Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía
Recomiendo: Carry You – Ruelle (Feat. Fleurie)
Capítulo 24:
Sombras
"Sé que duele
A veces es difícil respirar
Estas noches son largas
Has perdido las ganas de luchar
¿Hay alguien ahí?
Dime que todo saldrá bien
No estás solo
He estado aquí, cantándote una canción
Yo te llevaré…"
Él limpió mis lágrimas con sus pulgares una vez más y caminó conmigo hasta la sala. El jazz continuaba siendo parte de nuestro ambiente.
—¿Por qué has hecho de esta mañana una de las mejores de mi vida? —inquirió.
No pude responder a lo que me decía, sus besos me mantenían prisionera y sus manos ahuecaban mis nalgas con poderío, haciéndome olvidarlo todo. Solo existíamos él y yo y ni las palabras eran adecuadas, así como el aire que respiraba.
¿Cómo una persona que debía ser mi enemiga podía generarme esta necesidad incesante por abrirle mi corazón? ¿De qué manera sostenía aquella idea inequívoca de que, sin duda, quería narrarle cada secreto proveniente de mí? ¿Cómo…? Pero ahí estaba, reventando mi burbuja de seguridad, exponiéndome y causándome estas emociones que no podía controlar.
—Edward —susurré, respirando luego de sus apasionados besos.
Me tomaba entre sus brazos de una forma compleja de describir. ¿Me anhelaba? No lo sabía, pero eso sentía cuando me tenía entre sus fuertes músculos. Y luego recordé el cuadro, aquel en el que me había pintado con tanto esmero. El solo recuerdo me hizo desearlo todavía más, por lo que me aferré a su cuello y cerré mis ojos, saboreando su lengua.
Edward me contuvo y se deshizo de la camiseta, desnudándome completamente ante él. Respiré su aire y nos contemplamos, manteniendo ese dejo de misterio ante nuestros ojos. Besé su cuello con lentitud, arañé su piel, bajé entre lamidos y me entretuve quitándole el suéter para entonces encontrarme con su camisa, la que desabotoné de forma lenta mientras lo sentía buscar mis pechos. Cuando los apretó, deteniéndose en mis pezones, succionándolos con su boca y tirando con sus dientes, eché la cabeza hacia atrás y me dejé llevar por un grito desgarrador, el que explotó como también lo hizo mi autocontrol. No podía, era imposible… ¿de qué manera me negaba a las bondades que él me daba? ¿De qué manera decía "no" a cada caricia, beso y gemido? Edward me tenía perdida, sí, era mi perdición y por más que me negara a ello, el impedírmelo, el detenerlo o siquiera alejarme de él, parecía un castigo que no toleraría jamás. Lo necesitaba, lo imploraba, quería que Edward me hiciera sentir las bondades de mi cuerpo, que me llevara a ese averno perpetuo en el que él era el dueño, el amo y señor, invitándome a ese peligro en el que ambos perdíamos todo… y nos importaba un carajo.
—Y no te has ido —musitó, subiendo con su lengua por el canal de mis senos.
—¿Quieres que lo haga? —inquirí, acariciando sus cabellos sedosos.
—Sabes que es lo que menos quiero —respondió—. Eres prisionera de este…
—Averno —susurré, tomando su quijada entre mis manos.
Sonrió de forma sensual y volvió a besarme, apretándome las nalgas para elevarme nuevamente y llevarme por la sala.
—Hades no soportaba un segundo sin Perséfone—. Me olía la piel, ronroneando en el proceso. Su nariz rozaba mis hombros, mis clavículas y cuello—. Cada día era consciente de que con su luz estaba perdiendo su oscuridad. ¿Cómo hacerlo? A pesar del error que eso constituía… ¿había alguna posibilidad de alejarse?
Apreté sus bíceps al escucharlo y luego sus pectorales, excitada por sus caricias y también por sus palabras. Lo abracé con mis piernas, instándole a que siguiera, que me cogiera, que lo hiciera de todas las maneras posibles… Lo necesitaba tanto. Tiré de su camisa y finalmente se la quité; contemplar su cuerpo era algo que no me perdía por nada en el mundo, ahora sí, la escultura griega estaba ante mis ojos. Cuando besé su piel, llegando hasta la intimidad inequívoca de mis labios junto a su esencia y ser, escuché sus rugidos viriles que tanto me gustaban.
—Ya no hay cabida para ello —susurré—. Tu oscuridad me alimenta, Edward, y eso es locura.
Se dibujó una sonrisa en sus labios mientras yo abría su pantalón y tocaba con propiedad cada parte de su cuerpo. Lo sentía tan caliente y húmedo, quería que entrara en mí y chocara con mi interior de la manera más íntima posible.
—Qué contraproducente. Tu luz es ilusión para mí —musitó, apretando mis muslos con más fuerza.
—No me importa qué gane, solo quiero permanecer así… contigo.
Agarró mi mentón y me besó, a la vez que se deshacía del pantalón y la ropa interior.
Finalmente, me llevó entre sus brazos, no supe a dónde, solo tenía mis ojos cerrados mientras nos besábamos. De pronto, sentí un frío en mi espalda, lo que me hizo arquearme. Al mirar atrás, vi la inmensidad de la ciudad tras los cristales, avasalladora, perfecta y detallada ante nuestros ojos. Me sentía la reina del mundo.
—Aunque no lo creas, me agrada la idea de estar en los cielos contigo —susurró en mi oído, aludiendo al imponente edificio en el que nos encontrábamos.
—¿Aburrido del infierno, Edward?
—Desde que te conocí… sí.
No me dio tiempo de reaccionar, simplemente se llevó unos dedos a la boca, lamiéndolos mientras me miraba a los ojos. Esa sola imagen erótica y prometedora significó más de lo que pude soportar, humedeciéndome en el segundo. De pronto, bajó por la piel de mi vientre y luego acarició mi monte con suavidad, lo que alertó a mi cuerpo. Me cobijé en su pecho mientras sentía cómo buscaba más de mí, rozando mis labios externos, para luego abrirse paso con esa misma suavidad a los internos, deteniéndose en mi interior para continuar humedeciéndome.
—Edward —susurré, suplicando más.
Me seguía sosteniendo con una sola mano, como si yo fuera una pluma entre sus fuertes brazos. Juntó su frente con la mía y nos miramos en medio de una complicidad que aceleró mi corazón; sabía que en otra ocasión esto podía asustarme de una manera imposible de controlar, que iba a hacerme entrar en pánico, pero… no ahora, en estos momentos solo quería seguir aferrada a su cuerpo y olvidarme de todo para permanecer así… con él.
—Extrañaba sentirte —musitó, rozándome con su masculinidad. Se encontraba tan duro y mojado a la vez; estaba desesperándome.
—Lo has asumido, qué sorpresa —le respondí, lamiendo su quijada y luego sus labios entreabiertos.
—No me hagas enojar, Isabella, sabes que esa boca es capaz de transformarme —jugueteó, tirando de mi labio inferior con su dedo pulgar.
Me reí.
—¿Por qué enojarse, senador?
Entrecerró sus ojos.
—¿Seguirá llamándome senador?
Sonreí y me mordí el labio inferior.
—Respóndame.
Contuvo mi mandíbula, pegándome al vidrio junto con mi espalda y culo, continuando en sus brazos.
—Sí, me enoja y me fascina tu soltura al saber que he extrañado sentirte todos estos días.
—Claro que le fascina mi soltura, ¿cómo no?
Sonrió también.
—Al parecer, le gusta que me enoje.
Reí.
—Claro que sí.
—Te gusta que te coja de esa manera, ¿no es así?
Asentí, no sabiendo qué esperar de una respuesta como esa.
—¿Y tú? ¿También extrañaste sentirme? —inquirió.
Lo besé, desesperada aún más por que entrara en mí.
—¿Qué crees tú?
Usó su miembro para acariciar mi clítoris, apretándolo entre mis labios. Cerré los ojos y apreté con fuerza sus pectorales, sintiéndome inquieta, al borde del suplicio.
—No lo sé, dímelo tú, Isabella —me susurró al oído, para luego continuar con sus besos en la piel de mi hombro.
—Por supuesto que extrañé sentirte, Edward Cullen, todo, y no sabes cómo me encanta cuando frunces ese ceño —musité, volviendo a usar mis uñas para marcarlo.
Sus ojos se oscurecieron todavía más y en medio de un franco silencio entró en mí, sacándome un fuerte grito. Lo sentía con tanta fuerza en mi estrechez, buscando hacerse un camino entre mis húmedas paredes.
—Me enoja no poder contener este deseo irresoluto que siento por ti, Isabella Swan —me dijo, nuevamente al oído.
Me lloraban los ojos de placer y arqueaba la espalda con el frío de los cristales detrás de mí.
—¿Crees que para mí es fácil negarme? —confesé—. Ya no puedo más y lo sabes.
Sus besos me comieron la respiración, arrastrando mis lamentos producto del placer inequívoco y del dolor ante su fuerza, brutalidad y deseo de continuar penetrándome. Mi cuerpo reaccionaba de manera independiente, negándose a aceptar cualquier deseo, por muy oculto y efímero que fuera, de alejarse de él. Edward era mi completa perdición, aquel que proclamé como mi enemigo y del que sabía debía cuidar mis pasos, no podía sostenerme a más, sus besos, sus caricias, su todo era… algo por lo cual no podía siquiera alejarme, era inconcebible, una adicción que estaba quemándome y destruyéndome, pero que seguiría hasta que no quedara de mí. ¿Lo peor? Ya no estaba importándome, parecía más fácil caminar en el fuego que alejarme de él.
—Mmm… Este cuerpo tan inmensamente hermoso —susurraba, besándome los brazos, pechos, cuello, clavícula, quijada, mejillas y nariz—, tu fascinante olor, tu sabor, tu textura—. Me olía y acariciaba mientras continuaba entrando y luego saliendo de mi cuerpo—. Todo me fascina… Y luego te miro y siento que estoy perdido. Eres preciosa, Isabella, podría mirarte todo el tiempo que me queda de vida.
Al oírlo sentí que mi orgasmo se avecinaba. Quise gritar y gemir, pero solo alcancé a respirar entre bocanadas costosas producto del placer. Al mirarlo no pude mas que sentir lo mismo, esa emoción costrosa pero fascinante, porque él era hermoso también y realmente podía contemplarlo y acariciarlo todos los segundos, minutos, horas, días, meses y años que durara mi vida. Y ante todo eso, sentía que comenzaba a conocerlo de verdad y… el Edward interior estaba causándome un sentimiento tan prohibido como aterrador que… me horrorizaba siquiera pensarlo.
Edward me sujetó de las nalgas, asegurándome no caer y continué pegada a los cristales mientras aumentaba aún más sus estocadas.
—Mira la ciudad ante nosotros —me decía y luego besaba mis mejillas—, tan inmensa y frente a lo que hacemos son tan pequeños. Me siento inmenso así, sintiéndote, ¿por qué? —Sus gruñidos se espesaron y pude sentir su orgasmo acercándose también—. No tienes idea, Isabella, no la tienes…
Nos besamos con fiereza y finalmente nos liberamos, en cuanto sentí que mi cuerpo convulsionaba de esa manera deliciosa y ruin a la vez, solo pude abrazarme a él, deseando con todas mis fuerzas que se mantuviera así todo el tiempo posible. Cuando acabó y echó su simiente en la piel de mi vientre, solo pude sentir su respiración agitada y luego sus gruñidos viriles, los que se mezclaron con mis labios. Nos seguimos besando aun cuando nos costaba respirar y él me retuvo en sus manos, llevándome hasta el sofá más próximo. Me quedé debajo de su cuerpo, acariciando su pecho y sus mejillas. Al buscar un suspiro, nos miramos, comprendiendo todo lo que esto seguía significando para nosotros. Cada vez que eso ocurría, sentía una timidez que se apoderaba de mí. Era esta la intimidad que más costaba expresar, pero que con él lograba aun cuando me había convencido de que eso nunca iba a sucederme.
En segundos lo único que pude hacer fue acariciar su pecho, resguardándome con entereza de lo que estaba sintiendo. Cuando nos dedicamos a respirar una vez más, Edward miró mi cuerpo, sin detenerse siquiera un segundo en un solo lugar. ¿Cómo podía desnudarme si ya lo estaba? Pero ahí se encontraba, desnudándome sin siquiera hallar una razón coherente para ello.
—Siempre es bueno mirarte después de esto —musitó, llevando su mano desnuda a la piel de mi rostro.
Vi los sutiles tatuajes y luego las marcas que evidentemente quería ocultar. Estaba tocándome con su mayor intimidad, esos dedos que a veces me generaban un inmenso terror por su posible significado. Cuando llegó hasta mis labios, me fue inevitable besarle el dorso y tomarla con las mías, no queriendo que se soltara. Al mirarnos, sabía que estaba rompiendo mis propios límites, que era una intimidad diferente, pero no podía evitarlo. Edward dejó ir el aliento, manteniendo la respiración luego, como si realmente tuviera miedo.
—He hecho cosas horribles con estas manos, Isabella —dijo, muy tembloroso.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Pero no las has hecho conmigo —afirmé, acomodándome para poder estar más cerca de sus labios.
—Soy un bastardo en toda la extensión de la palabra.
Asentí.
—Sí, pero he comprendido que eres mi Bastardo —susurré.
De pronto las quitó, comenzando a hiperventilar.
—¿Lo soy?
Asentí, tocando su pecho con cuidado.
—Y con esas manos jamás me has dañado, todo lo contrario. Eres un completo bastardo, pero ese bastardo ha protegido todo de mí. ¿Acaso quieres comenzar a dañarme?
—Si dañarte significa amarrarte y comerte a besos… nalguearte y disfrutar de tu coño… entonces sí—. Sonrió, contemplándome con sus ojos brillantes.
Me sonrojé y reí, lo hice de verdad, sintiendo que brotaban flores, mariposas y hermosas sensaciones en mi vientre.
—Tengo miedo de confiar en ti, Edward Cullen.
—Yo también —susurró.
—De hecho… —Tragué—. De hecho, quiero decirte algo.
Frunció el ceño y luego comprendió que era algo doloroso para mí. Iba a decirme algo, pero el sonido estridente de un teléfono nos entorpeció. Era el del departamento.
—Deben ser Anna y Demian en la entrada, solicitando el ingreso desde el coche con los guardaespaldas —susurró.
Asentí.
Parecía no querer alejarse de mí, manteniéndose con aliento contenido mientras sostenía mi barbilla con sus manos. Pero sí, se levantó, dejándome en medio del sofá con un deseo imperante por decirle todo. ¿Él me abrazaría si le decía todos mis miedos? ¿Él me contendría si le decía que estaba desesperada por encontrar a mi hija… y con ello dar con el entierro de mi otra nena?
Antes de aceptar la entrada de Anna y su pequeño, Edward me limpió con un pañuelo en la zona del vientre y me entregó ropa limpia.
—Iré a ducharme —le comenté, cubriéndome con la ropa.
Él solo asintió y se vistió con rapidez para recibirlos.
El baño de la habitación de Edward era precioso y decirlo era equivocarse rotundamente de tamaña calificación. Tan amplio y elegante a la vez. Fisgoneé en la alacena, una digna de un museo, y comprobé su gusto por los perfumes caros, elegantes y sutiles, los suficientes para hacerte derretir. Y no solo eso, también me quedé un buen rato oliendo sus geles de ducha, su champú, el acondicionador y la crema de cuerpo y afeitar. Era el baño de un hombre soltero… siendo padre también. Mi sonrisa fue inevitable cuando noté algunas cremas y productos de bebé, siempre causándome una inmensa ternura. Luego me quedé de piedra, al seguir reconociendo un sentimiento hondo que no quería en mi pecho.
Preferí darme una ducha y olvidar, lo necesitaba por hoy, no sin antes darle una nueva mirada a la pantalla de mi móvil, en donde Serafín anunciaba que estaría de regreso en breve para contármelo todo.
.
Cuando regresé a la sala, ya duchada y lista, escuché la voz limpia y pura de Demian, que reía sin parar mientras Edward, ese senador serio y recto, le daba besos en el vientre. Fue una imagen tan inmensa, que no encontré nada mejor que acomodarme en mi lugar y mirar tan hermoso momento acompañado de un suspiro largo.
Edward Cullen cambiaba esa oscuridad cuando estaba con él, era un hombre nuevo, un hombre lleno de sentimientos, los que siempre buscaba ocultar. Hades se convertía en un digno del Olimpo y yo caía rendida a sus pies de forma insostenible.
Tuve que agarrarme del filo de la puerta ante el tumulto de emociones que crecían en mí. No, no, no… ¡No podía…! Dios mío, ¡era el senador Cullen! Un hombre años mayor que yo, un hombre que había vivido más cosas de las que yo siquiera podía imaginar, un hombre que… había prometido vengarse de mí producto de mi intromisión en su familia y ser… la última esposa de su propio padre.
—Señorita —dijo Anna, encontrándome fisgoneando.
Me sonrojé y le sonreí.
—Hola —saludé con timidez.
Edward se levantó, tornándose serio, como si el hecho de que lo viera jugar de esa forma con su hijo fuera demasiado íntimo para mostrarlo. Demian alzó su cabecita y se aferró al sofá, mirándome con sus grandes ojazos.
—¡Be! —chilló.
El solo sonido de su voz, ya mejor y repuesta, hizo que mi corazón temblara.
—Hola, DeDe —saludé, siempre temerosa de ir más allá y molestar al senador.
Él se bajó como pudo del sofá, del cual colgaban sus piecitos, y vino hacia mí, vestido con mameluco. Me echó sus brazos, moviendo sus manos pequeñas para que lo tomara. No pude resistirme y lo hice, recibiendo un beso jugoso con mocos y mucha saliva.
—¡Be! ¡Be! ¡Be! —insistía, restregándose en mi pecho.
Cerré los ojos y suspiré, aprovechando de oler ese aroma a bebé que tenía en su piel. Sus brazos regordetes y su cuerpo pequeño se amoldaba al mío y él parecía no querer soltarme por ningún motivo.
—¿Tú… a… a… aquí? —tartamudeaba.
—Tengo que irme pronto —susurré, acariciando sus mejillas coloradas—. Pero prometo que luego nos volveremos a ver.
Hizo un puchero y se escondió, esta vez en mi cuello, generando otra vez ese calor que me envolvía en un espiral de cariño imposible de resistir. No entendía si esto era posible dado el miedo irresoluto que entraba en mi corazón al recordar la pérdida de mi hija viva y aquella que jamás pude conocer, o simplemente era mi yo interno, queriendo agasajarme de la inocencia pura de un pequeño que me brindaba su amor sin pedir nada más que cariño a cambio. De cualquier forma, seguí cerrando mis ojos solo con el fin de hundirme en ese calor inmenso que él me brindaba.
Cuando fue momento de separarnos, el ver sus ojos hizo que mi interior sucumbiera una vez más a él. Su interior, aquel que me mostraba a través de tan sencilla mirada, fue única para mí. Me giré y noté que Edward nos miraba junto a Anna. El senador tenía el iris brillante y las escleróticas fulgurantes que poco a poco se tornaban rosadas por una emoción que no supe comprender. Sería fácil pensar que podría ser la ternura aunada a ver a tu hijo siendo querido y adulado por alguien más, pero Edward era tan diferente, claro que eso no era así; parecía que verme junto a su pequeño le hacía brotar emociones que nunca conocería porque… aún era tan difícil abrirnos, porque hacerlo significaba tanto, tanto que apenas era consciente del peligro que eso podría acarrear.
—Ve con papá, pronto nos volveremos a ver —susurré, dándole un último beso en la frente e instándolo a acercarse al senador.
Busqué lo que quedaba de mis cosas y cuando iba a tomar mi abrigo, noté que este estaba manchado de sangre en uno de los brazos y que, además, estaba roto.
—Lo había olvidado —dije, abrazándome y viendo mi herida cubierta por el apósito—. Espero que afuera no haga tanto frío…
Edward no había demorado ni un segundo en pasarme uno de sus abrigos, el que precisamente olía a él.
—No te preocupes por devolverlo—. Lo acomodó sobre mí y finalmente llevó una mano a milímetros de mi rostro, devolviéndose sin pegar su piel con la mía—. Y asegúrate de descansar, así no vuelves a tener esas pesadillas.
Arqueé las cejas, imaginando un mal sueño sin sus brazos a los que recurrir. Fue tan doloroso imaginarlo que preferí bajar la cabeza, sonreírle a Demian y luego mirar a Edward otra vez, ya más calmada de esa emoción que de pronto absorbía mi autocontrol.
Alguien solicitó la entrada, parecía alguien de confianza, pues no era fácil dar con el acceso principal. Cuando Edward vio en la pantalla de la entrada que se trataba de Félix, uno de sus guardaespaldas principales, le permitió pasar.
—Señor, Cullen —dijo—, su equipo asesor necesita de usted. La prensa requiere una respuesta de lo sucedido ayer y…
—Lo sé —respondió—. Ya he hablado con ellos y mi representante principal. Iré en breve. Anna, ya sabes qué hacer.
—Claro, señor. ¿Vamos a jugar, Demian?
—¿Papi?
—Nos veremos más tarde, prometo que tendremos una noche juntos de cuentos y películas.
DeDe alzó sus brazos para despedirse, irremediablemente triste. Mientras, Edward y yo nos miramos por última vez y solo pudimos mover la cabeza, sabiendo que no nos veríamos en unos cuantos días. Mi garganta dolía, lo que más ansiaba era recurrir a él para decirle todo lo que quizá Serafín iba a contarme y…
No quería sentirme sola sin el senador, eso era inconcebible.
.
Cuando llegué hasta el lugar, toda la prensa continuaba al asecho. Mi corazón se aceleró al ver la horda de personas que esperaba tener una primicia de mi parte debido al gran suceso de anoche. No sabía de qué forma actuar, no era algo a lo que estaba acostumbrada, por lo que solo pude cerrar mis ojos y suplicarle a los demás que siguieran su rumbo hacia adelante.
Como mi departamento era un lugar seguro, no se permitió la entrada de nadie más y en el primer momento que tuve, pude salir a paso rápido del coche.
—¿Está usted bien? —inquirió Emmett, ayudándome.
Cada vez que veía la sed de todos esos periodistas, mi corazón se oprimía y a ratos dudaba enormemente de la decisión que había tomado de inmiscuirme en todo lo que significaban los Cullen… y la política. Era complejo, no sabía cómo lidiar con ello, con el mero significado de ser esta viuda que fingía de todo ámbito posible. Pero luego pensaba en mi hija, en la posibilidad de dar con ella y de… saber dónde habían dejado el cuerpo de mi otra nena. ¿Era demasiado para llegar a ellas? Sí, pero si no lo hubiera hecho, seguiría siendo una anónima buscando algo de justicia.
—Necesito que ellos se vayan —supliqué, mirándolo a los ojos.
Se tornó muy serio y asintió.
Necesité de la paz de un departamento para darme cuenta de que aún no encontraba mi hogar. Fue curioso, mas no tan duro como creí; jamás había sentido que un lugar fuera un hogar y eso seguía estando presente. A veces, quería sentir la paz que siempre había soñado, ganándome todo con mi propio esfuerzo como había prometido cuando cumplía recién los diecisiete. Siendo tan pequeña, fantaseaba con la mayoría de edad para así poder tener más libertad, acudir a la universidad y luchar por todo lo que nunca nadie me había dado. Ahora todo se veía tan difuso, sentía que tenía todo y a la vez nada, porque faltaba tanto y apenas era consciente realmente de lo mucho que eso estaba aquejándome.
—En cuanto supe todo, me volví loco —dijo Serafín, sorprendiéndome.
De inmediato corrí a abrazarlo y me hundí en su hombro mientras me apretaba de la espalda.
—¿Por qué no me lo dijo? ¿Por qué no me contó que había habido un ataque en la fundación? —me preguntó al oído.
Serafín odiaba la televisión y la prensa en todo su esplendor. Cada vez que le era posible, las evitaba y se enfrascaba en una fantasía, esa suya en la que no existían. No era de extrañarse que no supiera absolutamente nada.
—Si te soy sincera, apenas soy consciente de lo que ha ocurrido —susurré.
Suspiró y volvió a abrazarme. Se oía tan preocupado.
—Le prometí que nadie la dañaría. Siento que es mi culpa —gimió.
—Serafín, has hecho lo mejor que has podido. Sin ti… Me sentiría tan sola —musité.
Acarició mis mejillas y me besó la frente, manteniendo los ojos llorosos.
—Pero está bien y eso es suficiente… Gracias a Dios—. Arrugó la frente, manteniéndose muy preocupado—. ¿Dónde estaba? ¿El señor McCarty ha cuidado de usted?
—Mejor que nadie. Hace muy bien su trabajo. Por poco sale más herido y sabes que eso no lo toleraría.
Se mantuvo mirándome, a la espera de que le dijera dónde me encontraba. Me sentí como aquella adolescente que a veces escapaba para disfrutar de sus amigos, solo que esta vez parecía que me hubiera escapado con un hombre, el que era mayor y alguien que mi única figura paterna conocía a la perfección.
—Estaba… No tiene importancia —musité—. Lo importante es que estoy bien. Solo quería huir de todo y ser…
—Normal —murmuró con las cejas arqueadas de pesar.
Asentí.
—Hay algo que siempre me prometo, todas las noches, y es que una vez que usted encuentre a su hija y sepa dónde está la pequeña que perdió su vida, huya de todo y sea feliz con ella, tanto como ha soñado y siempre me ha contado.
Sonreí y de pronto lloré.
—Dime que has dado con su paradero, Serafín —gemí, agarrada de su camisa e impecable traje.
Me siguió abrazando y se quedó en silencio mientras intentaba respirar ante el poder del dolor que huía de mi cuerpo de manera súbita, ahogándome en un llanto tan sonoro como duro.
—He podido recorrer cada instancia —dijo, apretándome los hombros—. Creo que sí, solo… tiene que tener paciencia, porque no será fácil.
Tragué.
—He recibido información de una niña en un orfanato cercano al Bronx, usted lo conoce.
Se me apretó el corazón.
—No podemos ir a cualquier momento, usted sabe que todos estarán en la mira, pero sí podemos ir de la manera incorrecta, aquella que podemos utilizar gracias al dinero.
—¿Crees que esté ahí?
—No lo sé, pero podemos confiar en que sí.
Respiré hondo y lo continué abrazando, más relajada ante lo que me decía.
—Pronto cumplirá tres años, Serafín, no quiero que el tiempo pase sin que sepa que mamá está buscándola —musité.
—Eso no ocurrirá, lo juro —afirmó.
.
Edward POV
Cambié de canal cuando vi la repetición de la rueda de prensa, asqueado, como siempre, de ver a todos ellos rodeándome. Nunca era fácil saber que todos ellos buscaban saber lo que podía decir, en especial cuando el ataque me había afectado más de lo que podía tolerar. Al menos, al saber que Elizabeth ya estaba en casa, siendo cuidada y en paz, podía respirar más tranquilo.
Cuando mi cabeza dio con la existencia de Isabella y sentí la fuerte sensación desesperante de los recuerdos y los kilómetros de distancia que me separaban de ella, me enfoqué netamente en mirar mi café con el ceño fruncido.
—Hey, ¿y ese ceño fruncido? —preguntó Jacob, llamando mi atención.
No estaba solo, sino con quien consideraba una gran amiga después de años de conocernos: Rachel, su hermana. No la veía hacía casi cuatro años.
—Rachel —musité con una media sonrisa.
—Siempre tan poco expresivo—. Rio, contagiándome con ello—. ¡Tanto tiempo sin saber de ti, Cullen!
Me dio un abrazo, lo que sin duda me tensaba más de lo normal. Rachel me conocía, sabía perfectamente todos los porqué, pero su locura y personalidad tan diferente a la mía era incontrolable y ambos lo sabíamos.
—No puedo creer que ha pasado tanto tiempo sin verte —afirmé, apoyando la barbilla en mi mano empuñada.
Levanté la mano para que el mesero viniera a recibir el pedido de Rachel, quien se había sentado ya luego de abrazarme.
—No podía continuar de delegada en Asia, era demasiado para mí. Un americano y un pie de cereza, ¡gracias! —Se quitó las gafas estrambóticas y suspiró, mirándome como siempre.
Rachel tenía mi edad y solíamos frecuentarnos siempre. Desde nuestra juventud habíamos hecho demasiadas cosas, las suficientes para darnos cuenta de que siempre seríamos amigos y nada más. Era tan diferente a mí que parecía una caricatura; Rachel había estudiado economía en una muy buena universidad, pero luego se dedicó a la docencia y a algunos caminos políticos que nunca le gustaron. Era demasiado alocada, cariñosa y natural para un mundo tan frío, no era de extrañarme que quisiera volver, pero sí que hubiera tardado tanto. El que se hubiera ido sí fue difícil, dado que con ella sentía que no debía fingir y que entendía quién era de la manera más simple posible, pues aún no lo comprendía todo, pero a diferencia del resto, no necesitaba ir más allá para entender que necesitaba mi espacio y que la soledad era todo lo que buscaba en el mundo. Rachel era una amiga de verdad y saber que estaba aquí… me relajaba un tanto.
—Estás tan guapo —me molestó, sacudiéndome el cabello.
De haber sido otra persona, el mero hecho de tocarme lo tendría en el infierno, pero a Rachel no le importaba nada, era feliz intentando mantenerme al límite, porque sabía realmente cuál era ese límite específico.
—Y tú más insoportable que nunca.
Me mostró sus labios rojos y alzó las cejas para molestarme.
—¡Extrañaba este país! Pero francamente, no a Washington DC.
Era mi semana de trabajo senatorial y no volvería a Nueva York hasta dentro de unos días, por lo que la incertidumbre ante el recuerdo de Isabella me comía poco a poco los sesos.
—Es una ciudad compleja, lo sabes bien —susurré.
—Rachel quería verte a cómo diera lugar, no iba a esperar a que llegaras a Manhattan para saludarte —dijo Jacob, haciéndola reír una vez más.
—¿Y tú, Edward?
Alcé la mirada, un poco perdido ante el nuevo tono de su voz.
—¿Vas a decirme por qué estás tan pensativo?
Me mantuve quieto ante sus palabras, no sabía a qué se refería.
—No lo incomodes, Rachel —insistía su hermano.
—Solo estoy siendo sincera. Te conozco hace tantos años y esa mirada no la había visto antes —aseguró ella, acercándose a mí.
Si bien, el asunto con el ataque y la incertidumbre respecto al porqué, en especial ante lo que significaba la fundación y la herida de Elizabeth, quien realmente me comía la razón era ella, Isabella Swan.
Tuve que beberme el café de un solo trago y mantenerme sereno mientras apretaba la quijada.
En ese momento, Jacob miró su reloj y se levantó con su maletín.
—Se me hace tarde. Necesito preparar algunas cosas para que puedas presentarte a buena hora en el congreso. Te veo luego—. Se despidió de ambos y se marchó mientras digitaba rápidamente en su teléfono, sin alzar la mirada hasta que estuvo ya afuera.
Una vez solos, Rachel corrió la silla para estar más cerca de mí y de pronto se puso las manos bajo la barbilla, contemplándome.
—Estás muy pensativo —susurró.
—Sabes que siempre lo he sido.
—Sí —afirmó, queriendo tocar mi mano, pero luego alejándose, sabiendo que no toleraba muestras de afecto, no en mis manos.
Entonces suspiró.
Por un instante recordé lo último que había sucedido entre Isabella y yo, aunado a aquel instante en el que gritaba producto de una pesadilla, pesadilla de la cual no comprendía su contenido, pero sabía que la aterraba. No era novedad para mí querer contenerla, protegerla y alejarla de todo aquello que le dolía, pero por más que se repetía esa sensación, cada vez era más fuerte e incontrolable a un nivel desesperante, porque no lograba entender porqué mi mente no se despegaba de ella y la necesidad imperante por tocarla y saberla en mis brazos. Desde aquel suceso en la fundación, temía soltarla y la angustia ante una simple separación era incontrolable.
—¿Qué te preocupa, Edward?
Puse los labios en línea recta.
—Sabes que mi trabajo es preocupante, es complejo y tampoco fácil…
—Te conozco desde que eras un adolescente, has vivido tanto y… nunca te había visto así.
Fruncí el ceño.
—Ese ceño fruncido no se asemeja en nada al que vi en cuanto llegué.
—¿Qué dices?
—Ese ceño fruncido que tenías parecía… aquel pensativo, como si pensaras en…
—¿En qué, Rachel?
—En alguien.
Sonreí y luego tragué el café, intentando mantener la calma. Odiaba que se entrometieran en mis asuntos, sea quien sea.
—Quizá en los atacantes de la fundación…
—Sabes que no me refiero a eso. Sé que probablemente estoy loca, pero te miro y te ves diferente. ¿Has conocido a alguien…?
—¿De qué hablas?
Tragó.
—¿Alguna mujer?
Me quedé estupefacto y arrugué el entrecejo, sin saber qué decirle. Entonces pensé en Isabella, en su olor, en el sonido de su voz, en la textura de su piel y en la forma en que descansaba en mi pecho, tocándolo entre sueños, sin siquiera causar ese rechazo constante que sentía cuando alguien ajeno, que no fuera mi hijo, me tocaba. Sentí tanta rabia de sentirlo, de explorar algo que parecía no caber en mi pecho dada la intensidad, la desesperación y…
La extrañaba. Extrañaba enormemente la sola presencia de Isabella ante mis ojos.
—¿Una mujer? —fingí—. Rachel, por Dios.
—Te conozco hace tanto y nunca había visto esa mirada que… —Suspiró—. Está bien, sé que estoy hablando estupideces.
Carraspeé, sin saber cómo lidiar con lo que estaba consumiéndome.
—Espero que tengas novedades para mí, en especial si se trata de Hanz —advertí, buscando cambiar el rumbo de la conversación.
Hanz era un artista alemán que vivía de forma modesta, una vida que realmente me encantaría vivir. Era un buen hombre y con eso me daba por satisfecho, sobre todo porque se había convertido también en un buen amigo.
—¡Hanz está loco por verte! —exclamó, nada dada a los protocolos de lugares como este tipo de cafetería.
Eso era lo que me gustaba de Rachel, su búsqueda por ser normal… realmente normal. Envidiaba la vida que vivía, en especial por encontrar a un hombre como Hanz, que podía ayudarle a llevar ese ritmo calmado de una vida sin todos esos ojos a su alrededor. Rachel era un refugio cuando no quería ser Edward Cullen, hijo del expresidente Carlisle Cullen. ¿Por qué ahora me sentía oprimido? No me atrevía a decirle que en mi mente estaba existiendo una mujer y esa era la viuda de mi padre.
—¿Crees que podamos vernos más seguido en Manhattan? Sabes que no me gusta la capital.
Suspiré.
A mí tampoco me gustaba, pero tenía que hacerlo, ¿no? Mi vida se trataba de hacer el deber y consumar mi odio en sexo que… hasta este momento me parecía tan banal, tan… mediocre, todo desde que probé las bondades de Isabella.
Respiré hondo y actué con la mayor normalidad posible, contemplando a Rachel con el rostro sereno y sin mover un solo músculo de mi cara.
—Claro que podemos hacerlo, de hecho… cancelaré los siguientes planes, me devolveré mañana.
Sonrió.
—¿De verdad?
Sabía que lo estaba diciendo en un fuerte impulso, pero era incontrolable, no dejaba de pensar en ella y en… su bienestar.
—¿Me esperarás hasta entonces?
Seguía sonriendo de una manera bastante… llamativa.
—¿Qué ocurre? —inquirí.
—Tú… —Sacudió la cabeza—. Edward, jamás habías cancelado tus planes en el congreso.
Tragué.
Así era, jamás había cancelado un plan por nadie, excepto por contadas veces hechas para y por mi hijo. No era algo que acostumbrase y desde que Demian había llegado a mi vida, solo había cancelado mis planes en tres oportunidades. Ahora… solo quería ver a Isabella una vez más.
—Puedo hacerlo. Nadie me lo negará, sabes quién soy—. Le di una súbita y concisa sonrisa.
—Claro, senador Cullen.
.
Cuando llegué hasta el edificio capital de la empresa de mi padre, simplemente suspiré y me guardé la sensación amarga de algunos recuerdos.
—Buenos días, señor Cullen, qué agradable sorpresa saber que está aquí —dijeron las recepcionistas.
No respondí y seguí mi camino. Estaba cabreado. Odiaba los viajes en avión.
Mi asistente alistó mi agenda y bloqueó algunos accesos en ella, no estaba adecuadamente concentrado para todo. Además, hoy habría una pequeña reunión y mi mal humor estaba hartándome incluso a mí mismo.
—Buenos días, señor Cullen —siguieron diciéndome.
—¿Está todo preparado? —inquirí, alzando la voz.
Los demás asintieron y me ofrecieron un café; sin embargo, me dolía demasiado la cabeza para aceptarlo.
—Un té. ¿Quiénes faltan? —bramé—. Se hace tarde.
Me apoyé en la mesa de reuniones mientras todos me observaban, algunos temblorosos, otros con evidente respeto y los demás con esa extraña admiración por el poder.
—Con permiso. Hola, Edward —saludó Alice, quien venía en representación de mi familia como el colectivo… y de mi madre.
—Hola, Alice —respondí al saludo de forma queda—. ¿Rose?
—Asuntos personales, ya sabes —dijo.
Asentí.
Miré a mi alrededor, sabiendo quién faltaba.
—Descuida, Jasper, todo va de mil maravillas —decía ella, haciéndome centrar por completo la atención en su voz.
La vi llegar entre pequeñas risas con ese maldito… Jasper…
Apreté la mandíbula cuando noté la manera en que él apretaba sus hombros y luego le besaba la mejilla, algo que pasó desapercibido para todos, menos para mí.
Tragué el nudo en mi garganta y apreté las manos mientras veía cómo seguía su camino en la sala de juntas, sin percatarse de que estaba yo hasta que el mismo Jasper alzaba una de sus cejas.
—Buenos días —dijo Isabella, alzando esa voz grácil, femenina y… maravillosa.
Cuando me vio en medio de la sala de juntas, noté que se sonrojaba y que instintivamente se llevaba una mano al collar y cerraba las piernas.
Habían pasado siete días desde la última vez que la vi, siete malditos días… Habían sido los peores en mucho tiempo, la sola inexistencia de esas mejillas rosas y sus ojos grandes y preciosos de color chocolate era, sin duda, una pesadilla. Me percaté de que estaba usando una tenida menos formal, un suéter rojo perfectamente amoldado a sus senos y a su cintura, que cubría una blusa blanca. Bajé la mirada y vi los apretados pantalones de vestir, color negro azabache… y unos tacones que moría por poner en mi boca. Isabella no tenía idea de lo preciosa que era y de cómo iluminaba un ruin submundo… el mío, aquel que me había sumergido desde la raíz.
Ah, ese pestañeo lento e inocente que brotaba de forma tan fácil, tan… innata.
—Buenos días, señorita Swan —dije con seriedad.
Ella me miró de los pies a la cabeza y se quedó un momento así, de pie, completamente inerte, sin saber las ganas inmensas que tenía de alcanzarla, tomarla entre mis brazos y hacerla mía frente a todos los demás y…
Bufé, contenido en mi propia miseria. Ah, cuánto quería tomar esa mandíbula mientras miraba esos hermosos ojos hasta decirle mil veces que me mirase mientras respiraba su aire, ese arte que me instaba a plasmar cuando estaba en mis más posesos y desafiantes deseos, por ella, sí, maldita sea, ¡por la viuda de mi padre!
Ya no quedaba nada, sentía que me tenía amarrado a ella y yo no quería salir. Isabella, esa pequeña de veinte años no consideraba el poder que tenía sobre mí, cómo quería mirarla todas las noches, sostenerla y decirle que…
Tragué una vez más y me contuve como el adulto que era.
—Buenos días, senador —musitó.
Cuando acabó de decir aquella frase, apreté mis puños enguantados y la esperé antes de sentarme, muriendo por esos labios.
Noté, por esa sonrisa burlona y suave, que sabía los efectos de ella. Cómo no.
Finalmente se sentó y cruzó sus piernas, continuamos mirándonos de una forma imposible de resistir. ¿Cómo hacerlo, carajo?
Jasper puso su mano nuevamente en su antebrazo y terminaron charlando, causándome una fuerte conmoción.
«Niñato hijo de puta».
Cuando me dediqué a observar a los demás, todos parecían estar desinteresados en nuestras miradas… excepto Alice. En cuanto cruzamos nuestras atenciones, ella alzó su ceja y ladeó la cabeza, como si estuviera preguntándome algo.
La ignoré.
La reunión fue una mierda. Solo hablaron algunos ejecutivos e Isabella parecía pensativa y más callada que nunca. En momentos olvidaba mi alrededor y me centraba en ella, queriendo saber qué parecía tenerla tan nerviosa. Cuando la junta terminó, ella se levantó y me contempló con los labios entreabiertos y los ojos brillantes, como si esperase a que me acercara… o ella a mí.
—Señor Cullen, necesito que vea los últimos correos electrónicos. La señorita Swan firmó lo necesario, pero lo necesitamos a usted —dijo una de las ejecutivas.
No la tomé en cuenta, solo miré a Isabella, quien parecía arrepentirse de lo que fuera que iba a decirme. La vi darse la vuelta y marcharse hacia su oficina… quizá.
—¿Señor? —insistió la mujer.
Bufé.
—Si quieres acercarte a mí, debes acceder a mi agenda. Con permiso —expresé, dejándola a solas.
Seguí a Isabella a paso rápido, viéndola tambalear en el pasillo y luego metiéndose a su oficina. Fruncí el ceño y por un segundo estuve cerca de tocar, hasta que la oí llorar.
—¿Crees que esté allí? —inquirió.
Parecía que respirar era un suplicio para ella.
—No, no necesitas ir, puedo sola, yo… —Respiró hondo—. Tengo mi seguridad. Quiero que esto sea un secreto. Te mantendré informado. Gracias por todo, Serafín.
Sentí sus tacones golpeando el suelo, cada vez más cerca de la puerta, por lo que me alejé y me oculté detrás de una de las paredes. Cuando la vi salir, noté que se limpiaba las lágrimas y luego usaba un pañuelo, marchándose a paso rápido y sin darle una explicación a nadie.
Por varios segundos me pregunté qué pasaba y si era adecuado seguirla. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Qué era lo que ocultaba? Tragué, manteniéndome cauto. Ese llanto… Dolía… ¿A qué se debía? ¿Qué estaba sucediéndole? ¿Qué estaba haciendo de forma tan oculta?
No lo soporté y seguí sus pasos, recordando ese llanto y esa mirada tan asustada como nerviosa. Quizá iba a cometer el peor de los errores, pero necesitaba ir y saber que todo estuviera bien.
Tomé mi coche y me aseguré de que nadie más supiera mis pasos. Manejé a paso rápido hasta que encontré su coche en medio de la calle. Usé algunos atajos y me mezclé con los demás automóviles, intentando calmar la ansiedad ante la incertidumbre. Cuando vi que nos acercábamos al Bronx, mi extrañeza se hizo aún más grande. ¿Qué estaba planeando Isabella viniendo a este lugar? Me estacioné cerca de lo que parecía ser un orfanato muy pobre del lugar y esperé a que ella saliera, mientras Emmett aguardaba, cuidándola. Los minutos pasaron de una forma ensordecedora, sentía el movimiento de los segundos en mis oídos. Luego de un buen rato, estuve cerca de salir, pero fue ella quien lo hizo, sollozando mientras se cubría la boca y el pecho. Verla fue tan doloroso que no lo pensé ningún segundo más y corrí a sus brazos, demasiado débil… demasiado ante su dolor.
Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, espero que disfruten cada pedazo de él, pues trae mucha información nueva que tienen que recordar a futuro. ¿Qué les ha parecido cómo poco a poco ellos están más íntimos y cerca? La verdad pronto será dicha, y créanme que vienen muchas cosas más, en especial la intensidad de este romance que poco a poco se volverá imposible de resistir. Pronto se aproxima un nuevo capítulo, diría que más pronto de lo que imaginan, solo deben estar entusiastas como siempre y demostrarlo. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
Agradezco los comentarios de Pam Malfoy Black, lolitanabo, DanitLuna, Cinthyavillalobo, SeguidoradeChile, Valevalverde57, BreezeCullenSwan, Nicole19961, EloRicardes, Freedom2604, Chiquimoreno06, Elizabethpm, CelyJoe, ale-dani, Rose Hernandez, Paliia Love, Lore562, Is Swan, Eli mMsen, cavendano13, Ady denice, Elena, Yesenia Tovar, Yaly Quero, Liliana Macias, Brenda Cullenn, Angel twilighter, rosycanul10, CCar, valentinadelafuente, Mapi13, AnabellaCS, Isis Janet, Tabys, nikyta, merodeadores1996, Liz Vidal, Mica P, Pancardo, ingrid johana, ale173, patymdn, gabomm, Belli swan dwyer, Teresita Mooz, esme575, saraipineda44, Lu40, miop, ELLIana11, Diana, Elizabeth Marie Cullen, DeniseLilian, MariaL8, Jeli, Noriitha, bbluelilas, Stella mino, DannyVasquezP, Esal, dana masen cullen, alyssag19, Jimena, Celina fic, Angeles Mendez, calia19, valem00, Naara Selene, Ana, barbya95, Jen1072, sool21, Mime Herondale, Gan, NarMaVeg, luisita, darkness1617, kathlenayala, Belen, Anita4261, maribel hernandez cullen, krisr0405, Jade HSos, Mentafrescaa, PielKnela, lolapppb, morenita88, seiriscarvajal, natuchis2011b, Santa, Ella Rose McCarty, miriarvi23, Tata XOXO, ari kimi, twilightter, brenda naser, Ttana TF, diana0426a, claribelcabrera585, cavendano13, jackierys, Melany, Toy Princes, dobleRose, danielascars, Yoliki, dayana ramirez, KRISS95, PRISGPE, Melania, Ana Karina, Valentina Paez, MakarenaL, Jocelyn, Rero96, SakuraHyung19, catableu, liduvina, Aidee Bells, Valeeecu, NaNYs SANZ, danyy18, Elizabethpm, Jakare Orta Talip, Florencia, sollpz1305, ClaryFlynn98, joabruno, kedchri, NoeLiia, Vero, bbwinnie13, Nati098, Bitah, llucena928, Ceci Machin, beakis, lovelyfaith, AndreaSL, MaFery, Joa Castillo, Karensiux, Adriu, Gibel, TheYos16, ELIZABETH, mila92, merce, Franciscab25, Kamile Pattz-Cullen, ConiLizzy, dayana ramirez, nydiac10, Flor Santana, Mapi13, Karen CullenPattz, Fallen Dark Angel 07, Vero Morales, Mayraargo25, Karina Ramirez, GabySS501, Fer Yanez y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus comentarios, su entusiasmo y su cariño, de verdad gracias
Recuerda que si dejas tu review recibirás un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben poner su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá
Pueden unirse a mi grupo de facebook que se llama "Baisers Ardents - Escritora", en donde encontrarán a los personajes, sus atuendos, lugares, encuestas, entre otros, solo deben responder las preguntas y podrán ingresar
También pueden buscar mi página web www (punto) baisersardents (punto) com
Si tienes alguna duda, puedes escribirme a mi correo contacto (arroba) baisersardents (punto) com
Cariños para todas
Baisers!
