Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía

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Capítulo 21:

Débil

Parte II

Estaba en la entrada, con la puerta cerrada detrás de mí. No podía moverme, como si una fuerza magnética me sostuviera aquí y ella tirara de las cuerdas invisibles que me mantenían atado a su existencia. Tuve que respirar hondo, idear la forma de no caer a sus pies… Aún recordaba aquella frase, esa que ahora comenzaba a tener más sentido del que podía creer.

«Uno de los hombres más poderosos de este país y el mundo no puede dejar de pensar en mí».

—Isabella —murmuré, mirando por sobre mi hombro, tentado a volver a ella.

No.

Me acomodé los guantes y seguí mi camino, manteniendo la mandíbula apretada y el corazón martilleando en mi pecho.

Todo había cambiado desde que la vi por primera vez… Todo.

Por un segundo tuve que parar, mirando las paredes del ascensor. Me dolía el pecho, no comprendía porqué. Era una situación desesperante, angustiosa y podrida.

Este lugar… Ah, mierda. Me traía tantos recuerdos. Veía a padre ahí, en ese departamento que había cambiado radicalmente desde que ella vivía en él. ¿Y no había sentido que su presencia era una intromisión a la realidad Cullen? ¿No sentía que su llegada significaba una guerra continua que ya no sabía sostener? ¿Cómo había cambiado todo tan rápido? Ahora, saber que estaba en el mismo lugar en el que vi a padre desde que necesitaba huir de lo que significaba estar con madre, el mismo lugar al que él me invitaba para pasar un tiempo con él, deseoso de que pudiera continuar a su lado sabiendo que yo no podía hacerlo por…

¿Él la habría traído aquí mientras eran amantes? Claro que sí… Quizá era el lugar en el que ellos se enamoraron y…

Me sujeté de la pared del elevador y continué con el ceño fruncido hasta el estacionamiento, buscando con desesperación mi coche. Mis manos temblaban ante la creciente sensación de odio en mi pecho.

¿Cuándo la había traído? Era menor de edad, de eso no tenía duda.

Sentí náuseas ante la idea. Tan joven e inexperta… Padre jamás había hecho eso. Su vida siempre fue tan… perfecta, intachable…

Sonreí con tristeza y me apoyé en el respaldo del asiento, sin saber siquiera cómo avanzar en mi propio coche.

—Quizá esa pulcritud en su vida hizo que se enamorara de ti, ¿no, padre? —pregunté, reviviendo las imágenes que encontré en el departamento, esas en las que ambos sonreían y…

Ah, mierda.

Vi al equipo de seguridad acercándose, por lo que tuve que tragar el nudo en mi garganta. Por un segundo vi a Emmett, manteniéndose en su lugar mientras se acomodaba las gafas, pendiente de todo lo que giraba en torno a Isabella.

—Señor —llamó Félix, asomándose por mi ventana.

—Sí.

—¿Ya se marchará? —inquirió—. ¿La señorita está en el departamento?

Asentí.

—Entonces despejamos y vamos con usted —asumió.

Negué mientras preparaba el coche para acelerar.

—Mantengan gran parte de la seguridad con ella. No quiero que quede desprotegida. Un par puede venir conmigo y que la seguridad de mi hijo se mantenga las veinticuatro horas —ordené.

—Claro, señor. Con permiso.

Continué mi camino tan pronto como pude, manejando con la necesidad apremiante por huir… de ella.

Las imágenes de padre junto a Isabella seguían contaminando mi cabeza, parecían necesitar consumirme. Mis manos todavía temblaban al ritmo de mi alocado corazón.

—Te amó, ¿no es así, padre? —dije en voz alta, mortificándome ante la más remota idea.

Ella aún era menor de edad cuando lo conoció, ¡apenas con diecisiete años! Padre… había decidido estar a su lado a pesar de eso y entonces la hizo su esposa. Era Isabella la mujer que hacía llorar a madre durante aquel fatídico año; por ella madre había decidido, otra vez, beber hasta el cansancio; por ella había decidido meterse a la bañera con el secador de pelo. Aún recordaba el llanto de Rosalie cuando la había encontrado, a punto de cometer otra de sus tantas locuras por la necesidad de mantener consigo sus deseos, sus caprichos y la atención de padre. Ella había causado que padre se alejara mucho más, que madre haya enloquecido de tal manera, que yo haya tenido que cargar con todo, mientras buscaba la manera de salir de mis propios agujeros. Ella era la mujer que mi padre había elegido después de tanto tiempo viviendo un infierno al lado de mi madre y aun así… ¡aun así no podía verla como tal!

Recordaba los primeros momentos, saber de la idea de una mujer joven que había llegado a arrebatar la poca paz de mi familia, y no solo eso, robarse lo que con años todos habíamos construido, apoderándose, incluso, de la jefatura total de la mayor empresa inversionista del país, siendo tan solo una jovencita de veinte años. Quería verla como mi enemigo, porque además había buscado la manera de quitarme el poder, de contradecirme, de… Mierda, si tan solo hubiera podido continuar con ello. Ahora, ¿a quién quería engañar? Para mí era imposible odiarla, simplemente quería cuidarla y…

Bufé y cerré los ojos por unos segundos, no importándome que estuviera manejando.

A cada instante visualizaba a mi padre abrazándola, besándola, haciendo lo que… un hombre hace con una mujer que desea y ama. Quemaba.

—Y no puedes dejar de pensar en ella, ¿no, Edward? Igual que padre, años mayor que ella. Y a pesar de eso, sé que nunca seré lo que ha sido mi padre… no con Isabella —susurré.

Pensé en esa cama que compartimos ella y yo, esa cama que…

«Nunca había compartido cama con un hombre».

¿Eso había dicho? ¿De verdad? ¿Y padre? ¿Qué ocurría? ¿Qué…?

Iba a volverme loco. Estaba perdiendo el poder de mí mismo, estaba perdiéndome por… Isabella, ¡la viuda de mi padre, carajo!

—Quince años menor que tú —musité—. Tal como tu padre —repetí para mí mismo—, y a pesar de todo… —Boté el aire—. A pesar de todo, nunca serás como él ante ella.

Padre nunca habría hecho lo que yo hice, padre jamás habría cometido un pecado tan grande, tan… insostenible.

—Isabella jamás me lo perdonaría, incluso sabiendo que soy un puto pecador —afirmé.

Miré a mi lado, recordando cómo se veía en el asiento de mi coche. Era tan menuda, pequeña y frágil y, pese a ello, su fuerza interior me parecía cada vez más sorprendente. Ni siquiera quería confesarme a mí mismo que, cuando me contradecía, me fascinaba aún más.

¿Por qué no podía verla como la mujer que destruyó lo poco que quedaba de mi familia? ¿Por qué no podía verla como la viuda de mi padre? ¿Por qué no dejaba de pensarla, desearla y querer sostenerla, aterrado de que siquiera sintiera un segundo de temor por el exterior? ¿Qué clase de debilidad sentía por ella? No tenía siquiera fuerzas para contradecirme a mí mismo y huir de ello, estaba… agotado de luchar. Y estaba aterrado de continuar.

Disminuí la velocidad cuando comencé a notar la rapidez con la que iba, obnubilado por el correr de mis pensamientos. Estaba perdiendo el control y el poder de mí mismo… por una mujer.

—Y qué mujer —musité, tensando mi mandíbula.

No me reconocía, no lo hacía en nada de mí. ¿Qué era esto?

—Maldita sea —gruñí y golpeé el manubrio.

En aquel momento, recibí la llamada de Charlotte. Por un segundo estuve dispuesto a desecharla como un trasto, no tenía ganas de escuchar a nadie más, menos a ella; sin embargo, noté que su llamada no cortaba al tercero como acostumbraba, por lo que supuse que algo debía estar sucediendo.

—Charlotte —dije con voz neutra mientras continuaba manejando.

—Edward, qué bueno que me has contestado —señaló.

—¿Ocurre algo?

—Necesito que lo hablemos en persona, ¿bien?

Tragué.

—Claro. ¿En el lugar de siempre?

—Prefiero que sea en mi departamento.

—Está bien.

Di media vuelta y me devolví hacia la otra calle, dirigiéndome a ese departamento que conocía tan bien.

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Ella me abrió y vestía con su bata de satín, con la mitad del muslo únicamente cubierta. Miré hacia otro lado.

—Hola —saludó con una sonrisa mientras sostenía una copa de vino.

—Es bastante temprano para que estés bebiendo —afirmé, pasando por su lado.

—Siempre con tus comentarios —masculló.

—¿Qué es lo que tienes que decirme?

—Veo que estás de muy mal humor.

—No voy a responder a eso.

—Y me lo vuelves a confirmar.

—¿Y bien? —Me crucé de brazos y esperé a que me lo dijera, no estaba para juegos.

Suspiró y se sentó en el brazo del sofá, mostrando nuevamente sus muslos. Cuando aquello ocurría, pensaba de inmediato en Isabella, lo que me estaba irritando. ¿Por qué mis pensamientos recurrían a ella?

—He podido recabar mucha información respecto al interés de los medios sobre la viuda de Cullen —dijo, dándole vueltas al vino dentro de su copa.

Odiaba que le dijeran así. Lo odiaba de una manera tan dura que no sabía cómo tragarme la rabia ante el sonido de cada frase que siquiera la nombrara la viuda de mi padre.

—Los intereses son intensos, Edward. La viuda es el tema principal para todos allá en Washington, pero también para la prensa más importante del país.

Me senté en el sofá y miré mis manos, sin saber cómo ahondar sin llamar su atención.

—Quieren saber de la historia de amor entre tu padre y ella, Edward.

Boté el aire y cerré mis ojos, buscando calmarme.

—Es un interés común. ¡Venderían millones! ¿Sabes de lo que estoy hablando? El mundo entero necesita saber quién es esa mujer que enamoró a tu padre, el hombre más querido del país por mucho tiempo —insistió—. Pero, sobre todo, quieren buscarla porque les resulta fascinante—. Se quedó en silencio—. No sé porqué… Supongo que algo tiene, ¿no?

Entrecerré mis ojos, notando lo mucho que le parecía molestar el interés público por Isabella.

Se levantó con la copa en la mano y se soltó el cabello oscuro, entonces me miró por detrás de su hombro, sonriendo lentamente.

—Ella es un buen recurso para plasmar en los periódicos y revistas, Edward, todos esperan a acecharla…

—No lo permitirás —interrumpí, acercándome a Charlotte con la mandíbula tensa.

Suspiró y levantó su ceja.

—Te pedí que no lo hicieran, sé el control que puedes tener con los medios.

Tragó mientras me contemplaba. Se dio la vuelta, dejó la copa sobre la mesa y tocó las solapas de mi abrigo, tirando de ellas con suavidad, mirándome a la cara.

—Estoy hablando en serio, Charlotte. Me debes mucho y hoy es momento de que me devuelvas todo lo que hice por ti.

Arqueó las cejas y continuó mirándome, deteniéndose en mis labios.

—Sabes que haría muchas cosas por ti, te lo deba o no —musitó.

Sostuve su barbilla, esperando que se detuviera ante el acercamiento que seguía mostrando para mí.

—Eso es lo que odio de ti, Edward. A pesar de todo, haría cualquier cosa que me pidas, incluso si eso me rompe en pedazos —aseguró.

Esta vez tragué yo, recordándolo todo como la primera vez. Había sido uno de los mayores tormentos de mi vida.

—Nuestra historia fue eso, ¿no es así?

—Charlotte —insistí, blindándome de que continuara.

Asintió y se alejó.

—Hazlo —ordené—. Mantenla lejos de todo. Quiero a Isabella lejos del escrutinio, lejos del… miedo que produce toda esta mierda.

Sus ojos oscuros se tornaron brillantes, pero no flaqueé.

—Es ella, ¿no?

Me mantuve indemne.

—Ella ha llegado a cambiarlo todo. ¿Es así?

—No tengo que responderte nada, Charlotte, tú y yo dejamos de debernos explicaciones.

Arqueó las cejas una vez más, comprendiendo porqué no debía siquiera intentarlo.

—Edward, sabes que puedes ser sincero conmigo, antes de lo que fuimos alguna vez, también tuvimos una hermosa amistad —me recordó.

—Solo no quiero que la mediática Isabella cause estragos con mi familia. No quiero prensa cerca de mi apellido y ella atraerá a toda esa masa que no quiero ni en sueños —respondí, sabiendo que estaba mintiéndole con descaro.

Su rostro pasó por diferentes expresiones hasta que calmó aquella duda impuesta en su rostro.

—La mediática Isabella llegó a enloquecer a tu familia —musitó, echando su aliento de vino sobre mí—. Tu familia no merece el escrutinio causado por la relación extramarital de tu padre —susurró, suspirando de forma cansada.

La relación extramarital de mi padre… Cada vez que lo escuchaba o se esbozaba aquella declaración, me sentía desesperado.

—Quítala de los medios. Es una orden, Charlotte.

Tragó y asintió, manteniendo el temple ante mi frialdad.

—Lo haré solo por tu bien, Edward, y porque creo que siempre he querido cuidarte de todo lo que te rodea —afirmó.

Asentí, quitándole importancia a sus palabras tan sinceras.

—Deja de beber.

—Ya no tienes efecto en ello, Edward.

Me despedí de ella de manera queda y me marché del departamento, ansioso por la idea de que los medios la buscaran. Algo en Isabella me llamaba a querer blindarla de aquello que, en su momento, también me martirizó. Todo apuntaba a que era una mujer que sabía lo que hacía, que lo comprendió en el momento en el que fue la amante de mi padre, aquel hombre que fue quien siempre quise ser, pero nunca pude… Isabella parecía que estaba dispuesta a quitárnoslo todo como heredera legítima y la última esposa de Carlisle, pero… ¿por qué cada vez que contemplaba a sus ojos veía a una chica de veinte años a la que moría por abrazar y…?

Apreté las manos y me miré los guantes, recordando las veces que me los quité sin siquiera pensarlo. ¿Desde cuándo lo hacía de forma inconsciente? Solo lo hacía cuando me lo pedían mis asesores ante la imagen pública, con previa preparación para que nadie pudiera ver mis tatuajes y… las cicatrices. Con ella simplemente dejaba que todo saliera a la luz, que ese averno en el que estaba sumergido se esfumara. Porque con ella simplemente necesitaba sentirla sin los guantes, abriendo paso a mi intimidad, a esas heridas que tanto dolían hasta el día de hoy; pero cuando sentía su piel, su tacto… ya no dolía, ya no quemaba, ya… no era un infierno.

Me tomé el puente de la nariz e inhalé profundamente. Estaba sintiendo miedo y yo hacía años que no acostumbraba a sentir este sentimiento tan… degradante.

Siempre había sentido que temer era una sensación desastrosa de vulnerabilidad que no quería tener en mí, porque había pasado demasiados años temiendo cosas que no podía controlar. Hoy, teniendo el poder que tenía, volvía a sentir miedo, pero de algo nuevo, de algo que… no lograba dimensionar. Temía al daño, temía… estar causando estragos con la viuda de mi padre, del hombre al que jamás pude igualar y que toda mi vida fue el fantasma que…

—Demonios —gruñí, abriendo las puertas de vidrio para salir de aquí.

No lograba quitármela de la maldita cabeza, pero, sobre todo, las fotografías que tenían juntos, él e Isabella, mermaban de una manera tan honda que no lograba tranquilizar nada de mí. Imaginar lo que vivieron me generaba un odio pulsátil, uno que se libraba de la carnalidad, porque lo que más me martirizaba era imaginar que lo amó, que simplemente… cabían sentimientos en ella por mi padre.

En el momento en el que identifiqué las ocurrencias de mi alevosía, simplemente me metí al coche y prometí no devolverme a buscarla, recordándome, una vez más, que le había prometido a mi madre no permitir que esa mujer ensuciara nuestras vidas.

—Eres mi enemiga, Isabella, y en eso quedará —afirmé, volviendo a conducir.

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Los días eran toscos, ruines, difíciles e inconexos. Pasaba por emociones que lograba distanciar de mí, pero solo podía sumergirme en mi trabajo para no pensar… en ella.

Ninguno de los dos iba a buscarse y aquello debía quedar así.

Alguien tocó a mi puerta, una persona pequeña y especial que siempre lograba calmar todo de mí. Reconocía esa diminuta mano queriendo ingresar a mi cuarto, fuera como fuera.

—Con permiso —canturreó Alice, sonriendo de oreja a oreja.

Venía con él en sus brazos, cargándolo como cuando lo vimos por primera vez, apenas nacido.

—¿Qué estás haciendo en la cama tan tarde? Ya pasa de las once de la mañana y apenas te has aparecido desde que llegué esta mañana. Demian te extraña cuando te ausentas, lo sabes bien —dijo mi hermana, acomodándose a mi lado.

Demian gateó hasta mí mientras sacaba la lengua y luego saltó hacia mi pecho, haciéndome carcajear.

—¡Papi! —exclamaba.

Acaricié sus mejillas y luego lo acurruqué conmigo, esperando que él lograra eliminar el odio que siempre sentía hacia mí mismo, aumentado por esa necesidad aberrante por ver a una mujer de ojos achocolatados y cabello marrón oscuro.

—No sabes cómo disfruto cuando te ríes —susurró Alice. La miré; apretaba los labios, temerosa de decirlo como cada vez—. Sé que no te gusta que te lo diga, pero siempre extraño tu sonrisa. Gracias al cielo, Demian pudo sacarla nuevamente de ti.

Tragué y preferí mirar a mi hijo.

—Sabes que para mí sonreír y comportarme como quieres es…

—Lo sé, es ridículo para ti—. Sonaba decepcionada, como cada vez.

—Nunca lo entenderás, Alice.

—Sí, lo entiendo, sé lo que vivimos…

—No quiero hablar de eso.

Suspiró.

—Papi, ¿e… ella? —preguntó.

Fruncí el ceño ligeramente y sonreí.

—¿Ella? ¿Tía Alice?

Negó.

—¡Be!

Tragué.

—¿Be? —preguntó Alice, demasiado intrigada—. ¿Quién es…?

Me mantuve cauto y busqué distraer a Demian de mi hermana inquisidora, pero no era suficiente.

—¡Be! ¡Be! ¡Be! —insistía.

—¿Bella? —dijo Alice.

—¡Be! —gritó DeDe, entusiasta de escuchar su nombre.

Alice abrió la boca, sin saber qué decir.

—Be… ¡Aquí! —Saltó en medio de los dos, indicando indirectamente que Bella había estado durmiendo aquí, en mi cama.

Mi hermana abrió los ojos de sopetón y luego la boca, esperando decir algo. Sin embargo, el toque de mi ama de llaves nos interrumpió.

—¿Señor Cullen? —dijo con su voz queda y tímida.

—¿Qué ocurre? —pregunté, levantándome.

—Su madre.

—¿Qué?

—Ha llegado.

Fruncí el ceño. Madre había decidido viajar a tener unas vacaciones para eludir el acoso que significaba la prensa.

Alice se levantó rápidamente también y dejamos que DeDe se quedara en la cama. Me acomodé un poco la ropa y salí de la habitación, viéndola sentada en medio del sofá de mi sala. Siempre parecía un maniquí.

—Cariño —musitó de forma pausada y clara.

—Madre.

Alice apareció detrás de mí, ocultándose de ella.

—Alice —soltó, sorprendida de verla—. ¿Y Rosalie?

Tragué.

Rosalie aún estaba quedándose en el departamento que le renté para que madre no pudiera saber de ella. Si tan solo supiera que se había intentado cortar…

Rose…

Aún no podía sacarla de la cama y la enfermera estaba día y noche junto a ella. El solo recuerdo de su llanto me martirizaba.

—Está… Está alistando todo en el trabajo —dijo Alice.

—Estoy hablando con tu hermano —manifestó, contemplándola a la cara.

Alice se cayó.

—Déjanos a solas. Quiero hablar con mi hijo —ordenó madre.

Mi hermana asintió y yo no rebatí, no me sentía preparado para contradecir a madre el día de hoy. Cuando nos quedamos a solas, madre se acercó a mí y tomó mis mejillas para juntar su frente con la mía.

—Te extrañé mucho—. Sonreía—. ¿Ha ido todo bien?

Tragué.

—Sí.

—Eso es bueno.

—Pensé que volverías en un mes más —señalé.

—Sí, planeo volver a viajar pronto, pero tengo cosas que arreglar aquí.

Fruncí el ceño.

—¿Qué? Madre, me he preparado para tener todo bajo control mientras no estás…

—A veces debes volver para asegurarte de que realmente todo lo está —aseguró—. En especial cuando hay una arpía dando vueltas.

El odio en sus ojos me resultó enormemente chocante y grotesco. Me revolvía el estómago.

—Madre…

—¿Qué? ¿Acaso dejaste de pensar que lo es? —preguntó, alejándose de mí.

Volví a tragar.

—Isabella —canturreó, caminando hacia los muebles para tocar la superficie con cierto análisis frío en sus ojos—. Su nombre me resulta tan… No concibo cómo tu padre pudo acercarse a una jovenzuela tan… insignificante.

Cerré mis ojos por unos segundos.

—Pudo ser su padre… O su abuelo, quién sabe. Es tan grotesco imaginarlos en su cama…

—Madre —supliqué, asqueado de imaginar algo así.

—Es la realidad —remarcó con vehemencia—. ¿Crees que no fue así? Estoy tan devastada con seguir pensando en ello.

Me quedé en silencio mientras me rebatía internamente.

—Quiero vengarme de ella —aseguró, mirándome por el rabillo del ojo.

—Madre, no deberías rebajarte a eso —susurré, pensando en esa palabra.

Frunció el ceño y alargó el cuello mientras me contemplaba.

—¿Qué?

—Podemos hacer más cosas que solo… acercarnos a esa mujer.

Sonrió.

—¿Crees que voy a quedarme de brazos cruzados mientras veo que la nombran la viuda de Carlisle Cullen? ¿De verdad?

No supe qué responderle.

—Eso será sobre mi cadáver.

—Madre…

—Prometí que ella no volvería a humillarme y eso haré. ¿Me seguirás en esto? —inquirió.

Tragué.

—¿En qué?

—En lo que ocurra hacia adelante.

—¿Vas a decirme?

Sonrió.

—En su momento. Ahora… debo planear muchas cosas para mi viaje y quizá en ello piense qué hacer con esa mujerzuela. Confío en ti, hijo, confío en que no dejarás que viva en paz y menos al hacerse de la compañía de tu padre.

Me quedé en silencio.

—Porque lo harás, ¿no es así? —Me tomó las mejillas—. Destruiremos a Isabella por haberse entrometido con nuestra familia.

Continué en silencio, sin saber cómo decirle que no era capaz de seguir sus planes.

—¿Y?

Solté el aire.

—Sí, madre. Lo haremos —mentí.

—Perfecto—. Suspiró—. Siempre has sido lo mejor de toda mi vida—. Besó mi mejilla, tomó su bolso y se acercó a la puerta—. Nos volveremos a ver, cariño.

—Adiós, madre.

Cerró la puerta detrás de ella y finalmente relajé los músculos, sintiéndome prisionero de las peticiones de mi madre, porque dañar a Isabella era lo último que realmente planeaba hacer.

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Estaba en medio de mi oficina, la que utilizaba cuando se trataba de realizar mi trabajo de senador, y aunque no lograba concentrarme, la constancia del resto para buscarme modificaba un poco la rutina apagada que significaba… no verla.

Suspiré y gruñí, apretando la granada que mi propio padre me había regalado. Aún recordaba la que le había hecho especialmente a ella, sin siquiera pensar en las consecuencias, invitándola a mi averno prohibido. Regalarle la granada de cristal había sido el comienzo de un infierno para mí, porque no abandonaba mi cabeza, solo podía recordar el color de sus ojos, el sonido de su voz y el tacto de su piel con la mía.

Me quité los guantes y miré las cicatrices en las palmas, recordando todo lo que me había llevado a ello. Mi corazón comenzó a latir aprisa y luego volví a sentir el fuego… ese calor abrasante que significaba tantas cosas a la vez. Era solo un pequeño… solo… un pequeño. Aún recordaba cómo gritaba "mamá", cómo pedía a gritos que apareciera, que cubriera mis temores, mi dolor, mi necesidad de protección y que acudiera a mí ante el terror que tenía frente a mis ojos. Esa sensación paralizante no se asemejaba a nada, pero nunca pensé que volvería a sentirla tantas veces en mi niñez, aterrado hasta los huesos. Ese ardor recalcitrante en mis manos parecía devolverme en el tiempo y padre tampoco estaba. Aún recuerdo esa sensación de vulnerabilidad que me hacía perderme siendo solo un niño, con Rose unos años más joven y apenas consciente de la realidad que viviría. Ver mis cicatrices era revivir mis mayores terrores, una sensación agónica de inquietud, desvalida, de una vulnerabilidad tan honda que aún calaba mis huesos. No quería que el resto tocara mi piel ni sentirlos con ella porque era entrar en mi mayor miedo y en ese Edward que estaba ausente de poder, un Edward al que destruyeron quienes más amaba. Fueron muchos años de sentirme protegido por mis guantes, porque evitaba que el resto supiera lo que había detrás de mí. Absolutamente, nadie lo sabía. Pero… ella y su piel llamaban por mí, como si la calma recurriera sin necesidad de más al sentirla.

Nada tenía sentido.

Me levanté de mi asiento y me puse las manos a los bolsillos, mirando mis cuadros favoritos… aquellos en los que Perséfone contemplaba a un Hades redimido ante sus pies. Me fascinaba de una manera irresoluta, pero ahora me generaba tantos sentimientos que combinaban a la perfección con lo que sentía hoy, que solo era el aire atascado en mi garganta.

Tocaron a mi puerta, distrayéndome de mis pensamientos de forma inminente. Era Jacob, que estaba preparado para continuar siendo mi asesor de campaña.

—Buenos días —dijo, cerrando detrás de él.

—Buenos días —respondí, bastante más distraído de lo que quise demostrar.

—Vaya, ¿pasa algo?

Negué y suspiré.

—Eso debería preguntártelo yo.

—La prensa ha vuelto a preguntar por una entrevista —contó, sentándose en la silla.

Enarqué una ceja y me senté frente a él.

—¿Otra vez?

—Sabes porqué están deseosos.

Puse mis manos delante de mis labios, pensando en lo que me estaba diciendo.

Sí, claro que lo sabía. La necesidad de todos ellos era saber qué pensaba de Isabella, aquella viuda que llegó a destrozar mi control, así como saber qué pasaba con nosotros luego de la muerte sorpresiva de padre.

—Quizá deberías pedirle ayuda a Charlotte, o esto acabará pasando la cuenta…

—No —expresé de forma queda y me di la vuelta hacia la ventana, mirando cómo caía la lluvia desde el cielo.

—Edward, por favor, te conozco hace años y sé que odias el escrutinio de la presa. Has luchado mucho por mantenerte alejado de lo que eso significa y que llegue esta mujer a revolucionar todo lo que es el interés por ti, va a generar más interés y, con ello, quizá lo logren y no de la mejor manera.

—Ya te dije que no, Jacob—. Estaba reacio a pedir más ayuda a Charlotte.

—¿Y entonces qué hace nuevamente ella en tu vida? Cuando fue la fiesta de tu proyecto, Charlotte también estaba ahí. ¿Por qué? De hecho, me pediste que hiciera entender a la viuda Swan lo que ella había sido en tu vida…

Sí, le había pedido a Jacob que le hablara de Charlotte antes que tomara cualquier idea de lo que vería.

—¿Por qué, Edward? —insistió Jacob.

Lo sentí acercarse y yo tragué para no descontrolarme.

—Fui claro con ella, le dije que tuviste historia con Charlotte, pero aún no sé porqué estás metido en esto.

Quería que Isabella supiera que había tenido historia con ella para alejarla de mí, aun cuando, contrariamente, la buscaba y la instaba a inmiscuirse en mi propio infierno. ¿Qué sentido tenía lo que estaba haciendo? ¿Por qué de pronto parecía estar perdiendo la cabeza?

—Le pedí a Charlotte que la protegiera de la prensa —confesé.

Vi su ceño fruncido tras el cristal.

—¿A quién?

—A Isabella Swan.

Se quedó en silencio.

—¿Protegerla?

—No quiero que se acerquen a ella.

—Edward… Viejo…

Hacía mucho no me llamaba así, como cuando éramos más jóvenes.

—¿Por qué? Isabella Swan vino aquí a hacer más de lo que imagino. ¿Quieres protegerla? ¿De verdad? No entiendo porqué quieres hacerlo. Digo, es muy joven, pero creo que sabe lo que hace y proteger a tu madre no es exactamente lo que haces si la proteges a ella…

—¡No quiero que la dañen! —grité, golpeando el cristal.

Hubo silencio en medio de mi oficina.

—No quiero que le toquen un solo pelo, ¿está claro? —bramé, mirándolo a los ojos, furioso conmigo mismo, no realmente con él.

Jacob estaba acostumbrado a mi carácter, pero sus ojos abiertos y sorprendidos eran porque nunca perdía el control de esta manera.

Iba a decirme algo, pero volvieron a tocar a la puerta. Cuando abrieron sin siquiera pedirme acceso, mi furia aumentó de forma intensa.

—¿Qué caraj…?

—Senador —dijo uno de los asistentes.

Sus ojos brillaban de horror.

—¿Qué ocurre? —inquirí.

—Ha habido un ataque.

—¿Qué? —dijimos Jacob y yo al mismo tiempo.

—Un ataque en la fundación.

Me quedé estupefacto.

—¿Un…? ¿Cuántos heridos hay?

—Varios, incluida…

—¿Quién estaba ahí? —inquirí, preso del horror e imaginando lo peor.

—Estaban la señora Elizabeth Masen y… la señorita Isabella.

Sentí un frío recorrer mi columna vertebral, un frío intenso que no se comparaba con nada. Una parte de mí buscaba luchar consigo mismo, pero solo pude tomar las llaves de mi coche y correr hacia la salida, con los demás pidiéndome que guardara la calma.

Pensaba en ella, en Elizabeth, la mujer que cuidó de mí cuando nadie…

Apreté los labios.

Y luego… La sola idea me producía náuseas.

—Isabella —gemí, con el corazón latiendo hasta disponerse a salir de mi maldita boca.

Isabella…

Un ataque…

—¡Isabella! —grité, buscando mi coche con desesperación.

Iba a volverme loco.


Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, lamento mucho y discúlpenme por haberme demorado tanto, pero entre tantas cosas que he pasado, estas semanas han sido realmente difíciles, pero ahora al fin estoy avanzando cómo me gusta y la siguiente parte ya está casi, hoy con el turno completo de Edward, el Bastardo. ¿Qué piensan de este capítulo con monólogos internos y una visualización un poco más amplia de lo que le come la cabeza al senador? ¿Qué creen que está sintiendo? ¿Qué pasa más allá con sus secretos? ¿Cómo lidiar con el siniestro espectro de su madre? Y les aseguro que queda la parte III, en donde seguiremos leyéndolo a él en esa mente que es tan compleja. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco los comentarios de Lolitanabo, Cinthyavillalobo, ClaryFlynn98, Toy Princes, Pam Malfoy Black, JMMA, AnabellaCS, Elmi, Dana masen cullen, Calia19, Nicole19961, Bella CA, Elizabethpm, Teresita Mooz, Liliana Macias, NarMaVeg, Esme575, Belli swan dwyer, Ella Rose McCarty, Nikyta, DiAnA FeR, MariaL8, CelyJoe, Jade HSos, Isis Janet, Saraipineda44, Maribel hernandez cullen, PanchiiM, Luisita, Vio, ConiLizzy, Anita4261, Cavendano13, BreezeCullenSwan, LuAnKa, Brenda Cullenn, Lovely amg, EloRicardes, Ale 17 3, Freedom2604, Ana, Barbya95, SeguidoradeChile, Alyssag19, Miriarvi23, Fallen Dark Angel 07, Karimz94, Veronica, Tata XOXO, Jeli, Jocelyn, LadyRedScarlet, Diana0426a, Lore562, Rosy canul 10, Elena, Ceci Machin, Noriitha, Bitah, Darkness1617, Bell Cullen Hall, Rero96, Coni, Brenda Naser, Yoliki, Angelaldel, Sollpz 1305, Gladys Nilda, Valevalverde57, Mime Herondale, Robertsten-22, Stella Mino, Jaony920, Yumny920, Naara Selene, Gesykag, Twilightter, Pielknela, Ana Karina, Ttana TF, Valentina delafuente, Liz Vidal, GabySS501, TheYos16, Dayana ramirez, Angel twilighter, Piligm, Ady Denice, Jen1072, Pameva, Annie, Valem00, Kamile Pattz-Cullen, Diana, Viridiana hernandez 1656, Kpherrerasandoval, Patymdn, Yera, Estefania Rivera, Merce, Elizabeth Marie Cullen, DanitLuna, Almacullenmasen, Joabruno, Hanna, Sther Evans, Pancardo, C Car, Makarena L, Adriu, Santa, Damaris14, NoeLiia, Esal, Florencia, Carlita16, Margarita, Valentina Paez, Lu40, Sool21, Bbluelilas, Rjnavajas, Morenita88, SakuraHyung19, Paramoreandmore, Maria Ds, NaNYs SANZ, Krisr0405, Beakis, Kathlen ayala, Crepusculo-Total, Mila92, Merodeadores 1996, Ari Kimi, Melany, DannyVasquezP, Yesenia Tovar, Vani Iliana, Joselyn C, Reva4, Somas, Aidee Bells, Kedchri, IsabellaSV, Paliia Love, Mentafrescaa, Jimena, Rose Hernandez, Michistgi, Ronnie86, Fernanda javiera, Kriss95, AndreaSL, Flor Santana, Laura, Elusoro, Vero Morales, Dominic Mouz Leiva, Jrobles garavito96, Liz Barraza, Jackie rys, Liduvina, CazaDragones, Claribel cabrera 585, llucena928, Jeley20, Catableu, Gan, Dan-lp, Markeniris, Bbwinnie13, Gina101528, Karensiux, Gibel, Lovelyfaith, Mayraargo25, natuchis2011b, ManitoIzquierdaxd, Angieleiva96, miop, Prisgpe, Nydiac10, Adrianacarrera, Irina, Fer Yanez, Mar91, Chiquimoreno06, Bobby Nat, Magic love ice 123 y Guest, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tiene su entusiasmo, su cariño y sus comentarios, de verdad gracias

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