Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


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Capítulo 16:

Brazos prohibidos

"Me dije a mí misma que esto no significaba nada

Pero lo que tenemos, ¿realmente no me atrapó?

Pero cuando no estás ahí, me desmorono

Me digo a mí misma que esto no significa nada

Pero siento que me muero hasta que siento tus caricias

(…) Pero cada vez que estás ahí, te ruego que te quedes

Cuando te acercas solo tiemblo

(…) Tus besos me queman la piel

Solo el amor puede doler así…"

Mis rodillas iban a ceder ante los temblores. No había lágrimas en mis ojos, el miedo me tenía paralizada.

Solo veía el cañón a metros de lejanía. Iba a dispararme.

«¡Corre!».

Sabía que debía hacerlo, que tenía que correr o esa persona iba a matarme, pero estaba perpleja en mi posición, mirando una y otra vez el cañón del arma. Estaba cerca, realmente podía matarme e iba a hacerlo sin remedio.

Cerré mis ojos, preparada para la primera acción, correr o esperar que me disparara, completamente sola, sin posibilidad de gritar y traer conmigo una desgracia mucho más rápida.

En medio de aquel momento, otro coche se interpuso entre el atacante y yo, sacándome un grito desesperado. Creí que se trataba de alguien más capaz de hacerme daño, pero cuando vi que salía Edward de él, dispuesto a acercarse a ellos con los guardaespaldas que venían en otro auto, provocando que el coche extraño retrocediera al verse intimidado por la presencia de ellos, dejé de respirar. El senador dio dos pasos al frente, como si no le importara acabar herido, lo que ocasionó que el coche retrocediera de manera rápida.

—¡Vayan tras ellos! —gruñó furioso—. ¡No dejen que se escapen, maldita sea!

Los guardaespaldas siguieron su camino, persiguiéndolos, ocasionando que la noche se tornara silenciosa. Temblé, mirando el halo de soledad que me rodeaba, sintiéndome a la vez desecha por lo que había ocurrido.

Finalmente sentí ruido. Edward se giró a mirarme, respirando de forma desacompasada, contemplándome con los ojos muy abiertos. Estaba preocupado.

Nunca sentí tanto alivio de verlo y de saber que, a pesar de todo, él me había seguido.

—Isabella —exclamó, acercándose a paso rápido.

No supe qué decir. Estaba temblando y sentía un frío inmundo en la columna.

Él había llegado justo a tiempo, o de lo contrario me habrían asesinado en medio de un callejón… a oscuras y a solas. Edward me había salvado de un destino cruel y despiadado.

Miré sus ojos y vi agonía, una que no había dimensionado hasta ahora. Tenía las fosas nasales dilatadas mientras me contemplaba temblar.

—¡Te dije que debías tener cuidado de la noche, Isabella! —gruñó, explotando en furia y desesperación.

Dejé caer los hombros con el llanto en la garganta.

—¡Por poco te…!

Se calló cuando comencé a sollozar, sintiéndome irremediablemente insegura, intranquila y aterrada. Su cuerpo se relajó y me tomó las mejillas, mirándome siempre a la cara.

—¿Estás bien? —inquirió, suavizando su voz.

Contemplé sus ojos y mi llanto aumentó.

Sí, Edward me había salvado la vida. Él había llegado… a pesar de todo lo que significaba para ambos.

—Tranquila —susurró, hundiendo sus dedos en mi cabello.

No me contuve y lo abracé, olvidando quién era y lo que continuaba significando todo esto, simplemente me dejé llevar, poniendo mi rostro en su pecho mientras mis manos estaban en su cuello, aferrada a él como si fuera mi tabla salvavidas y el océano estuviera a punto de devorarme. Cerré mis ojos al envolverme de su olor y calor, los que me hacían sentir segura, más de lo que debían.

—¿Te alcanzaron a hacer algo? —volvió a preguntar.

Lo miré y negué, sollozando nuevamente, presa de una angustia que me costaba dimensionar.

—Nadie va a hacerte daño, te lo aseguro.

Noté que quiso limpiarme las lágrimas, pero se contuvo, tragando en el proceso y bajando la mirada a mis labios. Sabíamos la posición que habíamos tomado, pero ¿cómo separarnos? Estábamos magnéticos y eso me quemaba de una manera desesperante. ¿Qué persona en su sano juicio no se alejaba del fuego cuando este dolía?

Entonces me separé, pestañeando de incredulidad. Dios mío, había abrazado a Edward Cullen. ¿Por qué…? Lo miré y noté que fruncía el ceño y pestañeaba de la misma manera que yo.

—Vamos al coche —dijo finalmente, abriéndome la puerta para que entrara.

No lo pensé dos veces y lo hice, sintiendo que junto a él todo era más seguro. ¿No era irónico? Porque sí, sentía que junto al senador estaba libre del peligro, como cuando… sentí sus brazos.

Se sentó a mi lado y apretó el volante, mirando al frente por varios segundos hasta que sentí sus ojos en mi rostro, manteniendo la atención.

—Sentía que algo podía pasarte —musitó con lentitud, como si tanteara las palabras—. Por eso te busqué.

—Apareciste cuando más te necesitaba —respondí.

Me arrepentí en el segundo de lo que había dicho.

—¿Estás mejor? —inquirió.

Negué, sintiendo otro nudo en mi garganta. Edward apretó todavía más el volante, como si estuviera… desesperado.

La llegada de los guardaespaldas nos interrumpió, por lo que él salió del coche con rapidez y se acercó a ellos. Mientras, abrí la ventana, esperando escuchar algo.

—¿Lo encontraron? —inquirió entre dientes.

—No, señor. Escaparon.

Gruñó.

—¡¿Qué?! —espetó—. ¡¿Para esa mierda les pago?! ¡Pero qué carajos!

Los dos hombres agacharon la cabeza. Aunque eran imponentes, Edward lo era todavía más.

Me bajé y toqué su espalda para que no explotara, no me gustaba que lo hiciera. Él se giró para mirarme y el tormento en sus ojos aumentó, como si… recordara lo que estuvieron a punto de hacerme.

—Gracias —les dije a ambos guardaespaldas—. Al menos fueron tras el coche.

Edward relajó la expresión y asintió.

—Ve al coche —ordenó—. Te llevaré a un lugar seguro.

Asentí, abrazándome a mí misma.

Él se sentó a mi lado y los guardaespaldas se metieron a su coche, resguardándonos desde su lugar. Finalmente, el senador avanzó hacia la avenida, manteniendo un silencio sepulcral, uno de los que no me gustaban.

—Gracias también a ti, Edward —susurré, llamando su atención—. Me salvaste la vida.

Tragó.

—Solo hice lo que era correcto —respondió de forma queda.

Miré por la ventana.

—Y porque no podía contenerme al verte así —añadió, quitándome la respiración.

—Pues nuevamente, gracias.

Asintió.

—¿Está Serafín en tu departamento? —inquirió con el ceño fruncido.

Negué.

—Los viernes le permito que vaya a su casa. Se queda ahí hasta el sábado.

—Perfecto.

Aumentó la carrera y avanzó hasta el mismo camino que había tomado para dejar a su pequeño en la academia. No entendí qué estaba sucediendo hasta que hizo una llamada y le pidió a alguien que se acercara con los otros guardaespaldas y el pequeño hacia el coche. Cuando vi que desde el lugar aparecía una mujer de avanzada edad junto a Demian sujetando su violín, sostuve una sonrisa sincera.

—Pa… papá —tartamudeó, corriendo hacia él, que había salido del coche para recibirlo.

Vi cómo lo subió a sus brazos y se abrazaron. La imagen hizo que mi sonrisa fuera mucho más sincera, hasta el punto en el que mis entrañas se estremecieron.

Finalmente, cuando Demian me vio en el coche, abrió sus ojos de forma desmesurada y rio, viniendo a por mí.

—¡Ho…! ¡Hoda! —exclamó con entusiasmo.

Abrí la puerta para saludar, pero él me tomó por sorpresa al abrazarme. Sentir sus pequeños bracitos y su olor a bebé fue suficiente para que me hallara mejor, como si su sola presencia fuera sanadora a niveles difíciles de explicar.

—Hola —respondí con suavidad.

—Mi amiga —sostuvo, apretándome el cuello con sus brazos.

Me reí y luego miré a Edward, que nos observaba con atención. Me sentí intimidada.

—¿Dónde está Sam? —gruñó él, buscando al interpelado.

Cuando vi salir a un gigante de casi dos metros, vistiendo de negro con gafas oscuras, me sentí algo acorralada.

—Señor —respondió con una voz muy grave y profunda.

—Necesito que juntes a todo el equipo y dirijas mi camino a mi departamento. Hemos tenido un ataque grave. Contacta al detective Thompson. Ya —ordenó.

—Claro, señor.

El guardaespaldas se tocó la oreja y comenzó a hablar, alejándose lentamente. Mientras, Edward le pidió a la mujer que entrara al coche con su hijo. Cuando estos lo hacían, ella me miró de forma atenta, manteniendo una conexión que no supe explicar.

—Nos iremos a mi departamento mientras estés sola. No voy a dejar que entres al tuyo si no es en compañía de Serafín o cualquiera que esté contigo, ¿bien? —dijo de forma seria.

Asentí, mirando esa calidez que comenzaba a salir nuevamente de él.

—Llamaré a Serafín —murmuré.

Edward asintió e hizo andar el coche, manteniéndose en un estoico silencio.

Era un hombre tan difícil.

Comencé a buscar mi móvil, pero simplemente no lo encontré.

—Lo dejaste luego de huir del hotel —susurró, tendiéndomelo con sus manos enguantadas.

—Gracias —respondí, pasando por alto la palabra que había utilizado.

Estañé. —Escuchamos la voz de Demian, que parecía querer participar de la conversación.

—También yo, DeDe —respondió su papá.

DeDe… Qué lindo apodo.

—Mi amiga —le contó a la mujer mayor, que nos miraba interactuar con más atención que antes—. Mía.

No pude contenerme y alargué mi mano para cobijar sus mejillas redondas entre mis dedos. Cuando me devolví nuevamente a mi posición, vi a Edward contemplándome, como siempre.

Como tenía un nudo en la garganta, preferí enviarle un mensaje a Serafín antes que hablar con él, o acabaría sollozando ante todo lo que me había pasado en el día. Cuando cerraba mis ojos veía el cañón apuntándome y luego imaginaba que me disparaba y todos mis propósitos y mis deseos de ser libre se desvanecían como una torre de naipes, esparcidas con el viento, como las cenizas.

Me sentía tan sola y a la deriva desde que Edward había soltado mi abrazo. Tenía el corazón angustiado. Luego pensé en ello y negué para mí misma, evadiendo la preocupación que significaba para mí analizar esto.

Cuando llegamos hasta el departamento del senador, los coches de los guardaespaldas avanzaron por delante y por detrás, esparcidos de forma ordenada para blindarnos de todos a nuestro alrededor. Edward se bajó antes que todos, mirando a la rotonda antes de permitir que cualquiera de nosotros lo hiciera tras él. Sin embargo, un impulso rebelde me hizo seguirlo.

—Ve al coche —me ordenó con el ceño fruncido.

—No quiero aceptar más órdenes tuyas —espeté cruzada de brazos—. Dime, ¿sabes quién quiso atacarme?

Sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Qué?

Tragué.

—Tú eres la única persona que pudo querer hacerlo —concluí, sintiendo un fuerte dolor en las entrañas.

Pestañeó con la mandíbula tensa.

—¿Lo sabes? ¿Fuiste tú? —Mi voz se convirtió en un hilillo chillón.

Él no respondió, pues su teléfono comenzó a sonar. Cuando vio de quién se trataba, rápidamente respondió.

—Detective —exclamó, mirándome a la vez.

Parecía que meditaba cada una de mis palabras, mientras yo sentía el impulso de alejarme, con el llanto en la garganta, aterrada de imaginarme que él podía haber hecho todo esto.

—Sí, un ataque —respondía mientras continuaba contemplando mis gestos.

Por más que intentaba no verme débil frente a él, ya no podía contenerme más. Quería sentirme protegida, por única vez saber que mi existencia mundana era ordinaria y que nadie quería hacerme daño, no esta gente… que parecía tener el poder sobre todo este mundo. ¡Quería ser normal, carajo! Quería tener veinte años, lo suplicaba.

—No, no fui el atacado, fue la señorita Isabella Swan, la viuda de mi padre —seguía diciendo—. Sí, está bien, pero necesito resguardos, incluida a mi familia. Por supuesto, gracias por todo, detective.

Cuando cortó, fue él quien tragó.

—¿De verdad crees que fui yo? —preguntó, acercándose a mí.

Arqueé las cejas.

—¿Por qué no? Dijiste que eras capaz de hacerme daño, me odias.

Desvió la mirada con los ojos brillantes, pero tan pronto como emergió una expresión de humanidad, volvió a tornarse frío como el hielo.

—Puedes creer lo que quieras. Te pongo a disposición de mis hombres y mis influencias, así podrás estar a salvo.

Sentí tanta furia. Su manera de cambiar me generaba náuseas.

—Está bien —susurré—. Gracias. —Sonaba irónica.

—Señorita —dijo el guardaespaldas Félix, el único del que conocía su nombre—. Por favor, suba con nosotros.

Asentí, cansada de luchar contra la corriente.

Cuando avancé, sentí que Edward continuaba mirándome, pero lo ignoré, metiéndome al ascensor. A medida que este avanzaba, podía mirarme al espejo, comprobando el miedo en mis ojos, en ese afán del ser humano por recordarse el dolor que generaba el temor de perder la vida con tantos proyectos a futuro. Nunca creí que algo así podía sucederme, a pesar de todas las advertencias que recibí en mi vida. Jamás me levantaba creyendo que el peligro que me acechaba podía significar que alguien quisiera asesinarme.

Entonces, fue inevitable que me pusiera a llorar nuevamente, preguntándome por qué, a pesar de todo, seguía dando pasos hacia Edward, cuando él podía ser el principal gestor de… esto.

Los guardaespaldas no me dejaron entrar al departamento hasta que limpiaron el área, asegurándose de que todo estaba en orden. Una vez ahí, di unos pasos, sintiendo un frío que me calaba los huesos.

—Todo en orden, señor —exclamó Félix, sacándome un respingo.

—Gracias, Félix —respondió él con la voz ronca.

Me giré, mirando a sus verdes ojos.

¿Era capaz de hacerme daño realmente? ¿Edward… quería hacerme esto?

—Grace, hazle un té a Isabella, por favor —le ordenó a la mujer, quien venía con Demian.

—Por supuesto, señor.

Él había notado que había llorado de camino a su piso.

—Con permiso, señorita —añadió, agachando suavemente la cabeza.

Todos los guardaespaldas, que en total eran cerca de seis, estaban rodeando el perímetro del departamento. Vestían de negro y tenían un arma escondida dentro de sus chaquetas.

—Siéntate —me dijo, esta vez con más suavidad.

Lo hice, porque estaba sin fuerzas y no tenía ninguna otra manera de entrar en calor, al menos no si no era abrazándome desde las piernas.

—¿Tiste? —preguntó una suave vocecilla.

Al alzar la mirada y ver a Demian, sonreí con los ojos llorosos.

—¿Duele? —insistió, poniendo su manita en mi rodilla.

Era tan difícil contenerse cuando un cariño sincero te rodeaba.

—Solo… un poco —le respondí, cobijando su barbilla entre mis dedos.

Demian hizo lo mismo, pero poniendo sus palmas en mis mejillas. Me sentí tan bien con sus caricias, como si me invadiera de un profundo sentimiento de tranquilidad, cariño y ternura.

—Contigo me siento mucho mejor —añadí.

Ladeó su cabeza como un cachorro y fue hasta su mochila, que tenía forma de perro, buscando entre sus cosas de forma concentrada. Edward y yo nos volvimos a mirar, esta vez, como si nos preguntáramos qué planeaba el pequeño. Cuando finalmente encontró lo que buscaba, vino hacia mí, sosteniendo una galleta.

—Ti —exclamó.

—¿Un regalo para mí?

Asintió con una sonrisa.

—Oh, Demian.

Su dulce gesto hizo que realmente quisiera llorar. Era un pequeño tan hermoso, tan… divino. Me hacía extrañar de forma desquiciada a mi pequeña, la única que me quedaba y por quien quería luchar para encontrarla, aunque fuera lo último que hiciera.

Miré a Edward en esa oportunidad, recordando que él era su padre, quizá no biológico, pero ¿no lo había criado desde que era un bebé? Si Demian era tan dulce… el senador había hecho un buen trabajo.

—Gracias —dije finalmente, recibiéndola con gusto.

Cuando vi que la mujer llamada Grace me entregaba una taza de té, centré mi atención en ella. Al conectar miradas, noté que me contemplaba de forma intrigada, con más atención de la que debía.

—Gracias —volví a decir, enfocándome en el vapor del té.

Vi a Félix y a Sam caminando hacia Edward, que me continuaba contemplando de forma directa, pero con mayor suavidad.

—Área despejada, señor —dijo el último de los dos.

—Perfecto —respondió el aludido—. Pueden retirarse a resguardar la rotonda. Félix se quedará afuera de la puerta.

—Entendido, señor —respondieron al unísono.

—Lleva a Demian a darse un baño. Pronto debe irse a dormir —volvió a ordenar Edward, esta vez observando a la mujer.

Ella asintió y le pidió a Demian que se fuera con ella, sin embargo, antes de aceptar, él me dio un fuerte abrazo.

—Ten buenas noches —susurré, acariciando su cabello.

Se despidió de mí con un movimiento de su mano y se fue con el ama de llaves.

Finalmente, Edward y yo nos quedamos a solas, mitigando la extraña sensación en el aire.

—¿Estás mejor? —inquirió, acercándose a mí.

Levanté la barbilla actuando con fortaleza, aunque por dentro me sentía herida y muy desprotegida.

—Solo fue un susto de momento —mentí.

Asintió.

—Perfecto. —Hizo una pausa mientras nos mirábamos—. Puedes pensar lo que quieras de mí, Isabella, no me importan las ridiculeces que crucen tu mente. Si es lo que quieres pensar de mí, pues adelante, de todas formas, ya estás a salvo. Igualmente, defenderte fue una acción decente, no creas que… me importa volver a hacerlo.

Tragué con profundidad y asentí, sin quitar mis ojos húmedos de él.

—No pensaba que lo fueras a hacer —respondí con convicción—. Puedes dejar de actuar como un buen samaritano.

Sentí que abrieron la puerta y luego que carraspearon.

—Señor Cullen, ha llegado el señor Serafín en busca de la señorita —dijo ama de llaves.

Nos continuamos observando sin quebrar la conexión que nos embargaba.

—Haz que pase —ordenó el senador.

—Claro, señor.

A los segundos, Serafín entró con rapidez a la sala, nombrándome en el segundo. Cuando me encontró corrió para abrazarme y cobijarme de forma paternal.

—¿Está bien? —inquirió, sosteniéndome las mejillas.

—Sí, Serafín, gracias —musité.

—Gracias, señor —le dijo a Edward, girándose para mirarlo—. Gracias por ayudarle.

Él solo movió la cabeza y miró hacia otro lado.

Me descolocaba. ¿Por qué comenzaba a doler esa actitud?

—Dios mío, no creí que pudiera pasar algo así —insistió Serafín con los ojos llorosos.

—Serafín —gemí, suplicándole que nos fuéramos para poder desatar todo el dolor y miedo que me comía el interior.

Él me comprendía. Era mi mano derecha, mi amigo y mi tercer padre en la vida.

—Gracias nuevamente, señor Cullen —señaló.

—De nada —respondió, contemplándome exclusivamente a mí—. Pediré que mi chofer los lleve. Serán escoltados por mis dos mejores hombres.

No quise responder con una negativa, no tenía las fuerzas para hacerlo, por lo que acepté. Antes de marcharme y ser seguida por Sam y Félix por orden de Edward, lo miré por última vez, sintiendo que, de alguna forma, buscaba al hombre que me había mostrado en su dulce consuelo.

Qué tonta era.

Nos metimos al coche, un Land Rover negro, polarizado e impecable, con los guardaespaldas en otro del mismo estilo, unos metros atrás. Serafín me tomaba la mano, sosteniéndome muy fuerte.

—¿Cómo pasó? —inquirió.

—Todo fue de pronto. No sé por qué querían hacerlo… Yo… —Suspiré—. No pensé que realmente me querían muerta.

Él se quedó en silencio, uno sepulcral.

—Esto es peor de lo que pensé —musitó.

Nos mantuvimos en ese estado hasta que el coche nos dejó en el departamento, sin los hombres de Edward Cullen merodeando. Una vez que Serafín cerró la puerta, botó el aire, contemplándome con angustia y la respiración pesada, yo instintivamente fui hasta sus brazos y él me contuvo, besando mis cabellos con suavidad.

—No puedo permitir que le hagan daño, señorita —susurró.

—No pensé…

—Lo sé. Yo tampoco. Qué ingenuo fui.

—Fue Edward, ¿verdad?

Pestañeó y frunció el ceño.

—Él envió a esas personas, quiere acabar conmigo, ¿no es así?

—Señorita…

—¡Dime si es capaz de eso! —exclamé.

—¡No! —bramó, tomándome por sorpresa—. El señor Cullen no haría eso.

Bajé mis hombros al escucharlo.

—Él… Aún no lo conoce realmente, señorita.

Lo miré.

—Entonces quién es él, ¡dime quién es Edward Cullen!

Tragó.

—Solo él puede decirle, yo no.

Pero Edward jamás iba a hacerlo… Edward…

Cerré mis ojos y comencé a llorar, inundada en un difícil sentimiento que no podía describir. Serafín volvió a contenerme y a sostener cada parte de mí, pero a pesar de eso, fue extraño que lo comparara… con los brazos de Edward.

—No voy a permitir que esto siga haciéndole daño. Todo acabará pronto, lo juro por el cariño que le tengo —aseguró, tomándome las mejillas en el proceso—. Fue culpa mía no haber tenido un equipo de seguridad para usted, perdóneme…

—No tengo nada que perdonarte, no me pidas que lo haga —afirmé.

Tragó, apenado y sí, culpable.

—Esto lo solucionaremos. No puedo permitir que alguien le haga daño, realmente no lo soportaría. Tendrá un equipo de seguridad pronto, el mejor que encuentre.

Agaché la cabeza nuevamente, queriendo decirle que lo que en realidad quería era caminar como una persona normal sin que alguien quisiera hacerme daño. Pero ya era demasiado tarde, ¿no? Había elegido esto con el fin de llegar a mi hija, por lo que era inminente que alguien quisiera eliminarme de la faz de la tierra. Ya no era Isabella Swan, era la última esposa del expresidente Carlisle Cullen.

Serafín estuvo en la cocina haciéndome algo de comer, principalmente lo que me recordaba a la normalidad, cosas simples, agradables, que gritaran "hogar". Yo estaba sentada en la isla de la cocina, más tranquila.

—Serafín —exclamé.

—¿Sí, señorita?

—No me digas así —supliqué.

Frunció el ceño, sin comprender.

—Tanta formalidad… Serafín, quiero ser una mujer normal.

Arqueó las cejas y dejó lo que estaba haciendo para besarme la frente.

—Es una mujer normal.

—No. Solo tengo veinte años y debo liderar una empresa y una fundación.

—Es inteligente.

—Pero quiero ser libre.

Sus ojos se llenaron de lágrimas una vez más.

—Lo será, lo prometo por todo el cariño que le tengo. Sé que necesita sentirse una chica normal, pero no tiene idea de lo especial que es para mí.

Sonreí con un nudo en la garganta.

—Y que es mi pequeña, a quien cuidé en cuanto supe que estaba encinta, sola… recordándome siempre a mi hija.

"Me senté en medio de la silla, mareada e incapaz de caminar más. El señor Cullen debía estar dentro de su estudio, pero me costaba caminar.

Me toqué el vientre, sintiendo la pequeña protuberancia. Ya tenía dieciocho semanas y la idea parecía surrealista.

Buenas tardes —dijo una voz masculina.

Al girarme vi a un hombre vestido de forma elegante, sosteniendo una postura recta mientras me contemplaba con los ojos curiosos. Era alto, delgado, calvo y llevaba un pulcro bigote. Sus anteojos hacían que su mirada noble se volviera mucho más expresiva.

Buenas tardes —respondí—. Siento haberme sentado así como así, pero me he sentido muy mal.

Frunció el ceño.

Creí que iba a molestarse por mi acción, pero se acercó, preocupado.

¿Está bien? ¿Quiere que le traiga algo?

Era un hombre genuino y tenía unos ojos muy bondadosos.

Agua estaría bien. Gracias.

Él sonrió con suavidad.

¿Agua? Señorita, aquí encontrará todo lo que quiera.

Bajé la cabeza.

No quiero aprovecharme de la buena hospitalidad del expresidente.

Yo le aseguro que la hospitalidad que da el señor es única para unos pocos, y si decidió traerla aquí, es porque lo merece.

Sonreí, pero luego sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas.

Me había recordado a mi padre.

Mi nombre es Serafín, estoy para servirle. —Me tendió su mano, la cual tomé con seguridad.

Yo soy Bella… Bella Swan.

Hermoso nombre, mi señorita.

¿Su…?

Sé que nos veremos mucho. El señor la ama ya como a una hija.

¿Cómo…?

Ya me ha hablado de usted. Y para su estado, mi señorita, creo que una leche y galletas servirán para recomponerse.

Me toqué el vientre, nuevamente sintiendo que estaba más recompuesta con el cariño y el apoyo de personas que quizá no me conocían, pero querían ayudarme.

¿Viene conmigo?

Claro que sí —respondí."

Nunca nos volvimos a separar después de eso. Nuestra relación no tenía nombre, pero era un amor que un padre y una hija tendrían sin miramientos. Serafín siempre estuvo ahí… Siempre.

—Para mí, siempre será mi señorita, lo que no significa que usted no sea la chica de veinte que me resulta enormemente adorable, buena y normal, una chica que merece ser libre. Voy a luchar porque eso ocurra, confíe en mí.

Lo abracé por enésima vez y cerré mis ojos, esperando que así fuera.

Quería ser libre.

.

Edward POV

Tamborileé el umbral de la ventana mientras miraba hacia el jardín, sabiendo que por ese mismo camino se había ido el coche con mis hombres, protegiendo a Isabella luego de lo que había sucedido.

Suspiré y bajé la cabeza, pensando en lo que había acontecido hoy. Todavía tenía su olor mezclado con mi piel, lo que no me permitía pensar con la cabeza fría, no después de que se había marchado sin decir más y esas personas la hayan querido atacar.

No dejaba de pensar, de analizar y de… preocuparme.

Bufé y fruncí el ceño, recordando lo ocurrido en el hotel. Se había marchado antes de tiempo y antes de que hiciera algo indebido… conmigo mismo. Quizá era mejor, pero ¿por qué insistía en ponerse en peligro? No me esperó, no quiso hacerlo… No después de lo que vivimos. Cuando volví y no la vi, supe que algo malo podía ocurrir, lo intuía o… esperaba.

Cerré mis ojos, recordando lo que vi en ese entonces. No pensé que iban a encañonarla, no de la misma forma en que…

—Demonios —gruñí.

Entonces recibí la llamada del detective.

—Garrett Thomas, dime que tienes novedades —espeté, caminando como león enjaulado.

—Sí —respondió—. Es un coche robado. Se cree que pudo ser alguno de los notificados hacía unos días.

—¿Sabes quiénes eran?

—Todavía no, me temo que será más difícil de lo que imaginé.

—Sabes que pagaré una buena suma de dinero para que soluciones este problema.

—¿Fue a ti a quién atacaron en ese callejón? ¿Tus hombres no…?

—¡No fui yo! —bramé—. Fue a una mujer… Fue… Fue… Isabella Swan.

Se quedó en silencio por unos segundos, mientras yo intentaba tragar la angustia de recordar ese momento.

—No sabía que había sido ella.

Me pasé una mano por la frente y luego posé mis dedos en el puente de mi nariz, buscando la manera de sosegarme frente a las imágenes que seguían circulando en mi cabeza.

—Dijiste que estaba bien.

Asentí, aunque sabía que no iba a ver mi gesto.

—Voy a buscar la manera de dar con los culpables. El coche, al menos, ha sido identificado.

—Gracias, Garrett.

—A ti, Cullen.

Cuando corté tuve que tragar. De pronto, tenía un nudo en la garganta. Todavía veía el miedo de Isabella en sus ojos, rondando mi cabeza. Parecía un fantasma que me angustiaba más de lo tolerable. Nunca la había visto vulnerable… Nunca había visto su llanto.

Fruncí el ceño ante la sensación intranquila y… desesperante. Todavía sentía sus brazos y su cuerpo entre los míos.

—No debo preocuparme por ti. Eres solo… una enemiga —susurré.

Todo lo que le dije, ah… Sí, de seguro eso serviría para alejarla. Hacerle daño era la mejor opción de todas.

Pero haber visto su llanto…

—Maldición —gruñí nuevamente.

No dejaba de pensar en su vulnerabilidad, pero tampoco en lo que había sucedido entre ella y yo antes de que todo eso ocurriera. No sabía por qué la había llevado a mi restaurante, a mi hotel y a los cuadros que pinté en mi juventud llena de altibajos, fingiendo que no eran míos solo por… pudor. Sí, pudor. ¿Qué demonios era eso? ¿Por qué con Isabella? Todo con ella siempre era diferente. No comprendía cuál era la razón por la cual mi necesidad iba cada vez más en aumento cuando se trataba de ella, desde el deseo por tocarla sin mis guantes, el besarle sus preciosos labios y protegerla, sin siquiera pensarlo, del daño que alguien quería hacerle. ¿Cómo podía comprender esa demanda de mí mismo si la odiaba? ¿Cómo…? No, no tenía sentido.

Tenía que obligarme a verla como mi enemiga, por más que costara y su manipulación surtiera efecto en mostrarme a una chica joven, vulnerable… que sentía más de lo que podía imaginar, a la cual sin querer, quería proteger.

No, no tenía sentido.

Bufé, sintiendo la indudable culpa.

¿Esto había sido efecto de mis órdenes a Tanya e Irina? ¿Ellas eran capaces…?

No toleré más y quise llamarla, sabiendo que era una línea que no debía cruzar.

Me quemaban las manos.

Me contuve.

—¿Papi? —dijo Demian, llamando mi atención.

Se había despertado.

—¿Qué ocurre? —inquirí, agachándome para abrazarlo.

—¿No d… dodmid?

—Tengo muchas cosas en qué pensar.

—¿P… pensad?

—No vas a entenderlo. —Sonreí—. Eres muy pequeño aún.

Ladeó la cabeza y frunció el ceño. Su gesto me recordó a alguien, pero no supe a quién.

—¿Duele algo? A… A… A mi amiga tambén dolía —recordó.

Tragué y asentí.

—Tu amiga, ¿eh?

—¡Mía!

¿Qué veía un pequeño inocente como Demian en Bella? Vaya, mucho más que yo detrás de mi ímpetu por odiarla. ¿Era esa necesidad viniendo de mí la que me impedía… contemplar su sensibilidad? ¿Era sensible? Sus ojos… Dios… Sus ojos siempre me parecían tan dulces y calmos a la vez.

¿Qué carajos pasaba por mi cabeza? ¿Por qué…?

¡Mierda!

—Debes irte a dormir, DeDe —dije, caminando hacia la cama con él entre mis brazos.

—¿Migo?

—Estaré contigo.

Me acomodé con él en la cama y esperé a que se cobijara conmigo. Mientras lo miraba, acariciando sus mejillas, volví a recordar un rostro del que no podía identificar. Era tan extraño.

Vedla. Quiedo —insistió.

—¿Bella? —inquirí, intrigado con ese deseo de su parte.

Asintió mientras se lamía el pulgar.

Suspiré.

—¿Por qué quieres verla?

—Linda.

—Estás muy pequeño para eso —bromeé.

—Gusta bazos.

—¿Te gustan sus brazos? —Asintió—. Y que te abrace. —Volvió a asentir—. ¿Por qué?

Se restregó los ojos. Comenzaba a quedarse dormido.

—Gusta calod —musitó—. Dulce… Mami.

Tragué cuando lo escuché decir eso y terminó por quedarse dormido, manteniéndome en una posición difícil de controlar.

Entonces fue inevitable que recordara a Isabella nuevamente. Parecía clavada en mis sesos, en especial cuando rememoraba su rostro mientras contemplaba los cuadros que había pintado, ahí, en el pasillo del salón. Seguía sin comprenderme. Parecía una maldición de la que no salía… y no quería hacerlo.

—Isabella —susurré, una vez más, visualizando ese rostro aterrado cuando esos desconocidos iban a dañarla.

Nunca creí que verla tan indefensa podría provocarme tantas cosas a la vez, en especial un instinto que no creí que brotara con ella. Era… difícil de controlar, por no decirle imposible. La vi herida y no me contuve… Quería cuidarla, protegerla…

Cerré mis ojos un momento y ahí me quedé, pensando en la forma de deshacerme de esta sensación, costara lo que costara.

.

Llegué hasta mi oficina, donde mi asistente corrió hacia mí. La empresa era un caos, como cada lunes.

—Señor Cullen, qué alegría verlo —destacó él, caminando a mi lado.

Me encontré en medio del pasillo buscando la estela de su perfume. Era instintivo como cada vez que pasaban días sin sentirla. Estaba convirtiéndome en un demente. Cuando finalmente me encontré con su rostro y aquel traje de dos piezas, contuve el aliento. Repasar su cuerpo desde los pies a la cabeza era demencial, lo sabía, pero ¿de qué manera podía evitarlo? Parecía inconcebible.

—Señorita —espeté, levantando mi ceja.

—Señor Cullen —respondió, girándose de tal forma que sus cabellos hicieron un ligero baile precioso.

—Señor —insistió mi asistente—. La señorita Denali ha venido a visitarlo.

Isabella entrecerró sus ojos y luego miró hacia otro lado al escuchar aquel apellido.

—Edward —llamó Irina, quebrando aún más mi paz.

Todo comenzó a resurgir en mi cabeza, desde el cañón al miedo de Isabella.

—Irina —musité, apretando los dientes.

Ella se acercó, sonriendo de forma burlesca mientras desafiaba tácitamente a Isabella. La implicada se hizo a un lado y caminó directo a su oficina, no sin antes darme una mirada frívola y lejana, diferente a la de la mujer que conocí una noche atrás.

—No le caigo muy bien, ¿no? —asumió Irina, cruzándose de brazos y luego girándose para mirarme—. ¿Sospechará de lo que queremos hacerle?

Sentí tanta cólera al escuchar lo último, que solo acabé abriéndole la puerta de mi despacho para que entrara de una buena vez. Ella hizo varias pausas para que la mirara, en especial por el vestido que estaba usando, pero la ignoré mientras calmaba la rabia que había dentro de mí.

—Vaya, está de mal humor, senador.

No esperé a que se sentara, sencillamente fui hasta ella hasta encarcelarla contra la pared mientras dejaba escapar un gruñido de ira.

—¿Qué quisiste hacerle? —espeté, rugiendo con rabia.

Sus ojos se abrieron ante la sorpresa.

—¿De qué estás hablando?

—Enviaste a esas personas para hacerle daño. ¡Dime quién te dio la orden!

—Edward, yo no…

—¡Dime quién carajos te pidió que lo hicieras!

—Edward…

—¡No te permitiré que le hagas daño! ¿Lo has entendido? —rugí—. No tocarás a Isabella, ¡es una maldita orden!

Cuando acabé de decirlo, bajé los hombros, respirando de manera desacompasada, mientras miraba a Irina, que comenzaba a sorprenderse más de lo que acababa de decir.

Isabella POV

Cerré la puerta de mi despacho y respiré hondo, enviando al carajo mis preguntas. ¿Por qué tenía que interesarme lo que estaba haciendo esa mujer aquí? ¿Por qué tenía que importarme el que viniera a por Edward?

Suspiré.

Nunca tenía respuestas para esto.

Iba a continuar con mi trabajo, pero recibí la llamada de Serafín.

Me extrañé.

—Serafín, ¿qué ocurre?

—Señorita —llamó—. Es importante que venga al lugar de encuentro que le dejé en el mensaje.

—¿Ahora? Acabo de llegar a…

—El chofer está esperándola afuera. Venga, por favor.

—E… Está bien —susurré.

Serafín no hacía estas cosas a ciegas, era algo muy importante.

Dentro del coche miré por la ventana, preguntándome cuál era el objetivo de este misterioso viaje, sobre todo cuando aparcó cerca de un restaurante muy misterioso.

—Señorita Swan, están esperándola —dijo el encargado, señalándome la oculta mesa que había al fondo.

Serafín estaba acompañado de un hombre.

Caminé hacia ellos, contemplando al desconocido que me daba la espalda. Cuando Serafín me vio, se levantó, llamando la atención de la persona que le acompañaba. Finalmente vino a mi encuentro, tomándome las manos en el intento.

—Mi señorita, quiero presentarle a alguien.

Fruncí el ceño y miré al hombre. Altísimo, de hombros y espalda ancha, cabello oscuro y unos ojos del mismo color que brillaban de intensidad. Vestía con un traje negro y podía apostar a que dentro de su blazer había un arma.

—Es un gusto conocerla, señorita Swan. —Me tendió su mano mientras sonreía, mostrándome una simpatía que, sinceramente, me calmaba muchísimo.

—El gusto es mío… Pero… ¿Quién…?

—Soy Emmett McCarty, su nuevo jefe de seguridad.

Oh.


Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia. Primero, nuevamente disculparme por demorarme en actualizar, solo decir que el trabajo me consume mucho y estoy agotadísima; no quería pasar este día sin entregarles lo que venía aquí, que está muy intenso. ¿Qué piensan de lo que está sucediendo entre Edward y Bella? Ufff... ¿El amor puede estar cerca o no? ¿Quién quiso hacerle daño a Bella? Edward, para sorpresa hasta de él mismo, ha enfrentado duramente a una de las Denali... ¡De verdad lo hizo! ¡Y llegó Emmett! El nuevo jefe de seguridad de Bella, ¿conocerá a Rosalie? ¿Qué pasará cuando Edward vea a este hombre tan cerca de Bella? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Gracias Karla Ragnard

Agradezco sus comentarios, durante la tarde estarán sus nombres como muestra de agradecimiento por sus comentarios, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tiene su cariño y su entusiasmo, de verdad muchas gracias

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Cariños para todas

Baisers!