Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía
Recomiendo: Deliverance – RY X
Capítulo 22:
Némine discrepante
"(…) Sintiendo tu mente con mi lengua
No necesitaba saberlo, pero ahora necesito correr
Esta noche, nosotros somos jóvenes
He estado despierto para la liberación…"
Rosalie mantenía una expresión tímida, pero sus ojos subían y bajaban ante la aparición de Emmett. Al girarme para ver a mi guardaespaldas, noté que él también la miraba, completamente en silencio.
—Qué sorpresa —añadió la hermana de Edward, y entonces se mordió la mejilla interna.
—Yo… —Apreté los labios, sin saber qué decir—. Mucho gusto —dije al hombre que parecía ser solo un testigo de lo que sucedía.
—Mucho gusto. Soy Royce King Jr., prometido de Rosalie—. Me tendió la mano y yo se la tomé con cuidado—. Es un gusto conocerla, señorita Swan.
Claro que sabía quién era yo, mi nombre debía seguir dando vueltas en todos los medios del país y el mundo.
—Un gusto también, Royce King Jr. —afirmé.
Era un hombre guapo de varios centímetros de alto. Lucía un cabello negro liso y ligeramente largo, el que combinaba con un elegante bigote arriba de su labio superior, usaba un traje negro y una corbata azul oscura.
—¿El pequeño está adentro? —le preguntó a Rosalie, queriendo tomar su mano.
—Sí —respondió Rosalie, que de pronto quitó su mano, me miró por unos segundos y luego lo hizo con Emmett, que seguía en silencio. Finalmente entró al departamento, sabiéndose la clave de acceso sin problemas.
Me quedé expectante ante la manera lejana de tratar a quien era su prometido y cómo es que él parecía preferirlo así, como si no importara y estuviera acostumbrado.
—Estaré custodiando la entrada, señorita Swan —dijo Emmett, manteniéndose con los brazos cruzados.
—Gracias, Emmett —respondí.
Entré con timidez, sintiéndome algo fuera de lugar sabiendo que estaban Rosalie y Royce dentro, pero cuando escuché que Demian estaba llorando y tosiendo a la vez, con Edward haciéndole suaves arrullos, no pude marcharme ni mermar mi intención de quedarme con ellos, fue imposible para mí siquiera pensarlo. El arrullo de Edward era calmo, suave y etéreo, hermoso era un calificativo que podía agregarse, pero sentía que no era suficiente, me daba la sensación de que hasta a mí podría calmarme en el peor de mis momentos.
—Rosalie, Royce, qué bueno que llegaron —dijo, apoyando a su hijo en su hombro.
Pero antes de que enfocara su atención en ellos, Edward siguió mirando hasta encontrarme y dejar escapar un suave suspiro… como si estuviera más tranquilo de verme entrar. Aquello hizo que mi vientre se estremeciera, así como todo mi cuerpo, que continuamente seguía clamando por él, como desde el primer segundo en el que se marchó de la habitación luego de lo que hicimos en mi cama.
Recordar aquello me producía un duro dolor que no sabía explicarme ni a mí misma, y debido a ello, huía de pensarlo cada vez que podía. Habían sido los siete días más duros que había tenido en mucho tiempo, tanto que lo único que busqué fue evaporar los recuerdos de Edward. Pero qué difícil era. Se había clavado tanto en mi piel, como también en mi mente y en una parte de mí misma que no quería reconocer. Aún tenía memoria de aquel nudo en la garganta, mirando constantemente a la puerta, esperando a que llegara a como diera lugar, y luego aquella angustia símil a la desesperación al no verlo nunca, solo siendo un espectro en mi mente, como si nunca hubiera existido, solo en mis más oscuros y dementes sueños. Y de no haber sido porque su existencia estaba marcada por la boca y la presencia de los demás, habría sido como si realmente Edward nunca hubiera sido real.
Pasé noches pensando en él, en su mera existencia, en lo que me provocaba, lo que era, lo que emanaba… Estaba pegado a mí en todo y estaba volviéndome loca. Y sentía tanto dolor de no verlo, preguntándome porqué, simple, llanamente y de forma constante, porqué.
Entonces volvía a recriminarme lo mismo: ¿por qué estaba pensando en esto? Carlisle me había dado su apoyo para buscar lo que había perdido y en el camino no podía desviarme a… pensar en su hijo como un hombre al que encontraría en mi vida normal, un hombre que… definitivamente haría cosas que Edward no, porque él no era normal, no era común y eso… era una perdición y…
Mierda.
Y cada vez que me sentía a solas en el mundo de mentiras que debía vivir, todo con tal de dar con mi hija y recobrar el recuerdo de mi otra pequeña fallecida, inquieta, angustiada y desdichada, necesitaba que Edward lo supiera todo con tal de recibir sus brazos a mi alrededor. Y me odiaba por eso, por querer más sabiendo que…
No. ¿Querer más? ¿Estaba demente? ¡No podía pensar en eso!
—¿Has podido darle la medicina mientras? —inquirió Royce, quitándose el saco para subirse las mangas de la camisa.
—Aquí están —exclamé, metiéndome en medio de todos para pasárselas a Edward.
Hubo un franco silencio, uno que me hizo sentir incómoda y presa de la atención ajena, en especial de aquellos que recriminarían mi presencia en un lugar al que no debía pertenecer, aun así, hice ahínco de mi personalidad y respiré hondo, enfocándome en Demian y en… Edward.
—Gracias —musitó él, sosteniendo su mirada intensa ante mí.
Evadí sus ojos y me enfoqué en el pequeño, al que llevaron hacia la habitación de Edward. El Dr. King se encerró en el cuarto con él y su padre, lo que me generó una inmensa angustia, junto con una necesidad desesperante por seguirlo y asegurarme de que en todo momento lo trataran bien. Cuando me di cuenta de lo que estaba pasando en mi cabeza, me alejé lentamente, intentando controlar lo que sentía en mi interior.
Al darme la vuelta, me percaté de que Rosalie me contemplaba de forma perspicaz, pero nada similar a lo que fue en su anterioridad. Noté que estaba usando mangas largas y que tiraba de ellas de forma instintiva, como si no quisiera mostrar las heridas que seguramente aún llevaba en su piel, heridas que ya conocía.
—Hola, Rosalie —saludé en voz baja.
Pestañeó.
—Hola, Isabella —respondió—. Es una sorpresa verte aquí.
No supe qué decirle, de pronto me había quedado sin palabras ante la inquisición en su mirada.
—Se estaban constatando las lesiones de la señorita Swan y el senador recibió la llamada de la enfermedad de su hijo —interrumpió Emmett, armando rápidamente una buena excusa.
Le di una mirada de agradecimiento, mientras que Rosalie centró su atención en él. En aquel instante, ella pareció continuar contemplándolo, muy detenidamente.
—¿Quién es usted? —le preguntó con la voz suave, menos inquisitiva.
Emmett se había quedado varios segundos en silencio mientras se miraban.
—Soy Emmett McCarty, guardaespaldas principal de la señorita Swan —dijo, ofreciéndole la mano a una muy tímida Rosalie.
Ella miró el gesto y se demoró en corresponder. En realidad, pensé que no lo haría, al menos hasta que apretó la mano de mi guardaespaldas.
—Yo soy…
—Sé perfectamente quién es usted, señorita Cullen—. Emmett de pronto sonrió, lo que sin duda era un gesto precioso saliendo de sus labios carnosos.
Era un chico guapo, no podía negarlo. Alto, fornido y muy apuesto eran tres palabras adecuadas para él, pero además de eso, tenía un cabello oscuro y unos ojos marrones que combinaban perfectamente con su mirada amigable y cálida. A cualquier chica le encantaría ver una sonrisa suya y sabía que Rosalie no era la excepción, pues de pronto sus ojos brillaron, algo que en ella no se veía… nunca.
—¿De verdad? —preguntó.
Era una consulta genuina. Rosalie Cullen parecía no ser consciente de que era conocida por todo el mundo por ser precisamente eso, una Cullen.
—Claro que sí, señorita.
Hubo un silencio del que sentía que no era parte, hasta que finalmente la hermana de Edward centró su atención en mí mientras veía algo de rubor en su rostro. ¿Estaba…?
—Isabella —me llamó—. Vi lo que sucedió en los medios, he ido directamente al hospital para saber de Elizabeth, creí que estarías ahí.
—No, yo… —Me quedé pensando en lo que me acababa de decir—. ¿Fuiste a por Elizabeth?
Tragó y luego miró hacia otro lado. Parecía que no era algo de lo que debía enterarme.
—¿Estás bien? —inquirió, evadiendo el tema.
Iba a responder hasta que ella notó que tenía el brazo herido. Me toqué instintivamente y entonces descubrí que volvía a sangrar.
—¿No te han puesto puntos? —preguntó ella, acercándose con mayor timidez a mí.
Negué, viendo cómo me subía la manga de la blusa para verla. Cuando nos quedamos mirando, ella volvió a evadirme y se enfocó en mi herida.
—Solo falta que te curen un poco más —susurró—. Pero creo que sanará pronto.
Me quedé en silencio mientras veía cómo Rosalie Cullen, la hermana de Edward que muchas veces los medios tildaban de seria, dura y fría, se mostraba genuinamente preocupada por mi sangrado.
—Parece que sabes mucho de eso —afirmé.
Se mordió el labio inferior y se alejó como si le hubiera picado el pecho con un cuchillo.
—Siempre quise ser enfermera —aseguró, pero luego frunció el ceño, como si el haberlo dicho fuera otro secreto que debía guardar bajo siete llaves.
—¿Por qué no lo fuiste? —inquirí.
Se quedó inmóvil en su lugar, mirando sus tacones.
—Eso no debería importarte, Isabella Swan —contestó.
Entrecerré mis ojos mientras veía cómo se mantenía nerviosa en su sitio.
—Gracias por todo, Royce —escuché que dijo Edward, saliendo de la habitación.
Boté el aire al oírlo. Eso significaba que todo iba bien.
—Siempre puedes contar conmigo, en especial si se trata del pequeño Demian —afirmó el hombre.
Cuando llegaron hasta la sala, busqué a Edward con una necesidad imperante por contemplarlo y tranquilizarme. En cuanto aquello ocurrió, noté que él también me buscaba y mi vientre volvió a revolverse.
—¿Cómo está? —preguntó Rosalie, acercándose a Royce y a su hermano.
—Mucho mejor. Parece obstruido, así que aumenté la dosis de broncodilatador y agregué uno más con corticoides. De momento, no parece una bronquitis bacteriana, sino más bien alérgica, por lo que también adicioné un buen antihistamínico en jarabe. Por lo pronto, lo importante es disminuir la fiebre con el antipirético que se ha comprado y ya mañana comenzar con el tratamiento, hoy la verdad es que es mejor que descanse —aseguró el médico.
Suspiré, agradecida de que todo estuviera bajo control.
—Gracias al cielo —susurró ella—. Te ves cansado, Edward.
Sí, él se veía enormemente agotado, parecía que el saber que su hijo estaba bien lo había hecho culminar en un profundo estado de fatiga.
—Ha sido un día complejo, ya debes imaginarte porqué —añadió él.
—¿Tú estás bien? Digo, sé que no estabas ahí, pero…
—Sí, sí, estoy bien. No fui yo quien sufrió el ataque directamente —aseguró, mirándome por un mero segundo.
Rosalie lo notó y se volcó a mi herida.
—Eso sigue sangrando. Será mejor que te ayude —dijo, caminando hacia el botiquín que pendía de la pequeña caja oculta en la pared del departamento.
Edward frunció el ceño y miró mi herida, tornándose muy preocupado.
—Royce, no tienes que esperarme, me quedaré aquí un momento —informó sin mirarlo.
—¿Estás segura? —le preguntó.
—Sí. Llamaré al chofer para que me lleve.
—Perfecto —respondió y se acercó para besarle la frente.
Fue un adiós bastante frío para lo que yo acostumbraba… o quizá sentía que para comprometerse debía existir mucho amor, algo que claramente no pude cumplir cuando Carlisle me ofreció el compromiso para ayudarme.
—Espero que todo marche bien, Edward. Ante cualquier cosa, solo avísame, ¿sí? —dijo Royce antes de marcharse.
—Claro. Gracias, Royce.
Él se despidió de mí de forma educada y luego le dio la mano a Emmett, lo que llamó la atención del mismo Edward, que parecía no haber notado su presencia.
—Qué sorpresa —masculló de pronto—. Creí que te habían dado el día libre.
Los dos sonrieron de forma ácida.
—No dejaré de proteger a la señorita, sea como sea —respondió mi guardaespaldas.
Rosalie miraba con cierto interés, notando la dureza que había entre ambos.
—Ya veo —musitó Edward.
Sin embargo, ver que seguía aquejada por mi herida le hizo perder por completo el interés en mi guardaespaldas.
—¿Le sigue doliendo, señorita Swan? —preguntó, conteniendo el aliento mientras me miraba.
Tragué mientras contemplaba sus hermosos ojos.
—Un poco —respondí de forma suave.
Apretó los labios, quizá sin saber qué hacer.
Dejé escapar un pequeño grito cuando Rosalie comenzó a limpiar mi herida con algo que parecía raspar.
—Tranquila. Esto ayudará —dijo.
—¿Está bien, señorita? —inquirió Emmett, frunciendo el ceño y acercándose sin importarle el resto.
Edward tragó y sostuvo el aliento mientras lo veía entrometerse. Rosalie, en cambio, lo miraba durante unos segundos y luego se ruborizaba, evadiéndolo para centrar su atención en mí. ¿Es que acaso ella…?
—Dios —siseé cuando apretó con fuerza, usando un vendaje grueso alrededor de mi brazo.
—Esto ayudará a que dejes de sangrar —agregó Rosalie, volviendo a mirar a Emmett de reojo.
—¿De verdad está bien, señorita? —insistió mi guardaespaldas.
Le sonreí.
—Sí, estoy bien, sé que está haciendo un buen trabajo —aseguré—. No tienes de qué preocuparte.
Edward seguía apretando la mandíbula, como si estuviera aguantando la respiración. Incluso podía ver las venas engrosándose en su cuello.
—No voy a hacerle daño, señor McCarty, puede estar tranquilo —añadió Rosalie, llamando la atención de Emmett.
De pronto, los dos sonrieron, algo que duró apenas un segundo.
—Ya está—. Me soltó el brazo con cuidado—. Creo que la herida irá bien por unos días.
—Gracias, Rosalie—. Quise sonar sincera, porque realmente agradecía el gesto que había tenido para mí.
—Te lo debo, Isabella, yo nunca olvido.
Nos quedamos en silencio, mientras que Edward parecía querer acercarse para asegurarse de que todo estuviera bien.
—Creo que ya es hora de irme—. Se cruzó el bolso y respiró hondo—. Mi chofer ya debe estar esperándome.
—Emmett —lo llamé—. ¿Podrías acompañarla? Luego… me aseguraré de todo y te llamaré para que nos vayamos a mi departamento.
Nuestras miradas tenían más significado del que queríamos asumir, porque él comprendió que lo que quería era estar un momento a solas con Edward.
—Claro, señorita. ¿No le molesta, senador? —preguntó Emmett, entrecerrando sus ojos.
—En absoluto. ¿Rose? —inquirió él, mirando a su hermana.
Pero ella parecía más torpe de lo habitual, dejando caer su bolso de forma atolondrada. Emmett, en cambio, era una persona ágil y educada que no tardó en ayudarla mientras Rose intentaba agacharse con su vestido acortado y los tacones, demasiado ruborizada para ocultarlo.
—Le ayudo, no se preocupe—. Mi guardaespaldas logró levantarla y se fueron juntos hacia la puerta.
—Te veo pronto, Edward —dijo Rosalie, mirándome por un segundo.
—Avísame que estás segura. Mi equipo estará custodiándote —le recordó su hermano.
—Gracias—. Se sonrieron por unos segundos y finalmente cerraron la puerta detrás de nosotros.
Me abracé a mí misma cuando nos quedamos a solas, de pronto sintiendo una necesidad imperante por abrazarme a él.
Odiaba necesitarle. De hecho, odiaba sentir que quería algo más de otra persona. Nunca, en mis veinte años, sentí la necesidad de recurrir a un abrazo con una identidad clara. Desde que era pequeña, mamá me demostró que no debía necesitarle, así como mi padre, a quien dejé de ver y me obligué a no requerir de lo que significaba su existencia. Con el pasar de los años, me convertí en una chica sola, que tuvo que madurar antes para poder enfrentar una maternidad sorpresiva y que, cuando tuve la oportunidad de conocer, me la arrebataron. Siempre estuve sola y aunque el apoyo de Carlisle, Elizabeth y Serafín eran un aliento para continuar enfrentando lo que tanto dolía, nunca tuve necesidad alguna de tener sus abrazos… hasta ahora, que simplemente requería y me enloquecía por sentir el calor de Edward junto a mí.
Le daba la espalda, era incapaz de saber qué expresión tenía ni lo que estaba haciendo ahora; no me atrevía a darme la vuelta para saberlo, esta vez no quería actuar como una mujer adulta, porque cada día que pasaba conociendo a Edward sentía que me convertía en la chica de veinte que dejé ir… ¡y no tenía ningún sentido! Porque él era arbitrariamente diferente al tipo de hombre que una chica de veinte conocería y quisiera…
De mí escapó un respingo cuando sentí su respiración en mi nuca, rozando cada espacio de mí, levantando los vellos de mi cuerpo y haciendo que los poros de mi piel se dilataran con rapidez.
—¿Ha dejado de doler? —inquirió, haciéndome vibrar con el sonido de su masculina voz.
Quise preguntarle si se refería a mi corazón, pero no me atreví.
—Un poco —respondí.
Cuando puso uno de sus dedos en mi nuca, repasando mi piel, cerré los ojos, buscando la manera de no querer más, pero fallando en el intento de forma inmediata.
—¿Estás segura? —insistió.
Tragué.
Había tenido que ser fuerte toda mi vida y en esta ocasión quería ser vulnerable una sola vez.
Y entonces negué, sintiendo que mis ojos se llenaban de lágrimas.
De pronto, Edward tomó mis caderas y me dio la vuelta en un solo movimiento. Cuando me tuvo frente a él, me miró a los ojos y luego lo hizo con mis labios. Todo ocurrió demasiado rápido y en menos de un respiro sentí su aliento delicioso en mi rostro. Me besó de forma voraz, sacándome un profundo gemido de dicha y satisfacción. El sentirlo simplemente me hizo estallar y me aferré a su cuerpo desde el cuello, apretándolo con fuerza y luego bajando por su pecho. Edward seguía sosteniéndome desde las caderas, pero finalmente me abrazó desde la cintura, estrechándome a él mientras continuábamos besándonos con una necesidad intensa. Apenas podía respirar, sin embargo, lo único que en realidad me importaba era seguir sintiendo sus besos, como también ese calor que me hacía sentir tan bien… tan, tan bien.
—Lo siento, Isabella, no puedo contenerme —musitó, juntando su frente con la mía mientras intentaba controlar el ritmo de su pecho, al igual que yo.
Negué y arqueé las cejas.
—Ya no más —gemí.
Sus ojos se tornaron brillantes, tanto que por primera vez vi a un completo y vulnerable ser humano delante de mí.
—¿Qué hacemos, Isabella? Dime, ¿qué hacemos? —insistía, mirándome constantemente.
—¿Qué harás tú?
Contuvo el aliento por unos segundos.
—Besarte —respondió—. Y no controlarme. No puedo hacerlo, obligarme es un sacrilegio. Es mi mea culpa. Alea iacta est.
—Yo tampoco puedo hacerlo, Edward, no… no puedo.
Nos volvimos a besar y a medida que nos uníamos con la pasión desbordante que no podíamos controlar, sentía que todo peso encima de mí se marchaba por unos segundos. Sus besos me hacían libre, eran un atisbo de deseo que me hacía sentir enormemente viva, situada en un mundo perfecto, dichoso y magnífico.
—Señor Cullen… —llamó la voz de una mujer.
Él y yo nos separamos de forma inmediata y miramos hacia ella. Era Anna, su ama de llaves. En otra oportunidad me habría reído de su expresión, pero ahora no podía mover ningún músculo.
—Yo… ¡Lo siento mucho! —exclamó, ruborizándose.
Anna era una mujer que aparentaba unos cuarenta y tantos o cincuenta y pocos. Tenía un aspecto modesto tras un conjunto cómodo de colores coral y marfil, el que llevaba sobre su cuerpo algo regordete. Era pequeña, incluso más que yo, y tenía el cabello corto de color rubio claro y sus ojos relucían de un profundo color azul.
—Descuida, Anna —musitó Edward, manteniendo la expresión de póker que tanto le caracterizaba.
Nos continuamos separando aún más hasta que finalmente Edward se acomodó el cabello y luego el suéter, así como yo carraspeé y miré hacia otro lado, sin saber qué decir o hacer.
—Yo… —insistió—. No se preocupen por mí, lo que he visto no saldrá de mi boca —afirmó de forma temblorosa.
Escuché el suspiro de Edward, un suspiro de difícil conjetura. Anna parecía muy asustada de haber faltado el respeto de su jefe.
—Confío en ti, Anna —respondió de forma lenta y suave—. ¿Qué querías decirnos antes de la interrupción?
Esta vez quien carraspeó fue ella, manteniéndose quieta en su lugar. Ahora se veía mucho más tranquila.
—Quería decirles que la cena está lista. Sé que la señorita Isabella desea comer algo especial —dijo, de pronto hablando de mí de una forma mucho más diferente a lo que vi antes. Parecía que su trato hacia mí había cambiado aún más desde que nos vio… besándonos.
Y de pronto, nació una sonrisa radiante en sus labios. Era la primera vez que veía a Anna sonreír de aquella manera.
—Gracias, Anna —le comentó Edward—. Te haría bien comer un poco, sé que tienes hambre. ¿Vienes conmigo?
Él me enseñó su mano, como siempre, esta vez completamente desnuda, la cual tomé sin miramientos, sin pensar en lo que significaba permitir que la vida común y corriente nos envolviera, aun cuando sabía que conocerlo más allá, haciéndolo humano en mi mente y corazón, iba a ser mi condena y… mi sentencia de muerte.
La mesa ya estaba puesta y, para mi sorpresa, era para dos. Edward corrió la silla para mí e hizo que me sentara, echando su aliento en mi cuello mientras me acomodaba, justo detrás de mí.
—Vengo en un segundo —susurró.
Asentí y miré cómo se metía a la cocina con Anna, a quien le pidió hablar un momento. Sabía que iba a pedirle que guardara silencio con lo que había visto, en especial porque… Diablos, era la primera vez que alguien notaba que nosotros…
Tragué y preferí mirar el arreglo de flores que había sobre la mesa, las que tenían un intenso color rojo. No pude identificar qué tipo eran, solo sabía que no eran rosas.
—Son hibiscos —me dijo Anna, sorprendiéndome.
Acomodó una copa delante de mí, volviendo a sonreír.
—Son preciosos.
—Me gusta traerlos, darle vida a la realidad del señor Cullen —confesó.
—Es muy amable de su parte.
Nos miramos por unos segundos, hasta que finalmente ella tragó.
—Usted… —Se calló y miró hacia la puerta de cristal de la cocina, como si comprobara que Edward no apareciera—. Usted es la primera mujer que ha entrado aquí. Digo, excepto por las hermanas del señor Cullen.
No supe qué decir, estaba perpleja con sus palabras.
—Soy muy fiel al señor, solo quiero que… —Apretó los labios—. Usted lo ha hecho sonreír, usted… Como dije, nunca había traído a ninguna mujer—. Contuvo el aliento—. Con permiso, señora.
La vi marcharse y me quedé varios segundos en la misma posición, sin saber siquiera cómo respirar ante el tumulto de emociones inexplicables que me había dejado las palabras del ama de llaves. Todavía ni siquiera podía procesar bien lo que me había dicho de forma fugaz.
¿Realmente él nunca había traído a ninguna mujer aquí?
Tragué y me quedé sintiendo el ritmo intenso de mi corazón.
En ese instante, Edward puso un plato de lo que parecía ser ternera rebosada en una salsa especial.
—Es la especialidad de Anna —susurró—. A Demian le encanta.
Le dio la vuelta a la mesa y se sentó delante de mí, dispuesto a comer conmigo.
—¿Sí? Imagino que dejarán un poco para él—. Sonreí imaginando la felicidad que sentiría.
—Claro que sí. Es… solo un estofado de ternera con soja y sésamo. No sabes cuánto le fascina llevarlo con estas verduras salteadas. Es un plato muy sencillo…
—Es de mis favoritos también —confesé, mirándolo y recordando lo mucho que extrañaba comer cosas que me recordaran a un hogar.
—¿De verdad?
Asentí y me volví a mirarlo, expectante de esos hermosos ojos verdes.
—Me gusta todo lo sencillo, lo que te recuerda a un hogar y el ser humano—. Me ruboricé a medida que respondía—. Todo aquello que me hace sentir… yo.
Noté cómo se movía su manzana de Adán al tragar.
—Demian ama lo sencillo —me contó con cuidado—. Veo que tienen mucho en común.
Sonreí y luego arqueé las cejas.
—¿Cómo está él?
Me picaban los dedos por ir a por el pequeño y abrazarlo para asegurarme de que nada malo estuviera sucediéndole.
—Muy bien. Lo importante es que puede respirar y que la fiebre sigue disminuyendo.
Aquello me alegró tanto que no pude evitar aumentar la intensidad de mi sonrisa, lo que hizo que Edward comenzara a mirarme con unos ojos intensamente brillantes.
—Ahora duerme profundamente.
—Me encantaría verlo.
Nos continuamos mirando por unos cuantos segundos.
—Claro que sí —respondió de forma queda—. Finalmente, sé que él se siente seguro contigo.
.
Una vez que terminamos de comer la cena, que no estaba solo fantástica, sino maravillosa, Anna se llevó los platos de manera silenciosa.
—Gracias —le dije con una sonrisa.
Ella también me sonrió.
—Gracias, Anna —añadió Edward, acomodándose en la silla mientras pestañeaba, muy adormilado.
Enseguida noté lo cansado que estaba y, por si fuera poco, Demian comenzó a quejarse. A pesar de que sentía que no tenía derecho a hacerlo, me levanté con rapidez, guiada por el sonido de su voz. Cuando lo vi sobre la cama, mirando a su alrededor de forma confusa y asustada, solo fui capaz de tomarlo entre mis brazos para que se sintiera acompañado, situación que no pensé, simplemente actué, sin detenerme a pensar tampoco en el hecho de que no necesariamente iba a sentirse bien conmigo teniendo a su padre cerca. Pero ahí estaba, sosteniéndolo en mis brazos y cobijándolo en mi pecho.
—¡Be! —gimió, restregando su rostro en mí.
Sonreí enseguida, reviviendo el martirio que había sido verlo tan débil. Ahora continuaba enfermo, claro, pero parecía mucho más compuesto. Aun así, no pude resistirme al ver sus mejillas enrojecidas y regordetas, además de perderme en sus ojos brillantes de alegría… por verme.
De pronto vi a Edward entrar a la habitación y en cuanto nos miramos, noté que, como siempre, contemplaba con detenimiento la forma en la que sostenía a su hijo.
—Pa… Papá —tartamudeó, restregándose los ojos con sus manos pequeñas y rellenas.
—Hey —dijo, acercándose a él para acariciar sus mejillas.
Creí que iba a tomarlo, pero me permitió sostener a su hijo, como si con eso me diera… parte de él.
¿Edward seguía pensando que era su enemiga? ¿Seguía viéndome capaz de arrebatarle todo a su familia como lo que era, la viuda de su padre? A veces, quería suplicar que la respuesta fuera un sí, porque mis propósitos eran más fáciles sin que él se metiera en mi piel, pero también en…
Dejé ir la última palabra, incapaz de seguir.
Y aunque sabía que odiarnos era el camino más fácil para centrar mis objetivos, cumplir mis promesas y también ser la persona que debía fingir, simplemente me era imposible llevar a cabo aquello.
Miré su mano desnuda que sostenía las mejillas de su hijo y luego fui haciendo un recorrido por su brazo fuerte y viril hasta llegar a su rostro. No había notado lo cerca que estaba de mí. Él estaba demasiado concentrado en DeDe para notar lo mucho que lo observaba y admiraba cada expresión de cariño que brotaba de su rostro masculino y tremendamente atractivo. No podía quitar mis ojos de su existencia.
—¡Be! ¡Be! —decía Demian, apuntándome mientras sonreía a su papá.
Edward comenzó a sonreír, lo que seguía causándome un delicioso estremecimiento en el fondo de mis entrañas. Y tan pronto como me di cuenta, yo también estaba sonriendo.
—Sí, está aquí —respondió el senador, contemplándome de una forma que no recordaba haber visto en él.
Iba a decir algo más, pero su teléfono comenzó a sonar. Cuando lo sacó desde el bolsillo trasero de su pantalón, miró a la pantalla y suspiró.
—Es Alice —musitó—. Debe haber sabido todo lo que ocurrió.
Me quedé con Demian mientras veía cómo él respondía de forma rápida y escuchaba atentamente lo que su hermana comenzaba a decir. No me costó mucho entender que detrás del teléfono había una muy alterada Alice queriendo saber qué había ocurrido. La entendía.
—Sí, estoy bien, Alice, tranquila. No, descuida, sé que Rosalie te contó lo de Demian, pero está bien, de mejor ánimo, solo lo que ya se repite constantemente —respondía con paciencia.
—Tienes unas tías que te quieren mucho y se preocupan mucho por ti —susurré, contemplando su inocencia.
—Sí, creo que ella… está bien —murmuró Edward, mirándome.
Al parecer, Alice estaba preguntando por mí.
—No sé si sea buena idea que la llames a esta hora —añadió—. Hazlo mañana. Imagino que debe estar descansando. No, no sé dónde está en este momento —mintió, mientras nos contemplábamos de forma atenta—. Perfecto. Le diré a Demian que estás preguntando por él. Sí, puedes estar tranquila, Elizabeth está protegida también. Adiós, Alice.
Edward guardó el teléfono en su bolsillo y se acercó a nosotros.
—Tía Alice me ha dicho que te quiere mucho y que espera que te recuperes —susurró mientras le acariciaba el cabello a su hijo.
—Tía —repitió, aplaudiendo y sonriendo.
Demian me tranquilizaba y hacía sentir tan bien, no sabía si era su inocencia, dulzura o simplemente su existencia, pero era una paz inexplicable y maravillosa.
—Lo sé. Seguramente mañana querrá venir a por ti.
Edward lo besó y aquello le hizo reír; sin embargo, ante la primera carcajada comenzó a toser de forma compulsiva y de su pecho se escuchaban silbidos y ronquidos inconfundibles. No lo pensé mucho, simplemente me levanté con él en mis brazos y tomé el inhalador, instalando la aerocámara y poniéndola entre su nariz y boca, apoyando fuertemente el mentón con ella. Demian estaba asustado y parecía volver a subir su temperatura, así que besé sus cabellos y le canté con calma.
—Con esto respirarás mejor. Mira, ahí está papá, ni él ni yo te dejaremos solo, queremos que estés bien —dije con paciencia—. Solo debes respirar cuando apriete el botón. ¿De acuerdo?
Demian asintió y aunque seguía llorando, hizo lo que le pedí.
—¡Muy bien! —exclamé—. Todo va a estar bien, te lo prometo, ¿sí?
Sabía muy bien lo que era convivir con asma y lo que se debía hacer cuando había una crisis acompañada de una enfermedad respiratoria, pero también sabía lo que era vivir con ella siendo pequeña y sin tener a alguien a quien recurrir y que me hiciera sentir acompañada y protegida cuando lo que más sentía era miedo.
Cuando Demian comenzó a calmarse y a buscar a su padre, se lo entregué en sus brazos y miré con detenimiento la forma en que Edward me contemplaba. Parecía detenido y asombrado, pero no sabía porqué.
—Todo estará bien, DeDe —le dijo él, volviendo en sí—. Ven, tenemos que dormir, necesitas descansar y reponerte.
Me alejé lentamente, no queriendo importunar mientras recordaba lo que había dicho. ¿De verdad le había dicho que ni él ni yo íbamos a dejarlo solo? Porque sí, ni él ni yo íbamos a permitir que alguien le hiciera daño, incluso si era una enfermedad.
Sentí que mi teléfono vibraba y cuando miré a la pantalla me di cuenta de que tenía varias llamadas perdidas de Jasper, pero también de Serafín, quien había ido de viaje en mi representación a terminar algunos asuntos referentes a mi herencia. De seguro se habían enterado de lo ocurrido. No obstante, quien me llamaba en esta ocasión era Emmett, a quien rápidamente respondí ante la insistencia y la hora.
—Hola, Emmett —dije.
—Señorita, hola. Lamento interrumpir si es así, pero quería informarle que todo el perímetro está bajo control. El senador tiene todo calculado —susurró de forma mordaz—. Su equipo es inmenso y me tienen vigilado también, ¿no es curioso?
—Lamento eso, Emmett, pero…
—Descuide, estoy aquí por y para usted, sé que el señor Cullen me detesta.
Suspiré.
—Te pedí que descansaras —le recordé—. Y si estás incómodo, pues le diré a Edward que deje de atosigarte con su equipo de seguridad…
Comenzó a reír.
—En realidad, solo estoy bromeando —interrumpió—. A pesar de todo, el señor Cullen ha pedido que también me mantengan a salvo. ¿No le ha dicho?
Me quedé sin respuesta, porque efectivamente no lo había hecho.
—¿Estás hablándome en serio?
—Nunca le he mentido, señorita Swan. Aunque, francamente, creo que esto lo hace por usted, no por mí.
Respiré hondo.
—Me quedaré protegiéndola, pero, sobre todo, asegurándome de que usted se siente segura. Por supuesto, no le he dicho a nadie que usted está aquí y tampoco planeo hacerlo. Espero que descanse, en especial por todo lo que ha pasado hoy.
—Gracias, Emmett —dije, mirando a la puerta de la habitación de Demian, donde seguramente se encontraba con Edward.
Luego de despedirme de mi guardaespaldas, caminé a paso lento hacia la habitación, esperando no importunar; sin embargo, cuando vi que Edward se había quedado profundamente dormido con Demian en su pecho, sencillamente suspiré y sonreí ante la imagen más hermosa de todas.
A pesar de que sabía que no tenían un vínculo sanguíneo, los veía tan similares que me enternecían el corazón. Ver la forma en que se sostenían el uno al otro resultaba la mejor postal que cualquiera podría tener en frente. Los arropé con cuidado y luego me mantuve quieta, mirándolos respirar, abrazarse y durmiendo de forma pausada y especial.
Miré la hora y me sorprendí de lo tarde que era. Fui hasta la sala y crucé los pasillos, quitándome los tacones en el proceso, cansada, pero sin ser capaz de dormir. Aún seguían dando vueltas las imágenes del ataque.
¿Quién era el emisor de ello? ¿Quién había sido capaz de hacerlo? ¿Por qué? ¿Era para mí?
Tragué.
Alguien realmente buscaba dañarme. Este mundo era oscuro, tan vil, tan… horroroso. Sentía tanto miedo.
Me abracé ante el inminente escalofrío que cruzaba mi espina dorsal y la sensación de soledad que me cubría. De pronto, me sentí enormemente deprimida.
—Oh —exclamó Anna, cruzándose delante de mí.
Ya estaba con pijama y se había puesto un gorro de dormir.
—Lo siento —dije.
—Me ha asustado, señorita.
—Estaba dando un paseo. Edward se ha dormido con Demian.
Levantó las cejas y asintió.
—Estaba por hacer el biberón del pequeño, durante la noche le da hambre y… —Suspiró y sonrió—. ¿Necesita algo?
Negué con una sonrisa similar a la suya.
—En realidad, me gustaría que vaya a dormir, ya es tarde.
—Pero…
—Yo prepararé el biberón, no se preocupe.
Pestañeó, muy sorprendida.
—¿De verdad?
—Sí, bueno, me gustaría ayudar.
Apretó los labios.
—Está bien, señorita. Si necesita algo más…
—Vaya a descansar —insistí, no queriendo que pasara la noche en vela.
Asintió y se despidió de mí, metiéndose por el pasillo hasta el fondo del departamento, desde donde bajó las escaleras para ir a la primera planta del dúplex.
Fui hasta la cocina y miré maravillada el gran espacio que tenía para poder cocinar. Hacía tanto que no lo hacía. Cuando me metía en una, recordaba la manera en que Carlisle me instaba a hacer alguna de mis ideas grabadas desde que mis abuelos me enseñaron a cocinar, siendo apenas una pequeña de cuatro años. Hacía tanto que no revivía aquella emoción sencilla de ser parte de la gastronomía hogareña, aquella que me conectaba a mis raíces. Desde que me convertí en la esposa del expresidente Cullen y luego en su «flamante» viuda, no se me permitía tocar una cocina, salvo que se tratara de mi cocinero personal, quien solo me pedía mi opinión para seguir con lo suyo y recordarme que estaba cumpliendo el papel de una mujer adinerada, cómoda e incapaz de realizar lo que Isabella, una chica de veinte años recién cumplidos, realmente quería, ser una mujer joven, común y corriente, viviendo una vida sencilla y humilde.
Estaba agotada de no poder ser yo.
Toqué la isla de piedra, quizá mármol, y luego la madera barnizada de tonos crema, contemplando la hermosa vista de un jardín inmenso escondido en la gran terraza. Busqué entre las miles de alacenas, cajones y encimeras, descubriendo lo mucho que a Edward parecía gustarle la cocina. Cuando di con el biberón y la leche solo sonreí, ¡tenía osos en el cristal! Demian era un caramelo que cada segundo me enamoraba más. Me dediqué a leer la información de preparación y luego la hice, agitando bien y esperando a que la leche se entibiara un poco más. Sin embargo, de pronto recordé a Edward y en mi corazón brotó una necesidad por hacer algo también por él, algo que, si bien a mí me calmaba, esperaba que lo hiciera igualmente en su caso.
—Té chai —susurré, mordiéndome el labio mientras veía la etiqueta de la caja de hierbas que estaba puesta sobre la encimera cercana a la vajilla de porcelana oscura.
Era mi favorito.
Una vez que también lo preparé, dejé de revolver la taza y suspiré.
¿Estaba sucediendo todo esto realmente?
Entonces noté el biberón, preparado por mí, algo que habría deseado hacer desde que supe que ellas existían. Jamás pude cumplir aquel anhelo.
Cuando me acerqué a la habitación de DeDe, me quedé estupefacta al ver tal imagen delante de mí. Era algo tan normal, pero… lo normal con él nunca era algo con lo que pudiera acostumbrarme.
Edward seguía dormido plácidamente con DeDe en sus brazos, quien estaba apoyado en su pecho, con su chupón entre sus labios. El senador lo abrazaba con fuerza, como si temiera que alguien lo arrebatara de su protección, cuidándolo hasta en sus más profundos sueños.
Di un paso adelante y sonreí, viendo cómo el senador parecía estar tan en paz, tan… tranquilo, como si al fin nada le preocupara, como si… fuese un hombre de carne y hueso, capaz de todo con tal de que nadie tocara a su pequeñito. Y DeDe, un ser inocente y puro, solo se sentía tremendamente a salvo con él, su papá. ¿Un hombre malo era capaz de amar como amaba a su hijo? ¿Un pequeño tan puro como Demian podía percibir la maldad? Claro que sí… Y Edward no le provocaba absolutamente nada de eso.
Me senté a un lado de la cama y me atreví a acercar mi mano a la mejilla de DeDe, disfrutando de su piel suave y ya lejana a aquel calor de la fiebre. Cuando me sintió, simplemente abrió los ojos, mucho mejor.
—Be —dijo, separándose de su papá para subirse a mi regazo.
Sentí su olor y mi cuerpo vibró por completo.
—Te hice el biberón. ¿Quieres? —le pregunté, enseñándoselo, ya segura de que estaba tibio.
Asintió y se acurrucó como un bebé, dispuesto a que fuera yo quien se lo diera.
Me reí.
—Eres un consentido, ¿no crees?
Mientras él tragaba con mucha hambre, miré a Edward, que cada vez me producía más y más suspiros. No sabía controlarlo, era… Mi corazón se volvía loco cuando lo miraba, era inconcebible para mí. Y a pesar de la negativa de mi cerebro por hacerlo, mi corazón me llevó a levantar una de mis manos y acariciar sus mejillas, disfrutando de la barba que le comenzaba a crecer y de sus rasgos viriles y atractivos. Al sentirme, él suspiró y sonrió con sutileza.
Con el corazón en la boca me volví hacia Demian, mirándolo con sus mejillas tan rojas y sus inmensos ojos que me recordaban tanto a alguien que no podía siquiera identificar, me sentí tremendamente feliz, como si hubiera estado lista para cuidarlo entre mis brazos y protegerlo del mundo. No me contuve y le besé los cabellos mientras lo mecía y le cantaba, tal como habría querido hacerlo con… ellas.
Cerré los ojos y tragué el nudo en mi garganta.
—Bella —susurró la voz de Edward, que acababa de despertar.
Di un pequeño salto y me aterré de estar haciendo algo incorrecto. Era el pequeño hijo del senador Cullen.
—Tenía hambre y quise ayudar, te habías dormido —musité.
Él se mantuvo en silencio mientras veía cómo Demian tragaba del biberón y tiraba de mis cabellos con suavidad, jugando mientras se quedaba lentamente dormido.
—Y te hice un té. Pensé que podrías querer uno, pues de seguro te vas a resfriar como él —añadí, ruborizándome de forma intensa, algo que tampoco pude controlar.
Tragó.
—¿De verdad es para mí?
Asentí.
Él tomó la taza y la olió, para luego sonreír con suavidad por un segundo. Esa sonrisa… esa naturalidad… Ese Edward que a ratos me apretaba el corazón hasta hacerme sentir cada emoción de una forma inverosímil, pero real.
—Té Chai —musitó.
—Es mi favorito. Me relaja mucho.
Conectamos nuestras miradas.
—También es el mío —respondió.
Nos sonreímos, hasta que, de pronto, Edward tomó la misma hebra de cabello que tenía su hijo, para luego subir su mano a mi mejilla, la cual cobijó. Lo miré a los ojos y dejé escapar el aire, acomodándome a las emociones, a los sentimientos y a ese terror intenso que me paralizaba desde los pies a la cabeza.
Temía.
—Deberías descansar —susurró.
—Lo sé. Solo… tengo miedo de dormir.
Frunció el ceño.
—¿Por qué?
Miré hacia el suelo por unos segundos.
—Porque todo vuelve a mi cabeza —confesé.
Siguió acariciando mis mejillas y finalmente juntó su frente con la mía.
—Siento no haberte protegido.
Negué.
—No tienes que hacerlo.
—Pero quiero hacerlo. ¿Es que no quieres que lo haga?
Me mordí el labio inferior, sintiendo su respiración muy cerca.
—Precisamente eso es lo que no quiero, disfrutar de cómo lo haces. Realmente no mentía cuando te dije que nunca nadie me había hecho sentir así en mi vida.
—Siempre hay una primera vez, Isabella.
—¿Tú…?
—Sí.
Solté el aire, queriendo enterrarme en sus brazos y perderme en ellos.
Y entonces un mensaje en mi teléfono logró hacerme perder la concentración, en especial por la insistencia de los que le siguieron. Tomé el aparato y miré con detenimiento, viendo cómo me temblaban las manos.
Era Serafín.
"Señorita, debe responder, por favor"
"Logré averiguar algo"
"Por favor, al menos dígame que leerá los mensajes"
"He encontrado información de su hija"
Leía cada mensaje hasta llegar al último, sintiendo el inmenso dolor en mi pecho al acabar comprendiendo lo que significaban esas palabras.
Mi hija… ¡Mi hija!
Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, con la contraparte de Bella como narradora en este viaje lleno de sentimientos que comienzan a reconocerse y también a despertar, desde ahora comienza un nacimiento de escenas que irán creciendo cada vez más, pero también donde ellos revelarán sus pasados, sus miedos y aquellos demonios que consumen cada parte de su tranquilidad, ¿qué piensan de esta nueva forma de expresarse de los dos? ¿Qué creen que significa estos sentimientos? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
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