Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Recomiendo: The Chase – SOHN

Capítulo 2:

Férreo

"Aguantas cada palabra que digo

Tirando cada vez que me muevo

No puedes evitarlo

Te sofocas para verme caliente

(…) No puedes evitarlo…"

¿Cómo asemejaba el calor que salía de su cuerpo? ¿Cómo lo describía a cabalidad? Era imposible. Estaba tan cerca y su olor era tan embriagador que me costaba mantenerme serena. Era difícil concentrarme porque su manera de intimidarme era a la vez atractiva, como si su sombría presencia me clavara a él. ¿Qué demonios me pasaba?

Debía estar confundida.

—Déjeme ir —ordené, plantándole cara.

No permitiría que ningún imbécil con su influencia lograra rebajarme, ¡nunca!

—¿Qué planeas, Isabella Swan? —inquirió, apretando sus manos alrededor de mi cabeza, con palmas en la pared—. ¿Crees que no sé la clase de persona que eres?

Tragué y levanté aún más mi barbilla.

Edward Cullen no estaba jugando, ¿eh?

—Eres solo una niñata engreída que cree que puede ocupar el lugar de mi madre solo porque engatusó a mi padre. ¿Crees que no sé lo que quieres? Por supuesto, nuestro dinero, lo que han cosechado mis padres no lo arrebatará su amante. —Su voz era tremendamente calmada a medida que hablaba, sin embargo, su lenguaje no verbal era amenazante hasta el punto en el que temí, no por mi integridad, sino por lo hipnotizante que resultaba ante su fuerza y semblante poderoso. Era atractivo y tan viril—. No dejaré que hagas lo que quieras, te has metido donde no debías y con la persona equivocada… Isabella.

Sentí que acabó oliéndome por lo que tragó, extrañamente curioso ante cómo seguía cayendo mi abrigo por mis hombros.

Esa manera de nombrarme, ah… ¿Por qué generaba este efecto?

—Recuérdame, Isabella, te has metido con Edward Cullen y no dejaré que sigas estorbando —aseguró, terminando de apretar por última vez la pared, con cada mano a un lado de mi cuerpo.

Las miré, respirando con dificultad. Usaba guantes de cuero.

—No te tengo miedo, Edward Cullen —respondí, mirándolo a los ojos.

Sonrió.

Mierda, realmente era atractivo, pero muy peligroso.

—No necesito que me temas —terminó por susurrar.

Se alejó, evadiendo la mirada de mis tacones mientras apretaba los dientes y fruncía el ceño. Se acomodó los guantes, se puso las gafas de sol y se marchó, dejándome en medio de un tumulto de emociones difíciles de explicar.

—Eres un bastardo —murmuré, apretando mis puños mientras sentía el efecto de su cercanía.

No iba a permitir su intimidación, por más que lo quisiera.

—Sabía que tú eras el más difícil pero no pensé cuánto —añadí, acomodándome el abrigo.

«Soy más fuerte que él, puedo con esto».

Pero ¿por qué mis rodillas temblaban? Tuve que respirar hondo y tragar la sensación en mi garganta, mirando al techo. No, no tenía miedo, era algo diametralmente diferente.

Cuando pude controlarme, volví al salón, guardando la compostura, como si no me hubiera enfrentado a Edward hacía menos de cinco minutos.

—Señorita —exclamó Serafín, viniendo hacia mí—. ¿Qué ocurrió?

—Necesito ver a Carlisle. Es hora de marchar —musité.

Él asintió y me ofreció su brazo, dispuesto a llevarme allá.

Antes de que pudiéramos dar un paso adelante, noté que la prensa nos esperaba tras la inmensa seguridad del prado, por lo que tuve que reponerme y mantener la expresión dura, aun cuando moría por llorar.

Caminamos por el prado y llegamos al descanso de Carlisle, un lugar que lejos de tranquilizarme, me llevó a experimentar el pánico de ser quien era hoy en día.

—¿Crees que sea capaz de sostener el poder que Carlisle me ha dado? —pregunté, tocando las flores.

Mis camelias estaban puestas bajo todas las demás, lo que de alguna forma me dolió ante su inmenso significado y analogía a mi total realidad.

—Usted sabe que es fuerte, por algo el señor Cullen decidió que usted sería la encargada de todo el imperio…

—Solo soy una chica de veinte años —musité, mirándolo—. Todos me subestiman, saben de dónde vengo.

—Nosotros no somos de dónde venimos, sino que somos en quienes nos convertimos de acuerdo a nuestras oportunidades pero también a nuestros talentos. Sabe que es capaz, yo también tengo la certeza. El señor Cullen estaría muy orgulloso de usted.

Suspiré y pensé en él, en su mirada de aliento, su mano en mi hombro, su respeto y cariño de padre. Para todos sería la viuda, aquella que le arrebató el hombre a una familia ya rota, a la que apuntarían con el dedo, sin saber que detrás de todo esto no existía aquella relación que los medios querían mostrar.

—Prometo que haré lo que me pediste, Carlisle —musité, sintiendo las primeras gotas de lluvia sobre mi cabeza.

Solo era el comienzo.

.

Respiré hondo y miré a mi alrededor. Todo era grotesco pero maravilloso. Carlisle le había dado una vida de lujos a su exesposa y a sus hijos. La casa principal era una mansión clásica de pulcro y cuidado aspecto. Intimidaba. La zona principal estaba cubierta por diferentes agentes de poder, quienes no permitirían que ningún miembro ajeno a la familia se atreviera a poner un pie.

Nuestro coche aparcó en la zona principal y yo me bajé con cuidado, escoltada por los mismos agentes de poder. Me acomodé el vestido terracota, sostuve el aliento y di un paso adelante, tomando el brazo de Serafín, mi eterno confidente.

—Prensa cerca, no los mire —me aconsejó él, instándome a continuar.

Me mantuve tensa, no estaba acostumbrada al acoso de otras personas por ser quién era.

—¿Está usted interesada en el patrimonio de los Cullen?

—¿Qué recibirá por haberse casado con el expresidente Carlisle Cullen?

—¿Planea quitar a la exesposa para vivir en el lugar?

Qué gran mierda me parecía lo que decían. Aunque no los culpaba, nadie sabía lo que había detrás de cada situación que viví para llegar hasta donde estaba. Todo había comenzado en el momento más complejo de mi vida, cuando solo requería un trabajo y un sustento. Estaba perdida en ello, era solo una chiquilla de diecisiete recién cumplidos, una nena que necesitaba hacer lo posible por salir de la mierda en la que se había inmerso.

"Estaba nerviosa. Era mi primer trabajo de verdad, seguro y sin temor de un despido injustificado. La agencia de aseo había pedido prepararme para realizar mi quehacer en uno de los lugares más importantes del estado, nunca creí que sería yo la persona que iría a limpiar los rincones de las oficinas de campaña del expresidente Carlisle Cullen. Mis colegas me habían dicho que daba buenas propinas y era muy amigable. No creí que fuese cierto, hasta que lo conocí.

Me acerqué con mi escoba y la pala, mirando todo el sitio con bastante sorpresa. Nunca había estado en un lugar tan lujoso. Era fascinante. Además, era tan limpio que no supe por dónde empezar, era como echarle agua al océano: redundante y una pérdida de tiempo.

Bienvenida —me dijo una suave voz.

Al girarme, vi unos ojos azules muy cálidos y confiados.

Usted debe ser la señorita Swan —afirmó, dejando su maletín a un lado—. Es un gusto. —Me tendió su mano y yo me quité los guantes tan rápido como pude, no quería entorpecerlo—. Descuide, no soy de cristal. —Se rio.

El expresidente Carlisle Cullen era un hombre increíblemente guapo para ser un hombre ya mayor. Lo único que sabía era que había pasado de los cincuenta hacía bastantes años y que su periodo en el poder fue cuando yo apenas era una pequeña de siete años. No era una mujer dada a la política, en mis diecisiete, había tenido que irme de mi casa por petición de mi madre y padrastro al poner en vergüenza el nombre de su familia por impura y pecadora, por lo que siempre pasé alejada de la televisión, periódicos o cualquier medio de comunicación por considerarlo inmoral.

Puede comenzar por aquí, mis asistentes y el equipo de campaña están por aquí con frecuencia, por lo que ensucian rápido. Es un gusto conocerla —afirmó.

El gusto es mío, señor Cullen.

Sonrió y me palpó el hombro con respeto y caballerosidad, como lo haría un padre a su hija."

Uno de los agentes de seguridad comunicó nuestra llegada, y tras la conexión con su audífono, recibió la orden para permitirnos entrar. Al abrirnos la puerta principal, sentí otra vez la timidez de mi mujer interior, aquella que guardé bajo llaves para que nadie más fuera a hacerle daño. Debía controlarme, no demostrar que esto era nuevo para mí y que me veía enfrentada a personas con franco poder.

La puerta era doble y de cristal marmoleado. Al ingreso, sentí un frío glacial, posiblemente al ser un espacio tan grande que nadie podía llenar. Había fotografías de la familia Cullen y para mí fue inevitable mirar con detenimiento sus sonrisas, en especial la de Carlisle. ¿Era infeliz? Posiblemente, no por sus hijos, a quienes amaba con fervor, sino por estar con una mujer que no quería.

—Señorita Swan —dijo una mujer joven.

Llevaba una carpeta bajo el brazo y miraba de forma serena pero impertérrita. Era una mujer francamente hermosa. Tenía un cabello ondeado y rubio, que se amoldaba a la perfección con sus pómulos altos. Llevaba un traje carísimo y oscuro.

—Mi nombre es Tanya Denali. —Sonrió—. Abogada y amiga de la familia. Estaré con ellos para la lectura del testamento. La invito a entrar.

Entrecerré mis ojos. Era la hija mayor del senador Denali, aquel hombre incómodo y arrogante del funeral. ¿Cómo extrañarme? Ambas familias llevaban la amistad y el poder codo a codo.

—Un gusto, Tanya Denali —dije, mirando a sus ojos.

Noté a cabalidad su manera de contemplarme, inescrupulosa, fría y desconfiada. Pasé delante de ella y me adentré al lugar. Ignorarla era mi arma por el momento, las intimidaciones de esa calaña no me producían absolutamente nada.

Vi a todos reunidos alrededor de la mesa, con el notario esperándonos. Esme Cullen estaba junto a Rosalie, quienes mantenían su expresión críptica. Al verme no fui bien recibida, sentí el odio, el rencor y las ganas de alejarme de este lugar que consideraban sagrado para su familia. Con soltura me senté junto a Serafín, esperando a la lectura, sabiendo que aún faltaban algunos miembros de la familia en llegar.

—Lo siento —exclamó Alice, entrando a la sala de manera natural y espontánea. Fue impensado que sonriera ante su presencia—. Buenos días, madre, Rose… Isabella, Serafín.

Ella fue la única que me dio una sonrisa, como una pequeña bienvenida a la familia.

—Buenos días —saludó formalmente la misma voz que la primera vez me hizo estremecer.

Apreté las manos con sutileza por debajo de la mesa. Lo sentía mirarme, una y otra vez. No quise seguir el juego y actué como si no existiera, lo cual ya era en extremo difícil. Sus pasos se sentían desde lo lejos, lejano a nosotros y permaneciendo de pie. Lo contemplé de reojo y vi aquel perfil y su inmensa altura intimidante. Era el único de todos en el lugar que me hacía temblar de una manera que no lograba explicarme.

—Buenos días, senador —dije, llena de una valentía que no sabía que tenía.

Todos se giraron a mirarme, en especial él, que se acomodaba los guantes de cuero con los ojos entrecerrados. Su iris verde se volvió oscuro y bajó la atención a la curva de mis piernas.

—Ahora que están todos, podemos comenzar —anunció el notario, llamando la atención de todos.

Me obligué a mirar, aunque seguía manteniendo mi atención grabada en sus expresiones; sus ojos quemaban y podía sentir cómo seguía guiado por mis gestos y mis movimientos.

—Quiero agradecer a todos los presentes. Al señor Cullen le habría gustado ver que todos estén reunidos para leer sus últimas palabras —prosiguió—. Procederé a leer.

"Nueva York, 30 de julio, 2018

Yo, Carlisle Frederick Cullen, por este medio, hago, publico y declaro que este documento es mi última voluntad y que estoy en plenas facultades, con edad legal, y que no actúo bajo presión o influencia indebida, y que comprendo completamente la naturaleza y el alcance de todos mis bienes y de esta disposición de los mismos. Testamento, y por el presente revoco cualquier y todos los demás testamentos y codicilos que haya hecho hasta ahora de manera conjunta o individual…"

Por la presente nomino, constituyo y designo a Edward Anthony Cullen como Albacea de este Testamento.

Esme sonrió y miró a Rosalie, mientras Edward parecía imbatible.

—Junto con Isabella Marie Swan —añadió.

Todos jadearon, incluyéndome.

—Por la presente, le doy y concedo al albacea todos los poderes y la autoridad que se requieren o autorizan en la ley, y especialmente el de suposición —prosiguió a leer el notario. Mis albaceas tendrán poder total y absoluto a su discreción para asegurar, reparar, mejorar o vender todos o algunos de los bienes de mi patrimonio, ya sea mediante subasta pública o venta privada, y tendrán derecho a permitir que cualquier propiedad en mi patrimonio esté en tales términos y condiciones. Condiciones que serán en el mejor interés de mis beneficiarios.

¿Carlisle me había nombrado a mí junto a… él? No me atreví a mirarlo.

—Es mi voluntad legar a las personas nombradas a continuación, si él o ella me sobrevive por treinta días, a las siguientes propiedades.

Todo fue silencio en el lugar, la tensión se podía cortar con un cuchillo.

—Primero, para mi primogénito, Edward Anthony Cullen, lego la total potestad de mis bienes en mis oficinas de campaña, domicilio en Miami, Prada, Grecia e Italia…

Dejé de escuchar mientras contemplaba a ese hombre. El senador Cullen dio una sonrisa suave, aunque no divisé alegría, ¿era capaz de sentirla en realidad?

—Para Isabella Marie Swan, lego la total potestad de mi departamento en Manhattan, lego la autoridad de la presidencia de mi empresa de acciones, Cullen Association Inc., quien, junto con mi hijo, vicepresidente de la anteriormente dicha empresa, llevarán a cabo todas las acciones de liderazgo y coordinación.

Sentí cada jadeo proveniente de los demás, la sorpresa de legarme la presidencia fue tal que sentía las miradas de todos los Cullen, en especial la suya. Él sería el vicepresidente legado, yo la presidenta… y apenas tenía veinte años. No podía creerlo. El senador sabía que mi poder sería superior al suyo, ¿era capaz de sostenerlo frente a él y a todos los demás?

El notario siguió nombrando las propiedades a mi nombre, pero no estaba pendiente de ello. Estaba intimidada ante todo lo que me correspondía. Claro, seguía siendo la esposa de Carlisle Cullen ante los ojos de la ley y de cada miembro de su familia, sin embargo, solo yo sabía el significado de aquel acuerdo entre ambos.

—Como testigos, declaramos que somos de mente sana y mayores de edad para ser testigos de un testamento y que, hasta donde sabemos, Carlisle Frederick Cullen, el creador de esta voluntad, es mayor de edad para hacer una voluntad, parece tener una mente sana y firmó esta voluntad voluntariamente y sin influencia o coacción indebidas. Declaramos que él / ella firmó este testamento en nuestra presencia, ya que luego firmamos como testigos en su presencia y en presencia de cada uno de los otros testigos, todos presentes al mismo tiempo —continuó el notario, luego de declarar todas las voluntades, finalizando con la lectura del testamento.

Esme Cullen se levantó de la silla y sostuvo la barbilla con arrogancia, mirándome con esos ojos llorosos y heridos.

—¿Estás contenta ahora? —inquirió.

—Madre, no aquí —pidió Rosalie.

—Es la voluntad de Carlisle —afirmé, levantándome junto a Serafín.

Ella se rio y luego siguió llorando.

—Así es. Una voluntad hecha con una… niñata —escupió—. No puedo creer que él haya caído tan bajo de tener una mujercita de tu edad. Podrías ser su hija. No fuiste tan tonta como creí. Ya veo. Ni siquiera eres capaz de guardar el luto.

Se marchó junto a Rosalie, entrando a otra habitación.

—Lamento todo lo que ha pasado —dijo Alice Cullen, acercándose a mí—. No ha sido justo tampoco para ti.

—Gracias, pero la verdad, no quiero causar problemas contigo y tu familia.

—Descuida, ya los tengo desde antes —afirmó, bajando la mirada—. ¿Nos veremos pronto?

Sonreí.

—Eso creo.

Miré a Serafín, instándole a que nos marcháramos. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, vi a Edward de frente, mirándome de tal forma que sentí calor en mis mejillas.

—Ve mientras, Serafín, por favor —susurré.

Él, algo dubitativo, asintió y se marchó.

—Ni crea que será tan fácil apropiarse de la mayor empresa de mi padre, Isabella Swan —dijo.

Tragué.

—La voluntad de Carlisle es esa y tendrá que aceptarla.

Una sonrisa áspera logró salir de su rostro inexpresivo.

—Se está entrometiendo en un terreno difícil y lo sabe. Puede intentarlo, pero siempre habrá consecuencias —afirmó, apretando sus manos—. No crea que por acostarse con mi padre tendrá beneficios por siempre. Recuerde quién soy.

Volví a tragar, orillada por la intimidación que él me provocaba.

«Acostarme con su padre. Hum. Si tan solo supieras, Edward Cullen, que cada idea tuya es más errada de lo que imaginas.»

—Pues encontró quien no le teme a su poder —aseguré, sabiendo que eso no era cierto—. Con permiso.

Pasé por su lado, rozando su pecho con mi hombro. Sentí su aliento y su perfume, lo que me hizo trastabillar con ligereza.

Tenía que lograrlo. Carlisle me encomendó esto por una razón y no iba a defraudarlo, costara lo que costara.

.

Llegar al que sería mi nuevo hogar me produjo diversas emociones. Carlisle me había dado la posibilidad de vivir en un departamento inmenso, luminoso y perfecto para mí. Era como si lo hubiera ambientado para cada una de mis necesidades.

—Deje las maletas ahí, por favor. Gracias —ordenó Serafín, quitándose el abrigo—. ¿Le gusta? —preguntó.

Le sonreí con suavidad.

—Es… hermoso —respondí entre suspiros—. ¿Lo eligió para mí?

Esta vez, fue él quien sonrió.

—Por supuesto. El señor Cullen quería que usted estuviera en un lugar digno para usted. Sabe que la adoraba como a una hija.

—Y ante los ojos de todos, solo soy una puta que se acostaba con él —musité.

Serafín me acarició los hombros de manera paternal.

—Solo nosotros sabemos lo que hay detrás de ese acuerdo. Usted es más que lo que dicen.

—Gracias, Serafín. ¿Crees que sea suficiente? Mañana debo presentarme en ese lugar, ser una presidenta…

—Si el señor Cullen decidió darle ese poder, es porque sabe que puede tomarlo y mejorar cada aspecto de su empresa.

Caminé hacia adelante, mezclándome con la sala. Toqué el sofá turqués y el diván del mismo color, sonriendo al ver que él había traído algunas de mis cosas antes de marcharse de este mundo.

—Con él sentía que mi propio padre estaba orgulloso de mí —dije—. No voy a mentirte, siempre dudé de hacerlo, ya sabes, aceptar el contrato y ser su esposa ante la ley, en especial cuando lo quieres como papá y lo respetas de esa manera.

Serafín se sentó a mi lado.

—De no haberlo hecho, sabe lo que habría pasado.

—Sí, y eso hace que decida seguir. Carlisle me ayudó cuando no tenía nada, le debo todo. —Lo miré.

—Y yo estaré con usted hasta el día de mi muerte, se lo prometo. —Me tomó la mano y me la besó.

Sonreí y lo abracé.

.

Respiré hondo y exhalé, mirando el imponente imperio del que todos hablaban, la gran empresa de acciones, Cullen Association Inc. Era un panal de abejas, con miles de ventanas y varios pies de altura, aunque "varios" me parecía muy poco. El nombre estaba en lo alto, majestuoso… grotesco.

—Está perfecta hoy —aseguró Serafín.

—¿Eso crees?

—Será una rompecorazones. —Me guiñó un ojo.

Tras el reflejo en la recepción, contemplé mi falda anaranjada, viva y alegre. Quería romper con la seriedad del lugar. Era apretada, hasta el final del muslo. Llevaba una camiseta marfil ajustada a mi cuerpo, que combinaba muy bien con mi blazer beige.

Me despedí de Serafín, sabiendo que esta vez estaría sola en un mundo de bestias y taconeé hasta identificarme, marcando mis pasos con mis stilettos.

—¿Nombre? —preguntó la recepcionista.

—Isabella Swan, tu jefa.

Ella pestañeó, impresionada.

—Mu… mucho gusto, señora…

—Señorita —corregí—. ¿Puedo entrar?

—Por supuesto —afirmó, levantándose para correr al ascensor y digitar el nivel de destino.

Mientras subía por la caja de metal, respiré hondo para calmar la ansiedad. Debía presentarme con todos ellos, imponerme, quitar de la autoridad total al senador Cullen. ¿Él estaría aquí? Por alguna razón, esperaba que no fuera así.

Cuando las puertas se abrieron, varios ojos se posaron en mí, comprobando quién era y por qué había llegado hasta el privado acceso de la máxima autoridad de la empresa.

—Buenos días —saludé con seriedad.

Nadie saludó.

—Soy Isabella Swan, la nueva presidenta —añadí.

Noté la incredulidad. ¿Qué podía estar haciendo una mujer tan joven ocupando un puesto de tal poder? Era inaudito para todos.

—Buenos días —respondieron finalmente.

Seguí taconeando hacia adelante. La puerta de la presidencia era la del fondo y la que me correspondía.

—Soy Jessica Stanley, su asistente. —Se acercó una joven mujer, aunque no tanto como yo.

—Un gusto —contesté.

—Es un agrado conocer a la nueva presidenta. ¿Puedo servirle algo?

—Un té sin azúcar. Gracias.

—¿Le agrego algo más?

—Limón.

—Por supuesto.

Cuando entré al despacho, no pude creer lo grande que era. Tenía unas ventanas desde el techo hasta el suelo y un diván de cuero hermoso. Aun así, me parecía una decoración que no se condecía conmigo, por lo que de inmediato enviaría la orden de remodelación.

—¡Señor Cullen! ¡Qué alegría verlo! —exclamó la misma mujer.

Me tensé y me quedé de espaldas, con mis manos en el escritorio, sintiendo sus pasos acercándose.

—¿Ya llegó? —preguntó con esa voz ronca y varonil.

—Sí, señor.

—Perfecto.

Sentí su perfume, el maldito calor de su cuerpo cerca y ese vibrar que provenía de su ser. No sabía describirlo. Al girarme y sostenerme aún del escritorio, lo vi a centímetros de mí, mirándome con intensidad a los ojos y bajando por mi cuerpo hasta terminar en mis tacones.

Tragó, de pronto inquieto y aflojándose la corbata.


Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia. ¿Qué les parece la fuerza de atracción que crece en ellos? Está marcada con tal intensidad que Bella siente mucho deseo ante lo que Edward provoca. Edward tampoco es ajeno a ella, el Bastardo no puede calmar los ojos y esas miradas podrían significar más de lo que imaginan. ¿Cuál creen que es el propósito de Carlisle para haberle dejado tanto poder a una chica joven? Porque sin duda, él veía en ella una inteligencia abismal. Aún así, sigue siendo una joven. ¿Cuándo cederán estos deseos entre ambos? ¿Qué pasará con todo este poder? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

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