Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Recomiendo: Haze – Breath

Capítulo beteado por Melina Aragón: Beta del grupo Élite Fanfiction.

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Capítulo 3:

Caterva

"Estoy realmente interesado en ti y en tu escena

Principalmente porque me hace sentir cosas

(…) Porque es el mundo más salvaje en donde hayas estado

(…) Ahora que lo veo, sé que lo necesito…"

Sentía que me habían quitado el aliento. Sus ojos verdes parecían alimentarse de mi cuerpo y un calor insufrible comenzó a apoderarse de mí. Quise huir de su análisis perverso, contemplando su traje de sastre perfecto, pero le quedaba tan bien que fue aún peor.

Me estremecía la columna.

—Buenos días —dijo con la voz ronca.

—Buenos días —respondí sin titubeos.

Seguía mirándome de tal forma que mis mejillas enrojecieron. ¿Por qué mierda me pasaba esto delante de él?

—Interesante verla aquí, ¿no? —musitó, tocando mi escritorio—. Tal como lo imaginé.

Contempló mi vestir, deteniéndose en mi cuello descubierto.

Tragó.

—Veo que no tardó en llegar a apoderarse de la oficina de mi difunto padre —aseguró, volviendo a acomodarse la corbata.

Otra vez llevaba guantes de cuero. Debían ser muy caros. ¿Por qué siempre los traía?

—Me corresponde. Soy la nueva presidenta de la compañía, le guste o no —dije, dándole la vuelta al escritorio.

Sentí que me miraba de pies a cabeza, pero pensé que podía tratarse de mi imaginación. En mi mundo, esas miradas solo se daban cuando existía atracción y él me odiaba con fervor. Odiaba que lo hiciera, me desnudaba sin quererlo… o quizá sí era lo que quería.

Lo escuché reír por lo bajo, era la primera vez que rompía su fría rectitud. Aunque era más bien una risotada burlesca, como si estuviera subestimándome.

—¿Cuánto tiempo tardarás en descubrir que este mundo no es para ti? —preguntó, acercándose.

Me senté en la silla y crucé una de mis piernas, colocando mis brazos en el apoyo de cada lado. Él seguía contemplando el recorrido de mi piel, deteniéndose en los tacones de suela roja y finalmente volviendo a mis ojos.

—El mismo que a usted le tomará asumir que ahora el control es mío.

Su sonrisa amenazante volvió a emerger y sus ojos se entrecerraron. A medida que se aproximaba, apoyándose en mi escritorio, pude ver más de cerca sus ojos verdes. No quería terminar de asumir otra característica enloquecedora en él, pero nunca me había sentido más perdida por una mirada en mi corta vida.

—¿Crees que tienes el control, Isabella? —Su voz se tornó dura. Estaba furioso—. ¿De verdad crees que lo tienes?

—El testamento…

—¡A mí me importa una mierda ese maldito testamento! —gruñó—. En este lugar quien tiene el poder soy yo, quien maneja a todos según mis requerimientos soy yo y quien decide quién se queda y quien se va soy yo. Tú no tienes poder aquí y no lo tendrás. —Tensó la mandíbula—. Presidenta sobre mi cadáver.

Me levanté de la silla y lo enfrenté.

—Lárguese de mi oficina. Recuerde que pronto seré yo la de la última palabra —afirmé, causando su rotunda furia interior.

—Ya veremos cómo —susurró, mirándome la boca.

Cerré las piernas pero me contuve, aun cuando su pecho casi tocaba el mío.

—¿Nadie le dijo que conmigo no existían los juegos? —insistió, acercándose.

—No insista. No le tengo miedo.

Sonreía.

Dios, esos labios.

—Pues comience a tenerlo… Isabella. Siempre controlo lo que quiero y con usted no habrá excepción —musitó, tan cerca, ah… podía disfrutar de su aliento chocando con mi boca.

—Lo siento —respondí—, pero se ha topado con alguien incontrolable.

El senador Cullen gruñó y se alejó, saliendo de la oficina con mucha cólera.

—Bastardo —proferí, intentando calmarme.

Sí, era un completo bastardo. ¿Cómo osaba a subestimar mi poder? Iba a demostrarle que conmigo debía tener cuidado, porque no le iba a permitir que usara su mierda en mi contra.

Tambaleé, pensando en ese mismo calor, en la agonía de aquel cuerpo amenazante, tan cerca y a la vez tan lejos.

Sacudí la cabeza y me mordí el labio inferior, recriminándome por sentir esto por el ser humano más ruin que alguna vez había visto en mi vida.

Me senté con fiereza y comencé a revisar la información que debía manejar, tal como Carlisle me enseñó antes que su enfermedad lo consumiera con tanta rapidez. En varias oportunidades me sentía abrumada con mis responsabilidades, que acabé bufando y sintiendo un fuerte dolor de cabeza.

¿Iba a poder hacerme cargo de este imperio? ¿Todos ellos tenían razón al subestimarme?

—Y ese bastardo —refunfuñé, recordándolo.

¿Por qué Carlisle lo adoraba tanto? ¿Por qué evidentemente era su favorito cuando se trataba de hablar de él?

"Estaba terminando de limpiar la oficina del expresidente y de botar los papeles cuando él entró.

Oh, ¿la he asustado? —me preguntó, dejando su maletín cerca del escritorio.

Sí, la culpa es mía por entrometerme sabiendo que debía llegar a trabajar…

No, no es tu culpa.

Se quitó el abrigo y yo seguí con lo mío, terminando mi labor en el área. Sin embargo, antes de que pudiera seguir barriendo, tuve una náusea muy incómoda que además se acompañó con un mareo.

¿Pasa algo, Bella? —me preguntó, tomándome del brazo y sentándome en su silla.

Me sentí muy incómoda de estar usando el puesto del expresidente.

No, descuide, solo creo que… algo me ha caído mal al estómago —mentí.

Suspiró y llamó de inmediato a su asistente.

Victoria, por favor, trae una taza de té con cardamomo. Gracias.

No es necesario, señor Cullen.

Sí, es necesario, te sientes mal y quiero que descanses un poco. Te tomarás el té y luego te irás a casa, ¿de acuerdo?

Sonreí y asentí.

¿Sabes algo? Me recuerdas a mis hijos. No sé cuál es más terco que el otro.

Levanté las cejas.

Es que no me ha conocido a mí —respondí.

Vaya, eso es mucho decir.

¿Cuántos hijos tiene?

Tres. Alice es la menor, es la incomprendida, odia todo este mundo. Tiene tu edad, me recuerda mucho a ti. —Sonrió con cariño—. Luego está Rosalie, que es muy seria y compuesta, una chica inteligente, que ya pasa de los treinta y… —Suspiró, sonriendo aún más—. Mi querido Edward.

Ladeé la cabeza, intrigada.

Él es el nuevo senador del estado.

Hice una "o" con mis labios. No lo sabía.

Es bastante joven, ha hecho historia por cómo ha arrasado con las votaciones. —Sonrió—. Es el chico más inteligente que he conocido en mi vida, sé que logrará mejores cosas que yo. Es un gran hombre.

Se nota que lo quiere mucho.

Más que a mi vida —aseguró."

Me costaba creer que Carlisle hablaba del mismo hombre. El bastardo que estaba delante de mí no podía ser el mismo. Era un ser… despreciable.

—Con permiso, señora Swan —dijo Jessica, entrando con la taza de té que había pedido hacía una hora.

—Te la pedí hace un tiempo —afirmé.

—Tenía trabajo por hacer. Aquí no estamos para complacer. Con permiso, señora.

Apreté la mandíbula.

Cómo no, era solo una niñata de veinte intentando llevar a cabo todo lo que Carlisle me confió. Seguía siendo lo que los medios siempre llamaron con total autoridad la "amante", la mujer que le arrebató todo a la carismática Esme y se quedó con lo más preciado, fortuna y un puesto de inmenso poder, incluso sobrellevando a su hijo favorito. La verdad, tampoco entendía por qué yo, qué vio Carlisle en mí para pedirme que firmara ese contrato que a ojos de todos sería un matrimonio, cuando lo nuestro era una relación de completo respeto, como la de un padre con su hija.

La jornada en la empresa fue fatal. Ser ignorada no era algo que me afectara demasiado, siempre solía sobrellevar las pruebas del destino y me consideraba una luchadora, incluso en el área social, pero esta vez la situación me resultó más compleja de abordar en toda la extensión de la palabra. Ahora tenía la máxima autoridad y nadie parecía respetarme o al menos temerme.

Tomé mi bolso y me levanté de la silla, mirando un momento más a mi alrededor. Mañana vendrían a redecorar mi oficina, la que por fin tendría mi identidad. El lugar era tan lúgubre, tan monocromático… minimalista. No era mi estilo, a mí me gustaba lo vivo, lo fuerte, lo que elevara mi alma. Necesitaba sacar a relucir este lugar, Carlisle me lo pidió a cambio de darme todo para encontrarla. No había tiempo que perder.

—¿Ya se va, señora? —preguntó Jessica, que bebía café con otras ejecutivas, justo de la planta baja.

Supuse que no estaba el bastardo senador, de lo contrario estarían con la cabeza gacha, preocupadas de demostrar sumisión ante el poder de la empresa. ¿Conmigo? Imposible, eran estólidos al momento de acatar.

Como si te importara

—Sí. Mañana quiero que tengas los legajos de…

Me callé cuando noté que seguían hablando entre ellas, olvidándome en un segundo. Rechiné mis dientes, queriendo mandarlas al diablo en un segundo, pero fui paciente y además estaba cansada, necesitaba despejarme.

Caminé por las calles de Brooklyn y tan pronto como llegó mi chofer, le pedí que diera una vuelta por un barrio que siempre traía intensos recuerdos.

—¿Está segura que quiere ir ahí? Señorita, es peligroso para usted…

—Vaya, es una orden —susurré.

Él asintió y aumentó la velocidad, dirigiéndose a South Bronx, el barrio de mi infancia. Era pobre, abundaban los destrozos, las pandillas, lo que no debía suceder en un polarizado Brooklyn. Le pedí que se dirigiera hacia las zonas de los departamentos y me enfrenté a la que fue mi casa durante los mejores seis años de mi vida.

Fue inevitable recordarme corriendo junto a papá, quien solía perseguirme callejón tras callejón. ¿Cómo fue que mi periodo con él terminó tan rápido? Ahora no sabía dónde se encontraba, de pronto no volví a verlo y todo se desmoronó tras aquel suceso.

—Siga por allá —le pedí, mirando con nostalgia la pobreza y ruina de los barrios.

Cuando llegué a la que fue mi casa por el resto del tiempo, con mi madre casándose con el fanático de Phil, un pastor que se alimentaba gracias a los creyentes. Fue tanto el nivel de sentimientos encontrados que me bajé del coche.

—Señorita, no puede…

Dejé de escucharlo y miré, sin querer acercarme. Ahí estaba mi madre, la mujer que me pidió que me fuera por petición de Phil.

"—No puedo creer lo que escucho —exclamó él.

Miraba directamente a la biblia, pidiéndole un escape a Dios por todo lo que estaba sucediendo.

¡Eras una chica de bien! —insistió.

¡Tú no me conoces! ¡No puedes…!

No le hables así a Phil —ordenó mi madre, alzando la voz.

La miré, incrédula.

¿Estás de acuerdo con lo que dice?

A ella le tembló el rostro y no respondió.

Mamá…

Toma tus cosas y lárgate —ordenó Phil—. No quiero ser el pastor que tiene una hijastra promiscua como tú.

Sentí deseos de llorar pero me contuve.

Esta casa es de mi madre… No voy a irme. ¡Ni siquiera sabes por lo que pasé, joder!

No le hables así a Phil —me regañó Renée, limpiándose las lágrimas—. Y creo que tiene razón. La gente dirá muchas cosas y yo… no puedo alimentar una boca más.

Fue ahí que no pude contenerme y sollocé, volviendo a mi habitación para sacar mis cosas y marcharme de casa. No podía creerlo, estaban sacándome a mí… y mi hijo."

Nunca pude olvidar esa sensación de desprotección. Mi madre había preferido el prejuicio impuesto por un hombre que ni siquiera era mi padre, a la seguridad de su hija. Estaba vulnerable y no le importé.

Cerré mis ojos y puse mi mano en el vientre.

—Ojalá todo hubiera sido diferente —susurré.

Me devolví al coche, sintiendo la pesadez de los recuerdos, y le pedí al chofer que me llevara a mi departamento. Necesitaba descansar.

.

Escuchaba a Serafín cantar mientras cocinaba, lo que me hizo sonreír. Su alegría combinaba mucho con la mía, siempre me hacía recordar quién era.

—¡Señorita! Ya está aquí —exclamó, dejando de lado la cena.

Vio mi expresión y de seguro comprendió qué ocurría.

—¿Fue muy malo?

—Fatal —respondí, dejando a un lado mi bolso—. Soy una nadie a pesar de ser presidenta de ese lugar. Es la compañía de acciones más grande del estado, me subestiman, es… —Gruñí y resoplé.

—Los tendrá comiendo de su mano pronto, acuérdese de mí.

Lo miré.

—¿Eso crees? Porque ni mi propia asistente, ¡que no contraté!, me ha visto la cara.

Él se acomodó el paño de cocina en el hombro y se puso las manos en las caderas.

—Es la mujer más inteligente que he conocido, ¿cree que no confío en todo su potencial?

Sonreí y le di un abrazo.

—Gracias, Serafín, no sé qué sería de mí sin ti.

Él me abrazó con cariño y suspiró.

—Lo mismo digo de usted, señorita. Me ha devuelto la fe en la familia.

Me quedé un segundo contemplando su pesar, que era igual o peor que el mío, y fue inevitable contarle lo que había hecho después de irme del trabajo.

—Señorita… —comenzaba a regañarme.

—Lo sé —interrumpí.

—Es un barrio peligroso, ahora es parte del escarmiento público, no quiero que esté en peligro…

—Solo quería recordar, ¿sabes?

Suspiró.

—No puedo olvidar mis raíces, todo lo que pasé, la desaparición de mi padre, mi madre… —Me quedé en silencio por unos segundos—. También recordé cuando…

—Por favor, señorita, recuerde que estamos aquí por algo muy importante y ese es encontrarla.

Tragué y volví a abrazarlo.

—Espero que con esto sea más fácil, Serafín.

—Lo será, se lo prometo.

Quería encontrarla, necesitaba hacerlo. Cada día que pasaba todo volvía a sentirse igual, como cuando me la arrebataron de los brazos. ¿Dónde estaba? ¿A qué lugar fue a parar? ¿Por qué? Eran tantas las preguntas y yo no tenía respuestas. Ahora, con todo este dinero, con el poder y las influencias que poco a poco estaba desarrollando, iba a tenerla de nuevo junto a mí, aunque fuera lo último que hiciera.

Serafín preparó ratatouille y nos sentamos juntos en la mesa. Sentí que era la misma comida llena de calidez que Carlisle y él me daban mientras me sentía sola, como tener dos padres a la vez. Ahora faltaba uno y se sentía su ausencia.

—Le tengo una noticia —comentó.

—Oh no.

Puso los labios en línea recta, se levantó de la mesa por unos segundos y luego regresó con un periódico de renombre, junto a varias revistas de gran prestigio social como también aquellas que se envolvían en chismes, no de cualquiera, sino de quienes tenían más poder en la sociedad.

—Ha sido el tema principal durante los últimos tres días —afirmó, esparciéndolos en la mesa.

Mi corazón se aceleró. No estaba acostumbrada a esto, de hecho, nunca pensé que tanta gente fuera a conocerme así.

Tomé el periódico y me sorprendí de ver que me llamaban la nueva cara de la política estadounidense.

—Ni que fuera a proponerme para el congreso —murmuré.

—Quiera o no, ya está ligada al mundo y la querrán conocer a fondo. Usted tiene todo lo misterioso e interesante a la vez.

Lo miré.

—¿No lo entiende? Es hermosa, joven, dulce y carismática.

—Pero no he hablado con nadie de la prensa…

—Esas cualidades no se presumen en la prensa, lo hacen cuando el lente ve y usted no lo nota.

Pestañeé y seguí mirando. Dedicaban varias páginas a mí, pero también al senador Edward Cullen.

«La llegada de la viuda de su padre no sentó del todo bien al senador del distrito, Edward Cullen».

—Vaya, se han dado cuenta —murmuré.

Dejé las revistas a un lado cuando vi que en una me llamaban malintencionadamente "la Viuda Negra".

—¿Sabe una cosa? Noté su bondad hace mucho tiempo, pero hoy vuelvo a darme cuenta de aquello.

—¿Por qué lo dices?

Tomó mi mano con cariño y sonrió.

—Aún con todo el escarmiento, con esos apodos que significan feos trasfondos y con una responsabilidad inmensa a cuestas, sus ojos se siguen viendo tal como el primer día, llenos de luz, esperanza y dulzura. No ha cambiado y eso me deja enormemente tranquilo. Solo… temo que dañen ese corazón puro.

Arqueé las cejas.

—Soy una mujer fuerte, no dejaré que nadie me pise y que tampoco se rían de mí. Llegué a controlarlo todo y nadie me sacará, te lo prometo, Serafín.

Su sonrisa creció, llena de orgullo y luego nos dedicamos a comer, dejando el tema a un lado.

.

Crucé el pasillo principal al salir del ascensor, usando mis gafas Gucci mientras lucía mi vestido ejecutivo de color borgoña. Sí, nadie se giro a saludar a su jefa y sí, hoy no estaba para sus mierdas.

—Buenos días —bramé, mirándolos a todos con la mandíbula tensa.

El tono de mi voz pareció ser suficiente, pues todos los de la planta se giraron a saludar y mi asistente se acercó con su maldita taza de café.

—Mi agenda de hoy, rápido, a la oficina —ordené.

No era la jefa que soñaba ser, no me gustaba ordenar, no quería ofender, pero necesitaba imponerme o pronto los coyotes iban a comerme viva.

—Tengo que terminar de alistar la lista para el senador. Durante el medio día iré a su oficina, señora Swan —afirmó, girándose para seguir con lo suyo.

Rechiné mis dientes, apreté las manos y respiré hondo, dispuesta a explotar. Sin embargo, el sonido del ascensor anunció la llegada de alguien más a la planta. Todo fue silencio, la razón era obvia.

—Buenos días, señor Cullen —canturreó Jessica, acercándose hacia él.

—Señor Cullen, qué alegría verlo por aquí —dijo otra de las trabajadoras de la planta gerencial y directiva.

El senador no respondió a pesar de que seguían hablándole diferentes personas. Me miró y volvió a analizar cada aspecto de mí. Se detuvo en los tacones aguja y luego en mi cabello suelto. Fingí que sus ojos verdes no me intimidaban de la manera incorrecta, que no era de terror, sino de algo muy diferente.

—¿Podemos tener una conversación en la oficina?

Respiré hondo y me di la vuelta sin responder. Sentí su calor tan cerca y en una zona inferior de mi cuerpo que por poco tropiezo con la baldosa pulcra. ¿Qué carajos me sucedía?

Entré rápido a mi despacho y deposité el bolso sobre el escritorio, sosteniéndome unos segundos para sosegar el calor.

—Veo que ya ha puesto su huella en la oficina de mi padre —mencionó, mirando cómo habían pintado las paredes y puesto más vida a este espacio tan lúgubre y serio.

Lo ignoré.

—¿Qué quiere? —inquirí, sentándome en mi silla. Era roja pasión.

El senador no tuvo cuidado en dejar caer los legajos.

—Requiero la firma de la presidencia para dar acceso a la nueva adquisición de planta en Ámsterdam. Hágalo, no tengo demasiado tiempo.

Solté una risotada.

—¿Cree que estoy jugando con usted?

Crucé mis brazos y esperé a que se respondiera a sí mismo. ¿No se daba cuenta de que ahora debía tratarme con un mínimo de respeto?

—Ya no es el jefe máximo aquí, señor Cullen. Pruebe siendo cordial. Además, necesito leer lo que usted está pidiendo para poner mi firma ahí.

Tensó la mordida y miró el legajo durante unos segundos, como si aguardara paciente para no gritarme.

—¿De verdad cree que voy a aceptar que usted es la presidenta? Ya se lo dije, aquí sigo siendo yo el que ejerce la última palabra. ¿Lo ve? Es invisible para todos. —Con el dedo índice apuntó a los papeles—. Fírmelos. Ahora.

«Bastardo de mierda».

—Además, no acepto órdenes de nadie, menos de una chiquilla de… ¿cuánto dijiste que tenías? ¿Veinte? —Rio, mirándome los labios por un par de segundos—. Te llevo casi quince años, Isabella, no intentes quebrantarme con esta escena que de seguro armaste engañando a mi padre. Ya sabes. Firma. Solo tengo hasta las seis.

Se dio la vuelta, dispuesto a marcharse sin preámbulos, sin siquiera esperar a que yo dijera un "no". Él asumía que iba a acatar, porque él era el bastardo principal, quien lideraba a todos los coyotes y buitres de la selva. Qué lástima que había llegado la reina de la jungla. Pequeña, pero venenosa si me atacaban. Era una araña… como las viudas negras, ¿no?

Tomé los legajos y fui tras él ante la mirada de todos los trabajadores de la planta.

—Señor Cullen —vociferé.

Se dio la vuelta de forma soberbia, gesticulando con sus preciosas cejas y sus perfilados labios carnosos. Ya se estaba acomodando la negra corbata mientras sentía esos verdes ojos dimensionando qué había en mí, como si pudiera ver detrás de mi ropa.

Le entregué los legajos, golpeando su pecho, lo que significaba que había tocado parte de él. Era duro y fuerte.

—No vuelva a levantarme la voz. Soy la presidenta de esta compañía y exijo respeto. La próxima vez que ose a ordenarme qué hacer bajo su antiguo poder, que ya no existe, por cierto, tendré que reunir al concejo. Cuando sea capaz de pedírmelo como es debido, tomaré esos papeles, los leeré y firmaré si lo considero adecuado. Y para su sorpresa, creo que tenemos algo en común, a mí tampoco me gusta que me den órdenes en mi trabajo. Con permiso.

Lo último que vi fueron sus fosas nasales dilatarse, las venas de su cuello hincharse y su ceño fruncirse de manera marcada ante la manera en la que le había hablado.

«Pues sí, Bastardo, no vas a ordenarme, aquí la que lo hará seré yo».

Todos habían escuchado nuestra discusión, cada maldito coyote. Sus rostros eran dignos de una fotografía.

Ahora sabían que conmigo no debían jugar.

.

Estaba terminando de orientarme en la visión de la empresa cuando vi la hora en mi reloj. Debía marcharme.

Quité el blazer del perchero y luego mi bolso. Al abrir la puerta, no me encontré solo a los coyotes en su trabajo, sino también a un pequeño de unos tres o cuatro años, sentado en una de las sillas que había en el vestíbulo. Miraba a la ventana, sosteniendo un violín entre sus dedos.

Sonreí.

¿Quién era? ¿Qué hacía aquí? Era tan guapo, tan… divino. El pecho se me apretó, recordándola a ella. Dolió.

Caminé lentamente hasta él, temerosa de perturbarlo siendo una desconocida. Desde cerca, vi su cabello sedoso y cobre, lo que me hizo parar antes de evitar alertarlo. Cuando me miró vi unos inmensos ojos verdes, dulces, bondadosos… inocentes.

Era el hijo de Edward Cullen.


Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia. ¿Qué creen? Ese odio rápidamente va a transformarse en algo mucho más intenso, algo que ninguno de los dos podrá controlar. Las cosas con Carlisle siguen siendo un misterio, pero ya podemos entrever qué pasó con Bella y cómo se comenzaron a dar las cosas entre ellos dos, ese apoyo mutuo y paternal que todos indudablemente creen de manera incorrecta... Edward no es ajeno a las emociones que Isabella genera, así como Bella se está dando cuenta de lo que le hace sentir el senador. ¿Imaginan lo que sucederá cuando ambos ya no sostengan la presión? Y bueno, vamos a conocer a un pequeño muy especial, un pequeño que, sin duda, significa el lado más vulnerable de su padre, el senador Cullen. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco los comentarios de Marxtin, natuchis2011b, Valevalverde57, Liliana Macias, johanna22, Milacaceres11039, Pam Malfoy Black, Coni, Liz Vidal, Kamile PattzCullen, LuAnka, Ivette marmolejo, CazaDragones, valentinadelafuente, Jenni98isa, Pancardo, Chiqui Covet, JMMA, Elena, Andre22twi, BreezeCullenSwan, cavendano13, BellsCullen8, Rommyev, alyssag19, Belli swan dwyer, rjnavajas, miop, Diana2GT, freedom2604, Brenda Cullenn, Robaddict18, saraipineda44, Bell Cullen Hall, debynoe12, Melany, calia19, morales13roxy, krisr0405, patymdn, SeguidoradeChile, ariyasy, CCar, luisita, morenita88, jackierys, AnabellaCS, Jocelyn, GabySS501, catableu, Tereyasha Mooz, CelyJoe, magic love ice 123, ELIZABETH, Jeli, Heart on winter, Cris, twilightter, piligm, maribel hernandez cullen, NarMaVeg, andyG, Anita4261, Valentina Paez, LizMaratzza, Gladys Nilda, DanitLuna, Noriitha, almacullenmasen, joabruno, A Karina s g, Elizabeth Marie Cullen, Tata XOXO, Veronica, sool21, Vanina Iliana, Yoliki, claribelcabrera585, lunadragneel15, Marken01, Diana Hurtarte, Adrianacarrera, sheep0294, kathlenayala, llucena928, stella mio, rosycanul10, Ceci Machin, Elmi, Diana, viridianahernandez1656, jroblesgaravito96, Iza, somas, Maryluna, PielKnela, Lore562, MariaL8, K, dana masen cullen, KRISS95, Srita Cullen brandon, Dominic Muoz Leiva, MassielOliva, ManitoIzquierdaxd, Ana, Flor Santana, isbella cullen's swan, BellaNympha, kaja0507, Olga Javier Hdez, Isis Janet, Smedina, viridianaconticruz, Esal, Paliia Love, Santa, Alejandra, Cat Gul, PatyM Chan, Macarena, Isabel, beakis, Marisol, tulgarita, esme575, Carolina, ale173, Reva4, LoreVab, Lu40, FlorVillu, cindycb20320, NoeLiia, damaris14, barbya95, carlita16, Gaby, Vero Morales, Nitha Cross, Kaariwii, valem00, Gibel, Miryluz, Rose Hernndez, cristabellaswan, Twilightsecretlove, camilitha cullen, AstridCP, Nadsanwi, Aidee Bells, bbluelilas, Pameva, LicetSalvatore y Guest, espero volver a leerlas a todas nuevamente, cada gracias que ustedes me dan es invaluable para mí, cuando a veces no me siento muy bien sé que están apoyando y esperando lo que puedo entregarles, siempre con el mayor cariño de mí para ustedes, un gracias por medio de un review es mi único pago y realmente lo único que pido como autora, esto es algo que hago con todo mi entusiasmo pero que también requiere lo mismo de ustedes, cosa que no toma más de cinco minutos, de verdad muchas gracias

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