamás imaginó vivir.

- La han pillado…lo sé- sollozó con fuerza- La ha matado…mi padre la ha matado…

- No, no, no…Malfoy, no- lo obligó a mirarlo a la cara- No está muerta, lo hubieses sentido…es tu madre. Tu magia lo hubiese notado- el slytherin negaba con la cabeza, negándose a escucharlo- Escúchame, si tu madre ha sido el topo todo este tiempo y no la habían descubierto quiere decir que es muy inteligente. Seguro que escapó a tiempo. No está muerta- Malfoy lo miró con fijeza y se limpió la cara con la mano.

- ¿Cómo estás tan seguro?- preguntó con el mentón temblando y las lágrimas resalando por su rostro, manchando la túnica, por más que pasase la mano por su cara para intentar detenerlas, sin lograrlo.

- Porque mis padres están muertos- se sentó de nuevo y clavó la vista en la taza de té- Sé que era muy pequeño y que es imposible que recuerde nada, pero…a veces, en sueños…me vienen flashes de lo que ocurrió y recuerdo sentir como si me estuviesen arrancando algo, dejando un agujero de vacío en mi pecho. Y sé que una parte de mí se marchó con ellos…porque…aún siento ese desarraigo, ese desamparo de saber que no perteneces a ninguna familia, porque cualquier vínculo que pudiese tener, desapareció con ellos. Tu madre está viva.

Malfoy asintió y ambos guardaron silencio mientras quedó té en la tetera. Nunca le había contado a nadie aquello, pero sintió que Malfoy merecía una revelación de la misma índole. Y no había nada tan íntimo en su vida como aquello, algo que nadie, ni Ron, ni Hermione, sabían. Ni siquiera él mismo había sabido con certeza hasta aquella noche lo que significaba realmente aquel vacío que no le permitía jamás entrar en calor del todo. Esa sensación que tenía cuando siendo un niño se despertaba en mitad de la noche de un sueño terrible y sabía que no habría brazos que lo mimasen y que le diesen la certeza de que estaba a salvo.

- ¿Quieres que te cuente lo de Dobby?- preguntó cuando se terminó la última taza de té.

- No, da igual…es tarde- Malfoy comprobó la hora en su reloj- Deberíamos ir a prepararnos para la cena y el ritual- Harry asintió y se levantó- Otro día me lo cuentas.

Salieron juntos de las cocinas y caminaron en silencio hasta el punto en el que cada uno debía desviarse hacia su sala común. Harry respiró hondo. Quería decir bastantes cosas, pero no le salía ninguna. De hecho, estaba totalmente alucinado con lo que había ocurrido. Siempre supo que detrás de Malfoy había más de lo que mostraba, y ahora sabía que era cierto. No era distinto a él, al menos no demasiado y también cargaba con un peso que merecía y le superaba. Ambos habían nacido con un destino fijado del que querían librarse. Y aunque Malfoy tuviese la suerte de poder decidir si quería seguirlo o no, siempre arrastraría el sentimiento de haber defraudado a su padre y de haber puesto en peligro a su madre.

- Pues…hasta luego y si necesitas algo…- ofreció encogiéndose de hombros. Malfoy asintió levemente. Se dio la vuelta para marcharse cuando escuchó que Malfoy lo llamaba.

- Potter- se giró- no…

- No se lo contaré a nadie, descuida- el slytherin esbozó una ligera sonrisa y sin emitir sonido alguno, le dio las gracias. Asintió y se marchó escaleras arriba con la necesidad imperiosa de meterse en la ducha. A ver si el agua caliente le ayudaba a digerir todo lo que había escuchado y dicho aquella tarde.

Observó a Potter marcharse y cuando desapareció en el rellano de la escalera se encaminó a la solitaria y fría sala común de Slytherin. Murmuró la contraseña y se dirigió a su habitación para buscar la túnica que ponerse para el ritual de aquella noche.

Ya en el cuarto de baño se miró al espejo. Le devolvió la mirada un rostro enrojecido e hinchado. En un principio le horrorizó, pero observándolo bien, descubrió que detrás de las huellas de lágrimas y la nariz congestionada, habían desaparecido las líneas de tensión. Sus ojos ya no parecían velados. Entonces supo que había dado un gran paso. Daba igual que hubiese sido Potter. Podría haber sido cualquiera. Cualquiera que le hubiese ofrecido el soporte que necesitaba para dejarse arrastrar por sus sentimientos y dejar salir el veneno que lo consumía.

Se metió en la ducha más sereno de lo que lo había estado en muchísimo tiempo. Su madre no estaba muerta. Y ahora, habiéndose librado del miedo irracional y el entumecimiento de su alma, intuía que ella estaba bien. Quizá no pudiese verla, o escuchar su voz, pero algo dentro de él le decía que estaba bien. Potter tenía razón. Estaba vinculado con ella, y cuando ocurriese algo, él lo sabría.

TBC