Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía

Recomiendo: Mercy In You – Depeche Mode

Capítulo 21:

Débil

Parte III

"Tú sabes lo que necesito cuando mi corazón sangra

Sufro de codicia, un anhelo que alimentar

(…) El placer que siento cuando tengo que lidiar

Con la misericordia que hay en ti

Lo haría todo de nuevo

Perder mi camino y caer otra vez

Solo para llamar de nuevo

A tu misericordia…"

Mi vista estaba nublada, no lograba pensar correctamente. Me aterraba encontrarme con una imagen que no quisiera y dañaría completamente mi razón.

Isabella.

Me metí al coche y vi por el espejo retrovisor a mis guardaespaldas, quienes rápidamente se prepararon para seguirme. Me nublé por completo, enfocándome únicamente en el camino que tenía hacia adelante. Esquivé todos los coches posibles, manteniéndome enfocado en mi quehacer. Nuevamente vi la rapidez con la que manejaba y, aunque intenté controlarme, no pude disminuir la velocidad, pensaba en Elizabeth, en el ataque e…

—Isabella —gruñí, por primera vez aterrado hasta los huesos de que algo le hubiera sucedido, de que realmente le hubieran dañado como tanto quería evitar… sin siquiera entender porqué carajos estaba actuando de esta manera.

Mi transcurso hacia la fundación fue rápido, la calle estaba atestada de policías y ambulancias, las suficientes para que mi desesperación cundiera en un tornado indiscutiblemente poderoso. Bajé del coche y pasé entre la multitud que esperaba, incluida la prensa, que en cuanto me vieron comenzaron a acercarse a mí de forma asfixiante y desesperante.

—Señor Cullen, ¿qué sabe usted del ataque perpetuado hacia la fundación? —preguntó una de las mujeres, la cual hice a un lado en cuanto pude.

—¿De quién sospecha, señor Cullen? ¿Cree que se trata de algún complot en su contra por la…?

Dejé de escuchar al tipo y también me hice a un lado.

Mis guardaespaldas se acercaron a paso rápido y bloquearon el acceso de la prensa, lo que al menos me permitió avanzar un poco más mientras veía a algunos heridos, a los que realmente no tomé importancia al darme cuenta de que no se trataba ni de Elizabeth ni menos de Isabella. Finalmente, me encontré con la policía y el que seguramente era el jefe de investigación.

—Señor, no puede pasar —me dijo él, mostrando su placa de inmediato.

Sentí una furia incontrolable.

—¡Soy el senador Cullen! ¡No me digas qué hacer! —bramé.

—Senador Cullen…

—¡Déjame pasar! ¡Hazlo ya!

No esperé una respuesta positiva porque, aunque no la tuviera, nadie me decía qué hacer. Así que tiré de la cinta amarilla que impedía el paso y pasé sin siquiera pedir una autorización, notando que parte de los vidrios estaban destrozados. Parecía que habían detonado una bomba.

Una bomba…

Miré hacia todos lados y noté que estaban los demás peritos buscando algunas piezas de la bomba, mientras miraban mi presencia con evidente sorpresa. No me importó nada y las busqué, repasando cada esquina, sin detenerme realmente en la infraestructura, en la realidad del ataque, su profundidad y razón, ¡solo quería dar con ellas!

—Señor, no puede estar aquí —me dijeron.

Hice caso omiso y seguí buscando, temeroso de no dar con ellas… o encontrarlas en algún punto sin retorno. Hasta que finalmente vi a Elizabeth sosteniéndose la mejilla mientras la sacaban de la zona principal. Sangraba, como si hubiera sufrido varios cortes a la vez.

—¡Elizabeth! —exclamé, corriendo hasta su encuentro.

Cuando ella alzó sus ojos verdes hacia mí, rápidamente se le llenaron de lágrimas y abrió sus brazos para contenerme como cuando era un pequeño niño y escapaba de mi madre. ¿Por qué lo hacía? Esta vez quería contenerla a ella.

—Estás sangrando, maldita sea —gruñí, apretando la misma gasa en su mejilla.

—Estoy bien. Solo fueron los vidrios que cayeron justo sobre mí —musitó, temblando a la vez. Sus reacciones no se condecían con sus palabras, lo que nuevamente me hartó de desesperación—. Fue solo el miedo…

—¿Quién lo hizo? —inquirí, buscando a los demás mientras le sostenía la mejilla y la veía horrorizada, aterrada y enormemente débil.

Isabella… ¿Dónde estaba Isabella? ¡Dónde estaba, carajo! Solo veía a más personas alejando a los demás de la fundación, pidiendo que no se acercaran mientras no se aseguraran de que solo se trataba de una bomba de ruido. Todo retumbaba y sonaba como un enjambre en mis oídos.

—No lo sé, todo pasó demasiado rápido, estaba con Bella y…

—¿Dónde está ella? —gemí, derrotado ante la incertidumbre.

Se quedó en silencio, escuchando cada palabra saliendo de mi boca… Hasta que reaccionó.

—Ella está… —Tragó y miró detrás de mí, por lo que seguí su atención y la vi, con cortes en el brazo, sosteniéndose el parche ensangrentado mientras esta misma sangre corría entre sus dedos—. Bella, cariño —chilló Elizabeth.

Pero Isabella estaba en silencio, contemplándome mientras fruncía ligeramente las cejas ante un pesar que veía en sus inmensos ojos achocolatados. Se veía tan frágil, tan asustada, tan… Mis manos temblaban por abrazarla, por acurrucar su cuerpo menudo entre el mío y protegerla de lo que le había sucedido, aunque ya fuera demasiado tarde. Aquella mirada también parecía revolverse en emociones contradictorias, las mismas que consumían mi pecho de sentimientos que no había experimentado antes por una mujer. Sentí desesperación, ganas de borrarme del mapa y morir en el mismo instante, me enloquecía todo lo que estaba sintiendo, pero a la vez quería seguir siendo parte de ello porque no me sentía así de vivo y humano desde que tuve por primera vez a Demian entre mis brazos.

No podía creer lo que estaba surgiendo en mí. Estaba demente, estaba…

—Isabella —susurré.

Tragó y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Edward —fue lo único que dijo.

Sus manos también temblaban y la sangre se hacía cada vez más abundante. Iba a buscar algo para ayudarle, pero vi a Elizabeth desplomarse por el rabillo de mi ojo, por lo cual acudí a ella antes de que cayera al suelo. El equipo médico se acercó para llevarla a una camilla y dirigirla hasta una ambulancia, mientras Isabella y yo los acompañábamos, corriendo detrás de ellos.

—Se ha desmayado —me comentó uno de los funcionarios de la ambulancia—. Le ha subido la presión arterial —dijo, dejando a un lado es esfingomanómetro.

Suspiré hondo y asentí.

—Soy el senador Cullen y ordeno que la lleven al mejor lugar del distrito. ¡Es una orden! —gruñí.

Le hice un gesto a uno de mis guardaespaldas para que siguiera el coche y se preocupara de mantener todo en orden.

Al mirar a Isabella, noté que estaba sangrando cada vez más y que no sabía de qué forma parar el sangrado. Las ambulancias y el personal estaban colapsados, porque todos habían sufrido cortes producto de la destrucción de los vidrios por la bomba detonada. Al verla, sencillamente me sentí enteramente débil e incapaz, me desesperaba. Tomé su brazo con más fuerza de la que pude contener y la llevé hasta donde no se veía la maldita prensa acechando. Ella respiraba de forma pesada y cuando llegamos hasta la lejanía del lugar, detrás de un oscuro callejón lateral a la fundación, me quité el saco y la abrigué, mientras con mi camisa rodeaba su brazo para que este dejara de sangrar. Antes de siquiera contemplar más, Isabella respiró hondo, me miró a los ojos y me abrazó, poniendo su cabeza en mi pecho únicamente cubierto por mi camiseta. No me contuve y la abracé, hundiendo mis dedos en sus cabellos y apretándola aún más contra mí. Ella no lloraba, apenas respiraba y se movía, parecía inerte, impactada y asustada, porque su cuerpo por completo temblaba, como si fuera a derrumbarse. No toleraba la idea.

—Mira lo que te han provocado —murmuré entre dientes.

Me alejé para controlar la sangre y acabé manchándome, lo que no me importó en absoluto.

—¡¿Dónde estaba tu maldito guardaespaldas?! —gruñí—. ¿Dónde estaba ese…?

—¡Está herido! —gritó.

Me callé y apreté los labios mientras veía sus ojos alarmados.

—Quiso ayudarme y por mi culpa está herido —gimió con furia.

Tragué y contuve el aliento.

—Pero a ti solo te preocupa dónde está para hacer de su vida algo imposible —insistió, alejándose de mí.

—Isabella…

—¡No! Sea lo que sea que te haya causado este alejamiento conmigo, ¡no es mi culpa! —gruñó furibunda—. Apenas he sabido de ti, ¡y sé que no debería importarme! Pero… ¡Necesitaba saber de ti luego de todo lo que pasó! ¿Por qué mierda me buscas cuando crees que algo malo sucedió conmigo? ¡No vuelvas a hacerlo, maldita sea! ¡No te necesito! ¡Estoy bien! ¡Siempre he estado bien sola!

Ella comenzaba a llorar y el solo hecho me puso frenético. Quise buscarla, pero me evadió, yéndose hacia la zona del personal médico para que pudieran ayudarla. Yo no supe cómo moverme luego de lo que me dijo y me mantuve en la misma posición hasta que escuché cómo las ambulancias se marchaban. Entonces, me giré a buscarla, pero ya se había ido. Respiré hondo y volví a sentir un temblor en mis manos, viéndome incapaz de continuar sabiendo que ella estaba herida. Pero ¿no me había pedido que la dejara a solas?

—Señor Cullen —me dijo alguien.

Al girarme, vi a uno de los detectives esperándome.

—Detective Weber, mucho gusto —añadió.

—Buenas tardes, detective Weber —musité.

—Lo veo herido, ¿es así?

Negué.

—Intentaba… ayudar a alguien.

Asintió.

—Necesito que me ayude a responder unas preguntas.

—Primero, quiero que la prensa se aleje definitivamente de aquí —respondí con firmeza.

—Por supuesto, senador.

El detective dio algunas órdenes con tal de bloquear el paso de la prensa en cualquiera de los puntos que hubiera en el sitio y luego me invitó hacia adelante.

—Debe ser difícil para usted este momento —afirmó, mirándome con franqueza.

El detective era un hombre de quizá unos cincuenta que aparentaba tener mucho respeto de los demás. Parecía demasiado importante y, francamente, dudaba que un detective cualquiera estuviera dispuesto a acercarse a cualquier ataque que se diera en el ámbito político del país, lo sabía desde que era muy pequeño.

—Lo es —dije con toda sinceridad.

Suspiró.

—¿Puedo preguntarle si sospecha de alguien?

Tragué, mientras mi cabeza pensaba en… mi madre. Cuando me di cuenta de lo que estaba concluyendo, sentí que mi cuello se separaba de mi cuerpo.

Madre…

¿Ella sería capaz de…?

Tragué.

—Señor Cullen, sé que es una pregunta difícil, porque debe sospechar de mucha gente, pero necesito que vea esto —susurró.

Me enseñó una bolsa transparente en la que se encontraba un papel quemado en los bordes. Estaba escrito en computadora.

"La financiación de las migajas hecha por empresarios es un desdén a la clase baja. Su arrogancia no será tapada por sus intentos asquerosos de lucrar con los pobres.

¡Basta de clase política barata, de los ricos como ustedes!

AAA"

Fruncí el ceño y me quedé de piedra mientras contemplaba el papel que estaba dentro de la bolsa de plástico.

—Sé que esto de la política es blanco de anarquistas y todo eso, pero es necesario investigar —dijo.

—No sé quién pueda ser —musité.

Madre…

No podía sacármela de la cabeza.

—Ya iniciamos la investigación. Es importante que esté en contacto con nosotros.

—No dude que lo haré, detective Weber, lo que más quiero es saber quién lo hizo. ¿Hubo algún herido de gravedad? —inquirí.

—No, gracias a Dios—. Suspiró—. Solo heridas superficiales producto de la explosión de los cristales dada la bomba de ruido. Sí hay un herido con peligro de fractura, el guardaespaldas de la señorita Swan.

—Pero… ¿está bien?

—Al menos no peligra su vida, señor Cullen.

Asentí mientras pensaba en lo mucho que Isabella debía sentirse culpable.

Me despedí del detective y me adentré un momento en la fundación, en la cual solo contemplaba vidrios rotos y restos de ceniza. Verlo dolía, pues imaginaba el miedo de Isabella y…

Cerré los ojos y di un paso adelante, preguntándome si estaría bien, si…

Demonios.

En aquel instante recibí una llamada de madre, lo que me alertó en un segundo. Aún no podía sacarme todo de la cabeza.

—Madre —respondí enseguida.

—Hijo —gimió. Parecía muy exaltada—. Dime que estás bien, ¡¿no te ha ocurrido nada?! —chilló.

—Yo…

—¡Acabo de saber lo que ha sucedido! —sollozó—. ¿No estabas ahí? Dime, ¿qué ocurrió? ¿Te hicieron algo? ¿Estás herido?

Su reacción me mantuvo en silencio por algunos segundos, mientras me acomodaba a su desproporción de siempre.

—Sí, estoy bien, madre —respondí.

Suspiró.

—Gracias al cielo. Estaba tan preocupada.

Me mantuve en silencio.

—¿Todo va bien? ¿Sabes quién fue?

Contuve el aliento.

—¿Cómo supiste que había ocurrido todo esto?

—Lo supe por televisión… Y me lo han informado de todos lados posibles. La prensa quiere una entrevista, pero yo no me siento capacitada.

La extenuante realidad de ser hijo de Esme Cullen era difícil de asumir, en especial cuando se trataba de mis momentos de duda respecto a ella. Con el tiempo, me había visto obligado a confiar en ella, a no contradecirla y a seguir sus pasos para poder tener todo en paz.

—Haces bien, madre —susurré—. Mantente alejada de todo esto.

—Pero dime, ¿tenemos que protegernos de algo o alguien? Estoy tan asustada. Al menos tú estás bien.

Seguía conteniendo el aliento.

No quise ser sincero con ella, no me atreví a serlo.

—Aún no sé quién pudo haberlo hecho —respondí—. Ni siquiera hay pruebas al respecto —mentí—. Pero sí, estoy bien. Hay algunos heridos, pero yo no estoy en el lugar.

—Me has quitado un peso de encima. Estaré pendiente de ti. Pronto volveré a irme de viaje, necesito un descanso, no me hace bien volver a esta ciudad, pero sabes que lo hago por el bien de la familia.

Asentí, aunque ella no podía verme.

—Te mantendré informada en cuanto tenga alguna novedad al respecto —mentí nuevamente.

—Claro que sí, cariño.

Cuando corté, me tragué el nudo de incertidumbre de la garganta y miré hacia adelante.

Isabella…

Le marqué a Jacob para que diera con el hospital designado para la evaluación de los heridos en el ataque y en cuanto tuve la certeza de cuál era, manejé rápidamente hacia allá. Pregunté por Elizabeth de inmediato, imaginando que Isabella estaría con ella, y cuando llegué hasta la sala de evaluación, las vi juntas en medio de un profundo silencio. En aquel mismo ambiente me dediqué a contemplarla a ella, a Isabella, a disfrutar de la imagen más hermosa que un hombre podía contemplar. Me estremecía siquiera repasarla un segundo.

—Edward —dijo Elizabeth, quien había despertado.

Yo también desperté de la ensoñación y la vi a ella, con un apósito en la mejilla mientras la monitorizaban. Su sonrisa maternal me hizo dar un paso adelante, con lo cual simplemente me acomodé a su lado y acaricié su cabello mientras la contemplaba.

—Dime que va todo bien —susurré.

Elizabeth asintió y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Siempre fue una mujer solitaria, pero cuando se trataba de cubrir mi soledad, ella era la primera en hacerlo. Mi infancia no habría sido la misma sin su compañía, y aquello siempre había sido uno de mis más celosos secretos, en especial cuando se trataba de tenerlos para evitar que mi madre lo supiera. Nunca fue fácil para mí definirlo, pero con el paso de los años consideré a Elizabeth más como una madre, una madre que… cualquiera desearía haber tenido.

—Todo va bien—. Me sonrió y alzó una de sus manos para acariciarme la mejilla.

Contuve el aliento y asentí, manteniéndome cerca de ella, acariciando sus cabellos de color caramelo, siempre ondeados y perfectos. Su mirada verde y dulce estaba apagada, así como sus labios quebrados y secos.

—Le prometí a tu padre que cuidaría de ustedes por un buen tiempo. Aún es muy pronto para morir —intentó bromear.

—No digas eso —pedí con suavidad.

Su sonrisa era muy difícil de borrar.

—Todo va bien, te lo prometo, y me trajeron al mejor hospital… Eso debe ser obra tuya.

—Claro que sí—. Esta vez sonreí yo, causándole un especial brillo en su mirada—. Siempre has merecido lo mejor.

Besé sus manos y me quedé un momento resguardando que el calor no se fuera de su lado, pero entonces recordé que no estábamos solos y que… Isabella nos estaba observando. Cuando la busqué y la encontré, mirando lo que estaba sucediendo con una contemplación armónica, dulce y tranquila, pero a la vez sorprendida ante mi repentino actuar, nuestra atención se mezcló. Ella estaba sosteniéndose el brazo y todavía usaba mi saco.

—Es bueno verla bien, señorita Swan —susurré, esperando que me dijera que efectivamente todo iba bien.

Iba a responder, pero noté que comenzaba a sisear y que le dolía mucho el brazo. Fruncí el ceño y tomé su mano de forma instintiva, queriendo saber qué estaba incomodándola para ayudarla a como diera lugar.

—Solo me sigue doliendo —manifestó, mirando la manera en que sostenía su mano.

En otra oportunidad me habría quitado, pero esta vez no fui capaz.

Entonces, la noté cansada y evidentemente temblorosa.

—Deberías ir a casa a dormir —dijo Elizabeth, alzando la mano para sostener a Bella.

—Quiero quedarme contigo —insistió ella.

En aquel momento, el médico entró a la sala, saludando de forma educada a los que estábamos presentes.

—Me imagino que están aquí por la señora Elizabeth —dijo, mirándonos a todos.

Asentí.

—Bien. Es bueno que tenga quién la acompañe. Elizabeth—. La contempló—. Queremos que se quede una noche en observación, más que nada para asegurarnos de que no hay nada de qué preocuparnos.

—Es lo mejor, doctor —respondió ella.

—Pero ¿está todo bien? —inquirí.

—Sí, todo está bien, pero es bueno que se mantenga en observación por esta noche. Está en buenas manos y no la dejaremos ni un minuto a solas.

Tragué y me mantuve mirándola.

—Me quedaré contigo —señalé, sintiendo un nudo en la garganta.

¿Por qué sentía que todo esto era culpa mía?

—No, por ningún motivo, ni tú ni Bella se quedarán aquí. Me quedaré en paz sabiendo que van a descansar, por favor.

Suspiré.

—Y no aceptaré que insistas, Edward. Tampoco tú, Bella.

—Estarás custodiada, ¿bueno?

Sonrió y asintió.

Me despedí de ella y luego lo hizo Bella, quien seguía sosteniéndose el brazo mientras usaba mi saco sobre su cuerpo. Estaba callada y evidentemente quería evitarme, lo que sin duda me generaba una incomodidad desbordante. Pero lo que más me mortificaba era que, evidentemente, no había podido protegerla.

—Te llevaré conmigo —susurré.

Isabella me miró y yo aproveché de hacerlo a los ojos.

—Quiero irme a mi departamento.

—¿Y quién va a protegerte?

Tragó y arqueó las cejas.

—No necesito que tú lo hagas.

Suspiré.

—Lo sé, no lo necesitas ni lo quieres, pero yo sí quiero hacerlo —afirmé, sujetando su barbilla con cuidado—, y no puedo permitirte que te marches y que estés en un lugar a solas cuando sé que estás muerta de miedo.

Volvió a tragar y miró por detrás de mi hombro, como si huyera de mí.

—Siempre he estado sola, Edward, pero por primera vez en mi vida ya no quiero estarlo más —musitó—. Cuando llegaste y te vi, sentí que estaba bien, que nadie me haría daño, pero… tú constantemente me lo haces.

Sentí el picor en mis ojos, uno que solo había sentido y dejado crecer un par de veces en mi vida.

—Te fuiste después de todo, no me buscaste —susurró—. Sé que no puedo esperar aquello, pero… es imposible para mí no hacerlo, es imposible no creer que ibas a aparecer y que ibas a buscarme. Debes pensar que soy solo una mujercita de veinte años que se arma ilusiones que… —Negó y su barbilla comenzó a temblar—. Tampoco te busqué, no tuve el valor de hacerlo, nunca tengo el valor cuando se trata de ti. Y es una maldita estupidez, porque no puedo alejarme ni acercarme a ti.

—Aunque no lo creas, no quiero hacerte daño.

Esta vez me miró a la cara.

—Simplemente… no puedo lidiar con… —Tragué yo esta vez—. ¿Por qué, Isabella? ¿Por qué de pronto todo deja de tener sentido cuando me miras?

Isabella se ruborizó y sus ojos se volvieron todavía más brillantes de lo que estaban.

—Lo siento —dije.

—¿Qué?

—Lo siento, Bella, siento no saber cómo lidiar con esto.

Su barbilla tembló y de uno de sus ojos cayó una lágrima lenta, pero gruesa.

—¿Por qué no me dejas ir? No quiero dificultarle la vida a nadie, yo solo… Yo solo quiero…

Sus lágrimas comenzaron a hacerse intensas y luego vi que volvía a temblar. Parecía que algo le comía el interior.

—Estoy aquí porque… Porque estoy buscando algo muy importante que perdí —gimió—. Nunca he querido dañar a nadie, ni siquiera pensé que iba a… —Apretó los labios—. Puedes dejarme ir, no necesitas cuidarme, no le debes nada de eso a tu padre.

Respiré hondo y me mantuve expectante, conteniendo el terror en la mirada de Bella.

—Nunca le prometí que lo haría, ni siquiera pensé que querría quedarme a un lado de su esposa y mirarla todo el tiempo que el día me lo permita —susurré—. No puedo dejarte ir, lo comprobé cuando me fui de tu departamento y el tiempo me martirizaba porque no te tenía cerca.

Le quité algunos mechones que había sobre su rostro, una acción instintiva y puramente innata.

—Ni siquiera puedo alejar mi mano de tu rostro, Bella, es como si… me hubieras arrebatado todas mis fuerzas al verte herida y descubrir la descarnada incertidumbre que significa no saber si estás bien.

Ella contuvo el aliento al escucharme y finalmente cerró sus ojos a medida que la textura de mi mano se mezclaba con la piel de su rostro.

—¿Eso pensaste luego de los días que pasaron sin vernos? —preguntó de forma suave.

—Sí —respondí.

—Sé que debería alejarme de ti, Isabella, tú también lo sabes, pero ¿cómo? Ya no puedo hacerlo.

Se mordió el labio inferior mientras arqueaba las cejas.

—Sí, debería dejarte ir, pedirte que actuemos como debemos, marcharme a mi mundo y continuar con lo que prometí, pero… no puedo hacerlo —gimió—. Ni siquiera puedo… mantenerme lejos de ti —asumió.

Sentí alivio de oírla, de saber que ella tampoco podía seguir luchando. No era capaz de asumir una acción futura, solo necesitaba vivir y… asegurarme una vez más de que seguía a salvo.

—Cuando supe que hubo un ataque en la fundación, perdí la cordura. Dime, ¿qué clase de embrujo he recibido de ti?

Se encogió de hombros y luego se cobijó en mi saco, viéndose más pequeña y menuda de lo que ya era. Su imagen frágil, que contrastaba tanto con su personalidad y grandes capacidades, me instó a continuar, a hacer lo incorrecto, lo prohibido… aquello de lo que tanto había luchado por mantener alejado de mí… y no era capaz de controslar.

—¿He embrujado al rey de la oscuridad? —Una sonrisa suave comenzaba a aparecer y, francamente, otra vez comprobé que sí me había embrujado.

—Suena adecuado eso de ser el rey de la oscuridad. Tú estás siendo una luz, una luz que sigue creciendo e invadiéndome.

Los dos tragamos y nos quedamos en un profundo silencio que yo quise romper enseguida.

—¿Cómo está él? —inquirí.

Sus ojos grandes se abrieron aún más, como si hubiera escuchado algún disparate saliendo de mi boca.

—¿Él…?

—Emmett, tu guardaespaldas —interrumpí, no queriendo invadirme de ira por… aquel tipo.

Sabía que para Isabella su guardaespaldas era importante, y aunque me revolvía las entrañas sin siquiera entenderme o encontrar una razón medianamente lógica al respecto, quería hacer algo para que ella comprendiera que me importaba su bienestar, y si eso era tragarme un orgullo inmaduro e imbécil, pues iba a hacerlo.

—Emmett —susurró, frunciendo el ceño—. Oh, Emmett… Él… Sus heridas fueron solo superficiales, pero creí que iba a estar peor, que por mi culpa podía perder la vida, y está ahí, con esos cortes por mí, por defenderme… No puedo quitarme la culpa de encima.

La abracé, poniendo mis manos en sus cabellos y luego sosteniendo sus mejillas entre mis palmas. Isabella suspiró y se cobijó en mi pecho. Pude sentir su olor, el de su perfume y aquel que solo significaba ella y nada más, su respiración, su calor… Simplemente Isabella.

—Cuando queremos protegerte, simplemente olvidamos todo lo demás —le susurré al oído—. Agradezco el que haya estado ahí, contigo, de lo contrario estarías aún más herida.

Nos miramos y ella finalmente volvió a sonreír.

—¿De verdad piensas eso?

—No te he mentido en ningún momento, Bella.

Pestañeó mientras sus ojos se mostraban cada vez más brillantes.

—Me alegro de que esté bien —dije con toda sinceridad.

Asintió.

—Lo he enviado a casa. Volverá mañana, necesita descansar.

Bajé mis manos hasta sus hombros y luego fui hasta su brazo herido. Bella siseó y miró mi acción, mientras yo repasaba su herida con una sensación de culpa que no podía quitarme del pecho.

—También necesitas descansar —susurré—. Y mantenerte a salvo. Te llevaré conmigo… si es que no te molesta.

—Lo que no quiero es molestarle, señor Cullen.

Puse los labios en línea recta, algo molesto por cómo me había llamado.

—Creí que no volverías a llamarme así.

—Lo siento.

Puse mi mano en su espalda, instándola a que caminara hacia adelante.

—Tengo todo un equipo de seguridad, conmigo estarás a salvo.

Asintió.

Dentro del coche nos mantuvimos en silencio, más que nada porque ella comenzaba a quedarse dormida en medio del asiento. A medida que me encontraba con los semáforos en rojo, aprovechaba de acariciar sus mejillas, para luego alejarme con algo de temor. Sin embargo, cuando repasaba su tranquilidad, sabiendo que se sentía segura, volvía a tocarla con cuidado, contemplando su paz y su descanso como si se tratara de un espectáculo maravilloso y adictivo.

Cerca de la mitad del camino, recibí un mensaje de mi ama de llaves, quien me comentaba que Demian estaba con fiebre y más síntomas indicativos de otra bronquitis, las que eran muy recurrentes en él. Enseguida me preocupé y aumenté la velocidad, ansioso por llegar al departamento.

Finalmente, Isabella despertó cuando ya llegábamos y los coches de mi equipo de seguridad tomaban ventaja para mantenernos seguros del escrutinio y el peligro. Me bajé para abrir su puerta y le mostré una de mis manos, esperando a que la tomara, cuando lo hizo y la acerqué a mí, me quedé unos segundos sintiendo su respiración.

—¿Tienes hambre? —pregunté, aún sosteniendo una de sus manos, que eran muy pequeñas y delgadas.

—Sí, bastante —respondió mientras me miraba a los ojos y acariciaba, quizá de forma innata, mi agarre entre sus dedos.

—Perfecto. Vamos arriba.

Mis guardaespaldas más capacitados revisaron todo antes de permitirnos subir, para luego darnos la posibilidad de hacerlo. Al llegar, mi ama de llaves nos encontró en la entrada, elevando las cejas ante la sorpresa de verme con Isabella.

—Buenas noches —dijo con una media sonrisa—. Es un gusto tenerla aquí nuevamente.

Bella sonrió y en un segundo su barriga comenzó a sonar. De inmediato comencé a reír, haciendo que mi ama de llaves me mirara como si no fuera yo. ¿Cómo culparla? No era el hombre más risueño del mundo y podía apostar a que nunca me había visto reír, especialmente porque quien más me provocaba una carcajada era mi hijo en nuestro mundo, aquel que no permitía a nadie más dentro.

Tarde me di cuenta de que estaba sonrojado ante mi risa espontánea, algo que tampoco era frecuente. De hecho, no recordaba haberme sonrojado desde que tenía, quizá, seis años.

Carraspeé.

—Anna, ¿podrías prepararle algo a Isabella? Y algo caliente —ordené.

—Claro, señor Cullen.

—Vuelvo enseguida —le dije con suavidad.

Me acerqué en silencio a la habitación de Demian. Cuando abrí y lo encontré sosteniendo uno de sus más preciados peluches mientras dormía profundamente, suspiré, aliviado de que nadie le hiciera daño, al menos… nadie de aquel frío e inmundo exterior. Me senté a su lado y acaricié sus cabellos, resguardando sus sueños.

—Descansa. Papá está aquí, contigo —susurré.

Lo tomé entre mis brazos y lo metí dentro de la cama, resguardando su calor.

Cada vez que enfermaba era un momento de angustia para mí. Claro, para ningún padre era fácil ver a su hijo enfermo, en especial si era tan pequeño. Cuando me lo entregaron y lo vi por primera vez, le prometí que le daría lo mejor y lo que sus padres biológicos no pudieron entregarle, pero a veces me sentía inútil al respecto, incluso si una enfermedad no era algo que yo pudiera evitar.

Me levanté y me duché de forma rápida, poniéndome algo más cómodo, por lo que opté por un suéter de cuello alto de tono burdeos y unos pantalones negros. Salí de la habitación con el cabello aún mojado y antes de dar un paso adelante escuché la voz de Bella.

Sonreí, repentinamente consciente de que ella estaba aquí, en mi departamento.

Bella miraba la gran vista que había en el lugar, sosteniendo mi abrigo entre sus dedos, esperándome mientras ignoraba lo mucho que la contemplaba en silencio.

Nunca entendía porqué realmente, de qué manera ella generaba eso en mí, porque mis ojos, sea donde sea, se dirigían directamente a ella a pesar de lo mucho que luchaba con ello. Nunca fui un hombre que buscara hacer lo correcto, pero Bella era la cúspide de lo que no debía traspasar… y aquí estaba, sumido en la forma de su cuerpo, sí, disfrutando de la vista que me regalaba con una belleza imposible de resistir, pero también con una forma de ser que, sin que yo quisiera pensarlo, me envolvía en emociones llenas de satisfacción, de necesidad… Ah, Isabella era enteramente atractiva… y esa era una palabra mediocre para definir lo que realmente era para mí.

Apreté los puños mientras intentaba respirar ante el tumulto de sensaciones que estaba formando desde hacía mucho tiempo gracias a Isabella. A ratos intolerable, pero finalmente, algo que estaba produciéndome mucha calidez. Y ahora que había venido a mi departamento usando una ropa tan casual, sin demostraciones de lujo ni elegancia, pareciendo ser ella misma… no dejaba de parecerme tan enormemente atractiva.

¿Qué estaba sucediéndome? ¿Por qué continuaba sintiéndome de esta manera sabiendo que esta sería mi condena? Madre iba a decepcionarse de mí, madre iba a enloquecer, madre… jamás iba a perdonarme el que no pueda separarme de Isabella y destruirla como me había pedido. Estaba comenzando a enloquecer por la viuda de mi propio padre, ¡de mi propio padre!

Me apoyé en la pared y fruncí el ceño, descontrolado ante todo lo que pasaba por mi cabeza. Las cosas habían empeorado desde que probé sus labios, desde que dejé ir todo mi autocontrol y necesité de sus besos. ¿Por qué Isabella? Después de años sin querer ni desear que los labios de cualquier amante rozaran los míos, sin querer ni permitir que nadie me tocara como ella lo hacía… ¿Por qué Isabella, la viuda de mi padre? ¿Por qué Isabella, la mujer que había hecho que mi madre guardara tanto rencor por años? ¿Por qué Isabella?

«E incluso así, no eres capaz de continuar alejándote».

En un momento, Isabella notó un pájaro posándose sobre la valla de seguridad del balcón, lo que ocasionó una sonrisa inocente en sus labios. Finalmente se acercó y comenzó a hablarle con un tono dulce y suave, cuidando que no fuera a asustarse producto de su cercanía.

—Pero qué hermosas plumas tienes —le dijo, moviendo sus dedos, como si quisiera tocarlo.

Nuevamente fruncí el ceño.

¿Cómo podía verla como mi enemiga? Isabella era siempre tan… dulce y fuerte a la vez. A ratos contemplaba sus ojos y veía tanta luz, una luz que a la vez me daba paz, calma, serenidad y…

Suspiré, queriendo arrancarme lo que estaba sintiendo en el pecho. Continuaba siendo intolerable, porque no soportaba lo que no podía controlar.

—Oh, no había notado que estabas aquí —susurró, apretando su bolso contra su cuerpo. Parecía que estaba contrariada de que la estuviera mirando mientras actuaba con naturalidad frente a un animal.

—Solo… miraba. Acabo de entrar —respondí con seriedad.

Asintió mientras volvía la atención hacia otro lado. Sabía que mi actitud era intolerable para ella luego de todo lo que había sucedido, pero temía… Por primera vez, temía.

—Demoraste bastante. Y te has duchado.

Asentí.

—Tuve que quedarme con Demian por un rato.

Frunció el ceño, un tanto preocupada.

—¿Por qué…? —Tragó, dejando la pregunta al aire—. Descuida, debe ser algo importante —susurró—. La situación con la fundación ha sido peligrosa y quizá lo escuchó.

—Sí, es peligrosa, por eso no quiero que estés a solas, no puede quedar en el aire, menos si Elizabeth y tú salieron heridas —musité, recordando su expresión de terror luego de que aquella bomba de ruido detonó cerca de ella.

De todas las personas a las que quería proteger, una de ellas era Elizabeth. Todavía recordaba lo mucho que estuvo conmigo desde el inicio de mi vida, oculta para que mi madre no apreciara lo mucho que cuidaba de mí. Hoy parecía temerosa y la entendía, me había alejado de ella para continuar protegiéndola, y a pesar de que siempre estuvo del lado de mi padre a las sombras, alejándose también de mí, nunca dejó de aparecer en mi mente mientras me sentía solo y en silencio.

Bella arqueó las cejas, muy angustiada y también asustada con lo que había sucedido. Definitivamente, no sabía el peligro en el que estaba implicada, era demasiado joven e inexperta en esto… y la entendía, como también me angustiaba la idea de que ese peligro la dañara. Yo ya no quería hacerlo y sabía que, en el fondo, en cuanto la vi por primera vez no fui capaz de implicar nada que la dañara y le hiciera sufrir.

Qué débil me sentía ante su presencia.

—Papi —sollozó Demian, llamando la atención de ambos.

De manera instintiva, me devolví hacia la habitación, pero a mitad de camino recordé que Bella estaba escuchando todo. Cuando la contemplé, vi una expresión de preocupación inminente.

—Ya voy, DeDe —exclamé, escuchando la manera en que tosía.

—¿Qué le ha ocurrido? —inquirió Bella, sosteniendo un tono de voz angustiado y desesperado.

Lo correcto habría sido pedirle que no se entrometiera en esto, porque ella no debía seguir acercándose a cada aspecto de mí, porque temía como un maldito cobarde por todo lo que me estaba haciendo sentir; sin embargo, no pude sino responderle con un arqueo de mis cejas, demostrándole la angustia que guardaba cada vez que el pequeño que más vulnerable me hacía, caía enfermo como ahora.

—Papi —continuó llorando Demian, volviendo a toser con esa agonía propia de él.

Corrí hasta su habitación mientras Bella me seguía. Cuando entré y lo vi queriendo vomitar, simplemente fui preso de la angustia y busqué, de alguna forma, cuidarlo mientras lo hacía. Isabella se llevó una mano al pecho, como si sintiera el dolor de mi hijo, y sin más, se arrodilló en la cama para sostenerlo mientras dejaba ir el aire, al tiempo que botaba los productos de su tos. Él seguía llorando, aterrado por lo que estaba sucediéndole y, para mí, verlo así seguía causándome un profundo dolor que me paralizaba y me hacía sentir tan inexperto como la primera vez que lo tuve en mis brazos.

—¿Desde cuándo está así? —preguntó ella, acariciándole el cabello mientras cuidaba que no fuera a ensuciarse.

—Desde hoy —respondí con el ceño fruncido—. Tiene bronquitis. El asma siempre lo debilita mucho y esta vez se ha enfermado más rápido de lo que pensé.

—Oh, cielo santo —susurró, cobijándolo de forma natural.

Cuando Demian acabó de toser y de vomitar, miró a Bella, quien comenzó a limpiarlo con cuidado. A medida que se acomodaba a la visión de ella cuidándolo, su llanto cesó.

—Oye, tienes fiebre —añadió, poniendo sus labios en su frente.

Bajé los hombros mientras me acomodaba a la imagen, a una que me aterraba, pero a la vez parecía calma y maravillosa. Bella tranquilizó a Demian sin mucho intento, porque su presencia le daba paz y calidez, al igual que a mí, porque sin quererlo, éramos débiles a ella… y mientras Demian ya lo había asumido con inocencia y ternura, yo comenzaba a sentir que en mi pecho se abría algo que nunca había sentido antes.

.

Isabella POV

Lo contuve y apoyé mi barbilla en él mientras distraía su atención de lo que estaba sucediéndole. Demian me miraba y continuamente visualizaba mis expresiones, sonriendo con debilidad. Sin embargo, veía en él desesperación y agotamiento.

—Debes sentirte tan mal —susurraba, destapándolo un poco para calmar la fiebre.

—Debo llamar a un médico —puntualizó Edward, angustiado y realmente desesperado.

—Tranquilo, voy a ayudarte —afirmé, conteniendo a Demian en mis brazos mientras saboreaba la inquietud de tenerlo enfermo.

—Su pediatra es el prometido de Rosalie —balbuceó, contemplándome a los ojos—. Llamaré a mi hermana para saber si puede venir con él.

Asentí.

Mientras escuchaba su conversación, noté que un hombre detrás del teléfono le decía que tomara un medicamento específico mientras llegaban al departamento.

—Tengo que ir a comprarlo, no tengo… Bien, gracias, Royce, los esperaré aquí —respondió con la voz temblorosa.

Cuando cortó, suspiró de forma pausada y se puso las manos en la frente.

—Sé que es el único medicamento que le disminuye la fiebre —gruñó—. ¡Debí tener al menos uno para él…!

—Descuida —lo tranquilicé, poniendo mis manos en su pecho de forma instintiva—. Te ayudaré, ¿bien?

—Bella…

—Iré pronto. Tomaré un taxi e iré a la farmacia a comprarlo, prometo que no demoraré.

—Isabella —dijo de forma seria—, es muy peligroso, el ataque…

—¡Demian está enfermo! —interrumpí—. No voy a dejar que estén a la deriva, ¿está bien?

Tragó y se quedó en silencio, mirándome con las cejas arqueadas. A medida que nos mirábamos, mi corazón latía más deprisa, porque el Edward cada vez más humano y vulnerable me estaba causando sentimientos que…

Respiré hondo, alejando esos pensamientos de mi cabeza.

—No tardaré. Lo prometo.

—Pero…

—Demoraré quince minutos, lo juro.

Corrí hasta la puerta y bajé en el ascensor tan rápido como pude. Cuando me encontré con la calle, miré detenidamente hacia todos lados y luego esperé a que apareciera algún taxi que pudiera llevarme. Sin embargo, cuando apenas ponía un pie en el asfalto, vi que Emmett acercaba mi coche, abriendo la puerta de par en par.

—Sé que me pidió que me mantuviera descansando, pero no quiero dejarla a la deriva luego de lo que ocurrió. ¿Necesita algo? ¿El senador le ha hecho daño? —preguntó, alzando lentamente la voz.

Boté el aire, aliviada de verlo aquí. Tragué y me lamí los labios secos, subiéndome enseguida al coche.

—No, él… ¡Él no me haría daño! —exclamé—. Necesito ir a la tienda, Demian, su hijo, está muy enfermo y mientras esperamos al médico debo comprar la medicina para bajar la fiebre.

Mi guardaespaldas me miró tras el espejo retrovisor, como si nuevamente la manera en la que hablaba de Edward lo mantuviera en vilo.

—Claro, señorita Swan —dijo al fin, acelerando rápidamente.

.

Subí las escaleras con Emmett a mis espaldas, no tenía tiempo de esperar el ascensor. A medida que llegábamos al último piso, con la respiración desacompasada y una sensación de desfallecimiento inminente, sostuve con más fuerza la bolsa con la medicina. Cuando llegábamos a la puerta principal de la sección del Pent-house, noté que dos personas salían del ascensor: Rosalie Cullen y un hombre al que no conocía. Nos encontramos de frente, de pronto en silencio.

—Isabella —dijo Rosalie, mirándome con evidente sorpresa.

—Rosalie —susurré.

Pero ella dejó de mirarme, porque repentinamente parecía contemplar al hombre que me acompañaba, mi guardaespaldas.


Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, no sin antes comentarles que, para quienes no lo saben, estoy cursando un lumbago que me ha tenido en reposo, he estado haciendo lo posible por avanzar y traerles más, pero se me hizo muy complicado, pero aquí lo tienen, otro vistazo al punto de vista de Edward y el comienzo de... Emmett y Rose. ¡Uff! Es tan complejo este Bastardo, pero al parecer ya no tiene una mísera cantidad de fuerzas para seguir evadiendo lo que ya es obvio, incluso para él. Ahora es el turno de Bella, ¿no creen? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

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