Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Recomiendo: Ivory – MOVEMENT

Capítulo beteado por Melina Aragón: Beta del grupo Élite Fanfiction.

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Capítulo 7:

Caídos

"Solía pensar en ti

Cuando debería tomarle el peso a esto

Lo que te doy

(…) ¿Todavía ves?

¿Todavía lo quieres?

(…) ¿Puede salvarte?

Cierra los ojos

Es como si nunca te hubiera dejado

(…) Este es mi pasado…"

Sabía que no debía hacerlo, pero mientras más prohibido e incorrecto era, más me agradaba la idea.

Estaba tan cerca. En un solo segundo podía acortar ese centímetro que nos separaba y la realidad nos caería de golpe para no volver jamás. Ya no podía separarme, no estando solos… Era imposible.

Sin embargo, cuando estaba cediendo a cada pulgada de él, sentí el perfume nauseabundo de una mujer… que no era el mío, por supuesto.

Iba a apartarlo, pero el sonido de la puerta de entrada hizo que me volviera sin preámbulos. Sentía que el corazón se me desgarraba ante la sorpresa de no vernos a solas. Edward gruñó, alejándose en contra de su voluntad y finalmente tomó el abrigo del suelo.

—¿Qué sucede aquí? —preguntó Serafín, cruzado de brazos.

Me miraba expectante, sin detenerse en Edward.

—Hola, Serafín —dije, cerrándome lentamente la bata.

—Edward —musitó.

Ambos se contuvieron entre los dos, como si hubiera algo detrás de aquellas contemplaciones llenas de secretos.

—Buenas tardes. —La voz de Edward estaba ronca, dura y muy rasposa—. Ya me iba, no necesitas mirarme así, Serafín. —Él me miró y aquel mero gesto me afectó de sobremanera—. Ha sido un gusto, Isabella.

A pesar de sus palabras, se veía muy malhumorado y un tanto frustrado. Y yo no estaba imaginando aquel olor a perfume.

—Que tenga una buena tarde —respondí, viéndolo marchar.

Cuando cerró la puerta, Serafín y yo nos quedamos en completo silencio. Tomé la copa para evitar esas miradas llenas de preguntas y me bebí el vino de un sorbo.

—Señorita —me llamó.

Me volví hacia él.

—¿Quieres pasta? —inquirí, eludiéndolo.

—Señorita —insistió.

Boté el aire.

—¿Qué ha ocurrido?

Dejé la copa vacía a un lado y suspiré, sin saber qué responder a ello.

—Él simplemente…

—Usted sabe quién es, ¿no?

Asentí.

—Y sabe que las cosas no son fáciles. Es un hombre que sabe lo que hace, siempre.

—No me trates como una pequeña de tres años.

Soltó el aire.

—No tiene tres años, pero apenas tiene veinte, quiero cuidarla… Y también cuidarlo a él.

Me desvié de su lado y fui hasta la cocina. Aun así, me siguió.

—Isabella —me llamó.

Paré de caminar.

—No se relacione con el senador, lo digo por su bien.

Tragué.

—Siempre tengo que verlo, trabajamos en un equipo…

—Sabe a lo que me refiero, no me haga decirlo en voz alta.

Lo miré con el alma en un hilo.

—Si piensas que voy a caer, es porque me crees muy ingenua —susurré—. A veces sé lo que hago.

Arqueó las cejas.

—Eso espero —afirmó.

.

Desde lo ocurrido posterior a las palabras de Serafín, él se mantuvo muy callado y pensativo. Preferí marcharme a mi habitación e intentar descansar, pero como siempre, aquello era imposible después de estar tan cerca de Edward Cullen. A eso de las dos de la madrugada y luego de retorcerme de desesperación entre mis sábanas, tuve que sentarme en la cama y mirar a la ventana, pensando sin querer en el senador. En mi mesa de noche tenía la última revista en la que salía yo como la causante de la explosión en la prensa del senador; la palabra "odio" era la primera en portada. Todos asumían que el hombre más poderoso del senado y uno de los más importantes del mundo de la política, sentía un sentimiento profundamente negativo por mí y los efectos que produje en su familia.

—El sentimiento es mutuo —murmuré.

Miré la tableta en mi cama y en un impulso la tomé, sabiendo cuál era mi propósito inicial. No sabía por qué tenía tanta curiosidad a pesar de todo, pero lo hice, busqué a Edward Cullen, en especial por el aroma a perfume femenino que percibí.

«¿Qué haces?», pensé, mirando el buscador con un dejo de recelo.

Suspiré y seguí, escribiendo el nombre del senador. Tras la búsqueda, había cientos o miles de páginas con su nombre. A pesar de conocer su realidad y tener un poco de introducción de parte de Serafín antes de llegar a la vida de los Cullen, no sabía realmente quién era él. Como político solo conocía su tendencia democrática y que había ganado por una amplia mayoría luego de tener varios cargos a favor de su gran conocimiento sobre la sociedad. Parte de la intriga era morbosidad por saber qué tenía para seguir atrayéndome, como un insecto a la luz. La diferencia era que yo sabía cuál era mi destino y aun así estaba aquí, dispuesta a seguir.

Lo que seguía abundando eran sus logros, nada personal, lo que agradecí porque, de pronto, la idea de saber quién era tras su fachada no era parte de mis planes, como si saber más de él en el área personal fuese un campo minado que debía eludir.

—Nunca relacionado con alguna mujer desde… —Dejé de hablar cuando vi aquel campo dispuesto a explotarme en la cara.

Cerré la pestaña, pensando en ese extracto, que no leí de un medio importante. "Nunca relacionado con alguna mujer desde…"

—Desde… ¿Desde qué?

Sacudí la cabeza y apagué la tableta. De ninguna manera debía seguir con esto. ¿En qué estaba pensando?

Entonces, ¿por qué ese aroma?

Bueno, ¿y a mí qué me importaba?

Me acomodé en la cama y suspiré, dispuesta a conciliar el sueño a la fuerza. Metí mi mano a la mesa de noche y tanteé hasta encontrar mi consuelo, los ansiolíticos que me habían recetado hacía dos años y tantos meses, luego de la catástrofe que por poco me mata en vida. Me metí un comprimido a la boca y tragué, buscando el descanso.

.

En medio de la penumbra, vi una silueta oscura a un rincón de la habitación. Su presencia me provocó un respingo y levanté el tronco tan rápido como pude. Cuando comenzaba a sentir un abrasante calor, uno que culminaba en mi sexo, noté el brillo incandescente de sus ojos.

Tragué.

—No tengas miedo —susurró.

Esa voz.

—Ed…

No fui capaz de hablar más, estaba hipnotizada.

—No pude más —murmuró, dando un paso hacia adelante—. No más.

Fruncí el ceño, apretando los edredones debajo de mis manos. Estos, que antes eran claros, ahora se habían tornado oscuros y sedosos, como si mi cama hubiera cambiado.

—Debo llevarte conmigo.

Boté el aire, mirando su altura ante mi pequeñez.

—¿Por qué? —me atreví a preguntar.

—Porque no soporto que no estés conmigo.

Los centímetros que nos separaban se fueron haciendo más cortos, hasta que su calor me hizo estremecer, cayendo a los edredones como una turbulencia llena de curvas.

—Cada día te deseo más, quiero llevarte conmigo.

—¿Dónde?

—A un lugar que te aterrará.

—¿Por qué?

—Porque es oscuro y vil, tú eres… una completa luz.

Su mano me buscó y finalmente cerré mis ojos, queriendo que lo hiciera, que me tocara sin más.

—Luz divina, magia… inocencia oculta. —Suspiró, como si quisiera olerme—. No sabes cuánto te quiero ahí.

—No le temo a tu oscuridad —susurré.

—¿Estás segura?

No, no lo estaba.

—Quiero que lo conozcas.

«Tócame».

—Quiero que te adentres a él y veas cuán oscuro es. —Se estaba acercando, encarcelándome, dominándome y sofocándome de emociones y sensaciones difíciles de describir. No quería que se alejara, cada milímetro menos entre nosotros era suficiente para que lo olvidara todo.

—Llévame contigo —supliqué, dispuesta a entregarle mis labios.

Cuando iba a sentirlo, al fin ser parte de aquello que tanto me desesperaba porque sucediera, sentí el fuerte sonido de algo muy lejano.

Abrí los ojos, viendo la luz del sol colándose en mi habitación. Ya no estaba con él, no había oscuridad, no había sábanas de seda oscuras… Todo fue un sueño.

—Mierda —gemí, sentándome en la cama.

Me pasé las manos por la cara, sin saber cómo interpretar lo que había sucedido en mi subconsciente. De alguna manera, parecía que estaba dispuesta a pisar el averno solo para irme con él.

—Isabella —me regañé, sin entenderme, sin ser capaz de racionalizar lo que me estaba sucediendo con el único hombre del que jamás debía sentir esto. Era inconcebible.

Desde el día en que lo vi por primera vez debí entender que ese misterio y ese semblante iba a provocar este inmarcesible dejo de locura. No comprendía cómo estaba cayendo a un precipicio sin darme cuenta. ¿Cuándo sería demasiado tarde? ¿Cuándo no habría vuelta atrás?

Me levanté y decidí enviar al carajo a Edward Cullen y enfocarme en retomar la rutina, esa donde mis propósitos eran claros y ningún demonio de ojos verdes iba a entorpecer.

—Recuérdalo —dije como si se tratara de una sentencia.

Y realmente lo era.

.

Crucé el pasillo hacia mi trabajo, vi el saludo de todos. Al menos, las cosas con todos ellos seguía cambiando radicalmente.

—¿Qué crees que suceda con el señor Cullen? —preguntaba una de las recepcionistas, mirando a su compañera detrás del aparador—. Viene muy seguido. Antes apenas y venía, su trabajo como senador le demandaba mucho tiempo.

Paré al escuchar su tema de conversación. Ellas aún no me veían.

—No lo sé. Quizá se trate de la nueva jefa —le respondió la otra.

Fruncí el ceño.

—Quizá es así, adaptarse a ser el que está por debajo de una mujer mucho más joven debe ser muy difícil, en especial para él.

—Puede ser, pero además es una mujer guapa… mucho más joven, como tú dices.

Las dos se rieron.

—Me gusta ver a una mujer en el poder, la verdad.

Carraspeé para interrumpirlas.

—Buenos días —dije.

Las dos pusieron la columna recta y cambiaron su expresión.

—Buenos días, señora Swan.

Mientras esperaba en el ascensor, noté que tenía varios mensajes de Jasper, indicándome que ya estaba por llegar, lo que era perfecto. Una vez que llegué a mi planta, vi a Jessica corriendo hacia mí con su sonrisa falsa. Saber que quedaba tan poco para que se encargara de mi trabajo personal era gratificante. No confiaba en ella.

Una vez que me indicó lo que tenía para hoy, me senté en mi silla y respiré hondo, preguntándome una y otra vez si Edward iba a estar aquí el día de hoy.

—No entiendo qué me pasa —canturreé, intentando calmar la ansiedad y sus efectos.

—Señora Swan —llamó Jessica, abriendo una rendija.

—¿Sí?

—Ha llegado el señor Whitlock.

—Dile que pase. Esperarás aquí también.

Su rostro sorpresivo se mantuvo pero no dije nada hasta que mi mejor amigo entró a mi oficina. Verlo aquí me generaba mucha tranquilidad.

—Buenos días, Jasper.

—Buenos días —respondió.

Suspiré y me levanté.

—Jessica —llamé—. Quería que estuvieras aquí para agradecerte por el trabajo que hiciste para mí como asistente personal de la presidencia, pero hoy debo prescindir de ti.

Su rostro pasó por diferentes expresiones hasta la total indignación. Francamente, lo disfruté.

—Señorita, yo…

—No serás despedida, sino reubicada a recepción junto a la señorita Brittany Johnson, tu salario no cambiará…

—¿A recepción? —Parecía muy encrespada—. Mi trabajo siempre ha sido la presidencia…

—Ya podrás aprender. El señor Jasper Whitlock será mi nuevo asistente, por lo que espero que puedas entregarle mi agenda y quehaceres correspondientes.

Jessica le dio una mala mirada a mi amigo y finalmente asintió.

—Puedes retirarte —finalicé.

Una vez que nos quedamos a solas, Jasper soltó un silbido mientras me veía sonreír de satisfacción.

—¿Qué fue eso? Por poco me asesina aquí mismo.

—No la quiero cerca de la Presidencia, su presencia está marcada por un liderazgo que nunca conocí —susurré, pensando en mi antecesor.

Si bien, Carlisle siempre fue el hombre al que todos conocían y respetaban como el presidente de su compañía, sumado a su renombre como expresidente, sabía perfectamente que los ojos de Esme Cullen estaban detrás de cada pared. No me cabía duda de que Jessica tenía algún grado de participación en ello y no estaba dispuesta a entregarle mi poder a esa mujer, menos aún ser parte de su carnada. Esa mujer tarde o temprano iba a buscar la manera de quitarme de aquí, pero no iba a permitirlo.

—Vaya, me impresionas —dijo con seriedad—. Todo esto se te está dando muy bien.

Sonreí.

—Estoy decidida a imponerme ante la familia Cullen.

—Pues heme aquí, voy a ser tus cinco sentidos todo el tiempo —aseguró.

Le tendí mi mano y él me la apretó con una risa contenida.

—A propósito, ayer no pude volver a llamarte para asegurarme de que estabas bien luego de… —Puso los labios en línea recta—. ¿Qué pasa con el senador Cullen, Bella?

Me senté de golpe, recordando el extraño sueño y la cercanía que tuvimos antes de eso.

—¿Por qué la pregunta?

Soltó una risotada de incredulidad.

—¿De verdad? Obviamente por el extraño comportamiento de ese tipo al llegar a tu departamento. Cuando supo que estaba contigo por poco me destroza con la mirada. ¿Qué demonios?

Miré a mi laptop para evadirlo.

—¿Ocurre algo entre tú y él…?

—No digas esas imbecilidades —solté, de pronto muy molesta.

—Está bien, lo siento, no debí decir eso.

Suspiré.

—Ve a por lo tuyo, ¿sí? Quiero que te adaptes, así tú y yo podemos ir a almorzar.

—Está bien, señora Swan.

—Dime señorita, estoy harta de que me traten de esa manera.

—¿No es mejor Su Alteza?

Le di una palmada en el brazo, sacándole una carcajada.

—Te veré después.

Él iba a marcharse, pero entonces recordé lo que había ocurrido con su hija.

—Espera. —Se dio la vuelta, curioso—. ¿Tu pequeña está bien?

Enseguida sonrió.

—Claro que sí. Es solo muy apegada a mí y a veces es imposible tener un momento de libertad como hombre soltero. —Se encogió de hombros—. Creo que seré un eterno padre y las novias ya no son lo mío.

—¡Eres guapo! Ya habrá tiempo.

—Eso espero. —Me guiñó un ojo y se marchó.

Luego de aquello, mi mente divagó durante varios minutos en el mismo sueño, una y otra vez, así como en el momento en que, de no ser por Serafín, el final habría sido muy diferente. A medida que repasaba los detalles, sentí calor y agonía, en especial porque él no aparecía en la oficina.

Sacudí la cabeza y me dediqué a seguir con mi trabajo, algo difícil e impensado para lo que me costaba concentrarme. Finalmente, y luego de mucho intentarlo, entré al navegador de mi laptop y con el labio inferior entre mis dientes, decidí rendirme y realizar la misma búsqueda de anoche, solo que esta vez hallaría algo importante y no iba a rendirme.

Entre averiguaciones y lecturas, me sorprendí de las grandes propuestas de Edward en el congreso. Su lado político era francamente intachable. Tenía varios proyectos a cuestas, en especial los que se trataban del desarrollo de planes para la población infantil. Me impacté de tal forma que estuve durante varios minutos revisando su manera de hacer política, la que no se parecía en nada a lo que alguna vez imaginé de él.

—Nuevo proyecto del senador Cullen busca limitar aún más la problemática de la adopción y sus nuevas irregularidades al descubierto —leí en voz alta—. El robo de recién nacidos, lactantes e infantes es algo que ha preocupado al senador los últimos dos años debido al aumento de casos asociados al abuso de poder y… la maternidad juvenil.

Sentí que todo me daba vueltas. Me levanté cuanto pude y me apoyé en la ventana, mirando al paisaje. No dejaba de pensar en el proyecto de Edward, me calaba tan hondo…

Tuve que salir de mi oficina, ansiosa por dar con él. Necesitaba conocer ese proyecto, necesitaba saber de ello para… poder ser parte. Busqué al senador por todos lados y caminé directamente a su oficina, sabiendo que era el campo minado y peligroso de siempre. Cuando abrí, la esperanza de encontrarlo se fue a la basura, pues no estaba. Aun así, ver su despacho fue un golpe de misterio e interés que no pensé encontrar en un lugar como este.

Jadeé.

La oficina de Edward Cullen olía increíblemente bien. Cerré los ojos, porque me recordaba al suyo: masculinidad, un suave y sofisticado perfume y a algo más, algo que no podía calificar. También percibí el aroma a madera fina, posiblemente ébano. Había una ventana igual de grande que la mía, pero por alguna razón, la vista desde aquí era intrigante, como si de alguna forma me estuviera metiendo en su cabeza… o quisiera hacerlo sin buenos resultados porque, francamente, éramos diferentes.

Las paredes eran de un suave color borgoña, lo que la oscurecía junto con el suelo de madera revejecida y cara. El diván a lo lejos, curvado y de cuero negro, resultaba enormemente intrigante con el cuadro que había detrás. Verlo hizo que los vellos de mi cuerpo se elevaran y mis pies caminaran en dirección a él, atraída como si se tratara del mismísimo senador.

Era un cuadro al óleo, posiblemente uno muy caro e importante. Nunca había visto algo igual en mi vida. Leí la placa inferior y me sorprendí de tan escueto título.

—La muerte y la doncella —susurré, tocándola—. Egon Schiele.

Los colores eran francamente fantásticos, me impactaba cuán duro y atractivo era a la vez.

Aun así, los siguientes cuadros siguieron llamando mi atención, como si aquello se robase mi mente y mi aliento. Eran un cuadro de un hombre llevándose a una mujer mientras esta miraba hacia el horizonte. Todo en ello era francamente desolador y a la vez hermoso dado el arte de aquella muestra de colores.

—El rapto de Perséfone. Alessandro Allori —susurré, llevándome una mano al pecho.

Fruncí el ceño.

—Perséfone —musité.

Mi padre hablaba de ello cuando era pequeña.

—Hades —añadí, recordando aquellos relatos—. El Dios del Averno.

Me alejé lentamente de la pintura, contemplando las demás, algunas de una connotación tan erótica que me vi sumergida en ellas, como Adán y Eva de Tamara de Lempicka o Leda y el Cisne de Nikolai Kalmakov.

Topé con su escritorio y noté cuán grande y suave era, pasando mis manos con cierta fascinación.

—¿Qué estoy haciendo aquí? —murmuré, aun sin poder alejarme.

Suspiré, mirando la fotografía de Edward y su hijo, que adornaba el misterioso lugar.

Tenía que marcharme.

Cuando salí de la oficina, supe que no era suficiente con todo este deseo inconfundible por dar con él. Necesitaba verlo y buscar la forma de hacer que me contara de su proyecto. La esperanza volvía a crecer en mí, la esperanza que Carlisle me inculcó y que me pidió no olvidar.

—Jasper —dije, llamando su atención.

Levantó la cabeza de sus nuevos quehaceres.

—¿Sí, señorita?

—Cancela todo lo que tenga. Tengo que irme ya.

.

No pensé que utilizaría un recurso como este tan pronto, pero ya estaba hecho, había venido a la oficina del senador, la que ocupaba para todo lo que se asociaba con su prominente carrera política.

El edificio era imponente, no cabía duda. ¿Podía esperar algo diferente del senador? Claro que no.

Tampoco pensé que iba a estar caminando por el concurrido espacio ni que la recepcionista, muy ocupada, haya escuchado mi nombre y que haya tragado casi al instante.

—El senador Cullen está muy ocupado, señorita Swan. Tengo que asegurarme de que usted puede entrar a la oficina principal…

—Pregúntele —ordené.

Sabía que la respuesta podía ser perfectamente "no", que había odio, desagrado y rabia, aquello iba a suceder y podía ser el hazmerreír de todo el conglomerado que le rendía pleitesía al senador Cullen, pero me mantuve firme.

Contemplé sutilmente a la recepcionista, que estaba comunicándose con el asistente del senador, quien luego esperaría a la respuesta del jefe de campaña, el que finalmente acudiría al mismo Edward Cullen para consultarle si podía darme un poco de su tiempo. De no ser por lo que había visto en aquel medio de comunicación, aquel en donde decía que él estaba haciendo todo por mejorar el secuestro de recién nacidos y lactantes con tal de ayudar a las madres… lo olvidaba todo, todo en absoluto, incluso mi propio orgullo, uno que a veces era inquebrantable.

—Señorita —me llamó la mujer.

Levanté la mirada, luego de varios minutos de espera, minutos que podían traducirse fácilmente en casi una hora.

—¿Sí?

—El senador Cullen está esperándola.

Vaya. Había aceptado mi visita.

—Vendrá a buscarla uno de sus asistentes. Por favor, diríjase hacia el ascensor.

Asentí. Para cuando quise agradecerle, ella ya estaba inmersa en todas las llamadas que seguía recibiendo.

Su asistente, un tipo joven y muy guapo, me saludó con una sonrisa cordial y me pidió que subiera con él en uno de los ascensores que había alejado del acceso principal. Parecía el acceso exclusivo del senador. Una vez ahí, me pidió que esperara en el vestíbulo, un lugar francamente… impresionante. Parecía un museo de arte renacentista, en el que personas pasaban de extremo a extremo constantemente, hablando por teléfono y tabletas, dirigiendo a otros, contestando a llamados de prensa para tener accesos al senador, respondiendo a otras personalidades políticas, como el partido o al vicepresidente desde el congreso.

—Tome asiento. El senador se encuentra en una reunión pero ha ordenado que espere, que va a atenderla en cuanto se desocupe.

Sonreí internamente ante la palabra "orden". ¿De verdad él había ordenado que esperara? No me extrañaba.

Entonces, reconocí que estaba en la boca del león, que me había sumergido al peligro, que… esto podría traer consecuencias y que no se amoldaba de ninguna manera al plan.

—¿Desea algo para beber…?

—Un Martini seco, por favor —respondí de golpe.

El asistente pestañeó, probablemente sorprendido con mi petición. ¿Cómo culparme? El Martini seco era lo único que me daba el valor ante lo impensado, como estar aquí.

—Claro. Enseguida.

Vale, también quería presionarlos. ¿Que si esperaba una respuesta positiva? De ninguna manera, menos aún que, luego de cinco minutos, la bebida estuviera entre mis manos.

—Gracias.

Los minutos pasaron y el Martini me permitió entrar en calor. Para cuando ya llevaba la mitad, vi salir a una mujer desde la que parecía ser una sala de reuniones junto con varias personas elegantes, uno de ellos un conocido diputado del distrito.

—No podemos permitir que el senador Kellyson mantenga conocimiento de lo que hago o no hago —escuché que decía él, Edward. Parecía muy furioso.

—Es preocupante —afirmó una mujer, quien llevaba un maletín.

El jefe de campaña, Jacob Black, se acercó al senador y se mantuvo con los ojos entrecerrados mientras Edward parecía darle un mensaje concreto con la mirada.

—Nos veremos en la próxima reunión, debe ser antes de mi ida a la capital —espetó el senador Cullen.

—Por supuesto —respondieron todos.

Cuando ellos se fueron, él se quedó de pie, mirando en dirección al vestíbulo, como si me buscara. En cuanto dio conmigo, su expresión cambió y sus ojos brillaron. Yo tenía la pierna cruzada, mostrando el tajo de mi vestido y los Louboutin. El recorrido de aquel espectro de iris verde, demoníaco, ruin y tentador provocó una indeterminada ola de estremecimientos en mí. Entonces me levanté, sopesando los efectos de manera inánime, como si me hubiera quitado el aliento. El fuego de su expresión serena, con el seguimiento de su expectación, me sometía.

—Señorita Swan —murmuró—. Buenas tardes.

Su voz esa como una seda, pero mantenía el calor de su virilidad, muy grave y deseosa.

—Buenas tardes, senador —respondí.

Me quedé un buen rato contemplando su traje caro y entallado, hecho a su medida con esmero.

—La invito a mi oficina.

Asentí, tanteando el terreno. Di un paso hacia adelante y pasé por su lado, sintiendo su aroma inconfundible sin remedio.

—¿Martini? —inquirió, frenándome cuando estaba llegando a su puerta—. ¿Necesita valor para venir aquí?

«Maldito bastardo».

—Quería refrescarme.

Una sonrisa calculadora asomaba de sus labios.

—Pase —ordenó, abriendo la puerta con un brazo tensado a mi lado, a pocos centímetros de mi cintura.

Levanté una ceja y me di la vuelta, golpeándolo con mis largos cabellos ondulados.

Al toparme con la decoración de su nada modesta oficina de senador, vi replicar la misma de la compañía, solo que esta era dos veces más grande. Las paredes borgoña seguían ilustrándome un averno y el suelo, esta vez de un ébano muy costoso, me llevaba a lo más profundo de su misterioso mundo. Las pinturas al óleo daban la luminosidad necesaria, así como las fotografías de campaña, partido y cercanía a la comunidad. Una figura preciosa adornaba una de las esquinas de su amplio escritorio, al acercarme, muy curiosa, noté que era la réplica del Arcángel Miguel derrotando a Lucifer. Quise tocarla, pero no me atreví.

—¿A qué debo el honor de su visita? —inquirió con algo de sarcasmo, mostrándome su diván. Estaba invitándome a sentarme allá, no frente a su escritorio.

Cuando me acomodé en él, esta vez rojo y de terciopelo, crucé una de mis piernas mientras lo veía sentarse frente a mí, con los antebrazos apoyados en sus muslos, expectante.

—Debió sorprenderle saber que estaba aquí.

Esa sonrisa ácida volvió a aparecer.

—He de confesar que sí. Desde lo que sucedió en su departamento, imaginé que lo que menos quería era verme… incluso más que antes.

—¿Lo cree?

Entrecerró sus ojos.

—Serafín… Padre siempre fue tan cercano a él. —Suspiró y miró hacia otro lado—. Imagino lo que le dijo de mí.

Fruncí el ceño.

—¿Qué debía decirme?

Otra sonrisa, esta vez maligna.

—La clase de cosas que puedo hacer para barrer a los entrometidos de mi camino y cuidar de mi familia —murmuró, acercando su tronco, milímetro a milímetro, a mí—. No importa quién. Venir aquí es entrar a la boca del león, es mi mundo, uno que no conoce.

Tragué, pero me mantuve firme.

—Si cree que no sé lo que hago, está muy equivocado. Tengo veinte años, pero no soy estúpida, créame que puedo atacar muy bien.

Seguimos mirándonos, como si nos enfrentáramos una batalla que nadie más que nosotros podíamos sentir y aun así no entender.

—Estoy aquí a pesar de todo —añadí—. Hay algo que me interesa de usted.

Mis últimas palabras llamaron su atención. Puso una mano en su barbilla, pensando en ellas.

—Pues dígame qué es.

—Un proyecto —susurré, sintiendo la ansiedad en mi pecho.

Frunció el ceño.

—¿Cree que voy a discutir de política con usted?

—No quiero discutirlo, quiero conocerlo y hablar de él… con usted.

Me levanté del diván, sintiendo la presión ante una posible negativa. No era lo que quería, tenía todo en frente, lo que más necesitaba en el mundo, y él era el único que podía servirme para mis propósitos. Fui hasta el centro de la sala, mirando las pinturas mientras sujetaba mi bolso entre mis manos. Al girarme, lo vi mirando mis tacones y luego subiendo lentamente por mi cuerpo, como si estuviera disfrutando del arte, un arte que jamás había visto antes. Aquella mirada fue tan intensa que acabé sonrojándome, como si me hubiera despojado de mis ropas y estuviera viendo mi cuerpo al desnudo. Cuando finalmente me miró a los ojos, Edward tensó la mandíbula, con el iris oscurecido.

—Me pregunto qué hace que alguno de mis proyectos sea algo tan importante para usted. —Se levantó y caminó hacia mí—. Pero para eso, amerita una conversación más… íntima.

Se me cortó la respiración.

—No suelo hablar abiertamente de mis proyectos aquí. Prefiero un lugar más tranquilo.

—¿Qué sugiere?

—Mi departamento.

Sentí una errante electricidad en mi columna.

—No creo que le preocupe acercarse aún más a la boca del león, ¿o sí?

Sonreí.

—En absoluto.

—Perfecto. ¿Le parece hoy en la noche?

Estaba jadeando sin darme cuenta.

—Está bien.

—Enviaré un coche a recogerla. La espero.

Me tendió su mano, sin guantes ni nada por el estilo. No pude resistirme y la tomé. Por primera vez sentía su tacto y no dimensioné jamás que un único roce de ese estilo pudiera hacerme sentir tanto. Me separé de forma abrupta ante todo lo que estaba pasándome y la apreté contra mí.

—Nos vemos esta noche, señor Cullen.

—Nos vemos, señorita Swan.

No esperé a más y me marché, sintiendo el acopio de emociones turbulentas.

No sabía qué iba a ocurrir esta noche, pero sí culminaría en algo que podía marcarme para siempre.

.

Respiré hondo, terminando de ponerme el labial. Tragué y seguí mirándome en el espejo, analizando mi aspecto. Me había esmerado en vestir de la manera en que una mujer de negocios lo haría, en especial si iba a encontrarse con alguien que llevaba un proyecto tan importante: un suéter de cuello alto de tono anaranjado, unos pantalones blancos pegados a mis caderas y unos tacones negros.

—Vaya, se ve muy hermosa. Se ha esmerado esta noche —musitó Serafín, caminando hacia mí.

—Solo me he vestido como siempre —respondí.

Vi su sonrisa desde el espejo.

—A mí me parece que sí lo ha hecho, mucho más que antes. —Tenía un tono de voz ligeramente intrigado, como si quisiera saber hacia dónde me dirigía.

Boté el aire, preguntándome si en verdad era cierto. ¿Me había esmerado? Iba a verlo esta noche… Estaría frente al más peligroso de todos los Cullen. Ni yo me entendía.

—Tengo algo importante que hacer esta noche. Llegaré a buena hora.

Él asintió.

—La esperaré con un té.

Sonreí de forma débil.

—De naranja, tú lo sabes.

Serafín tomó mi mano y me la besó como un padre a una hija.

Salí aprisa del departamento y esperé cerca del vestíbulo, preguntándome por enésima vez si esto estaba bien. Al minuto, un coche negro y lustroso paró y un hombre vestido completamente de negro salió de este para abrirme la puerta. Era un guardaespaldas.

—Señora Swan —dijo el hombre. Usaba gafas—. Soy Félix, mucho gusto.

—Buenas noches —murmuré.

Entré al coche y respiré hondo, cerrando los ojos en el intertanto.

El viaje fue corto. Efectivamente, el departamento de Edward quedaba cerca del mío, aunque no esperaba un lugar tan oculto entre todo Brooklyn. En aquel edificio debían vivir treinta familias como máximo a pesar de ser un lugar tan alto e inmenso. Era exclusivo y con una cantidad de seguridad que rozaba en lo exagerado. La fachada era moderna, minimalista e increíblemente atractiva, con una luminosidad maravillosa dados los cristales que cubrían las paredes casi en su totalidad.

Félix se bajó del coche cuando estuvimos dentro del estacionamiento y me llevó hasta un ascensor con un código especial que digitó en una pantalla.

—La llevaré de regreso cuando esté lista. Con permiso —me dijo.

Las puertas del ascensor se abrieron y entré, sabiendo que él estaría esperándome ahí arriba. La caja del elevador era de cristal en la zona posterior, por lo que se veía la inmensidad de Brooklyn en todo su esplendor. A los segundos, llegué a la planta número sesenta, la sección de Edward y la última del edificio. Cuando las puertas me dieron la bienvenida, abriéndose de par en par, lo vi con ambas manos en los bolsillos, dándome la espalda, ancha y masculina, mientras contemplaba la inmensidad del paisaje que había delante de él. Solo llevaba una camisa y sus pantalones de siempre, mostrándome un culo francamente… maravilloso.

Tragué y caminé hacia su presencia.

—Ha llegado —comentó, aún sin girarse.

—Buenas noches —murmuré en respuesta.

Se quedó en silencio durante varios segundos.

—Buenas noches.

Al darse la vuelta, Edward soltó el aire, mirando mi atuendo con especial atención. Pestañeaba, aguardando una sonrisa suave, pero conservando la malicia, esa erótica y ardiente que brotaba de él.

—Estaba esperándola. —Se acercó a mí, manteniendo las manos en los bolsillos.

No llevaba su corbata y los primeros dos botones de su camisa estaban abiertos.

Para calmar el deseo de verlo así, tuve que centrar mi completa atención en su departamento. Mentía si decía que la decoración de este no era arte puro, porque lo era en todo su esplendor. Las paredes eran de suave color marfil y en cada lugar había una pieza de óleo o figura digna de admirar. Lo renacentista llamaba aún más mi atención, así como las representaciones cristianas de ángeles contra demonios… Y entonces vi el ejemplar de Hades y Perséfone, contemplándose en medio de las tinieblas. Ver al Dios del averno me sumergió en una cúspide de emociones, era imposible no compararlo con él… Edward.

El vestíbulo principal, marcada por lo minucioso, era el camino hacia lo que parecía una galería de arte hecha hogar. Aun así, lo más hermoso que había ante mí… era el senador.

—Venga conmigo —murmuró—. La invito a probar una copa de vino, solo así puedo discutir sobre mis proyectos.

—Por supuesto, señor Cullen.

Caminé por delante y volví a sentir su calor rozándome el cuerpo. Llegamos a la sala, un lugar donde el rojo se vivía con intensidad. Los sofá y divanes eran de un intenso tono sangre y la madera de los muebles era negra como el azabache. La decoración replicaba el renacimiento, lo romántico y expresionista. Era sinigual.

Me senté en uno de los sofás y contemplé su recorrido hacia el bar, lugar en el que seleccionó cuidadosamente uno de los vinos en el aparador. No imaginé que iba tomarse tanto tiempo en elegir, no conmigo.

—Espero que le guste el Aurum Red.

Pestañeé.

—¿No lo conoce?

Negué.

—Ahora lo disfrutará.

Trajo consigo la botella, elegante, negra y de letras doradas sin caer en la ostensión, junto con dos copas de cristal. Se sentó a mi lado, las puso en la mesa y abrió la botella con destreza, usando la fuerza de sus músculos. Aunque lo intenté, ver la manera en la que sus brazos fuertes se tensaban producto de su acción, hizo que necesitara cerrar las piernas.

—Le encantará la esencia de breva y pan de higo —susurró, dejando caer el brebaje.

Me la entregó y yo sentí el aroma con total facilidad. Cerré mis ojos y suspiré, disfrutándolo. Al abrirlos, lo vi contemplándome nuevamente, esta vez con las fosas nasales dilatadas y las venas de su cuello muy gruesas.

—Pruébelo —ordenó.

En otra ocasión, una sola orden de su parte me habría puesto a la defensiva, como siempre, pero esta vez lo hice con gusto, llevándome la copa a los labios y tragando la suavidad del vino. Mmm… Podía saborear las pequeñas frutas, el casis y cacao.

Edward se levantó de golpe, como si de pronto se hubiera enojado por algo que yo había hecho. Al girarse, lo vi apretando las manos.

—¿Y bien? ¿Qué quería saber? —preguntó, usando un tono de voz frío y muy denso.

—Vi su plan de acción —respondí, dejando la copa sobre la mesa de café. En cada pata había un león con la boca abierta, como si sostuviera el cristal de la superficie.

—¿Sobre cuál? Si busca la manera de conocer mi trabajo para hacer algo que no permitiré, está muy equivocada, no le daré pistas…

—Estoy interesada en el proyecto de regularización de la adopción y la búsqueda de justicia para madres que han perdido a sus hijos —interrumpí.

Frunció el ceño.

—Quiero ser parte de él —insistí, apretando el sofá debajo de mí.

Parecía demasiado sorprendido.

—¿Qué clase de broma es esta?

—Es algo que me interesa.

Ahora se veía pasmado.

—¿Cree que entrometiéndose en el proyecto más importante de mi carrera va a poder cumplir lo que sea que esté planeando con Serafín? —Su voz había subido dos octavas—. No confío en usted.

—Tampoco yo —afirmé, levantándome para enfrentarlo—. Pero lo que usted planea hacer es… algo que me apasiona.

—¿Por qué? —Seguía manteniendo el ceño fruncido, ahora caminando hacia mí.

—¿No puedo sentir deseos de ayudar en su causa?

Sus ojos verdes llameaban de algo más que simple rabia, era como si sus demonios internos lucharan por salir.

—Su trabajo me ha impresionado —susurré, contemplando aquel iris verde—. Solo quiero saber… y dar mi apoyo en todos los sentidos.

Paró tan cerca de mí que caí al sofá. Tenía la pelvis del senador delante de mí, lo que me tensó de forma incontrolable. Finalmente se sentó a mi lado y tomó la copa, dándole giros al vino, muy pensativo. Cuando bebió, me entretuve disfrutando de la visual, su manzana de Adán era tan viril, tan… atractiva, como todo en él.

—Es algo que siempre he querido hacer —confesó con la mandíbula tensa—. No piense que será tan fácil que un senador como yo hable al respecto.

Boté el aire, frustrada. Necesitaba saber más, ¡necesitaba conocer todo lo que planeaba hacer por todas esas mujeres que me recordaban a…!

—¿Qué tengo que hacer para que confíe en mis buenas intenciones? —inquirí, apretando el fuste de mi copa.

Me miró y esbozó una pequeña sonrisa, elevando solo una de las comisuras de sus labios. Chocó su copa con la mía y bebió, sin quitarme la vista de encima.

—Jamás confiaré en usted, Isabella Swan, no me haga recordarle quién es en mi vida y en la de toda mi familia —afirmó.

También bebió, devorándome con sus ojos.

—La amante de mi padre, años más joven… —Jadeó, muy inquieto—. Quitó todo lo que pudo de nuestro poder, robándonos nuestro renombre, nuestro estatus y nuestra dignidad. ¿Cree que no odio la idea de saber que hizo tanto daño a mi madre? ¿Cree que no sé la clase de mierda que es capaz de hacer para lograr su cometido? Acostarse con mi padre fue fácil, ¿no? ¿Está acostumbrada a hacerlo para cumplir sus propósitos…?

No soporté la cantidad de mierda saliendo de su boca y le derramé su jodido y caro vino encima de su fina camisa. La situación fue tan sorpresiva que acabó con la mandíbula tensa y los músculos de su cuerpo rígidos por la sorpresa y la rabia de mi actuar. Finalmente lo empujé para que me dejara salir de su departamento, sabiendo que la decisión de haber venido hasta aquí había sido un completo error. ¿De verdad esperaba que las cosas con este bastardo fueran diferentes? ¿De verdad pensaba que su interés por aquellos bebés sustraídos y los derechos de los más pequeños eran algo que realmente le importaban?

Iba a abrir la puerta, pero la empujó para cerrarla de nuevo. Estaba por confrontarlo, sin embargo, no tardó en empujarme contra la misma, usando su cuerpo como herramienta.

—Maldita sea —jadeaba, corrompido por algo que pasaba por su mente y yo no comprendía.

Respiraba con mucha dificultad, mirándome a los ojos, con una mano cerca de mi cintura y la otra a escasos centímetros de mi rostro.

—Déjame ir —susurré, nada convincente.

Mi labio inferior temblaba a medida que iba sintiendo su respiración chocando con mi cara.

—No voy a hacerlo —musitó.

La punta de su nariz chocó con la mía y yo perdí la noción de mi propia realidad.

—Senador…

—No quieres que lo haga.

—Asume cosas muy rápido —dije con evidente dificultad.

Su nariz seguía rozándome y tan pronto como pudo, llevó una de sus manos a mi rostro, tocando mis mejillas con suavidad.

Me nublé por completo.

—No quieres que te deje ir, así como tampoco quiero hacerlo. —Tiró de mi barbilla, sujetándome la quijada con la mano libre. El dedo pulgar rodeó mis labios, tentándome a lamer cada milímetro de él—. No, no quiero.

Cerré mis ojos, cayendo en la misma espiral de fuego, infierno y perdición. Su calor estaba quemándome por dentro, sus caricias iban a matarme y sí, cedí.

Sus labios se unieron a los míos, condenándome a cada castigo. Sabía a vino y a él, junto con un perfume fantástico y la locura de su hombría. La manera en la que me besaba gritaba pasión, el aire era insuficiente y mis ganas por tocarlo cada vez más intensas. Edward me disfrutaba con lentitud, haciéndome suya con su boca, pasando por cada curva de ellos. Cuando sentí su lengua, creí perder por completo la cordura.

Y lo hice, enloquecí por completo.


Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia. Bella ha cedido a sus más bajos instintos y Edward no se queda atrás. Ese beso traerá más de una consecuencia, pero de las que tanto amamos encontrar. ¿Qué creen que ocurra después de esto? Y ese proyecto del senador, ¿qué fin tiene? ¿Por qué Bella necesita a como de lugar estar ahí? ¿Qué esconde? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

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