Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Recomiendo: Baby Tomorrow – Ghostly Kisses

Capítulo 15:

Catástrofe

"Tengo que recordar qué significa todo

(…) Pero, cariño, mañana seré lo suficientemente bueno para dejarte ir

Causando daños o no

Es solo por la noche

Siempre será ese momento

Donde puedas jugar conmigo

(…) Más lo niego

Es todo tan real…"

Su beso era diferente, más vivo que nunca. No conseguía respirar, me estaba robando el aliento.

Su mano abarcaba mi mandíbula con poderío, pero el pulgar era suave, terso y más cálido de lo que acostumbraba a ser. Estaba acariciándome mientras depositaba su hambre en mí, quitándome profundos suspiros. Su lengua se hundía en mi boca, arrebatándome el alma, mis más oscuros instintos y la vida misma. Nuevamente me hundía en sus llamas, en aquel inframundo desesperado, donde él reinaba bajo los dominios más profundos de lo prohibido. Era su presa, me había arrebatado y no quería volver al olimpo, la sola idea era… inenarrable. Busqué su cuello y lo abracé, una acción completamente innata, la que no permití analizar, solo lo hice, acercándome cuanto pude, porque era lo que más necesitaba. El aire comenzó a hacer falta y nos separamos, juntando nuestras narices en el instante. Al mirarnos, pedimos más y volvimos a caer, besándonos como desquiciados dentro del coche, olvidándonos de lo que podrían ver los demás, lo que eso iba a significar y el camino que estábamos tomando.

De pronto, dejó escapar un gruñido y se separó, dirigiéndose al volante con el ceño fruncido y el cuerpo rígido como una roca.

—Lo siento —musitó, mirando al horizonte con los ojos entornados—. Te llevaré a tu destino.

Tragué y luego carraspeé, acomodándome en el asiento.

Tenía la cabeza dando giros en mil partes sin llegar a ningún destino. Estaba enloquecida. Su beso y todo lo que llevó a él parecía clavado en mi cerebro. Era diferente, demasiado para mi paz mental y mi quietud.

—Hágalo rápido, señor Cullen… Por favor —murmuré, demasiado incómoda.

Miré de reojo y noté cómo tragó, con los dedos todavía muy tensos en el volante. Parecía aterrado.

—No debí traerte —respondió por lo bajo.

Fruncí suavemente el ceño, no queriendo demostrar la frustración que me provocaban esas malditas palabras.

¿De verdad creí que podía ser el Edward que era con Demian? ¿Realmente era tan estúpida y tan joven para creer semejante estupidez? Él era un adulto en toda su expresión, un senador frío, arrogante y detestable, el que solo pensaba en sí mismo… y que me odiaba sin remedio, aunque nos acostáramos y disfrutáramos del otro en ese único ámbito. Eso debía hacer también yo, ¿no? Enfocarme en disfrutar y cerrar cada parte de mí que pudiera traicionarme, pero, sobre todo, dejar atrás mi verdadera identidad, a la Isabella con deseos de romance, de amar y… conocer. Era una estupidez de mi parte ahondar en ello cuando estaba en medio de una vida que se alejaba completamente de lo que Bella viviría… si ella quisiera. Y mi mundo ahora era entrometerme en cada red que me sirviera para encontrar a mi hija, y si tenía que aprovecharme de Edward Cullen, incluso seduciéndolo, debía hacerlo… aunque a ratos me mostrara a un hombre diferente.

—Si le molesta mi presencia, hágame el favor de parar el coche y dejarme aquí —musité, apretando los dientes.

Edward aumentó la velocidad y siguió su rumbo hacia adelante.

—¿Aquí? ¿En medio del centro de Manhattan? Te devorarán. Eres el centro de las cámaras, Isabella —respondió muy molesto.

—Conozco estas calles mejor que tú que eres senador y apenas conoces el lugar que representas —exclamé—. ¡Déjame aquí!

Frenó de forma imprevista, haciendo que mi corazón se acelerara.

—No, no permitiré que salgas de este coche. Ya no eres la misma Isabella, eso debiste saberlo desde que aceptaste casarte con mi padre —murmuró—. Si sales de aquí, sentirás la presión de los demás. Aunque no lo creas, es más difícil de lo que puedes imaginar.

Me abracé a mí misma y miré a la ventana, sin querer verlo.

—No quiero estar aquí contigo —confesé.

—Está bien.

—No tolero quién eres, difuso, voluble e hipócrita.

Se quedó en silencio mientras aumentaba nuevamente la velocidad del coche. Quise mirarlo, curiosa ante su falta de respuesta, y cuando lo vi noté que mis palabras habían calado muy hondo en él.

—Hipócrita —susurró, frunciendo el ceño.

—Actúas de una manera desesperante, tus acciones respecto a mí… no son lo que dices. Puede que me odies, pero tu necesidad de sentir asco por mí es contradictoria con la manera en que buscas tocarme —respondí—. Sé consecuente, Edward Cullen, en especial si quieres subirme a tu coche, besarme y luego hacerme a un lado como si fuera cualquier objeto.

Frenó cuando estábamos a pocos metros de la fundación, por lo que me bajé apresurada, sintiendo un nudo en la garganta. ¿Qué me pasaba?

Elizabeth no estaba en la fundación, por lo que saludé y me metí a su oficina, buscando la forma de acallar mis pensamientos. Eran un torbellino. Sentí tanta culpa de demostrarle mi vulnerabilidad, de dejarle ver que en esta ocasión su manera de ser sí me dañaba, aunque yo no quisiera que así fuera. Pero sobre todo, sentí terror de mi profunda desilusión al creer que Edward estaba mostrándome una parte de él que, quizá, me dejaba en claro cuán equivocada estaba al pensar que era un hombre egoísta, frío y malvado como su madre.

Me senté en la silla, frente al escritorio, y miré al frente con los ojos un tanto llorosos.

—No puedo creer que solo por un minuto te pensé diferente, Edward Cullen. Qué estúpida —susurré, suspirando—. Como si fueras un chico… Un hombre normal —gemí—. No, no eres un hombre normal, no eres el chico que encontraría en la universidad y fuera capaz de invitarme una gaseosa para conocerme mejor y no juzgarme. —Miré el cuadro de Carlisle y apreté los labios para no llorar—. Aunque claro, los chicos que sí querría conocer no serían senadores ni hijos del hombre con el que me casé.

Abrieron la puerta, pero no miré, no quise hacerlo.

—Elizabeth, siento haber entrado de forma abrupta a tu oficina, pero… necesitaba un momento a solas —dije en voz baja.

Ella no respondió, pero se paró delante de mí. Como estaba cabeza gacha, pude ver sus zapatos, sorprendiéndome al darme cuenta de que se trataban de los pulcros, caros y elegantes calzados del senador Cullen. Cuando subí mi mirada hasta la suya, vi unos ojos culpables y nuevamente cálidos, esos que probablemente temía mostrar.

—Has salido muy rápido del coche —murmuró.

No supe qué responder.

—Sé por qué lo hiciste y es mi culpa —aseguró.

—Ya no necesitas decir algo al respecto, Edward Cullen, prefiero que te vayas —aseguré con un hilo de voz—. De hecho, lo que te dije es estúpido. Ambos nos hacemos y haremos daño con tal de perseguir nuestros ideales. Busco poder, tú también. Me odias por ser la amante de tu padre y dejar a tu madre a la deriva, y yo te odio por lo que representas, lo que eres capaz de hacerme y los obstáculos que pones en medio para que yo… —Respiré hondo, temblando—. Para que yo no logre mis objetivos. También te ocupo, solo me sirves en la cama, un beso es una nimiedad y…

—¿De verdad? —inquirió, agachándose delante de mí.

Arqueé las cejas y miré hacia otro lado.

—Puede que lo sea, ¿no? —susurró—. Pero… no me comporté como debía.

Nuevamente sentí un nudo en mi garganta.

—¿De verdad dices todo esto? —añadió.

Buscó mis ojos y cuando nos encontramos, me estremecí.

—Solo hay una certeza, Edward, y es que no somos compatible con nada más que el sexo, ¿no crees? Estamos hechos para destruirnos.

Puso las manos enguantadas sobre los apoyabrazos, acercándose a mí.

—Tienes razón —musitó—. Estamos hechos para destruirnos.

Apreté los labios y miré sus guantes.

—Aun así, creo que mereces una disculpa por cómo me comporté, cuando hace poco… ayudaste a mi hermana.

Pestañeé y miré sus labios por unos segundos, y al mismo tiempo sentía su calor, su olor natural y el perfume que siempre llevaba consigo, viril, elegante y sutil.

Iba a responder, atontada por los efectos que provocaba su cercanía, pero cuando iba a hacerlo sentí que se me remecían las entrañas de hambre. Edward alcanzó a escuchar, lo que le provocó la primera sonrisa sincera y enternecida que vi en él.

—Lo siento —exclamé, levantándome de la silla, haciéndolo a un lado.

Me había sonrojado, avergonzada por el sonido de mis entrañas pidiendo comida. Edward tomó mi muñeca y me dio la vuelta con suavidad.

—Te has sonrojado —susurró, mirando mi rostro con los ojos brillantes.

Pestañeé.

—En realidad, creo que voy a irme.

—Tienes hambre —asumió.

No supe qué responder.

—Te llevaré a comer —musitó, sorprendiéndome en el segundo—. Tómalo como una manera de… disculparme.

No encontraba palabras para decir. Me había tomado demasiado desprevenida. De todas las cosas que podían ocurrir con Edward, jamás podía imaginar algo tan… ordinario y natural como comer… con él.

—No quiero causar más incomodidad en usted. No es obligación que lo haga. Pediré que el chofer venga a por mí y me lleve al departamento, ahí Serafín…

—No recibiré un no como respuesta, señorita Swan. Por favor, acepte mi invitación.

Tragué.

—¿Siempre está acostumbrado a hacer lo que usted quiere? —pregunté, incluso cuando ya sabía la respuesta.

—Puede ser.

Suspiré, nuevamente sintiendo un fuerte retorcijón de hambre. ¿Dónde planeaba llevarme? Quizá quería envenenar mi comida. Vale, probablemente estaba imaginando mucho. ¿Y si aceptaba?

—Está bien —respondí, cerrándome el abrigo y alejándome de él—. Si esa es su manera de disculparse por ser un cretino, entonces hágalo. Me gusta la calabaza.

De pronto, sentí que carcajeaba de forma suave, no hostil ni burlesca, carcajeaba de verdad, con naturalidad, convirtiéndose en un hombre y no en un Dios oscuro y lejano al que solo le importaba él mismo.

—Tomaré eso en cuenta —aseguró.

Abrió la puerta de la oficina y me invitó a salir, por lo que lo hice de inmediato, olvidándome de todas las cosas extrañas que parecían estar sucediendo entre los dos.

El silencio volvió a hacernos sus prisioneros, lo que fue inevitable luego de todo lo que había sucedido en una tarde. Durante unos segundos, cruzábamos miradas sutiles, lo que aumentaba la extraña tensión que llevábamos a cuestas. Finalmente, Edward aparcó frente a un fino y misterioso restaurante del centro de la ciudad. Antes de siquiera admirar la decoración de toda la entrada, vi que pertenecía a un famoso y caro hotel, el cual estaba detrás, imponente y atractivo.

—Senador Cullen, es un placer —dijeron en la entrada, mientras le daban acceso al estacionamiento oculto del lugar.

—Ya saben. No quiero acceso a las cámaras —murmuró luego de hacer un saludo sutil con la mano.

Él continuó manejando hasta el estacionamiento, donde un hombre elegante nos esperaba. Cuando le abrió la puerta a Edward, el senador se dirigió a mí para abrírmela antes que todos. Al poner un pie afuera, sosteniéndome con mis tacones, me ofreció su mano enguantada.

—Gracias, senador —susurré.

La tomé y me llevó hacia su cuerpo, echándome su deliciosa respiración en el rostro.

—Vamos adentro —ordenó.

Abrieron las puertas y lo primero que pisé fue una espesa alfombra rojo furia.

—Espero que le guste la comida de aquí.

De inmediato lo miré, pensando en él como la comida. Era inevitable. A pesar de lo imbécil y bastardo que era, era imposible no devorarlo con la mirada y saborearlo de todas las maneras posibles. Era… Ah, tan guapo.

Me detuve por mucho tiempo mirando la elegantísima decoración del restaurante, tan intimidante y clásico, divino y único. Era un lugar que parecía hecho para Edward Cullen.

—Señor Cullen —susurraron unos empleados, agachando suavemente la mirada con la emoción de tener a una persona tan importante en aquel lugar—. Señorita.

—La más lejana. Gracias. Discreción, más que nunca.

Todos se marcharon, asintiendo de forma obediente y generando un suave silencio. De fondo se oía la clásica melodía del piano. En cuanto paramos frente a la mesa, miré la vista: un acuario gigante. Me quedé sin palabras.

—Lindo lugar —dije—. Parece ser el sitio que más frecuentas cuando requieres discreción.

—Es un lugar perfecto para hacer negocios.

—Y para traer a la última mujer que quisieras que vean contigo —añadí.

Levantó su ceja, me ofreció la silla, parándose detrás de mí y oliendo mi cabello en el proceso.

—¿Vino? —preguntó—. ¿Champagne?

—Vino —respondí.

—¿Blanco?

—Negro —susurré.

Entrecerró sus ojos.

—Que eso sea.

Levantó la mano y el garzón llegó hasta nosotros en menos de diez segundos.

—Un merlot. Tu mejor cepa. ¿Qué quieres cenar?

—Tú conoces el menú.

—Perfecto —susurró—. Los langostinos al ajillo.

—¿Para dos?

—Solo para ella. A mí tráeme mi café. Gracias.

Me quedé en silencio, contemplando su mandíbula recta y atractiva.

—¿Inapetente, senador?

—No es comida lo que quiero para saciarme —respondió, mirando por detrás de mi hombro.

No pude responder a aquellas palabras que en un segundo me provocaron un sonrojo de adrenalina, porque el garzón había llegado con la botella y la copa para mí.

—Gracias —dijimos al unísono.

Cuando el garzón iba a abrir la botella con solemnidad, Edward le hizo parar para hacerlo él, por lo que nos quedamos a solas nuevamente. Entre miradas nos comunicamos y luego bebí de la copa, dando un sorbo suave mientras me repasaban sus verdes ojos.

—Disfrute de la copa —susurró, contemplándome todavía—. Espero que le gusten los langostinos al ajillo, aunque no dudo que haya disfrutado de la buena mesa con anterioridad, especialmente… con mi padre.

Bajé la mirada y me llevé las manos a los muslos. No quería demostrarle que sus palabras carecían de toda lógica, porque Carlisle nunca me llevó a restaurantes caros, menos como un romance. En realidad, cuando él y yo estábamos juntos, como un padre y una hija, era en mis lugares favoritos.

"Carlisle miraba el pequeño restaurante de pizzas familiar que se escondía en un barrio tranquilo de la ciudad.

¿Así que aquí te gusta? —inquirió con una sonrisa paternal.

Asentí.

Creí que te gustaría ir al restaurante del hotel.

Me reí.

Es una tentadora oferta, pero me siento más cómoda aquí —afirmé, suspirando de tranquilidad—. ¡Vamos, señor Cullen!

Él se acercó con una sonrisa y nos adentramos, viendo la sencilla decoración de un restaurante digno de una persona normal como yo. Carlisle se veía algo fuera de lugar, tan elegante e importante.

Sonreí.

Todo sea para darte un gran cumpleaños. —Me palpó el hombro y luego me sonrió él—. Y no vuelvas a decirme señor Cullen. Te he dicho cientos de veces que soy Carlisle para ti.

Me sonrojé y asentí.

¿De verdad esto es lo que quieres para tu cumpleaños? —inquirió, riéndose ante mi petición.

Sí. Solo quiero una pizza y volver a la tienda a la que venía con mis amigos.

Tomó mi mano con suavidad.

Pudiste pedirme lo que quisieras.

Ya sé —murmuré, encogiéndome de hombros—. Y esto es lo que quiero.

Miró mi vientre abombado y sus ojos brillaron de orgullo.

Entonces démosles una pizza extragrande a estos tres hambrientos —murmuró, levantando la mano para ordenar.

Me quedé observándolo, disfrutando de sus atenciones dulces y cariñosas. Me recordaba a papá… Lo adoraba como a uno. ¿No había algo mejor que disfrutar una pizza con él? Como dos personas normales, como tanto quería hacerlo con papá."

—No sabía que quería hablar de su padre, senador.

Enarcó una ceja y luego desvió la mirada a la copa, sosteniendo un brío duro en sus ojos.

—Es llamativo. A veces, pienso en lo que fuiste, su amante. Eso es algo que tú y yo sabemos —musitó.

«No. No fui su amante».

—Constantemente me pregunto qué hiciste. Padre era un hombre correcto, padre… —Entrecerró sus ojos mientras me miraba—. Ha logrado inmiscuirse muy bien en la familia, dando paso tras paso. Es una guerra fría sin precedente.

—Soy la última esposa de su padre —afirmé—. Él quiso que estuviera aquí, y si tengo que quitar del camino a su hijo mayor, lo haré.

Siguió entrecerrando sus ojos.

—Recuerde que no juego cuando se trata de mis propósitos, se lo dejé muy claro la última vez. No tengo reparos en hacer que todos sepan sus oscuros secretos, senador. Quiero estar en su proyecto, cueste lo que cueste.

Su seriedad gélida intimidaba, pero no me dejé amedrentar.

—¿Por qué? —dijo entre dientes, acercando su tronco al mío—. ¿Por qué quieres entrar a mi proyecto en el senado? ¿Qué buscas?

Tragué.

—Eso nunca se lo diré. Voy a entrar o de lo contrario perderá su fachada para el país. No estoy jugando, Edward Cullen, pondré en juego todo lo que tengo como la viuda de su padre para conseguir ese propósito. Ya puse mis cartas sobre la mesa, usted decide.

Se quedó en silencio, devorándome con rabia y algo más en sus ojos.

—Tenga cuidado conmigo, señorita Swan. Está entrando en un terreno difícil para usted. No dejaré que la viuda y ex amante de mi padre interrumpa el flujo de las cosas para mi familia, y menos aún, que se atreva a quitarme mi poder en todo lo que me pertenece.

Sentí una sensación dura en mi espina dorsal.

—¿Planea hacerme daño? —inquirí.

Me contempló a los ojos, mostrándome un brillo diferente en sus ojos.

Iba a responder, pero nos interrumpieron con el platillo y el café de Edward. El olor de los langostinos al ajillo era fascinante.

—Gracias —susurré, sin saber cómo comenzar el primer bocado.

—¿Algún problema con la comida? —me preguntó él, sosteniendo la taza de café cerca de sus preciosos labios.

—Gracias por el platillo, senador.

Me miraba a los ojos.

—Es mi disculpa por el momento pasado… y un agradecimiento por lo que hizo por mi hermana. —Tragó, algo incómodo con el rumbo de la conversación—. Ahora coma —ordenó, poniendo su dedo índice sobre la mesa.

Francamente, los langostinos estaban fabulosos, pero odiaba que fuera tan mandón. De no haber sido por el hambre que sentía, le habría lanzado el plato a la cabeza.

A medida que me llevaba un bocado a los labios, su mirada se intensificaba, provocándome cierta ansiedad, una demente y vivaz. Él ya se había bebido el café con esmero, sin azúcar y bastante cargado, sin despegar sus ojos de los míos. En una oportunidad, fue él quien me dio a beber otra copa, entregándomela hasta que sus dedos chocaron con los míos. Quería sentirlo sin sus guantes.

—¿Espera que me emborrache? —inquirí, levantando una ceja.

Una sonrisa suave se dibujó en su rostro.

—No creo que otra copa haga estragos en usted.

Bajé la atención al platillo.

—No soy una persona con mucha tolerancia para el alcohol, cuando salía con mis amigos era la primera en… emborracharme. —Me callé, dándome cuenta de que estaba abriéndome con el hombre que no debía, por muy pequeña que fuera la anécdota propia de mi vida.

—Así que la primera —susurró, mirándome interesado—. ¿Eso fue hace poco?

Lo miré sin entender.

—Una salida de amigos propia de tu edad, ¿no? Sigues siendo… demasiado joven.

Asentí, mordiéndome la mejilla interna.

—Tengo veinte, senador Cullen.

Continuó entrecerrando sus ojos delante de mí, como si analizara cada aspecto que veía.

—Demasiado joven. Deberías estar haciendo cosas… que se hacen a tu edad —terminó murmurando.

Volví a mirar hacia otro lado, intentando dejar atrás sus palabras, las mismas con las que concordaba.

—No todos vivimos vidas de lujo y las que queremos como usted —dije.

Se quedó un momento en silencio, por lo que lo busqué.

—Si crees que he vivido una vida así siempre, estás muy equivocada. —Su voz sonaba muy ronca—. Podría darte muchos argumentos para asegurarte de que a tu edad no era… lo que tanto soñaba ser.

Tragué.

—¿Por qué? —inquirí con la garganta apretada. Había dolor en sus ojos, uno que me calaba tan hondo como navajas en mi pecho.

Continuábamos mirándonos, explotándonos a nosotros mismos a través de esa conexión tan difícil de romper.

—Solo… No fui joven. Tú tienes oportunidad de serlo alejándote de todo esto.

Sonreí, decepcionada de imaginar que lo que decía podía tener otro rumbo que no fuera el beneficio propio.

—¿De verdad? Una gran oportunidad de decirlo, ¿no crees? Apelar al sentimentalismo para hacer que me aleje de esto.

Él se mantenía muy serio.

—Estoy diciendo la verdad, Isabella.

Dejé de contemplarlo, negada a dejarme llevar por las palabras de un hombre que, además de ser tan guapo, tenía una de las profesiones más caracterizadas por ser la meca de la mentira y la falsedad.

En ese momento recibí un mensaje de Jasper, por lo que sonreí enseguida. Edward se mantuvo en silencio, con su mirada penetrante en mí.

"Creo que ya es demasiado tarde para pedirte que vayas conmigo a algún lado a disfrutar, ¿o no?

Hazme saber si vendrás conmigo.

Me encantaría estar con mi mejor amiga.

Besos

Jasper."

—Su asistente, ¿no? —Alzó la voz, manteniéndose tenso en su silla.

—¿Tengo que responderle? Porque felizmente le puedo decir que sí, que planeo salir con él ahora. ¿Tiene algún problema con ello?

—Puede hacer lo que quiera. —Subió la mano para que retiraran los platos—. Es libre.

Una vez que estuvimos listos, él arrastró la silla para que pudiera levantarme, por lo que nos encontramos irremediablemente cerca.

—Aunque, terminar la noche con una copa más no parece mala idea, ¿no cree?

Tragué y lo miré, sintiendo su respiración.

—¿No debe manejar?

—Romperé la ley.

—Estoy comenzando a creer que solo actúa como un pequeño egoísta.

—Está en lo correcto. Aunque quitar a ese tipo de en medio, me hace sentir mucho placer.

—Parece muy seguro de sí mismo.

—Solo estoy seguro de que la quiero un momento más… solo para mí.

Iba a responder, pero me ofreció su mano enguantada, a la espera de que la tomara para llevarme a un nuevo infierno lleno de locura. La tomé, sabiendo que iba a arrepentirme de ser tan tonta, guiada por el deseo y la sola idea de mirarlo un poco más, aunque fuera un bastardo desagradable. Me llevó por la salida, desde donde todos bajaron la cabeza en señal de un inmenso respeto. Cuando me dirigió hasta la entrada del elegante y caro hotel, comprendí que este debía ser el lugar al que él se dirigía cuando necesitaba trabajar, hacerlo de verdad, con personas importantes como lo era Edward también. Todo tenía una decoración digna de él, intachable, con el arte renacentista, greco y romano en diferentes puntos, mezclándose ante su diferencia, pero su hermosura concordante. Dios, los colores eran deliciosos y la belleza del arte una expresión difícil de dejar de mirar. En el centro del vestíbulo, había una figura de Hades con Perséfone entre sus brazos; se abrazaban mientras se contemplaban, uno con la oscuridad de su inframundo, y la otra con la delicadeza de la luz en sus hombros. Era tan… precioso.

—Bienvenida a mi hotel —susurró, poniendo sus manos en mis hombros, justo detrás de mí.

—¿Tu…?

—Soy accionista mayoritario. No es algo que se deba decir, especialmente cuando desempeñas cargos como el mío —musitó, rozándome con su aliento—. Es una reliquia.

¿Me había traído aquí? ¿Por qué? Parecía algo tan propio de él, tan suyo… Estaba confiándome un sitio que gritaba su identidad.

—Aquella escultura es una reliquia, hecha por el maravilloso italiano Goetha. Lo compré en una subasta, en Roma, años atrás.

Tocó la piedra con sus manos enguantadas y me miró, esperando que lo siguiera. Aguantarme era un sacrilegio, por lo que fui hacia allá de inmediato, llevando mi mano muy cerca de la suya.

—Representa muchas cosas, Isabella. Sé que Perséfone buscaba destruir a Hades por lo que significaba y lo que ocasionaba en su vida… Y Hades odiaba lo que podía sentir teniéndola.

Tragué, con mi labio inferior temblando ante sus palabras.

—Señor —murmuró una mujer. Era la recepcionista. Estaba vestida de manera excesivamente elegante—. Qué alegría verlo.

—Buenas noches, Teresa. Me gustaría el cuarto de reuniones.

—Claro, señor. Sabe que siempre estará disponible para usted.

Continué mirando la decoración, ignorando a los usuarios del lugar. Estaba fascinada con la hermosura del lugar, me llenaba de muchas sensaciones a la vez, desde la excitación a la emoción. Por un momento, me quedé prendada de otro de los cuadros más grandes del vestíbulo principal, sin darme cuenta de que él estaba cerca.

—¿Viene a por la última copa de la noche? —inquirió.

Lo miré por sobre el hombro.

—Acepto la última medida para que lo disculpe, señor Cullen.

Sonrió con suavidad.

—Pues que así sea.

El salón privado tenía cuero rojo en las paredes y el suelo de madera de ébano relucía ante su pulcritud. Había sofás borgoña, una barra especialmente diseñada para soportar cientos de botellas del más fino alcohol de diferentes tipos, con soportes de cristal y luces sutiles en cada rincón. Las esculturas seguían siendo parte de la decoración, solo que estas parecían ser más oscuras, viles y… eróticas.

—Imagino que no le molesta que le acompañe con una copa —musitó.

Suspiré, sintiendo sus pasos cerca mientras escuchaba un suave jazz sensual de fondo.

—Creí que quería mantenerse sobrio —susurré.

—Llamaré al chofer.

Me giré, encontrándolo de frente, con su nariz muy cerca de la mía.

—¿Acepta?

Asentí, mirando sus labios esta vez.

—¿Vino?

—Sí. Quiero continuar con el vino.

—Póngase cómoda.

Ponerme cómoda con él en un lugar como este era difícil. Estaba tensa, a ratos con las piernas juntas ante la desesperación. Pero me senté en el amplio sofá, uno inmensamente largo, espacioso y blando. El cuero se pegaba a la piel de mi espalda y a mis piernas descubiertas, era frío y relajante. Puse mis manos apoyadas en él y descansé la espalda, mirándolo quitarse la parte superior de su traje para quedar solo con camisa… muy pegada a su anatomía.

—Esta vez creo que podemos probar un Carmenere. Más suave y dulce, ¿no cree?

No podía responder, solo lo miraba a él con esas paredes de cuero rojo furia detrás de él. Me sentía en el infierno, ahora de una forma tan literal que comencé a excitarme de solo imaginarme mil cosas a la vez… siempre, siempre con él, maldita sea.

—Este es uno de mis favoritos —musitó—. De los mejores viñedos del mundo.

Me tendió una copa de cristal muy grande, parado delante de mí mientras veía la tira de mi vestido cayendo por mi hombro.

—Gracias —respondí, tomándola del fuste.

—Pruebe —instó, entrecerrando sus ojos.

Cuando lo hice, vi cómo sus pupilas se agrandaban y el color de su iris se oscurecía.

—Riquísimo, ¿no?

Podía responder que sí, que el vino me parecía maravilloso, pero teniéndolo a él, solo quería acercarme y respirarlo, sentirlo… y degustarlo.

—Es fantástico —murmuré.

—Quiero mostrarle mis pinturas. —Me enseñó su mano enguantada—. ¿Viene conmigo? Sé que valora cada pieza cuando las ve.

Tragué y asentí.

—Lléveme.

Tomé su mano y él tiró de mí, sofocándome con su aroma tan varonil. Me condujo hasta las paredes más cercanas, donde un cuadro a gran escala abarcaba todo el sitio. Era increíblemente sugerente, con un desnudo sobrio, bellísimo y digno del arte que parecía gustarle con tanta intensidad.

—Mariá Fortuny: La Odalisca —susurró, pasando su mano por mi brazo. No pude concentrarme y cerré los ojos—. ¿Ves la belleza de ella? Parece… celestial. No suelen gustarme los cuadros con esclavas, pero esta es diferente, ¿no crees? Muestra su mano en señal de querer al hombre que la espera. He ahí la belleza del erotismo, las caricias consensuadas y la aprobación ante el deseo. Ella lo quiere, lo espera…

Suspiré, aceptando que él tenía razón. Parecía un cuadro diferente ante la mano de la mujer, a la espera de que le hicieran el amor.

—Estas son mis favoritas del lugar. Fue un regalo, original y transgresor. Ven conmigo —señaló, tomando mi mano con suavidad.

Había un pasillo francamente… divino. Había luces neón, por lo que el suelo negro brillaba ante el reflejo de los colores. En las paredes colgaban cuadros inmensos, seriados en diferentes posiciones sexuales preciosas.

—No hay nada más hermoso que disfrutar de la corporeidad de dos seres unidos —susurró, invitándome a seguirlo.

Mis tacones sonaban con cada paso que daba. Había un silencio intenso a nuestro alrededor.

—Abandonarnos a los instintos primitivos —murmuré.

Se giró a mirarme con los ojos entornados.

—Es lo mismo que pienso.

Dejé ir mi aliento al contemplar las artes eróticas de color neón que acompañaban el lugar. Todo era colores en una sinergia absoluta de deseo, carnal y desesperado. El placer femenino era el centro de la temática. No podía dejar de mirarlos, incluso con el sonrojo que me provocaban.

Ah… Eran brillantes.

—¿Qué te han parecido? —inquirió, caminando hacia mí.

—Son perfectas —murmuré.

Sus ojos brillaron.

—¿De verdad lo crees?

Asentí, suspirando ante la dificultad que tenía de guardarme más calificativos que pudieran demostrar la fascinación que me provocaban.

—Sabía que ibas a valorarlo.

—¿Por qué?

Se quedó en silencio, incapaz de responderme.

Me llevó hasta los sofás, donde había más cuadros del mismo estilo colgando de las paredes. Bebí de mi copa, disfrutando de la visual, condenándome una vez más a algo que no podía dejar ir ni evitar, era catastrófico y huir una idea que no toleraba.

—¿Por qué me ha traído hasta aquí? —susurré, presa de las dudas.

—No lo sé. —Fue franco—. Pero no he podido evitarlo. Hay cosas que hago contigo que no puedo evitar.

—¿Qué?

Botó el aire, manteniéndose en silencio.

—Eres tan difícil, Edward Cullen —musité, viendo el recorrido de sus ojos en mi piel—. Quieres destruirme y me traes aquí. ¿Debo temerte?

Tragó y pasó sus dedos por mi piel, robándome un suspiro.

—Puedo hacerte la misma pregunta, Isabella. Aunque no lo creas, eres la mujer más compleja que he conocido en mi puta vida. —Tomó mi mandíbula con su mano amplia y me respiró en la quijada—. No olvides que eres la mujer de mi padre. —Respiró hondo—. Una prohibición. Mi enemiga.

—¿Entonces…?

—No me preguntes por qué te busco y tú lo haces conmigo, sé que ninguno tendrá una respuesta clara y que… aunque lo queramos, es imposible dar un paso atrás. Dime, ¿cuándo será suficiente?

Arqueé las cejas.

—Nunca.

—Nunca —repitió.

Puso su dedo pulgar entre mis labios y yo cerré mis ojos, mordiendo la punta para quitarle el guante. Cuando su mano quedó desnuda, su caricia en mi mejilla fue sublime. Edward besó mi garganta y subió hasta mis labios, donde lo recibí sin medir respuesta. Devorarnos con nuestras lenguas desatando sus caricias fue solo el inicio.

—En algún momento esto debe terminar —afirmó, mirándome a los ojos.

—Lo sé. Debe terminar.

Pero no dejábamos de acariciarnos. ¿Cómo? No había una forma. Era inconcebible.

—Voy a devorarte, Isabella, no querrás volver a la tierra desde aquí, en el averno, donde tienes tu lugar —me susurró, dejándome caer en el sofá.

—Tal como Hades —gemí, sintiendo su cuerpo entre el mío.

Subió mi vestido, tomando mis muslos con mucha fuerza. Sentí su aliento en mi vientre y luego sus labios besando mi piel, bajando con lentitud por la tira de mi tanga y luego tirando de ella con sus dientes.

—Te gusta el infierno.

—Desde que te conocí —respondí con franqueza.

Edward acabó chupando la tela de mi ropa interior, por lo que solo pude gritar de desesperación.

—Aquí puedes gritar todo lo que quieras, solo tú y yo vamos a escucharnos.

Finalmente, tiró de la ropa y la bajó hasta quitármela. Cuando acabé desnuda desde la cintura hacia abajo, me abrió las piernas y mordió mis labios externos, haciendo que me arqueara.

—Siempre sabes tan bien, Isabella.

Mis ojos comenzaron a lloriquear cuando su dedo curioso buscó un punto muy prohibido de mí, subiendo luego a mi entrada, saboreando mi humedad.

—Podría probarte siempre y no me cansaría —añadió, para luego devorarme el clítoris con su boca.

Acabé gritando mientras le abrazaba la cabeza con mis piernas, mirando al techo con las ganas inmundas de correrme en su cara. Cuando buscaba acariciarlo, él siempre me quitaba las manos, por lo que esta vez quería que todo fluyera, evitando sus cabellos por más que quería disfrutar de ellos mientras me comía de la manera en la que lo hacía. A ratos sentía cómo me penetraba con su lengua, llevándome a una cúspide muy difícil de explicar. El movimiento de aquel pequeño músculo, tan mojado, blando y divino, buscaba cada terminación nerviosa que me pertenecía hasta hacerla suya. Finalmente, cuando la succión fue insoportable, se alejó.

—¿Por qué haces eso? —gimoteé.

No respondió, simplemente tomó mi mano y me hizo acomodarme en el respaldo del sofá, de frente a la pared donde varios cuadros nos daban la bienvenida a continuar.

—Disfruta todo lo que quieras. No sabes cómo me gusta sentir que te corres en mi boca —me dijo al oído.

Buscó el cierre de mi vestido y lo bajó de forma lenta hasta que pudo quitármelo. No llevaba sujetador, así que me quedé desnuda para él.

—Eres una pieza de arte más para mí, aunque no lo creas.

Iba a preguntar por qué, pero una gota de vino me cayó por la espalda baja hasta llegar a mis nalgas y mi sexo.

—Edward —gemí.

—Dos cosas maravillosas, tú y el vino, ¿por qué no combinarlas? Sujétate de las cadenas.

No supe a qué se refería hasta que vi la decoración de cadenas que había en las paredes. Lo hice de manera obediente, elevando mis nalgas para él. Las apretó hasta sacarme otro grito y luego me nalgueó para marcarme, por lo que supliqué más.

—Estás muy húmeda, Isabella. Y tu piel es tan perfecta. Quiero marcarte.

No pude responder. Edward había dejado caer su palma en mi trasero, levantándome en el intento.

—De la misma manera en la que dejaste tus huellas en mí.

Sonreí entre gemidos, mientras él volvía a dejar caer su mano, nalgueándome con furia y deseo, apretándome con lujuria.

—Pero cómo negarme a lo mucho que me gusta esto —ronroneó, para luego meter su boca entre mis nalgas, lamiendo todo el vino entre ellas.

Arqueé las cejas y dejé caer el rostro en el respaldo del sofá, agarrada de las cadenas con desesperación. Edward continuó dejando caer más vino, haciéndome su manjar, su postre y su comida. Su boca caliente succionaba todo de mí, desde los lugares más recónditos de mi cuerpo, lamiendo el vino y mi humedad, abriendo mis nalgas para él y luego dejando caer su lengua en ese espacio prohibido que no imaginaba que tuviera tantos nervios para estimular.

—Oh, Dios, Edward —me lamenté, sonrojada por el tabú y estimulada por su boca.

—Nunca sientas vergüenza —me dijo al oído—. Todo de ti me fascina. Todo.

No pude ahondar en esas palabras, por más que quisiera, pues su boca me estaba desestabilizando. Cuando dos dedos entraron en mí, quise lloriquear, aunada a las sensaciones maravillosas que me hacía sentir. Iba a volverme loca. Presionó el hueso de mi pelvis, robándome otro grito, y continuó lamiendo mientras sus manos hacían más maravillas, las mismas que continuaban haciéndome llorar, desgarrándome y haciéndome inmensamente dichosa. Cuando ya no pude más, dejé escapar un grito y un alarido, desatando mi orgasmo de una manera vil y enloquecedora. Me corrí en su cara, llenándolo de mis fluidos, mismos que no sabía que podían ocasionar una bomba de tal calibre. Mi humedad caía por mis piernas, caliente y feroz, mis piernas temblaban con el rostro de Edward aún entre ellas, sofocándose de mí.

Me sentía tan feliz. Mi corazón se sentía más grande y desesperado, desestabilizado y cansado, pero dichoso. Estaba en una cúspide difícil de explicar.

—Mírame —ordenó, tomándome la mandíbula desde atrás, ladeando mi rostro para que hiciera lo que le pedía.

Tenía mi culo pegado a él, haciéndome sentir su erección.

—Edward —gimoteé, presa de sus caricias en mis pezones. En cuanto comenzó a estimularlos y a apretarlos, mi cuerpo volvió a reaccionar.

—Qué maravilloso es tu cuerpo, ¿no crees? Nunca estará satisfecho…

—De ti —acabé por él.

Nos miramos y volvimos a besarnos, presos del deseo carnal y la necesidad de otra unión apoteósica entre ambos.

Odi et amo —me dijo al oído—. Intentémoslo, nunca podremos dejar esto atrás. Es un hecho.

Se alejó, por lo que me di la vuelta para mirar. Él se fue quitando la ropa delante de mí, soberbio de su hermosura, vasto y con soltura. Miré, queriendo tocarlo, pero Edward tomó mi barbilla, esta vez con mucha suavidad, y me llevó a su boca, desde donde solo pude cerrar mis ojos y dejarme llevar por sus deliciosos besos.

Odi et amo —repetí, pasando mis manos por su pecho y luego su abdomen.

Creí que iba a huir de mis caricias, pero me lo permitió, disfrutando de ellas. Sonreí, deseosa de continuar y tan rápido como pude lo hice, tocando sus músculos duros y la amplitud de ellos con la fascinación impuesta en cada uno de mis gestos. Dejé de besarlo para hacerlo en aquel lugar, primero su cuello y luego su tórax, guiada por sus pequeños tatuajes sin significado claro. Edward estaba tenso, pero excitado, gruñendo y tocándome con desesperación. Lamí su abdomen, mirando esos verdes ojos mientras me agachaba delante de él, haciendo algo que nunca había probado antes. Finalmente, cuando estuve frente a su miembro, respiré hondo y sonreí, queriéndolo.

—Isabella —susurró con la respiración agitada.

—Es primera vez…

No continué. Estaba avergonzada de asumirlo.

—Primera vez —musitó.

—Quiero hacerlo. Enséñame.

Lo tomé con suavidad, acariciando con generosidad. Estaba caliente y palpitaba, entre mis dedos sentía la humedad natural y la dureza.

—Déjate llevar —dijo.

Apreté mi mano en torno a él y continué acariciando, esta vez de arriba hacia abajo, ejerciendo mi fuerza con generosidad. Edward me veía hacerlo con los ojos entornados y muy brillantes, concentrado en mis movimientos. Disfruté de la punta con mi pulgar y luego en los testículos, tirando con suavidad de ellos. Entonces, un gruñido más gutural salió de sus labios.

—Isabella —volvió a decir.

—¿Quieres que continúe?

Asintió y me acarició la mejilla con su pulgar, otro gesto innato que me caló muy hondo.

Respiré profundo y me lamí los labios, para entonces llevarme la primera porción a la boca, lamiendo el comienzo y luego sujetándolo hasta que chocara en mi mejilla. Edward echó la cabeza hacia atrás y suspiró, preso del placer, por lo que continué, guiada por mis instintos, disfrutando de su sabor, el cual se había convertido en mi favorito. Puse la punta contra la parte trasera de mi lengua y succioné, esta vez con más fuerza, ahogándome en él hasta que su gruñido fue impensado, alto y desesperado.

—Mierda, Isabella —exclamó, hundiendo sus dedos en mi cabello.

Le sonreí en medio de mis lamidas, sintiendo el acúmulo de mi saliva en mi boca y las lágrimas en mis ojos. Edward me contemplaba, mostrándome su intimidad, pero también la fascinación que tenía de verme hacer esto. Su miembro se sentía tan suave y duro a la vez, a pesar de lo que me costaba mantenerlo dentro y la sensación de ahogo que me producía al no coordinar correctamente el ritmo de mi respiración, para mí era placentero, íntimo y fascinante. A medida que continuaba, veía sus músculos más hinchados, al igual que sus venas, dispuesto a explotar. Sin embargo, antes de que pudiera dejarse llevar por el orgasmo, Edward me hizo parar con sus dedos aún en mi cabello. Él respiraba de forma agónica y el sudor comenzaba a crear perlas en su piel.

—Esa boca —ronroneó, juntando su nariz con la mía.

—Quiero ocuparla contigo —respondí.

Me besó, metiendo su lengua en mí. Pero antes de que pudiera pensar de forma correcta, él me dio la vuelta, llevándome otra vez al sofá para levantarme las nalgas.

—Quieta, Isabella —susurró, tirando de mis cabellos.

En menos de un segundo me penetró hasta el fondo, todo su cuerpo chocó con el mío y un sonido delicioso resonó en toda la habitación. Él acabó agarrándome las nalgas con los dedos de su mano derecha, mientras que con la otra continuaba en mis cabellos, teniendo acceso a mi cuello.

—Edward —supliqué.

Se quedaba unos segundos dentro y luego se alejaba, para penetrarme con más fuerza de la que era posible. Me sentía desorbitada entre sus brazos, sin saber de dónde aferrarme para no desfallecer, pero a la vez sintiéndome segura entre sus brazos. No había manera alguna de calmarme, no con su manera de cogerme.

—El infierno es el mejor si es contigo, Isabella —dijo en mi oído, arqueándome de dolor y de placer.

—Pero es tuyo —susurré.

—Por esa misma razón lo digo —añadió.

Dejé caer mi cabeza en su pecho y nos acabamos besando una vez más, mientras mi cuerpo llegaba a esa cúspide necesaria y explosiva. Cuando Edward llevó dos dedos más a la búsqueda de placer, hundiéndose junto a su miembro, apretando mi pelvis y ocasionando que mis fluidos cayeran por mis piernas, mojando todo a su paso. Mis ojos lloraban y sentía que no había grito ni gemido suficiente para todas las sensaciones que sentía a la vez. Estaba lánguida, en un espacio temporal distinto, sumida en un lugar lleno de paz y placer, incapaz de detallar a cabalidad. Cuando Edward llegó junto a mí, sentí su calor dentro de mí y luego cómo acababa en mi espalda, llenándome de su simiente caliente.

Me respiraba en el cuello al igual que yo, alterado y sofocado. Yo estaba temblorosa y no sabía qué hacer más que respirar. Cuando se separó por completo y se dejó caer al sofá, también lo hice, sintiéndome extraña entre sus brazos. Nos miramos por varios segundos, interactuando de esa forma porque las palabras nunca eran fáciles cuando terminábamos… esto. Él tragó, subiendo su mano por mi muslo, luego mi cintura y finalmente mi mejilla, la que otra vez no tocó, apretando la mano, como si se lo prohibiera.

—Iré al baño. No tardaré —señaló, frunciendo el ceño en medio de sus palabras.

Asentí, temerosa por la soltura con la que mi corazón suplicaba una caricia suya.

Cuando estuve a solas, otra vez me sentí muy tonta por el rumbo que tomaba mi cabeza, pero ahora mucho más, porque se estaba uniendo el latir de mi corazón. En el momento en que esto ocurría, mi mente se nublaba y lo olvidaba todo. Qué táctica tan infalible, ¿no?

—Hiciste una promesa, Isabella —murmuré con los ojos llorosos—. Por favor, hazla. Él… Él no es un chico, no es el que te encontrarás en una fiesta o conoces con tus amigos, él es… él es…

No pude continuar. Tenía la garganta muy apretada.

Miré mi ropa y luego de limpiarme corrí a ponérmela, queriendo salir de aquí porque verlo era un martirio, sí, lo era, porque sabía que íbamos a continuar destruyéndonos. Cuando estuve lista, no miré a la puerta, solo me alejé a paso rápido, huyendo de cada cosa que Edward me provocaba.

Ya se había hecho de noche, por lo que continué mi camino bajo el alero de las luces y la dificultad del resto para conocerme. Busqué mi móvil para llamar al chofer, pero no lo encontraba.

—Mierda —susurré.

Antes de que pudiera pensar en dónde lo había dejado, sentí el sonido de un coche cercano. Creí que podría ser alguien conocido, pero cuando vi uno negro, distinto a cualquiera que haya visto antes, supe que las cosas no iban tan bien. Quise eludirlos, metiéndome en otra calle, pensando que podría ser un error o algún periodista inescrupuloso, pero nadie salía del coche para llamar mi atención, este seguía su camino, guiado por cada uno de mis pasos. Mi corazón latía deprisa, estaba asustada porque dentro del coche había alguien que quería dar conmigo a como diera lugar, ¿la razón?, no la sabía y me aterraba siquiera pensarla.

Me metí a la última calle, buscando la forma de perderlos, pero solo me encontré con un rincón más oscuro y el coche hallándome de frente, con una ventana medio abierta y un arma apuntándome directamente en el pecho.


Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia. Aunque estoy saliendo de una segunda guardia nocturna en el hospital, quería darles más del Bastardo. ¿Qué piensan de lo que está sucediendo con Edward y Bella? Las cosas parecen fluir de una manera oscura, pero apasionada, deliciosa e intensa, Edward está abriendo cada parte de él, así como Bella también lo está haciendo. ¿Qué piensan de aquel coche desconocido que apunta a Bella? ¿Quiénes son? ¿Qué daño le harán? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Gracias Karla Ragnard y a todo mi hermoso equipo de amigas super especiales, ¡son las mejores!

Agradezco los comentarios de Darknesssorceress18, EloRicardes, C-aria-blue, Iku cSwan, dan-lp, Aidee Bells, Gibel, Sther Evans, Diana Sabate, nydiac10, camilitha cullen, lolitanabo, LizMaratzza, roxy morales, claribelcabrera585, Andre22-twi, jroblesgaravito96, Amaya cullen, Bobby Nat, Brenda naser, AndreaSL, Pameva, Mar91, Jade HSos, magic love ice 123, Vanina Iliana, GabySS501, liduvina, Fernanda javiera, Dominic Muoz Leiva, cindycb20320, Flor Santana, Melany, PielKnela, Esal, somas, Damaris14, DiAnA FeR, Sully YM, Veronica, jupy, Claribel Cabrera, carlita16, dan-lp, Gan, AC, Brenda Cullenn, Rosana, sool21, lolitanabo, NoeLiia, kathlenayala, valentinadelafuente, Markeniris, jackierys, llucena928, Kriss21, Masen Emerson, ari kimi, Valentina Paez, miriarvi23, gina101528, lunadragneel15, Cris, Smedina, ale-dani, Fallen Dark Angel 07, ELIZABETH, LicetSalvatore, lovelyfaith, Olga Javier Hdez, LuAnKa, joabruno, ariyasy, viridianahernandez1656, Salve-el-atun, barbya95, Nati98, Ruth Lezcano, ELLIana11, lunadragneel15, almacullenmasen, Julie Haviva, ConiLizzy, Owjuliette, diana0426a, Bitah, Coni, Elmi, valem00, SeguidoradeChile, Belli swan dwyer, Jeli, JMMA, Alejandra Va, Kamile Pattz-Cullen, SaraGVergara, Tereyasha Mooz, beakis, bbluelilas, Noriitha, esme575, NarMaVeg, Veronica, Michistgi, Adrianacarrera, Adrianacarrera, Gabs Frape, Valevalverde57, BellsCullen8, Elizabeth Marie Cullen, Naara Selene, catableu, Ceci Machin, Adriu, cavendano13, Vanina, Rero96, luisita, patymdn, Lore562, Ana, Eli mMsen, twilightter, Ady denice, Ana karina, Bell Cullen Hall, maribel hernandez cullen, Liz Vidal, Maria Ds, Anita4261, Vero Morales, MariaL8, BreezeCullenSwan, CCar, Freedom2604, Mime Herondale, Sandoval Violeta, MakarenaL, Santa, Jocelyn, LOQUIBELL, ale173, Liliana Macias, Diana, miop, johanna22, Isis Janet, rjnavajas, natuchis2011b, Poppy, rosycanul10, saraipineda44, Tata XOXO, KRISS95, esme575, krisr0405, AnabellaCS, Elizabethpm, Pancardo, calia19, Ivette marmolejo, Nadsanwi, Angie, DanitLuna, stella mino, CelyJoe, Majo, alyssag19, dana masen cullen, LadyRedScarlet, Toy Princes, Pam Malfoy Black, sollpz1305, Yoliki, Paliia Love, SeguidoradeChile, CazaDragones y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus palabras, su entusiasmo y su apoyo, de verdad muchas gracias

Recuerden que quienes dejen su review recibirán un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben dejar su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá

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Cariños para todas

Baisers!