Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Recomiendo: Fuel to Fire – Agnes Obel
Capítulo 11:
Necesidad
"¿Me quieres en tu mente o quieres que continúe?
Podría ser tuya
Tenlo por seguro
Vete
Vete ya…"
Me tapó la boca cuando sus labios me recorrieron el escote, abriendo los botones de mi blusa, curioso de mi anatomía. Sentía su respiración caliente, levantando cada vello de mi cuerpo.
—Este aroma, ah… —susurraba con la voz ronca—. Cuánto quería tenerlo conmigo de nuevo.
Resistirme era una agonía y una idea que erradicaba sin pensar de mi mente.
Se encontró con mi sujetador y finalmente inhaló, desesperado por más. Sacó uno de mis senos y se lo llevó a la boca, succionando como bien sabía hacerlo. Eché la cabeza hacia atrás, inquieta ante el placer que me daba. La presión de su boca era inigualable, sobre todo cuando alternaba la fuerza de sus dientes.
—Edward —gemí, restregando mis piernas para calmar el calor.
—Sht. No querrás que nos escuchen, ¿o sí? —Me tomó la mandíbula, sujetándome de manera dominante.
Liberó el otro seno y le dio placer, mordiendo ligeramente mi pezón. Di un salto. Quise tocar sus cabellos, curiosa por el color, las hebras finas y revueltas en su cabeza, pero cuando llevé mis dedos a él, liberándome de la opresión del cinturón, Edward levantó la mirada de forma severa y me quitó la intención, tomando mi muñeca con sus dedos fuertes.
—Muy curiosa, Isabella —musitó.
Subió dando besos por mi esternón, cuello y finalmente mis labios.
—Creo que tendré que sujetarte muy bien.
Mi respiración estaba errática.
Me dio la vuelta, apoyándome con el pecho en el escritorio y el culo levantado para él. Tiró de mis manos hacia atrás y usó su cinturón para amarrarme. El solo intento de moverme fue imposible.
—¡Edward! —gimoteé.
Demonios.
—Prisionera de mi infierno, ¿no crees? —ronroneó detrás de mi oreja—. Una prisionera que, si dice "no", se verá liberada.
Tragué, sin comprender por qué todo lo que hacía con su poder en estas facetas me gustaba tanto.
—Perfecto —siguió diciendo—. Carajo, cuánto quería tocar esto.
Me levantó las caderas y con ello el culo, posando una mano en cada nalga, apretando y separando a la vez. Entonces, comenzó a subir la falda, descubriendo mi piel y mi pequeña tanga. Regó besos suaves y pequeñas mordidas por aquel recorrido, desgarrándome ante la imposibilidad de gritar. Lo único que podía hacer era agarrarme del filo del escritorio para así liberar mis ganas de gimotear.
—Debería dejar lo que sucedió entre nosotros en el olvido, ¿no crees? —musitó, metiendo el dedo bajo la tanga, estirándola para poder ver qué había detrás de ella—. Pero no puedo. Es… imposible.
Me mordí el labio inferior y cerré mis ojos, arqueando las cejas en el intento.
—Creo que comienzo a tener poder sobre ti —respondí, ladeando la cabeza para mirarlo.
Sus ojos emitieron un fuerte fulgor.
De pronto, sentí su dedo en la unión de mis labios y luego cómo se introducía con lentitud.
—¿Y esto? ¿No es poder? Solo una caricia… y puedo escucharte suplicar.
Me dio una fuerte nalgada que se escuchó en toda la sala.
Me tapé la boca para no gritar.
—¿Suplicarte? —inquirí con dificultad—. Eso… nunca.
Se rio y hundió el rostro en mis nalgas, lamiendo todo en mí. Escondí mi expresión excitada en el escritorio, queriendo gritar, pero no pudiendo ante el inminente temor de que me escucharan. Dios, cómo me gustaba su lengua. Ese movimiento, esa necesidad por hundirse cada vez más. Ah… Era delicioso. Era el Inframundo, un lugar lleno de pecados y en el cual él reinaba con total poderío. Nunca creí que podría sentirme más invadida en un espacio tabú, pero ahí estaba Edward, el maldito senador.
«Puta mierda».
—Quiero que me mires, ver tu expresión de placer ante lo que hago —gruñó, dándome la vuelta de un solo movimiento.
Aún seguía amarrada con el cinturón, con ambas manos por delante. Por poco tambaleé.
—Así me gusta —murmuró, abriéndome las piernas con las rodillas.
Me bajó la tanga hasta que esta tocó el suelo. La levanté con ayuda de uno de mis tacones, mostrándosela ante sus hermosos ojos verdes. Ese fulgor travieso me volvía demente.
Sonreía mientras se tocaba la erección y luego me la quitó, guardándosela en el bolsillo. Finalmente, levantó uno de mis pies y besó los tacones, subiendo por mi piel desnuda hasta llegar a mi sexo. Ahí mordió el monte y bajó hasta mi ingle, dando besos suaves y luego dirigiéndose hacia mi centro, donde dio varias lamidas cortas hasta el perineo.
Grité. No pude controlarlo.
—Sht. —Ordenó silencio—. O tendré que ponerte algo en la maldita boca.
Sonreí, maliciosa y queriendo quitarle la paciencia.
—Esa detestable expresión —ronroneó, tomándome las mejillas con una sola mano—. Quiero quitártela a nalgadas.
Me dio un beso apasionado y luego bajó para lamer mi sexo con desesperación. Llevó uno de sus dedos a mi boca, el que chupé para calmar mi ansiedad por gemir porque, diablos, esa manera de darme placer iba a volverme loca. A ratos mordía los labios, tiraba de mi clítoris con una pequeña succión y finalmente generaba recorridos irregulares por toda la extensión, penetrándome con su lengua y luego envolviéndome con la presión de toda su boca. A medida que perdía el aliento, me sentía una total prisionera de su infierno, un lugar del que jamás podría huir porque… quería ser parte de él todo el tiempo que fuera necesario. Sin embargo, en aquellos ínfimos momentos de cordura, sabía que iba a desequilibrarme cada vez más hasta perder la real misión que tenía en su vida, en su familia y en todo lo que le rodeaba.
Cerré los ojos ante el cúmulo de sensaciones desbordantes que me generaba, desgarrada, arañando la realidad: iba a acabar en su maldita boca.
Miré su rostro hundido en mis piernas, encarcelada por él, por sus efectos, su manera de tocarme, de apoderarse de mí con sus caricias, con sus besos… con su cuerpo. Disfrutaba tenerme bajo su dominio, Edward sabía lo que me provocaba, que bajo sus toques era… su presa. Mi corazón latía deprisa, pero mi cerebro me pedía que parara, que frenara todo esto antes de que se convirtiera en una adicción ruin de la que no podría escapar. No quería ser quien perdiera todo, a pesar de ser la viuda, solo era una más dentro de una familia completamente oscura.
Mordí su dedo con suavidad y finalmente exploté en ese mismo océano de placer, de necesidad, de liberación y de completa penumbra divina. Todo de mí era clímax, inquietud y felicidad a la vez. Mis ojos lloriqueaban ante la emoción de cada terminación nerviosa llevada al límite.
Edward me besó el vientre y me liberó del amarre de su cinturón, dispuesto a llevarme a la locura con su propio cuerpo. Pero temí, realmente me aterré de lo que me provocaba, de la manera en que mi cuerpo reaccionaba ante lo que me generaba y que, gracias a eso, él tuviera la manera perfecta de destruirme como tanto quería hacerlo.
Iba a acercarse, pero me separé, aunada al miedo. Debía tener poder sobre mí misma, o sería demasiado tarde.
Frunció el ceño, manteniéndose inquieto.
—No —dije, poniendo mis manos en su pecho.
Bajó los hombros, comprendiendo ese "no" con total seguridad.
Estaba temblando por el orgasmo, pero también por el terror.
«Dios mío, ¿qué me pasa con Edward? Dios mío… ¿Por qué…?».
—No —repetí.
Su ceño se frunció más.
Respiré hondo, cambiando mi expresión, tornándome seria, fría y dura.
—Gracias por el orgasmo, señor Cullen, pero no le daré la libertad de buscarme para satisfacerse, estoy segura de que habrá unas cuantas mujeres dispuestas a hacerlo sin problemas —musité.
Se acomodó la mandíbula, excitado y frustrado a la vez.
—¿Está hablando en serio? —inquirió, tomándome la barbilla.
—Más que en serio, senador.
Sonrió mientras fruncía el ceño.
—No quiero ser parte de sus amantes, señor Cullen, soy mucho más que eso —susurré.
Botó el aire y luego sintió mi aroma, resistiéndose a lo que tanto deseaba hacer.
—¿Es por ese… tipo?
Entrecerré mis ojos.
—Quizá —mentí—. No creo que le importe, ¿o sí? Soy una mujer totalmente libre.
Rio, pero vi tanta rabia en sus ojos que finalmente se separó de mí.
—Haga lo que quiera, señorita Swan —afirmó—. De todas formas, la que acabó siendo amante de un hombre fue usted y ese hombre fue mi padre.
Tragué, queriendo llorar por sus palabras.
¿Qué demonios seguía sucediéndome?
—Y a usted no parece importarle que sea su viuda, ¿o sí? —contraataqué—. Quizá… no tiene tanto poder como cree, ¿no? Aléjese de mí. Yo diré cuándo quiero que un hombre me toque, ¿lo ha entendido?
Su sonrisa maquiavélica me parecía tan atractiva. Pero incluso con ella, su mandíbula estaba muy tensa ante mis palabras.
—Que tenga buena tarde —espetó, separándose con brusquedad.
No le respondí. Simplemente lo vi marcharse mientras me acomodaba la falda, sintiendo cómo mi corazón ardía al verlo ir, lo que no tenía respuesta coherente, al menos no en mi cabeza.
Me quedé un buen rato intentando respirar con normalidad, sintiendo mis mejillas muy rojas y el pecho que subía y bajaba a la par de mi corazón. Tenía las manos aferradas al filo del escritorio, con el agobio propio de negarme a otra oleada de placer con él.
Cerré mis piernas y finalmente descubrí mi desnudez. Edward se había llevado mi tanga. ¡Mierda! Gruñí, dispuesta a ir por ella, pero me encontré con Jasper en medio de la puerta, impidiéndome caminar más.
—Ya se fue, ¿no? —musitó, cerrando detrás de él.
Asentí.
—¿Pasó algo muy malo? —inquirió—. Salió muy serio de la oficina. Ha enviado a su asistente al mismísimo carajo. Y ni hablar de cómo me miró.
—Solo… —Bufé—. No te preocupes de eso, ¿sí? Sé lidiar con él.
—No quiero que acabe haciéndote daño.
¿Qué daño era peor? Ni siquiera sabía cuál.
—No lo hará porque para que eso pase, debo permitírselo y eso jamás sucederá.
Suspiró y finalmente se tranquilizó.
—Mejor vamos a la sala de juntas. Se hará tarde y todos están allá.
Carajo. Había olvidado la junta del mes.
—Bella —insistió y luego carraspeó—. Señorita Swan —corrigió.
—¿Sí?
—¿De verdad está todo bien?
Me mordí el labio inferior, dudando si seguir manteniendo la mentira. Pero finalmente asentí, cerrando toda posibilidad.
A medida que caminaba, sentía el viento entrando por debajo de mi falda, lo que me recordaba irremediablemente a él.
La sala de juntas estaba llena de personas, entre ellas Edward, que estaba a la cabeza de la mesa, con una silla ya guardada para mí… a su lado. Tenía puestos los guantes y su abrigo de siempre, largo y oscuro. En cuanto me vio, noté su mirada maliciosa y ligeramente traviesa, sabiendo lo que podía estar ocurriéndome. De pronto, una de sus manos fue hasta su bolsillo, corrompiéndome ante su tentación. Ahí tenía mi tanga, estaba segura.
Hoy no me tocaba exponer, solo escuchar, lo que era perfecto. El concejo iba a dar varias directrices importantes de acuerdo con las ganancias exponenciales de la empresa de inversiones, lo que comenzó rápidamente mientras saludaba a todos los presentes. En cuanto me senté a un lado de Edward, recibí su aroma inconfundible que me llevó a varios recuerdos imposibles de borrar. Él tenía la mano enguantada sobre la mesa, cerca de mi lápiz. Tomarlo fue una odisea, porque el solo hecho de rozar su calor me volvía completamente loca. A medida que se daba la junta, mi cabeza volaba a las sensaciones provocadas por su lengua, al roce de sus labios en mi clítoris, sus caricias en el perineo, aquella boca succionando todo de mí, incluso entre mis nalgas…
Acabé ruborizada en medio de la silla, apretando mis piernas con todas mis fuerzas. Miré a Edward de reojo y noté que estaba contemplándome, lo que hizo que mis mejillas se enrojecieran aún más. Intenté actuar con naturalidad, tomando mi pluma para pasar desapercibida, sin embargo, en el primer intento por hacer un movimiento, la pluma cayó al suelo, haciendo un sonido estrepitoso.
Sentí que sonreía.
—Lo siento —murmuré, intentando recogerla.
La pluma estaba entre mis tacones.
—Descuide. Le ayudo —susurró con su característica voz ronca.
Se agachó con sutileza, con su rostro cerca de mi entrepierna, donde el aire de su boca rozaba mi desnudez. A medida que subía la mano con la pluma, podía sentir su calor y la necesidad de disfrutarlo con esos guantes negros en mi piel.
—Aquí tiene —musitó, ofreciéndomelo.
—Gracias.
—Señor Cullen —llamó el presidente del concejo.
Alzó la mirada, elevando su ceja. Demonios, qué expresión tan cautivante.
—Perfecto.
Se levantó, dejándome con la estela de su perfume y el olor propio de su piel. Era fascinante. Enseguida comenzó con su discurso, sacándome un suspiro lento y pausado. Cuando movía sus labios, solo podía recordar sus besos, la succión, la búsqueda de mi placer… Él parecía notar mi cambio de expresión, mi manera de cerrar las piernas ante mi desnudez clara y traviesa, mi nerviosismo al sentir mi excitación y lo que me estaba provocando con su sola manera de ser.
En un momento, se llevó la mano al bolsillo, el mismo en el que, al parecer, guardaba mi tanga. Me miraba, hablando, asegurando su gran postura de poder frente a todos, pero a la vez generando mi locura.
—De todas maneras, quiero novedades claras para la próxima semana, saben que no estaré por diez días, mi viaje al congreso me mantendrá ocupado. No quiero llamadas ni interrupciones, ¿entendido? —finalizó.
Oh… Se marchaba de la ciudad por diez días… Días que no iba a verlo bajo ningún motivo. ¿Era el momento correcto para olvidarme de lo que habíamos hecho? Quizá sí, era la instancia adecuada para centrarme en mis propósitos y deshacerme de esta maldita necesidad que no toleraba.
Cuando la junta terminó, me dirigí hacia el ascensor para ir a la última planta y con ello a mi oficina. La puerta iba a cerrarse, sin embargo, Edward puso su mano para impedirlo y entrar conmigo y otros trabajadores. Nos mantuvimos en silencio, pero cerca el uno del otro dada la cantidad de personas que estaban en el reducido lugar. En una oportunidad, él tuvo que subir su brazo a la altura de mi cabeza, frente a frente, dándome su respiración en la cara. Contemplarnos era fácil, contenernos… imposible. No dejé de mirar sus labios entreabiertos, llenos, divinos y apetitosos. A medida que miraba su cuello, deseaba enormemente lamerlo, hacerlo mío, clavar mis uñas en él… Ah, ¿qué estaba pensando? ¿Por qué seguía dándole vueltas a eso?
Edward me jadeó en la cara, haciéndome tragar. Sus ojos viajaban a mi escote y luego a mi rostro, repasando cada detalle para mí. Miré por detrás de él, pendiente de los demás, pero ninguno prestaba real atención en nosotros.
—Excelente reunión, ¿no cree? —Alzó la voz, llamando mi atención ante su extraña amabilidad.
Pero entonces sentí sus dedos viajando por mi pierna, metiéndose por debajo de mi falda para comprobar lo que él ya sabía: seguía desnuda por su culpa.
—Excelente —afirmé, casi chillando.
Me regaló una sonrisa ladeada.
Cuando llegó hasta mi monte, suspiré, cerrando los ojos por unos pocos segundos. Su guante me rozaba, buscando alterarme. El olor de su respiración me tenía demente. No había manera de que mi excitación no se comenzara a notar.
—Lástima que no volverá a repetirse. Eso dijo usted, ¿no?
Solté el aire cuando se alejó, fulminándolo con mi mirada.
—Lo compruebo nuevamente —susurré.
Finalmente, el ascensor se vació hasta que nos quedamos a solas y mis rodillas temblaban por las razones incorrectas.
—¿Algún problema debajo de su falda? —inquirió.
«Maldito Bastardo».
Tomé su mano, impidiéndole que siguiera tocándome. Hacerlo era continuar con esto que, de alguna u otra manera, no debía repetirse.
—Púdrase —respondí—. No tiene permitido tocarme nuevamente. Esto se acabó, senador.
Él comenzó a reírse con ganas. Era la primera vez que lo escuchaba hacerlo con total libertad. Me pareció tan guapo, más que nunca con aquella pequeña muestra de calidez.
—Una respuesta digna de una chica de veinte años —susurró, acercándose con suavidad.
Entrecerré mis ojos.
—A veces olvido lo joven que es.
Estuve muy cerca de mostrarle la lengua, pero me contuve.
Sacó mi tanga de su bolsillo y me la ofreció, colgando de su coqueto dedo enguantado. Iba a tomarla, pero la quitó de mi alcance, sonriendo de manera maliciosa.
—Démela —ordené.
—Su tono de voz no surte efecto en mí.
Rechiné los dientes, pero finalmente me crucé de brazos, contemplando esa expresión suficiente. ¿Qué esperaba? ¿Que le suplicara? Eso jamás.
—Perfecto —murmuró.
Llegamos a nuestra planta y él caminó sin tomar en cuenta mi aspecto amenazante. Seguí su camino, furiosa al tenerme desnuda debido a su robo, hasta llegar a su oficina.
—No puede llevarse algo privado —insistí, apoyando mis manos en su escritorio.
—La agregaré a mi nueva colección.
Se sentó en la silla, juntando sus manos entre sí con aspecto dominante y controlador.
—No sabes lo que disfruto de tener una de tus prendas tan… provocadoras. —Me miraba a los ojos—. Olerlas y recordar el sabor que hay entre tus piernas.
Me sonrojé, aquejada por la humedad, el deseo y la desesperación.
—Buena idea, así lo recordará por siempre, ya que no volverá a suceder —afirmé.
Enarcó una ceja.
—Posiblemente. La idea de reconocer nuestros pecados es que no volvamos a cometerlos. Estoy de acuerdo con lo que dices.
Nos seguíamos mirando a los ojos.
—Me parece perfecto —aseguré, cruzada de brazos—. Cuide de la ropa interior y mantenga los recuerdos lejos de nuestro encuentro. Y no vuelva a tocarme o le daré una patada en los testículos sin remordimiento.
Enarcó una ceja.
—Ideal. Imagino que debe estar feliz de tenerme lejos.
Tragué y sonreí.
Iba a responderle, pero recibió una llamada directa a su móvil personal. Entrecerré mis ojos, contemplando su expresión prácticamente inmóvil, difícil de descifrar.
—Estoy ocupado, Irina —dijo.
Irina… Aquella mujer…
—Sí. Mantén todo listo para nuestro viaje a la capital. Debes mantener todo en orden para ese día. Te veo en el aeropuerto.
Cuando cortó, dejó el móvil a un lado y cruzó sus dedos entre sí, muy cerca de sus labios. Mirarme parecía su plan de la tarde.
—Va muy bien acompañado —aseguré—. Me parece bien.
Sonrió con los ojos entrecerrados.
—¿Hay algún problema con ello, Isabella?
Miré unos segundos hacia mis tacones, inquieta por el efímero sentimiento de ira que me embargó al imaginar la razón para que se fueran juntos, pero también porque no me entendía en absoluto a mí misma.
—En realidad, es perfecto, así dejamos lo ocurrido en el olvido… Ninguno de los dos volverá a hablar de lo que hicimos usted y yo tanto en el hotel como en la oficina.
De pronto se levantó, marcando su presencia tan dura frente a mí.
—Ya está en el olvido, señorita Swan. —Se apoyó en el escritorio—. ¿O debo decirle señora Cullen?
—Como lo desee —afirmé—. Con permiso, senador. Que tenga un buen viaje.
No respondió. Se dio la vuelta, dispuesto a seguir con su trabajo, así que sin más me marché. Cuando llegué a mi oficina, mi respiración estaba errática de rabia y algo extraño naciendo de mis entrañas, desconociéndome y siendo incapaz de entenderme.
—Haz lo que quieras, Bastardo —dije, sacudiéndome el cabello y mirando directamente a la pintura de Ariadna.
Debía seguir mi cometido y Edward estaba dentro de los planes, los que no podían irse al carajo por una maldita noche.
Apreté los párpados y me dediqué a centrar cada fuerza interior en recuperar lo que me habían quitado, sabiendo que parte de ello era inmiscuyéndome en el proyecto más importante de Edward, usando las influencias de la familia y destruyéndolos a cada uno si era necesario.
Comenzaba mi trabajo.
.
Serafín estaba apoyado en el escritorio de Carlisle, el único objeto que él había querido que conservara en mi departamento.
Pasé mis dedos por la extensión, recordándolo.
—Ya di con el contacto correcto. Fue uno de los mejores hombres del señor Cullen cuando era presidente —dijo, sacándome de mis pensamientos.
—Perfecto.
Él suspiró, poco convencido con mi idea.
—Le pedí que comenzara a hacerlo cuando usted diera la orden.
—Entonces comienza de inmediato.
Serafín se quedó un buen rato titubeando.
—Señorita, ¿está segura?
—Serafín…
—Sé que quiere buscar la manera de inmiscuirse en ese proyecto para encontrarla, pero es peligroso. ¿De verdad quiere mantenerlo como un enemigo?
Tragué, pero fui fuerte ante mis convicciones.
—¿No lo es ya?
—Señorita… Buscará y encontrará, los puntos débiles del senador son más duros de lo que imagina.
—¿Y qué planeas que haga? Necesito ser parte, necesito esas influencias, ¡no es suficiente con lo que soy hoy! —gemí con la barbilla temblorosa—. Perdí a uno para siempre… No quiero que…
—No es tarde, señorita…
—Si tengo que extorsionarlo con el secreto más duro del senador, entonces lo haré, así me hunda en el infierno, Serafín.
Tragó, comprendiendo mis miedos, mis inseguridades y la impulsividad que me caracterizaba cuando se trataba de ella.
—Llamaré enseguida —afirmó, sacando el móvil—. Señor Clarke, he recibido la orden. Hágalo —dijo segundos después mientras me miraba.
Investigar a Edward Cullen, el gran senador con mayor historia política, con convicciones duras, el más duro carácter del congreso y gran amigo del actual presidente parecía una condena a la perdición, pero no iba a flaquear. Ser enemiga del senador era algo de lo cual podía arrepentirme, claro, era un hombre con poder, oscuro y vil, sin embargo, ya nada me importaba, quería adentrarme en su proyecto, usar sus influencias y toda la mierda que pudiera, así fuera lo último que hiciera.
«Intenté que me incluyeras por las mejores maneras posibles, ahora tendrás que asumir que te has encontrado con la peor piedra en tu camino».
.
Jasper me abrió la puerta del coche antes que mi chofer. Mi sonrisa fue imborrable, sacándole una carcajada.
—Bienvenida a mi morada, señorita Swan —jugueteó, enseñándome su modesto bloque.
Era una caja de fósforos.
Vivía en el primero. La fachada se resquebrajaba y las plantas del jardín exterior parecía que llevaban muertas hacía décadas. Sin embargo, todo eso cambiaba en el interior, el único lugar que él podía decorar a su antojo. Era modesto, dulce y familiar. Estaba muy limpio y ordenado.
Había una mujer mayor en la sala, quien cuidaba a una nena pequeña entre sus brazos.
—Bella, quiero presentarte a mi hija —dijo él, muy emocionado.
Me llevé una mano al pecho.
—Hey, cariño, ven aquí. —Tomó a su pequeña y la acercó a sus labios para besarle las mejillas, sacándole una sonrisa suave y dulce—. Bella… Ella es Rita.
Oh… Rita era una bebé preciosa. Tenía el cabello de su padre, muy corto y apenas en algunas zonas de su cabeza. Enseguida me mostró su lengua, manteniendo su sonrisa, amigable y serena.
—Se parece mucho a ti —musité, sonriéndole.
—Yo creo que es mucho más hermosa.
Me reí.
—¿Quieres tomarla? —me preguntó.
Me sentí muy dubitativa al respecto. ¿Tomarla? Solo había tomado a dos pequeños bebés hacía mucho tiempo. La idea me apretaba el corazón.
—Claro —susurré.
Cuando sentí el olor de Rita, me recorrió un escalofrío. Era una nena tan adorable, cálida y dulce. Su inocencia me llevaba a diversos recuerdos y sentimientos que me envolvían en una tórrida nostalgia. Su cuerpo pequeño encajaba con mis brazos y la añoranza por encontrarla hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas.
—Ya puedes irte, Margaret. Muchas gracias por ayudarme hoy —le dijo a la niñera, sacándome de mis hondos pensamientos.
Nos despedimos con una suave sonrisa y finalmente quedamos a solas. Rita continuaba en mis brazos, lo que me mantenía luchando con los meros recuerdos.
—¿Quieres algo para beber, Bella? —inquirió.
—Un té de naranja —murmuré.
—Creí que habías dejado de beberlo.
Lo contemplé.
—Sabes que sigo siendo la misma Bella de siempre.
Me senté en el pequeño sofá con Rita intentando tomar mi cabello y luego vociferando con calma.
—Le gustas mucho.
—¿Eso crees? —inquirí, jugueteando con sus rubios cabellos.
—Es cosa de verla. —Reía—. Nunca pensé que te dieras tan bien con un bebé, ya sabes, cuando éramos más jóvenes no te veías siendo madre.
Suspiré, recordando aquellos momentos. Le había dicho eso cuando tenía dieciséis, y un año más tarde todo fue diferente.
—No, no lo veía. Tenía miedo de ser como la mía —murmuré.
—Ya, recuerdo ese infierno —susurró—. Pero es mejor olvidarlo, ¿no crees?
No respondí.
Me costaba olvidarlo. A veces, pensaba que quien había hecho todo había sido ella, pero ¿cómo? ¿Cómo era posible que me la hubieran arrebatado de esa forma en medio de un lugar que debía ser seguro?
Tragué.
No podría pasar por lo mismo otra vez. Sola, sintiéndome irremediablemente asustada, con el dolor de haberlos perdido.
Cerré mis ojos.
¿Cómo estaría ahora? ¿Alguien la había cuidado? Era tan pequeña aún… Tan pequeña…
—Toma. Aquí tienes tu té —me dijo Jasper.
Lo miré y le sonreí con el nudo en mi garganta.
—Ten a Rita, no quiero quemarla.
—Se te da muy bien —afirmó, tendiéndola en sus brazos.
Cuando se fue de mis manos, recordé la última vez que la sostuve. Los recuerdos eran muy vagos debido a la medicación, los efectos del accidente y del mismo dolor en el que vivía, reconociendo la pérdida mientras luchaba con el llanto.
—Quizá —susurré—. A ti también.
—Bueno, al comienzo fue difícil. Tampoco es como que quisiera ser padre tan joven. Apenas tengo veintidós.
—Y has hecho cosas maravillosas.
—Y tú, ni hablar —afirmó—. Espero mudarme pronto de este lugar. Como has notado, no es un gran sitio para poder quedarse.
Se veía cabizbajo de mostrarme un lugar con un aspecto tan acabado, pero yo le acaricié la mano para que se tranquilizara.
—Ya podrás mudarte. Te daré todas las posibilidades para que puedas vivir mejor, sabes que puedes contar conmigo.
Sonrió con suavidad.
—Quiero tener todas esas posibilidades demostrándote que mi trabajo es merecedor de ello.
—Siempre tan responsable.
—Claro que sí. Haber estado en la universidad y no haber podido graduarme fue suficiente para que sintiera que nunca tendría una oportunidad. Ahora es el momento de hacerlo, de aprovechar esta oportunidad que tú me has dado para ser mejor y ganarme cada elogio con trabajo y dedicación.
—Y debes graduarte. Tienes mi apoyo.
Me dio un abrazo y luego me besó la frente.
—¿Y tú? ¿Piensas hacerlo?
Aquella pregunta…
—Siempre quisiste entrar a la universidad.
Suspiré.
—Lo hice —musité—. Estuve dos años. Quería ser la abogada más prolífera del país. —Me reí, sintiéndome tonta al respecto.
—Creo que puedes hacer eso y más —aseguró.
Me encogí de hombros.
—Tuve que encargarme de todo esto, no podía hacer tanto a la vez.
Tomó mi mano, buscando que lo contemplara.
—Debes cumplir tus sueños.
—Lo sé.
—Debes —insistió.
Sonreí.
—Lo haremos.
.
Luego de estar con Jasper y Rita, aquella pequeña llena de afecto, me sentí irremediablemente nostálgica. Hoy, Serafín no estaba. Iba a dedicarse a hacer las compras, así que simplemente me quedé en el sofá con una copa de vino, recordando y reviviendo cada dolor como si se tratara del mismísimo infierno, pero no era ninguno similar al que me llevaba Edward, este era un infierno en la tierra, un lugar del que buscaba salir pero los recuerdos eran más fuertes.
Con el cristal en los labios, cerré mis ojos, yéndome hacia aquel momento lleno de incredulidad, la primera vez que lo supe y me llené de terror, pero también de un inconfundible amor interior.
"Tenía el cuerpo rígido y las manos temblorosas a la vez.
Aún estaba pensando en lo que acababa de decirme.
—Debes tomar un comprimido junto a las comidas —susurró el médico—. Debes cuidarlos.
Cuidarlos…
—¿Nadie vino contigo? —inquirió.
Negué.
—¿Tu madre? ¿Tu padre? ¿Alguien?
Negué nuevamente.
—¿Cuándo cumples los dieciocho?
—En un mes.
Suspiró. Se veía muy preocupado.
—Los embarazos adolescentes son complejos si no hay apoyo. Por favor, ante cualquier eventualidad, ve con alguien de confianza, ¿bueno? Estás trabajando, ¿no?
—Sí —respondí en voz baja—. Soy empleada doméstica a tiempo parcial.
—Aléjate de los desinfectantes —pidió.
—Claro —murmuré.
Cuando salí, todo me daba vueltas. Si ya era difícil, ahora lo era mucho más. Ni siquiera podía llorar, aun cuando tenía un nudo en la garganta. Me perseguía la duda, el terror, la incertidumbre y el mismo estado nauseoso de todos los días.
Me sentía irremediablemente sola.
Llegué a la oficina del señor Cullen con el mismo nudo, así como el llanto inminente. Saludé raudamente a los integrantes del equipo de Carlisle, encontrándome a Elizabeth de frente.
—Hola, Bella, ¿qué tal te fue en tu mañana libre? —inquirió, dejando sus cosas a un lado.
No pude responder.
Corrí hacia el cuarto de limpieza y ahí me quedé, acurrucada en mi propia compañía. Entonces, recordé que ya no era solo yo, ahora me acompañaban…
Cerré los ojos.
—¿Bella? —Elizabeth tocaba a la puerta—. Estoy preocupada. ¿Ocurre algo?
—Por favor, Elizabeth, necesito estar sola —gemí, comenzando a llorar.
—Bella, cariño, sabes que puedes confiar en mí.
Ese era el problema. Sentía que no podía confiar en nadie. Apenas y llevaba un mes trabajando aquí, ¿quién iba a preocuparse de mí? Solo era una empleada de aseo que apenas había podido salir del instituto.
—Sé que nos conocemos hace muy poco tiempo, pero… puedes contarme qué ocurre, prometo escucharte.
No soporté la agonía de la soledad y le abrí, viendo su rostro evidentemente preocupado. Me tendió sus brazos y me eché en ellos, volviendo a llorar como la adolescente que era.
Elizabeth olía a madre: seguridad y dulzura.
—Tranquila —susurró—, estoy aquí.
Me sentía tan abrumada y culpable. No quería que ellos sintieran que no los quería porque… los amaba, solo… tenía tanto miedo.
—¿Bella? —Su voz sedosa y suave llamó mi atención.
Era el señor Cullen.
—¿Qué ocurre? ¿Te hicieron algo?
Sentí que se acercaba y luego se paraba cerca de mí, con Elizabeth todavía sosteniéndome.
—Señor Cullen —gemí.
—Tranquila, nena, estoy aquí —musitó, acariciándome el cabello como lo haría papá.
Mi barbilla tembló.
—Fui al médico —conté, mirándolos a ambos.
—¿Qué pasó? —inquirió Elizabeth, muy preocupada.
—Son dos —gemí—. Tengo mellizos… ¡Tengo mellizos!
Carlisle asintió, me sonrió y me abrazó junto a Elizabeth, quien parecía muy impresionada.
—No voy a poder hacer esto. Los quiero… Quiero tenerlos, pero… Es demasiado para mí… No puedo darles esta vida, señor Cullen —sollocé.
—Sht… Tranquila —repetía con su calma voz—. Ya no estás sola. Claro que puedes hacerlo, me tienes a mí… Te ayudaré, sabes que lo haré.
Lo contemplé con el pecho agitado por el llanto, y entonces vi la paz de un papá que iba a tenderme su mano como lo haría con su pequeña hija.
Y pude sentir paz, compañía y consuelo."
Tenía el rostro mojado por mis lágrimas y el vino a medio beber, recordando aquella suntuosa aventura.
Realmente estaba aterrada.
A pesar de cada espectro de dolor, soledad y desconcierto, amaba a mis mellizos.
Apreté los párpados, acongojada por el dolor más grande que una madre podía sentir.
Todavía recordaba el olor de ambos, aunque estuviera a punto de desmayarme por el dolor.
—Y nunca más pude verlos —gemí, apretando el sofá y la copa a la vez.
Uno jamás volvería a mí, solo dejándome en el peor de los recuerdos.
—Si tan solo los tuviera conmigo —acabé susurrando—. Si tan solo supiera dónde estás, Dahlia… Si tan solo supiera dónde dejaron tu cuerpo, Daisy.
Dejé el vino a un lado y me largué a llorar, liberando el dolor que llevaba conmigo desde hacía casi tres años, los peores de mi vida.
—Mis mellizas —susurré.
Finalmente suspiré, buscando el temple para buscar a Dahlia, sabiendo que nunca volvería a ver a Daisy… Nunca, porque Daisy se había ido para siempre, sin darme posibilidad de decirle cuánto la amaba.
.
Los días transcurrieron entre recuerdos, dolores y el martirio de la incertidumbre. Quería olvidarme de ellas por al menos unos días, solo porque cuando estaban en mi mente me volvía terriblemente vulnerable y débil.
En medio de aquello, las ausencias se marcaron como nunca, en especial la del senador Cullen. A ratos pensaba en su acompañante, la inquietante Irina Denali. ¿Qué estarían haciendo ahora? ¿Estaban juntos realmente? Ah…
Mierda.
Me levanté de la silla, muy molesta de revolverme la cabeza con esas mierdas.
—¿Qué demonios me importa? Que haga lo que le dé la gana —bramé, apoyándome en el escritorio, mismo lugar donde él me había hecho todas esas maravillas con la lengua—. Está en el olvido. Lo que ocurrió fue un error que no puede volver a ocurrir.
Boté el aire y me mordí el labio inferior, rememorando cada momento, cada sensación y cada gemido saliendo de mi boca. Me corrí el cabello, buscando la manera de enviarlo al carajo. No. No podía suceder una vez más. Había sido un error, uno que podía haberme costado caro. No había espacio para un pecado más.
Pero ¿por qué no dejaba de pensar en él?
—Maldita mierda —gruñí, furiosa y desesperada por quitarlo de mi mente.
Los días pasaban y la sensación de desasosiego se hacía cada vez más intensa, ruin y bastarda, tal como Edward. ¡¿Por qué mierda le daba vueltas a ese asunto?! ¡¿Por qué?!
Me pasé las manos por el rostro, mirando al paisaje y luego al techo. ¿Qué sucedía conmigo? No me lograba reconocer.
—Eso es lo que planea, Isabella. Que sus encantos queden en el olvido. Es el enemigo, estás aquí para sacar beneficios de su maldita y asquerosa familia —me dije, mirándome en el espejo—. Ningún hombre interrumpirá mis pasos para lograr lo que quiero, menos él, porque al primer momento te tomará desde el cuello y clavará sus colmillos en ti.
Jadeé.
—Señorita Swan —dijo Jasper, provocándome un salto—. ¿Interrumpo?
Negué, buscando calmarme.
—Le ha llegado un paquete. El remitente dijo que era importante.
—¿Quién es?
—Se apellida Clarke.
Boté el aire, repentinamente ansiosa por saber qué decía su investigación.
—Perfecto. Déjalo en el escritorio. Más tarde te llamaré.
—Claro.
Cuando estuve a solas, tomé el sobre con los dedos rígidos de incertidumbre. ¿Habría dado con algo perfecto para mis propósitos? Me senté en mi sofá y me acomodé, revisando el conciso registro del investigador. Parte de su informe era su rutina de trabajo, sus contactos íntimos con políticos, personalidades públicas e importantes personajes influyentes, cuantiosos movimientos bancarios, información clave respecto a su partido, pero nada que realmente me sirviera para extorsionarlo… Hasta que vi algo que me hizo sentir un escalofrío en mi columna vertebral.
—Resumen de adopción de Demian Cullen —murmuré, congelada en mi posición.
Entonces… Demian no era su hijo biológico.
Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo. Sé que lo esperaban con ansias y aunque tengo mucho trabajo, quise traerles el siguiente capítulo tan rápido como pude. ¿Qué piensan de esta necesidad de la que Edward y Bella tanto quieren evitar? Bella está dispuesta a todo por destruir a Edward a pesar de que eso conlleva mucho peligro, pero también quiere llegar a su hija. Edward se ha ido e Irina también está con él, ¿qué creen que pasa? ¿Edward soportará tan lejos? ¿Bella también? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
¿Quieren más? El próximo capítulo está muy cerca, pero también depende de ustedes
Gracias Karla Ragnard
Agradezco los comentarios de Reviews LCDP capítulo 12
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