Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
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Capítulo 14:
Lo que no puede ser
"Quiero saber si te preocupas por mí
Si sientes mi toque como celestial
Quiero saber si tú también sientes esto
(…) Hay un millón de millas entre tú y yo…"
Me estremecí al ver el comienzo de la sangre, el corte profuso y la rabia con la que lo ejercía. Sus ojos estaban rojos por el llanto, pero también por la sangre de la cual era testigo.
Realmente quería hacerlo.
—¡Rosalie! —exclamé, entrando sin pensarlo dos veces.
Ella alzó la cabeza, aterrada al ser descubierta. En cuanto se dio cuenta de que se trataba de mí, quiso limpiarse, pero la sangre brotaba de ella de una forma irreal. Nunca había visto tanta en mi vida.
—¡Déjame en paz! —gruñó, evadiéndome de forma brusca.
Pero sus movimientos eran torpes, inconexos y lastimeros. Por más que quisiera marcharse, no podría hacerlo porque no tenía fuerzas en el interior de su pecho para moverse. Le quise quitar la navaja de las manos, pero por el forcejeo, acabé cortándome la palma junto a ella. Rosalie se acobardó al ver lo que había provocado y bajó los hombros, intimidada por todo. A pesar del dolor que sentía, me dio lástima por lo que tomé lo que encontré y le apreté las muñecas con fuerza.
—Llamaré a seguridad para que te lleve al hospital —dije de forma suave pero directa.
—¿A seguridad? ¿Para ser el hazmerreír de la empresa y de los medios? ¿En qué mundo vives, Swan? —Temblaba—. No sabes de la prensa ni lidiar con esto.
Tragué las ganas de gritarle que dejara de pensar en lo que podía opinar el resto incluso en un momento tan crítico como este, así que continué apretando sus muñecas.
—No puedes quedarte de esta manera. No permitiré que te vayas sola, no así —dije con seguridad.
Continuó llorando, abrazándose a sí misma. Parecía una pequeña abandonada en medio de la nada, tan sola… Fue angustiante contemplarla. La imagen de la mujer que vi la primera vez era una totalmente diferente a la que me estaba dando ahora.
—¿Me lo vas a impedir? —inquirió.
—Sí, soy capaz de llamar a seguridad.
En cuanto solté las últimas palabras, Rosalie sollozó con desesperación, viendo las gotas de sangre cayendo por sus brazos, pero también por mis palmas.
—Te llevaré conmigo a mi departamento —afirmé, marcando el número de mi chofer—. Es eso o irte en una ambulancia para que el resto te vea.
Bajó la cabeza sin responder, porque su orgullo era todavía más grande que el pesar que sentía ahora. Luego asintió y siguió temblando, viendo lo que había hecho de una forma despersonalizada… vacía.
Ya no sentí lástima, sino una profunda tristeza.
—¿Por qué lo haces? —inquirió.
Ignoré su pregunta y pedí el acceso trasero, custodiado por los guardias. Luego cancelé mis citas y me dediqué a limpiar el resto de la sangre para que nadie lo notara, mientras Rosalie me miraba actuar como un polluelo abandonado en medio de la laguna. Cuando me notificaron la llegada del coche y el chofer, tomé mi abrigo y le abrí la puerta a la rubia hermana de Edward.
—Vamos —ordené.
.
Rosalie entró al departamento con cierto resquemor. Miraba el vestíbulo de un lado a otro, quizá recordando a su padre… o los vestigios de lo que él y yo tuvimos que inventar.
Escuché los pasos de Serafín acercándose ante mi anticipada llegada. Cuando notó mi compañía, su rostro cambió rotundamente de expresión.
—Señorita Rosalie —exclamó.
Ella no respondió, pues comenzó a tambalearse. Cuando la sostuve, sentí su sudor y el frío en su piel.
—Serafín, necesito tu ayuda —dije.
La llevamos hasta el sofá y le abrigamos los pies con una manta. Cuando descubrí sus brazos, Serafín notó con evidente sorpresa lo que estaba ocurriendo, y no solo él, yo también, esta vez observando las cicatrices de cortes antiguos en su piel. Un escalofrío recorrió mi espalda.
—Tendré que llamar a un médico —susurré.
—¡No! ¡Esto llegará a oídos de mi madre! —gimió, abriendo los ojos de par en par.
No había enojo ni resentimiento en su mirada, sino un profundo terror.
—No paras de sangrar. Necesitas sutura.
—¡He dicho que no! —chilló, quitándome las manos.
Ella continuaba llorando, lo que me hacía comprender lo sola que realmente se sentía.
—Llamaré a uno y diré que es para mí —susurré—. Puedes estar tranquila con ello.
No dijo más y se abrazó a sí misma, dedicándose a mirar al horizonte de la sala. Serafín me contempló, pero sabía que algo sabía, algo que posiblemente podía ser la razón del actuar de Rosalie.
El médico llegó y se quedó con ella a solas, por lo que Serafín y yo nos separamos un poco.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó él—. Usted también se ha cortado.
—Lo que ves. Intentó quitarse la vida.
Se quedó en silencio.
—Fue repentino. No dejó cartas. Quizá era una manera de escapar, no lo sé. —Suspiré—. Si yo no hubiera estado…
—Lo sé. Le salvó la vida.
Lo miré.
—¿Qué le sucede? —inquirí.
—Señorita.
—Dímelo ahora. Ya has sido bastante enigmático con tu conocimiento respecto a la familia y sé que Carlisle te pidió que fueras cuidadoso, pero debes decirme qué demonios pasa porque esa chica, sea quien sea y de la manera que me haya tratado, estuvo a punto de matarse —proferí.
Se quedó varios segundos con los labios en línea recta, pero finalmente asintió.
—Vivir con Esme debe ser un martirio, ¿no cree? —murmuró.
—¿A qué te refieres?
Suspiró.
—Desde pequeña ha tenido que vivir haciendo lo que Esme ha dictaminado, ¿imagina eso? No importa qué pida, ella… siempre ha tenido que estar ahí. Sus sonrisas siempre fueron poco genuinas, falsas… con una mirada llena de dolor. Edward la protegió mucho, pero él ya no vive ahí, donde las cosas ocurren con mayor dolor.
—Esa casa.
—Sí. Sé que Edward puede ser un hombre duro en todos sus matices, pero… siempre quiso proteger a sus hermanas.
Tragué.
—¿De su madre?
—Inconscientemente, sí.
Nuestra conversación fue interrumpida por el médico, quien se acercaba con el maletín en la mano.
—He terminado. Las heridas fueron suturadas. Fueron profundas y seccionales en la vena cefálica de ambos brazos, desangrarse pudo ser fácil. —Suspiró—. Espero un nuevo control pronto, la idea es que los puntos afronten correctamente la zona herida. —Nos tendió la mano para despedirse—. Saben que lo ocurrido es un secreto de estado, no trabajé para el expresidente por tanto tiempo sin aprender a ser un verdadero profesional.
—Gracias, doctor —dije.
Serafín lo acompañó a la puerta, mientras yo fui con Rosalie. Sabía que en ciertas ocasiones las personas necesitábamos un momento a solas, pero esta vez no podía controlarme.
—¿Vienes a disfrutar de esto? —inquirió, abrazada desde las rodillas.
Resoplé.
—No, no disfrutaría jamás de algo como esto.
Enseguida comenzó a llorar.
—Eres la única persona que se ha acercado a mí en todo este tiempo —gimió, mirándome por detrás de su brazo tensado.
Se me ennudeció la garganta.
—¿Tu familia…?
—No tienen que saberlo —susurró, negándome rápidamente—. Por favor.
—¿No quieres que tus hermanos…?
—Mi hermano va a internarme —gimió—. No quiero volver ahí. No quiero causar más escándalos en mi familia. Haré lo que tú me pidas, pero por favor, no hagas que él venga, te lo suplico.
Dios mío. Cada palabra que salía de su boca me dejaba todavía más inquieta y adolorida.
—Está bien —respondí—. Voy a pedirte algo.
Asintió.
—No me juzgues —pedí, acercándome más—. No asumas cosas que no sabes de mí, en especial bajo el odio de ideas que nadie conoce y solo repite, por favor.
—¿Eso vas a pedirme?
—¿Pensabas que iba a ordenarte algo más?
Se miró las muñecas suturadas y cubiertas.
—Creí que ibas a pedirme que… hiciera algo en contra de mi familia o…
—O algo que una mala persona te pidiera hacer, cualquiera sea la acción, ¿no?
Se calló, porque eso era cierto.
—Solo no quiero que me juzgues por lo que piensas que soy —afirmé, siendo sincera con ella—. Especialmente por lo que crees que le hice a tu familia. Te puedo asegurar que no fui causante de lo que imaginas.
Nos observamos por largos segundos hasta que su incomodidad se hizo presente. Finalmente, se limpió las mejillas mojadas por el llanto y se acomodó en el sofá, de nuevo viéndose herida y solitaria. Suspiré, imaginándome en esa posición. Cuando mis padres me sacaron de casa y supe que estaba embarazada, también pensé que el mejor camino para solucionar mi vida era el suicidio. Nunca lo intenté, me sentía muy cobarde para ello y, además, tenía el apoyo de Carlisle y de Elizabeth, quienes no dudaron en tenderme una mano. ¿Qué hubiera sido de mí sin ellos? Era probable que hubiera tenido la misma reacción que Rosalie, buscando la manera de huir de la vida que estaba carcomiéndome las ganas de disfrutarla.
—No puedo permitirte ir a casa sola, ¿de acuerdo? —susurré—. Excepto si te vas con alguien de tu familia.
Iba a protestar, pero finalmente se quedó en silencio.
—Mi hermano va a internarme.
Suspiré.
—Quizá no es la única solución.
Tragó.
—Es la única persona que tengo. No quiero que mi madre lo sepa, por favor. —Me contempló, muy asustada.
Bajé los hombros, todavía más acomplejada ante el profundo terror que relucía en sus ojos.
—Llama a tu hermano —musité, sabiendo lo que eso significaba—. No importa lo que suceda, sé que… no te dejará a la deriva.
Asintió y comenzó a buscar su teléfono. Sin embargo, en medio de la búsqueda cerró los ojos, muy frustrada.
—Lo he dejado en algún lado, pero ya no lo tengo.
—Descuida. Toma el mío y llámalo, ¿recuerdas su número?
—Sí —respondió.
Lo tomó de inmediato y llamó, mordiéndose el labio. Serafín llegó en el momento, trayendo una charola con una taza de infusión para ella.
—Hola —murmuró con la voz gastada y medio asfixiada—. Soy yo, Edward, Rosalie. —Hubo una larga pausa—. Por favor, necesito tu ayuda. —Se quebró—. Estoy en el departamento de Isabella Swan.
Miré hacia el suelo, no sabiendo cómo reaccionar ante la idea de que él escuche esas palabras saliendo de la boca de su hermana.
—Gracias —dijo finalmente y cortó.
Cuando recibí mi teléfono de vuelta, vi el número de Edward en los registros, pero finalmente me hice la idiota y guardé el aparato. En cuanto se escuchó el timbre de la entrada, sentí un estremecimiento en mis entrañas, porque eso significaba que estaba cerca y que, indudablemente, tendría que verlo.
Serafín fue a abrir y Edward emergió rápidamente en el departamento, observando de esquina a esquina en busca de su hermana. Cuando dio con ella, sus ojos se calmaron y fue de inmediato a su encuentro.
—Lo siento —le dijo, al borde del llanto.
Creí que iba a regañarla o comportarse de la manera fría que acostumbraba a ver en él, pero no, sencillamente la abrazó y la blindó de sus propios sentimientos con un simple gesto.
—Por favor, no me internes nuevamente en ese lugar —suplicó Rosalie.
Edward suspiró y miró sus muñecas cubiertas.
—No lo haré, pero prométeme que te irás conmigo.
—Sí, lo prometo.
Luego de aquel momento, Edward me miró por el rabillo del ojo hasta que se giró a contemplarme.
—Me gustaría hablar contigo un momento —susurró—. A solas.
Asentí, cruzada de brazos, manteniendo mis distancias.
Fuimos hasta el vestíbulo, finalmente a solas como lo deseaba.
—Tú la encontraste, ¿no?
—Sí. En tu baño. Solo busqué ayudarla si crees que quería hacer algo en su contra o…
—Gracias —me interrumpió—. El que estuvieras evitó muchas cosas que ahora podríamos lamentar.
Me quedé sorprendida de ese acotado gracias saliendo de su boca.
—De nada —respondí.
—¿Tú llamaste al médico?
Asentí.
—Fingí que era para mí.
Pestañeó, frunciendo el ceño.
—¿Por qué lo hiciste?
—Porque ella temía que fueran a hablar de ella.
Tragó, mirándome constantemente a los ojos.
—¿Buscas algo a cambio de mantenerte en silencio?
Me reí ante tamaña ridiculez.
—No soy como ustedes los Cullen, que creen que se puede extorsionar a los demás con cosas tan delicadas como estas.
Bajó la mirada, por primera vez, quizá dándose cuenta de la estupidez que salía de sus labios.
—Solo busco que ella esté en paz, tu madre…
—No te atrevas —musitó.
Me reí nuevamente.
—Está aterrada de ella. ¿No lo notas?
Miró hacia otro lado, sabiendo que estaba diciendo la verdad.
—Hay cosas que no sabes. Deberías mantenerte al margen, por más razón que tengas.
Claro que él lo sabía y estaba de acuerdo, lo podía ver en sus ojos.
—Cuida de ella. Te necesita —añadí.
Pestañeó y asintió, tensando la mandíbula.
—Gracias, Isabella, por ayudarla.
Nos miramos.
—No soy tan mala como crees, ¿no es así?
Frunció el ceño mientras contemplaba mi rostro con lentitud.
—No soy quién para juzgar.
Quise reír ante semejante respuesta, pero me contuve. De pronto, no sabía por qué teníamos este rumbo de conversación.
—Supongo que aún no me convenzo de usted, señorita Swan.
Me puse una mano en la cadera bajo su atenta mirada.
—Será difícil. Espero tengamos un trato pronto.
Iba a decir algo, pero no dejaba de mirar mis palmas cortadas. Su ceño se frunció y de improviso hizo algo impensado: tomó mis manos y las tocó con suavidad.
—¿Fue Rosalie? —inquirió en voz baja.
—Fue un accidente al querer quitarle la navaja.
Tragó.
—Sigue sangrando —murmuró—. Te ayudaré.
—No es necesario…
—Lo haré —insistió, no esperando una nueva negativa de mi parte.
Se dio la vuelta y entró a la sala nuevamente, en cambio yo me quedé de pie, observando su semblante y repasando la conversación que habíamos tenido. En cuanto noté el rumbo de mis pensamientos, sacudí la cabeza y seguí su camino.
—¿Tienes un botiquín, Serafín? —inquirió, mirándolo.
—Sí, señor.
—Perfecto. Siéntate en la mesa de la cocina —me ordenó.
Lo hice para no discutir, mientras contemplaba su seriedad. Cuando Serafín llegó con él, Edward sacó un par de cosas y se arremangó la camisa. Una vez que nos quedamos a solas, tocó mi mano, inspeccionándola, pasando sus dedos por mi muñeca. La suavidad en sus toques me tranquilizó.
—Al menos no es profunda —susurró.
—¿Lo habrías querido? —dije de forma irónica.
—Claro que no —respondió—. Estoy hablando en serio.
Nos miramos unos largos segundos a los ojos, hasta que preferí romper la conexión, repentinamente nerviosa.
Él se mantuvo en silencio y me curó los cortes, procurando limpiar y luego cubrir con suavidad. Cada movimiento era bien calculado, pero generoso y lento, teniendo cuidado de no provocarme dolor alguno. A medida que contemplaba sus acciones, me fue imposible no mirarlo a él, de pronto guiada por sus pequeñas acciones suaves, alejadas del Edward que había conocido por primera vez.
—¿Te duele? —inquirió.
—Un poco.
Pasó sus dedos en la última capa, donde estaba el apósito.
—Ya pasará —susurró, dejando una última caricia en mi piel.
Tragué.
—Gracias —murmuré.
Asintió y se alejó con lentitud.
—Espero que pronto mejores.
No supe qué decir y él tampoco, al parecer. Nos habíamos quedado en silencio. Cuando vi que sacó las llaves que seguramente eran de su coche, supe que iba a irse.
—Nos vemos pronto.
—Lo mismo digo, senador.
Edward se llevó a Rosalie tan pronto como pudo. Lo último que vi fueron sus ojos y la mirada de gratitud en él. Cuando Serafín se acercó y posó sus manos en mis hombros, me giré para comprobar lo que tanto pensé: también se veía agradecido de mi acción.
—¿Qué le hizo, Serafín? —inquirí.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Le prometí al señor Cullen que nunca diría aquello, por el amor a su hija y su bienestar.
Asentí.
—Sé que hay cosas que jamás podré saber, pero todo esto a veces es demasiado para mí —aseguré, sintiendo cómo las lágrimas se agrupaban en mis ojos.
Su rostro se mostró compungido y vi el comienzo de las lágrimas también en su mirada.
—Quisiera hacer tanto por usted. No tiene idea de cuánto me ha costado mantener mi silencio por el bien de los hijos del señor, pero también por usted, para alejarla de Esme, a quien no quiero que se acerque bajo ningún motivo.
—¿En qué clase de lugar estoy, Serafín? —pregunté, poniendo mis manos en su pecho.
Me abrazó y enseguida comencé a llorar, recordando la imagen angustiosa de Rosalie bañada en sangre.
—Todo pasará, me tiene a mí, siempre será así. Sé que podría hacerle el camino mucho más fácil diciendo muchas cosas, pero por su bien, por este corazón puro que quiero resguardar, no puedo hacerlo —aseguró.
—A veces siento que no puedo, que es demasiado para mí, que…
—Ha pasado muy poco, usted es muy fuerte.
—Solo finjo serlo —afirmé—. Quisiera poder ser libre, Serafín, conocer personas, ir a la universidad o… vivir la vida que una chica de veinte años vive —gemí—. Solo quiero ser normal, solo eso quiero.
Me abrazó más fuerte, sosteniéndome de forma paternal ante tal adversidad. Sin embargo, aquella necesidad por un sostén que no fuera yo misma me hizo llorar con más fuerza. Me sentía sobrepasada y solo quería sentirme libre, ser la Isabella de veinte y no una imagen adulta de mí misma. Si no fuera por Serafín o Jasper… estaría completamente sola en un mundo de serpientes.
—Recuerde por qué lo estamos haciendo —susurró.
—Lo intento.
—Todo tendrá una recompensa, lo juro, y cuando la encuentre… —Suspiró—. Cuando la encuentre podrá escapar con ella de este maldito mundo que no la merece.
—Gracias por todo, Serafín.
—Gracias a usted. Me ha dado fe en este mundo.
Sonreí mientras él me limpiaba las mejillas.
Me fui a la cama y me acomodé entre a las sábanas luego de darme un baño. Miré un momento mi móvil, específicamente en el registro de llamadas. La última correspondía al teléfono de Edward Cullen. Durante varios segundos estuve mirando la serie de números, como si de alguna forma una parte de mí quisiera llamarlo.
—¿Qué demonios estoy pensando? —inquirí, pasándome la mano por la frente.
¿De verdad era tan estúpida de sentir que las cosas cambiaban solo porque él me había dado un conciso gracias? ¿De verdad estaba pensando en un "cambio" cuando él me importaba un carajo?
—Solo cogiste con él, idiota —me regañé, muy furiosa—. No es un novio ni alguien con quien vayas a salir, no actúes como una mujer de veinte años.
Sentí vergüenza de mí misma.
Igualmente, y con el labio mordido, agregué su número a mi agenda, como una manera torpe de calmar la sensación rara de mi pecho.
—Bastardo —susurré, mirando el nombre que seleccioné para él.
Dejé el aparato a un lado y me dispuse a dormir, nuevamente estremecida del rumbo que tenían los pensamientos que de pronto llegaban a mi cabeza.
.
Jasper me saludó con una mano y luego se acercó con una linda sonrisa entusiasta. Trajo consigo el café de siempre y se metió conmigo a la oficina, dándome la bienvenida a otro día de trabajo.
Nuestro momento juntos fue mucho más largo que los demás días, por lo que tuvimos tiempo de charlar y de ponernos al día con distintas cosas de nuestra vida. Pero incluso con ello, no pude ser sincera como lo debía ser, no cuando vivía esta vida tan… diferente.
Desde que había sucedido lo de Rosalie, me sentía diferente, recordando con mayor frecuencia lo que Serafín y yo hablamos, pero sobre todo, tenía en mente lo que le dije en su momento: quería ser una chica de veinte años normal y vivir como tal.
—Un día de estos deberíamos salir como en los viejos tiempos —dije, jugando con su nariz.
—Me encantaría.
—¿Crees que puedas este fin de semana? Rita, tú y yo.
Sonrió.
—Me parece.
Jugué con él, como en los viejos tiempos, manchando sus labios y nariz con parte del café. Nos acabamos riendo en medio de nuestro momento juntos, sin darnos cuenta de que se nos acercaba un pequeño. Al mirarlo y ver a Demian, me llevé una mano al pecho, emocionada por la sorpresa. Sin embargo, cuando noté que, además de él, Edward nos observaba desde una corta distancia, sentí mi vientre estremecerse tanto como yo.
—Hola —saludó el pequeño.
Vestía un abrigo rojo y llevaba una bufanda anaranjada que combinaba muy bien con sus ojos.
—Hola —respondí, manteniendo mi sonrisa para él.
—Buenos días —dijo Edward, mirando a Jasper con cierto fervor maligno.
—Buenos días —dijimos los dos al unísono.
La manera en la que lo contemplaba me daba escalofríos. Parecía dispuesto a saltar a su cuello, esta vez de forma animal y desesperante. Veía el odio que sentía por Jasper, así como su manera de mantenerse tenso en medio de su lugar, como si estuviera aguantándose las ganas de golpearlo.
—Qué sorpresa verte aquí —exclamé, atreviéndome a tocarle los cabellos al pequeño Demian.
—C… con papi —tartamudeó.
Sonreí y me agaché para estar a su altura.
—Te gusta venir, ¿eh?
Asintió y esta vez me sonrió, mostrándome sus hoyuelos.
—Violín —murmuró.
—¿Vas a tocarlo? Eso es estupendo.
—Tocadte a… a t… ti —añadió, poniendo una de sus manos en un mechón de cabello que me cayó por la cara.
Me sentí tentada a acariciarle las mejillas, pero no me atreví a hacerlo, no delante de su padre.
—¿Quieres tocarme el violín?
Asintió otra vez, con mayor entusiasmo que antes.
—Rita estaría feliz con una clase de violín —comentó Jasper.
—¿Rita? —inquirió Edward, frunciendo el ceño.
—Es mi hija pequeña —respondió mi amigo de forma queda—. Veo que los pequeños gustan de ti, la mía ya te adora. Recuerda que tenemos que ir juntos al parque como prometimos. No te desharás de mí tan rápido.
—No planeo hacerlo —afirmé, sonriéndole.
Sentía que Edward continuaba mirándome. Sus ojos resultaban quemantes e imposibles de eludir.
—De hecho, quería invitarte a salir más tarde, quizá si sales antes del trabajo, tú y yo en un bar, ¿qué dices?
Suspiré. Me hacía tanta falta.
—Sería fantástico. Te llamo para confirmarte. Ahora debo ir a la fundación, debo hacer un par de cosas allá. —Le di un beso en su mejilla.
Cuando miré a Edward, esta vez a los ojos, vi un fuego marchito en su ser. Tragó y luego dirigió su atención hacia otro lado.
—Espero verte pronto —le susurré a Demian, deseosa de poder tocar su precioso rostro—. Me ha gustado charlar contigo otra vez.
Tomé mi bolso, dispuesta a irme, sin embargo, él tiró de mi abrigo para impedirme avanzar.
—Con nosotos —exclamó, mirando a su papá, que seguía los pasos de su hijo.
Ambos fruncimos el ceño.
—¿Qué dices? —inquirió su padre.
—Con nosotos, en… en auto —insistió, tirando de mi abrigo con más ahínco.
—¿Quieres que vaya con ustedes? —pregunté.
Asintió.
—¿Qué la llevemos? —Su padre alzó la voz, pestañeando.
Demian asintió de manera rápida y luego sonrió, dando brincos de emoción.
—Oh, cariño, no creo que… —comenzaba a decirle yo.
—Papi —gimió él, arqueando las cejas.
Tragué mientras el senador me miraba.
—Quizá podemos acercarla a su destino, ¿te parece, DeDe? —Su padre le acarició las mejillas y se sonrieron mutuamente.
—¡Sí! —vociferó Demian, corriendo hacia adelante.
Edward se acercó a mí y respiró hondo.
—La llevamos a la fundación, señorita Swan —dijo él—. ¿Acepta mi invitación?
Estaba perpleja. ¿Iba a llevarme? No sabía qué decir.
—Yo manejaré —añadió.
—Está bien —respondí, acercando el bolso a mi cuerpo—. Acepto.
Me hizo un gesto para que avanzara y cuando lo hice, Edward continuó detrás de mí. Su aliento chocaba con mi nuca, lo que me estremecía con locura.
Al llegar al coche, Edward me abrió la puerta luego de acomodar a su hijo en la silla trasera. No pensé que iba a permitirme subir en el lado del copiloto, pero así lo hizo. Cuando estuve dentro, miré a Demian moviendo sus piernitas que colgaban de su silla especial, metiéndose constantemente un dedo en la boca y luego sonriendo ante la nueva invitada, o sea yo. A ratos, me preguntaba si mi hija estaría así y si alguien la hacía feliz.
Tragué, entristeciéndome de manera repentina.
—¿Piensa en algo, señorita Swan?
Lo contemplé.
—Parece muy pensativa.
—Son… situaciones personales, senador.
Asintió con cautela y luego dirigió su atención en el camino.
—Te debe gustar mucho el violín —susurré, dándome la vuelta para mirar a Demian.
—¡Sí! ¡Y… y… pin… pintad! ¡Y… ju… jugad! —Daba saltos nuevamente en su silla, moviendo las piernitas al son de su entusiasmo.
Me quedé mirándolo varios segundos, sintiendo un fuerte estremecimiento en mi corazón.
—Pedo quiedo hacedlo como papá —agregó, mirándolo con un amor que me caló hondo.
—Demian —susurró. Se veía avergonzado al ver que su hijo decía algo tan personal, especialmente frente a mí.
Nos miramos, pero yo volví a romper el contacto visual, sintiendo que, lo que sea que nos llevaba a hacerlo, no era parte de un plan trazado hacía mucho tiempo.
No.
—Parece algo muy sensible para un hombre como usted, senador —susurré con sinceridad.
—Si usted lo dice —murmuró.
¿Era Edward un hombre sensible? ¿Quién era en realidad? ¿Estaba viendo a un hombre diferente?
—No sabía que usted pintaba —añadí, llamando su atención.
—Retomé hace un tiempo. No suelo hacerlo con frecuencia, en realidad.
No quise decirle que moría por ver qué pintaba, por adentrarme en un mundo en el que obviamente no era bienvenida, porque Edward Cullen jamás iba a interesarse en mostrarme… más de él.
—Gusta mucho —exclamó Demian.
Los ojos del senador brillaban cuando escuchaba las palabras de su hijo, en especial si eran cargadas de un infantil orgullo creciente. Cuando estaba con él, siempre parecía un hombre diferente al que se mostraba a solas, como si Demian sacara una parte que quería esconder a toda costa de los demás.
Nuevamente me pregunté quién era y qué se sentiría… conocerlo de verdad. Y es que cuando veía esa calidez en sus ojos, me parecía más atractivo que nunca, no solo físicamente, sino… en toda la extensión de la palabra.
Me mordí el labio inferior y miré hacia la ventana, inquieta con el rumbo de mis pensamientos.
Cuando el coche paró, centré mi atención en ellos otra vez, por lo que me di cuenta de que ya estábamos en la academia de música infantil.
—Vaya, es hora de hacer música —exclamé, sonriéndole.
—¿Conmigo?
Me reí.
—¿Quieres que vaya contigo?
Asintió.
—Algún día puedo hacerlo —musité para que se fuera tranquilo—. Me gustan los chicos que conquistan con el arte.
Sentí la mirada de Edward, siempre penetrante, siguiendo mis movimientos y mis palabras.
—Es hora de ir, cariño —susurró él.
Sonaba muy dulce cuando se dirigía a Demian.
Se bajó para sacar a su hijo de la silla mientras yo esperaba dentro del coche. Me despedí de él con la mano, pero el pequeño se paró delante de mi puerta, esperando a que la abriera. Cuando lo hice, tomó mi mano y me instó a que lo acompañara con esos inmensos ojos hermosos que tenía.
—Amiga… Mi… mía —tartamudeó.
—¿Soy tu amiga? —inquirí, sonriendo sin contenerme.
Asintió con mucha alegría y volvió a tirar de mi mano para que fuera yo quien lo llevara hasta la academia. No pude decir que no a pesar de que sabía que esto iba a incomodar al senador Cullen, por lo que seguí sus pasos, viéndolo instarme cada vez más a acompañarlo. A ratos se giraba a mirarme, comprobando que su guía servía para que continuara a su lado, y me sonreía, mostrándome sus pequeñitos dientes de leche. Era un pequeño tan hermoso y lleno de amor, cada vez que miraba, todo de mí se estremecía.
—Ya estamos aquí —susurré, mirando las puertas abiertas del alegre y muy seguro lugar.
Cuando me agaché para estar a su altura, Demian me abrazó desde el cuello, lo que fue una total sorpresa para mí.
—¿De nuevo? ¿Vienes? —inquirió.
—Lo intentaré —respondí, esta vez acariciando sus mejillas y su cabello castaño oscuro.
Suspiré, mirando esos ojos que me contemplaban con tanta sinceridad y un cariño innato que… no lograba comprender a cabalidad.
—Tu violín —susurró Edward, llamando la atención de ambos.
Tragó y continuó contemplándome, calándome hondo.
Cuando Demian se despidió de él, hundió su rostro en su pecho y se quedó unos segundos ahí. Parecía que se sentía tan seguro en los brazos de su padre.
—Te veré más tarde —le dijo al oído—. Te lo prometo.
El senador le besó los cabellos y se quedó un momento estrechándolo, como si le costara dejarlo ir. Yo no podía dejar de mirarlos, estaba hechizada con la manera en que el senador, que siempre era tan frío y distante, trataba a su pequeño hijo. Se transformaba en un hombre tan diferente cuando el amor cubría esos ojos verdes que acostumbraban a verse tan gélidos.
Finalmente, el pequeño Demian se despidió con la mano y entró corriendo hacia donde esperaba una maestra, que sonrió de forma suave y le tomó la mano. Cuando se fueron, mi sonrisa fue automática, como si todo esto me llenara de alguna forma difícil de explicar. Cuando noté mi expresión, simplemente me giré a Edward, extrañamente nerviosa de lo que sentía y lo que podía haberle molestado esto que había sucedido. Esta vez, discutir con él no era lo que quería y por más que me regañara a mí misma por ello, era muy difícil de evitar.
—¿Nos vamos, señorita Swan? —inquirió.
Su voz sonaba más cálida y pausada, como si calculara cada palabra que quería dejar salir de su boca.
Respondí con un asentimiento y caminé hacia adelante, donde estaba aparcado el coche. Cuando me metí, junté las piernas y puse la espalda recta, demasiado nerviosa para reconocerme. Edward se sentó junto a mí y por unos segundos me contempló, primero a los ojos y luego a mi cuello, donde pendía mi collar.
—Es hermoso —susurró, alargando su mano hacia el delgado colgante que me recordaba a ellas.
Cuando finalizó la corta frase, volvió a posar sus ojos en los míos, mientras yo contenía el aliento, sintiendo sus dedos, esta vez sin enguantar, rozando mi piel. A medida que nos contemplábamos, me preguntaba si sus recientes palabras se referían realmente a mi collar… o a mí.
—Significa mucho para mí —respondí, llevando mi mano a él, instintivamente.
Toqué su mano, pero él no la alejó, se mantuvo ahí, junto a la mía, donde su calor se mezclaba con el mío y nuestra piel podía sentirse con toda intensidad. Sus ojos ya no se mostraban inequívocamente fríos y distantes, tras ese iris verde sentía calor, vida y un mar de emociones que no iba a compartirme, pero podía sentirlo en mí, incapaz de contenerlas.
—¿Por qué? —preguntó—. Sé que quizá no me digas la razón, pero sí, me parece hermoso.
Tragué, sintiéndome ruborizada y más cerca de él.
—El collar, ¿no?
Entrecerró sus ojos y luego contuvo el aliento.
—En realidad, quería referirme a ti.
Dejé de respirar en ese segundo, sin saber qué responder. Todo de mí comenzaba a enloquecer de una forma muy difícil de controlar.
—¿A mí?
Tensó su mandíbula y su mano subió con lentitud por mi cuello, esta vez de una manera diferente a todas las veces anteriores.
—Sí —respondió.
Llegó a mi rostro, con los dedos rígidos a milímetros de la piel de mis mejillas, pero cuando creí que iba a tocarme, finalmente apretó su mano en un puño, conteniéndose a hacer cualquier cosa que no podía. Dejé ir el aire, tan decepcionada que mi vientre se estremeció.
Iba a dar la vuelta a la ventana, buscando olvidar lo que había sucedido, pero Edward tomó mi quijada con una mano y me besó, sacándome un profundo suspiro de dicha.
Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia. ¿Qué piensan de todo lo que sucedió? Rosalie tiene mucho que contar, pero ¿qué es? La situación en su vida tiene muchos misterios, así como lo es con Edward, ¿no creen? ¿Qué hizo Esme en la familia? ¿Qué sucedió para que Carlisle haya pedido guardar el secreto al fiel Serafín? Y bueno, las cosas entre Edward y Bella están... cambiando de rumbo. Quizá es muy pronto asumir las cosas de forma tan rápida, pero de que Demian y su manera de ser está haciendo efecto, claro que así es. ¿Qué camino tienen que tomar hacia adelante? ¿Qué pasará desde ahora en adelante? Ya les dije que se acercan muchos personajes nuevos, algunos que podrían cambiar más rumbos de los que creen. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas}
Gracias Karla Ragnard
Agradezco los comentarios de bbluelilas, AndreaSL, maribel hernandez cullen, Gibel, Desi 81, Mapi, Flor Santana, Adrianacarrera, ankasog, Jade HSos, Smedina, LoreVab, almacullenmasen, krisr0405, Gabs Frape, ConiLizzy, Bell Cullen Hall, lunadragneel15, Mar91, miop, Robaddict18, jroblesgaravito96, Merce, esme575, ManitoIzquierdaxd, GabySS501, Gan, lunadragneel15, twilightter, jupy, NoeLiia, valem00, somas, Eve vanegas, KRISS95, TheYos16, Fallen Dark Angel 07, Nadsanwi, Alejandra Va, Aidee Bells, Sandoval Violeta, LicetSalvatore, Jocelyn, Mapi, viridianahernandez1656, Pamela231, SaraGVergara, sool21, Fer Yanez, carlita16, Nati98, ELIZABETH, Toy Princes, SeguidoradeChile, Fernanda javiera, dan-lp, Paliia Love, PielKnela, Ceci Machin, Damaris14, liduvina, Melany, Julie Haviva, Bitah, Santa, Pameva, Salve-el-atun, jackierys, esme575, claribelcabrera585, BreezeCullenSwan, JMMA , catableu, Kamile Pattz-Cullen, Valentina Paez, Adriu, Dominic Muoz Leiva, Belli swan dwyer, Esal, JIJIC, dana masen cullen, beakis, Vero Morales, Elizabeth Marie Cullen, Ady denice, Angie, patymdn, Pancardo, Rose Hernandez, joabruno, diana0426a, Tereyasha Mooz, Lore562, saraipineda44, MariaL8, Tereyasha Mooz, calia19, Andre22-twi, Michistgi, Tata XOXO, Anita4261, Brenda Cullenn, cavendano13, ari kimi, natuchis2011b, MakarenaL, kathlenayala, llucena928, SeguidoradeChile, stella mino, johanna22, ELLIana11, Liliana Macias, Naara Selene, valentinadelafuente, DanitLuna, alyssag19, Liz Vidal, Vanina Iliana, Kriss21, Ana karina, Gladys Nilda, Veronica, rosycanul10, Veronica, freedom2604, Valevalverde57, Veronica, Elmi, Coni, Yoliki, Ruth Lezcano, AnabellaCS, luisita, Rero96, Eli mMsen, Sully YM, CCar, Diana, Noriitha, NarMaVeg, barbya95, BellsCullen8, lolitanabo, Pam Malfoy Black, Ivette marmolejo, Brenda naser, maribel hernandez cullen, Elizabethpm, Olga Javier Hdez, LuAnKa, rjnavajas, Jeli, sollpz1305, CazaDragones, Isis Janet, Elizabethpm, CelyJoe, ale173, gina101528, camilitha cullen, Mayraargo25 y Guest, espero volver a verlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus palabras y el cariño que expresan, de verdad gracias
Aprovecho de responder a un comentario bastante desagradable de una Guest, obviamente, que con mayúsculas desprecia mi forma de escribir y esta historia, al parecer, en particular, comparándome con una autora a la que sé que le gusta hablar constantemente de mí y de la manera en la que actúo, obviamente sin conocerme. Por favor, no sacas nada escribiendo esas cosas, pierdes tu tiempo y te ves muy mal. Puedes hacer más cosas productivas, dedícate a lo tuyo y a mí déjame en paz
Recuerden que quienes dejen su review recibirán un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben dejar su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá
Pueden unirse a mi grupo de facebook que se llama "Baisers Ardents - Escritora", en donde encontrarán a los personajes, sus atuendos, lugares, encuestas, entre otros, solo debes responder las preguntas y podrán ingresar
Cariños para todas
Baisers!
