Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES 18.


Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía

Recomiendo: Control You - MOVEMENT

Capítulo 20:

Ad ínferos

Parte II

Su lengua, su boca, su sabor. Ah, era incontrolable.

Sus dedos estaban buscándome, pero finalmente volvió a mi boca entreabierta.

—Quiero sentir tu piel —susurró.

Dejé escapar el aire mientras recorría mi cuello con su lengua.

—Siéntela, haz todo lo que quieras —dije, poniendo mis manos en su pecho.

Pude apreciar cómo sonreía, ahora en mi clavícula.

—Quítame los guantes, Isabella.

Se separó para mirarme.

—Quiero tocarte sin ellos —añadió.

No lo pensé, simplemente lo hice, tirando de la punta del índice con mis dientes. Primero uno, luego el otro y acabó con sus manos desnudas para mí.

—Nunca había deseado tanto quitármelos… hasta que vi tu piel. —Su aliento chocaba con mi rostro—. No es algo fácil, Isabella, pero siempre quiero sentirla, incluido tu cabello, tu ser…

Tomé la derecha y la acaricié, viendo sus tatuajes aún sin un significado claro para mí. Él se tornó levemente tenso al comienzo, pero luego se relajó hasta que llevó la misma a mi rostro, rozándome con sus dedos largos.

—Quiero que me toques todas las veces posibles sin ellos —aseguré—. Al igual que tú, nunca había deseado tanto que me tocaran hasta que… te conocí.

Tragó y se mantuvo con el ceño levemente fruncido, mientras sus ojos brillaban de una forma que nunca había visto.

—No tienes idea de lo que quiero que hagamos, Isabella —musitó, bajando por el canal de mis senos.

—Hazlo —supliqué.

Volvió a besarme, metiendo su lengua en mi boca, que la recibía gustosa. Él llevó la mano a mis caderas y me sostuvo ahí, mientras se acomodaba la excitación.

—¿Recuerdas cuando te dije que solo venía aquí a observar? —me preguntó, buscando el cierre de mi vestido.

Asentí, desesperada por más.

—Observaba el sexo con interés, Isabella.

Subí mi mirada para encontrarme con la suya.

—Soy un gustoso voyeur, me declaro culpable. —Medio sonrió—. Ver a los demás es una experiencia que llevé conmigo en este lugar, pero… jamás sentí deseos de ser parte del espectáculo hasta que… te vi.

Contuve el aliento.

—Sé que me esperan, Isabella, pero quiero hacerlo contigo —musitó, tirando con fuerza de mi vestido para hacerlo caer.

—Que nos vean —gemí, siendo despojada de mi ropa.

Me besó una vez más mientras la dejaba caer al suelo.

—Quiero que seas mi lienzo, Isabella, que todos te vean mientras te cojo —gruñó, apretando mis senos entre sus manos.

Eché la cabeza hacia atrás.

—¿Tu… lienzo?

—Mi arte, Isabella, quiero que tú lo seas —susurró.

Tragué.

La idea de serlo mientras unos desconocidos nos miraban era… tan excitante. Aquella ocasión en la que lo imaginamos en medio de la sala de juntas fue suficiente para querer más.

—No sabes cuánto me excita la idea de que ellos me vean hacerte mía. Su envidia, sus deseos por ser yo… —Me besó la quijada y luego bajó hasta mis senos, justo en el medio—. No pienso compartirte con ningún buitre, Isabella.

Sonreí y cerré los ojos mientras recibía sus besos.

—Entonces, también seré la envidia —agregué—. Porque solo yo soy tu lienzo y solo yo puedo disfrutar tus caricias.

Tomó mi quijada y me lamió desde los senos hasta mis labios.

—Solo tú, Isabella —dijo—. Solo tú.

Aquello fue suficiente para mí. Lo quería todo.

—Hazlo.

Sonrió.

Entonces se alejó de mí, causándome aún más necesidad. Edward caminó hacia aquel cristal oscurecido frente a la cama y apretó un botón en uno de los mandos que había sobre la mesa. De inmediato vi sombras, individuos a los que no conocía y que estaban esperando a vernos. Y luego sus ojos fueron lo único que pude apreciar, ojos de hombre y de mujer, más de cinco… o seis, todos ellos a la espera de vernos disfrutar.

Oh por Dios.

Edward regresó mientras se desabotonaba la camisa, descubriendo parte de su torso para mí. Mis piernas volvieron a temblar y mis rodillas pronto iban a sucumbir a la gravedad, por lo que me acomodé en el sofá, semidesnuda, a la espera de él. El senador apretaba las manos a medida que miraba mi cuerpo, mis ligeras curvas y mi excitación. Cuando finalmente se quitó la camisa, suspiré de deseo. Iba a devorar a este hombre, al misterioso senador Edward Cullen… y nunca era suficiente.

—Mi miseria —musitó, parándose frente a mí.

Tomó mi barbilla y me contempló.

—Una hermosa miseria —añadió, corriéndome el cabello para tener mejor visual de mi rostro.

Lo acarició y luego tomó mi mandíbula, haciéndome incapaz de mirar hacia otro lado que no fuera a él.

Cuando se trataba del sexo con Edward, disfrutaba sentir su dominación. No comprendía porqué, pues en mi mundo real, la sumisión no estaba dentro de mis planes ni menos dentro de un comportamiento que quisiera tener. Pero que él tuviera el poder mientras me cogía era… Ah, era culpable de desear que me dominara únicamente en aquel aspecto.

—Mi lienzo —susurró, muy jadeante.

Subí mis manos por su torso, disfrutando de su piel… Y Edward no me impidió ninguna caricia. Arañé y tiré de su ser, buscando más de él, lo necesitaba todo y cuanto antes. Pero entonces tomó de mis muñecas y me contuvo de continuar, sosteniéndome nuevamente.

—Me gusta lo oscuro, Isabella. Contigo lo necesito.

Me mordí el labio inferior.

—Demuéstrame tu oscuridad —pedí.

Me apretó las mejillas con una mano y me besó, sacándome un nuevo suspiro.

—Soy toda tuya —agregué.

Un gruñido salió de sus labios y bajó por mi cuerpo hasta alcanzar mis senos detrás del sujetador. Me apretaba con suavidad, teniendo cuidado de aquella zona sensible de mí, al menos hasta que fui pidiendo más. La piel de sus manos era tersa, primero frotándome los pezones con la palma y luego apretándolos con la yema de sus dedos. Mis pechos eran pequeños y en sus manos sentía que se llevaba todo de ellos, tan grandes y espaciosas. Cuando intercaló con su boca en aquel festín, mis gemidos comenzaron a hacerse fuertes, guiada por los pellizcos que les daba a mis pezones, estirándolos y luego enroscándolos. Sentía que el placer guiaba estímulos eléctricos en mi clítoris, como si lo estimulara a través de grandes canales conectados desde mis pechos a mi intimidad. Mis paredes palpitaron, buscando llenarse, diciéndole a mi cuerpo que encaminara aún más a mi cuerpo hacia la liberación. Me arqueé, desesperada por más, sintiendo que se acercaba un fuerte orgasmo.

—Qué maravillosa —me dijo al oído—. Quieres liberarte. Qué pechos tan sensibles tienes.

Siguió con besos suaves por mi piel, provocando mi locura.

—Quiero que seas mi hoja en blanco, Isabella —susurró.

Lo miré a los ojos mientras mi respiración se mantenía errática.

—¿Tu hoja en blanco? —pregunté.

Se levantó.

—Sigue tocándome —supliqué, apretando mis piernas.

—Tranquila. Quiero explicarte algo.

Lo seguí con mi mirada, expectante. Para cuando volvió, vi que sacudía algo pesado entre sus manos, para luego golpearlas entre sí. Lo vi ponerlo sobre la mesa de café y se abrió el botón del pantalón delante de mí.

—Eres el arte perfecto, Isabella. —Se agachó nuevamente para oler mi piel y mi cabello—. Quiero hacerlo contigo.

Tragué.

—¿Tu arte? —inquirí.

—El arte de los nudos.

Levanté mis cejas.

—¿El…? ¿De los…?

—Es una práctica japonesa.

—¿Para dañarme?

Sonrió con suavidad.

—No, lo que menos quiero es dañarte. No siento placer provocándotelo, lo sabes bien.

Me acarició la mejilla y luego tiró de mi mentón.

—A veces puede haber dolor, pero eso depende de ti, es tu total decisión. —Besó la piel de mi cuello una vez más—. Quiero hacer arte contigo y parte de eso es que lo disfrutes.

—Me gusta el dolor que me provocas —susurré.

Lo sentí sonreír.

—Quiero ser tu arte, Edward —añadí—. Quiero conocer al artista que hay en ti… y en tus manos.

Jadeó.

—Ponte de rodillas —ordenó.

Con un trago lo hice, guiada por el fuego en sus ojos. Él caminó a mi alrededor y me tomó de la mandíbula. Entonces, se agachó y metió su mano en mi intimidad, guiándose suavemente por mi humedad.

—Estás perfecta.

Sus dedos nuevamente, carajo, me volvían loca. Se metían en mí, me agasajaban… Eran una perdición. Y entonces realmente perdí mi estado de lucidez cuando se llevó sus dedos a la boca y lamió, mirándome siempre a los ojos.

—Tus manos, Isabella —susurró—. Ponlas delante de ti.

Temblorosa, una vez más, lo hice, manteniéndolas en línea recta ante él. Edward dejó caer una cuerda mientras la sostenía de un extremo, enseñándomela. Era gruesa y muy larga.

—No va a hacerte daño —me dijo con suavidad—, tampoco apretará… Pero sí te mantendrá prisionera.

Dejé de respirar.

—¿Me permites hacerlo?

Tragué.

Mi labio inferior temblaba.

De tan solo imaginarlo, quería gritar de placer.

—Sí. Hazlo —supliqué.

Tomó mis muñecas y deslizó suavemente la cuerda, manteniéndolas juntas en todo momento. Cuando logró unas cuantas vueltas, amarró firmemente y tiró del resto, enrollándola en su mano.

—¿Cómo te sientes? —me preguntó.

—Quiero más. —Me mordí el labio inferior, siempre mirando a sus atractivos ojos verdes.

—Bien. —Sonrió, muy sereno—. Haré todo lo que tú me pidas —agregó.

—Mejor sorpréndeme. Sé que quieres hacerlo.

Tomó mi nuca y me dio otro beso furioso, robándome el aire. Su lengua, ah, hundiéndose en mi boca… Era delicioso.

—No debiste pedir eso, Isabella, ahora devoraré cada espacio de ti como no tienes idea —jadeó, apretando aún más las amarras en mis muñecas.

Gemí.

Se levantó, imponiéndose, causándome ansiedad por más. Tomó el extremo de la cuerda y la sostuvo mientras me contemplaba con los ojos oscuros de deseo. Entonces la tensó delante de mí y me hizo levantarme.

—Esta es una asanawa —susurró, mostrándome la cuerda—. Está hecha para el placer, jamás para dañar.

Deslizó la cuerda por mi cuerpo, pero antes de atarme, fue deshaciéndome de la ropa que me quedaba, besando mi piel en el proceso.

—Estás tan húmeda, Isabella.

Apretaba mis piernas y sentía hilillos de mi excitación en la parte interna de mis muslos.

—Eres tan preciosa —musitaba, contemplándome desnuda para él—. No puedo dejar de mirarte.

Estaba sonrojada, sintiendo cómo me devoraba con sus ojos.

—Esta piel —jadeó, deslizando la cuerda suavemente en mí—. Tan suave.

Comenzó a hacer suaves nudos, pero firmes a la vez. Sus manos se movían con maestría, sabía qué hacer y qué no hacer. Era un maestro de las ataduras y de eso no tenía duda alguna. Sus ojos estaban concentrados no solo en su cometido, sino en mi piel, sus fosas nasales estaban dilatadas y las venas de su cuello, brazos y manos cada vez más notorias. Bajé la vista, observando al hombre que me devoraba con cada acción y llegué hasta aquella erección deliciosa, notando cómo su miembro quería brotar con fuerza desde la comisura de su pantalón desabrochado.

Me hizo girar hacia uno de los cristales, donde podía ver las miradas de los testigos de nuestro encuentro, pero también mi propio reflejo. Casi dejo escapar un gemido cuando me vi hecha un dibujo con aquellas cuerdas. Edward estaba creando maravillas con ellas, demostrando su habilidad y su arte. Había hecho rombos perfectamente idénticos entre sí, sosteniendo un corsé que acomodaba mis suaves curvas para acentuarlas y hacerlas más hermosas. Cuando llegó a mis senos, procuró rodearlos con las cuerdas, apretándolos de tal forma que sentí más ganar de gemir. Finalmente, al terminar en mi torso, les dio la vuelta a dos extremos de la cuerda, apretándolas en mi ingle y sexo, sacándome un grito al fin. Edward acabó haciendo un último nudo en la zona trasera, dejando una parte libre que muy posiblemente usaría después.

—Mírate —dijo, jadeando con más intensidad—. Magnífica.

Estaba detrás de mí, observando su creación.

—Te dije que serías mi lienzo, Isabella.

Eché la cabeza hacia atrás, buscándole, y él correspondió dándome otro beso hambriento.

—Observa cómo están ahí, contemplándonos —me dijo al oído—. Desean estar aquí, siendo parte de lo que hago. No tienes idea de lo mucho que me excita saber que solo yo puedo tocarte y que tú eres mi único arte.

Sí, todos ellos nos estaban viendo y me encantaba la idea de ser la única en los brazos de Edward. Era la protagonista de su arte, lo que todas ellas y ellos deseaban. Sí, solo yo.

Nos continuamos besando con locura, hasta que finalmente me tomó entre sus brazos y me llevó hasta la cama, donde acabé acostada bocarriba, con mis piernas flectadas ante él. Edward estaba parado delante de mí, respirando agitado, disfrutando de la visual.

—Voy a cogerte, Isabella, quiero devorarme cada espacio de ti.

Tragué, observando cómo se bajaba los pantalones con lentitud. No llevaba ropa interior, por lo que su erección brincó hacia afuera, deseoso de liberarse. Caminó hacia mi dirección y finalmente me tomó desde los tobillos para acercarme más, arrastrándome entre los edredones. Mis cabellos quedaron esparcidos en la cama y me arqueé al mismo tiempo, deseándolo con desesperación. Entonces puso las palmas en ella, encarcelándome con cada una a un lado de mi cabeza. Nos miramos y finalmente busqué su cuello para acercarlo a mí. Sin embargo, Edward solo lamió mis labios y comenzó a bajar, dándome placer en la garganta, en mi esternón y finalmente en cada uno de mis senos.

—Edward —gimoteé, sintiendo sus dientes tirando de mis pezones.

Nuevamente esa sensación desesperante, con un orgasmo buscando liberarse solo con la tortura de sus caricias en mis pechos.

Pero mientras continuaba, sentí la cuerda deslizándose por mis tobillos y luego sus manos acomodándolas hasta que mis piernas quedaron abiertas.

—Pon tus manos en tus tobillos —ordenó.

Lo hice y tan rápido como fue, Edward usó el amarre de mis muñecas para unirlo al de mis tobillos, haciendo que fuera imposible moverme, por más que quisiera.

—Esto es el Shibari, Isabella —ronroneó, lamiendo mi vientre—. Una de mis formas de arte.

Gemí, arqueándome.

—Y tú eres mi lienzo —añadió, apretando mis senos—. Mío.

—Tuyo —chillé, queriendo salir de las ataduras para abrazarme a él y sentir su piel junto a la mía.

—Deja ir todos los tabúes, esos no existen entre los dos. Quiero ver tu placer, tu sudor y calor, lamer tu humedad, tragarme tus gemidos y tomarte entre mis brazos hasta sentir tu último aliento de goce —decía a mi oído.

Nos miramos a los ojos y finalmente él continuó dándome placer, tirando de mis senos con más fuerza. Cerré mis ojos y me dejé llevar, disfrutando del roce de la yema de sus dedos junto a mis pezones endurecidos. Apretaba y volvía a enroscarlos, lo que aumentaba la excitación. Me arqueé y por cada caricia sentí la desesperación de mis paredes por liberarse, con el calor en mi clítoris palpitando con fuerza. Cuando la delicia fue insostenible, grité para que continuara, por lo que en uno de mis pezones utilizó sus dientes y en el otro sus maravillosos dedos. Un suspiro después, mi intimidad dejó escapar un fuego liberador del que solo pude continuar disfrutando, gritando su nombre, desesperada, con el orgasmo vivo mientras continuaba tirando de mis pechos. Nunca creí ser capaz de eso, pero me dejé llevar, tal como me pidió, hasta que el aliento dejó de existir en mis pulmones.

Edward bajó en medio de besos y suaves mordiscos, apoderándose de mi vientre. Al arquearme nuevamente, él puso su mano para que no lo hiciera.

—Quiero devorarme esto —susurró, respirando con suavidad en mi intimidad.

Sentía los ojos llorosos.

—Voy a cubrirte la boca —agregó.

Sacó una cinta de terciopelo, la misma que había ocupado para venderme los ojos y la llevó a mi boca.

—Ábrela —ordenó. Y así lo hice—. Así me gusta —ronroneó, adecuando la mordaza en mi boca.

Cuando terminó por amarrarla por detrás de mi cabeza, besó con suavidad mis cabellos y se dirigió a aquel punto íntimo de mí. Yo mordí la tela con todas mis fuerzas, anticipándome a lo que iba a ocurrir, deseosa por más. Entonces, Edward tiró de mi monte con sus dientes, sacándome un fuerte grito. Ni siquiera podía cerrar las piernas de forma instintiva ante el tumulto de sensaciones, así como tampoco buscar su cabeza para que siguiera, porque era presa de sus cuerdas. Me torturó, lamiendo primero la piel que había sobre el hueso de mi pelvis, las orillas de mi sexo y mis ingles cubiertas de mi humedad.

—Eres deliciosa —musitó.

Gimoteé con la mordaza, lo que provocó una sonrisa traviesa en él. Apretó mis muslos, sujetándome más y acabó hundiendo la cabeza en mí. Entonces abrió la boca para comerse mi ser, succionando sin reparo. Fue demasiado, por lo que solo eché la cabeza hacia atrás mientras suplicaba al cielo que continuara. Tenía la nariz pegada a mi sexo y sus ojos me contemplaban con intenciones peligrosas. Verlo ahí, hundido en mi ser, mirándome entre promesas de más, con su lengua ímproba y ávida de mí. No tenía piedad, su boca húmeda buscaba mi clítoris, moviéndolo a su antojo, con círculos, vaivenes, a horizontal y a vertical, bajando luego a mi entrada, la que penetró con su lengua tensada. Mi respiración estaba errática y a ratos hiperventilaba hasta temer desmayarme.

—Déjate ir —pidió, para luego volver a hundirse.

Buscó mi periné, usando la misma lengua. Cerré mis ojos, arrugando los párpados con fuerza. Sentía que iba a morir y no podía parar de arquearme.

—Mmm… —fue lo único que salió de mi boca producto de la mordaza.

Nuevamente, aquella lengua llegó a mi sexo, sacándome un fuerte suspiro. Edward hacía un vacío entre su boca y mi intimidad, lo que sin duda iba a volverme loca. La amarra era imposible de quitar, ni siquiera era capaz de apretar los edredones para liberar la desesperación. Lo peor de todo era que, a medida que seguía enloqueciendo, disfrutaba más de sentirme prisionera de él.

Finalmente, movió sus labios en mi clítoris, como si disfrutara de la misma ostra y vieira que habíamos comido hacía un rato. Fue tanto que simplemente permití que el fuego del orgasmo llegara hasta mí, liberándose en cada espacio de mi sistema nervioso, desde el periférico al central, creando una bomba de sensaciones que llegó a mi cerebro sin remedio. Por un instante creí que había dejado de visualizar la realidad para llegar al cielo y al infierno, un sube y baja que podía ser imposible, salvo que, con Edward, eso sí sucedía. Todo de mí temblaba, podía asegurar que hasta mi cabello lo hacía.

Estaba exhausta, pero quería más… muchísimo más.

—Tu sabor es de mis favoritos —me dijo al oído—. Te disfrutaría de mil maneras.

Quería decirle que siguiera disfrutándome, que no terminara de hacerlo jamás, pero seguía solo profiriendo gemidos en medio de una mordaza mojada producto de mi saliva. Él se alejó y me permitió ver el brillo de sus labios perlados por la humedad de mi intimidad. Nos contemplamos de forma viva, mirada tras mirada; sí, claro que quería más.

—Sé que quieres más —musitó y luego mordió mi barbilla—. Y te lo daré.

Arqueé las cejas, suplicándoselo.

Besó mis labios amordazados y tomó mi mandíbula en el intertanto, sujetándome con fuerza.

—Siguen mirándonos —dijo, ladeándome la cabeza para mostrármelo—. Siguen viendo cómo cogemos. ¿Le damos más espectáculo?

Asentí, excitada ante todos esos ojos siendo testigos de esto.

Él se sujetó del cabecero de la cama, apretando con fuerza para mostrarme la rudeza de sus músculos. La mano libre la puso en uno de mis muslos, apretándolo para marcarme. Juntó su frente con la mía y luego botó el aire, siempre contemplándome a los ojos. En un segundo sentí su dureza buscando entrar, abriéndose paso en mi interior con cuidada lentitud, como si quisiera hacerme disfrutar de cada pulgada, rozando mi piel junto a la suya. Cada milímetro dentro era más intenso que el otro, hasta que finalmente estuve llena de él y sentí un ligero dolor mezclado con el placer, aquel que significaba una profunda estocada hasta las entrañas. Tomó mis mejillas con una mano, procurando que mantuviera mi atención en él y entonces salió para luego volver a entrar.

Grité.

Edward me cogía con brutalidad, todo de mí temblaba con desesperación. Tenía los músculos tensos, duros e incapaces, estaba enloqueciendo e iba a perder mi capacidad de respirar. Su piel y mi piel generaban un sonido constante, el que se oía en toda la maldita habitación. ¡Cuánto quería arañar su piel! Pero no, no podía, estaba prisionera de los pies a la cabeza… y, maldita sea, ¡me excitaba más!

En momentos veía el movimiento de nuestros testigos, disfrutando de la forma en que Edward me penetraba sin descanso. Era desesperante, ¡necesitaba liberarme! El corazón chocaba con mi pecho y sentía un calor insufrible en cada espacio de mi cuerpo. Podía percibir nuestros sudor mezclándose el uno con el otro. Mi cabello se pegaba a mi piel y el suyo a la frente; estábamos desatados en nuestro encuentro. Edward estaba concentrado en entrar en mí, su ceño fruncido y su boca entreabierta me daban una imagen preciosa de él.

Apreté mis paredes, lo que causó su desasosiego, por lo que sus movimientos fueron suficientes para sentir que se acercaba un tercer orgasmo.

—Déjate ir —me dijo junto a los labios amordazados—. Hazlo.

Lloriqueé, otra vez dispuesta a dejarme ir en sus brazos fuertes. El infierno, ah… Y el paraíso nuevamente. El aire dejó mis pulmones y mi cuerpo vibró con él en mi interior, llenándome de fuego, de humedad, de desesperación y de goce. Mi clímax fue suficiente para comenzar a llorar y a gemir por más; no entendía cómo mi cuerpo continuaba reaccionando a sus caricias, a su entereza y a todo lo que significaba él.

Cuando acabé, cerré los ojos, respirando de forma alocada.

Pero Edward, vigoroso y dominante, tiró de los nudos en mis extremidades y los deshizo sin problema, permitiéndome liberar la tensión. Sin permitirme respiro, me dio la vuelta para que estuviera más cómoda, apoyada desde las rodillas y las palmas en la cama, levantando mi culo desde las caderas.

—Mira, estás chorreando —susurró con suavidad, mirando cómo a cada lado de mi boca había un riachuelo.

Él lamió cada uno mientras hacía chocar su miembro a punto de explotar en mis nalgas.

—Te quitaré esto —agregó, desabrochando la mordaza.

Dios mío. No me servían las piernas.

—No te dejaré caer, ¿de acuerdo? —dijo en mi oído, sosteniéndome desde el vientre y los senos.

Su pecho se pegó a mi espalda y volvió a hundirse en mi interior, por lo que esta vez grité su nombre sin temor alguno a que todo el maldito lugar me escuchara. Edward no tenía piedad, sus estocadas eran aún más fuertes y yo solo sentía que iba a desmayarme. Pero no me permitía caer, su cuerpo fuerte me mantenía unida al suyo, protegiéndome de cualquier daño. Me sentía tan pequeña en sus brazos y él era tan grande que solo quería que me apretara hasta acabar.

—Edward —susurré, ya sin aliento—. Estoy…

No continué, no pude.

Mordió mi cuello y yo busqué sus labios, sedienta de sus besos. Él me recibió y se comió mi boca, mientras continuaba penetrándome hasta que lo sentí rugir, a punto de acabar. Cerré mis ojos en el instante, con mi cuerpo, sorpresivamente, dando un último impulso de energía para recordarme el placer más infinito e intenso que podría disfrutar en mi vida. No supe de razones ni respiros, simplemente caí en una nueva espiral de excitación, con mi sexo explotando en una caída libre de humedad. Simplemente grité en su boca, olvidé cada sentido de mí misma para solo enfocarme en lo que estaba sintiendo, hasta que desconecté mi vida de la realidad, inundada de algo sin adjetivos capaces de describirlo. Edward contuvo el aliento y sus músculos se tensaron con más fuerza, con su cuerpo vibrando detrás del mío, dejando ir su virilidad entre mis nalgas, derramando su simiente sin ningún tapujo. Sus gruñidos eran una melodía desgarradoramente adictiva, una que podría escuchar toda mi vida.

Caí en la cama, sin un espacio de mí que no haya quedado exhausto producto de todo lo ocurrido. A pesar de eso, no dejaba de sonreír, como si hubiera rejuvenecido. Edward se acomodó a mi lado, respirando de forma desacompasada. Cuando lo contemplé y vi una erección aun después de lo ocurrido, no pude contenerme y le busqué, haciéndome el cabello a un lado.

—Isabella —susurró, viéndome gatear hasta su lado.

Besé sus labios y fui bajando de la misma manera que él, procurando alterar cada espacio de su cuerpo. Disfruté comiéndome su abdomen, maravillada con su piel y músculos, tan fuertes, tan viriles… Ah, maldito senador, era una perdición. Entonces acabé entre sus piernas, mirando lo que gritaba con locura una caricia más.

—Eres sorprenderte, Edward —mascullé, bajando por sus testículos.

Echó la cabeza hacia atrás, disfrutando de mi boca. Tomé uno y lo succioné mientras con mi mano tiraba del otro, arañando con mucha suavidad.

—Carajo, Isabella —profirió, apretando las manos entre los edredones.

Subí, tomando aquella fuerte erección, rodeándola con mi mano desde la base y procurando rozar mis labios con la zona lateral de él, desde arriba hacia abajo, con generosidad, ambición y búsqueda de satisfacer. Edward no se contuvo y siguió acariciando mi espalda, viéndome buscar la punta para lamer y luego, sin más preámbulo, llevármelo por completo a la boca. Era la segunda vez que lo hacía en mi vida, todo con él y su sabor me resultaba enormemente adictivo y delicioso.

—Me harás acabar —insistió.

Eso quería, que acabara en mi boca.

Edward tomó mi cabello entre sus manos fuertes, mientras continuaba dándole placer con mi boca, succionando y moviendo mi lengua en torno a su masculinidad. Lo miré a los ojos y acaricié sus pectorales al mismo tiempo, ahogándome con su dureza. Él no se contuvo y tanto sus venas como la fuerza de sus músculos me hizo prever lo que se avecinaba. Aumenté mis caricias y movimientos, hasta que finalmente su gruñido viril anticipó un orgasmo vivo dentro de mi boca. No me quité por ningún segundo y finalmente sentí cómo chocaba su simiente con mi garganta. Una vez que me alejé de su intimidad y volví a su rostro, tragué.

Edward sudaba de la misma forma que yo y tan solo un segundo después, caí sobre su cuerpo. No quedaba aliento en mí, lo único que podía hacer era buscar un respiro para no desmayarme. Su pecho era un refugio cálido en medio del cansancio, uno que sin lugar a duda era… magnífico. Cuando levanté la mirada hacia él, vi su agitación y su salida de la compostura, lo que lo hacía todavía más fascinante. Tenía el cabello húmedo y la piel perlada de sudor. Finalmente, encontré uno de sus tatuajes delante de mí y fue inevitable tocarlo. Cada vez tenía más preguntas, las que sabía que jamás iban a ser respondidas. ¿Por qué había frases en lo que parecía latín? ¿Por qué también había símbolos?

Uno de sus dedos atrapó mi muñeca y finalmente subió tocando mi brazo con suavidad hasta llegar a mi rostro, el que cobijó. Nos besamos más calmos, sintiendo a sangre viva la particularidad satisfactoria de nuestro roce e intimidad. Nuestras lenguas volvían a ser parte de ello, disfrutándonos de tal manera que sirvió como un momento de relajación excitante para que nuestros cuerpos siguieran deseándose con desesperación.

—Me haces reaccionar otra vez —susurró en mi oído luego de separarnos de nuestro beso para respirar—. Mi cuerpo te necesita más de lo que puedo soportar.

Sonreí ante la calidez de su aliento junto a mi piel.

—Creo que estamos a la par —respondí en voz baja, sosteniendo su mirada junto a la mía.

Tomó mi cabello entre sus dedos y tiró con suavidad para tener acceso a mi cuello. Cuando dio recorridos con su boca en aquel lugar, volví a sentirme inmensamente excitada.

—Tu piel está hinchada y marcada —musitó, tomando mis muñecas con el ceño fruncido.

Tocó la piel con el pulgar, para luego comenzar con caricias suaves.

—No es nada —dije, viendo cómo comenzaba a dar caricias en mis tobillos también.

Parecía querer mimar mi piel lacerada por las cuerdas, como también aquella que él tomó con sus grandes manos, en especial la de mis senos, mi cintura, caderas y nalgas.

—Me gusta ver las huellas de tus caricias en mi piel —agregué, aprovechando de acariciar sus dedos junto a mí.

Él se tensó nuevamente, como si el hecho de acercarme lo aterrara. Sentí un nudo en mi garganta y subí por la piel de sus brazos, queriendo preguntar si había hecho un acercamiento intolerable para sí mismo. Lo que menos quería era ir más allá de su consentimiento, tal como me había hecho entender durante toda la noche.

—Quiero agasajarla, está algo irritada —musitó, besándola con un intenso suspiro.

Sin embargo, y antes de continuar, se levantó de la cama, mostrándome su anatomía deliciosa. Caminó hasta el cristal oscuro y con el mismo control cerró cualquier oportunidad para que los demás nos vieran. Se había acabado el espectáculo y me parecía bien.

Cuando regresó, disfruté enormemente de la visual que me regalaba, suspirando ante lo que veía. Edward seguía siendo el hombre más guapo que había visto en mi vida. Se arrodilló en medio de la cama, delineó mi piel marcada con cuidado, para entonces ir hacia las articulaciones que estuvieron amarradas. Las besó, las cuidó y protegió de las acciones exteriores, de forma celosa, pendiente de mis expresiones. A medida que se acercaba a mi sexo, sensible y algo adolorido por lo que acabábamos de hacer, mi cuerpo deseaba enormemente continuar, pero ya sentía mucha fatiga. Entonces, fue deshaciendo los nudos de mis senos, cintura y caderas, hasta que finalmente solo fui yo, completamente desnuda delante de él. Cada cicatriz temporal enrojecida en mi piel, fue blanco de sus besos y caricias, cuidándola con esmero. Verlo era fascinante y solo quería acariciar sus cabellos mientras lo hacía, aunque… jamás me atreví.

Pero entonces vi que sus manos tatuadas escondían algo más en los nudillos, una herida pasada quizá, algo… que parecía muy doloroso. Fue instintiva mi necesidad por buscar cuidársela, por lo que sin pensarlo lo toqué nuevamente, acariciando con mucho cuidado parte de su piel. Edward dejó de tensarse, como si mi toque simplemente… le gustara y lo calmara.

—¿Por qué te lo permito, Isabella? —inquirió, besando con calma la piel de mis senos.

Subió su mirada hasta mí y nuestros ojos conectaron sin remedio.

—No lo sé —respondí—. Pero no quiero hacerte daño ni acercarme a ti si eso va a incomodarte.

Botó el aire y en sus ojos vi una desesperación tan intensa que no pude quitarme el nudo de la garganta.

—Cuando lo haces me siento tan bien —murmuró—. Una parte de mí no quiere que lo hagas porque… —Gruñó—. Eres la viuda de mi padre.

Mi barbilla inferior tembló y yo quise salir de su lado, repentinamente inquieta por ser, otra vez, la mujer que pasó por la vida de Carlisle.

—Entonces no me lo permitas —pedí, sintiendo un deseo inmenso por llorar.

Tragó.

—Creo que ya es tarde, ¿no?

Pestañeé, aguantándome el llanto.

—Solo quiero sentirlo —añadió—. Aunque sé que no debes, que la intimidad que traspasas juntando tu piel con… —Arrugó el ceño—. Es tanta la calma que siento cuando disfruto tu suavidad.

Cerró los ojos por unos segundos y entonces volví a tocarlo, primero en sus manos, donde yacían esos tatuajes tan íntimos, como si protegieran esa piel dañada. Edward se volvió a tensar, pero pronto dejó ir el aire, apretando los párpados y luego sonriendo con suavidad.

—Maldita sea, Isabella, ¿por qué tú? —me preguntó.

—No lo sé. Yo también me pregunto porqué tenías que ser tú —gemí.

Suspiró y cobijó mi rostro con una de sus manos, pero yo continué cuidando de la piel de sus manos, subiendo con ligereza por sus brazos fuertes para llegar finalmente a su pecho. Su ceño seguía fruncido a medida que me contemplaba, pero entonces este fue relajándose hasta tornarse una mueca de completa paz.

—Pero… acabaste siendo tú, Isabella —añadió.

Tragué, queriendo gritarle que no era la esposa de Carlisle, que su padre jamás me tocó y que nunca nos amamos. Pero ¿por qué quería decírselo? ¿Por qué me desesperaba que él se sintiera tan prisionero de la idea? Dios mío, mi cabeza no dejaba de preguntárselo. Prometí que nunca lo haría, porque el plan era llevarme el secreto hasta la muerte. No quería que esto que… estaba sintiendo…

Ah…

Comencé a sentir desesperación, un calor agobiante ante mi incapacidad por quitarme la palabra "sentir" de la cabeza y del corazón.

« Tienes una meta que cumplir, Isabella Swan, una meta que conlleva atravesar a cualquiera de los Cullen, ¡no a… sentir! ¡Maldición!».

Pero no pude siquiera alejarme de él. Edward estaba acariciando mi piel marcada, agasajándola con sus labios y sus toques. ¿Cómo demonios me alejaba de él? ¿De qué forma?

—¿Incluso siendo la viuda? —le pregunté con otro nudo en mi garganta.

Sus ojos se volvieron brillosos y dolorosos.

—Incluso así —musitó con la mandíbula muy tensa—. No puedo quitarte cuando me tocas y no puedo controlar las ganas que tengo de besarte.

Dejé ir el aire y continué tocando su pecho, disfrutando de poder ser libre de hacerlo. Él parecía tan en paz cuando lo hacía, como si lo hubiera deseado toda la vida… y hubiera estado aterrado de aceptarlo.

« Va a doler, sabes que lo hará, aún te ilusionas, él… nunca va a verte como…».

No continué pensando y cerré los ojos de golpe, queriendo huir de mi propia cabeza buscando protegerme de sufrir.

Edward me besó, sacándome un profundo gemido. Se dio la vuelta en la cama y yo junto a él, acabando sobre su cuerpo. Mis pechos estaban apretados contra el suyo y sentía su miembro cerca de mi sexo, chocando de forma especialmente íntima.

—Estás agotada —susurró, tomándome la mandíbula con cuidado.

Mis ojos pesaban y solo quería dormir, pero no me atrevía a hacerlo sobre su cuerpo, sentía que iba a traspasar límites que ninguno quería ni debía.

—Puedes dormir —afirmó, corriéndome el cabello del rostro—. Estás a salvo aquí para hacerlo.

—¿Puedo?

Bajó sus dedos por mis mejillas y luego acarició mi labio inferior con su pulgar.

—Te despertaré en un par de horas. Nadie tiene permitido entrar aquí, menos si estoy dentro.

—Deben saber que aquí haces tus magias —dije mientras me dejaba llevar.

Tragó.

—Aquí observaba en la habitación contigua —respondió—. Digamos que he probado la cama contigo… Ya te lo dije, no había traído a otra mujer aquí.

Bajé la mirada, no queriendo creer en ninguna de esas palabras.

« Haz que todo sea mentira, así será más fácil».

—¿Y tú? ¿No dormirás? —inquirí.

Suspiró.

—Prefiero mirar cómo lo haces.

Me mordí el labio inferior y volví a esconderme de sus ojos, especialmente porque mi corazón latía con más prisa al escucharlo y… pronto me delataría.

Lo correcto era no aceptar dormir en sus brazos porque aquello era todavía más prohibido, pero… no pude no hacerlo, era una oferta tentadora. Como ofrecerme una bocanada de aire mientras me ahogaba en el océano, o una copa de agua fresca luego de una larga caminata en el desierto, simplemente imposible de negarse a ello.

Y me dormí, instintivamente abrazada a su cuerpo como si fuera mi salvavidas, mi entereza… todo lo que esperaba. Pero también estaba aterrada, porque cada instante con él lo estaba disfrutando y amando como el mejor panorama de mi vida.


Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, ya sé, un infierno en el cielo, ¿no? O un paraíso en el infierno, ¿quién sabe? Lo que sí sabemos es que estos dos están cayendo en un abismo y Bella está desesperada por lo que está sintiendo, ¿qué siente Edward? Lo podremos ver en el próximo, con un POV, ¿qué les parece? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas Wenday 14, lolitanabo, piligm, Tabys, Mime Herondale, cavendano13, Tata XOXO, AnabellaCS, Valevalverde57, LadyRedScarlet, Toy Princes, Paliia Love, Jeli, BreezeCullenSwan, dana masen cullen, Liliana Macias, Rose Hernandez, DanitLuna, ConiLizzy, TheYos16, angelaldel, solecitonublado, saraipineda44, Mariela, barbya95, Belli swan dwyer, Elmi, Pancardo, Isis Janet, Fernanda javiera, Naara Selene, Tereyasha Mooz, LuAnKa, Rommyev, rosycanul10, esme575, Anita4261, sollpz1305, Pam Malfoy Black, Elizabethpm, dayana ramirez, almacullenmasen, Brenda Cullenn, Ana, EloRicardes, valem00, Brenda Naser, JMMA, ClaryFlynn98, patymdn, Yera, llucena928, NarMaVeg, Mari, ale173, Liz Vidal, Estefania Rivera, kedchri, Gladys Nilda, Lore562, Ana Karina, Ttana TF, Stella mino, Yoliki, Bell Cullen Hall, Freedom2604, calia19, Pameva, miriarvi23, SeguidoradeChile, Jocelyn, joabruno, Noriitha, MariaL8, Rero96, valentinadelafuente, maribel hernandez cullen, Coni, lovelyfaith, Michistgi, Poppy, kathlenayala, rjnavajas, morenita88, twilightter, Elizabeth Marie Cullen, MontseZDiaz, CazaDragones, Valentina Paez, Gan, Diana, CelyJoe, Dominic Muoz Leiva, karirmz94, Bitah, Chiquimoreno06, alyssag19, CCar, diana0426a, Olga Javier Hdez, catableu, Ceci Machin, PielKnela, Elusoro, PRISGPE, claribelcabrera585, KRISS95, mila92, robertsten-22, Vero Morales, Damaris14, Aidee Bells, SaraGVergara, miop, Drumimon, Melany, roselinvelazquez79, Sther Evans, DannyVasquezP, Ady denice, Ruth Lezcano , Fallen Dark Angel 07, bbluelilas, Santa, Jade HSos, Natimendoza98, Esal, Liz Barraza, Flor Santana, Lu40, beakis, krisr0405, ELLIana11, Andre22-twi, paramoreandmore, Karensiux, Vero, Camren, Bellis, Ella Rose McCarty, Chofibipphotmai , jackierys, MakarenaL, Vanina Iliana, Mayraargo25, Valeeecu, somas, nydiac10, Smedina, jroblesgaravito96, PanchiiM, bbwinnie13, NoeLiia, GigiBelMC, Nicole19961, Elusoro, Freya Masen, Celtapotter, AndreaSL, Adrianacarrera, carlita16, Markeniris , SummerLove20, dan-lp, Eli mMsen, Mentafrescaa, natuchis2011b, Gibel, viridianahernandez1656, Nadsanwi, Fer Yanez y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus palabras, su entusiasmo y cariño, de verdad graciasRecuerda que si dejas tu review recibirás un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben poner su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se veráPueden unirse a mi grupo de facebook que se llama "Baisers Ardents - Escritora", en donde encontrarán a los personajes, sus atuendos, lugares, encuestas, entre otros, solo deben responder las preguntas y podrán ingresarTambién pueden buscar mi página web www (punto) baisersardents (punto) comSi tienes alguna duda, puedes escribirme a mi correo contacto (arroba) baisersardents (punto) comCariños para todas

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