Siempre había tenido secretos. De niña, había cambiado mágicamente una mala nota en su boleta de calificaciones, claro, ella lo había hecho sin querer. Un día había ido a una tienda, y había querido una paleta, pero no la había pedido. Más tarde, había encontrado la paleta en sus bolsillos. Bueno, no es que fueran secretos malignos, ni nada por el estilo. Y eran secretos por eso, porque nunca había habido necesidad de contarlos, hasta hoy. Este secreto era de diferente, magnitud, por decirlo así. Este secreto le movía el pavimento.
La muchacha se sonrió a si misma, nada feliz, había que reconocer que era una gran actriz.
Había hecho tantas cosas para que no se notara…. Para que no se notara que estaba enamorada de su mejor amigo. Porque, alguien podría haberlo imaginado? La respuesta es no. Además... el tenía novia. Hasta que un día se canso. Se canso de ser tan idiota, de amarlo tan tontamente. De no habérselo dicho a nadie, de que él no lo supiese.
Y ese día precisamente, ese día jueves con nada especial en particular, ella estaba en busca de cualquier puente que la llevara a una mejor vida, claro literalmente por que ella pensaba que esa no era la mejor decisión. Así que tomando en cuenta todas sus opciones, tomó una decisión, la mejor según ella, y en media hora dejo San Mungo con el escritorio vació y al jefe viendo estrellas. Pasó comprando un boleto de avión, necesitaba unas "vacaciones" en las que no viera a Harry Potter a diario.
Ella había crecido, el había crecido, todo era diferente. Su espejo se lo confirmó, al recibirla cuando ella entro a su habitación. Su cabello seguía siendo del mismo color, aunque liso. Un flequillo le adornaba de lado. Su expresión estaba seria, y admirablemente no se notaba el enojo que recorría sus venas. Se quitó la gabardina negra y afelpada, sin fijarse mucho en su reflejo. Llevaba una camisa blanca ceñida a su figura, dejando los primeros botones abiertos creando un escote. La falda negra arriba de la rodia y sus botas negras acababan el conjunto.
Ella había cambiado, y mucho. Sin querer, sin proponértelo, la vida te hace cambiar, sin preguntarte antes si quieres al menos. Y ella era diferente. A sus veintiséis años estaba dando se cuanta de que debía parar de hacerse daño. Que ya no estaba para seguir guardando esperanzas de niña, para seguir guardando absurdos secretos de adolescente. Sí secretos, porque ni a sus mejores amigas se lo había confiado. Seguramente por que una de ellas era Ginny Weasley, (la novia) a la que veía a diario también. Fingiendo, actuando en su presencia, en la presencia de todos.
Antes que auror y sanadora, su trabajo principal era, quizás, el de actriz, y lo cumplía a diario, y no recibía ninguna paga por ello.
Sacó una maleta de su closet y la colocó sobre su cama, abierta, lista para llenarse de todas sus cosas. Y es que me conformo con muy poco, pensó. Los diplomas y trofeos la contradijeron desde un escritorio en la esquina de su habitación, ella no prestó atención mientras sacaba toda su ropa sin magia. Llevaba años consolándose con el beso de despedida, con la ilusión de llegar un día y plantarse enfrente de él, y decirle sin más ni más que estaba loca por él. Con la idea de que algún día dejaría de ser novio de Ginny. Suspiró casi soltando una carcajada, riéndose de sí misma.
Se sentó en la cama meditando. Cansada por el hecho de sentir tanto por él. Cansada de tener ganas de acariciarle el cabello y llevarlo hasta la locura, cansada de ser ella la ilusa. Como se le podía llamar a alguien así? "Insignificante, Inexistente, Aparente, Falso, Tonto, Ingenuo, Masoquista, Iluso, Contradictorio, Impertinente, Absurdo, Imaginativo…" Se detuvo exasperada. Si... todas esas cosas era ella. Viviendo de sobras de una amistad fingida con tal de verlo feliz. Una de dos, o era la heroína sacrificada, o la chiquilla tonta que se enamoró en un mal momento y de alguien incorrecto. Y la verdad no le gustaba ninguno de los dos, sin embargo prefirió el de "Heroína Sacrificada." Y así, siguió empacando pensando que algún día, una siempre aceptaba su derrota. Y este era el día de ella, el día en que Hermione Granger, aceptaba la derrota de en una batalla que ni siquiera había comenzado. Se consoló pensando en las tantas novelas que había leído de amores frustrados, y confió en ser una más del montón, feliz de que ninguna de las protagonistas de los libros había muerto de autoengaño.
Después de empacar una parte de su closet se dio cuenta de que no le cabria nada si no empleaba la magia, así que agrando su maleta y fue metiendo su ropa sin mucho orden. Una hora después ya tenía llenas un par de maletas, y ahora se preguntaba si podría sobrevivir sin él, si se fuera de vacaciones a un lugar remoto y su corazón se quedara en Londres, con su amor platónico.
Se recostó sobre la cama contemplando su cuarto casi vació. Un par de fotos la miraban desde una caja, en una esquina abandonadas. Ella se preguntó si podría olvidar su vida. Porque él? Si con él había crecido, con él había convivido por más de 15 años... Se frotó las sienes en un gesto de debilidad por primera vez. Al instante, se levanto de golpe, y siguió arreglando, mientras metía a su gatito en su canasta. En cualquier momento Luna podría ir a su consultorio y encontrar todo vació... y aparecerse en su casa, o Ginny llamaría al hospital y le dirían... o él. Él, por X o Y razón, él.
Sacó corriendo sus maletas, mientras un taxi se estacionaba frente a su casa. Cerró con llave, cerró una parte de su vida con la puerta, o mejor dicho su vida. Suspiro al verse dentro del taxi, con su bolso de mano aferrado a sí misma y con un boleto aéreo que la llevaría a otro mundo.
A un mundo donde no existía él. Le pareció agridulce la idea, así que se concentro en dejarlo ir. Dejar ir esa imagen que tenía pegada en la retina, donde él le sonreía de lado mientras se alborotaba el cabello con naturalidad. Por mucho que odiara el gesto en su padre, él lo repetía. Su piel bronceada clara, y sus ojos verde esmeralda... se quedaron en la esquina de una avenida cualquiera, y ella no quiso saber ni en que avenida fue. No quería regresar, quería olvidar. Quería que él se quedara en Londres... aunque eso significara dejar su corazón con él. Maldijo el día en que lo tuvo que ver de esa forma... él nunca le dio otra cosa a entender. Ni yo tampoco... pensó. Ella solo vivía de migajas, de las sonrisas que él le dedicaba pero que su novia le provocaba.
El taxi recorrió varias calles solitarias, en las que ella no fijo su atención, se las conocía de memoria. Y curiosamente en la cafetería de la esquina había tomado un café con Harry, hace una semana, cuando el le confesó sus planes de matrimonio con Ginny. Tragó fuerte y duro, como si espinas tragara. Cuantas veces havia tenido que aguantar eso? Sintió las ganas que la invadían de enviarlo a él y a todos al diablo, y solo dejarse llevar por él dolor y no cuestionarlo más, no quería analizarse más. Al fin y al cabo, ya llevaba 10 años enamorada de él. Al pensarlo, se sintió vieja, y absurda. Pero el verlo a diario le impedía olvidarlo... él hablar con él a diario, él que salieran al cine o a cualquier parte... sin embargo ella, su novia, siempre iba con ellos, como que si garrapata fuera.
Echó la cabeza para atrás, le molestaba conocerla a ella, a su novia, eso le daba lugar a no poder imaginar todo tipo de cosas malas sobre ella, si ella la conocía casi también como a él. Se preguntó quien decidía para quien estamos hechos... como podía ser posible que él fuera su mitad si estaba con otra que también era su mitad? Lo único que encontró sobrante en la relación fue ella misma. Así que dejo de cuestionarlos, ambos, se querían, por mas que le doliera admitirlo. Se sorprendió frente al gigante aeropuerto, y con el chofer viéndola por el retrovisor, esperando a que se bajara. Ella bajo y el hombre le tendió sus maletas, pago y le dedicó un "gracias" algo seco.
Dudó un momento al verse enfrente de aquel lugar inmenso, y ella sentirse tan pequeña, parada del otro lado de la calle y con sus maletas.
Disimuladamente, lo que sinceramente le costó bastante, las minimizó y escondió en un bolsillo de su chaqueta. Volvió a respirar hondo, y cruzó con paso decidido el pequeño camino que le quedaba para llegar a las puertas gigantes del aeropuerto. Paso por una serie de detectores sin fijarse mucho, había bastante gente ese día, y se podía sentir una atmósfera mezclada. Algunos reía y festejaban la venida de un ser querido. Otros, lloraban su despedida.
Ella... ya se arreglaría con su madre. Una carta y unos chocolates bastarían, claro, mensualmente. Tal vez ella era la única que siempre se había dado cuenta. Habían llegado varias veces con ella, los tres. Y ella un día le había dicho -Crees que no me doy cuenta como lo miras? - y le había sonreído maternalmente. La extrañaría... extrañaría a todos. Incluido él. Extrañaría los almuerzos del domingo en su propia casa... o las idas a una parque de diversión, a Ron le encantaba ir, decía que todo era muy "mágico."
Pasó a una serie de mostradores donde una muchacha le indicó a que sala pasar y en cuanto partiría el avión. Caminó inmersa en su propio mundo. Llegó a una salita donde solo esperaban pasajeros. Tapizada de azul, llena de cuadros con paisajes. Supuso que eran diferentes países. Se sentó en una esquina, cerca de una mesita con flores encima. Sacó una hoja de papel y escribió:
Amigos:
Siento no haberles contado antes, pero surgió en el último minuto. Espero que entiendan mi posición... necesitaba unas vacaciones y me han facilitado este viaje, por lo que no pude despedirme de ustedes!
No se preocupen por mí, son vacaciones, que de malo hay en eso?
Nos veremos pronto, besos,
Hermione
-ahí esta -dijo satisfecha. Era clara y no dejaba mucho a la imaginación, seca y calculadora, pensó también, un poco melancólico.
Soltó una sonrisa con dolor. Las caras de Luna y Ron le provocaron un pinchazo en el pecho. Es cierto que actuaba, pero solo en la parte donde sus sentimientos por él, por Harry estaban a flor de piel. Dobló la carta y se sintió como débil. Tendría que dejar su familia, su casa, sus amigos, todo, con tal de olvidarse de él. "huyes..." le dijo su subconsciente. Una voz gélida anuncio la salida del avión que abordaría. Se paró, como manejada por otra persona, y realizó los trámites necesarios para poder abordar. Sentía que se ahogaba, aunque no lo aparentaba sí. Una parte de sí misma se quedaba... y otra se iba. Quería dejar allí, en esa puerta de avión, sus sentimientos por él. Porque amor era, pero no solo eso. Él provocaba en ella de todo... pero estaba con otra. Su futura esposa, Ginny. No Hermione Granger, si no Ginebra Weasley. Entró al avión y se sentó en una alejada de las ventanas. Sintió como entró más y más gente, y sintió como otra voz de mujer le indicaba que se abrochara el cinturón.
Seis horas después, cansada y despeinada entró a una pequeña casita, la que sería su casa. Era de noche y olía a playa. No hacia frío, pero tampoco había calor. Los grillos cantaban como ella nunca los había oído antes. Caminó a tientas en la oscuridad, aunque la luna alumbraba bastante. Encontró la lamparita en la mesita de noche, y busco a tientas el interruptor. Una tenue luz se le encendió. La casa estaba amueblada modestamente, no tenía muchos muebles. La fachada de la casa era preciosa, con una hamaca en el porche y un jardín hermoso lleno de todo tipo de flores. Camino un poco más segura de sus pasos y prendió la luz de la habitación que la alumbró fuerte. Quería olvidarlo… olvidarse.
Sacó sus maletas de su chaqueta y las agrandó. Respiró hondo varias veces. Una hora después, con su ropa bien ordenada ya en su gavetero, se sentó en la gran cama vacía de su habitación. Quiso cambiarse y lavarse la cara, pero ni sabía donde quedaba el baño. Se sintió absurda al ir registrando la casa en busca de un baño… y cuando no había dado dos pasos rompió a llorar. Un fresco viento entraba por las ventanas abiertas, y ella parecía tan pequeña en esa gran cama. Acurrucada, de vez en cuando lanzaba un sollozo audible, pero las lágrimas no paraban. Tan fácil fluían… como te puedo dejar de querer? Tú ni lo sabes… esta no es mi casa, no puedo llamar a nadie, contarle… nada. Vacío, oscuridad. Nada más. Y tu...
Tenía dieciséis. Amigos y muchos sueños. Algo comenzó a cambiar, por no decir que todos comenzaron a crecer. Y pasó. Ella se volvió más astuta, si aún era posible más. Desarrollo cierto sexto sentido, como si presintiera. Como no, si estaban a media guerra… y ella, ella podía perderlo todo, no sabia cuando sería la hora. Creció no solo en altura y en físico, aprendieron todos que ese podía ser el último día de sus vidas. Aprendieron desde pequeños lo que mucha gente no aprende en una vida entera. A vivir al máximo, a decir todo en el momento. Harry creció a su lado, al igual que Ron. Y algo comenzó a cambiar en su interior, en la forma de verlo a él, a medida de verlo crecer. A medida que él se fue convirtiendo en algo que ella siempre había soñado, en alguien especial de sobremanera para ella. Pensaban casi igual, y a veces hasta llegaban a tener los mismos pensamientos.
Bueno crecieron, y pasaron casi un año juntos. Solos, los 3. Sin embargo, el tenía novia en casa, y aunque le costaba admitirlo ella sufría con él. Cuan tonta llegaba a ser con él. Un día lo había encontrado en el afeizar de la ventana y lo había visto tan triste, tan añorante. Y ella lo había consolado, aún amándolo. Le había dicho lo que él quería oír, le había hasta prometido quizás. Lo quería tanto... su olor, su cabello, sus ojos... y su alma. Esa, que era capaz de morir... por sus amigos. Ella solo era su amiga... y no podía ser algo más.
Se quedo dormida entre recuerdos, con las mejillas empapadas.
Seis años después...
Se levanto temprano, con todo el ánimo del mundo. Se apresuró a llenar de toda clase de flores naturales su casa, preciosa ahora, adornada con pequeños detalles, a su manera. Se vistió casual, aunque con especial esmero. El clima era cálido, de la costa. El mar le daba los buenos días en su ventana todos los días. Nada parecido a Londres, donde solía llover y nevar. Aquí, apenas veías la lluvia, pero eso sí, cuando llovía, llovía en serio. Se puso un bikini amarillo, y una falda larga que parecía pareo, ya que se ataba con un nudo en la cadera. El pareo era amarillo y tenía flores tropicales anaranjadas. No era raro verla así, dado el calor del lugar, era normal. Sus chancletas anaranjadas, un par de pulseras, acabarían su vestimenta para ese día. Se amarró el cabello en una cola alta, con el cabello liso y largo cayendo perfecto. Se peinó el flequillo de lado, y se colocó una flor en la cola. Se delineó los ojos con crayón café, y la pasó una capa de máscara a sus de por si ya tupidas pestañas. Se observó a sí misma en el espejo. Una mujer miraba satisfecha el espejo. Su cuerpo bien moldeado por el ejercicio lucía perfecto, con tan poca ropa, habrían de comentar. Su plano vientre totalmente denudo, cubriendo la pequeña prenda solo lo elemental. El amarillo lucía bien sobre su bronceada piel. No lucía de treinta y dos, lo que la alegró más, ese día los cumplía, sin embargo lucía de menos. Caminó por su casa hasta una pequeña habitación aún en penumbra, corrió con suavidad las cortinas, mientras oía bostezar. Se acercó a una camita en la que un nudo de mantas se revolvía inquieto.
-Adam... -dijo con suavidad casi riendo, mientras intentaba quitarle de encima todas las mantas enrolladas. Del rollo de mantas, surgió un niño que parecía tener dos años más o menos. Con el cabello del mismo color que el de su madre, y colocho también, aunque no desarreglado como lo solía tener ella, si no bien peinado caía con gracia algo larguito. El niño se restregó sus ojos azul profundo y la miro con ojos grandes y una sonrisa, mientras se le abalanzaba
-¡Feliz cumpleaños mami! -Le dijo desde su cuello. Ella le besó mientras le agradecía. Moriría sin el.
El pequeño la soltó y se metió debajo de su cama. Saco una florecilla que parecía agonizar, rosada y preciosa. A ella le pareció el mejor regalo del mundo. -Gracias hijo, esta preciosa... la voy a poner en el centro de la mesa- dijo mientras le besaba de nuevo. Aspiróla fragancia de la flor y agradeció desde el corazón.
-Bueno, mejor vete a bañar que no tardan en venir tus padrinos, y Nadia...
-¿Nadia viene? .Dijo el chiquillo al instante, ella asintió con la cabeza, mientras sonreía al ver como su hijo corría a bañarse. Nadia era la hija pequeña de Marion y Lían, los padrinos de Adam y sus amigos. Vendría también Joshua, Karin, y Sam, sus otros amigos. Su vida era diferente y hermosa gracias a esas personas. Pareció salir de su estupor mientras caminaba a la cocina en busca de revivir su flor. Tarareó una canción que pasaban mucho en la radio, mientras no podía sentirse más feliz. Su hijo la hacía feliz. Miro con amor y melancolía la flor, conmovida. Sus pétalos comenzaban a caer, rosada y bonita aún. Pensó en los hechizos para revivir flores pero no recordó ninguno. Así que decidió hacerlo del modo muglee. Se encaramó en el mueble y buscó un jarrón pequeño, adecuado para una sola flor. Lo encontró hasta el fondo, ágilmente se bajó y comenzó a llenarlo de cristalina agua mientras seguía cantando. Estaba feliz, radiante. Metió alegre la flor en su lugar, mientras le espolvoreaba una medicina muglee. La observó satisfecha un momento más, sin poder recordar el hechizo aún. Algo llamó su atención afuera, por la ventana. Frunció el ceño, no había nadie. Talvez son ellos... pensó mientras al instante sonaba el timbre.
Colocó contenta el florerito en el centro de la mesa y se arreglo el cabello, lista para encontrar a sus amigos del otro lado de la puerta. Abrió la puerta un poco, solo para volverla a cerrar.No era ni Lían, ni Marion, ni Karin, ni Joshua, ni Sam... No eran sus vecinos, ni el muchacho que la solía molestar. No era el jardinero, ni su madre siquiera dándole una sorpresa. Era él, hoy, en el día de su cumpleaños.
Sabía que algún día la encontrarían, pero rogaba que no fuera ese él día, cada mañana. Sin embargo, hoy, apenas se había acordado de esas personas con las que había vivido en Londres, sus mejores amigos. Y hoy, el día de su cumpleaños, tenía parado al causante de que hoy no estuviera en Londres, conviviendo aún con su familia. Abrió de nuevo la puerta, pero ahora lentamente.
Era él? innegable, con unos ojos tan impasibles, verdes intensos. Parado en el marco de su puerta, de su casa. El también tenía el cabello un poco más largo, muy natural. Parado frente a mí, seis años después, seis años después de haberle dejado tan solo una nota. Su rostro, era más ancho, y con la barba sin rasurar le daba un aspecto maduro. Plantado frente a ella, sin una nota de aviso siquiera. Ella le había dejado una ¿porque el no había podido hacer lo mismo? se percató del cinismo en sí misma. De repente, recordó, todo, como que si de una película se tratase. En especial, el día que había llegado allí. Todo lo que había llorado...Pero no sabía como reaccionaría él, si la entendería. Unas ganas de abrazarlo la hicieron sentirse mal consigo misma. Los había abandonado, sin despedirse ni explicar nada.Había huido del sentimiento, sin embargo, este seguía ahí, intacto, ciego e infantil... natural. Decidió romper el hielo, dándose cuenta de que el no tenía la culpa de nada. El solo había sido él mismo, ese no era ningún pecado, pecado era haberse enamorado de él, haber dejado de vivir por él.
N/A: Aqui les traigo un fic de tan solo dos capitulos, ya lo tenía guardado desde hace tiempo, haber si les agrada, ya tengo escrito el segundo y ultimo cap, asi que se los subo en una par de días, no como me ha pasado con mis otros dos fics, pero igual voy a intentar actualizar esta semana que viene. ojala que les entretanga el rato un poquito niños...
en el próximo capitulo¿Harry y Herm hablarán, o se pelearán¿Y esos reclamos de Harry? Hermione tiene a alguien que presentarle a Harry¿le habra llevado Harry regalo de cumpleaños? volvieron a tocar el timbre y esta vez sí eran sus amigos...
bueno preciosos, saben que no me olvido de ustedes, ya me hacen falta sus reviews en mi correo! cuentenme como les va en su vida!
besos, ab.
