Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Recomiendo: Toxic – 2WEI
Capítulo 4:
Sitúame en las tinieblas
"(…) Un chico como tú debería tener una advertencia
Es peligroso
Estoy cayendo
No hay escapatoria
No puedo esperar
Necesito un golpe
Cariño, dámelo
Eres peligroso, me encanta
Con el sabor de tus labios estoy en un paseo
Eres tóxico
(…) Soy adicta a ti…"
Siempre me pregunté cómo es que algunos hijos nos diferenciábamos tanto de nuestros padres y aún así conservar espacios que eran idénticos entre sí. El pequeño era como si fuera su parte blanca y el padre un espectro demoníaco, no solo por el terror que generaba, sino por la atracción peligrosa que ejercía. A medida que lo contemplaba, los aspectos que en primera ocasión vi en él, similares a Edward, se disiparon.
Era un pequeño tan hermoso, me resultaba tan adorable y chiquito. Fue difícil para mí resistirme a regalarle una sonrisa, así como acercarme fue automático.
—Hola —saludé con suavidad.
El pequeño pestañeaba, muy tímido y en su propio mundo. Llevaba un trajecito colorido que me conquistó de inmediato.
—Hola —respondió luego de varios segundos.
—Soy Bella, ¿cómo te llamas tú? ¿Qué haces tan solito aquí?
Me senté a su lado, no pude resistirme, su inocencia tiraba de mis entrañas, me instaba a contemplarlo, añorando poder tener a la mía a mi lado.
—Amm… Demian —manifestó, muy educado.
Sonreí y él acabó sonriéndome también. No dudé en asumir que era un pequeño especial.
—Espero a… a… p… papi —tartamudeó.
Papi…
No imaginaba a un hombre como Edward, actuando con cariño con un ser humano tan adorable y dulce como Demian. Era algo difícil de imaginar.
—¿Siempre lo haces? —inquirí—. ¿Esperas a tu papá todos los días?
Asintió.
—C… cuando él v… viene a… aquí.
—Y cuando vas a tu clase de violín, ¿no es así? —pregunté, mirando el suyo.
Asintió de manera entusiasta.
—Demian —dijo Edward, llamando nuestra atención.
Su voz sonaba severa, como si la imagen le hubiera pateado el estómago.
—¡Papi! —exclamó, corriendo hacia él, dejando el violín en la silla.
Creí que Edward se comportaría como un verdadero bastardo con su hijo, pero me sorprendí de verlo agacharse para tomarlo en sus brazos y besarle la frente. El pequeño se veía feliz de verlo, demasiado, porque no dejaba de abrazarlo con mucho cariño.
¿Cuál era el real?
Su manera de mirarlo era entrañable, parecía adorarlo. Sus ojos verdes se volvieron mucho más atractivos con aquella dulzura saliendo de ellos, una que jamás pensé ver en su mirada. Era otro hombre. ¿Podía ser así? ¿Por qué me resultaba tan atrayente de esta manera?
—Ya pronto nos iremos a la clase, tú y yo. Mientras, ponte el abrigo y espérame en el despacho, te tengo algo especial.
El pequeño asintió y se despidió de mí, moviendo su diminuta mano de un lado al otro. El rostro de su padre hizo una total transformación, esquivando la dulzura que parecía brotar con él para convertirse en el hijo de perra que era. Su expresión se volvió fría e impenetrable, no había más emoción que una franca repulsión hacia mí, una elegante, soberbia y única viniendo de su parte.
—¿Qué hacías con mi hijo? —me preguntó, acomodándose la mandíbula.
Fruncí el ceño.
—¿Qué insinúa, señor Cullen? No voy a utilizar a un pequeño para conseguir mis propósitos.
—Yo la veo capaz de todo y más.
—Eso es porque no me conoce.
—Y no estoy interesado en hacerlo. Con permiso.
Quise sonreír ante la manera en que volvió a mirarme y se terminó por marchar, aún molesto ante la manera en que lo traté delante de todos los demás empleados. Era una victoria para mí, sin duda.
.
Serafín estaba ayudándome a revisar lo que debía firmar, evaluando detenidamente lo que leía. Nos bebíamos una copa, sentados en uno extremo y otro del largo sofá.
—¿Qué tal? ¿El senador le pidió que lo hiciera?
—Me lo ordenó.
Botó el aire entre risas.
—Vaya, se ha vuelto peor con el tiempo. ¿Ha accedido?
—¿Crees que voy a hacerlo?
—Ha cambiado también usted.
Suspiré.
—No quiero hacerlo desde dentro. Sigo siendo…
—No diga que es débil.
—A veces siento que lo soy.
—Es sensible.
Me miré las uñas con esmalte y luego las escondí en mi regazo.
—Ser sensible no es una debilidad, es una característica que la hace diferente a todos ellos.
Me mordí el labio y respiré cuanto pude para no llorar.
—No dejaré que las cosas allá me afecten, por más que lo intenten.
Serafín me acarició de forma paternal.
—No quiero que la dañen, señorita.
—Tampoco yo —finalicé.
.
Ya en la cama, intenté quedarme dormida sin éxito. No dejaba de dar vueltas, una y otra vez, metida entre los edredones con la mirada perdida. Si bien había sido un día duro en todo sentido, el haber visto a ese tímido pequeño había hecho que me sintiera… nostálgica. ¿De qué se trataba?
Suspiré y me di una nueva vuelta, sonriendo ante el recuerdo de aquel chico.
—Demian —susurré.
Algo me había provocado, algo que me hacía rememorar lo sucedido hacía tan poco tiempo. De solo hacerlo quería acariciarme el vientre, lugar en el que pude sentirle conmigo, el único.
"El señor Cullen había llegado más temprano, por lo que había tenido que comenzar más pronto la limpieza de su oficina y de todos los demás. A medida que restregaba el suelo con los productos a un lado, el olor comenzó a marearme de tal forma que estuve a punto de desmayarme. Era una extraña mezcla de lavanda y cloro, muy insoportable.
Dejé a un lado la escobilla, demasiado aletargada para poder levantarme por mí misma. Ni siquiera escuché que el señor Cullen había entrado a su oficina y que estaba intentando recogerme de un posible desmayo.
—Isabella, ¿estás bien? —me preguntó, sentándome en su silla.
Respiré hondo.
—La verdad, no.
Fue hasta su baño para mojar uno de sus pañuelos y me lo pasó por la frente. Pero Dios, no se me pasaba la maldita sensación de asco y mareo, no con el olor de aquel producto de aseo.
—¿Necesitas que llame a alguien? ¿A tu familia? —inquirió.
Lo miré a los ojos unos segundos, pero cuando iba a responder, una oleada de náuseas me hizo levantarme de la silla y correr hasta el baño. Nunca había vomitado tanto en mi vida, no con la explosividad que mostraba en este momento. El señor Cullen se puso detrás, corriéndome el cabello de forma gentil, sin embargo, le pedí que se alejara, muy nerviosa y avergonzada de que me viera de esa manera.
—Tranquila, Isabella, vomita, no sientas vergüenza —decía.
Su voz era muy calma.
Cuando finalmente pude parar, me levanté y me lavé la cara, enjuagándome los dientes al mismo tiempo.
—¿Ahora estás mejor? —preguntó, tomándome del brazo para que aceptara sentarme en su silla nuevamente.
—Lo siento tanto, señor Cullen —respondí, muy evasiva.
Suspiró.
—¿Por qué lo sientes? Ya te dije, tranquila, no necesitas avergonzarte. —Sonrió y me pasó otro de sus pañuelos bordados y caros—. ¿Quieres hablar de esto? Puede que sea tu jefe, pero también puedes ver a un padre en mí. A veces, cuando te miro, me recuerdas mucho a mi hija menor.
Pestañeé.
A pesar de que el señor Carlisle siempre era gentil, respetuoso y paternal, era la primera vez que me decía algo así. Escucharlo con aquella dulzura de padre hizo que extrañara al mío, además de estar muy emocional últimamente, por lo que sentí ganas de llorar y de contarle todo.
—No tiene que llamar a nadie —susurré—. De todas formas, no tengo familia.
Se agachó lo suficiente para poder estar a mi altura.
—Si piensas que voy a sacarte de aquí por tu embarazo, quiero que sepas que no lo haré, ¿bien?
—Oh, señor Cullen —gemí, echándome a llorar.
Que lo supiera lo hacía todo más difícil, como si estuviera expuesta ante él. Era un secreto, uno que realmente no iba a poder mantener a salvo mucho tiempo, pero de todas maneras sentía que todo se hacía más real y estaba aterrada. Apenas había podido terminar la preparatoria.
—Llora todo lo que quieras —musitó—, no voy a juzgarte."
Qué recuerdos tan dolorosos.
A veces, o quizá la mayoría del tiempo, extrañaba a Carlisle. Era el padre que no pude disfrutar de adulta, el que me sacó de toda la mierda, el que creyó en mí… ¿Por qué un hombre tan bueno tuvo que pasar por eso? No era justo, de verdad que no.
Y luego estaba el recuerdo de la mayor pérdida en mi vida, dos de diferentes maneras.
Desde la cama podía mirar a la ventana a la perfección. El cielo se veía calmo, estrellado y despejado. Su profundidad me hizo preguntarme dónde estaba ella ahora, si la cuidaban, si la amaban, si…
Mi barbilla tembló y por un segundo estuve a punto de llorar en la soledad. No obstante, tomé una larga bocanada de aire y aguanté los sentimientos. Si estaba aquí era por ella y por todo lo que debía seguir haciendo. Debía ser lo más fuerte posible.
Y cuando volvía a conciliar el sueño, recordé a ese pequeñito que despertaba esos instintos incapaces de borrar.
¿Quién era su madre? ¿Edward estaba casado? ¿Viudo?
Ah. No debía siquiera interesarme por eso.
Necesitaba dormir.
.
Cuando crucé el pasillo, esperaba que nadie fuese a esperarme con los brazos abiertos luego de la bofetada con guante blanco que acabé dándole a Edward Cullen, sin embargo, fue bastante grande mi sorpresa al ver cómo Jessica se acercaba con el portafolio en las manos, dispuesta a asegurarme la agenda para toda la semana.
Vaya.
—¿Durmió bien, señorita? —preguntó, entrando a mi oficina.
Nuevamente me sorprendí.
—Dormí perfecto. Gracias —mentí.
—Hoy hay reunión a las seis de la tarde con toda la junta directiva.
—Bien. Entonces agendan horas sin mi autorización —dije, sacando la laptop.
—Lo siento…
—Descuida. Para la próxima ocasión, quiero ser la primera en enterarse, ¿bueno?
—No volverá a ocurrir nuevamente. ¿Quiere algo especial?
—Café. Gracias.
Una vez que salió, los demás se acercaron a mi despacho para saludar, distando absolutamente de las personas que conocí los días anteriores. Algo me decía que eso se debía a la bofetada dada al senador. ¿Era posible?
—Con permiso. —Jessica trajo la taza de café, que por su olor debía ser de un muy buen grano. Junto a ella venía Alice.
Vestía muy bien. Era una chica alegre en todo sentido, su sonrisa iluminaba todo el lugar, lo que agradecía. Llevaba una tenida sencilla, una que cualquier mujer de su edad llevaría.
—¡Hola! —exclamó, acercándose para saludar.
Era particular. No dejaba de sorprenderme lo mucho que distaba su trato con respecto a toda su familia.
—Buenos días, Alice.
—¿Te molesta si corro la silla para estar un momento aquí? Debía venir a pedirle un par de cosas a mi hermano y como demorará en llegar debido a algunos ajustes en su agenda producto de la situación en el congreso, creo que tomará un rato.
Sonreí.
—Eres libre de estar aquí…
—¿Estás de broma? Eres la presidenta, ¡nadie es libre a menos que tú lo autorices!
Me eché en la silla y me moví de un lado a otro, contemplándola.
—Pues te autorizo a ser libre aquí.
Me quedó mirando un largo rato y luego se rio, algo descolocada.
—¿Qué ocurre?
Suspiró y se corrió un mechón de cabello, poniéndolo detrás de su oreja, desde donde pendía un arete de perla.
—Es que… no eres para nada como imaginé que eras —confesó.
—¿Qué dicen?
Ya sabía a qué se refería.
—Ya te imaginas. —Se puso nerviosa—. Mi madre…
—Soy un monstruo para toda tu familia y posiblemente para todo aquel que simpatice con ustedes, y eso es mucho decir. Tu hermano fue electo por la gran mayoría.
—No es justo.
Me encogí de hombros.
—No nací para agradarle a todo el mundo.
Se acercó más.
—Sigo estando agradecida por todo lo que hiciste por mi padre, si él te delegó toda esta responsabilidad, es porque confía en tu inteligencia y capacidad. Papá jamás dejaba las cosas al azar.
Cada día me convencía más de aquello. Carlisle lo había pedido por una razón y seguía demostrándole, aunque no estuviera en este mundo, que era la persona correcta y que estaba en lo correcto al confiar en mí.
—Supe que pusiste a mi hermano en su lugar el día de ayer —añadió, muy interesada.
Respiré hondo y me levanté de la silla. Caminé hacia la ventana y vi la inmensidad de Nueva York delante de mí.
—Así es —respondí al fin.
—Estoy impactada… Digo, ¡nadie lo había hecho! Nadie siquiera… lo había intentado.
Sonreí.
—Me agrada ser la primera.
—Se lo merece.
Me giré sorprendida.
—Es mi hermano, pero lleva haciéndome la vida imposible desde que sabe que estoy saliendo con un chico.
Enarqué una ceja.
—Discúlpame, no debería contarte estas cosas. Digo… Edward siempre me ha sobreprotegido mucho… —Apretó los labios—. Iré a esperarlo a su oficina.
—Claro.
La vi marchar mientras pensaba en ese Edward hermano, aquel influyente hombre que nadie se había atrevido a poner en su lugar.
—Punto para ti, Bella —me dije.
.
Miraba a las calles de la ciudad con cierto aire nostálgico. Ver los restaurantes de pizza, comida china o tailandesa, hacía que recordara mis momentos de juventud. De haber podido y si todo fuera más fácil, habría ido directamente a ellos, recobrando mis memorias más íntimas. Ahora era imposible, ya no podía comportarme como la Bella de diecisiete años que le gustaba pasar con amigos en lugares baratos para después dar un paseo divertido por el parque o algún bar.
—¿Al Calamar Daily? —preguntó mi chofer.
—Antes, me gustaría que diéramos otro paseo por la ciudad.
—Está bien, señorita.
Quería vestir como antes. Quizá jeans o un vestido colorido mientras tomaba un helado, o usar tenis mientras nadie se giraba a mirarme, al menos no al reconocerme por el periódico de esta mañana.
Sí, otra vez estaba en los titulares de todos los medios importantes del país.
Mientras añoraba lo que ya no podía tener o lo que me costaría volver a encontrar, vi una silueta que llamó mi atención en medio de todos los que estaban dentro de aquel pequeño local de comida rápida.
—Pare aquí —ordené.
—¿Está segura…?
—Es una orden. Pare.
Cuando pude salir del coche, me puse las gafas y entré sin detenerme a pensarlo. Seguí buscando algún lugar vacío y cuando di con el correcto, sonreí al ver que, mientras más me acercaba, más real se hacía. Verlo me recordaba el suelo que pisé desde adolescente, verlo me llevaba a quién era en realidad. Era Jasper, mi mejor amigo.
Estaba en la cocina y en la barra, preparando las bebidas y haciendo las patatas a la vez. Sentí un nudo en la garganta al ver que seguía siendo el mismo chico de siempre. Era normal, era sencillo… era como yo.
Toqué la campanilla, muy nerviosa de que no fuera a reconocerme. Él levantó la cabeza y pestañeó, buscando al cliente que tocaba. Cuando dio conmigo, vi cómo tragaba y luego se limpiaba las manos, todo con lentitud, como si intentara recordarme a la vez que hacía sus movimientos mecánicos. Me quité las gafas y él arqueó las cejas.
—Hola, Jas —dije, mordiéndome el labio inferior, a la espera de que fuera a responder.
Estaba pasmado y lo entendía. Desde que me marché de casa por obligación, no volví a verlos, como si me hubiera esfumado sin remedio. Ahora había vuelto, siendo viuda y con una presidencia a cuestas.
—Bella… —Estaba tembloroso—. Oh…
—Da una vuelta y abrázame, ¿sí? —pedí con un hilo de voz.
Creí que no lo haría y que debía marcharme, sin embargo, Jasper hizo tal como pedí y me dio un fuerte abrazo, uno que me recompuso hasta el interior.
—Te extrañé tanto —susurré, cerrando mis ojos.
—Y yo a ti, Bells.
Al separarme, él notó que ya comenzaba a llorar.
—Siempre tan sensible, Cabalacita.
El escuchar el apodo que todos mis amigos me decían, provocó que mi llanto aumentara.
—Hey. —Volvió a darme un abrazo—. Vamos adentro.
Asentí mientras me limpiaba las mejillas.
Una vez allí, Jasper se quitó la malla de la cabeza y se sentó frente a mí, enseñándome una porción de Nuggets y patatas fritas recién hechas, sin faltarle la gaseosa de cola al lado.
—Lamento que sea tan básico el menú y que el lugar huela a frituras. —Rio.
—Jas, ¿cómo me dices eso? Nos conocimos trabajando en aquella tienda de frituras.
—Ya lo sé, pero ahora eres prácticamente una de las mujeres más poderosas del país…
Se calló cuando vio mi expresión.
—Lo siento, no quise decir… —Botó el aire—. El tiempo ha pasado.
—Lo sé, pero no quiero que me veas como una mujer diferente, sigo siendo la misma. ¿O crees que he cambiado?
Se rio.
—Sí, sigues siendo la misma, Calabacita.
—No puedo creer que sigas llamándome así.
—Mírate, ¡estás usando el naranja otra vez!
Puse los ojos en blanco y me largué a reír.
Desde que nos conocíamos ocupaba el naranja, ¿la razón?, ¡a nadie le gustaba! Eso lo hacía especial para mí, tanto así que para mi graduación llevé un vestido de ese color para juguetear.
—Extrañaba poder estar con alguien que realmente me conociera —susurré.
Suspiró.
—¿Qué pasa?
Sonreí con suavidad.
—Es extraño todo ese mundo, ¿sabes?
—Te odian, ¿no?
Tragué.
—No quiero olvidarme de esa chica alegre, joven, sencilla y tremendamente sarcástica a la que le gustaba molestarte —afirmé—. Pero en esta nueva vida debo ser una persona diferente. Créeme que nunca me imaginé que iba a estar a cargo de una empresa tan inmensa, menos a mi edad.
Se rio y tomó una patata para comer.
—Dime, ¿no es magnífico poder tener todo eso para ti? Yo tengo que vivir con lo justo mientras intento pagar la universidad, sabiendo que no podré terminarla. —Volvió a reír, esta vez con pesar.
—¿Qué ha sido de tu vida, Jas? —me atreví a preguntar.
No nos veíamos hace tanto tiempo que ya no recordaba lo último y eso me avergonzaba.
—Bueno. —Se encogió de hombros—. Seguí mi relación tóxica con Jennifer y tuve un bebé.
Me llevé una mano al pecho, sonriendo de oreja a oreja.
—Mírala. —Sacó su billetera y me mostró la fotografía de la pequeña. Era hermosa, muchísimo—. Tiene Síndrome de Down.
—Oh… —No sabía qué más decir—. Imagino que ha de ser difícil para los dos.
—Fue difícil para mí, Jennifer prefirió marcharse cuando supo el diagnóstico.
Me sentí tan mal. No quería juzgarla, no podía hacerlo, pero… era inevitable pensar qué llevaba a una persona a abandonar a sus hijos, sea padre o madre. Ponerme en el lugar era difícil, a mí me habían arrebatado…
Preferí dejar de pensar en mí.
—Lo siento, Jas.
Apretó los labios.
—Te he extrañado en los peores momentos, Bells.
Apreté los párpados.
—Lo siento —insistí en decir.
—No tienes que…
—Desaparecí del radar. No debí hacerlo. Eres mi mejor amigo, me necesitabas.
—Pero ya estás aquí. Ahora estoy trabajando en esto para costear los tratamientos. —Se encogió de hombros—. Tiene un problema en su corazón, algo que… No recuerdo el nombre… Pero puedo hacerlo…
—Puedo ayudarte —afirmé, sin pensarlo ni un segundo.
—No, por ningún motivo, te acabo de invitar el almuerzo ¿y ya quieres darme dinero?
—Jas, de verdad, puedo hacerlo.
Negó tajantemente.
—No quiero ser una carga económica para ti, Bella. De verdad, gracias, pero no me sentiría bien.
Boté el aire, muy frustrada con su negativa. Si algo podía hacer era ayudar y yo quería hacerlo por él y por su hija. Además, se veía cansado, no era un buen lugar de trabajo por la sobrecarga y era muy posible que aquella pequeña necesitara más tratamiento médico, y cuando se trataba de hijos, yo era débil, muy débil.
—¿Y…? ¿Qué te parece si te ofrezco un cargo para mí? —inquirí, improvisando.
Pestañeó.
—¿Un cargo?
—Un… ¡Un trabajo! Mira, allá en la compañía estoy en desventaja, soy nueva, no confío y… me gustaría que tú seas parte de ella.
Seguía pestañeando.
—¿Quieres ser mi asistente, Jas? Prometo pagarte muy bien.
—Bella… No sé qué decir.
Sonreí.
—No quiero que nos separemos, sigues siendo mi mejor amigo, el que siempre me ha mantenido en el lugar que quiero estar, ya sabes por qué. Dime que al menos vas a pensarlo, ¿sí?
Botó el aire y también sonrió, mirando a su alrededor.
—Lo pensaré. Gracias, Bella. Ahora… no pretendas a desaparecer otra vez, ¿sí? Cuando lo hiciste, las cosas fueron muy difíciles para mí.
Le tomé la mano como en los viejos tiempos.
—Ya no quiero hacerlo más.
Nos reímos y seguimos recordando aquellos escenarios en donde éramos felices, comprometiendo nuestros sueños, sin pensar mucho en el futuro. Lo extrañaba y no sabía cuánto hasta que lo tenía en frente. Solo esperaba que aceptara acompañarme en la compañía, pues necesitaba amigos en quien confiar.
.
Regresé al trabajo a buen tiempo para la junta directiva. Mientras cruzaba el umbral de la planta, llevé una inmensa sonrisa de alivio. Tener a Jasper en mi vida otra vez era un golpe de aliento, uno en el que la soledad ya no existía.
—Buenas tardes —saludé, entrando a la sala de juntas con seriedad.
—Buenas tardes —respondieron todos.
Me senté a la cabeza y junté mis manos sobre la mesa, esperando a que dieran por iniciada la reunión.
—¿Qué estamos esperando? —inquirí, mirando mi reloj.
—Al señor Cullen, señorita —respondió el gerente de recursos humanos en casa central.
Solté una risa pedante.
—La reunión es a las seis, no pretendamos pasar por alto los retrasos…
—Al señor Cullen…
—No me interesa lo que quiera el señor Cullen —afirmé, muy molesta—. Soy la nueva presidenta de esta compañía y ya pasamos de las seis y diez, ¿qué cree que es? Soy la superior aquí y ordeno que comencemos.
No dejé amilanarme por todos esos ojos que estaban contemplándome, francamente sorprendidos por mi forma de estallar. Si no lo hacía, nadie iba a seguir comprendiendo que venía a liderar, no a ser un elemento decorativo mientras el grandioso Bastardo hacía de las suyas. Sabía que mi clara desventaja era ser demasiado joven y mujer, mientras él parecía tener todo bajo su control. Una lástima que conmigo nada de eso iba a resultarle.
—Bien, ¿qué estamos esperando? —inquirí, alzando mi ceja.
Todos carraspearon y dieron iniciada la junta, comenzando por saludar a todos.
Sonreí.
La reunión siguió su curso y mientras escuchaba pensaba en todo lo que debía mejorar para que el crecimiento económico de la compañía siguiera avanzando. Gran parte de los problemas que se venían suscitando era por el creciente ojo mediático que representaba la empresa gracias a todo lo que había estado pasando en la familia los últimos meses.
Estaba inmersa en las palabras del gerente de marketing, Laurent Rival, hasta que el ruido de la puerta me sobresaltó. Al comprobar de quién se trataba, vi a Edward Cullen. Francamente, no esperaba que hoy se viera más guapo de lo que nunca había podido apreciar antes.
Vestía completamente de negro, como un demonio a la espera de un elegante ataque. Casi podía ver sus alas, gloriosas y atractivas. Su traje, pulcro, entallado y caro, sostenía una postura francamente deliciosa. Me odié por cada calificativo saliendo de mi cabeza, pero era inexplicable cómo estas brotaban sin siquiera pensarlo mucho. Tenía un abrigo inglés sobre su cuerpo, uno largo y recto, combinando aquel misterioso semblante con sus guantes de cuero negro.
No era un demonio cualquiera, era el mismísimo dueño del averno.
Apreté las piernas y seguí mirando la manera en que vestía, para luego detenerme en su expresión dura, con unos cuantos cabellos cobrizos cayendo por su frente.
—Buenas tardes, siento interrumpir —dijo con la voz ronca de furia, muy sarcástico, además.
No esperó a que le diera la aprobación para entrar, solo se sentó a la otra cabeza, mirándome de forma directa. Sus ojos verdes me quemaban tanto que por un segundo sucumbí al nerviosismo.
—No comprendo por qué todos han callado, ya dieron por iniciada la reunión, sigan en lo suyo, ¿no es así, señorita Swan? —inquirió, pasándose el pulgar por el labio inferior, contemplándome.
Levanté la barbilla, obviando aquel jugueteo con sus labios que estaba distrayéndome.
—Estoy de acuerdo, señor Cullen. Pueden proseguir —respondí.
No lo hicieron de inmediato, parecía que todos estaban pendientes de cómo nuestra tensión podía cortarse con un cuchillo.
Cuando fue mi turno de agregar algunas palabras a la junta, me levanté para estar a un lado de la pantalla. En cuanto lo hice, sentí que Edward me seguía hacia donde sea que me moviera. Me estremecía y me costaba hilar las palabras con normalidad, como si esos ojos intensos se metieran en mi cuerpo y mi alma, como ese rey del averno.
—Interesante apreciación para una principiante —dijo en voz baja.
—La principiante es la presidenta y superior, tendrá que tragarse esas palabras y respetarme, o de lo contrario le pediré que se retire de la sala de juntas —respondí.
Todos se callaron nuevamente, en especial Edward, que contenía la respiración mientras apretaba la mandíbula y entrecerraba sus ojos.
—Bien —señaló el presidente del concejo—. Damos por terminada la reunión, ¿algo que agregar, señor Cullen, señorita Swan?
Los dos seguíamos mirándonos y finalmente negamos al mismo tiempo.
—Pueden retirarse —dije.
La sala comenzó a vaciarse, por lo que me dediqué a meter los papeles en mi bolso, intentando controlar la rabia en mi cuerpo. Todo lo sucedido con Edward me estresaba. Al alzar la mirada para marcharme, lo vi sentado, con sus dedos entrelazados frente a sus labios y los codos apoyados en la mesa. Seguía mirándome.
—¿Va a quedarse aquí? —le pregunté.
Él no respondía y cada mirada suya parecía que me… desnudaba otra vez. Estaba temblando de calor, lo que no tenía ningún sentido. Así que preferí no darle importancia y me dispuse a marchar. Sin embargo, antes de que pudiera cruzar el umbral de la puerta, Edward tensó el brazo para impedirme el escape.
—¿Se va tan rápido? —inquirió.
—Tengo cosas importantes que hacer, usted hace que me duela la cabeza, además.
—Ídem.
—¿Necesita algo?
Sentía su perfume muy cerca, lo que me estaba estremeciendo aún más.
—Ha hecho un papel brillante ante todos. —Soltó el brazo y vino hacia mí. Yo caminé hacia atrás, queriendo alejarme del calor de su cuerpo—. Lástima que no le creo nada. ¿De verdad quiere seguir buscando la manera de desautorizarme delante de todos? ¿Cree que será tan fácil?
Acabé chocando con la silla, por lo que caí sentada mientras el Bastardo seguía acortando los metros y luego los centímetros. Tragué, no de miedo, sino de intimidación por las sensaciones que me provocaba, estaba ocasionando que mi respiración pesara debido a su manera de contemplarme, de su atractivo y de aquella ronca y varonil voz.
—Lo seguiré haciendo para que acepte quién es la persona que ha llegado a liderar por sobre su maldito poder, Senador. Dedíquese a la política y acepte que su padre me ha elegido a mí antes que al resto…
—¡Silencio! —ordenó.
Puso una mano en cada brazo de la silla, encarcelándome. Por un segundo sentía su aliento y respiración, entrando por la rendija de mi escote. Edward bajó la mirada, muy curioso, repasando mi silueta hasta acabar en mis tacones.
Tragó.
—No doy mi brazo a torcer, con nadie, ¿de acuerdo? —susurró, intentando respirar.
—Pues yo tampoco, por más que usted sea el más importante en el congreso, senador, no me intimida su poder, a diferencia de a usted, que le intimida el mío.
Seguía apretando la mandíbula y los brazos de la silla.
—Tienes tantas agallas —dijo con la voz muy ronca.
—Y no ha visto todo —susurró, mirando mis labios de manera lenta y pausada.
También miré los suyos, con los segundos pasando con lentitud. El calor crecía, la intensidad de nuestra discusión discurría y no entendía por qué estaba acercándome a su cuerpo, como si ya no fuera suficiente con lo poco que había de separación. Estaba desquiciándome, no tenía otra explicación, porque no podía dejar de desear esos labios llenos y varoniles.
Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia. Como verán, las cosas entre estos dos ya no tolera más, ambos están más cerca el uno del otro a pesar de sus promesas de odio y rencor. ¿Quién cae primero? ¿Bajo qué consecuencias? ¿Qué creen ustedes? Ambos acarrean un pasado muy difícil, ¿qué es? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
Hago un apartado para agradecer su paciencia. Si bien, muchas saben que he estado muy agotada en cuanto a todo lo que pasa por estos lares y las palabras dañinas de ciertas personas, en ustedes me aferro para no decaer. Por eso, me di un espacio para traerles esto, esperando que les guste y sigan al pendiente
Agradezco los comentarios de Marxtin, natuchis2011b, Belli swan dwyer, Jenni98isa, TattusC13, Eni-Cullen-Masen, esme575, Rero96, calia19, Isis Janet, LuAnKa, Yoliki, Noriitha, cavendano13, morales13roxy, Liliana Macias, arrobale, ale173, Bell Cullen Hall, Nitha Cross, Majo, saraipineda44, Valevalverde57, maribel hernandez cullen, Lu40, Pam Malfoy Black, Anita4261, patymdn, ELIZABETH, camilitha cullen, rjnavajas, jroblesgaravito96, Nicole19961, alyssag19, AnabellaCS, LicetSalvatore, Ivette marmolejo, ManitoIzquierdaxd, sheep0294, Tereyasha Mooz, BellsCullen8, krisr0405, Diana Sabat Molina, Valentina Paez, CazaDragones, valentinadelafuente, Rose hernandez, TheYos16, stella mio, jackierys, Olga Javier Hdez, CCar, Coni, Tata XOXO, PielKnela, Elmi, Diana, dana masen cullen, catableu, Brenda Cullenn, ELLIana11, DanitLuna, carlita16, Liz Vidal, claribel cabrera585, fernyyuki, Pameva, A Karina s g, Robaddict18, Kriss21, debynoe12, llucena928, la loca, Elizabeth Marie Cullen, Jakare Orta Talip, luisita, almacullenmasen, Diana2GT, Diana Hurtarte, Flor Santana, piligm, miop, Iza, Alejandra Va, SeguidoradeChile, kathlen ayala, Milacaceres11039, Veronica, Vanina Iliana, MakarenaL, Lore562, KRISS95, Kamile Pattz-Cullen, Paliia Love, Naara Selene, viridianaconticruz, JMMA, ariyasy, Cris, Smedina, tulgarita, NarMaVeg, Massiel Oliva, Pancardo, bbluelilas, Fallen Dark Angel 07, Reva4, Ceci Machin, Damaris14, BreezeCullenSwan,rosy canul 10, sool21, Melany, Jocelyn, Miranda24, Andre22-twi, Alexandra Nash, NoeLiia, GabySS501, beakis, Marken01, CelyJoe, viridiana hernandez1656, Chiqui Covet, Aidee Bells, LizMaratzza, Miryluz, MariaL8, joabruno, Srita Cullen brandon, morenita88, twilightter, somas, Santa, Adrianacarrera, lunadragneel15, Suiza19, LoreVab, Vero Morales, AstridCP, Rocio, Johanna22, Esal, Bella-Nympha, valem00, isbella cullen's swan, Dominic Muoz Leiva, Gan, Anghye Taisho y Guest, espero volver a leerlas a todas nuevamente, cada gracias que ustedes me dan es invaluable para mí, no tienen idea de lo que significa su apoyo y su respiro, de verdad gracias por todo
Recuerden que quienes dejen su review recibirán un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben dejar su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá
Pueden unirse a mi grupo de facebook que se llama "Fanfiction: Baisers Ardents", en donde encontrarán a los personajes, sus atuendos, lugares, encuestas, entre otros, solo deben responder las preguntas y podrán ingresar
Cariños para todas
Baisers!
