Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Historia editada por Karla Ragnard, licenciada en Literatura y Filosofía
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Capítulo 21:
Débil
Parte I
Sentía que me acomodaba sobre las nubes. Era una sensación celestial de la que no quería librarme jamás. Sin embargo, una caricia suave en mis labios continuó arrastrándome a la realidad.
—Isabella —escuché.
No quería despertar ni abrir mis ojos, nunca había dormido tan bien, de tal forma que cada segundo en medio del descanso en el que estaba inmiscuida parecía una suerte de completo goce.
—Hey —me dijeron al oído.
Me estiré, sintiendo una dulce calidez a mi alrededor.
—Ya estamos en medio de la madrugada —volvieron a decirme—. Bella…
Ese Bella sonaba tan bien en los labios de su dueño, tan… bien.
—Mmm… —Fue lo único que salió de mis labios, para luego bostezar.
Y entonces sentí una pequeña carcajada. Edward era el dueño de ella. Abrí mis ojos y me encontré con su mirada verde esmeralda, brillando tal como esas piedras preciosas.
—Has dormido más de lo que pensé —afirmó, tirando con mucha suavidad de mi barbilla.
Cuando me di cuenta de que seguía desnuda entre las sábanas y que no solo había dormido en sus brazos, sino que además estaba aferrada a él, como si no quisiera soltarlo nunca, acurrucada en su pecho, me sonrojé y me sentí enormemente expuesta. No era lo que debía hacer con él, nada de ello estaba permitido, pero ¿por qué alejarme parecía un sacrilegio?
—Estaba muy agotada, ¿no recuerdas lo que hicimos? —inquirí, estirándome con suavidad mientras buscaba la manera de calmar mi rubor.
Era tan irónico que, luego de todo lo que hicimos en estas sábanas, lo que más me sonrojara era haber dormido entre sus brazos.
—Lo recuerdo perfectamente, Isabella —susurró, apretando mis mejillas para acercar sus labios a los míos.
Cerré mis ojos y me dejé llevar, completamente sedienta de él. Y sí, suspiré entre sus brazos fuertes y viriles, aprovechando mi necesidad de acariciar la piel de estos.
—¿Y tú…? ¿Pudiste dormir? —inquirí, sintiendo su respiración junto a la mía, chocando con mi rostro.
Tragó.
—No —respondió en voz baja, contemplando mis expresiones—. Preferí mirarte hacerlo.
Mi rubor fue todavía más intenso al escucharlo. Dios, esperaba no haber hecho alguna estupidez en medio de ello.
—Hay algo en la paz que transmites mientras duermes que… me calma profundamente —añadió, guiando sus caricias por mi espalda baja.
—Veo que lo que más deseas es…
—Calma —susurró—. Todo de ti lo produce a pesar de que esto que hemos experimentado ha sido más caos y tormenta que serenidad.
Ah… Lo definía tan bien. Éramos una tormenta que comenzaba a generar tanta calma y… Dios santo, no quería revivir lo último que concluía antes de dormir, me aterraba enormemente.
—¿Por qué necesitas calma? —me atreví a preguntar.
Suspiró y miró hacia otra dirección, mostrándome la misma vulnerabilidad de aquella oportunidad mientras tocaba la piel de sus manos.
—Porque es lo que menos he tenido durante toda mi vida —respondió de forma queda.
—¿No estás cansado? —inquirí.
Negó con suavidad.
—Verte descansar fue suficiente para mí.
Asentí, aunque por dentro sentía un huracán.
—¿Qué hora es?
—Las tres de la madrugada.
Levanté mis cejas.
—Vaya —exclamé.
—Es buena idea que nos marchemos. Aunque me gustaría mostrarte un poco más el lugar.
—¿Quieres que veamos a los demás…?
Se rio y negó.
—Es un panorama que podría darse, dado que debe haber mucho en los pasillos para contemplar; sin embargo, es el arte de este sitio el que quiero que veas.
—Caronte —musité.
—Así es… Sigamos conociendo Caronte.
Él se levantó de la cama, mostrándome ese cuerpo glorioso. Siempre era una divinidad ver su culo paseándose por donde sea que fuera, pero sobre todo, su semblante despreocupado y seguro de sí mismo. Cuando notó que solo lo contemplaba sin moverme de la cama, cubierta por los edredones rojos alrededor de mí, su mirada se oscureció.
—¿No vendrás conmigo? —inquirió con media sonrisa coqueta saliendo de sus labios.
Suspiré.
—Me gusta lo que veo.
Su sonrisa aumentó.
—Me has quitado las palabras de la boca.
Se acercó de forma lenta, como el depredador que era analizando a su presa y sin más tomó mis tobillos, arrastrándome hacia él. Cuando me acorraló con sus manos, instantáneamente sentí el deseo imperante que había en mí… por su existencia.
—No me hagas cometer una locura —susurró, rozando su nariz junto a la mía.
Dejé ir el aire contenido y sin meditar respuesta de su parte, puse mis manos en su pecho, tocándolo con cuidado. Él, en cambio, no tardó ningún segundo en repartir caricias con sus labios en mi cuello, bajando con suavidad por el canal de mis senos.
Dios mío, estaba en la gloria.
A pesar de estar cansada y de que mi piel escociera un poco, mi cuerpo seguía necesitando de él.
—Podrías cometerla, no te la negaré —le dije al oído.
Lo sentí sonreír.
—Primero quiero cuidar esta piel —musitó, acariciando la que estaba especialmente roja por sus manos—. Mimarla… —Sus besos seguían provocándome, en especial al estar desnuda bajo sus labios.
—Eres un…
Rio.
—¿Un qué? —inquirió, subiendo hasta mis labios.
Cuando me besó, fui suficientemente débil a él para gemir sin consideración. Demonios, esa lengua tan hábil.
—Un bastardo —respondí cuando pude respirar de sus besos.
Al escucharme, su sonrisa fue aún más amplia, así como el brillo en sus ojos apareció de pronto, incapaz de marcharse.
—Un bastardo —repitió—. Vaya. Ahora soy el bastardo.
—Un bastardo totalmente.
—Este bastardo quiere invitarte a ver más allá. ¿Vienes?
Quise decirle que le acompañaría a donde fuera, pero no me atreví.
—Voy contigo —respondí.
Nos vestimos en medio de la habitación, que era muy amplia. No quería perderme los detalles, en especial los de las paredes, que tras el rojo, parecían esconder más imágenes que no tenían relación clara con la realidad.
—¿Vamos? —inquirió, parado delante de la puerta.
Pestañeé.
—Vamos —dije.
Tomé su mano ya enguantada y me fui con él, mirando la habitación por detrás de mí, sabiendo que, de alguna manera, no iba a volver… y eso me deprimía un poco.
Desde el pasillo solo podía escuchar la suave música que había de fondo, la que resultaba más bien sutil. Más allá vi luces delante de variadas puertas, algunas en rojo y otras en blanco.
—Las de rojo invitan a mirar y las de blanco están desocupadas —me dijo al oído.
—¿Y si no quieres que te miren?
—Amarillo —murmuró.
—¿Pusiste esa luz cuando estabas conmigo?
—En cuanto pude.
Seguimos caminando por el lugar hasta que llegamos a las escaleras imperiales. Antes de bajar, Edward tiró de mi mano y me mostró los cuadros que decoraban el techo, que compartía cristales que mostraban la belleza del cielo. Dios santo, era un museo de arte en medio del infierno llamado sexo.
—El jardín de las delicias —susurré, contemplando tamaña obra delante de mis ojos.
Cuando miré a Edward, noté fascinación en sus ojos.
—Los conoces. —Parecía encantado de que fuera así.
Sonreí, pero luego sentí tristeza.
Papá siempre me mostró parte del arte. Si tan solo lo volviera a ver…
—Digamos que también me gusta el arte en su máxima expresión.
Tragó.
—No tienes idea de cuánto me gusta escuchar eso —musitó—. Es una de mis favoritas, el hecho de que sea un tríptico compuesto de detalles, su descripción de distintas formas de visión en cada parte de este… —Soltó el aire, realmente emocionado de ver tamaña obra en el techo.
—Tiene todo para que puedas analizarlo —afirmé, contemplando sus ojos, obviando la obra, porque verlo a él era todo lo que ansiaba.
Al analizar mis pensamientos quise quitar mi vista del senador, desesperada por el rumbo de estos, pero por más que lo intentaba, seguía ahí, viendo su fascinación y la adoración que sentía por el arte que le rodeaba.
Pero Edward se dio cuenta de que estaba mostrando más emociones delante de mí y su rostro rápidamente se tornó más serio. Quise pedirle que no lo hiciera, que cuando mostraba más yo… me sentía más atraída a él, pero… tampoco me atreví.
Bajamos las escaleras en silencio y continuamos caminando, esta vez, en una dirección completamente distinta a la de la zona de fiesta. Parecía ser otro mundo, uno en el que el erotismo se vivía de una forma artística, oscura y demente a la vez: el averno de Hades era todo esto… y Hades estaba a mi lado, permitiéndome conocer su mundo. Cuando llegamos hasta el que parecía ser un salón especial para charlas más serias, Edward me enseñó la pared contigua, que era inmensa y tenía solo el Infierno del ya contemplado Jardín de las Delicias.
—Es una de mis favoritas —susurró—. Era lo que más observaba cuando apenas estaba en la universidad haciendo mi doctorado y ya tenía contemplado el hecho de introducirme en la política.
—Entonces, ¿venías aquí para relajarte? —inquirí, mirándolo solo a él.
Su rostro pasó por muchas emociones, pero lo que más veía era dolor y mucha miseria. Instintivamente tomé su mano, lo que llamó su atención.
—Sí, lo necesitaba. Verás, ver se convirtió en una adicción, me hacía abstraerme del mundo. Supongo que el sexo es el opio de los más descastados e infames. Pero tan pronto como ver se hace costumbre, deseas ser partícipe y ver vívidos tus mayores deseos. —Contuvo mi mano entre sus dedos enguantados y me contempló a los ojos—. Nunca he deseado hacerlo tanto hasta que te vi, Isabella.
Solté el aire.
—Y sé que parece un deseo ordinario, pues el sexo es… algo común entre los animales, pero… —Frunció el ceño, acercando la mano hasta mi mandíbula para sostenerla mientras me contemplaba de forma depredadora—. Algo hay en ti, Isabella, algo… —Apretó los labios y tragó—. Debo ser franco —murmuró, volviéndose a mirar mi boca entreabierta—. Parte de este lugar es mío.
Oh…
—Puse gran parte de los recursos cuando apenas era un universitario desadaptado y perdido en un mundo de mierda —medio gruñó—. Solo pedí que mi nombre quedara en el anonimato, pero que cada pieza de este lugar conservara la erigida, hecha con base en un antiguo palacio.
—Pero… dijiste que la primera vez que llegaste aquí te asustaste. ¿No era entonces…?
Sonrió con tristeza.
—Tenía dieciocho cuando conocí este mundo, Isabella, y precisamente no era aquí donde lo pisé por primera vez. —Suspiró—. Te seré franco, muchas mujeres me enseñaron cosas que no volvería a vivir, la mayoría adultas. —Miró hacia el horizonte con mucha incomodidad—. El lugar correspondía a un buen amigo, el Conde Vulturi, un antiguo aristócrata italiano que llegó al país para disfrutar sus fetiches, claramente consensuados y legales —aclaró—, por lo que ya existía la idea principal hacía mucho tiempo. Sin embargo, el desenfreno pasó su cuenta y mientras veía perdidos sus ingresos y sus ideas, decidí ayudarlo. Ahora, esto es mío, pero el Conde se ha quedado en el papel principal porque no es algo que planeo ni requiero hacer con mi vida. Pero, aun así, he querido que tenga todo lo que me gusta, lo que disfruto… y solo quien deseo puede entrar a los aposentos más internos de él. —Me volvió a mirar—. Bienvenida.
Imaginé a ese Edward joven, uno que apenas comenzaba a vivir esa vida que ya era impuesta desde su nacimiento. Me imaginé su ser perdido en medio de lugares tan oscuros, conociendo mujeres experimentadas que, sin duda, le habían brindado vastos conocimientos y búsquedas que ahora servían para ser quien era hoy. Me dolía el pecho siquiera pensar en ese chico joven, incapaz de encontrar un rumbo y solo considerando un sitio oscuro como resguardo de lo que probablemente continuaba doliéndole.
—¿Fue en esos comienzos que aprendiste a hacer los nudos? —inquirí, presa de inquietudes.
—Sí. El Shibari fue suerte de aprendizajes y conocimiento, hasta que me convertí en el principal artista.
—Todos te conocen como El Señor —musité.
—Lo escuchaste.
Asentí.
—He creado mi fama, Isabella, y tú eres mi lienzo, al fin lo he encontrado —susurró.
Sentí el inmenso estremecimiento en mi vientre.
—Soy lo que muchos desean —afirmé, volviendo a poner mis manos en su pecho.
—Yo diría que tengo al lienzo que todos desean —añadió, corriendo el cabello de mis hombros para besarlos.
Cerré los ojos por algunos segundos, pero luego me perdí en los detalles del Infierno, contemplando las referencias de la preciosa pero oscura pintura. Imaginar a Edward sentado sobre el sofá de un cuerpo, visualizando el arte que tenía en frente, debía ser hipnótico.
—Me parece tan irónico tener una pieza que pretende criticar los bajos instintos en un lugar en el que se valoriza el desenfreno y la carnalidad —dijo—. Es una preciosa oda.
Acarició la pintura y finalmente se dio la vuelta hacia mí.
—Ya es tarde y te ves cansada, te llevaré a casa.
Asentí, aunque por dentro sentía mucha desilusión, porque eso significaba que nos debíamos despedir. Pero no podía negarme a marchar, mi cuerpo dolía como si hubiera hecho un triatlón sin descanso.
Edward me condujo por otro pasillo que al parecer daba a una salida especial que solo él y los que manejaban el lugar conocían. Afuera ya nos esperaba su coche, el que estaba perfectamente cuidado por la gran guardería que llevaba el sitio; sin embargo, Edward tensó su mano en cuanto dimos un paso adelante. Por un segundo, no comprendí porqué se había puesto así, pero al ver que estaban acercándose Emmett y los demás guardaespaldas, entendí que algo iba mal.
—Señorita —exclamó Emmett, ignorando a Edward—. Algo ocurre, no quiero que se asuste.
Fruncí el ceño y sin mediar respuesta, tomé la mano de Edward con más fuerza, aferrada por completo a él.
—Hemos percibido actitudes sospechosas de un coche cercano, ha estado a la espera de ustedes —agregó Félix, contemplándonos a ambos.
La mandíbula de Edward estaba muy tensa.
—Deben saber que estoy contigo —musitó Edward—. No sé quién puede ser. Nunca nadie se había acercado a este lugar.
—Hemos bloqueado cualquier acceso, pero no queremos que se acerque lejos de la avenida principal —aseguró Dimitri.
—Bien —gruñó el senador.
—La llevaré a casa, señorita —dijo Emmett—. Custodiaré todo su camino y me quedaré con usted.
—No —bramó Edward—. Yo la llevaré. Procura hacer tu trabajo resguardando su camino, no más.
Emmett iba a replicar, pero yo me puse en el medio.
—Basta —proferí, muy molesta—. Yo doy las órdenes, ¿está claro? —les recalqué a ambos—. No me interesan sus discusiones. Emmett, resguardarás junto a los guardaespaldas de Edward, ¿bien? —Me giré a mirar a Edward—. No puedes darles órdenes a mis empleados, procura hacerlo con los tuyos. Ninguno de ustedes me dirá qué hacer y menos discutirán qué es bueno para mí como si fuera una damisela en apuros, porque no lo soy.
Di un paso adelante y abrí la puerta del coche de Edward.
—Vamos —espeté, cruzada de brazos.
Emmett asintió y caminó hasta su coche, metiéndose mientras todos los demás miraron a Edward, esperando la orden.
—Hagan lo que dice la señorita —respondió el senador.
Se sentó a mi lado en silencio y antes de partir se giró a mirarme.
—Me he preocupado —susurró.
Asentí.
—No voy a marcharme sin antes estar seguro de que esto se trata de una falsa alarma —agregó.
—¿No va a marcharse?
—De tu lado, Isabella.
Tragué.
—Estoy asustada —musité, confesándolo ya.
—Sabes que conmigo nadie te hará daño. Sé que el peligro está al acecho, pero nada ocurrirá, estás conmigo.
Lo miré y vi sus ojos brillantes de preocupación.
—Espero que nadie sepa que has estado aquí por mi culpa.
Sonrió con tristeza.
—Eso no me interesa, Isabella, el lugar tiene muchos resguardos y nadie jamás sabrá lo que ocurre en su interior, lo que me preocupa es otra cosa. —Tomó mi barbilla—. No quiero que te dañen, sea quien sea.
No quería sentir que con él todo el miedo acababa, porque eso significaba que otro miedo, uno mucho más profundo, me abarcaba: el de mis sentimientos.
«No permitas que crezcan, Isabella, por favor», me dije, «es el senador Cullen, un hombre prohibido, un hombre que… significa todo lo que no debes. Él no es como los chicos que has conocido, nunca lo será».
¿Y no era eso lo que más me atraía a él?
—Nada ocurrirá, te lo prometo —añadió.
Asentí y me acomodé otra vez en el asiento, mirando por el espejo retrovisor cómo los guardaespaldas se marchaban en distintas direcciones.
Edward manejó rápido hacia mi departamento, pero manteniendo la precaución adecuada. Cuando llegó hasta destino, se preocupó de analizar su alrededor antes de siquiera salir del coche. En el momento en el que los guardaespaldas le dieron la señal correcta, Edward procuró bajar antes y abrirme la puerta mientras resguardaba todo.
—Podría tratarse de una falsa alarma —concluyó Félix mientras Emmett guardaba el sitio de la entrada.
—Seguiremos resguardando el perímetro, señor.
—¿Va a quedarse sola, señorita? —preguntó Emmett, sacándose las gafas de aviador.
—No, por ningún motivo. —Edward lo frenó, usando un tono mucho más grave—. Me quedaré yo con ella… si gusta —susurró, contemplándome a la espera de que aceptara o me negara.
¿Cómo negarme? Ni aunque supiera todo lo que me costaba aceptar lo que estaba creciendo en mi interior… Era imposible decir que no a su compañía.
—Sí, el señor Cullen se quedará conmigo —respondí.
Edward relajó el rostro y por un segundo se le dibujó una sonrisa mientras miraba a Emmett, como si hubiera triunfado.
Por Dios.
—Estaré en la puerta de su edificio. No me separaré de usted —aseguró.
—Gracias, Emmett. —Le sonreí y acaricié su brazo—. Me siento más segura así.
Cuando me separé para caminar hacia adelante, noté que Edward continuaba mirándolo, esta vez con la mandíbula tensa y los ojos entornados.
¿Qué le sucedía?
Dejamos atrás a los guardaespaldas y nos dirigimos hacia el ascensor, lugar en el que Edward continuó en silencio. Mientras este se dirigía hacia la última planta en un edificio de veinticinco niveles, un par de personas entraron en él.
—Buenas noches —susurramos en respuesta al saludo de la chica y su novio, que eran bastante jóvenes y, por lo tanto, desinteresados de cualquier cosa que estuviera a su alrededor.
De reojo, vi cómo el Bastardo se quitaba uno de los guantes con lentitud.
Tragué.
Más personas entraron en el siguiente nivel. Íbamos en el cuarto. Para nuestra calma, ninguno se percató de quién era el hombre que estaba detrás… un famoso senador de la república. El ascensor se llenó rápidamente y Edward sujetó mi espalda baja con la mano desnuda, mientras fingía acomodarme en el fondo del lugar. Antes de que siquiera pudiera mirarlo para indagar en su comportamiento, sentí que bajaba sus curiosos dedos hacia la curva de mis nalgas, acariciándola con suavidad. Mi jadeo fue instantáneo; sin embargo, mi sorpresa ante su manera de apretarme el culo por un segundo me hizo emitir un pequeño quejido.
Carraspeé, evitando que los demás se giraran a ver qué sucedía.
Entonces lo miré, esperando que me diera una respuesta clara ante esta osadía, pero él se llevó el dedo índice a los labios, pidiéndome que guardara silencio. Quería preguntar porqué, pero no me quedó más motivo alguno de consultar cuando lo vi lamerse dos dedos. Me quedé boquiabierta y en medio de aquel segundo, lo sentí levantarme la parte trasera del vestido, meterse dentro de mi tanga y rozar sus largos dedos en mi culo.
Quise gemir.
Agarré su brazo y él medio sonrió, para luego guiñarme un ojo de la forma más endemoniadamente sensual que podía mostrarme.
Bastardo hijo de puta.
Estábamos rodeados de personas y la gente no bajaba. Mientras, Edward rozaba con suavidad aquel lugar tabú de mi cuerpo, disfrutando también de apretarme las nalgas. Cuando dio un recorrido por la unión de mis labios y luego el perineo, cerré los ojos y apreté las piernas, tambaleando en medio de todas las personas. Era algo tan prohibido, podían encontrarnos, ¡todos estaban delante de nosotros! Pero ¿qué me importaba? Perdía por completo el sentido de lo correcto y la decencia junto a él.
Edward jugaba con mi intimidad con dos de sus dedos, el índice y el corazón, mientras con los otros continuaba apretando mis nalgas. Sus movimientos se hicieron rápidos y buscó lubricarme con mi humedad, llegando otra vez hasta la intimidad de mi punto prohibido, rozando la zona con suavidad, procurando tratarla con cuidado.
Miré mi reflejo en el espejo que había a mi lado y vi a una Isabella excitada, con las mejillas enrojecidas y los labios entreabiertos.
Boté el aire y me sujeté de la pared, apretando aún más las piernas.
—Que tengan buena noche —dijo la mujer mayor, saliendo del ascensor.
Carraspeé y mejoré mi postura para no llamar su atención.
—Bue… Buena noche —susurré.
Edward comenzó a sonreír mientras mantenía la expresión hacia adelante. Iba a replicarle, pero el dedo curioso se movió con más energía, comenzando a hacerse paso en mi interior.
Abrí la boca, dispuesta a gemir, pero conteniéndome en el mismo segundo.
El ascensor comenzó a vaciarse y la última persona se marchó un nivel antes que el nuestro. Cuando las puertas se cerraron delante de nosotros, Edward me apretó con fuerza y me dio la vuelta, acorralándome contra la pared.
—Eres un maldito bastardo —afirmé, muy jadeante y excitada.
—¿Has dicho que te sientes muy segura con él? —inquirió, manteniendo los ojos entrecerrados mientras me respiraba en la boca.
Me reí y quise salirme de su cárcel, actuando como si sus acciones no me afectaran de la manera en que lo hacían en realidad. Sin embargo, Edward continuaba sosteniéndome.
—Pues dije lo que dije —afirmé, sabiendo que eso iba a ponerlo como un demente.
—Vaya —musitó, agarrándome la mandíbula—. Menuda mierda.
—¿Hay algún problema? —inquirí.
Volvió a entrecerrar sus ojos y antes de darme más intentos de respiro, me besó, metiendo su lengua en mi boca. Era tan divino. Las puertas del ascensor se abrieron y él continuó besándome mientras caminábamos en medio del pasillo, importándonos una mierda lo demás. Abrí la puerta como pude, poniendo la huella en la entrada, Edward le dio una patada y luego la cerró de un portazo.
—Demasiados problemas, señorita Swan —afirmó entre gruñidos.
—¿Por qué?
Me miró mientras continuaba sujetándome la mandíbula.
—Porque no tolero… —Botó el aire y volvió a besarme, sumergiéndome en otro espiral de locura y deseo.
No pude preguntar ni siquiera insistir en que continuara con la oración, lo único que ansiaba era más de él.
—Vaya manera de protegerme del exterior, senador —dije, acariciando su entrepierna.
—¿No es la mejor manera, Isabella? —añadió mientras me jadeaba en los labios—. Quiero marcarte y que al despertar recuerdes quién lo hizo.
Me mordió el cuello y yo volví a gemir, esta vez con la necesidad suficiente de que se escuchara en todo el maldito apartamento.
—Qué osado, senador —lo molesté, sabiendo que eso iba a volverlo más duro… como tanto deseaba—. Pero no se atreva a marcarme mientras yo no lo haga también.
—¿De verdad? —inquirió.
Asentí, empujándolo con fuerza para que cayera al sofá. Él abrió las piernas, incómodo con la erección que iba creciendo entre ellas y apoyó los brazos en sus muslos mientras me miraba desde la lejanía de esos metros entre los dos.
A pesar de que me dolía el cuerpo y de que ya estábamos en mitad de la noche, aún quería continuar, olvidando todo lo demás. No sabía si estaba volviéndome loca, pero solo quería estar con el senador. Sabía que era peligroso, que el daño sería inevitable, pero ¿cómo negarme?
—La puta mierda, eres hermosa —gruñó, viéndome acercarme a él a paso lento.
Sus ojos me daban un recorrido animal, siempre desde los pies a la cabeza. Me abrí el vestido y lo dejé caer, hasta que llegué hasta su lado. Edward me sacó las bragas y besó mis nalgas, por lo que solo pude tocar sus cabellos mientras disfrutaba de su manera de acariciarme. Pero esta vez fui yo quien lo alejó de mi cuerpo y me dediqué a quitarle la ropa, disfrutando de cada centímetro de él. Me veía actuar con el ceño fruncido ante la excitación, manteniendo los músculos tensos frente a mis ojos. Cuando lo vi en su total humanidad, me agaché y comencé un pequeño recorrido por sus piernas, lamiendo la extensión hasta llegar a su ingle y, finalmente, su miembro. Lo miré a la cara y besé cada parte de su intimidad, causando su desespero. Pero no me detuve solo ahí. Me senté sobre sus piernas y lo besé, queriendo más… siempre más. Edward sujetó mi cintura y me contempló, corriéndome el cabello de la cara.
—De alguna forma, debo dejar de sentirme atraído a ti —susurró.
Tragué.
—Puedes hacerlo —musité.
Frunció el ceño.
—No sé cómo.
Junté mi nariz con la suya y respiré hondo.
—¿Uno de los hombres más poderosos de este país y el mundo no puede dejar de pensar en mí? —me atreví a preguntar.
—Irónico, ¿no?
Contuve el aliento y él continuó nuestro beso, mordiéndome la boca en el instante.
Gemí contra sus labios mientras sentía su erección chocando con mis labios, caliente, húmeda… endurecida. Sus manos se agarraban a mis nalgas, las apretaba con locura, con deseo y mucha necesidad. Finalmente las subió hasta mi espalda y luego a mi mandíbula, la que sostuvo mientras yo hacía círculos entre nuestras intimidades, rozándonos, buscando más.
—¿Es acaso Hades demasiado débil ante la desdicha de… la atracción? —inquirí, juntando mi frente con la suya.
Me sujetó las caderas con mucha fuerza y luego me nalgueó con poderío.
—Lo es. Todos tienen debilidades, Isabella.
Lo miré y luego bajé a sus labios.
—¿Cuál es?
—Ella.
Jadeé.
—¿Ella?
—A quien vio por primera vez y no pudo olvidar.
Volví a tragar, pero él me volvió a nalguear.
—¿Usted tiene una, senador? —pregunté.
Sonrió y luego frunció el ceño, mirándome siempre a los ojos.
—La tengo ante mis ojos.
Gemí, sintiendo cómo entraba con fuerza en mí.
—Ese maldito guardaespaldas, ese amigo que tienes y has llevado a la compañía —gruñó, entrando más, hasta el dolor—. Dime, ¿por qué no puedo verlos cerca de ti?
Clavé mis uñas en su espalda y luego en su cuello, arañando todo de él. Edward hundía sus dedos en mis nalgas y me hacía saltar en sus piernas, a la vez que yo buscaba aumentar las estocadas.
—No lo sé. Dígamelo usted.
Sus ojos brillaban mientras me contemplaba.
—Los quitaría de tu lado cada vez que puedo.
—Inténtelo cuando quiera y me hará insistir aún más en estar cerca de ellos.
Entrecerró sus ojos con furia.
—Hágalo.
—¿Me está dando órdenes, señorita Swan?
—Tómelo como quiera.
—Endemoniadamente imposible —bramó, haciendo chocar nuestros cuerpos una y otra vez.
—Y aun así soy su debilidad, ¿no es así? —le pregunté, para luego ir a por su cuello, el que besé y succioné hasta marcharlo… como mío.
Tragó y me tomó desde las caderas, levantándome con él aún dentro de mí. Me llevó hasta mi cama, levantó mi culo y entró en mi intimidad, apretando con fuerza mis piernas entre sí para que el acceso fuera mucho más estrecho. Me agarré de los edredones y luego hundí mi rostro en ellos, gritando de forma desesperada. Se sentía tan bien, tan, tan bien. Podía disfrutar de la dureza, de su invasión y la mezcla de nuestras temperaturas y la humedad.
—Tanto poder, Edward Cullen, y no tienes el suficiente para quitarme de tu cabeza.
Sentí rabia de su parte y en un segundo me nalgueó, haciéndome sacar otro grito desgarrador.
—Me tiene demente, Isabella, lo sabe bien —me susurró al oído—. Hades era débil a Perséfone… Y yo estoy siendo débil a ti.
Contuve el aliento en cuanto lo escuché y finalmente cerré los ojos, sintiendo el orgasmo acercándose a mí.
—Muy débil —añadió, para luego dar una última estocada en mi interior, la suficiente para hacerme caer en el espiral infinito del clímax.
Edward me levantó con una mano en el vientre y se mantuvo hundido en mí mientras explotaba de excitación y desenfreno, con su pecho pegado a mi espalda y sus labios buscando mi cuello. Cuando sentía que ya no podía sostenerme con mi propio cuerpo, él echó su simiente entre mis nalgas, caliente y liviana.
Caí en la cama bocabajo, exhausta de todas las formas posibles. Sentía el culo adolorido y las nalgas calientes por sus golpes. Sentí que me limpió con algo suave y entonces me tomó entre sus brazos para acomodarme en mi cama. En el momento en el que él también cayó, exhausto e incapaz de moverse más, me atreví a mirarlo a los ojos, disfrutando de ese verde peligroso que no solo me estaba atrayendo, sino que también me daba paz. ¿Cómo era eso posible? ¿Cómo podía sentir esto siendo él sinónimo de peligro y lo incorrecto?
—¿Te he hecho daño? —inquirió, pasando sus dedos por la curva de mi culo.
Me giré a mirar y vi su mano marcada en mis nalgas. Verlo me hacía sentir… excitada.
—Me ha encantado, senador. —Me atreví a acercarme más y Edward miró cada uno de mis movimientos de forma suave.
Nos quedamos en silencio, mientras él seguía corriendo mi cabello de mi espalda y cuello.
—Débil —musitó—. Demasiado débil.
Tragué y me mordí el labio inferior, sin saber qué sentir al respecto. Yo también estaba siendo muy débil.
—Dame el poder de alejarme de ti —susurró.
Apreté los labios y me escondí dentro de las sábanas.
—Deberías hacerlo tú si lo deseas —respondí con la garganta apretada.
—No tengo cómo. Ya lo intenté y es imposible para mí.
—¿Entonces? ¿Qué planeas?
—No lo sé, Isabella, simplemente no lo sé.
Sujetó mi barbilla con suavidad y yo me acurruqué cerca. Fue una respuesta que no pude controlar.
—Aún no sé ni siquiera porqué verte cerca de ellos me hace enloquecer, porqué de pronto tengo miedo…
—¿De qué?
Negó, no queriendo responder a ello.
Toqué su cuello, mirando las marcas que dejé en él. Tomó mi mano en el segundo y me siguió contemplando, para luego acariciar mis mejillas. Sin embargo, en cuanto vio a su alrededor, su ceño se frunció tanto que sentí que iba a levantarse en cualquier segundo. Fue entonces que recordé que este era el departamento de su padre y que él lo conocía antes de que yo restaurara todo. Pero seguía siendo el lugar de soltero de su papá y yo… continuaba ejerciendo el papel de la viuda.
Me desesperé, porque él continuaba pensando que había hecho todo lo que una esposa hacía con su marido. ¡Pero eso no era así, maldita sea!
—Nunca había estado con un hombre en la misma cama —confesé, temblando por ser sincera, temblando porque eso significaba decir lo que no podía, vulnerándome ante Edward.
Su mirada cambió y su ceño se frunció aún más.
—Es la primera vez —susurré.
Tragó, como si tuviera un nudo en la garganta.
—Por favor, no me hagas más preguntas —supliqué.
Edward continuaba pestañeando, como si lo que acabara de decir comenzara a entrar en su cabeza hasta quitarle los pensamientos. Pero, así como le pedí, él no continuó preguntando y simplemente continuó con su mano en mi mejilla. Me di la vuelta, dándole la espalda y me aferré a los edredones, temerosa por la manera en que me latía el corazón. El senador llevó sus dedos a mi espalda, la que acarició con uno de ellos, desde la vértebra cervical a la lumbar. Era una sensación tan tranquilizadora que finalmente me quedé dormida, ansiando con el dolor de mi alma… que me abrazara.
.
Me removí en las sábanas, buscando el calor que tanto esperaba. Nunca lo encontré. Cuando abrí mis ojos y vi el otro lado de la cama vacía, sentí un dolor muy fuerte en el pecho. Edward no estaba.
Me senté al borde de la cama, con mis piernas colgando de un lado a otro. Todo en mí dolía, recordándome lo que habíamos hecho anoche. Había conocido el averno de Hades y ya se había marchado, dejándome con lo que ello significaba.
Me puse una bata y caminé con lentitud, mirando a mi alrededor. Nada parecía haber cambiado, excepto algo dentro de mí. Cuando vi hacia el estante, mismo en el que guardaba las fotografías de Carlisle, especialmente en las que estábamos juntos sonriendo, noté que todas ellas estaban desparramadas en el lugar, como si alguien las hubiera tomado y luego lanzado con fuerza y rabia.
—Edward —susurré, queriendo sollozar de desesperación.
Sí, seguía siendo la viuda de su padre y eso no iba a cambiar, porque era presa de mi propio destino.
.
Edward POV
En cuanto me desperté la contemplé, durmiendo plácidamente desde su lado, desnuda, preciosa y… siendo simplemente ella.
Toqué sus mejillas, atraído a la sensación de mis dedos en contacto con su piel. Era suave, juvenil y… muy tersa.
Si bien, para mí ya era complejo saber que apenas cumplía veinte años mientras yo cumpliría treinta y cinco, los recuerdos de quién era Isabella en la vida de todos nosotros continuaba volviéndome loco. ¿Por qué había dicho aquello? ¿Por qué me confesó algo que realmente me comenzaba a pesar de una forma hosca? ¿Nunca había dormido con un hombre? Pero mi padre…
Me levanté como pude y la miré tan pequeña entre las sábanas, a veces tan frágil, otras tan fuerte. Para mí, Isabella era una preciosa pesadilla, una pesadilla que, a pesar de las repercusiones, me llevaba al paraíso.
¿Qué clase de locura era esa?
Me sacudí el cabello y luego me miré al espejo, viendo los roces de sus uñas y sus besos en mi piel. Aquello me hizo desear quedarme con ella, abrazarla y…
—¿Abrazarla? —me pregunté, sin reconocerme.
Me desasosegué y busqué mi ropa regada en el departamento, poniéndomela con rapidez mientras sentía mi cabeza bombardeada de mil cosas a la vez. Me negaba a darme la vuelta y volver con ella, aunque mi cuerpo me instara a hacerlo y con ello algo dentro de mí que no tenía explicación.
Estaba desesperado.
Una vez vestido, me paré en el umbral de la puerta y la vi acurrucada en las sábanas, con una mano hacia adelante, mismo lugar en el que yo estuve. Sentí un nudo en la garganta, un deseo insostenible de llevármela conmigo, cubrirla del exterior y blindarla de lo que fuera que le hiciera daño.
—Isabella —susurré mientras mi barbilla temblaba.
Una mujer prohibida, la chica que había llegado a mi vida para causar un tormentoso cambio en todos los sentidos posibles. No dejaba de pensarla, de contemplarla en el lugar en el que estuviera y de desear cubrirla de todo lo que la dañara. Y pensar que hasta hace poco solo deseaba dañarla porque… ¡porque era la viuda de mi padre!
La viuda de mi padre.
Me pasé una mano por la frente y tomé mi abrigo, queriendo huir, arrancar todos los demonios que me consumían.
¿Por qué la viuda de mi padre me hacía desear besarla cada vez que podía, con cada respiro de mí y con desesperante ímpetu? ¿Por qué había roto mi regla? ¡¿Por qué demonios lo único que quería era sentir sus labios?! ¡¿Por qué carajos permitía que me tocara?! ¡Por qué simplemente tenía que ser ella la mujer que llegara a mi mundo y me hiciera perder el poder que tenía de mí mismo! ¡Era una maldita perdición! Una maldita…
—Una mujer insosteniblemente… preciosa —musité, perdiendo las fuerzas de mis piernas.
¿Por qué ella? ¿Por qué simplemente… ella?
Vi el estante con fotografías de Carlisle, mi padre, abrazándola mientras ella sonreía de una forma tan dulce delante de la cámara. Fue imposible para mí no llevar mis dedos a su rostro, viendo la luminosidad de sus hermosos ojos achocolatados, de sus mejillas ruborizadas y esa inocencia que salía de su interior, aunque lo intentara ocultar. Apreté mis párpados con tanta fuerza que solo dolió.
—La amaste, ¿no es así, padre? La amaste de todas las maneras posibles —gruñí—. Ella seguramente aún te ama, ella…
Estaba deseando a la mujer de mi padre, su esposa, su… viuda. Y no solo me quemaba la idea de que él hubiera estado sosteniéndola mientras le hacía el amor, mientras… vivían un amor que…
Boté la foto con todas mis fuerzas, quebrándola sin remedio.
—Probablemente lo sigas amando, ¿no es así, Isabella?
Con la garganta ennudecida continué mi camino, arrugando la fotografía sin el marco, que ya estaba roto.
—Sé que nunca seré como él. ¿Por qué, padre? ¿Por qué trajiste a mi vida a la única mujer que en mi maldita existencia me ha…? ¿Por qué tenía que ser tu esposa? ¿Por qué nunca estaré a tu altura?
Dejé caer los hombros y fui hacia adelante, cerrando la puerta detrás de mí, dejando atrás a la mujer de la cual era débil… hasta el hartazgo.
Estaba perdido.
Buenas tardes, les traigo un nuevo capitulo de esta historia, primero una disculpa por la demora, pero he tenido demasiado trabajo y me he estado sintiendo algo cansada con, además, tanto odio recibido por simplemente escribir, sé que el odio existe, pero es angustiante que por todo lo que haces recibas tanto comentario despectivo, estoy intentando sostener y agarrar fuerzas para proseguir y espero seguir mejorando cada vez más para entregarles siempre lo mejor, ¿qué me dicen de lo que ha estado pasando entre estos dos? El senador ya no sostiene más e Isabella está cada vez más angustiada por lo que está sintiendo. ¿Qué creen que ocurra en la segunda parte? Para que se entusiasmen aún más, la segunda parte ya está casi lista y es prácticamente en su totalidad EDWARD POV. Uff, no se imaginan lo que sigue. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
Agradezco los comentarios de kedchri, Ana karina, Ella Rose McCarty, Mar91, GabySS501, Guest, Veronica, Vero Morales, Gibel, Mime Herondale, SummerLove20, carlita16, Liz Barraza, Laraa23, Guest, sool21, PRISGPE, liduvina, Alejandra Va, nydiac10, Mari-bella-Cullen-Swan, Angel twilighter, Adriu, Elusoro, mila92, Gan, almacullenmasen, Elizabethpm, miop, Florencia, luisita, viridiana hernandez 1656, ale 17 3, AndreaSL, Markeniris, Flor Santana, Andre22-twi, Adrianacarrera, jrobles garavito96, Vero Morales, Ttana TF, Salve-el-atun, bbwinnie13, beakis, jackie rys, Mentafrescaa, kpherrerasandoval, Damaris14, dan-lp, DiAnA FeR, ari kimi, twilightter, darkness1617, Guest, krisr0405, Melany, jupy, Guest, LuAnKa, KRISS95, claribel cabrera 585, CazaDragones, valem00, bbluelilas, Coni, JMMA, miriarvi23, Vero, Santa, Karensiux, Ady denice, Jocelyn, ClaryFlynn98, Natimendoza98, PielKnela, crazzyRR, ELLIana 11, Naara Selene, Diana, Guest, somas, Lidia Hernandez, BreeseCullenSwan, SakuraHyung19, SaraGVergara, Rose Hernandez, TheYos16, alyssag19, Ceci Machin, EloRicardes, Molly M94, barbya95, cavendano13, piligm, Chiquimoreno06, sollpz 1305, Bitah, lovelyfaith, Gladys Nilda, Chofibipphotmai, esme575, Brenda Cullenn, ingrid Johana, Elizabeth Marie Cullen, AnabellaCS, Tata XOXO, robertsten-22, catableu, Alexandramgc21, morenita88, NoeLiia, kathlen ayala, Yoliki, diana0426a, Valevalverde57, rjnavajas, dana masen cullen, Esal, MariaL8, valentina delafuente, ManitoIzquierdaxd, karirmz94, Pameva, NaNYs SANZ, Liz Vidal, natuchis2011b, dayana ramirez, Stella Mino, Paliia Love, Freya Masen, patymdn, exclusiverob, Makarena L, ConiLizzy, Rero96, Noriitha, Eli mMsen, Lu40, Isis Janet, Lore561, Valentina Paez, saraipineda44, Rommyev, maribel hernandez cullen, calia19, Estefania Rivera, merodeadores 1996, Jeli, NarMaVeg, Yera, C Car, Fallen dark Angel 07, joabruno, Lovely amg, llucena928, Brenda naser, LadyRedScarlet, DannyVasquezP, Freedom2604, angelapatinom, Ana, Yesenia Tovar, Aidee Bells, Tereyasha Mooz, paramoreandmore, Guest, Sther Evans, Elmi, Anita4261, angelaldel, Jade HSos, Liliana Macias, Bell Cullen Hall, Pam Malfoy Black, Fernanda javiera, CelyJoe, Pancardo, Toy Princes, Rosy canul 10, Belli swan dwyer, SeguidoradeChile, Cithyavillalobo, DanitLuna y lolitanabo, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus palabras, su entusiasmo y cariño, de verdad gracias
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