Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES 18.
Capítulo revisado por la editora Karla Ragnard
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Recomiendo: I See Red – Everybody Loves
Capítulo 18:
Favores
« No somos nada más ni nada menos que lo que escogemos revelar de nosotros».
—FU.
Mi respiración estaba errática, como siempre que estaba delante de mí.
Edward seguía mirándonos y en su iris solo vi más dolor. ¿Por qué?
—¿Qué ocurre, señorita? —inquirió Emmett.
No supe qué decirle, por lo que él siguió la dirección de mi atención y se dio cuenta de que estaba el senador observándonos.
Pero Edward no emitía palabra, solo nos seguía contemplando de tal forma que me sentía extraña. Había un mundo de emociones en sus ojos, las que no lograba dimensionar, lo sabía… Nunca había certeza de lo que podía estar pasando por su mente, menos por su corazón… si es que realmente tenía uno.
Sin embargo, nosotros seguíamos mirándonos como si lo demás ya no existiera. A pesar de todas las implicaciones, también sentí que mi vientre volvía a estremecerse, de esa forma que no era correcta cuando se trataba de él.
Emmett se levantó de forma protectora, imponiéndose sin ningún temor ante el poderoso senador Cullen, que parecía mirarlo y luego dirigir nuevamente su atención a mí con esos ojos rotos que me hacían querer correr hasta su cuello para abrazarlo. ¡Seguía sin tener sentido!
—Buenas tardes —dijo el guardaespaldas, esperando a que yo caminara hacia el interpelado.
Cuando me acercaba a Edward, sentía su perfume y con ello rememoraba todo, incluido el inmenso dolor al haber escuchado la conversación. Era mortificante. Pero el color de sus ojos brillaba con cada centímetro menos que existía entre nosotros, lo que también me hacía magnética a él. Me sentí desquiciada, irracional y estúpida; no sabía por qué me seguía sucediendo, por qué… mi cuerpo lo clamaba de esta manera.
—¿Qué hace aquí, senador Cullen? —inquirí con voz neutra, pero fuerte a la vez.
De sus labios no salían las palabras. Tragó, sosteniendo sutilmente una postura amenazante mientras ahora tenía su atención puesta en Emmett.
—Buenas tardes —repitió el guardaespaldas—. Señorita, debería entrar al coche.
—No le digas qué hacer —bramó Edward, como si estuviera al borde del colapso.
—Señorita —insistió Emmett, frunciendo el ceño, señalándome entre gestos que siguiera el camino detrás de él.
Me negué.
—Es mi nuevo guardaespaldas, Emmett McCarty, liderará mi equipo de seguridad —afirmé, mirando sus ojos—. Quiere protegerme.
Volvió a tragar.
—Ya veo —susurró entre dientes—. Pareces muy cómoda con él.
Fruncí el ceño.
—¿Cómoda? —Me reí—. Viste que estuve a punto de morir en manos de desconocidos, lo sabes bien. ¿Esperas que esté cómoda?
Sus ojos titilaron y su barbilla, por un segundo, tembló.
—No estaré cómoda nunca. Pero sí, quizá estuve cerca en un momento… junto a él. Al menos, con Emmett McCarty no siento miedo —dije de manera firme.
Frunció ligeramente el ceño mientras abría los párpados ante mi afirmación.
—Ha tomado una buena decisión, un equipo de seguridad le hará sentir protegida —respondió, haciendo una pequeña pausa luego de eso—. Recibí su petición para tener una reunión conmigo.
Sí, lo recordaba.
—No pensé que iba a seguirme —musité.
—La vi de salida… Lamento haberlo hecho.
Pestañeé. ¿Había dicho que lo lamentaba? ¿Realmente lo hacía?
—Creí que prefería tener reuniones de negocio en un espacio más cómodo y no en Central Park. No parece un lugar apropiado para usted, ¿no cree?
Mantuvo la expresión quieta.
—¿Por qué lo dice? —inquirió.
—Un senador como usted no gusta de espacios tan mundanos, ¿no?
—Muy diferente a usted, ¿cierto? —replicó—. Veo que busca normalidad, un espacio seguro… Entiendo.
Me quedé en silencio de inmediato. Me había escuchado. Pero a diferencia de otras instancias en las que el sarcasmo, el odio y la búsqueda de incomodarme predominaban en su ser, esta vez parecía que hablaba con mucha seriedad… y honestidad. ¿Realmente entendía todo lo que venía de mí en esa conversación?
—Qué bueno que lo entienda. Ahora, agradecería que nuestra próxima reunión sea en un lugar acorde y no aquí —afirmé—. Emmett, nos vamos —ordené.
—Por supuesto, señorita. —Tomó mi brazo con suavidad y me condujo hacia adelante, pasando por un lado de Edward.
Lo miré de reojo, contemplando su expresión, y noté que miraba a Emmett con la mandíbula tensa, expresando un odio tan intenso que mi corazón dolió. Pero tras aquel gesto vi genuino dolor, uno que volvía a comerme el interior. No obstante, envié su existencia al carajo y seguí mi camino, metiéndome en el coche obligándome a verlo como lo que era: un genuino hijo de puta.
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Edward POV
Sostuve el aliento por un par de segundos, percibiendo el halo de su perfume escabulléndose de mí. Luego apreté mis manos, sintiéndome extraño ante su nueva desaparición, ante… su huida.
Nunca debí seguirla al verla irse con ese hombre, nunca debí presentarme ante ella, nunca… debí siquiera actuar con esa impulsividad. ¿Desde cuándo actuaba así? ¿Cómo me lo permitía?
Su guardaespaldas… Emmett McCarty. Grandísimo hijo de puta.
Tragué en cuanto noté la dirección de mis pensamientos, mi búsqueda por saber más de él, el por qué la tocaba, por qué la hacía sentir… normal.
Gruñí y me metí a mi coche, apretando el volante con todas mis fuerzas.
—Señor, ¿va a marcharse? —me preguntó mi jefe de seguridad, lo que me hizo recordar sin remedio a ese imbécil llamado Emmett.
—¡Déjenme en paz! —gruñí, cerrando la ventana para que no me molestaran.
No me interesaba nada en absoluto, solo quería sacar a Isabella de mi mente y arrancarme cualquier sentimiento que me generaba todo lo que había escuchado salir de su boca.
—¿Sentimientos? —Me reí de mí mismo y luego golpeé el volante—. ¿Qué carajos…?
Me pasé las manos por el rostro, buscando la manera de calmar la desazón que me generaban los recuerdos de aquella simple conversación. No dejaba de pensar en lo que había dicho, en su necesidad por ser normal, en su querer por lo banal y aquella mirada de felicidad que brotó de su ser cuando recibió el ordinario café de las manos de su guardaespaldas. ¿Por qué ese brillo en sus ojos había hecho que mi corazón se sintiera… tan cálido? ¿Por qué su idea de ser desconocida calzaba tan bien con mis deseos de huir de la mierda que significaba ser yo desde que nací? ¿Por qué me había dolido tanto saber que, aunque lo quisiera, jamás iba a poder darle eso?
—Darle… —Me volví a reír—. Haz lo que quieras, Isabella Swan, de todas formas, te metiste en esto al acostarte con mi padre.
Sí, había sido la amante de mi padre, le había hecho daño a mi madre, quería despojarnos de todo, pero… ¿qué sentido tenía? ¿Por qué dejaba de importarme? ¿Por qué comenzaban a ser nimiedades?
Bufé y encendí el coche, virando en U para marcharme rápidamente. Aumenté la velocidad, apretando el acelerador y moviendo los cambios para avanzar a grandes distancias por la carretera.
No dejaba de pensarla.
Esto tenía que parar.
Cuando recobré la sensación de realidad, paré frente a la empresa, nuevamente recordando esa expresión de felicidad llana que iluminaba su rostro ante aquel ordinario café. Me parecía perfectamente bella. Tan… hermosa.
Salí del coche y entré al edificio, recibiendo los saludos de todos.
—Bienvenido nuevamente, senador Cullen —dijo una de las recepcionistas.
No respondí.
Seguí mi camino, metiéndome en el elevador tan rápido como pude. En cuanto llegué a mi oficina, esperé a mi asistente sin atisbo de emoción.
—Cancela todo para mañana. Agenda a Isabella Swan todo el día —ordené.
—Claro, señor.
—La sala de juntas quedará a mi disposición, ¿está claro?
—No hay ningún problema, señor.
Cerré la puerta de mi estudio y me sumergí en mi mundo, queriendo arrancarme lo que dolía en el pecho. Y sí, era mi corazón.
—Qué estupidez —rezongué.
Avoqué mi tiempo y atención a mi trabajo… o eso intenté. Por más que leía la correspondencia desde el congreso, mi mente se mantenía alejada de mi responsabilidad. No sacaba todo lo acontecido de mi cabeza.
El sonido de mi móvil privado alteró todavía más mi ya desesperado cerebro y en cuanto vi que se trataba nuevamente de los Denali, sentí un odio insuperable dentro de mí. Ninguno tenía permitido contactarme a mi número personal. Quise lanzar el aparato contra la pared, como si eso fuese a quitármelos de encima… como si eso negara sus existencias y la desesperación de lo que habían hecho… o presumía que eran parte de sus actos. No podía quitarme las palabras de Tanya de la cabeza, cada una de esas oraciones que buscaban saber por qué les había prohibido hacerle daño. Porque sí, no quería que se acercaran ni un paso más a Isabella Swan, la idea me resultaba intolerable.
" —No te atrevas a seguir con el asunto, Tanya Denali —exclamé.
—Edward… ¿Por qué ella…?
—¡Que no ahondes, carajo! —le grité—. Creí que ibas a estar afuera de mi oficina en cuanto volviera de mi reunión. ¿Qué pretendes?
—¡Que me digas por qué no quieres que me acerque a Isabella! —insistió Tanya.
¿Cómo se atrevía a elevarme la voz? ¿Cómo se atrevía a preguntarme respecto a eso?
—Ya sabes que no tengo por qué darte explicaciones. Trabajas para mí, ten eso claro.
—Entonces no te importa que busque la manera de hacerle daño, tal como me lo pediste, ¿no, Edward?
Miré hacia otra dirección.
—Querías que buscara la manera de destruirla, ¿no es así? Pues estoy a su merced, señor Cullen, mi familia está dispuesta a sacarla del camino, por el bien del legado Cullen, su élite y lo que significa cada sacrificio que ha hecho para que su apellido sea el que sea hoy en día. Le prometí que nadie iba a robar lo que era suyo, señor, y estoy dispuesta a hacer lo que sea para sacar a la ladrona de su vida. Todo por su familia, ya lo sabe, pero por usted… doy hasta mi vida —murmuró, acercándose con lentitud hacia mí—. Isabella Swan se arrepentirá de haber llegado a entrometerse. Usted ordena, usted es poder… Yo haré lo que sea para que eso siga siendo así.
Iba a tocarme, pero la alejé, hastiado y asqueado de su presencia.
—¡Te ordené que no la tocaras! —espeté, apretando sus mejillas para que no se atreviera a desviar su atención de mis palabras—. Lo que te pedí queda fuera, ¿entendido?
—Usted…
—¡Si le haces daño pagarás las consecuencias, Tanya Denali! Tú y toda tu familia, ¿te ha quedado claro? —gruñí—. Si me entero de que tus manos y las de toda tu gente están manchadas por lo ocurrido, soy capaz de todo.
Entrecerró sus ojos y luego frunció el ceño.
—Usted lo había ordenado…
—¡Y vuelvo a ordenar que la dejen en paz, maldita sea! —grité.
—Usted lo quería, usted lo pidió… Usted es el culpable.
No. Jamás ordené que le tocaran un solo cabello. La idea era…
Carajo.
—Quién lo hizo —quise saber—. ¡Dime quién lo hizo!
—Lo haré cuando usted me diga por qué quiere protegerla.
Tragué.
—Porque eso quiere hacer, ¿no es así? —dijo, elevando suavemente su voz—. ¿Ella? ¿Su enemiga? ¿Qué sucede entre usted y esa perra?
La solté y le abrí la puerta para que se marchara.
—Lárgate —ordené.
Apretó la mandíbula y luego frunció el ceño.
—Señor —gimió.
Iba a replicar con mayor intensidad, sin embargo, escuché la voz de DeDe en algún lado de la oficina, por lo que salí rápidamente para buscarlo."
Si Tanya Denali e Irina le habían hecho daño a Isabella, sabía que el culpable era yo. Pero… ¿no era esto lo que quería? ¿No era esto lo que… deseaba?
—¿Fueron ustedes? —inquirí, apretando la mandíbula—. ¿Quién les ordenó esto?
Mi única certeza era que, dentro de toda esta mierda, jamás habría aceptado que tocaran un cabello de Isabella, menos aún… que la orillaran a sentir ese miedo que vi en sus ojos achocolatados. No dejaba de pensar en ello. No podía quitármelo de la cabeza.
Dejé a un lado los legajos y cerré mi laptop, para luego apoyar mi barbilla entre mis manos con mis dedos entrelazados. Sin quererlo y en medio de una actuación sin control, tomé mi tableta y vi la noticia que me había llegado desde mis contactos en la prensa más dura y brutal del país. Isabella había sido portada en todos los medios posibles, porque el ataque había llegado a los oídos de todos.
—"La viuda de Cullen ha sido atacada por desconocidos" —leí en voz alta, apretando la mandíbula al finalizar.
Seguí bajando y me encontré con otra portada que afirmaba que había sido un ataque fortuito ante su imponente imagen como rompe hogares de mi familia.
—Mierda —gruñí una vez más, rascándome el puente de la nariz ante mi frustración.
Isabella estaba en el ojo del huracán. No iban a dejarla en paz. Con ello, recordé lo que había escuchado de sus propios labios mientras hablaba con su maldito guardaespaldas, confesando su búsqueda de normalidad. Eso jamás iba a ser posible desde ahora, con esto… estarían todos pendientes de cada paso que daba.
No supe por qué, pero me levanté de mi silla y caminé hacia la puerta, sabiendo que esto era lo que debía hacer… por ella.
—Señor Cullen, la junta…
—Cancélalo.
—Pero, señor…
—Que lo canceles —insistí—. Es una orden. No volveré durante todo el día.
—C… claro, señor.
Caminé hacia la salida, donde el chofer ya me esperaba, como siempre. Mientras me acomodaba, llamé al asistente de la oficina de prensa de la jefatura editorial del Washington Post, sabiendo que ella se encontraba, como siempre, disfrutando de Nueva York.
—Señor Cullen —respondió—. Qué sorpresa saber de usted.
—Necesito una reunión con ella. Sabes que es urgente.
—Claro, señor.
Sabía que iba a recibirme sin peros, por lo cual me relajé un momento en mi asiento, esperando a pedirle lo que seguramente iba a costarme más de lo que alguna vez pude pensar.
Llegué al lugar acordado, cerca de la salida de Brooklyn, y entré en la zona principal. Me trajo algunos recuerdos, no era una novedad para nosotros que algunos sitios que frecuentábamos, muy escasamente en grandes periodos de tiempo, fueran parte de nuestra historia. Estuve un minuto sentado antes de que ella apareciera, usando sus elegantes conjuntos de colores borgoña y castaño, sumado a la joyería de oro. Al verme, se quitó las gafas y las colgó en sus cabellos.
—Edward Cullen, qué sorpresa saber de ti —respondió, pestañeando con lentitud mientras me contemplaba.
Sonreí.
—Charlotte d'Arpajon. Qué bueno verte —señalé.
Se acomodó en la silla y continuó contemplándome a su manera, como si me desnudara de alguna forma. Por mi parte, continué mirándola de forma cauta, blindándome de su análisis, muchas veces concreto y agraz. Charlotte me conocía a fondo, pero incluso así, no conocía mi mayor profundidad… y ella era quien mejor sabía de mí, más que nadie en el mundo.
—No sabes el placer que me da volver a saber de ti —añadió, manteniendo el color de sus marrones ojos brillantes como antaño—. Desde la última vez…
—Lo sé —interrumpí—. Pero en este momento necesito de tu ayuda.
Se rio.
—Imaginaba que necesitabas algo de mí, algo que rompiera tu inquebrantable orgullo. —Se cruzó de piernas y levantó la mano para pedir su tan anhelado café irlandés, como cada vez—. Eres tan intransigente que no sé qué es lo que te ha hecho llamarme con tanta urgencia.
Sí, claro que tenía razón. La última vez le ordené que no me buscara, que todo había llegado a nuestro límite a pesar de nuestra amistad; ella sabía que era un hombre de una sola palabra y que nada me haría devolverme a mis errores… pero esta vez era diferente.
No podía reconocerme.
—No voy a negarte que, sea cual sea esa razón, la agradezco —musitó—. Sabes muy bien que nunca he estado de acuerdo con tu idea de mantenerte alejado de mí.
Ignoré sus palabras; no era momento para ahondar en un pasado turbulento y que ambos habíamos decidido mantener lejos, muchos años atrás.
—Dime, ¿para qué soy buena? —Le daba vueltas a la cuchara, disfrutando de la espuma mientras continuaba contemplándome.
Le mostré las portadas que estaban a mi alcance, aunque el tiempo no era suficiente ante la cantidad de medios que hablaban del ataque hacia Isabella Swan. Charlotte la conocía, era imposible que no, siendo la gran editora en jefe del Washington Post y la persona que me había mantenido lejos de los medios más duros por años. Conocía lo que me rodeaba y cada mierda que quería barrer de mi vista, incluso… la difusión de rumores que destrozaron a más de un oponente o imbécil que se anteponía en mi camino. Charlotte era mi aliada más poderosa, capaz de mover los medios a mi favor en cuanto se lo pidiera. Hoy necesitaba de eso… y más.
Su expresión dio un ligero cambio cuando leyó su nombre, en especial al darse cuenta cuál era mi razón para buscarla. Ni yo había analizado cada aspecto de esto… hasta ahora.
—Así que Isabella Swan —susurró, levantando una de sus cejas—. Y no quieres que la destruya, ¿no es así?
Me mantuve inexpresivo mientras nos mirábamos.
—Quiero que la mantengas lejos de los medios duros.
Su expresión dio otro vuelco.
—Quieres que…
—Que nadie la toque, mantenla lejos del escrutinio público —ordené.
Se quedó en silencio por unos segundos y poco a poco fue entrecerrando sus ojos.
—Estás pidiéndome…
—Hazlo.
Abrió los labios y luego sonrió de forma suave.
—Nunca me habías pedido que hiciera algo por alguien más que no fuera tu hijo —musitó incrédula.
Miré al cuadro de siempre, el que colgaba de la pared contigua a la mesa.
—Esta vez quiero que lo hagas.
—Ni siquiera pensaste en algo similar para protegerme a mí de lo que los medios podían decir —insistió y luego rio—. ¿Quién es ella?
La contemplé.
—No te daré explicaciones. Solo hazlo.
—Sé que no me las darás —respondió—. Nunca esperaré que abras tu corazón conmigo, eso es imposible… una utopía que siempre me generará ilusiones. Te conozco como a la palma de mi mano e incluso así no sé de ti. Solo me pregunto por qué de pronto una mujer, la viuda de tu propio padre, ha hecho esto en ti.
—Estaré pendiente de los resultados de tus gestiones, Charlotte —la evadí nuevamente.
Continuó sonriendo, esta vez con los ojos entristecidos.
—Tendrás respuestas concretas pronto. —Acercó su mano a mi corbata, el único lugar que siempre tuvo autorización de tocar desde el inicio—. Sin embargo, estaré esperando ese momento en el que… volvamos a lo que éramos antes.
—Gracias, Charlotte. —Tomé su muñeca y alejé su mano de mí de forma lenta, pasando por alto su última oración.
Me levanté y me despedí de ella, permitiéndole una última sonrisa de sus labios.
Esperaba que hiciera su parte, necesitaba que moviera cada hilo para hacer que Isabella… se sintiera un poco más normal.
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Habíamos acordado la reunión para hoy, en la misma sala de juntas en la que la hice mía, saboreando la idea de que todos nos fueran a descubrir. No sabía qué quería con esto, pero suponía que no era algo que estaría feliz de escuchar.
Isabella últimamente me daba malas noticias.
Le di la vuelta a la granada de cristal que últimamente llevaba conmigo, un regalo de mi padre en mis años de juventud. Lo atesoraba como una gran conexión a él, a quien admiré por muchos años. Desde que Isabella había llegado a mi vida como un huracán incontrolable, esa granada, que desde un comienzo mi padre me regaló como recuerdo de mi gran inspiración artística, hizo más ahínco en mi vida. Miré el fruto aún más cerca, abierto, mostrando la abundancia de sus semillas cristalinas, reflejando mi mirada demente de deseo. Podía verla a ella, comiendo cada semilla para atarla a mí como Hades lo hizo con Perséfone… Era un anhelo incontrolable, uno que me consumía más de lo que podía tolerar. Nada se salía de mis manos, nada hasta que… llegó Isabella.
Apreté la granada de cristal y luego cerré mis ojos, preso del fruto del inframundo, consciente de que era la representación de la tentación que me estaba quitando cada intento de realidad y análisis. Isabella me estaba desarrollando en la locura y la idea era desesperante, pero placentera a la vez, erótica… tentadora.
¿Perséfone estaba tentando a Hades? Quizá, no lo sabía, pero… comenzaba a quedarme sin herramientas para lidiar con ello.
Volví a mirar la granada, ya una última vez, sabiendo la conexión que había en ella con mi padre. De alguna forma, sentía que él me estaba ofreciendo la tentación que iba a romper cada paradigma de mí, mostrándome la fruta que significaba lo prohibido, lo anhelado, lo que podía destruirme. Sentía que mi propio padre me hacía un llamado, porque gracias a él… la había conocido.
Me pasé la mano por la mandíbula, buscando la calma ante el tormento de mis pensamientos.
—Es la viuda de tu padre —musité para mí mismo—, una mujer prohibida. Ella… No es correcto.
Me mordí el labio inferior y guardé la granada, sin poder contenerme a darle las semillas a Perséfone, haciéndole volver a mi inframundo, dando paso al ciclo de unas estaciones de éxtasis, dolor y miseria.
—Isabella —fue lo último que dije antes de escuchar sus tacones, siempre suaves, casi etéreos.
Abrió la puerta, mostrándose en un vestido ajustado de color marfil, dándome la imagen perfecta de sus piernas y sus preciosos tacones negros. Cuando vi su cabello adornado de flores, sentí que perdía las fuerzas de mí mismo, de mi oscuridad, mi poderío y el huracán volvía al acecho.
De alguna forma tenía que mantenerme en mi lugar o iba a volverme loco. Pero… no quería alejarme. No, no quería.
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Isabella POV
Estaba segura de hacerlo, pero a ratos sentía miedo de adentrarme más allá. Incluso así, era una mujer fuerte, capaz de todo.
Una vez, Carlisle me dijo algo que siempre llevé en mi interior, algo que hasta el día de hoy me repetía.
Parecía que había sido ayer.
" La posibilidad de fallar me hacía estremecer, de no ser lo suficientemente fría, dura y fuerte para sostenerme con todo lo que vendría.
—Sé que dudas de ti misma —musitó Carlisle, sentándose frente a mí.
—No sé qué ves en mí —susurré—. No tengo las características que las personas de tu mundo ven en sí mismas.
Se rio.
—Eso es lo que hace que tú seas especial, Isabella. —Me acarició el cabello con la suavidad de un padre—. ¿Por qué crees que no eres fuerte?
—Porque me dejo llevar por mis sentimientos, soy muy sensible y… dejo escapar mis emociones, no puedo evitarlas, simplemente siento…
—¿Y crees que eso no te haría fuerte?
Negué.
—Voy a flaquear. Tendré miedo y…
—Isabella, Isabella, Isabella. —Se acercó más a mí—. Eso te hace más fuerte que cualquier persona que podría conocer. Has vivido cosas que admiro, cosas que no podría soportar, y sé que todos quienes conozco pensarían lo mismo. —Me acarició la mejilla una vez más—. Ser fuerte no significa ser frío, duro y malvado, ser fuerte es asumir que sentimos, que somos seres con debilidades, que nadie es perfecto y que pasar por nuestras emociones nos da un beneficio sobre quienes fingen ser duros como rocas. —Me siguió sonriendo—. Eres la chica más fuerte que he conocido nunca, hija mía, no sabes cuánto te admiro, porque a pesar de las implicaciones que ves en ti misma, tienes una convicción que nunca he visto antes. Sabes qué quieres en la vida, te respetas, te amas, pero también tienes una misión en la vida, una misión de amor, no de poder, y eso, cariño, te hace ser más fuerte de lo que siquiera eres capaz de asimilar. —Me besó la frente—. Nunca pienses que no eres fuerte, porque lo eres y te admiro, hija, te admiro de forma inimaginable. Sé lo poderosa que eres, tus emociones, sentimientos y bondad te llevarán lejos en este mundo de frialdad y dureza, lo veo, lo siento… y sé que así será."
Cada frase que salía de su boca siempre estaba cargada de sabiduría, de aliento y capacidad. Era un hombre maravilloso. Creía en mí, lo hacía de verdad.
Detrás de esa puerta me esperaba su hijo luego de pedirle que nos viéramos en la sala de juntas. Lo que iba a hacer podía provocar la ira de Hades, el verdadero infierno que significaba ser el rey del inframundo.
—Y Hades solo tiene consideración con Perséfone… Y yo no soy ella —musité, tragando el nudo en mi garganta.
Hades no buscaría atacar a Perséfone, no le haría daño, él…
Miré hacia el techo por una última vez, buscando la manera de que aquel ataque y sus deseos de destruirme no provocaran sus efectos.
—Ahora es mi turno de hacerte daño —añadí—. Pero a diferencia de ti, mis ideales son hechos por amor, los tuyos… para destruir.
Abrí la puerta y lo encontré mirando hacia el horizonte, con una mano en su barbilla, pensativo y algo… introspectivo. Mis ojos jamás se acostumbraban a su belleza, elegancia y entereza, cada vez que lo encontraba, agregaba más efectos en mí, siempre… asociados a lo que me hacía sentir con su olor, su esencia y su imagen. ¿Cómo negar que, a pesar de todo, era el hombre más atractivo que alguna vez podría conocer?
—Señor Cullen —musité al verlo darse la vuelta.
Levantó las cejas y una sonrisa suave, pero tensa, brotó de sus labios.
—Señorita Swan —agregó, levantándose para ofrecerme la silla.
Antes de cerrar la puerta, Emmett se posicionó cerca de esta, protegiéndome de cualquier situación que pudiera ocurrir. Cuando Edward lo notó, el color de su rostro cambió, tornándose rojo furia, la misma de sus ojos.
—¿Qué hace él aquí? —bramó, entrecerrando sus párpados.
Emmett terminó por cruzarse de brazos y por poco sonríe.
—Es mi guardaespaldas, señor Cullen, él va a protegerme de todos los demás —afirmé mirando a sus ojos.
Tragó.
—De mí también, claro —susurró.
Mi barbilla tembló.
« Claro que así será, Edward Cullen, porque tú querías que me hicieran daño».
—De todos en quienes no confío ni confiaré.
Sus ojos nuevamente dieron un vuelco brillante de dolor. Cada vez me estaba mostrando más emociones.
—No voy a hacerte daño, Isabella —dijo de forma muy seria.
Me quedé en silencio por unos segundos.
—Es muy tarde para eso, Edward Cullen.
Sus ojos titilaron.
—¿Qué necesitaba hablar conmigo?
Esta vez tragué yo y crucé mis manos sobre la mesa, esperando a que se sentara mientras le hacía un gesto a Emmett para que se quedara entre las sombras.
—Un ultimátum.
Volvió a entrecerrar sus ojos.
—¿Un ultimátum? ¿De qué hablas?
Respiré hondo.
—Me tendrás en tu proyecto y junto a la fundación sabré absolutamente todo lo que harás —exclamé—. Tengo que estar ahí y no podrás impedirlo.
Su rostro se volvió incrédulo y furioso.
—O te haré trizas la vida —afirmé, interrumpiendo cualquier intento por contradecirme—. Tengo toda la información para hundirte, Edward Cullen, y ningún contacto especial con la prensa, que obviamente tienes, va a impedir que todo el mundo lo sepa. Te lo juro.
Su expresión volvió a dar un giro al tornarse más serio de lo que alguna vez vi en él.
—Qué podrida manera de hacer tu carrera, Edward Cullen.
Le mostré toda la información que tenía a mi haber, algunas que lo implicaban tan directamente que nadie podría evitarlo, absolutamente nadie.
—Tengo en espera a Matthew Kelly, muere por la información que tengo conmigo —añadí.
Su ceño se frunció y por poco se levanta.
—Matthew Kelly…
—Sí, sé que, a lo largo de tu carrera, lo que más desea es destruirte. Esto le viene divino.
Bajó la mirada de manera difusa.
—Nunca supe de esos enredos, cuando estuve al tanto de las malas acciones que me llevaron a ganar mis elecciones, ya no tenía nada que hacer al respecto —musitó.
Por un momento mi corazón se detuvo al ver su desesperación, pero me armé de valor y me mantuve lejana e inexpresiva ante lo que conmocionaba mi interior.
—¿Crees que voy a creerte? —inquirí, comenzando a reír—. Haz lo que te digo o te destruyo.
Su ceño se frunció todavía más.
—¡Ese proyecto es importante para mí! ¡No quiero que te entrometas y destruyas lo único que me mantiene con vida! —espetó colérico.
Me quedé de piedra al escucharlo. ¿Lo único que lo mantenía con vida? Todo ello me daba escalofríos, me… paralizaba. ¿Por qué decía eso?
—Claro, primero mi hijo y… luego ese proyecto que… —Se calló—. Son lo único que tengo y hacen que mi vida y mi trabajo tengan sentido.
Me llevé una mano al pecho, angustiada ante lo que me decía. Sin embargo, busqué la manera de alejar sus palabras para no provocarme emociones que no debía.
—No me importa —me convencí de decir—. Nada de ti me importa. Dame una respuesta ahora o envío todo esto a la prensa.
Sus ojos volvieron a titilar debido a la incapacidad de tener poder, de ver cómo quedaba sin recursos para hacer lo que quería, ansiaba y creía apoderarse. Le estaba quitando la posibilidad de decidir, porque lo tenía entre la espada y la pared, a un paso del descontrol, algo a lo que, un hombre como él, no estaba acostumbrado.
—Decide. Ahora.
Tragó y finalmente tensó la mandíbula.
—Está bien —susurró, manteniéndose sin expresión esta vez—. Hazlo.
Mi aliento cesó.
—¿Qué? —demandé.
—Estarás dentro —afirmó con la voz clara.
Sonreí.
—Felicitaciones, Isabella —añadió—. Jaque Mate.
Me crucé de piernas y contemplé su expresión, continuamente orgullosa, incapaz de demostrar la rabia que de seguro me tenía.
—Es lo que querías, pues ahí lo tienes —musitó, poniendo su mano enguantada sobre la mesa.
Luego se comenzó a acercar a mí y en cuanto busqué alejarme, impulsada por la imagen de él queriendo hacerme daño, frunció el ceño y luego sonrió de manera queda, como si… esperara mi reacción. Finalmente, Emmett apareció en la oficina, dispuesto a sacar a Edward de mi camino. Cuando él lo notó sus ojos dieron un fulgor distinto a todos, mucho más humano… y herido.
—No voy a hacerte daño, Isabella —dijo, dejando caer las manos a cada lado de su cuerpo—. No lo haré. Pero puedes creer lo que quieras.
Se alejó de mí, robándome el aliento en el intento. Para cuando cerró la puerta, me dejé caer nuevamente sobre la silla, sintiendo que, a pesar de haber ganado tres pasos hacia adelante para conseguir mis objetivos, eso no me hacía realmente feliz. Edward me había dejado un sentimiento indescriptible al decir las últimas palabras.
—¿Está bien, señorita? —inquirió Emmett.
Asentí de forma lenta, analizando todo lo que había ocurrido.
La manera en que dijo que… no me haría daño…
Cerré mis ojos.
—Debería descansar —añadió mi guardaespaldas.
—Sí, tienes razón.
Él me llevó hacia mi coche, pero antes de que partiéramos, me hizo esperar un poco. Para cuando regresó, unos minutos más tarde, Emmett me tendía una dona rosa con chips de colores. Fue un gesto precioso, porque además venía con un té chai, que era mi favorito.
— Dunkin' Donuts —susurré con una sonrisa.
—Puede que con un poco de dulce se sienta mejor luego de un día tan largo. Y como sé que le gustan las cosas ordinarias, ¿qué mejor que ir a una cafetería en la que solo los mortales comemos? —Rio.
Su calidez me hacía sentir acompañada, al menos…
—Gracias, Emmett, todas estas cosas me hacen sentir mejor. ¡Y no tienes idea de lo mucho que extrañaba comer estas cosas! —exclamé, riéndome de manera enérgica.
Emmett se mantuvo contemplándome en ese momento, por lo que dejé de carcajear, un poco avergonzada.
—¿Qué ocurre? —inquirí.
—Espero que siga riéndose así, se ve de su edad, llena de vida… Una chica normal.
Arqueé las cejas y luego asentí, apretando los labios para no llorar.
—Coma, se enfriará y no hay nada mejor que una dona recién hecha.
Sonreí y le di un mordisco.
Antes de que Emmett pudiera darle la vuelta al coche, sentí un motor gruñir desde la esquina posterior. El coche dueño de aquel sonido hizo una carrera hacia adelante, perdiéndose en la lejanía. Era el auto de Edward.
.
Esta mañana había despertado con otro de mis sueños, de esos que me consumían la hiel en segundos. Estaba siempre rodeada de flores, mirando mi lugar con una tranquilidad absorbente. Cuando miraba hacia atrás, estaba Edward contemplándome, vestido de negro y usando sus guantes del mismo tono. Pero a pesar de tratarse de un ser oscuro, a mi lado… relucía de luz. Él tomaba mi mano y me llevaba consigo, y a pesar de que el lugar en el que estaba podía ser mágico, junto a él todo se volvía más especial todavía. Y en cuanto corríamos con nuestros dedos entrelazados, el césped cambiaba de color, pasando por cada estación, primavera, verano, otoño e invierno.
Me levanté con Serafín hablando por teléfono. Él parecía alistar algunas cosas que yo no sabía. Cuando alzó la mirada, cortó la llamada y se acercó a mí.
—¿Qué ocurre? —inquirí.
—Le ha llegado algo esta mañana. —Me mostró un elegante sobre color borgoña, con terciopelo en la solapa y mi nombre escrito con una elegante caligrafía dorada. Detrás estaba el nombre de Edward con tinta negra.
Tragué.
—Lo ha conseguido, ¿no? —dijo, mirándome con orgullo—. Está dentro.
Asentí.
—Sí. Me ha cedido el ingreso al proyecto en nombre de la fundación —susurré, recordándolo todo.
Sonrió.
—Lo logró, realmente lo logró.
—Es un paso más a tener el poder suficiente para dar con mi hija —afirmé, sintiendo que mi pecho gritaba de alegría.
—Es asombroso. Podrá hacerlo, estoy seguro. Solo… me sorprende que el señor Cullen haya cedido, es… impresionante.
Levanté una de mis cejas, recordando aquel momento.
Serafín todavía no sabía lo que había escuchado tras la puerta de su oficina, y de alguna forma, tampoco quería decirlo porque creía ciegamente que él no era capaz de hacerlo.
—Le ha llegado una invitación —añadió.
Revisé el interior y vi más elegancia aún. Era una invitación a una cena con los miembros del proyecto de Edward, pues iban a cerrar contrato con importantes asociaciones internacionales. El líder y senador Cullen estaba invitándome de manera personal… Quería que estuviera ahí.
" Señorita Swan, hago envío de esta invitación para pedirle que asista a mi cena, con el fin de que se conozca su nuevo espacio en mi proyecto, una manera cordial de recordarle que su decisión de entrar es real.
Estoy sorprendido de sus hazañas.
Bienvenida.
Atte.
Senador Edward Cullen".
Junto a la invitación estaban las coordinadas. La cena iba a ser en aquel hotel, mismo en el que él y yo…
Suspiré y cerré mis ojos por unos segundos.
¿Por qué, sabiendo todo lo que Tanya le dijo en su momento, me costaba… temerle? Era como si mi corazón dijera "no va a hacerte daño".
Estaba volviéndome loca.
—Tiene que ir. Es el momento de que Edward Cullen sepa que no está jugando —insistió Serafín.
—Es esta noche —susurré.
Asintió.
—Tiene el conjunto ideal para la cena.
—Perfecto.
Una pequeña caja llamó mi atención. Era de color rojo pasión.
—¿Y eso? —pregunté.
—Venía con la invitación.
La abrí con cuidado, maravillada con el color de la tela en la caja y el brillo del lazo negro. Cuando me encontré con lo que había en el interior, sentí que se me removían las entrañas. Era una granada de cristal y dijes hermosos que simulaban las semillas de la fruta. Era… precioso. Junto a ella venía una carta escrita a mano… por él.
" Bienvenue en enfer, ma reine".
Tragué, sintiendo que mi vientre se volvía a contraer… con locura.
.
Pestañeé ante mi aspecto. Estaba grandiosa.
—El anaranjado la hace ver tan juvenil —dijo Serafín, poniendo sus manos en mis hombros desde atrás.
—¿No es contraproducente? —inquirí.
—¿Le gusta?
Asentí sin pensarlo mucho.
—Siempre ha sido mi color favorito. Me siento… increíble.
—Entonces, ¿cómo puede ser contraproducente?
Sonreí.
Era un top ajustado de tono marfil, de seda, con las copas acomodadas en mis senos de forma maravillosa. Combinaba perfecto con mis pantalones de tela anaranjada, ajustada a mis caderas y a mi cintura. La zona inferior vaporeaba de forma elegante, mezclándose con mis tacones negros. Llevé mi cabello suelto y solo unos aretes cortos de plata.
—Recuerde que estoy orgulloso de usted. —Me susurró al oído—. Este es el comienzo para dar con su pequeña, se lo prometo.
Apreté los ojos por unos segundos, emocionada de escucharlo. Claro que sí, cada pequeño paso me acercaba a ella, ahora más que nunca.
Cuando Emmett se encontró conmigo, su sonrisa fue genuina.
—Se ve hermosa, señorita —dijo.
—Gracias, Emmett —susurré.
Se mantuvo en su lugar, un coche más atrás, resguardando que nada malo fuera a sucederme.
El viaje me tuvo nerviosa, no supe por qué razón en específico, sin embargo, intenté respirar y esperar a que el viaje terminara… hasta que llegamos al hotel. Este estaba resguardado y nadie de la prensa podía acceder. Cuando vieron mi coche, inmediatamente me permitieron la entrada. Cuando bajé, los encargados, vestidos de manera muy elegante, me abrieron las puertas de par en par. Al dar un paso adelante, todos se giraron a contemplarme, dejando de hacer lo que hacían. Todos esos ojos estaban pendientes de mí.
—Isabella —susurraron algunos.
—La viuda —añadieron.
Tragué y levanté la barbilla, conteniéndome.
—Bienvenida —respondió la voz de Edward Cullen, pasando por todas las demás.
Era tan grave, tan… atractiva, pero también poderosa.
Me giré a contemplarlo y lo vi, tan alto e imponente, pero sobre todo, guapo como ningún hombre en este mundo. Estaba usando un esmoquin rojo con negro, entallado… perfecto para su cuerpo. Caminó hacia mí y nuestra distancia, ya nula, me quebró los sentidos, revolviéndome las entrañas de placer ante su aroma y el color férvido de sus ojos.
—Edward, querido, veo que hay una nueva invitada —dijo una mujer un poco más alta que yo, de cabellos oscuros y ojos marrones.
Usaba un vestido negro y ajustado a su cuerpo, con unos tacones cristalinos. Era hermosa.
—Charlotte, te presento a Isabella Swan —dijo Edward mientras me miraba desde los pies a la cabeza.
¿Charlotte?
Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia. Uff, las cosas entre estos dos están a punto de dar un cambio sin retorno, es más... se aproxima lo que llamaría algo intenso e imposible de destruir. ¿Quién es Charlotte? ¿Qué estará sucediendo? Edward quiere proteger a Isabella, aunque ella ya no confíe en él. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
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