Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Recomiendo: Inside My Love – Delilah

Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía

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Capítulo 19:

Omnia vincit amor

Parte I

"Dos personas, solo encontrándose

Apenas tocándose el uno al otro

(…) Tratando de llevarlo más lejos…"

Ella me sonrió con sus labios coral, pero sus ojos no emitían emoción alguna.

—Isabella —dijo—. Cómo confundirla.

Seguí de piedra, observándola con mucho recelo.

¿Quién era ella?

Me tendió su mano, pero yo no quería estrechársela.

—Es un agrado conocerte —añadió.

—Buenas noches —fue lo único que pude responder—. Gracias por la invitación, senador.

Volvimos a mirarnos, esta vez con una testigo delante de nosotros.

—Te preguntarás quién es Charlotte —soltó él, remarcando sus palabras con especial suavidad—. Pues… es una vieja amiga, es la única prensa permitida.

—Soy la editora en jefe del Washington Post —me dijo ella.

—Eso es fantástico —susurré, notando la manera en la que esa mujer lo miraba.

Cuando un fuego fatuo me rompió el vientre hasta la desesperación, miré hacia otro lado. Comenzaba a resultarme intolerable y apenas los tenía en frente hacía menos de un minuto.

—Para mí es un honor estar aquí —agregó la mujer—. No sabía que ibas a ser parte.

Ah, estaba tuteándome.

—Era algo privado entre el senador y yo —respondí, entrecerrando mis ojos mientras la contemplaba.

Pestañeó, pero inmediatamente sonrió.

—Ya veo —respondió—. Estoy agradecida de que me permitieras ser la prensa de la cena, sé que confías en mí.

Ella posó su mano en su corbata, un gesto que absolutamente nadie había hecho con él… excepto… Charlotte.

—Bienvenida —musitó, inexpresivo, permitiendo aquel gesto íntimo por parte de aquella mujer.

—Pues bien. Es un gran honor para mí también conocer a la viuda del expresidente Carlisle Cullen —añadió—. Que esté aquí debió ser el último deseo de él. Con permiso.

Levantó su vestido apenas unos centímetros, mostrando unos despampanantes tacones de charol. Antes de alejarse por completo, acabó posando las manos en los brazos de Edward, rozándolo de una manera íntima, una manera que él… nunca permitía, pero parecía hacerlo únicamente con ella.

Se me ennudeció la garganta.

Cuando noté el accionar innato de mi cuerpo ante lo que veía, quise alejarme para enfocarme en mi plan y mi razón para estar aquí; sin embargo, antes de que pudiera dar un paso más hacia adelante, él se interpuso, elevando una ceja ante mí.

—Gracias por venir —fue lo que dijo, sorprendiéndome en medio de mi lugar.

—Debo decir que es una sorpresa aún para mí, que usted me haya invitado a algo tan privado —respondí.

Sonrió de forma suave, casi imperceptible.

—Era lo que quería, ¿no es así, señorita Swan?

Entrecerré mis ojos.

—Debo decir… Me ha sorprendido, tiene una determinación bastante grande. —Me contemplaba con cierto anhelo que me hizo enrojecer—. Aunque eso sirva para dañarme.

Fruncí el ceño y miré hacia el suelo, sin saber cómo tomarme sus palabras.

—Ni siquiera tiene idea de porqué estoy aquí —musité.

Comenzaba a ofenderme. Si él creía que era capaz de dañarlo de la manera en que él lo había hecho conmigo, estaba equivocado. De hecho, a ratos, no sabía porqué estaba aquí. ¿De qué manera podía entenderme si estaba en el infierno de Hades al haber sido atacada por él y su ejército? ¿Tan fuerte era mi convicción por encontrar a mi hija? ¿Realmente sentía miedo de Edward? ¿Realmente… podía verlo como el principal gestor de mi ataque o… algo dentro de mí se negaba a hacerlo?

—No, no lo sé, lo que sí sé es que no me dirás tus razones, pero solo puedo asumir y quiero asumir que vas a dañarme en el intento —aseguró.

—¿Por qué quieres asumirlo? —inquirí.

—Porque es la única manera de protegerme de ti —respondió.

Tragué.

—Bienvenida nuevamente —dijo—. El proyecto es muy importante para mí, por lo que espero que encuentre lo que busca.

Me invitó a avanzar, mientras los demás ojos estaban atentos a mí.

El hotel de Edward estaba ambientado para la cena, imaginé que debía ser el centro de eventos principal, porque era bastante grande. La decoración volvió a llamar mi atención, pues el romanticismo de las esculturas yacía de una forma impactante y preciosa. Quise pararme delante de ellas, al igual que con los cuadros, y perderme en lo que querían representar. ¿Dónde estaría el salón privado en el que él y yo…?

Suspiré, tocándome el collar que me recordaba tanto a mis hijas, y cerré mis ojos en el intento, buscando las fuerzas para dar con ella, la única que estaba en este mundo.

—Isabella —llamó él, causando que mi vientre se retorciera en mil movimientos a la vez.

—¿Sí?

—Quiero presentarle a algunas personas.

Al girarme, vi a varios de ellos sonriendo de forma cauta, pero educada. Cuando me encontré con la vicepresidenta del país, Karen Harrington, sentí que el peso de mi cuerpo se fue a mis pies. Admiraba a esa mujer desde el día en que el presidente fue electo, que fuera la primera vicepresidente mujer en la historia del país me llenaba de muchos sentimientos a la vez, pero el que más destacaba era el respeto.

—Karen Harrington —dije, sonriendo de la misma manera.

Al escucharme, su gesto se volvió más sincero y dulce.

—Es un agrado conocerla, señorita Swan —respondió—. Bienvenida.

—El agrado es mío, Karen… Digo… Señora Harrington…

Rio.

—Puedes llamarme Karen sin ningún problema.

Veía a las grandes exponentes de la política, con el fin de poder llegar a este lugar con las mejores referencias y no ser una más, ella estaba dentro de ellas. Había hecho tantas cosas y su última labor, capaz de romper todas las barreras que existían, había sido ser la primera vicepresidente femenina del país. Desde entonces, sus hazañas eran de admirar.

Además de ella, también estaba la primera dama, a quien ya había conocido en su momento. No me sorprendía su lugar aquí, pues desde que su esposo había llegado al poder, siendo el sucesor de uno estúpido e incapaz, las cosas las había querido cambiar rotundamente, y vaya que lo estaban logrando. Era una mujer de carácter muy fuerte, decidido, y su presencia en cada sitio era siempre muy bien catalogado. Que Edward haya atraído a tan grandes mujeres se debía a la importancia de su proyecto: la protección de los pequeños.

—Y él es Jacob Black, el asesor principal de mi proyecto —respondió, mostrándome a un hombre guapo de gran estatura, piel morena y cabello corto en puntas.

A diferencia de la gran parte de personas que había conocido en el ámbito, él parecía amable de forma natural, al igual que Karen y Alice. Sí, creía haberlo visto antes, pero por primera vez tendría la oportunidad de poder conocerlo más allá.

—Señorita Swan, qué sorpresa. Bienvenida —respondió luego de darme un suave apretón de manos.

Edward miraba de reojo y luego levantó la ceja, escrutándolo de forma casi imperceptible, y decía casi porque, bueno, lo había notado. La manera en que ambos parecían comunicarse entre sí daba a entender que eran muy buenos amigos, quizá… uno de los pocos en la vida del senador.

Luego de aquello, Edward me presentó a todos los demás, desde asesores financieros, representantes de fundaciones importantes, directivos y encargados de prensa… además de la tal Charlotte. Todos ellos eran personas de extrema confianza de Edward Cullen, ¿cómo no? Era un hombre desconfiado, no permitiría que alguien ajeno y en quien no creyera pudiera acercarse a un proyecto que, según él, era parte de su deseo de vivir, al igual que su hijo.

Miré hacia otro lado cuando recordé aquellas palabras. Claro que dolía, no era indiferente para mí. ¿Era una manera de manipularme? No, no lo sabía y las ideas negativas en cuanto a su persona me estaban haciendo muy mal.

—Es un agrado conocerla, señorita Swan —dijo la última persona, mientras terminaba de acariciar mi mano.

Al parecer, el simple hecho de que Edward me haya aceptado en el lugar no importaba cómo, hacía que todos me respetaran de verdad.

Qué grande era la influencia del senador.

—¿Bebe? —inquirió, ofreciéndome una copa antes que el mozo, que ya venía hacia mí para darme una.

Miré la copa de vino, sedienta de él, pero también de sus manos enguantadas.

—No debería aceptar alcohol de usted.

Sonrió.

—Pero lo hará, ¿no?

Quise sonreír, pero me sostuve en la seriedad. Finalmente tomé la copa y bebí, sintiendo la imponente mirada verde de Edward Cullen.

—La abrí para usted. Es mi invitada.

Iba a preguntar, impresionada con su confesión, pero Charlotte llegó de improviso.

—Edward, estoy impresionada con el trabajo que estás formando. Estaba charlando con Matthew y me dijo que sería importante que esto se hable en la prensa… Oh, discúlpenme, ¿estoy interrumpiendo?

Tragué al ver cómo ponía su mano sobre la enguantada de Edward.

—No, no interrumpes —afirmé, tuteándola como lo había hecho conmigo hacía un rato—. Los dejaré solos.

Charlotte continuó sonriéndome y miró a Edward para que la siguiera. No esperé a ver su reacción ni lo que iba a decir, así que solo continué alejándome, sintiendo la bilis en la garganta. Fue tanta la rabia que comenzó a emergerme y tanto mi desconcierto ante lo que sentía, que me bebí la copa de un solo trago.

—Cuidado, ese vino te puede emborrachar muy rápido —dijo una voz masculina.

Al girarme vi a Jacob, el asesor principal y, por consiguiente, la mano derecha de Edward Cullen.

—Vaya que puedes asesinar con la mirada —exclamó, haciendo una mueca divertida.

No había notado mi expresión hasta que la relajé.

—De verdad es un agrado para mí que usted esté aquí —añadió—. Eso significa que Edward ha permitido abrir su corazón para los recuerdos de su padre, a quien también admiraba mucho.

Me quedé en silencio al escuchar aquello. ¿Podía ser eso? Claro que no. Edward lo había permitido solo porque lo había extorsionado. ¿Qué había en él que podía ser sencillo y simple como abrir su corazón? ¿Tenía uno?

—Y bueno, usted y yo podemos asumir que es una mentira lo que acabo de decir —añadió, sonriendo.

Pestañeé.

—Conozco a Edward, sé que esto no es tan simple.

Su sonrisa, que no dejaba de asomar, me generaba mucha confianza.

—Y lo conozco lo suficiente para saber que usted parece estar tres pasos delante de él —añadió—. Admiro muchísimo a las mujeres capaces de eso y más.

—No me trates de usted. Dime Bella.

—Está bien, Bella.

Se quedó un momento en silencio, pero luego continuó:

—Te quería aquí, no hay otra explicación para que haya decidido presentarte ante todos como nuevo miembro de su más celoso proyecto como senador.

—¿Me quería… aquí?

Se bebió su copa mientras me miraba, manteniendo una sonrisa bastante calculadora, como si comprendiera de alguna forma lo que podía estar sucediendo.

—Edward nunca hace las cosas bajo presión, porque es capaz de todo, menos aceptar juegos de ese estilo. Y sé que lo ha intentado. —Suspiró—. Soy amigo de Edward desde la universidad, conozco mucho de él, pero sé que nadie ha podido penetrar ese corazón como muchos han querido, en especial… —Miró hacia adelante, donde justo estaba Charlotte, hablando de forma risueña con Edward, quien parecía meditar seriamente lo que estaba escuchando.

Aquella imagen por poco me hace levantarme. Me pregunté por qué, porqué lo tocaba, porqué pasaba sus manos por su pecho, porqué reía y Edward parecía relajado dentro de su proximidad, porqué… ¿Por qué me desesperaba que él no actuara de la misma manera en la que lo hacía con cualquier otra mujer? ¿Por qué yo no podía tocar su pecho de esa forma? ¿Por qué el desasosiego ante lo que estaba viendo?

Intenté mirar a Jacob Black para calmarme, pero fue en vano, además, él se veía algo borracho.

—Ella…

—Es Charlotte. Te la ha presentado, ¿no?

Asentí.

—Parecen muy amigos —susurré.

—En realidad… Es lo único que pueden ser.

Fruncí el ceño.

—Charlotte fue la única mujer que Edward ha amado. Fueron novios hace muchos años.

Comencé a temblar, de pronto sofocada ante esas palabras. Me bebí otra copa con rapidez, mirando al suelo por unos cuantos segundos y luego dirigiendo mi atención a ellos. Entonces, vi a Edward sonreír, lo hacía de forma sincera, desnudando su alma, su luz, la que… ella sacaba de su interior. Sentí un desgarro fuerte en mi garganta y la furia creciente ante la envidia que sentía de que él le sonriera, que lo hiciera con esa normalidad propia de un ser humano, alejándose de aquel dios oscuro que parecía impenetrable y vil. Ella lo había logrado, ella… había sido capaz de amarlo y ser amada por él. Ante aquello comprendí lo que brillaba en los ojos oscuros de esa mujer de cabello oscuro, comprendí en un mero segundo lo que quería gritarle y no era capaz: Charlotte lo seguía amando.

Tuve que levantarme, llamando la atención de Jacob al instante.

—Iré a por un bocadillo —dije—. Me ha agradado conocerte, Jacob Black.

No, no me había agradado, todo lo que me había dicho me… desesperaba.

—Ha sido un gusto también para mí, Isabella.

Crucé el espacio que me distanciaba del baño y entré rápidamente a uno. Me apoyé en el lavamanos y me eché un poco de agua, intentando respirar. Parecía comenzar a hiperventilar y este era uno de los peores lugares para hacerlo.

Y en un segundo, sentí deseos imperantes de llorar.

—¿Qué demonios me está sucediendo? —inquirí, presa de la desesperación.

¿Qué sentido tenía esto? ¿Por qué el nudo en mi garganta? ¿Por qué la idea de Charlotte amándolo y viniendo a algo tan importante para él me angustiaba tanto? ¡¿Por qué ella pudo conocer una parte de él que nadie más podía?! ¡¿Por qué el sentirme incapaz de hacerlo me torturaba tanto?!

—Viniste aquí por tu hija —susurré—, tú no le importas, nunca lo hará, quiso atacarte y…

Boté el aire y apreté los párpados.

—Es suficiente —finalicé.

Me apliqué un poco más de labial y salí del baño, ocultando mis sentimientos y cada emoción que salía de mí.

—Señorita Swan —me llamó alguien. Parecía ser el encargado de la organización—. Proceda a sentarse, por favor.

Lo hice en automático, acercándome a la mesa en que, al parecer, nunca nadie se había integrado antes. Los ojos estaban atentos a mis movimientos, pendientes de mi presencia, de mis gestos y de mi sola existencia. Sentía que el corazón batallaba dentro de mi pecho y el sudor frío de la desesperación en mi nuca. Vi mi silla cerca de la cabeza, donde Edward estaba sentado… con ella a su lado. Paré por breves segundos, sintiéndome por primera vez completamente desvalida en el seno de un lugar que me había hecho pasar por situaciones mucho peores, sentí que era una pequeña sintiendo ilusiones ridículas de conocer el bien dentro del mal, de sentir que Hades podía verme como… ella…

Tragué el nudo en mi garganta, porque de todo lo que alguna vez vi, esto… me destrozaba.

«No seas ridícula, Isabella, contrólate».

Inspiré y seguí el camino, ahora llamando la atención de él. Sus ojos verdes, una vez conscientes de mi presencia, no dudaron en continuar el mismo camino que estaba retomando, siempre acechante, alterando cada parte de mí. Una vez que me senté en mi lugar, frente a Charlotte, vi que ella ponía su mano cerca de la Edward, justo sobre la mesa, a la espera de tomársela en cuanto tuviera la oportunidad. La contemplé, extrañamente iracunda, desesperada y asfixiada de que no le permitiera escapar de sus garras… Ah, no podía controlarme.

Él continuaba usando guantes y nunca puso sus manos sobre la mesa, no cuando ella estaba cerca. ¿Por qué? ¿Acaso no quería levantar sospechas ante los demás?

—Estoy tan contenta de estar aquí, es un honor para mí y lo sabes —dijo Charlotte, sonriéndole mientras lo miraba a los ojos—. Me trae recuerdos.

—Eres la periodista que necesitaba. Gracias por venir —respondió él de forma queda, regalándole una sonrisa suave, pero real.

Las mejillas de Charlotte se tornaron enrojecidas y su iris oscuro brilló ante el gesto del senador.

No me había dado cuenta de que apretaba las manos hasta clavarme las uñas en las palmas. Al soltarme, la ira se me acumuló a tal punto que tomé la copa de champagne y me la bebí, importándome un carajo.

De pronto, Edward me miró.

—¿Se siente cómoda, señorita Swan? —inquirió, poniendo su mano enguantada sobre la mesa.

—Sí —mentí, seria e impenetrable.

Ladeó ligeramente la cabeza.

—¿Está segura? —Estaba serio.

«Claro, a mí no me sonríe ni mierda».

—Sí, señor Cullen. Agradezco la invitación, espero poder aportar a su proyecto y… conocerlo.

Suspiró y siguió mirándome, como si quisiera meterse en mi alma y llenarme de él.

Me quitaba la respiración.

—Ya veo —susurró, frunciendo suavemente el ceño.

Bajé la cabeza para no levantarme de la mesa y correr, no huyendo, sino con el deseo de evadir la sensación de que sobraba en su mundo, de que por más que lo intentara yo no debía estar aquí porque no me quería en su espacio más íntimo. Con Charlotte las cosas eran diferentes, a ella… a ella parecía desearla aquí, con él, a su lado.

Intenté distraerme en el mozo que me entregaba la fina entrada de jamón ibérico rebosado en finas hierbas. Moría por una BigMac con papas extragrandes.

—Gracias —le respondí al chico mientras rellenaba mi copa de champagne.

Edward miraba la situación de forma desaprobatoria, como si él tuviese la facultad para decidir cuánto alcohol podía beber esta maldita noche. Quise mostrarle la lengua, pero me aguanté.

—Quiero agradecer a todos que estén aquí —exclamó él, usando su potente, melodiosa, tersa y atractiva voz, todavía con una de sus manos sobre la mesa, cerca de la mía, y la otra sosteniendo su copa—. He luchado personalmente por esto durante los últimos dos años, juntando a cada integrante de tal forma que los ideales se encuentren aquí. —Suspiró—. Sé que padre habría deseado ser parte, a pesar de los problemas familiares que tuvimos en su momento.

Cuando Edward terminó de decir aquello, sentí las miradas penetrantes de todos los presentes. Me sentí fatal. Pero él pareció notar lo que estaba sucediendo, por lo que me contempló con la mirada preocupada.

—Buscamos mejorar aspectos importantes y es mi deber, como senador, crear esta instancia para cambiar los errores y crímenes del gobierno anterior. Bien sabemos el escándalo en el que se vio inmerso nuestro antiguo presidente, un hombre arrogante y autoritario, preso de su ignorancia… —Todos hicieron sonidos de aprobación ante sus palabras—. El principal culpable de que, en aquel periodo, no se hiciera la investigación correspondiente frente a los delitos cometidos en diversos hospitales del país, así como el veto realizado a mi primer proyecto, con el fin de desaturar los orfanatos y ampliar de forma más fácil la adopción.

Al escucharlo, sentía la desesperación de poder continuar aquí, de introducirme en este proyecto para encontrar mi beneficio y dar con mi bebé. ¡Lo necesitaba!

—La cantidad de crímenes en contra de madres en proceso de parto, únicamente jóvenes y/o pobres, y enfatizo en ello pues, en aquel periodo, la situación fue propia, incluso, en hospitales de gran prestigio económico, fue creciendo de forma exponencial. Todos saben que he sido partícipe de cuanto he podido, pero necesitamos llevar este proyecto a la ley y proteger a madres frente a los crímenes que han sido parte de su vida, al menos, para sentirme en paz con estos dos años que me quedan para mejorar el país. La democracia es una y nuestro deber es para con ellos: mujeres que siguen buscando a sus hijos, hijos que les fueron arrebatados en un momento vulnerable del que nadie sabe la razón de las influencias manejadas por detrás y del cual estoy seguro de que el gobierno anterior conoce y respaldó —añadió ante un respetuoso silencio.

Me llevé una mano al pecho, insuficiente para soportar sus palabras. Quería gritarle que me ayudara, que diera con mi hija, a quien me habían quitado hacía tiempo atrás. Todavía sentía el miedo al recordar la situación luego de decirme que una de ellas había muerto… y que mi otra hija había desaparecido junto con personal del equipo… que nunca fue médico. Si tan solo hubiera estado pendiente de la calle mientras el chofer de Carlisle me llevaba, si tan solo… no hubiera decidido salir en aquel entonces, con mis hijas cerca de nacer…

Bajé la mirada y apreté los labios para no llorar; sin embargo, Edward notó rápidamente lo que había sucedido, parecía que hoy me leía con más facilidad. Su ceño se frunció rápidamente y dejó de hablar, para entonces aclararse la garganta.

—Agradezco que Isabella Swan esté aquí, representando a mi padre, quien fue enfático en darme su bendición, consciente de sus propios deseos, mismos que vio planteados en su fundación, la que hoy, su viuda, representará —señaló, endureciendo ligeramente su voz al decir esas últimas palabras, como si el que fuera la viuda fuese… un sacrilegio.

Todos levantaron sus copas para darme la bienvenida, por lo que también tomé la mía, aceptando que este camino me llevaría a mi hija a como diera lugar. Y entonces bebí, suplicando que esto terminara y que la tortura de ver a Edward con ella se acabara pronto.

Luego de la entrada, los mozos entregaron el plato principal, el que, a primera impresión me pareció francamente espectacular.

—Es magret de pato a la granada —musitó él, con sus ojos entrecerrados ante los míos.

Tragué.

—Granada —susurré.

—Pruébelo, señorita Swan.

Tomé una de las semillas que decoraban el plato y me la llevé a la boca, recordando el cristal que me había regalado en su oportunidad. Sentía que todo mi cuerpo vibraba, pero Edward, de pronto, había oscurecido el color de sus ojos. Quise huir de esa forma de contemplarme, avocándome a la comida mientras disfrutaba también del alcohol. Él seguía acribillándome con su mirada penetrante, constantemente analizándome con sus hermosos ojos verdes. Cuando decidí verlo, sus fosas nasales ya estaban dilatadas y carraspeó.

—¿Y qué tal? —preguntó.

—Sabe muy bien —le respondí—. Me ha encantado.

—Es un plato de bienvenida para usted.

—¿Bienvenida?

Sonrió con calma.

—Como mi regalo.

Bajé los hombros, tremendamente intimidada por su forma de analizar cada detalle de mí.

—Edward —llamó Charlotte, mirándolo exclusivamente a él.

Él se giró para centrar su atención en ella.

—Charlotte —susurró en respuesta.

—Vamos a por las fotografías, ¿qué dices? —inquirió, mostrándole al experto fotógrafo en medio de la cena.

Miré hacia otro lado, suspirando ante la incomodidad de verlos juntos otra vez.

Para mí, fue una tortura permanecer en esa mesa, sintiendo que sobraba ante las continuas conversaciones entre ellos. Charlotte continuamente buscaba su atención, recordándole, en ciertos aspectos, situaciones que ellos ya habían vivido.

—Me gustaría que nos escapáramos un momento, ya sabes a dónde —le susurró.

—Bien, pero debo volver —respondió Edward, usando un tono de voz mucho más suave.

—Claro que sí.

Ella tomó su mano para instarlo a levantarse, algo que, efectivamente, él tampoco hacía con frecuencia… con ninguna mujer.

Cuando se marcharon por ese periodo, los demás ya estaban terminando el postre, el que simplemente no quise tocar. De pronto, sentía acidez y un nudo mucho más grande en mi garganta.

Como los demás ya estaban levantándose para charlar con el alcohol de bajativo y la barra estaba abierta, fui tras el barman y pedí una margarita como en los viejos tiempos. Si ponía atención podía escuchar información privilegiada respecto al proyecto, pero mi cabeza no dejaba de pensar en que Edward y Charlotte se habían ido a algún lugar que nadie más podía ver. Me sentía tan tonta, ridícula y poco consecuente conmigo misma. No tenía por qué importarme lo que ellos estuvieran haciendo, así como tampoco tenía que afectarme el que ella haya sido su novia en un momento, y que ante lo que veía, sintiera el mal sabor de la traición, cuando Edward no me debía nada, de hecho… parecía olvidar que me odiaba y yo a él.

Me sentía enormemente mareada desde mi silla, pero me mantuve compuesta. No sabía cuántas copas llevaba ni la cantidad de diferentes tragos que había consumido, solo sentía mucha rabia y ganas de llorar, completamente sola en un lugar en el que sabía que no era bienvenida en su totalidad.

Iba a llamar a mi chofer, pero estaba demasiado ebria para continuar. Apenas veía bien las teclas.

¿Dónde estaba mi guardaespaldas? Emmett debía estar por algún lado, mirando mis pasos.

Avancé cabeza gacha, intentando sostenerme con soltura mientras veía al horizonte de forma doble. Caray, sí que estaba borracha. Los tacones tampoco ayudaban, me sentía como un venado recién nacido. Dios mío, ¿qué pensaría Carlisle si me viera así? Estaba dando una pésima imagen. Pero bueno, ¿pésima imagen? Quería emborracharme porque apenas tenía veinte años, carajo.

«Solo quiero divertirme».

Me mantuve mirando al suelo, buscando la estabilidad, por lo que no noté que había alguien en medio de mi camino hasta que choqué con él de forma desastrosa. Casi me caigo al suelo.

—Dios, lo siento —solté, volviendo a tambalear mientras me sujetaba desde los brazos.

Cuando recorrí sus manos, que estaban enguantadas y llegué hasta su rostro para ver el de Edward, frunciendo el ceño ante mi ebriedad, hice una mueca y me solté con lentitud.

—Estás muy borracha, Isabella —me regañó con suavidad.

Sonreí.

—¿Y? —le pregunté.

Quedó pasmado con mi respuesta.

—No te preocupes, no haré un escándalo en tu acaudalada cena, me iré —respondí, pasando por su lado para marcharme.

—Hey —me llamó, tomando mi mano cerca de la salida principal—. ¿Cómo pretendes irte así? No, por ningún motivo, estás muy borracha y no permitiré que te vayas sola.

Me reí en su cara.

—Siempre he estado sola, senador. Además, tengo a mi chofer y a mi guardaespaldas, ¿lo recuerda? Con permiso.

Insistí en marchar, pero él volvió a tirar de mi brazo con suavidad, haciéndome chocar con su cuerpo.

—Me importa una mierda que tengas guardaespaldas, él no va a cuidarte…

—¿Cómo tú? —pregunté, interrumpiéndolo mientras arrugaba mi nariz, mirándolo hacia arriba.

Tragó y continuó contemplándome.

No sabía por qué estaba actuando así, pero solo quería lanzarlo todo. Y sí, seguir borracha. Bueno, francamente, Edward siempre resultaba guapo, aunque con el alcohol era demasiado para mi salud mental, así que me costaba hablar todavía más.

—¿Por qué siempre estás serio? ¿Por qué no sonríes? —inquirí, tomándole las mejillas para que lo hiciera—. Bueno, no lo haces conmigo y sé las razones. —Me encogí de hombros y me quise alejar, pero Edward me retenía—. Mi chofer está esperándome, debo… —Fruncí el ceño, buscando mi móvil—. Dios, no puedo…

Suspiró.

—Demasiado borracha —insistió—. No permitiré que te vayas así.

—¿Desde cuándo eres tú quien permite a dónde debo irme? —le pregunté con una ceja enarcada—. Déjame ir.

—Eso será lo último que haga.

Bufé, de pronto furiosa con su necesidad por retenerme. ¿Por qué no retenía a Charlotte? Quizá así estaría feliz. «Pues yo soy más divertida. Incluso borracha, Bastardo».

Me solté de su brazo y tiré con fuerza para irme, buscando a mi chofer. Iba a seguir bebiendo en casa y el Bastardo no estaría para impedírmelo, jajá. Que fuera a darle órdenes a Charlotte, quien de seguro estaría encantada de aceptarlas a como diera lugar.

—Isabella —insistió con la voz mucho más cansada.

Como tiró de mi bolso, este se abrió y dejó caer lo que había en el interior, incluida la granada que él me había regalado. Me sonrojé, no quería que él supiera que aquel gesto me había parecido tremendamente fantástico y que, sin querer, no dejaba de atesorarlo. Él se agachó y la recogió, manteniéndola en su mano enguantada.

—La trajiste —susurró, tendiéndola delante de mi rostro.

—No debí —señalé con una sonrisa quieta.

La sostuvo con más fuerza, mirándome a través de ella.

—Pero lo hiciste.

Arrugué el rostro y me crucé de brazos, como una pequeña. Y entonces, Edward rio, lo hizo de verdad… reía a carcajadas con naturalidad, sonando como un hombre… un humano. Era un sonido francamente divino, no me sostuve a más, quería mirarle reír siempre.

—Ahora soy un chiste para usted, senador —solté, no queriendo sonreír también.

Y continuaba riéndose, mirándome con los ojos brillantes, un brillo que no se comparaba siquiera a aquel que salía de su iris cuando Charlotte le hacía sonreír.

—¿Borracha sueles volverte tan inmadura? —me preguntó, dándole vueltas a la granada entre sus manos.

—Lo suficiente para querer que me deje en paz o acabaré dándole una patada en los testículos, ¿o prefiere que lo vomite?

Oh, Dios, ¿realmente había dicho eso?

—A riesgo de acabar siendo vomitado por usted, señorita Swan, prefiero que venga conmigo. No puedo dejarla aquí, apenas se sostiene con esos tacones.

—¿De verdad? ¿Preocupado por mí? Es usted muy gracioso, senador.

Bajó los hombros y volvió a tragar.

—Sería un crimen dejarte a la deriva. Ven conmigo.

Él me mostró su mano, instándome a ir a su lado. Yo, tremendamente orgullosa, quería seguir demostrándole que podía con mi borrachera, por lo que pasé por su lado, pero volví a tambalearme, teniendo que sostenerme de su cuerpo. Su respiración me daba en la cara, sofocándome de deseo y necesidad.

—Señorita Swan —dijo Emmett, interrumpiéndonos—. ¿Qué ocurre? —inquirió de forma seria—. ¿Necesita ayuda?

El rostro de Edward cambió de improviso, mostrándose arisco y muy enojado.

—Estoy bien —respondí, intentando estabilizarme mientras me reía a carcajadas.

—La llevaré a casa —manifestó mi guardaespaldas, instándome a que continuara hacia donde seguramente estaba mi coche.

—Hey, yo la cuidaré —insistió Edward, endureciendo con fuerza su voz.

—El guardaespaldas soy yo, señor Cullen. —Esta vez Emmett parecía haberse molestado.

Me quedé mirándolos como si estuviera en una partida de tenis.

—Y yo soy el senador Edward Cullen, haz lo que te digo.

Emmett comenzó a sonreír de forma sarcástica.

—Mi jefa es la señorita Isabella, no usted, no acato sus órdenes —le contestó, dándole una fuerte mirada pedante.

Me tapé los labios para no reírme, pero acabé haciéndolo igual. Edward me contempló como si me preguntara "¿de qué te ríes?".

Sin embargo, toda sensación de diversión cambió cuando comencé a marearme tanto que tuve náuseas, por lo que me sujeté de Edward de forma instintiva y él me contuvo.

—Tienes que descansar. Te llevaré —susurró el senador, instándome a caminar.

—Señor Cullen. —La voz de mi guardaespaldas era dura. Iban a pelear, estaba segura.

Oh, no.

—Puedes venir conmigo, Emmett —afirmé y continué sujeta a Edward.

Mierda. Sí que me sentía fatal.

—Entendido —respondió, para luego hablar directamente a su teléfono para ordenar mi protección.

—Maldito enclenque de mierda —gruñó el senador mientras miraba cómo el otro se marchaba—. Puedo protegerte yo mismo, tengo todo un equipo capaz de ello.

Lo miré, pero todo daba vueltas.

—¿Siempre eres tan arrogante? —le pregunté.

—Sí, sobre todo cuando quiero protegerte —musitó de mala manera.

Me restregué el rostro en su pecho, somnolienta.

—¿De verdad quieres hacerlo? Sí, como no.

Suspiró.

—Tan inmadura cuando bebes.

—Pues esta soy yo, la verdadera Isabella. —Le mostré la lengua, y a pesar de estar borracha hasta el culo, noté su manera de sonreír, una de verdad, mucho más intensa de lo que vi con Charlotte. Él relucía.

Me continuó llevando por lo que parecía ser el estacionamiento, pues estaba oscuro y helado. Comencé a temblar; había dejado mi blazer en el lugar.

—Tienes frío —asumió, quitándose su traje superior para ponérmelo sobre los hombros.

Estaba tan cálido. En cuanto lo sentí sobre mí, me recompuse en medio de mi sensación de desequilibrio. Olía a él de una forma muy intensa, podía distinguir el aroma natural, el gel de ducha y el perfume. Qué delicia.

—Vamos, Bella, dos pasos a la vez, vas a caerte —me alertó.

—¿Cómo me has dicho? —pregunté.

Dejó de importarme que tuviera piernas, dejé de caminar y de no ser por sus brazos, habría caído con toda la cara sobre el suelo. Vaya mierda. Lo que me faltaría ahora era un ojo morado y la nariz rota. ¡Qué estupendo!

—No, definitivamente no puedes caminar.

En un segundo me sostuvo en sus brazos como si fuera un bebé, por lo que comencé a gritar.

—¡Basta, Bella! —exclamó—. O los dos acabaremos en el suelo.

—Me dijiste Bella —musité, volviendo a restregarme en su pecho.

Sentía que tragaba y se acomodaba a lo que le acababa de decir.

—Sí —respondió con suavidad—. Eso he hecho.

Pestañeé, acomodándome a todo. Cuando me encontré con su rostro frente al mío mientras me sostenía en sus brazos, vi mucha vulnerabilidad.

—Me gusta cómo suena.

Frunció ligeramente el ceño.

—También creo lo mismo. —Me respiró muy cerca, como si estuviera disfrutando de mi perfume—. Vamos al coche.

—Creo que voy a vomitar.

—Ni te atrevas. Es un Volvo nuevo.

Me reí mientras me acomodaba en el asiento del copiloto, siempre manteniendo una suavidad que me hacía sentir cobijada. Abrí los ojos otra vez para ver lo que hacía y me lo encontré poniéndome el cinturón y tirando suavemente del abrigo para que este continuara dándome calor. Finalmente, le dio la vuelta al coche y se sentó a mi lado, esperando algo que no comprendía.

—¿Estás mejor? —preguntó.

Negué y tragué.

—Te irás conmigo. Es peligroso que estés sola y borracha.

—Tengo a Emmett.

—Ya —espetó, muy cabreado.

Me comencé a reír.

—¿Qué ocurre? —inquirió, mirándome.

—Deberías estar con Charlotte.

Frunció el ceño.

—¿Por qué? ¿De qué hablas?

—Estaba muy interesada en continuar con lo que seguramente dejaron en medio de la cena. Emmett podría ayudarme.

Tensó la mandíbula y rápidamente encendió el coche.

—Charlotte se marchó, lo que ella quiera hacer que lo haga, pero no contará conmigo. Y si nombras a Emmett nuevamente iré tras su coche y le romperé la entrepierna a patadas.

Levanté las cejas.

—Por Dios, ¿qué estás diciendo? —Sonreí.

Así que ya se había marchado.

—Claro que se ha ido, de lo contrario no me habrías ayudado.

—¿Qué te hace pensar eso? —Su voz sonaba muy ronca.

Me encogí de hombros y me puse contra la ventana, intentando respirar para no vomitarle el coche.

—Hey —me llamó, tomándome la barbilla para que lo mirara—. Respóndeme.

—No lo sé —dije—. Te ves más humano con ella.

Tragó con fuerza.

—Vaya que estás equivocada —susurró.

—No lo sé, pero debiste llevarla a ella a casa, no a mí.

Estaba actuando de forma impulsiva, pero no podía dejar de mover la lengua.

—¿Por qué?

—Porque es lo que habría querido.

—Lo que ella quiera no me interesa —afirmó, moviendo el cambio para aumentar la velocidad e ir hacia la avenida—. Te has olvidado de lo más importante, que es lo que yo quiera hacer.

Me crucé de brazos.

—¿Y qué es?

—Llevarte conmigo —respondió.

Tragué yo esta vez.

—Dejarte allá afuera es algo que no podría perdonarme.

Arqueé las cejas ante lo que escuchaba salir de sus labios.

—Pues yo no voy a perdonarte que esas comidas sosas sean la atención principal. Excepto el pollito a la granada…

—Pato… —Me corrigió, pero enseguida comenzó a reírse. Sus fuertes carcajadas eran una delicia, algo que… Dios mío, no podía dejar de escucharle—. Pato a la granada —insistió con los ojos llorosos de dicha y alegría.

Dejé caer los hombros, sintiendo que algo dentro de mí se quebraba poco a poco.

—Bueno, lo que sea. Eso sí me gustó —respondí, causándole una nueva sonrisa—. Pero lo otro es muy soso.

—Lo sé —respondió, sorprendiéndome—. Es aburrido y elitista. Mi favorito también fue el pollito a la granada.

Sonreí.

¿Estaba tomándome el pelo?

—¿Qué te habría gustado? —preguntó con suavidad mientras le daba vueltas a la ciudad y se metía de lleno a Times Square.

—Una hamburguesa gigante, de esas que apenas puedes meterte a la boca.

Él se quedó en silencio luego de mi respuesta, por lo que asumí que mi panorama era demasiado corriente para alguien como Edward Cullen, senador del país. Asumí que nuestra conversación iba a quedarse en eso, por lo que cerré mis ojos, calmando la interna desilusión que sentía al respecto, pero además me centré en calmar mi borrachera, porque todo seguía dando vueltas sin parar.

—Bienvenido a McDonald's, ¿qué desea pedir? —dijo alguien tras un citófono.

Abrí los ojos de par en par. Edward había hecho parar el coche frente a un común y corriente Auto-Mac de la ciudad.

—Quiero una Signature extragrande y los acompañamientos también —exclamó a la vendedora—. ¿Qué quieres tú, Bella?

Me quedé boquiabierta y luego sonreí.

Por primera vez en muchos años, me sentí feliz.


Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia. Como ven, no he demorado, y es que estoy super motivada en seguir mostrándole lo que viene de esta historia. Uff, ¿ya les dije que esta será la historia más intensa que alguna vez he escrito? Porque sí, será el amor más inmenso que hayan leído de mí. Las cosas entre estos dos está cambiando, va hacia un rumbo diferente, ¿qué creen que suceda? Dios, Edward la ha llevado a un lugar que la ha hecho feliz, ¡con tan poco! ¿Se imaginan lo que se aproxima? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

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