Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES 18.


Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía

Capítulo 19:

Omnia vincit amor

Parte II

No podía hablar, estaba absorta.

—¿Algo en especial? —insistió, a la espera de que dijera mi orden.

Pestañeé.

—Yo… Quiero una BigMac.

Volvió a sonreír.

—Que eso sea —susurró, girándose una vez más hacia el altavoz—. Una BigMac agrandada. Gracias.

Me quedé en silencio, sin saber qué decirle. Me parecía algo surreal lo que estábamos haciendo. ¿El senador estaba invitándome una hamburguesa común y corriente de McDonald's? Me costaba creerlo, pero… era real.

—Digamos que nada se compara a una buena hamburguesa —susurró, mirándome.

—Solo el pavo a la granada —respondí.

Tragó y asintió.

Cuando nos entregaron el pedido, cerré mis ojos en cuanto sentí el olor característico. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de una hamburguesa, lo que de cierta forma sí me hacía sentir triste al respecto.

—¿Vamos a comer aquí en el coche? —pregunté, muy sorprendida.

—Sí. ¿Por qué? —inquirió.

—Es tu Volvo… nuevo —mascullé, acariciando el asiento de cuero debajo de mí.

—Mientras no lo vomites, está bien —respondió con media sonrisa queriendo salir de sus labios.

Sus reacciones resultaban tan naturales, no podía dejar de mirarlo. A ratos, creía que estaba en un sueño, lo que tampoco estaba bien… ¿Por qué me ilusionaba tanto que se mostrara como un humano?

Noté que su columna vertebral parecía tensa, así como sus hombros; se veía muy nervioso. Y vaya, el nerviosismo lo hacía ser… un hombre.

—Creo que hay un lugar mucho más seguro cerca de aquí —susurró, poniendo el auto en marcha otra vez.

Noté que se iba a estacionar en una zona donde habían puesto una pantalla grande, donde los pequeños que venían al local podían disfrutar de algunas caricaturas. Todavía continuaban dando algunas.

—Hacía años que no probaba una de estas. Espero que sigan teniendo el mismo sabor —dijo, abriendo la caja y desenvolviendo el papel.

Hice lo mismo que él, aunque sentía los dedos demasiado torpes para continuar. Edward lo notó, por lo que dejó la suya sobre el tablero y se acercó para ayudarme.

—Has bebido demasiado —musitó, como tragándose lo mucho que reprobaba la idea.

—Soy mayor de edad.

—No lo suficiente. Además, no conoces bien el lugar al que has ido, podría…

—Estaba Emmett, ¿bien?

Me molesté. Odiaba que me trataran como una adolescente. Había cumplido veinte años y a pesar de eso había tenido que lidiar con muchas cosas, cosas que ninguna mujer a mi edad siquiera imaginaría.

—No me interesa que esté él. No confío en ese…

—Es guardaespaldas, Edward Cullen, está haciendo su trabajo. Al menos es más confiable que tú —solté, arrepintiéndome enseguida de lo que había dicho. Sin embargo, no me disculpé por decir la verdad.

Dejó ir el aire y se quedó en silencio, por lo que lo miré, bajando la guardia lentamente.

—Es cierto, confías en él, no en mí —musitó—. De todas formas, no vuelvas a hacerlo, has tenido suerte de que estuviera yo y que era un ambiente seguro, aunque tú no lo supieras. No siempre estaré, Isabella.

Tragué.

—¿Por qué actúas como si siempre quisieras cuidarme? —inquirí, botando todo una vez más debido al alcohol.

—No lo sé —respondió de forma queda—. Lo que sí sé es que no quiero verte en peligro. Ahora come.

Miré mi hamburguesa y por consiguiente mis manos, las que temblaban debido al alcohol y a algo más.

—Yo también había pasado mucho tiempo sin comer una hamburguesa de estas —susurré con las palabras muy arrastradas.

Me ayudó sacándola del empaque y finalmente me la ofreció.

—¿Cuánto? ¿Veinte años?

Levanté las cejas.

—¿Veinte…?

—Tenía catorce cuando mi padre me llevó a un McDonald's. De haber sabido que sería la última vez…

Frunció el ceño, como si estuviera recordando. Luego, cuando se dio cuenta de que estaba hablando de Carlisle frente a mí, su mirada se volvió mucho más seria y dura.

—¿Él te llevó a uno? —preguntó, esta vez con la voz arrastrada y muy dura.

Parecía enojado al imaginarlo.

Negué con suavidad, lo que llamó su atención.

—Eres el primero que lo hace —confesé—. Al menos en mucho tiempo.

Su ceño se fue frunciendo paulatinamente.

—Y parece ser que soy la primera en arrastrarte a otro nuevamente —aseguré.

Sus ojos comenzaron a volverse más blandos y humanos, esos que me intentaba mostrar con más facilidad.

—Se enfriará —susurró, acercándome el bocado.

Sí, disfruté masticando gracias a él. Estaba demasiado ebria para pensar más allá, así que seguí comiendo y gozando de la primera cosa que hacíamos que resultaba ser ordinario… y me encantaba.

—Estoy muy borracha —añadí, mirándolo a los ojos.

Asintió.

—Lo estás y es peligroso.

—Si es tan peligroso, ¿qué hago contigo? —inquirí.

Tragó.

—Estás conmigo porque sabes que Emmett está observando y cuidándote, ¿no?

Negué.

—No es eso.

—¿Entonces?

Boté el aire al recordar lo que había escuchado de la boca de Tanya Denali. Aquello me revolvía el estómago, porque también me hacía revivir el miedo desesperante que sentí aquella noche del ataque.

—Quiero salir del coche —susurré.

Abrí la puerta, dejando la hamburguesa a menos de la mitad, y corrí hacia el parque que había al frente.

—¡Isabella! —gritó Edward.

Sentí que cerró la puerta de golpe y me siguió, marcando sus pasos. Mientras tambaleaba, estuve a punto de caer dos veces, pero cuando topé con la pileta sin siquiera darme cuenta, lo hice sin remedio, metiendo mis piernas en ella y luego chocando con el agua desde el rostro y el pecho. Me sentí tan humillada que tan pronto como fui consciente de lo sucedido me puse a llorar, desatando toda la rabia por lo que me estaba pasando, pero también el miedo y la tristeza. Me sentía tan sola.

—¡Isabella! —volvió a gritar él, levantándome tan pronto como pudo desde la cintura.

Cuando nos miramos frente a frente, abarcó mis mejillas con sus manos y acarició la piel, destruyéndome en el minuto.

—Todo está bien —susurró, sosteniéndome en medio de mi llanto—. Te prometo que no quiero hacerte daño.

—No es lo que escuché —gemí, apretando su camisa con muchísima fuerza.

Sus ojos se desencajaron.

—No es lo que dijo ella —insistí, sintiéndome desesperada—. Enviaste a esas personas a matarme, era tu propósito… o quizá querías que confiara en ti, usando ese momento a tu favor mientras me ayudabas…

Él me veía llorar con la mirada perdida, para luego arquear las cejas de desespero. Era tan humano, tan real, ¡no toleraba que se estuviera volviendo eso y no ese dios vengativo, duro y rey del averno! ¡No! ¡No lo toleraba! Era más difícil odiarlo, sacarlo del camino y… olvidarme de él. ¡No podía!

—Quieres dañarme y yo… Creí que era más fuerte, lo suficiente para enviarte al carajo y olvidarme de lo que eras capaz de hacer, pero tengo tanto miedo… Tengo un terror asqueroso de que me hagas algo… ¡Y todo sería más fácil si fueras tú! ¡Ni siquiera tengo miedo de que alguien quiera dañarme realmente, maldita sea! Tengo miedo de que quien me dañe seas tú… —acabé murmurando, con la barbilla temblorosa y los surcos de tristeza en mis mejillas.

Finalmente frunció el ceño al escucharme, sosteniéndome con más fuerza desde mi rostro.

—¿Dónde lo escuchaste? —preguntó.

Su voz era pausada, pero ahogada.

—En la oficina, ¿no? —concluyó, bajando la mirada al suelo—. Entiendo. Estás aterrada. Es mi culpa.

Suspiró y continuó observándome, acariciando mi piel, contemplando mi dolor.

—Pero nunca he sido capaz de pensar en eso —musitó.

—¿Qué?

Sus ojos estaban alertas, manteniendo el miedo en cada uno de sus actos.

—Nunca he pensado en dañarte realmente. —Se rio y luego negó con una agonía desesperante—. Lo supe desde que te conocí.

Me quedé sin aliento.

—Quise sacarte del camino, mantenerte a raya por entrometerte en todo lo que significa mi familia, pero sabía que no era capaz —aseguró—. Lo comprobé aún más cuando vi el terror en tus ojos aquella noche. Aunque no lo creas, pienso en ello regularmente. —Bufó—. No he sido capaz, no puedo hacerlo, tocarte un pelo más allá es inconcebible, simplemente no puedo… Esa mujer… No he ordenado jamás algo como eso, nunca lo he intentado, es… —Gruñó y un quejido suave salió de sus labios—. Asumiste muy rápido, Bella, porque lo que menos quiero es hacerte daño. Escucharte llorar es peor de lo que pensé —susurró—. Estás a salvo conmigo, nunca… Nunca podría provocarte esto. ¿Por qué crees que te he llevado conmigo? Podría hacerte tantas cosas y me revuelve el estómago de siquiera imaginarlo, estás vulnerable, lo eres… No puedo dejarte a la deriva, ni siquiera sé por qué, pero no quiero hacerlo.

Escucharlo me rompió todavía más, por lo que acabé sollozando mientras él, poco a poco, comenzaba a abrazarme como aquella vez.

—No puedo negarte que es una guerra, que te has entrometido en algo que no debes y que tu presencia en mi vida es un sinfín de emociones contradictorias, porque… además, eres la viuda de mi padre, pero jamás tocaría un pelo de ti, nunca.

Me acurruqué, sintiéndome muy tonta en el momento, pero Edward apoyó su barbilla en mis cabellos mientras, quizá sin querer, ponía su mano en mi cintura y me apretaba contra él. ¿Cómo un hombre tan frío podía hacerme sentir tanta calidez? Ya no me sentía sola, ya no me desesperaba el miedo, porque con Edward no lo sentía.

—Estoy buscando la manera de encontrar a quienes lo hicieron, aunque tengo mis sospechas… —Suspiró—. Pero puedo jurarte que no he sido yo el causante de aquel momento.

Lo miré, saliendo del cobijo por unos segundos. Sus ojos estaban brillantes.

—Ahora se siente peor —musité.

—¿Por qué? —Parecía abrumado.

—Porque era más fácil sabiendo que querías dañarme.

Sonrió con tristeza, como si me entendiera.

—No voy a hacerlo, Isabella, quiero que estés a salvo.

Tragué y volví a abrazarlo, presa de las emociones exaltadas que aumentaban con el alcohol. Además, comenzaba a sentir mucho frío.

—Hoy no es mi día —aseguré, recordando, además, a Charlotte.

—Todavía no termina —me dijo al oído.

Dios, aquel susurro se sintió tan bien.

—Te resfriarás. Vamos al coche.

Asentí, dispuesta a irme con él, pero dejé de tener esa idea cuando vi un prado exótico cerca de nosotros. No eran flores comunes. Edward notó mi interés, por lo que siguió el rumbo de mi mirada.

—Son muy raras, pero lindas —dije, caminando hacia ellas, soltando suavemente su mano.

Me agaché, repentinamente atraída a su belleza diferente. A los pocos segundos, sentí que él se paró a mi lado, viéndome contemplar la naturaleza de aquel prado tan distinto. Entonces lo escuché suspirar, para luego agacharse frente a mí.

—No puedo creerlo —musitó como si tuviera un nudo en la garganta.

—¿Qué ocurre? —inquirí, mientras acariciaba una de ellas.

Eran blancas, con pétalos angulosos de color blanco y marfil. Al verlas de cerca, pude distinguir líneas rojas en ellas. Eran especiales.

—Son asfódelos —susurró, juntando su mano con la mía, que sostenía una de ellas.

Pestañeé.

—No hay flor más diferente que esta en todas las clases posibles. Es increíble que estén aquí.

Al mirarnos a los ojos, vi su incredulidad.

—Cuenta el mito que la primavera dejó de ser eterna desde el minuto en que Perséfone se marchó con Hades. Ella extrañaba sus flores desde el averno, por lo que los asfódelos de aquel lugar le recordaban el reencuentro con la primavera del Olimpo —contó—. Dicen que estas flores representan el profundo amor de Hades, que no las quitó, las dejó ahí, en su mundo, para que ella sintiera la conexión con la estación que le conectaba con su madre—. Suspiró—. Es el símbolo de Hades y Perséfone. —Quitó una y la puso con suavidad en mis cabellos mientras me miraba a los ojos—. Brotan desde el infierno y rasgan el suelo para llegar hasta aquí, a la tierra, donde nos inundan de un profundo misterio. Crecen tanto a la luz del sol como en la oscuridad y no cualquier animal las come. Cuando hay fuego en la tierra, los asfódelos crecen con más fuerza y en mayor número; parecen un ave fénix, fuertes, pero frágiles a la vez. Solo mueren cuando la primavera acaba, dispuestos a seguir a Perséfone en su nuevo hogar, junto a él…

—Hades —interrumpí.

—Sí. Hades.

Nos miramos por varios segundos, parecía tan eterno y corto a la vez.

—Te ves hermosa con ella. —Sonrió de manera queda.

No supe qué responder, estaba absorta mirándolo bajo la potente luna ante nosotros.

—Vamos. Está haciendo frío.

Asentí.

Me costaba caminar, mi borrachera era monumental. Edward me acomodó en el coche y me abrigó con su traje. Cuando se sentó a mi lado, encendió rápidamente el coche y luego le dio a la calefacción.

—No quiero que acabes resfriada —musitó—. Termina de comer.

—No quiero hacerlo si tú no me acompañas con lo tuyo.

Al escucharme, me sonrió de forma genuina.

—Claro.

Mi BigMac continuaba a buena temperatura, por lo que le di varios bocados seguidos. Cuando me di cuenta de mi actitud, me sentí avergonzada por parecer un monstruo hambriento, lo que me llevaba a recordar algunas citas que tuve en su momento. Claro, Edward no era una cita y estaba bastante lejos de convertirse en ello, pero era inevitable para mí.

—Creo que tenías hambre —agregó, haciéndome sonrojar.

—¿Qué esperabas?

Volvió a sonreír mientras me contemplaba, esta vez con… ternura. La idea me dio vueltas en la cabeza y mi sonrojo se volvió todavía más intenso, hasta el punto en que me quise esconder. ¿Era efecto del alcohol?

—¿Te sientes mejor? —Sostuvo mi barbilla con suavidad.

Cuando miré sus dedos tatuados, me di cuenta de que no llevaba guantes. Cada vez que me tocaba así, sin barreras entre su piel y la mía, sentía que le necesitaba más.

—Sigo muy borracha —susurré, intentando enfocar mi mirada en él.

Suspiró, como si recordar mi borrachera lo pusiera compungido.

—No me gusta el alcohol en exceso —confesó, soltándome con suavidad para dedicarse a conducir—. De hecho, verte me desespera…

—¿Te desespera que esté borracha…?

—No —me interrumpió—. No es que lo estés, es lo que significa para mí que lo estés.

Tragué, mientras lo veía apretar el manubrio.

—Es lo que imagino si lo estás —añadió—. Lo que podría sucederte mientras lo estás.

Estaba perpleja.

—Qué irónico y extraño, ¿no, Isabella? ¿Quién iba a pensar que verte en peligro fuera tan doloroso?

A medida que hablaba, su voz se apagaba como si no existiera aire en su interior.

—Siente dolor, senador.

Sonrió con tristeza.

—No soy tan monstruo, ¿no?

Me callé.

—Me siento seguro y tranquilo de saber que estoy… dispuesto a cuidar de ti.

Pestañeé y luego sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas.

¿Cuidar de mí? Suspiré. Nadie había cuidado de mí, siempre tuve que hacerlo yo misma, siempre… me vi forzada a ser solo yo en un mundo muy cruel.

—Debe ser difícil mientras me odias —musité.

Suspiró por enésima vez, sosteniendo la mirada hacia el frente. Finalmente asintió y continuó manejando, dejando en el olvido la conversación.

Me acurruqué en la silla y me quedé mirándolo, disfrutando de su perfil en silencio. Cuando mis ojos pesaron, dejé que mi cuerpo cediera y me quedé dormida de forma súbita.

—Ella está a salvo —respondió la voz de Edward.

—Me quedaré custodiando la entrada. ¿Sus hombres continúan aquí? —preguntó la voz de Emmett.

¿Qué estaba sucediendo?

—Sí. Siempre lo están —espetó el senador.

—Perfecto. No dejaré que se quede sola, aunque sea con usted —gruñó mi guardaespaldas.

Solo escuché la risa pedante de Edward.

—Sabes que no voy a hacerle daño.

—No sé nada del mundo, señor Cullen, pero protegeré a la señorita con mi vida en juego, sea de quien sea.

Solo sentí el gruñido del senador y luego su calor envolviéndome. Me removí, sosteniéndome de él.

—Tranquila —susurró.

Solo oía que daba órdenes y que el lugar al que me llevaba era más luminoso. Finalmente, sentí que me depositaba sobre algo blando y que había sábanas sobre mí.

—¿Dónde estoy? —inquirí, abriendo los ojos con lentitud.

Había una ventana muy grande delante de mí, he ahí las luces.

—En un lugar seguro. No dejaría que te quedaras a solas en tu departamento —musitó.

—No me siento muy bien —dije con sinceridad.

—Descuida. Es normal, producto del alcohol. Veo que no te emborrachas seguido.

Lo miré. Estaba con la camisa semiabierta, sentado a un lado de mí.

—¿Cómo lo sabes?

—Simplemente lo sé al verte.

Tragué, con muchas náuseas a cuestas. Él me ofreció algo, quizá una píldora de algo misterioso, además de un vaso de agua.

—Es para las náuseas.

—¿No quieres que te vomite?

—Sería un honor demasiado extraño.

Sonreía, causándome, otra vez, una sensación cálida.

—Si bien, me gustan las cosas diferentes, ese tipo de acción no está dentro de mis prácticas —añadió—. Ahora toma esto, prometo que no es nada malo, de lo contrario entraría el imbécil de tu guardaespaldas a quitármelas de las manos.

Cuando vi su expresión molesta y furiosa de recordar a Emmett, comencé a reírme a carcajadas, causándole otro ceño fruncido.

—¿Qué? —espetó.

—¿Siempre suelen molestarte los guardaespaldas de los demás? —pregunté, tocándole la cara.

Bajó la mirada y tragó, a punto de inflar las mejillas.

—Es un buen chico. Siempre me lleva a comer helado o cosas que me recuerdan lo que más me gusta…

—¿Y qué te gusta? —inquirió.

Entrecerré mis ojos.

—Me gusta que me toquen —susurré.

Pestañeó, muy contrariado.

—Te engañé —jugueteé, tirando de las solapas de su camisa.

Él me contempló durante unos segundos y comenzó a reírse, nuevamente con esa naturalidad que me recordaba que era un hombre y no un dios oscuro, dueño del averno.

—¿Esta es la Isabella que me ocultas? —Me quitó un cabello del rostro.

—Ups. ¿Quién sabe? —Continué riéndome—. Estoy borracha.

Se tornó muy serio.

—Quizá es la Isabella que te obligué a ocultarme, ¿no?

Me encogí de hombros.

—Con el alcohol lo has visto, ¿qué importa?

Tragó.

—No quiero que el alcohol sea la forma de encontrarte —aseguró.

Me reí con algo de sorna en esta ocasión.

—Es un poco injusto, ¿sabes?

—¿Por qué lo dices?

Me quedé en silencio por unos segundos hasta que continué:

—Porque, al parecer, la única manera de encontrarte es gracias a esa mujer —susurré.

Él se quedó en silencio y yo finalmente me acomodé, queriendo dormir. Creí que iba a marcharse, pero no, se quedó ahí, hasta que logré conciliar el sueño.

.

Sentía un profundo olor a flores mezclado con un perfume masculino en medio de mis sueños. Me removí cuando, además de eso, alguien tocaba mi cabello con suavidad. Se sentía tan bien, tanto que no quería despertar. A medida que me removía, suspirando de dicha, un calor humano se aproximaba hasta que mis brazos, instintivamente, le buscaban. Finalmente, de aquel sueño solo profundicé y caí en un estado de placer abismal, caliente entre unos brazos que podrían sostenerme para siempre y sería enormemente feliz. Cuando aquel olor cambió por el de tostadas y café, sonreí, sintiendo hambre y felicidad. Entonces, alguien comenzó a tocarme el rostro. Eran dedos pequeños, suaves y olían a galleta.

—Mmm… —musité, tapándome un poco más con las sábanas y edredones.

Hoda —dijo alguien.

Al abrir mis ojos, me encontré con la hermosa mirada de Demian, que me contemplaba con las rodillas apoyadas en la cama.

Pestañeé y me reincorporé, mirando a mi alrededor, un tanto desorientada. ¿Dónde estaba? ¿Qué lugar era este?

Era una habitación muy amplia y todo a mi alrededor eran cristales, con la mejor vista de la ciudad y una piscina inmensa desde la cual brotaba vapor. Las paredes que lograba visualizar estaban cubiertas de cuadros y fotografías de Edward y su hijo, y los muebles eran finos, preciosos y masculinos.

Tragué.

Miré hacia abajo y me vi dentro de las sábanas, que eran rojas, como si estuviera bañada en la pasión descarnada de él. Era su cama. Yo estaba semidesnuda, usando una camisa suya, una que olía tremendamente al senador.

—¿ Aquí? —preguntó Demian, acercándose de a poco.

Solo pude sonreírle, sin saber qué decir.

—¡Gusta! ¿C… cómo e… e… etás? —tartamudeó.

Reí.

—He dormido muy… bien —dije, llevando mi mano a su rostro.

Estaba usando un pijama muy adorable de felpa, que tenía un gorro con orejas de oso. De tan solo verlo quería abrazarlo y comerme sus mejillas a besos, pero aguanté los deseos de ternura porque… no era mi hijo.

Dios mío, ¿qué había sucedido anoche? ¿Por qué estaba aquí? Me dolía la cabeza y sentía mucho frío. ¿Cómo había llegado a la habitación del senador?

—¡E… etás a… aquí! —insistió, abrazándome.

Cuando lo olí y sentí su calor, cerré los ojos por un momento.

Escuché los pasos constantes de alguien acercándose a la habitación. En cuanto vi que quien entraba era Edward, sosteniendo una charola con algo humeante en ella, mi vientre comenzó a retorcerse de nervios.

—Ha despertado, señorita Swan —dijo, mirando cómo su hijo parecía muy feliz de verme en la cama de su padre.

Me quedé sin palabras al verlo usar un pantalón ajustado a sus caderas, mientras llevaba el pecho desnudo, donde podía ver parte de sus ocultos tatuajes. Tenía el cabello desordenado y parecía haber despertado hacía muy poco. Su imagen fue suficiente para sentir que la visual que entregaba era la mejor que una mujer podía tener al despertar. Edward era el hombre más guapo del mundo incluso despertando, de hecho… parecía que se veía mucho mejor con la mañana a cuestas.

Él acortó nuestras distancias y puso la charola sobre la mesa, ofreciéndomela con cierta timidez que me hizo estremecer.

—Hey, te has levantado más temprano —le dijo a su hijo.

Lo tomó entre sus brazos y lo besó, causándome una irremediable ternura.

Cuando se trataba de él, dejaba de verse frío y distante, se volvía un hombre, uno capaz de amar. Me estremecía al imaginarlo así, amando con todo su ser. ¿Era capaz de eso cuando no se trataba de un hijo? ¿Él… había amado a Charlotte hasta quitarse ambos la respiración?

Quise llorar al imaginar una respuesta positiva.

—Te traje el biberón —susurró el senador—. Pero debes recordar que este es uno de los últimos, y también debes dejar el chupón.

Demian tomó la botella y comenzó a comer, relajándose sobre su hombro mientras cerraba sus ojos.

Cuando miré la charola había café, jugo de naranja y tostadas integrales con lo que parecía ser queso crema, tomate y albahaca.

—Come, te hará bien —dijo Edward, acostando a Demian.

Mi corazón latía con fuerza.

—De seguro tu ama de llaves cocina muy bien —susurré, queriendo huir de su mirada.

—La he despachado tan temprano como pude —contó con suavidad—. Esta vez yo hice el desayuno.

Levanté las cejas y lo contemplé, sin poder creerlo.

—Espero que le guste.

Me quedé sin palabras una vez más.

El senador Cullen me había hecho el desayuno. Parecía… un sueño.

—Imagino que toma café, de lo contrario puedo hacerle algo más, lo que sea que sirva para darle energías nuevamente.

Me miraba, absorto en mis gestos innatos y mis mejillas enrojecidas.

—El café está bien. Tomo el que sea, mientras me despierte —respondí—. Aunque a veces quisiera tomar alguno de cafetería, ya sabe, uno de esos que saben a paz y simpleza.

Entrecerró sus ojos con suavidad.

—Ya veo. Digamos que este es de Café Grumpy.

Levanté las cejas.

—Imaginé que te gustaría —agregó.

—Me encanta —susurré—. Siempre quise conocer esa cafetería.

—Al parecer, te la he traído hasta acá.

—Gracias —agregué, comenzando a recordar absolutamente todo lo que había sucedido desde aquella cena.

Me toqué las sienes, intentando afrontar el fuerte dolor de la resaca. Él suspiró y acomodó a Demian en la cama, que ya había terminado de beber del biberón.

—Imagino que te duele mucho. Te traje algo para eso. —Me enseñó una píldora de ketoprofeno—. Te hará muy bien.

—Lamento la borrachera de ayer, no debí beber tanto —aseguré, para luego tragarme la píldora.

—No, no debiste, pero debió haber una razón para ello.

Suspiré, queriendo huir nuevamente de lo que significaba realmente el hecho de verlo esa noche con ella. No podía quitarme aquello de la cabeza, era inconcebible.

—Solo quería sentirme joven por un momento.

Esta vez suspiró él y acarició los cabellos de su hijo.

—¿Al menos pudiste hacerlo? —preguntó.

—Sí. Aunque lo que me hizo muy bien fue la hamburguesa.

Sonrió.

Oh, Dios, esa manera de hacerlo siempre lograba acelerarme el corazón.

—Esto te hará bien para recuperarte. —Me acercó la charola, a la espera de que me alimentara.

Me costaba dimensionar que Edward me había hecho el desayuno. Realmente parecía un sueño hecho realidad.

« No sientas ilusiones, Bella, por favor, no lo hagas», me supliqué a mí misma, luchando con la manera en la que estaba latiendo mi corazón.

Probé la tostada y esta sabía a gloria. Era liviana y perfecta luego de las náuseas de anoche. A medida que comía, recordaba todo lo que había sucedido, esta vez a mayor detalle, entre ello, la manera en que Edward me aseguró que cuidaría de mí. ¿No lo estaba haciendo ahora? ¿Por qué? Él me odiaba…

—Gusta que estés… a… aquí —dijo Demian, acercándose a mí dentro de la cama.

Miré su rostro dulce y luego sus ojos inocentes, felices de verme en su departamento.

—¿De verdad? —le pregunté, atreviéndome a acariciar su cabello.

Cuando posé mi mano en su rostro, él cerró sus ojos como un cachorro, restregándose conmigo. Su ternura era tentadora; me alentaba a acurrucarme con él y querer pasar todo el tiempo contemplándole y protegiéndole del mundo exterior. Era una devoción hacia su existencia. ¿Así lo hubiera sentido si se tratara de mis hijas?

Al alzar la mirada, vi a Edward que nos contemplaba de forma atenta, manteniendo una expresión sorprendida y a la vez cálida.

Finalmente, me comí el desayuno, sabiendo que debía volver a mi departamento, donde Serafín pronto estaría preocupado si llegaba y no me encontraba.

—Tengo que irme —señalé, mirando la hora.

Edward asintió y tomó a Demian entre sus brazos, quien ya comenzaba a quedarse dormido otra vez.

—Te dejaré…

—No, descuida, me iré con Emmett. —Sostuve el aliento al decirlo y me quedé mirando su expresión, que cambiaba ligeramente al escuchar su nombre.

No iba a cambiar de opinión, aunque se sintiera molesto por recordarle que tenía alguien más dispuesto a cuidarme.

—Claro —musitó, sin decir más.

Mientras me ponía la ropa de ayer, obviando la que me había prestado Edward, pensé en todo de una forma voraz. Parecía un sueño, realmente era así. Él me había dicho que nunca quiso hacerme daño, que no era el gestor de aquel ataque… Y mi corazón quería creerle. Tenía miedo de hacerlo, pues siempre era más fácil cuando mi cerebro me recordaba que no era un hombre en el cual debía confiar… y hoy me costaba, maldita sea. ¿Por qué cuidó de mí estando borracha? ¿Por qué me trajo hasta aquí?

Negué y continué vistiéndome.

Cuando llegué a la sala, Edward estaba con el cabello mojado y ya vestido. Hoy se había decidido por una tenida más calma, alejado de los trajes. ¿Cómo un hombre que ya parecía guapísimo podía verse todavía mejor usando unos jeans y un suéter color vino sobre una camisa blanca e impecable? Cada día me parecía más un hombre y solo quería huir de las sensaciones maravillosas que me producía conocerlo. ¿Él estaba mostrando esa parte que también le había mostrado a Charlotte? Quise mitigar las emociones posesivas, porque odiaba la idea de que ella haya sido primero y yo… solo el resto de su vida.

Sacudí la cabeza y caminé hacia él, que sostenía a Demian mientras este se ajustaba la bufanda. Cuando el último me encontró, sonrió y se soltó de su padre para venir conmigo.

—Me voy a despedir —susurré, sacudiendo sus cabellos.

Agachó la cabeza, como si estuviera desilusionado con la idea.

—Anda, vamos, otro día podemos vernos.

—¿Aquí? —insistió, dando brincos entusiastas—. ¿Puede… p… papi?

Edward y yo nos miramos por unos segundos interminables.

—Si se presenta la oportunidad, claro —aseguró él.

Iba a responder, pero vi a Emmett en la entrada, esperándome con la mano cerca del bolsillo interior de su amplio abrigo oscuro. Seguro sujetaba su arma.

—Gracias por cuidarme, señor Cullen —dije al separarme del pequeño—. Y por el desayuno.

—De nada, señorita Swan, solo… no vuelva a hacerlo, no si está sola.

Suspiré.

—Digamos que a veces necesito sentirme joven, sentirme… yo, reírme, disfrutar de una noche sin la presión de ser… —Suspiré al darme cuenta de lo que le estaba diciendo—. Gracias, la hamburguesa me hizo recordar todo lo que soy.

Pestañeó con los ojos brillantes mientras me escuchaba. Sus gestos me mantenían presa de él.

—¿Tiene algo que hacer la noche del viernes?

Me quedé estupefacta al escuchar su pregunta. ¿Estaba preguntándome eso de verdad? Tragué, sintiendo el aire acumulado en mi garganta, mientras mi corazón hacía su festín dentro de mi pecho.

Iba a responderle, pero recibió una llamada a su teléfono.

—Charlotte —dijo entre dientes.

Fruncí el ceño al escuchar su nombre, sobre todo al ver que se alejaba, así que decidí ir con Emmett, quien ya me esperaba para irnos. La existencia de esa mujer me desesperaba. Todavía podía recordar las palabras de Jacob Black al confirmarme quién era ella.

Emmett me abrió la puerta del coche y yo entré rápidamente, no queriendo saber de Edward. Estaba molesta, y por más que quería tranquilizarme, me costaba mucho.

—Estuve toda la noche esperando a que no le sucediera nada —me comentó mi guardaespaldas, mirando al frente—, pero he concluido que con el senador usted no está en peligro.

Me quedé en silencio.

—No voy a mentirle, el tipo me cae pésimo —señaló—, algo que siento con todos los políticos. —Suspiró y me miró—. No sé qué tiene con él, señorita, pero está a salvo conmigo. Solo quiero cuidarla, ¿bien?

No supe qué decirle. Estaba anonadada.

—Yo…

—No tiene que darme explicaciones. ¿Sabe por qué no intercedí cuando usted salió corriendo de su coche y se cayó en la pileta? Porque estuve viéndolo todo, señorita, estoy protegiéndola constantemente. ¿Sabe por qué? —Negué—. Porque sé que quiere cuidarla. No pensé que el senador Cullen tuviera corazón.

Me miré los dedos a falta de otra cosa, recordando su manera de tocarme sin los guantes.

—Descuide, no tiene que decirme nada al respecto. Descanse, pronto llegaremos a su departamento.

Suspiré y me acomodé frente a la ventana, mirando por última vez el imponente edificio en el que Edward Cullen vivía.

.

Faltaba muy poco para ese viernes. Los días continuaron pasando y mi vida en la empresa se volvía un punto aparte comparado con lo que había en mi cabeza. No iba a mentir, esperaba verlo cada vez que sentía los pasos de alguien llegando a la planta gerencial, pero él jamás llegaba, de hecho, ninguno de los Cullen lo hacía. A ratos miraba hacia la entrada, esperando a que lo hiciera; sin embargo, en cuanto me recordaba por qué lo hacía, buscaba la forma de alejarme de su recuerdo.

Aquel viernes llegó y así también la noche. Como no quería romperme de ilusiones ridículas, donde menos debería estar incluido Edward Cullen, me fui directo a casa. Serafín había alistado un viaje importante a Washington DC, donde había encontrado información clave respecto a nuevas acciones que serían mías… por ser la última esposa de Carlisle Cullen. No me hacía sentir emoción alguna, salvo porque ocuparía ese dinero para dar nuevamente con una mísera pista respecto a mis hijas.

Todavía no encontraba nada.

Me puse el pijama, uno de felpa y que cubriera todo de mí, y me acurruqué en el sofá, sintiéndome muy sola. Hacía mucho no tenía esa sensación dentro de mí. Me puse a revisar la evidencia que Carlisle había dejado antes de sufrir su última hemorragia, la que le había costado la independencia, la conciencia y finalmente la vida. Eran recuerdos muy duros, pero seguí viendo cada paso de la mujer que se había llevado a una de mis hijas, la misma que había utilizado un lugar en el hospital para seleccionar a mujeres como yo, jóvenes y primerizas, y ganar mucho dinero entregando bebés a familiares de distintos lugares. No sabía todo el tiempo que había tomado llegar hasta aquí, con todo este poder en mis manos, solo con el fin de encontrar a mi hija, la única que tenía con vida.

—Y aún no sé dónde te enterraron —susurré, mirando al vacío.

Cuando me dijeron, con solo dieciocho años cumplidos hacía muy poco, que una de mis pequeñas había muerto, mientras la anestesia me noqueaba junto con la hemorragia, todo en mí cambió. Me llené de valentía, coraje y ganas de luchar, de ir tras todo y lograr mis objetivos, y uno de ellos era saber dónde estaba su cuerpo. Me la quitaron sin permitirme abrazarla y la enterraron sin siquiera dejarme conocer su rostro. Sí, me estaba muriendo, pero solo quería verla por última vez.

" —¡Vas a encontrarla! —gritó Carlisle, cerrando la puerta de su despecho con una furia desastrosa—. ¡Será lo último que haga!

Se apoyó sobre el escritorio mientras yo intentaba recomponerme de todo el dolor.

—Tendrás todo, harás de mi imperio algo impensado…

—No soy capaz…

—¡Sí eres capaz! En esta mierda están entrometidos intereses abominables, ¡y solo siendo tú, la mujer fuerte que eres, lograrás encontrarla! ¡Lo sabes bien! —Se acercó a mí y me acarició el cabello de forma paternal—. Sabes lo fuerte que eres, confío en ti, encontraremos a tu hija y el lugar en el que descansa tu otra pequeña, aunque eso me cueste la vida."

Seguí revisando la evidencia que había encontrado Carlisle y la que me dejó antes de caer en coma. Cada vez que revisaba tantos cabos sueltos, tantos nombres sin identificar y tantos involucrados que podían destruirme hasta desaparecerme del mapa, me desesperaba de tal forma que solo quería salir de aquí y devolver el tiempo, eso con tal de tenerlas conmigo y evitar que aquel accidente nos hiciera esto. ¿Cómo podía añorar tanto a mis hijas sin morir en el intento? En el instante en el que el desasosiego era insostenible, tenía que parar para respirar.

—Voy a encontrarlas —susurré, dejándome caer contra el sofá—. A ti en vida, sosteniéndote entre mis brazos, y a ti… en el lugar en el que descansas con tal de que continúes tu camino en paz.

Me aguanté las lágrimas, ya había derramado muchas, y dejé los legajos dentro de la caja fuerte, dispuesta a echarme a la cama a dormir y así, quizá, descansar de tantos recuerdos.

Sonó el timbre de mi departamento, lo que me alertó de sobremanera. No permitía visitas, salvo que fuera Serafín, que tenía su llave. Me levanté del sofá, me cerré un poco más la bata y abrí con cierto recelo. Cuando vi que se trataba de Edward, dejé de respirar.

—Buenas noches, señorita Swan —saludó de forma queda.

—Buenas noches, senador Cullen —respondí en automático—. ¿Usted…?

—Sé que le pregunté hace muchos días si tenía este viernes libre, pero como no me atreví a preguntar más luego de su rápida salida de mi departamento, preferí aventurarme a venir —aclaró.

Oh… Él había venido…

—Quiero invitarte a un lugar especial. Verás… no pude sacarme de la cabeza el momento en el que me dijiste que querías sentirte joven, divertirte… Quiero que vengas conmigo… a sonreír como sonreíste aquella noche —dijo, acercándose lentamente a mí.

A sonreír como sonreí aquella noche… Sí, esa noche, cuando tuvo aquel gesto, fui feliz.

—¿Qué dices? ¿Vienes conmigo?

Dejé caer los hombros mientras lo contemplaba, usando un traje completamente negro y sus infaltables guantes de cuero. Él me observaba, analizando cada parte de mí sin imaginar lo que significaba justo ahora su invitación a divertirme y… a ser feliz.


Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, súper rápido, porque estuvieron muy entusiastas, ya saben que mientras más lo estén, mejor. ¿Qué me dicen de lo que está sucediendo entre estos dos? ¿A qué camino van? Edward ha llegado para llevarla a un lugar especial, ¿cuál es? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

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