-Progreso-
II. Cercanía
No podía negar que estaba muy nerviosa. En las últimas horas, había repetido el mismo proceso sin descanso: abría el armario, echaba un vistazo, veía su ropa de trabajo y un par de vestidos que tenía en el fondo y lo volvía a cerrar para dar vueltas en su habitación mientras pensaba.
Se sentó en la cama y se quedó mirando la pared del cuarto, pero pronto se echó hacia atrás para tumbarse con los brazos abiertos. Observó el techo blanco, la lámpara dorada y luego cerró los ojos durante varios segundos. Los volvió a abrir. Los cuatro días que había estado esperando para que el viernes y su cita con Yami —si es que podía llamarla así— llegaran habían concluido. Y aunque tenía muchas ganas de verlo también se sentía rara.
Después de mucho tiempo, había sido clara por fin y sin disimular, titubear o dudar. Suponía que su cerebro, su corazón y su alma se habían cansado de ir a medias y ya la vergüenza no tenía nada que hacer al respecto porque no podía detenerla. Los sentimientos simplemente se le desbordaron, haciendo que sus palabras brotaran de sus labios y que su actitud huidiza y desesperada cambiara. En el fondo, le alegraba.
Le agradaba la idea de conocer más a Yami, de saber quién era realmente, de escuchar historias de su pasado, de su presente y de sus planes de futuro. Le hacía ilusión infinita haber podido presenciar cómo sus labios decían que le gustaba, pero no podía negar que estaba algo triste. Sabía que no era su culpa, que no tenía nada que reprocharle, pero no podía evitar sentir pesadumbre al saber que sus sentimientos no eran completamente correspondidos. Pero quería ser positiva. Al menos, tenía una oportunidad. Estaba más cerca de él que nunca, sabía que algo, aunque fuera una emoción ínfima, vibraba en su interior cuando estaban juntos, así que debía aprovecharlo.
Se levantó con decisión, abrió el armario y sacó un vestido esmeralda que llevaba un par de meses guardando para una ocasión especial que nunca se había presentado. Hasta ese día. Lo estiró para verlo mejor. Le parecía bastante bonito, al contrario de aquel azul y exagerado que le obligó Sol a ponerse en el último festival de las estrellas que se celebró en el reino. Recordaba que ese día Yami se había reído de su atuendo y, aunque a ella tampoco le gustaba, le había dolido un poco su actitud.
Se puso enfrente del espejo de la habitación y se lo posó contra su cuerpo para ver cómo le quedaría. Era largo, con las mangas acabadas en una tela de encaje y tenía una especie de cinturón estrecho y dorado. Miró su pelo. ¿Debía llevarlo recogido o suelto? ¿Se hacía el moño de siempre o algo más especial? ¿Se maquillaba un poco, se quedaba como estaba o elegía algo distinto?
Bufó con fastidio y dejó el vestido estirado encima de la cama. Estaba dándole tantas vueltas a la situación que se iba a acabar frustrando, así que decidió dejar de pensar tanto y meterse a bañarse para tratar de relajarse.
Se desnudó, dejando la ropa que se solía poner para el trabajo doblada al lado para lavarla más tarde, y se metió en la bañera despacio. El agua caliente consiguió que un suspiro de alivio se escapara de sus labios cuando se sentó y posó los brazos alrededor de la bañera. Miró el techo de nuevo y observó el vapor que salía del agua y subía hasta perderse de su vista. Metió los brazos dentro de la bañera y se recostó aún más.
De forma irremediable, se puso a pensar de nuevo en la cita. No sabía bien de qué debía hablar, cómo debía actuar o si Yami sería capaz de llevarla a un sitio que le agradara, aunque fuera un poco. Aunque estuviera enamorada de él, no podía esconder la verdad: era un hombre… muy peculiar, con gustos raros y que no iban con ella.
Tampoco estaba segura de si sería capaz de mantener una conversación mínimamente coherente. ¿De qué le hablaba? ¿Del trabajo, de sus chicas, de su familia, de su pasado, de su rutina? ¿Y si le aburría? ¿Y si se quedaba en silencio sin saber qué decirle? ¿Y si simplemente se daba cuenta de que no iban a lograr conectar nunca?
La cabeza le pasaba de un pensamiento a otro de forma tan rápida como alarmante, así que la sumergió en el agua, hastiada por completo por no poder tranquilizarse, y estuvo así, conteniendo la respiración, durante algunos segundos. Cuando la sacó a la superficie, tomó una gran bocanada de aire y se sentó de nuevo, sumergiendo esta vez su cuerpo hasta la barbilla.
Se quedó allí algunos minutos más, pero cuando notó que el agua estaba ya tibia, decidió salir. Se secó rápidamente con la toalla y salió a la habitación, donde se vistió y se quedó mirándose otra vez en el espejo. Decidió dejarse el pelo suelto y aplicarse un maquillaje ligero, que casi no se notaba.
Nunca se había detenido demasiado a pensar en su apariencia. Si bien era cierto que Charlotte era una mujer dotada con una belleza fuera de lo común, no era algo que se planteara con frecuencia. Se lo habían dicho en un sinfín de ocasiones, así que ya había perdido el sentido, el valor, y notaba esos cumplidos vacíos y superficiales. Prefería mil veces que alabaran su sentido del honor o su fuerza que su aspecto físico, pero ese día, sin entender demasiado bien por qué, sentía que quería impresionar a Yami, que la mirara, que fuera consciente de esa belleza que todos ponían en valor, pero que solo quería que él notara.
Salió de la habitación tras echarse un poco de perfume, se encontró con algunas de sus chicas que le gritaron con adoración que estaba hermosa y se marchó, no sin que antes le desearan suerte. Charlotte confiaba plenamente en ellas, así que les contaba prácticamente todo lo que sucedía y no quería esconderles que por fin tenía una oportunidad con Yami, porque además sabía bien que ellas la apoyaban y se alegraban por ese acercamiento tan significativo entre ambos capitanes.
La magia espacial de su vicecapitana la llevó a la capital en cuestión de segundos. Había quedado en encontrarse con Yami al lado del mercado central, que por ese entonces estaba adornado con luces y puestos, anunciando así la próxima llegada de la navidad. Respiró profundamente y se miró las manos. Hacía tanto frío que hasta podía ver su aliento.
Echó un vistazo rápido al mercado. Era muy bonito, había muchos productos para comprar y podía ver a familias y parejas visitándolo mientras se reían, hablaban y se tomaban las manos. ¿Podría ella tener algún día algo como eso…?
Miró de nuevo al frente y vio a Yami más cerca de lo que esperaba. Iba vestido como siempre. Era increíble que no tuviera frío llevando esa camiseta de tirantes en pleno invierno. Sus dedos se entrelazaron de forma irremediable, como en un impulso para controlar su nerviosismo, y se sintió estúpida, con su vestido, su maquillaje y su perfume mientras lo miraba llegar.
Le entraron unas ganas desorbitadas de marcharse lo más rápido que pudiera, pero finalmente su cuerpo aguantó y no se movió ni un centímetro, a pesar de que estaba tremendamente asustada.
Lo vio llegar, colocarse enfrente de ella y darle la última calada a su cigarro para después tirarlo al suelo y pisar la colilla restante. Se quedó mirándola con tanta intensidad que su corazón se encogió, pero inmediatamente se preparó para recibir el comentario más desagradable que pudiera imaginar por su atuendo, ya que sabía que Yami al final siempre iba a ser Yami.
—Wow. Estás… estás verdaderamente preciosa —le dijo con su mirada oscura clavada en el océano de la suya—. ¿Te has puesto así solo para mí?
Yami sonrió. Charlotte pudo ver un atisbo de sorna en su gesto, como siempre le pasaba, pero había algo más aparte. Era como si estuviera orgulloso o maravillado. Y no lo sabía y tampoco iba a indagar con preguntas que iban a hacerle perder el tiempo, así que simplemente asintió, sintiendo que sus mejillas ardían por la vergüenza que le suponía que le dedicara esa clase de cumplidos.
Pasó de largo para que no la viera y musitó un breve «gracias». Escuchó los pasos de Yami detrás de ella hasta que se puso a su lado y comenzaron a caminar en silencio, aunque no duró demasiado tiempo porque parecía que el Capitán de los Toros Negros tenía ganas de hablar esa noche.
—¿No quieres saber dónde vamos?
—La verdad es que sí —admitió Charlotte mientras lo miraba de soslayo.
—Vamos al único sitio que he encontrado por aquí en el que sirven comida de mi país.
—¿En serio?
—Sí. Vengo desde hace muchos años. Su dueño se llama Rokuro y emigró hace unos treinta años porque allí la situación era muy inestable.
—¿Y esa comida… está buena? —preguntó con algo de desconfianza.
—Tendrás que esperar para probarla. No te preocupes, estamos cerca.
Anduvieron por un par de calles más y finalmente llegaron al sitio. El local era completamente distinto a cualquiera que hubiera visto antes. Era pequeño, estrecho y simplón, pero, al entrar, una explosión de calidez hizo que lo sintiera como el más acogedor en el que había estado.
—Viejo, ya estamos aquí.
—Oh, hola. Es verdad que traías a una acompañante hoy.
—¿Por qué te iba a mentir?
—Bueno, es inusual verte con alguien. Buenas noches, señorita —dijo, saludando a Charlotte—. Es un placer conocerla.
—Igualmente. Me llamo Charlotte.
Tras acabar con la presentación, se sentaron en la barra. Yami le explicó que era típico en su país comer en la barra de las tabernas, aunque a ella le parecía un tanto extraño, pero simplemente se encogió de hombros y se sentó en uno de los taburetes.
El hombre empezó a sacar platos sumamente raros y Charlotte se quedó mirándolos atónita. Escuchó a Yami riéndose y lo miró.
—¿Dónde están los cubiertos?
—Son estos —dijo él señalando dos palos de madera.
Charlotte parpadeó un par de veces con incredulidad. ¿Cómo se suponía que iba a comer con esos utensilios? Observó la comida y compuso una mueca extraña y que no pasó desapercibida para Yami, que volvió a reírse.
—¿Esto… está crudo? —preguntó mientras señalaba una especie de rollos de arroz cortados con pescado aparentemente sin cocinar en su interior.
—Sí. Se come así. Vamos, prueba uno.
La mujer cogió los utensilios extraños encerrando su puño contra uno de ellos para pinchar la comida, pero Yami la detuvo sujetándole la mano.
—No se hace así —explicó suavemente. Se levantó y se colocó a su lado, rodeando su cuerpo con uno de sus brazos y sujetando su mano para explicarle cómo se hacía—. Eso es, así mucho mejor —dijo sonriendo al observar que el gesto le salía con mayor fluidez.
Mientras todo aquello sucedía, Charlotte sintió su corazón palpitándole con insistencia dentro del pecho. Sentir el cuerpo de Yami tan cerca, su calor y su mano rodeando la suya hizo que su nivel de inestabilidad y de nervios aumentara hasta dispararse a unos niveles absurdos, pero lo disimuló bien, o eso creyó.
Antes de probar el trozo que había conseguido sujetar con los palillos se le cayó en el plato como tres veces, pero Yami siempre le explicaba cómo hacerlo y finalmente aprendió.
—Está bueno —dijo ella tras probar la comida.
—Claro, te lo dije. Me alegra mucho que te guste.
Charlotte se quedó mirándolo. Sonreía de nuevo con tanta afabilidad que le dieron unas ganas terribles de abrazarlo, pero no era el momento ni el lugar, así que le desvió la mirada. Sin embargo, se volvió a relajar pocos minutos después, cuando Yami fue moviendo la conversación hacia distintos temas. Parecía que era consciente de que a ella le costaba hablar y se estaba esforzando por ser él quien no dejara que el ambiente decayera. Pero tal vez era solo una suposición ilusionada que su mente inocente hacía.
Al terminar, Yami le propuso acompañarla hasta su base mientras caminaban. Ella, mucho más relajada que cuando la cita empezó, le dijo que sí. Fueron hablando de cualquier cosa, casi sin mirarse, pero sintiendo la atmósfera cómoda entre los dos.
El camino fue mucho más corto de lo esperado para Charlotte, que pronto se encontró en la misma puerta de la base que llevaba capitaneando tantos años. Se dio la vuelta y miró a Yami, que tenía otra vez esa enigmática sonrisa que no sabía descifrar adornando sus labios.
—Bueno… es tarde, así que voy a entrar.
—Bien.
—Me lo he pasado muy bien esta noche, Yami. Muchas gracias.
—¿Quieres que lo repitamos otro día?
—Me encantaría —se apresuró Charlotte a decir, como no creyéndose que aquel momento estuviera sucediendo de verdad.
—La próxima la eliges tú, ¿no?
—¿Eh?
—Sí, quiero que vayamos a un sitio que te guste a ti.
Charlotte apretó el vestido entre sus manos. Sentir que Yami se preocupaba por conocer sus intereses la hizo tan feliz que sonrió sin darse cuenta y como hacía mucho tiempo que no le sucedía.
Le pareció que su gesto cambiaba a uno más serio y, de repente, lo sintió cerca, mucho más cerca que antes. Tanto, que sin previo aviso le escondió un mechón de pelo detrás de la oreja y le acarició la mejilla despacio. Juntó sus frentes y cerró los ojos mientras Charlotte sentía que el corazón le iba a explotar de los nervios y la emoción que estaba sintiendo.
—No puedes hacerte una idea de las ganas que tengo de besarte… —susurró contra su mejilla izquierda.
Sintió sus manos moviéndose a través de su rostro hasta que su dedo se posó en su labio inferior con delicadeza. Lo acarició despacio, tanto que le resultó una especie de tortura que no diera el esperado siguiente paso, así que le contestó.
—¿Y qué es lo que te impide hacerlo?
Movió su rostro para alcanzar su boca, sintiendo la calidez de la mezcla de sus alientos, la caricia sobre sus labios y su corazón desbocándose en su interior, pero su intención no llegó a ningún destino, pues Yami se apartó.
Lo miró con confusión. Todo había salido bien aquella noche, así que no entendió que ese fuera el desenlace. Tal vez se había apresurado demasiado o había escogido las palabras equivocadas, pero se sintió bastante desilusionada.
—Te recojo el sábado que viene por la mañana. Piensa bien el lugar, ¿vale? Tiene que ser uno al que tengas muchas ganas de ir.
La sonrisa volvió a su rostro, así que Charlotte decidió relajarse y disfrutar de ese momento sin preocuparse por ese pequeño retroceso.
—Está bien. Te aseguro que te va a encantar.
—Buenas noches, Charlotte —le dijo tras asentir.
Entró en el edificio y, justo antes de cerrar, vio a Yami dándose la vuelta para marcharse.
Era cierto que no todo había ido como le gustaría, pero estaba tremendamente orgullosa de todos los pasos que había logrado dar y de todas las distancias que había conseguido acortar esa noche.
Continuará...
Nota de la autora:
Quería hacer los capítulos cortitos y al final este me salió más largo. Pero bueno, no está mal, ¿no? A ver qué sale para los que quedan, que no sé si serán uno o dos. Ya veremos cómo va saliendo cuando me ponga a escribir.
En el próximo capítulo vemos la siguiente cita y el punto de vista de Yami sobre esta, que hay que saber por qué demonios no ha querido besarla, que ya hay que ser cabeza hueca.
¡Espero que os haya gustado!
Nos seguiremos leyendo en la próxima.
