Es tiempo de una nueva historia con el triángulo déspota.
Espero lo disfruten.
Los 10 elegidos por el sacerdote fueron sentados en un círculo, cruzando sus piernas en pose de meditación y tomándose de las manos. En un profundo estado de posesión, formaron un círculo que rodeaba un dibujo en el suelo, con la forma de un triángulo con un ojo en la cima. Estos elegidos, 5 hombres y 5 mujeres en total, 2 niños y 2 niñas entre ellos, estaban vestidos con túnicas blancas de lino.
Estos estaban dentro de un humilde, pero concurrido santuario, en medio de la rústica ciudad en un desierto, preparándose todos los presentes para el ritual definitivo, todo gestionado de la mano del sacerdote, un hombre vestido con una túnica adornada con figuras de oro, con formas de ovejas, carneros y toros, y usando un báculo que poseía el mismo dibujo que el que rodeaban los elegidos, también tallado en oro. El hombre poseía una fuerte devoción al dios que veneraba, tanto que haría lo que fuera para cumplir su más grande designio, como muestra de sumisión incondicional. Había conocido por primera vez a su dios en una tarde de meditación, cuando había caminado por el desierto y se sentó para suplicar a los falsos dioses la respuesta al sentido a la vida. Luego de que el sol se ocultara en el horizonte, su cuerpo sintió una pequeña cantidad de energía fluir, la cual se hizo lentamente más fuerte. Era como si un torrente de agua fluyera en su interior, relajando su cuerpo. Los ojos del sacerdote vieron una figura vaga, un enorme ojo en medio de un triángulo y un pequeño sombrero, que lo llamaba.
—¿Eres un dios? —dijo el sacerdote ermitaño.
—Soy la respuesta para un hombre hambriento de sabiduría.
En la charla de preguntas y respuestas, el ente reveló buscar a un guía que llevase su mensaje al mundo mortal, pero no tenía la suficiente fuerza para encontrarlo. Afortunadamente conoció a ese hombre, que manifestaba una habilidad de percepción sensorial sobre el resto de sus símiles y que el cual quedó maravillado con su presencia para inmediatamente prometer ser su súbdito, para los deseos que él estimase conveniente. El dios que lo observó, agradecido del gesto de lealtad que el mortal le entregó, le pidió realizar una misión divina y, a cambio, recibiría un regalo.
Durante años, el sacerdote predicó con fervor la palabra de su dios a los ciudadanos de la tribu del desierto, con la promesa de abrirles los ojos hacia un mundo nuevo, más allá del sufrimiento y enfermedad. Con ello, pudo captar el interés de algunos que creyeron en su palabra, los cuales se convirtieron en fieles seguidores. El sacerdote tomó la mano de una de sus fieles y tuvo un hijo y una hija con ella. Sin embargo, a pesar de todo el esfuerzo por expandir la palabra, el ente sagrado no se sentía satisfecho, porque el tiempo de un mortal era limitado y no sabría si encontraría a alguien con poder espiritual tan fuerte como el del sacerdote. Fue ese incentivo lo que llevó a iniciar el ritual de unificación entre lo mortal e inmortal, en el cual, todos los fieles asistieron. El símbolo en el suelo, creación neta del sacerdote, fue confeccionado a imagen y semejanza del demiurgo. En el anillo que rodeaba el dibujo, habían 10 figuras inentendibles, los cuales fueron basados en características especiales que los elegidos poseían.
3 de los escogidos en el círculo eran sus hijos y su esposa. Ellos creyeron fielmente en la causa de su esposo el sacerdote, porque ellos también vieron al dios durante el periodo de predicación. Dedujeron que la humanidad estaba cegada y debía abrir los ojos ante este nuevo ser, que les daría una vida diferente a la que conocían. Así que, sin dudarlo, se ofrecieron para el gran ritual.
—Padre —dijo su hija—, no sabes cuántos deseos tengo de que nuestro dios cambie el mundo.
Una enorme sonrisa se formó en el rostro del sacerdote. Llevó su mano a la cabeza de su hija y la acarició con una paternal suavidad.
El rito dio inicio, los elegidos dejaron entrar a sacerdote al cículo. El devoto se ubicó en el medio, sobre el ojo del triángulo y sosteniendo su báculo. Los demás fieles se juntaron en multitud para orar. El líder recitó unas palabras de un idioma inentendible para cualquiera ajeno a la congregación, pero los fieles lo tenían tan familiarizado, que podían entenderlo con total naturalidad.
Durante horas, pronunciaron una y otra vez los mismos versos hasta que el sol se ocultó en el horizonte. Luego de llegada la noche, las líneas del dibujo en el suelo emitieron un leve brillo blanco, el cual fue elevando su intensidad hasta volverse cegadora. Los 10 elegidos en el círculo adquirieron similar brillo y abrieron sus ojos, para revelar el inusual cambio de color en sus iris a un dorado brillante. Estos emitieron unas palabras muy distintas a las que pronunció el sacerdote, asemejaban ser balbuceos que no concordaban con el idioma aprendido por la entidad.
Los elegidos ya no eran formas corpóreas, sino luz. Aquella luz se expandió lentamente en el santuario, los demás fieles abrieron sus brazos para recibirla. Cuando eran cubiertos, también dejaban sus formas físicas y se unificaban con la luz. Luego de cubierto el santuario, se expandió hacia más allá, cubriendo a las demás personas que vivían en las cercanías, creyentes o no, quienes también desaparecían en el blanco fulgor que terminó por cubrir a todo ser vivo en la tribu del desierto, humanos y animales.
Una vez desaparecida la potente luz, no había nadie, no había vestigio de vida en el lugar, solo un hombre dentro del santuario estaba llevando su sonriente rostro hacia arriba, con sus ojos cerrados. El sacerdote soltó su báculo y lo dejó caer al suelo, estaba satisfecho de su cometido. Estaba en completa soledad, en medio de extrañas figuras minerales de color negro, en donde alguna vez estuvieron los fieles. El ritual transformó a todos ser vivo cercano en aquellos artefactos que ahora poblaban la desértica tribu, de diversas figuras de animales, principalmente de serpientes. En donde estuvieron los elegidos, quedaron unas pirámides de color negro, con la figura de un ojo en la cima. Todos los artefactos manifestaban un enorme poder divino, los cuales tenían la suficiente fuerza para comunicarse, ya sin dificultad, con el ser triangular que inició todo. El sacerdote sabía de antemano las consecuencias que ocurrirían, pero de todos modos, llevó a cabo el plan para cumplir el deseo de su dios, porque su voluntad era más que cualquier ser vivo de vida limitada. Con total paz interior, tomó uno de los artefactos del círculo, correspondiente a su hijo, e invocó a ese ser. Cuando el último se manifestó, se veía con mayor claridad que cuando lo veía en su mente.
—Fuiste capaz de cumplir mi máximo deseo —dijo el dios triangular.
—Todo para cambiar la humanidad, mi señor Bill Cipher.
El triángulo divino no poseía ningún otro sentido más que un ojo, además de pies y brazos delgados y negros. Emuló una sonrisa con solo arquear su único ojo.
—Agradezco enormemente que haya servido a mi causa, una que necesitaba sacrificios necesarios para transformarse en los objetos de comunicación, los cuales reunirás mientras llevas mi palabra a cada hombre, mujer y niño de las cercanías. Tus nuevos fieles tendrán que servirme hasta que te ayuden a reunir todos los artefactos y así tenga el poder suficiente para traerme a su mundo. Así que como lo prometí, te he dado el regalo de la inmortalidad.
—Sus deseos son órdenes, señor y su regalo, una bendición. Pero quiero pedirle un nuevo deseo…
El triángulo se mantuvo en espera de las palabras de su más leal lacayo.
»Deme un nombre… Bautíceme, mi Señor.
El Triángulo quedó extrañado ante esa tal petición, ya que no veía un sentido en particular.
—¿Un nombre?
—Sólo usted tiene la potestad de nombrar a un mortal como yo, mi señor.
—Bien, si tanto lo deseas… a ver… te llamaré Lateralis(*), por haber sido mi brazo derecho en este mundo. Ese será tu nombre a partir de ahora.
—Lateralus… —dijo el sacerdote, pronunciando equívocamente lo dicho por el ente.
—Eh… No, no lo dije así. Dije…
—Gracias señor no sabe cuánto le agradezco.
—Em… bueno, no importa. Da lo mismo.
Y desde ese entonces el sacerdote Lateralus, habiendo destruido su propia tribu natal, llevó algunos de los artefactos a una nueva civilización cercana, captando a nuevos prosélitos a tomar las piedras, para mostrarlas a otras civilizaciones más y así, volver a la tierra de origen y reunir todos los artefactos para el fin último: la llegada de Bill al mundo terrenal. Tal fue la influencia de Lateralus, que mucha gente llegó a creer en ese ser divino que tanto hablaba, mientras podía cumplir sus más bajos deseos gracias al poder de los artefactos.
Pero Bill no era el único ser divino: otros seres, guardianes de los mortales, estaban aterrados del pecado que se expandió un tanta rapidez. Ya no había salvación para ellos, debía haber una purga para limpiar el pecado. Por ello, lograron contactar a un mortal honesto, que no había sido corrompido por ningún artefacto y le pidieron crear un arca que contuviera a una pareja de todos los animales del planeta e iniciar la nueva etapa de reproducción. Una vez construida el arca y habiendo abordado a los animales, un diluvio se produjo sin parar hasta borrar todo indicio de tierra con los océanos, los que borraron a casi toda la humanidad y donde sólo sobreviviría ese hombre y algunos escogidos no corrompidos, para llevar a su especie y la de todos los animales del planeta a un nuevo comienzo. El diluvio ocurrió durante 40 días y 40 noches, donde los artefactos fueron dispersados en el mundo y, aunque no fueron destruidos, se fueron perdiendo en las profundidades y en otras partes. No se volvió a saber nada de esos objetos ni del hombre que los creó, sino hasta siglos después, cuando unos viajeros lo encontraron de por casualidad y volvieron a tener contacto con el demiurgo triangular.
NOTAS:
*Lateralis (del latín, «lateral») es una palabra usada comúnmente en la medicina inglesa, referido a partes laterales del cuerpo humano.
