Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
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Capítulo 12:
Jaque Mate
"Regresemos adónde solíamos ir
Pero nunca miremos atrás
No, solo estamos esperando un nuevo dolor
Y la violencia volviéndose culpable…"
Me quedé un buen rato en medio de un profundo estado de desconcierto. No podía creerlo.
—Adoptado —musité.
Si el señor Clarke había puesto aquella información en el expediente, era porque…
—Nadie lo sabe —concluí.
Pasé la mano por mi rostro, buscando la manera correcta de actuar en medio de la noticia que acababa de leer. Estaba perpleja, especialmente porque no sabía de qué manera utilizar algo tan importante. En medio de todo estaba ese pequeño, un inocente de las intenciones de nosotros los adultos.
Respiré hondo, recordando su rostro dulce. Demian.
Nadie sabía sus orígenes. ¿Por qué Edward jamás habló al respecto? ¿Por qué impedía que la prensa y el ojo público supieran que su pequeño no era su hijo biológico? ¿Qué había detrás?
¿Era capaz de usar algo tan íntimo para mis propósitos?
Dahlia… Por ella era capaz de todo, pero ¿a qué precio? Era un pequeño de apenas tres años… o menos. Como la mía…
Boté el aire, sin saber de qué forma proceder. Me comía la culpa por entrometerme con Demian, pero también me inundaba la desesperación, porque sabía que Edward no me permitiría entrar a su proyecto si no lo amenazaba, incluso si aquello me llevaba al peligro. Era Dahlia, era ella… mi única razón para estar aquí.
Dahlia…
Cerré mis ojos, repentinamente agobiada al no saber cómo estaba. En dos meses iba a cumplir tres años. Dos meses… ¿Alguien la estaba cuidando? ¿Alguien le estaba dando el amor que necesitaba? ¿Algún día iba a poder decirme "mamá"? ¿Algún día iba a poder encontrarla?
Encontrarla…
—Dahlia —gemí.
Me acomodé en el sofá, incapaz de llorar, porque cuando lo hacía perdía todas mis fuerzas y las esperanzas de dar con ella. Temía que fuera demasiado tarde.
Mi teléfono comenzó a sonar, por lo que salí de mis pensamientos y contesté sin ver de quién se trataba.
—Diga —susurré.
—Señorita Swan —murmuró el señor Clarke.
Me levanté.
—Si mis cálculos son correctos, usted debería tener el informe en sus manos.
—Sí.
—¿Ha encontrado la información correcta?
Me mordí el labio inferior.
—Por supuesto.
—Ya me lo imaginaba. De todo lo que le entregué, lo más importante es su hijo. Es su punto débil.
Boté el aire.
—Ocupe la información de manera inteligente, señorita Swan. Si necesita algo más de mí, va a encontrarlo, solo… debemos perder contacto por un par de semanas.
Caminé hasta el cuadro de Ariadna y contemplé por varios segundos aquella mirada perdida.
—Gracias, señor Clarke, usaré la información con sabiduría. Estamos en contacto.
—Hasta pronto, señorita Swan.
Al cortar, pegué el teléfono a mis labios, analizando cada palabra del investigador. Claramente, esperaba que no actuara con impulsividad, sino con inteligencia. Era delicado, era el punto débil del senador más importante del país, dada su influencia con los demás y con quienes manejaban el poder político de la nación y el mundo. Ese hombre podía hacerme trizas con tan solo indicarle mis intenciones, pero iba a hacerlo, porque era una mujer valiente y capaz de todo por encontrar a Dahlia.
—Así como tú quieres destruirme, Edward Cullen, haré eso también contigo —musité—. Primero estoy yo. No vas a limitarme.
Llamaron a mi puerta, sacándome un respingo.
—Pase —exclamé, volviendo en sí.
—Señorita Swan —dijo Jasper, mirándome con inquisición. Parecía preocupado de mi seriedad—. ¿Necesita algo?
No me estaba hablando el asistente, sino el amigo.
—Me gustaría una taza de té.
—¿Chai?
Sonreí.
—Sí. Por favor.
Él se alejó y yo me quedé un buen rato mirando hacia el fondo, donde veía la puerta cerrada de la oficina de Edward Cullen.
De pronto, escuché el sonido del ascensor y los saludos de todos los demás. Era Alice, que venía de la mano con el pequeño Demian. Cuando ella me vio, de inmediato me sonrió, acercándose.
—Hola, Bella —saludó ella—. ¡Qué alegría verte!
Tragué y miré de inmediato a Demian, que parecía muy tímido desde su lugar.
—Hola —respondí—. ¿Qué hacen aquí? Digo… El senador no está.
—Ya lo sé. —Suspiró—. Es que Demian lo extraña y no quiere estar en ningún otro lado que no sea aquí, que es donde… lo recuerda más.
Fruncí el ceño ante el pesar de escuchar eso.
¿Por qué no llevarlo con él? Era un pequeño de apenas tres años. Me dolía siquiera imaginar la razón para no hacerlo.
—Son libres de estar por aquí. Si me necesitan, pues pueden venir.
Demian me miraba con un dedo entre los labios. Era imposible no resistirse a unos ojos tan grandes y dulces. A ratos, me impulsaban unas ganas endemoniadas por besarle las mejillas.
—¿Quieres algo para comer? —inquirí, agachándome para estar a su altura.
Asintió.
—¡Demian! Acabas de comer un helado —acusó Alice con una risita suave.
El pequeño también rio, sacándome un suspiro de intensa ternura.
—No creo que te haga mal unas galletas y leche, ¿qué me dices?
Asintió con más entusiasmo.
—Bien. Le pediremos a mi nuevo asistente que te traiga algo, creo que abajo hay una cafetería donde venden unas galletas de dinosaurio muy lindas.
—¡A Demian le encantan los dinosaurios! Lástima que no tenemos tu biberón.
Me llevé una mano al pecho, imaginándolo beber desde su biberón, con ambas mejillas coloreadas por el rubor y los ojos brillantes de dicha. Sentí tantos deseos de acariciar sus cabellos, de sentir su pequeño cuerpo entre mis brazos, como si me recordara a las mías… mis dos flores.
Boté el aire, repentinamente intimidada por la fuerza de mis emociones.
—Llamaré a Jasper.
—¿Jasper es tu asistente? —preguntó Alice.
Me reincorporé y asentí.
—Lo he cambiado —afirmé.
Levantó las cejas.
—Jessica se ha ido —susurró.
—La moví de lugar.
Una sonrisa sincera se dibujó en su rostro.
—No pensé que alguien lo haría. Estoy muy contenta.
Levanté las cejas.
—Señorita Swan —exclamó Jasper, entrando a mi oficina—. Oh, ¿interrumpo?
Alice se giró para mirar, encontrándose con mi mejor amigo. Pestañeó y luego sonrió de una manera que no había visto, más emocionada e iluminada.
—En absoluto —respondió ella, corriéndose el corto cabello por detrás de su oreja y luego acomodándose la estilosa boina de estilo francés.
Jasper también sonrió y movió los labios de manera suave, como si le gustara lo que veía. Me uní a los gestos, testigo de cada mueca con cierta sensación dulce en mi pecho.
—Mucho gusto, Jasper Whitlock. —Le ofreció su mano y Alice se la apretó de inmediato—. Asistente personal de la señorita Swan.
—El gusto es mío. Soy Alice Cullen.
Jasper soltó suavemente su mano al escuchar su apellido, como si aquello lo hubiera incomodado.
—Veo que están ocupadas. Espero no haber interrumpido, pero quería saber si necesitaban algo.
Alice seguía manteniéndose en silencio, mirándolo de forma atenta y pausada.
—Por mí está todo bien. Discúlpame. —Hizo una pausa—. No te había visto nunca…
—Quizá comenzaremos a vernos con más frecuencia, señorita —afirmó.
—Estaría encantada de que así fuera.
Por un momento quise reír.
—¿Necesita algo, señorita? —Jasper me miraba.
Contemplé a Demian, que se había interesado en unas pequeñas flores que había dejado sobre mi escritorio. Justamente eran dalias y margaritas, las que me recordaban a ellas.
—¿Quieres comer algo? —le pregunté, agachándome para estar a su altura.
Asintió con timidez.
—Entonces que sea algo para Demian —respondí.
—Oh, Demian —dijo Alice—, no toques las flores…
—Descuida —la interrumpí—, no me molesta que lo haga.
Sonrió.
—¿Te parecen bien las galletas de dinosaurio? —inquirí.
Sus ojos enormes me producían muchas sensaciones a la vez, y mientras me contemplaba, comenzaba a aflorar una sonrisa de pequeños y blancos dientes. Así que finalmente asintió.
Jasper se fue para traer lo necesario para Demian y Alice se mantuvo pendiente de él hasta que desapareció.
—Es simpático, ¿no es así? —dije, llamando su atención.
Se sonrojó de forma furiosa y rio nerviosa.
—Lo es.
Cuando finalmente él regresó, le entregó la leche y las galletas a Demian, que las recibió con entusiasmo. Para que estuviera más cómodo, lo senté en mi silla y le acaricié el cabello de forma inconsciente.
—Bella, aprovecharé que Demian está tranquilo para hacer una llamada a la universidad, ¿puedo molestarte un momento? —exclamó Alice, sacando su móvil desde dentro de su bolso.
—No es ninguna molestia —afirmé—. Me quedaré con él.
Cuando Alice salió, lo hizo junto a Jasper, manteniendo un extraño silencio. Finalmente, Demian y yo nos quedamos a solas, así que me acerqué y lo miré, relajada con su ternura.
—¿Te gustaron? —inquirí.
Él siguió asintiendo. Al alejar el vaso de leche, un bigote blanco quedó en su rostro.
—Los dinosaurios son muy lindos. ¿Qué más te gusta?
Se quedó pensando.
—Pintad —respondió.
Su voz era tierna y muy dulce. Contemplarlo, a su vez, era tranquilizador. El hecho de hacerlo también me llevaba a recriminarme por hacer lo que tenía en mente, usar al pequeño para mis propósitos. Apenas iba a cumplir tres años…
Comenzaba a arrepentirme. ¿En quién iba a convertirme para llegar a ella? ¿Estaba dispuesta a usar las raíces de un inocente para entrar a un proyecto de tal envergadura que posiblemente tampoco iba a asegurarme estar a su lado? Pero ¿y si no lo hacía? Edward no me quería cerca de su proyecto, era demasiado importante para él… Y si no entraba, sería mucho más difícil llegar a mi hija.
Tragué.
—¿Y qué te gusta pintar? —inquirí.
Demian se comía las galletas como si fuera una diminuta ardilla, lo que me enternecía todavía más.
—No sé —respondió con una sonrisa—. C… como p… papi.
Fruncí el ceño y pestañeé, contrariada ante su respuesta.
—¿Hace dibujos también?
Asintió.
Oh… ¿Sería que Edward tenía ese tipo de talento oculto bajo esa fachada analítica y rígida? Recordé las pinturas en su despacho, su amor por el arte en su departamento… ¿Era un artista escondido?
Suspiré, buscando la manera de olvidarme de él.
—Debes quererlo mucho —musité, de pronto curiosa.
Él siguió bebiendo, manchándose una vez más. Tenía un aspecto tan inocente que me enternecía más y más.
—P… papi e… es el m… mejod.
Lo amaba, realmente amaba a su papá. Pero ¿por qué estaban tan lejos? ¿Por qué Edward había decidido que lo mejor era estar lejos de él durante tanto tiempo? Me rompía el corazón pensar en una razón adecuada para tomar tamaña decisión. Y aun así, no quise juzgar.
Alice regresó con el rostro algo huraño, como si la llamada realizada le hubiera borrado la expresión anterior.
—¿Ocurrió algo? —inquirí.
No quería entrometerme demasiado, a pesar de todo, ella era una Cullen.
—Es solo… —Bufó—. No te preocupes, no quiero ser una molestia.
Me la pensé bien. Alice era una buena chica y aunque tenía todos esos lazos, había algo en ella que me hacía sentir bien. Además, ¿desde hacía cuánto tiempo no tenía una charla con una chica de mi edad? ¿Desde cuándo no sentía que tenía realmente veinte años?
—No lo eres —afirmé—. Si quieres… podemos ir a bebernos un café. Demian está invitado, claro. —Sonreí.
Ella apretó los labios para ocultar una sonrisa todavía más entusiasta que la mía.
—Podemos ir a mi departamento —respondió—, es más cómodo y no hay tantos ojos pendientes de ti.
Vi sus ganas de hacerme sentir cómoda, de que nuestro comienzo no fuese manchado por lo que nos unía: un compromiso entre su padre y yo y el odio de su familia hacia mí. Así que acepté, porque además quería pasar más tiempo con Demian, situación que me generaba sentimientos encontrados.
.
El departamento de Alice era pequeño, modesto y realmente hermoso. Relucía de femineidad, de sencillez y de colores dulces que invitaban a disfrutar de una compañía sincera. Era muy diferente a su hermano, claro estaba.
—Lo siento —dijo, quitando los libros que estaban sobre la mesa.
Me acerqué curiosa.
—¿La universidad?
Asintió con las mejillas rojas mientras Demian se abrazaba a ella, muy adormilado.
—Algo así. Aunque para mi madre, estudiar historia del arte es una estupidez. —Reía, pero a la vez fruncía el ceño, un poco dolida de replicar lo que de seguro aquella mujer pensaba de su decisión intelectual.
—Creo que lo que haces es muy valiente —afirmé.
Volvió a sonreír, esta vez con los ojos brillantes.
—Mi hermano dice lo mismo —susurró.
Tragué y me quedé en silencio.
—Toma asiento. ¿Quieres beber algo? ¿Un té?
Asentí.
—Gracias.
Alice trajo una tetera con flores y unas tazas a juego, mientras Demian la seguía como si fuera su cachorro. En cada una de sus expresiones y gestos, me parecía más y más dulce, inocente y adorable.
—Tienes sueño. Ya es hora de tu siesta —musitó, acomodándolo en el sofá junto a ella.
—Papi —gimió.
—Lo sé, quieres a papá, pero debe estar trabajando. Te llamará más tarde, sabes que lo hará.
Miré hacia otro lado, intentando no relacionarme con lo que sucedía en la vida del senador. Pero era tan difícil. Me angustiaba ver a un pequeño tan solo… sin su padre. Sin embargo, también faltaba su mamá. ¿Quién demonios era ella? Todavía no sabía si el senador había tenido una esposa… o si la tenía ahora. Tragué ante una respuesta positiva a ello. ¿Me había convertido en una amante provisoria?
Antes de que Alice pudiera hablar, tocaron a la puerta. Cuando ella abrió, entraron dos guardaespaldas inmensos, vestidos de negro y utilizando un audífono en una de sus orejas. Mi impresión fue demasiada. ¿Qué demonios hacían aquí estos hombres? La menor de los Cullen lo notó, por lo que pidió que se dirigieran al vestíbulo.
—Gracias —añadió ella, viéndolos alejarse—. Lamento eso.
Demian parecía acostumbrado a verlos merodear.
—Bueno, deben cuidar estrictamente a cada Cullen —dije, queriendo quitarle importancia.
—En realidad, son para Demian —musitó, como si se tratara de un secreto.
Fruncí el ceño de manera marcada.
¿Dos guardaespaldas de ese calibre para un pequeño que estaba por cumplir tres años? Me parecía algo tan… duro. ¿Por qué demonios no estaba Edward aquí? ¡¿Por qué su hijo tenía que pasar por esto?! ¿Es que acaso… el trabajo era más importante para él? Dolía imaginar una respuesta positiva.
Miré a un inocente pequeño, un ángel que no entendía nada, pero que sin Alice posiblemente estaría solo.
¿Ese era el precio del poder para Edward Cullen?
—Él los necesita —añadió.
«Solo es un pequeño».
Demian miraba los detalles del vestido de Alice y finalmente se quedó en su regazo, abrazado a ella. Le acariciaba el cabello para calmarlo, por lo que me tranquilicé de ver que, efectivamente, Demian tenía a alguien más que su padre. ¿Era suficiente con él? No lo sabía.
—Sé que si mi familia sabe que te he traído hasta aquí, las cosas se complicarían demasiado para mí, pero ya estoy acostumbrada a hacer lo contrario a lo que ellos dictaminan. —Se rio, pero en sus ojos vi dolor—. De hecho, hoy acabo de hacer algo para que mi familia me odie con más ganas.
Sentí pesar por ella.
—¿Toda tu familia?
Me negaba a pensar que eso podía ser así.
—Bueno, mi hermano estará bastante feliz de saber que le he terminado a mi novio —respondió.
—Oh.
—Sí, eso sucedió mientras salía de tu oficina, he terminado con mi novio.
—Imagino que estás muy triste.
Negó, riéndose.
—Solo quería que se acabara. —Vi tormento en sus ojos—. No era el tipo de hombre que quería en mi vida. Madre va a matarme y ni hablar de los demás en la familia. Al menos tendré el respaldo de mi hermano.
Definitivamente, Edward odiaba a ese tipo. ¿Cuál podía ser la razón?
—Imagino que los celos de tu hermano han rendido frutos —musité, queriendo saber más.
Negó con una sonrisa.
—Edward sabía que no lo amaba y que iba a casarme con él por capricho de mi madre. No quiere que cometa el mismo error suyo…
Se quedó en silencio cuando se dio cuenta de lo que estaba contando, mientras que yo me quedé en silencio, analizando cada palabra que había salido de su boca. Entonces… Edward se había casado con alguien por imposición… ¿no?
—Lo siento, no debí decir eso —musitó.
—Descuida… Lo que suceda con tu familia es algo que no me importa —dije con sinceridad.
Aunque… No dejaba de darle vueltas a aquellas palabras, como si de alguna manera quisiera saber más. Pero ¿por qué? ¡Lo sucedido con Edward no debía interesarme!
—Eso es bueno. No te culpo —aseguró—. Mi familia ha cometido muchos errores y contigo no es una excepción. Solo… no quiero que pienses que estoy en el plan de cada uno de ellos. Nunca entenderé el odio que sienten por ti, papá te amaba y… eso es lo importante.
Cada palabra suya parecía demasiado sincera para actuar como lo haría con cualquier Cullen, por lo que le sonreí y me acerqué a ella, viéndola como la amiga que nunca había tenido. Acerqué mi mano a la suya y la tomó, mirándome de la misma manera. Quizá Alice tampoco tenía una amiga en la cual confiar.
—Te ves liberada de finalizar un noviazgo que no querías. Lo que digan los demás ya no debería importarte, no al ser tan joven. Además, tienes el apoyo de alguien que quieres, creo que eso es suficiente.
Suspiró y sonrió.
—Ojalá nunca hubiera sido una Cullen —musitó—. Las cosas serían más fáciles sin tener que hacer las cosas de las maneras que esperan. Nací para ser libre y eso es algo que muchos de ellos no entienden.
—Eres libre. Lo estás demostrando.
Se veía más tranquila, como si se hubiera quitado un peso de encima.
—Además, eres muy joven para casarte.
Se rio.
—Pero si tú tienes mi edad y te casaste con mi padre. Aunque bueno, es diferente, lo hiciste por amor, no como planeaban que lo hiciera yo.
Me quedé en silencio ante aquello. No, no me había casado por amor. Quería mucho a Carlisle, pero no lo había hecho como una mujer lo hace por un hombre, al menos no en mi mundo. Él y yo nunca habíamos consumado nada y nuestra relación se basaba en mero cariño paternal. No sabía lo que era amar a un hombre y, francamente, dudaba que eso sucediera en un futuro, no en el mundo en el que me encontraba ahora. Eso ya no existía para mí.
Luego de charlar, Alice acomodó a Demian en el sofá y esperó a que se quedara dormido. Sin embargo, recibió otra llamada, esta vez de la comunidad universitaria, por lo que tuvo que levantarse.
—No te preocupes, me quedo con él —dije, algo insegura.
—¡Gracias!
Cuando Demian y yo nos quedamos a solas, estuve por varios segundos mirando su pequeño cuerpo abrazado de un solitario delfín que tenía entre sus manos. Verlo me sacó un suspiro muy largo, así que, atreviéndome a todo, me senté a su lado, esperando no asustarlo.
—Descuida, no te haré daño —aseguré, sonriendo con dulzura.
Demian se restregó los ojos y movió los dedos, como si buscara algo en medio de su somnolencia.
—¿Qué quieres? ¿A tía Alice?
—Papi.
Arqueé las cejas.
—Él llegará pronto.
Bajó la mirada a mi collar y llevó sus diminutos dedos a él.
—¿Te gusta? —inquirí.
Asintió y se levantó, arrodillándose en el sofá para alcanzarlo.
Sonreí.
Hoy y después de mucho tiempo, había decidido ponerme el collar que había comprado para recordarlas a ellas. Eran dos corazones unidos entre sí.
A nuestra corta distancia, pude oler el aroma dulce e infantil de Demian. Luego vi sus mejillas rojas, sus ojos curiosos y sus largas pestañas.
—Es muy especial para mí —le confié—. Me recuerda a dos personas que siempre estarán en mi corazón.
Me miraba con curiosidad mientras jugaba con mi collar, moviéndolo como si se tratara de un móvil para bebés.
—Tendrían tu edad —murmuré, acomodándolo a mi lado.
Su relajación se hizo evidente y sus ojos se comenzaron a cerrar con cuidado, siempre con su mano en mi collar. Cuando finalmente se durmió, cayendo apoyado en mis brazos, suspiré, contrariada por las emociones que me generaba el hijo del Bastardo. Sabía que parte de ello era lo mucho que me recordaba a las mías, y a una de ellas jamás volvería a verla.
Tragué el nudo en mi garganta y cerré los ojos, porque el contacto de Demian era francamente dulce y duro a la vez.
—Oh, no puedo creer que se haya dormido —exclamó Alice, tomándome por sorpresa.
—Le ha llamado la atención mi collar. No creí que fuera a dormirse tan rápido.
Parecía asombrada.
—Demian no duerme sin sentirse seguro. Con mi madre no puede hacerlo, solo… con Edward y… yo. —Se quedó un momento en silencio, pero luego sonrió—. Creo que vio confianza en ti.
Me quedé en silencio, todavía contemplando al pequeño Demian que, inconscientemente, se había quedado en mis brazos.
Él confiaba en mí… ¿Por qué?
.
Edward POV
Cerré mi traje y me acomodé los gemelos. Dejé a un lado el vino y luego contemplé a Irina, que se acomodaba en el asiento con su vestido corto.
Suspiré, curioso por sus acercamientos.
—Gracias por la copa, senador —susurró, poniendo los codos sobre la mesa.
No respondí.
—Hacía mucho que usted y yo no veníamos a Washington.
Sonreí mientras fruncía el ceño.
—¿Qué quieres decir, Irina?
Suspiró.
—Me trae viejos recuerdos.
Enarqué una ceja y entrecerré mis ojos.
Claro. Haberme acostado con Tanya e Irina, las mellizas Denali, había sido algo que iba a perseguirme por bastante tiempo. De alguna u otra manera, Irina, había sido la mujer con la que había iniciado diferentes aspectos de mi vida, en especial antes de conocer a la mujer con la que cometí diferentes errores que hoy seguían torturándome.
Alejé su recuerdo de mi mente y devolví la atención a ella.
—¿Qué planeas? —inquirí, poniendo mi mano enguantada sobre la mesa.
La buscó, mirándola con deseo.
—Sé que quisiste dejar todo atrás desde que tu madre insistió, tú sabes en qué, pero te necesito.
Sonreí.
—Insistes en ello, Irina, ¿qué pretendes?
—Solo en complacerlo, senador.
En muchas oportunidades, mis amantes buscaban precisamente aquello. Era lo único que necesitaba para que no perturbaran mi paz, mi poder y mi soledad.
Tomé su barbilla para que me mirara a los ojos.
—No quiero más mierda de la prensa por ti —susurré—. Sabes lo que ocurrió la última vez.
Sonrió.
—¿Tiene algún problema con el juego de ser los nuevos amantes del senado?
—No estoy jugando, Irina.
—Ha estado diferente.
—¿De qué hablas? —La solté.
—Usted… Desde que llegó esa mujer, Isabella.
Tensé la mandíbula.
—¿Qué esperas, Irina? La entrometida ha puesto mi mundo de cabeza.
—Déjeme ayudarle. Sé que mi hermana está dándole información, pero también puedo brindarle…
—No —bramé—. No quiero más personas cerca de algo que no les compete.
—Puedo ser de gran ayuda y usted lo sabe, soy encantadora y sé manipular muy bien a las mujeres como ella.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo es ella?
Rio.
—Una niñata que está jugando con fuego. Cree que maneja muy bien las cosas, pero sé que es solo una chiquilla de veinte años. —Se mordió el labio inferior—. Puedo llegar a ella de diferentes maneras, y así como mi hermana está buscando sus más oscuros secretos, yo haré que se arrepienta de haber llegado hasta tu familia.
Puse la espalda en la silla, colocando mis manos en los apoyabrazos de esta.
—Tentadora oferta —musité.
Tomó la copa y jugó con su tacón, rozándome la pierna.
—Todo sea por demostrarle que mi lealtad está con su familia, señor Cullen. Por usted soy capaz de todo.
Contuve sus caricias, alejándola de mí. Por alguna razón que no pude controlar ni menos entender, no quise que se acercara a ella por ningún motivo, y ante el primer indicio de aquel pensamiento tan extraño en mi mente, me obligué a considerarlo, porque eso era lo que deseaba con fervor, destruir a la mujer que se había atrevido a perturbar a mi familia.
Dejé el tema a un lado cuando noté la llegada de mi hermana Rosalie. Al encontrarnos a solas, puso el bolso sobre la mesa y alzó la mano para que el mesero se acercara.
No le gustaba Irina.
—Bien, Irina, nos vemos mañana —dije, mirándola de forma poco sutil.
Ella asintió de manera sumisa y se marchó, saludando de forma cortés a mi hermana, quien no le respondió.
Algo más le sucedía. Conocía a Rosalie como a la palma de mi mano, y a pesar de su duro carácter, solía ser la más frágil de toda la familia.
—¿Ya tienes todo listo para continuar mañana? —inquirió, ignorando mi mirada inquisitiva.
No le respondí, por lo que alzó la mirada con una ceja fruncida.
—Estoy hablando contigo, Edward. ¿Quieres prestar atención en mí? Quién sabe qué mierda estás jugueteando con Irina…
—¿Qué ocurre contigo? —pregunté, interrumpiéndola.
Se quitó los rubios cabellos del rostro y la manga de su blusa se bajó, así que vi las cicatrices de su adolescencia y una reciente.
Fruncí el ceño.
—¿Qué tienes ahí? —espeté.
La escondió en su regazo, ignorándome.
—Dime qué tienes ahí. —Endurecí el tono de mi voz.
Tensó la mandíbula.
—Creí que habías dejado de hacerte daño luego de la terapia que pagué por ti.
—Si ibas a sacar en cara tu ayuda, pudiste haberme dejado como estaba.
Me puse los dedos en el puente de mi nariz, buscando sosegarme.
—Rosalie…
—Solo quería liberarme. ¿Estás contento con la respuesta? —estalló, muy iracunda—. No intentes actuar como nuestro padre, él estuvo más interesado en su amante que en nosotros, en especial cuando más lo necesitábamos.
Me quedé con las manos apretadas sobre la mesa, buscando la calma antes de desatar una tormenta.
No quería que volviera a hacerlo. Ya se había hecho demasiado daño por sostener a nuestra madre tanto como yo mientras Alice era demasiado pequeña para verlo.
—Si vuelvo a verte haciendo ese tipo de cosas, te internaré, ¿de acuerdo? —La miré a la cara, esperando que me respondiera con un sí.
Vi el llanto acumulado en sus ojos, pero tragó, aguantándose. Miré hacia otro lado esta vez, no queriendo confundirme con los sentimientos que no servían en un mundo cruel como este.
—Está bien, hermano —respondió, agachando la cabeza.
Asentí y me dirigí a mi café, sumiéndome en la búsqueda de la paz.
.
Estaba en el congreso del país, sentado en mi silla, en el senado. Me mantenía con la mirada críptica en la definición de la nueva llamada a votación respecto a la legislación de tres nuevos proyectos de carácter económico en beneficio de los ricos del país.
Me aburría, por lo que mi mente recorría diferentes instantes en mi vida, todos en ellos con Isabella como principal protagonista. ¿Cómo no si acababa de recibir la llamada de Tanya, contándome que pronto me daría más información respecto a ella?
«Destruirla parece fácil. ¿Por qué no dejo de pensar en ello?».
Irina me había dado las facilidades para acceder a ella y perjudicarla de la manera que madre y yo acordamos, pero la idea no dejaba de darme vueltas.
Golpeé la agenda con mi lápiz y miré a Jack O'Connor, un idiota republicano líder de los proyectos radicales más insólitos de la cámara en mucho tiempo.
Era un idiota.
Y cada vez que me enojaba con la realidad llena de imbéciles como él, mi cabeza sacaba a Isabella a relucir, produciéndome cierta sensación de placer, de añoranza y deseo, como si fuera suficiente para calmar mi enojo hacia el exterior.
Ya habían pasado siete días de no tenerla en frente. En ciertos momentos, recordar su existencia provocaba emociones arbitrariamente opuestas, desde odio a… necesidad.
Fruncí el ceño y dejé caer la pluma, muy molesto.
«Solo eres una amante más, Isabella Swan. Lo que sucedió no debería revivirse».
Era claro. Perdí la cabeza al verla con ese tipo de mierda. No pude contener las ganas de probarla una vez más con el solo deseo de recordarle lo que podía provocarle. Si tan solo no me hubiera detenido, si tan solo… no actuara de la manera en que lo hacía. Porque cada vez que me eludía, que lo hacía todo más difícil y que me demostraba el poder que había en sí misma, me volvía completamente loco. Si tan solo fuera como Irina, Tanya y las demás mujeres con las que había tenido unas noches, todo sería… diferente e Isabella… sería fácil de olvidar. Porque, además de su manera de comportarse conmigo, lo que más me enloquecía era simplemente… ella.
Carajo… ¡Carajo!
Miré a Jack O'Connor y su mierda, mientras se seguía discutiendo el proyecto en medio de una batahola difícil de controlar entre todos los presentes. Ahí perdí completamente mis estribos.
—¿Podemos dejar de discutir estos proyectos sin trascendencia? —bramé, expulsando todo de mí desde mi micrófono.
Todos se quedaron en silencio.
—Hay situaciones más importantes que la búsqueda de riquezas para nosotros mismos —insistí—. Les recuerdo que hay gente muriendo en medio de los disturbios producto de la misma policía. ¡Basta ya! ¡Este proyecto no tiene ninguna trascendencia!
—Senador Cullen —llamó Jack, mirando al presidente del senado, Riley Cooper.
Riley suspiró y se levantó de su silla, pidiendo orden. Pero no iba a arrepentirme de lo que había dicho.
Pedí espacio para marcharme, de pronto me encontraba muy furioso, ni siquiera por la estupidez de Jack, sino porque Bella me estaba generando toda esta… mierda.
Bufé, saliendo del pabellón central mientras me soltaba la corbata con furia. Isabella, Isabella, Isabella, todo el tiempo en mi cabeza.
Bajando los escalones me encontré de frente con Irina, lo que resultó perfecto para lo que mis impulsos necesitaban hacer. Tomé su muñeca y la llevé hasta uno de los pasillos, sacándole un jadeo fuerte desde el fondo de la garganta.
—¿Qué ocurre, senador? —inquirió, mirándome los labios de forma hambrienta.
—Acércate a ella y destrúyela —murmuré.
Sus ojos se entrecerraron.
—Haré todo lo que usted me pida, senador.
Tragué, arrepentido en el mismo instante en el que se lo dije.
—No tendré piedad, senador. Esa mujer sabrá de lo que soy capaz y usted verá que logro todos mis cometidos.
—Si esto llega a los oídos de alguien más, te las verás conmigo, Irina.
—Jamás traicionaría su palabra, senador.
Iba a tocarme las mejillas, impulsada por esa mierda que tanto las caracterizaba.
—No besos —insistí.
Tragó y asintió, tal como su hermana.
—Ni caricias.
Bajó la mirada, como si estuviera frustrada.
—Ni nada que yo no acepte ni ordene, ¿has entendido?
Asintió.
—Hazlo.
Me di la vuelta y seguí mi camino, apretando las manos al volver a revivir el deseo impertérrito por decirle que no se acercara a esa mujer, como si algo en mi interior no quisiera intentarlo.
Sacudí la cabeza y me marché, volviendo a lo mío, mientras ignoraba mi deseo desesperado por volver a Nueva York… y verla.
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Isabella POV
Los días pasaban, la incertidumbre se mantenía por delante y la ausencia de Edward Cullen parecía cada vez más dura.
—Maldita sea —murmuré, pasándome las manos por el rostro.
Había despertado de un largo sueño, en donde el protagonista era nuevamente Edward Cullen.
—No —insistí por undécima vez en unas horas.
—Señorita —llamó Serafín—. La manicurista está aquí. ¿Ya está lista?
Suspiré y bajé de la cama. Todavía tenía las mejillas rojas.
La manicurista me hizo elegir entre distintos colores y tamaños de uña, pero dentro de mí solo tenía a Edward, como si me hubiera comido el cerebro.
—Rojo. Y estas. —Le apunté las largas, donde el filo parecía la punta de un tacón.
Serafín me entregó el té, las tostadas y el periódico de la mañana. Si bien, mi costumbre ante mi nueva vida era no leer nada respecto a la prensa, esta vez no me contuve y desdoblé el papel, hojeando cada página con cierto desinterés. No imaginé que entre estas pudiera haber una noticia respecto a Edward, menos aún que se hablara respecto a su cercanía con Irina Denali, una de las hijas del conocido político Eleazar.
Tragué y separé la página, viendo las fotografías de ellos juntos en un caro restaurante de DC. Ella tomaba su corbata, acercándolo a su rostro mientras miraba sus labios.
Hundí mis uñas en la madera de la mesa, arañando cada parte de ella como si fuera su cuello.
«Bastardo».
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Llegué a la oficina y me mezclé con el resto. No saludé y mantuve la frente en alto, entrando a mi oficina con la mandíbula tensa. Saqué el portafolio de la investigación de Edward y me aseguré de tener la información correcta.
—Sé que quieres acabarme, Edward Cullen, pero yo lo haré primero —susurré, recordando su salida con esa mujer.
Tragué ante el tumulto de ira en mi pecho.
Solté las hojas en el escritorio, buscando la última información que me dio el investigador. Había llegado un sobre esta mañana.
Revisé cada sección con noticias nuevas, cada una más reveladora que la otra. Quería encontrar algo que sirviera de apoyo para el momento en el que le demostrase que conmigo no podía jugar. Cuando di con lo correcto, mi corazón dio un vuelco inmenso en mi interior.
—No puedo creerlo —susurré, pestañeando repetidamente tras el impacto.
Esto no solo podía acabar a Edward, sino a Esme también.
—Señorita Swan, la junta va a comenzar —dijo Jasper, asomándose por la puerta.
Elevé la cabeza de las hojas.
—Voy enseguida. Gracias, Jasper.
Cuando me di la vuelta, me contempló con una sonrisa.
—Vaya, hoy estás más guapa que nunca.
—Gracias. —Sonreí.
Hoy había querido usar un corto vestido rojo que hiciera añicos la mente de cada maldito que le juraba fidelidad a los Cullen, porque así como asumía que no me querían aquí, también sabía que odiaban ver mi juventud, mi ambición y vanidad. Mostrar piel era enloquecer a una empresa abiertamente seria y respetable, y quería ser parte de esa locura, haciéndola mía para alcanzar mis propósitos.
Sin embargo, cuando entré a la sala de juntas, vi a Edward Cullen en su infierno, mostrándome la imagen del rey del averno en medio de todos sus súbditos. Había llegado tres días antes. Usaba un traje entallado, completamente negro, sin corbata ni blazer. Con la camisa a medio abotonar y la tela pegada a sus grandes músculos, vi mermado cada latido de mi cuerpo por él. Pero usé todas mis fuerzas, sacando mi animal interior, sin perder poder.
—Señorita Swan —murmuró, dándome la bienvenida.
—Senador —respondí.
Se sentó a la cabeza, mientras yo estaba en el otro extremo de la inmensa mesa, con el concejo y los gerentes seccionales y regionales. Cada vez que alguien tomaba la palabra, Edward y yo nos mirábamos luego de siete días sin hacerlo. Conteníamos el aliento, queríamos destruirnos… y lo perdíamos todo ante los recuerdos de cada suceso vivido desde la fiesta de la fundación.
Apenas fui consciente de la junta terminada, no hasta que los vi levantarse de sus sillas.
—Me quedaré a hablar una palabra con la presidenta —anunció Edward con voz enérgica.
Sonreí débilmente.
Todos se fueron, excepto Jasper, que miraba a Edward con cierto resquemor.
—Descuida. Nos vemos más tarde —le comuniqué, tocando su pecho.
Mi mejor amigo asintió y se alejó, lo que acentuó las venas hinchadas del senador. Me quedé de pie, viéndolo acercarse, mientras me aferraba al legajo con la información más importante… que Edward no quería que nadie supiera.
—Ha llegado antes, senador.
Pasó por mi lado y cerró la puerta, la cual me daba la espalda. Cuando sentí cuán cerca se hacía su calor y perfume, tragué profundo para no decaer.
—Tenía cosas importantes por hacer.
—¿Puedo saber qué?
—Debes ser muy ingenua para creer que voy a responder a esa pregunta.
Me giré y vi sus ojos verdes, perdiéndome por unos segundos en ellos.
—Rojo… —Tragó, frunciendo ligeramente el ceño.
Miró mi escote, la piel de mis brazos y luego la de mis piernas, acabando en mis tacones. Su mandíbula se tensó, así como lo hicieron los duros músculos de sus brazos.
—Ha llegado en el momento perfecto, señor Cullen.
Abrí el legajo ante sus ojos, mirando cada arista de su rostro con cierta necesidad creciendo en mi interior.
—¿Cuándo planeaba decirme que las ganancias dentro de su partido fueron con base en negocios sucios de su madre? —pregunté, mostrando una suave sonrisa.
Su ceño se frunció, lo que hizo que mi sonrisa fuera mucho más amplia.
—¿De dónde sacaste eso?
Me reí.
—Tengo mis contactos, senador.
—No te atreverías a hacer nada con esa información.
—¿Eso cree usted? —Caminé, instándolo a hacerlo de espaldas a la silla—. Creo que me subestimó bastante frente a su total arrogancia. ¿El país sabe que su madre lavó dinero con su propio negocio? Haber ocupado parte de ello para pagar sus primeras incursiones en la política puede costarle caro, ¿no lo cree?
Acabó cayendo sentado en la silla. Puse mis manos en el respaldo de esta y acerqué mi rostro al suyo.
—Lo tengo en mis manos, senador.
Jadeé, sintiendo su olor y el calor proveniente de su boca.
—Jaque mate, Edward Cullen.
Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia. Como vieron, las cosas entre estos dos tienen una tensión llena de deseo y Bella ha podido llegar a otro estado de vulnerabilidad del senador. ¿Qué hizo Esme en realidad?¿Edward es tan culpable o la manipulación de su madre hizo de las suyas? Alice y Jasper ya se conocieron, ¿qué creen que ocurra en adelante? Lo mejor de todo fue que Demian se quedó dormido en los brazos de Bella, su confianza es más intensa de la que pueden imaginar. Ahora Bella tiene el poder, ¿qué creen que ocurra con este "Jaque Mate"? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
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