Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía

Capítulo 25:

El Estige

Isabella POV

Solo esperaba que él estuviera conmigo. Solo él.

Cuando analicé aquella idea en mi cabeza, supe de inmediato que estaba cada vez más cerca del peligro, ese peligro abstracto del que no podría salir más. Pero moría por gritarle que buscaba a mi hija, con el único fin de recibir sus brazos para contenerme.

¿Cuándo iba a hacerlo? Cada vez que estaba cerca, me temblaban las manos y luego algo sucedía que, simplemente, me impedía continuar. Sin embargo, añoraba poder decirle todo lo que mortificaba mi corazón. A veces pensaba porqué aquella necesidad y entonces concluía que simplemente… anisaba que él comprendiera lo que hacía llorar a mi alma.

Cuando supe que era el momento de ir, estaba desesperada porque el que me llevara a aquel sitio fuera Edward. Ah, Dios, ¿por qué? No podía controlarlo, lo necesitaba conmigo, que me diera esos abrazos que lograban calmar cada espacio de mí, incluso aquellos a los que nadie podía llegar. ¡Era desesperante! Una parte racional huía de aquel deseo ruin de mi corazón, pero aquella emocional, la que sentía… buscaba enormemente que fuera Edward Cullen quien estuviera aquí, siendo parte de algo tan importante para mí.

Me metí a mi oficina luego de buscarle, sin verlo por ningún rincón. Quedaba poco tiempo, Serafín me dijo que debía ser puntual, por lo que le llamé y con el aire atascado en mi garganta esperé a que contestara. No supe porqué, pero no quería que nadie más me acompañara si no era Edward, y a costa de un gran desplome de desesperación, le pedí que me permitiera ir a solas. Cuando corté el teléfono, me apoyé sobre mi escritorio y arrugué el ceño, sin saber cómo recibir una respuesta de aquel orfanato, fuera cual fuera. La idea de no encontrar lo que buscaba o que todo fuera aún más difícil para mí, quizá recibiendo una respuesta desastrosa que me impidiera saber que mi pequeña, la única que tenía viva, finalmente… hubiera muerto.

Mis lágrimas caían de forma agónica por mi rostro, pero me las quité con rapidez y salí sin mirar hacia ningún lugar, solo dirigiéndome hacia adelante.

El viaje fue una total mierda. Estaba consciente del lugar hacia donde me dirigía y el dolor en mi vientre era cada vez más intenso. Había vivido demasiado tiempo por aquí, tanto que no soportaba encontrarme con un pasado tan quemante como este. Todo se reducía a aquí y a la vez quería volver a sentirme la chica normal que era. Nunca tenía sentido.

—Estaré aquí, señorita —dijo Emmett.

—Gracias.

Bajé a paso rápido, cubriéndome para que nadie pudiera encontrarme. Cuando crucé los primeros metros hasta la recepción, viendo la decadencia insoportable de un sitio que albergaba pequeños sin una familia. ¿Por qué nadie los ayudaba? ¿Por qué el Estado los tenía tan abandonados? Si ya era complejo vivir sin el calor de una madre o un padre, o quien sea que te cuidara en un momento tan vulnerable como lo era el inicio de la vida y la niñez, ¿por qué no darle, al menos, un lugar adecuado para dormir? Dolía tanto que no soporté el escozor en mis ojos, pero hice todo lo posible por no dejar caer el llanto.

—Buenos días —dije, soltando el aire poco a poco.

La mujer me miró tras sus anteojos y por un momento masticó su goma de mascar, sin darle importancia a nada.

—Soy Isabella Swan.

Pestañeó y tragó, quizá la misma goma de mascar.

—Isabella…

—Viuda del expresidente Cullen.

—Sí, claro—. Se levantó de la silla de inmediato y dejó la revista que seguramente leía a un lado—. Claro que la conozco.

Me aclaré la garganta.

—Me impresiona cuánto cambia el trato de un ser humano cuando destaca sus beneficios públicos —mencioné, mirando la suciedad del lugar con un nudo en mi garganta.

—No es lo que quise demostrar.

Apreté la mandíbula.

—¿Puedo servirle algo?

La miré a los ojos.

—No tiene que hacerlo —respondí—. Necesito saber cuántos pequeños se encuentran aquí.

Me miró muy extrañada, por lo que me aclaré la garganta y busqué calmarme.

—Soy la encargada de la fundación Esperanza, estamos interesados en…

—La fundación… ¡Claro! —exclamó—. La llevaré con la directora.

Asentí.

De lejos vi a los pequeños jugando junto con algunas mujeres encargadas de cuidarlos. El sitio era tan sucio y maloliente que continuó doliendo de una manera tan intensa que tuve que sujetarme de las paredes. ¿Cómo se podía permitir algo como esto? Pensar que, además, mi hija podía estar viviendo algo así, ardía de una manera tan insoportable como dura.

La oficina era un cuchitril pequeño con un malogrado escritorio. La computadora, vieja y apenas funcional, estaba enseñándole algo a una viejecilla muy pequeña y delgada que intentaba mirar con mucha dificultad hacia la pantalla. Al verme, se levantó de improviso, demasiado impresionada para decir algo más.

—Buenos días, soy Isabella Swan —dije.

—Buenos días. Claro que sé quién es usted. Estoy muy sorprendida, pero tome asiento, por favor.

Me acomodé en la silla plástica, algo temblorosa.

—¿En qué puedo ayudarla? —inquirió.

—Vengo de parte de la fundación Esperanza…

—¡Por supuesto! ¿Cómo está todo? Vimos en todos los medios que hubo un ataque…

—Todo está bien, buscando a los culpables.

—Gracias a Dios.

—Al ser la encargada y en tributo a mi… —Fruncí el ceño, porque siempre era difícil referirme así a un hombre que fue como un padre para mí—. A mi esposo.

—El expresidente Cullen fue el primero en interesarse tanto por los pequeños abandonados. Es una lástima que no siguiera con la ley que pretendía llevar cuando posteriormente se encargó del senado.

Asentí.

—Por la misma razón he querido venir —susurré—. El deseo de él fue seguir protegiendo a los pequeños y la fundación está para eso.

Sus ojos brillaron de entusiasmo.

—¿Me permite conocer a quienes conforman este lugar? Ya sabe, los pequeños.

—¡Claro, señorita! —exclamó, demasiado emocionada quizá de que alguien estuviera interesada en los pequeños que ella se encargaba de cuidar.

Me rompió el corazón.

Caminamos por un pasillo tan estrecho que sentía que las paredes iban a aplastarme. Conocí muchos pequeños que parecían estar demasiado sorprendidos ante la llegada de una extraña, como también vi emoción, esa emoción que tienes cuando… crees que vienen a por ti.

Esto iba a afectarme más de lo que creí.

—Me gustaría… saber si hay una pequeña de casi tres años aquí —mencioné.

Ella me miró extrañada.

—Las hay, pero…

—Una pequeña que haya nacido el veinticinco de diciembre.

Pestañeó.

—Hay una pequeña… No sabemos con exactitud cuándo nació, pero la información que hemos intentado recabar es que podría haber nacido en diciembre —señaló.

Tragué y cerré los ojos por un momento.

—Tenemos un caso de una madre joven que busca a su hija con esos antecedentes —dije en un hilo de voz.

—Lo imagino. Lo único que puedo hacer es llevarla con ella, pero sin una orden ni algo que acredite la situación, no puedo entregarla.

Mi pecho dolía.

—Claro —afirmé.

El camino hacia el lugar dolía aún más. La incertidumbre, la incapacidad para controlar el destino, la imposibilidad de usar el poder que se me había conferido para removerlo todo y tenerla en mis brazos de una vez por todas.

La encargada me llevó hasta un cuarto muy pequeño en el que se encontraban muchos pequeños que rozaban los dos y tres años. Por Dios, dolía tanto. Apenas tenían una estufa de treinta centímetros para calentar el espacio y todos estaban muy cerca el uno del otro, haciéndolos blanco de infecciones. Y aunque quizá intentaban limpiar todo lo posible, parecía que los recursos eran inútiles y las fundaciones una de las grandes estafas que jugaban con la ilusión de estos pequeños tan inocentes, sin nadie que realmente pudiera protegerlos. ¿Dónde quedaba el gobierno? ¡¿Por qué se permitía esto?! ¿Porque era un lugar de limitados recursos en un lugar olvidado de La Gran Manzana?

—Ha sido muy difícil hacer subsistir este lugar, hacemos lo que podemos, pero no es suficiente.

—Lo sé —susurré.

—Recibimos muchos pequeños abandonados, la mayoría son de aquí, ya sabe, producto de mucha droga y alcohol.

Muchos de ellos dormían, acunados con una necesidad aberrante por recibir el cuidado de alguien que los amara, nada más. ¿Por qué era tan difícil?

—¿Dónde está la pequeña? —pregunté, a punto de hiperventilar.

—Aquí —dijo.

Me llevó hacia una de las desgastadas cunas y vi a una nena que abrazaba su manta, durmiendo plácidamente. La pequeña tenía el cabello castaño claro, muy liso, y la piel blanca. Sus mejillas rebosaban de calor y gracias al cielo estaba bien alimentada. Cuando acerqué mi mano, añorando poder tocarla, la nena abrió sus ojos, mostrando unos grandes ojos azules.

—Esta nena nació en el hospital cercano, yo misma la recogí —susurró—. No sabemos la fecha exacta de su nacimiento, pero dudo mucho que haya nacido el veinticinco de diciembre, dado que cuando la tuve entre mis manos apenas era veintitrés.

Fruncí el ceño.

—Es… ¿Está segura? —tartamudeé, queriendo abrazarla para sentirla.

—Sí, señorita. Pensé que la fecha que me decía era tentativa, pero al parecer…

—La pequeña que busco nació el veinticinco. Ni un día más ni un día menos. Esa es la única certeza… y que lo hizo en el hospital principal de Manhattan —musité, sintiendo una fuerte agonía en mi pecho.

Esta nena no era mi pequeña.

—Oh, lo siento mucho, yo misma la recogí en el hospital y tengo cómo comprobarlo —afirmó con la voz calma y suave.

La contemplé.

—Si quiere… puedo mostrarle todos los papeles.

Negué.

—Le creo —respondí.

Toqué las mejillas de la pequeña y ella siguió durmiendo, ajena a todo.

No, ella no era mi hija.

—Muchas gracias —mascullé, de pronto sin aire.

Apretó los labios.

—¿Puedo pedirle algo? —Parecía muy temerosa.

Asentí.

—Vuelva —suplicó—. Nunca nadie ha venido aquí. No es por mí, es por ellos.

Me llevé una mano al pecho y volví a asentir.

—Que de eso no quepa duda.

Con las manos temblorosas saqué mi chequera y firmé una buena suma de dinero, la cual le entregué en las manos a nombre del orfanato.

—Por favor, no le diga a nadie que he venido. La fundación estará al tanto de ustedes, solo… cumpla con dejarme en el anonimato.

—Muchas gracias, señorita, no tengo duda de que es igual al expresidente.

No quise decirle nada al respecto, solo me di la vuelta y me obligué a no mirar a ningún pequeño más. Estaba completamente rota entre tantas aristas dolorosas e insoportables, en especial porque no había encontrado a mi hija.

No la había encontrado.

Nuevamente todo había quedado en nada.

Cuando mi llanto fue insostenible, corrí hasta alcanzar la salida. Me desaté y me apoyé del muro, sollozando de rabia, desesperación y una desesperanza tan tosca como inmunda. Quería gritarle al cielo por haberme hecho esto. ¡Lo único que buscaba era a mi hija y saber dónde habían dejado el cuerpo de mi otra nena! ¡¿Por qué era tan difícil?!

Sentía tanto frío, uno que me calaba los huesos y el alma. No sabía ni cómo detener el llanto, estaba tan arraigado a mí que si paraba, este continuaba sin esperar ninguna orden, solo lloraba y con ello se iba mi aire y mi miedo ante la idea de no encontrarla nunca más… una posibilidad que me torturaba.

De pronto, unos brazos fuertes me envolvieron. Por un milisegundo creí que podía ser Emmett, pero luego sentí su olor, el aroma inconfundible de Edward. No quise preguntar nada, así como tampoco decir mucho por un buen rato, solo deseaba que me abrazara, que me contuviera y que me acompañara mientras el llanto me desgarraba la garganta. A medida que lo hacía, Edward me apretaba hacia su cuerpo, recomponiendo cada parte de mí. Entonces, cerré los ojos y me pregunté porqué permitía que el hombre que podía estar implicado en mi dolor me abrazara.

"Esme Cullen, la exesposa que nunca pudo abandonar ese apellido por miedo a las repercusiones, entró a la oficina mientras yo intentaba sostener mi llanto en medio de la soledad de mi cuarto. Había perdido a mis hijas y habían tenido que administrarme tantos sedantes como hipnóticos para calmarme. Carlisle había pedido que nadie entrase, pero ella lo había logrado.

Hola, Isabella —susurró, apretando las manos con fuerza.

Me mantuve acostada, con el pecho abombado de dolor. Ella me asustaba.

Siempre quise ver a la amante de mi marido. Qué vergüenza saber que eras tú, tan joven. ¿A qué edad se acostó contigo? ¡Dímelo!

Arqueé las cejas, asqueada con lo que me decía.

Señora, yo no…

Qué nauseabundo. ¡Él es un hombre de clase! ¿Qué fue lo que le dijiste? Oh, por Dios —gimió—. ¡Apenas tienes dieciocho años!

Hiperventilé, sin saber qué más decirle. Estaba tan agotada y mareada. Quise tocar el botón de ayuda para que las enfermeras vinieran, pero Esme me lo quitó.

¿Fue a los quince? —preguntó, acercándose paso a paso a mí—. ¿O antes?

Estaba a punto de enloquecer. Sus ojos parecían querer salir de sus cuencas.

¡Prometí que no debías entrometerte en el camino de mi marido! —chilló—. ¡Nadie va a quitarme lo que soy, menos una mujer como tú!

Miré a mi alrededor, queriendo salir de la sala del hospital cuanto antes.

Estoy hablando en serio. ¿Crees que yo no sé quién te ha perseguido durante el viaje? ¿Crees que las cosas se escapan de mis manos? ¿Creíste que ibas a tener un hijo de mi esposo? —inquirió, enfurecida, incapaz de contenerse—. Te has metido con la familia equivocada, Isabella, y me encargaré de que te arrepientas de ello el resto de tu vida. Te has ocupado de destruir lo que quedaba de mi familia, ¿esperas que todos te conozcan como la puta del expresidente?

Por favor, ahora no puedo…

Vas a querer culparme, lo sé, pero créeme que nadie confiará en la palabra de una puta como tú. Soy Esme Cullen. ¿Y sabes? Ni siquiera yo sé quién chocó tu coche, lo único que sí sé es que tu hija ha muerto y eso es suficiente para mí.

Cuando se marchó solo pude mirar al vacío, sintiéndome enormemente rota, tan rota como nunca antes."

Aún recordaba el miedo que sentí por Esme aquella vez, miedo que luego se convirtió en odio, un odio tan palpable y duro como ninguno. Ella jamás supo que había tenido gemelas y que… solo una de ellas había sufrido aquel miserable…

Cuando Carlisle lo supo, recuerdo perfectamente el dolor en su mirada. Nunca lo había visto así.

"Él se apoyó sobre el escritorio y frunció el ceño.

Ella… ¿Te confesó que fue parte del accidente? —inquirió.

No lo sé, lo que sí sé es que ella sabía que estaba embarazada y sabía que perdí…

Carlisle tragó mientras las lágrimas caían por sus ojos.

Creyó que esas pequeñas eran mías —susurró—. Bella, yo… ¿Qué he hecho? Bella… dime ¿qué he hecho? —gimió, arrodillándose ante mí para tomar mis manos—. Nunca pensé que…

Señor Cullen —dije, aguantándome el llanto. No soportaba cómo me sentía, así como tampoco su desesperación y culpa.

¡Es mi culpa! —insistió—. Bella… cariño, perdóname.

Lo abracé mientras veía su dolor, no queriendo que sintiera que parte de esto había sido obra suya. Él me había dado una mano, pero era su exesposa la que había enloquecido ante ideas tan asquerosas.

Voy a ayudarte a encontrarla, así sea lo último que haga —musitó—. Si ella no sabe que una de tus pequeñas sobrevivió, entonces con mayor razón lo haremos.

Me limpié las mejillas.

¿Cómo, señor Cullen?

Se levantó y se limpió las lágrimas, como si de pronto un coraje muy hondo le cruzara el pecho.

Tienes que prometerme que seguirás siendo fuerte y que vas a hacer todo lo posible por dar con tu hija.

Me levanté también.

No podré quedarme de brazos cruzados, hija mía, no ante esta… situación tan dolorosa, no ante lo que te han hecho—. Se quitó el cabello de la cara—. Esme sabe algo importante, pero estoy seguro que detrás de esto hay más implicados y creo que al reconocer mis sospechas, sentiré un profundo y desesperante sufrimiento —musitó para sí—. Al menos sabemos que nadie más sabe que tu pequeña está viva… Y la encontraremos.

Mi barbilla tembló.

¿Me lo promete?

Lo juro por mi vida, hija mía."

Luego de aquello no fue difícil comprender que la mejor manera de comenzar a vengarme de Esme y su familia era ser oficialmente la esposa de un hombre poderoso como él. Carlisle prometió que iba a dármelo todo, eso como una venganza por el deseo nauseabundo de ella por brindarme dolor, y para entregarme su poder, el que me ayudaría a dar con el sepulcro de mi hija… y el paradero de mi otra pequeña. Ahora estaba envuelta en ese poder prestado, buscando las maneras ideales para dar con mi pequeña. Pero también quería vengarme de Esme, por ese momento de dolor que sus palabras causaron en mí, no iba a pasarlo por alto y aunque seguía temiéndole a su veneno, era lo suficientemente valiente para vengarme y luego irme con mi hija y el doloroso recuerdo de la pérdida de una de ellas. Una vez que aquello ocurriera, me iría lejos de esto y viviría la vida que tanto añoraba.

La vida que tanto añoraba…

Suspiré de forma lenta, espaciada, con el rostro mojado y una incapacidad insoportable por aceptar que todo esto sería más difícil de lo que pensé. A veces me preguntaba porqué Carlisle me estaba haciendo vivir esto, porqué se fue, porqué… decía que tenía todo tan bien pensado. ¿Nunca pensó en que estaría sola? Serafín estaba haciendo todo lo posible por ayudarme, pero ¿qué era lo bueno que me sucedería? ¿Por qué creía que siendo parte de esto iba a ser feliz? ¿Qué planeaba darme aparte de la ayuda para encontrar a mi hija?

Cuando pude calmar el llanto, subí la mirada hacia Edward y pensé en Esme, en esa mujer desastrosa que rompió mi paz cuando apenas me hacía a la idea de que, al final, una de mis hijas había muerto. Pensé en sus palabras, en la idea de que alguien más había hecho todo esto por ella… y luego en Carlisle, que afirmó que de saber que sus sospechas eran ciertas, su dolor sería uno de los peores de su vida. Él jamás me dijo en quién sospechaba, pero…

—Me seguiste —susurré, alejándome lentamente de su cuerpo.

Pestañeó, como si no hubiera pensado en el trasfondo de ello.

—¿Qué planeabas siguiéndome? —le pregunté con un nudo en mi garganta.

—Solo… —Frunció el ceño.

Me limpié las mejillas y continué mi camino, cruzando la calzada para alcanzar el coche.

—Necesitaba saber que estabas bien —afirmó con seriedad.

Me di la vuelta.

—¿De verdad? —inquirí—. No estoy haciendo nada incorrecto si eso es lo que te preocupa. No necesito que me sigas. ¿Te ha enviado tu madre?

Su ceño se frunció aún más.

—¿Qué te hace pensar que he sido enviado por mi madre? —bramó—. Estoy aquí en contra de mis propios principios, ¡maldita sea!

—¿En contra de tus principios? —Me reí mientras se me caían las lágrimas—. ¡Pues yo también! Y si tus principios, esos que pregonas junto a tu poder, son odiarme y mantenerte alejado de mí, ¡entonces hazlo! ¡Vete al carajo! No voy a caer con los Cullen, menos contigo, ¿me has entendido? Nunca confiaré en tu familia y menos… en alguien como tú, capaz de seguirme con tal de recibir un poco de información. ¿O qué? ¿Has agotado tus recursos?

Acortó la distancia entre nosotros, viéndose furioso, impaciente y a punto de estallar.

—¿No te has dado cuenta de cuáles son mis principios? —bramó—. Sí, debo mantenerme lejos de ti, por mi madre, por mi familia y por lo que significaste en la vida de mi padre. La viuda… —Apretó la mandíbula—. Mis principios, por el bien de mi familia, son hacer lo imposible porque te vayas de aquí y dejes de usar el nombre de los Cullen para tus beneficios. Mis principios son cuidar a mi madre, quitarte del medio, sacarte de la empresa y destruirte, sabes que puedo hacerlo.

Tragué, a punto de volver a llorar.

Quería ser fuerte, que sus palabras no me afectaran, que no dolieran y que no me causaran absolutamente nada, que cada frase saliendo de su boca fuera un aliciente para vengarme de cada uno de ellos, comprendiendo que eran la carne podrida de este mundo. Pero… miraba a sus ojos verdes y todo dentro de mí temblaba, todo. Su respiración, su olor, esa sonrisa que brotaba tan pocas veces… conmigo…

Boté el aire y sollocé por un segundo.

—Sí, sé que puedes hacerlo, no te costaría ni un poco —murmuré.

Su mirada se volvió brillante, tornando su iris de un líquido tono esmeralda.

—Y a pesar de que puedo hacerlo, no quiero —arguyó.

Dejé caer mis hombros.

—Eres todo lo que está en contra de mis principios, Isabella. No puedo mover nada de mí sabiendo que eso puede dañarte.

Lo contemplé, demasiado débil.

—Sé que no debí seguirte, pero te sentí llorar en tu oficina. Digamos que mi nueva debilidad es saber que lo haces… y verte hacerlo es un martirio —afirmó, mirando hacia otro lado, eludiéndome—. Necesitaba saber que estabas bien. Podría ocupar esto a mi favor, pero no quiero hacerlo. Isabella… Haces que todo se vuelva incorrecto.

Lo vi acomodarse los guantes de cuero, sacar la llave de su coche y caminar en dirección a él.

—Tienes razón, Isabella, no necesito seguirte. La cautela es parte de nosotros y con los enemigos no debemos hacer más que caminar entre llamas, paso a paso, temiendo quemarnos.

Lo vi dispuesto a entrar a su coche, pero comencé a caminar hacia él con el sollozo en mi garganta.

—Quería que vinieras conmigo —dije, llamando su atención.

Alzó la mirada.

—No fui capaz de pedírtelo. Estoy aterrada —gemí—. ¡Estoy aterrada de confiar en ti! ¡Aterrada de necesitarte aquí! En todo momento moría por pedirte que vinieras conmigo—. Mi voz se quebró—. Yo también tengo principios, Edward, y uno de ellos es cuidarme de ti y toda tu familia. Pero no puedo hacerlo, porque cuidarme de ti y todo lo que tú significas es esquivarte en mi vida y desde que te conocí… ¡desde que te conocí me es imposible!

Arqueó las cejas, mostrándome, como pocas veces, una expresión que distaba enormemente de ese hombre frío y capaz de hacerme daño.

—Sabes que voy a irme de aquí si tú lo quieres —susurró—. No he venido por nadie más que por ti. Si aceptara todo lo que desea mi madre, tú no estarías en la empresa y… no habría probado tus bondades, Isabella, ni siquiera habría podido besarte.

Abrió la puerta de su coche, pero yo seguí limitando nuestra distancia hasta que solo quedaron centímetros entre nosotros.

—¿Por qué no quiero que te vayas? —gemí—. Siempre es más fácil asumir que te odio.

Sonrió con cólera y miró hacia otro lado nuevamente.

—Siempre es más fácil tener sentimientos así cuando estamos aterrados, lo sé. Muero por abrazarte y contenerte, Isabella, quizá nunca sepa porqué me causas este conflicto, pero es lo que más deseo, especialmente al verte llorar.

Nos quedamos en silencio.

—Abrázame entonces —supliqué.

Edward botó el aire y lo hizo, esta vez, rodeándome la cintura con mucha fuerza. Yo acomodé mi rostro en su pecho y respiré hondo, disfrutando su aroma inconfundible. Cuando alcé la mirada y me encontré con la suya, él tomó mi barbilla y me respiró, nuevamente, provocándome un temblor que nacía desde mi vientre.

—Estos labios —musitó.

Me empiné y me abracé de su cuello, besándolo con toda mi necesidad. Él me recibió y hundió su lengua en mi boca, sacándome un fuerte gemido desesperado.

Nunca era suficiente de sus besos. Era adicta a ellos.

A medida que me abrazaba, el aire iba saliendo poco a poco de mí. Me sentía como una bomba que iba a explotar, siendo drenada por él. Estaba absorbiendo todo y se lo agradecía tanto. Sus besos me llenaban los pulmones de paz, necesidad… Me sentía tan protegida, escuchada y cuidada.

Dios, cuánto quería evitar esto, no sentir estas maravillas, no dejarme caer por esta emoción tan intensa en mi piel y huesos. Sabía que no necesitaba que nadie me protegiera ni cuidara, había podido sola antes de que siquiera me diera cuenta de mi fortaleza, pero cada vez que posaba sus brazos en mi cuerpo, solo quería ser mimada por él.

—No, no quiero que te vayas —susurré, bajando mis brazos por su pecho con lentitud.

Volvió a besarme, sacándome otro gemido lento, pausado… intenso como sus labios.

—No he venido por nadie, Isabella —jadeó.

Juntamos la punta de nuestras narices y finalmente respiramos hondo.

—Solo por ti —añadió.

Tragué.

—Quería pedírtelo —dije.

—Hemos conectado de alguna forma.

Gemí.

—Maldita sea —gruñó, hundiéndome en su pecho con sus dedos enredados en mis cabellos—. ¿Por qué llorabas? ¿Qué ocurre, Isabella?

Mi labio inferior tembló y finalmente metí mis manos dentro de su traje, buscando conectar con la piel que ocultaba su camisa. Él se tensó ligeramente, por lo que elevé la mirada para ver qué estaba ocurriéndole.

—Nadie me había abrazado así —confesó en un hilo de voz.

—Me gusta hacerlo —afirmé, disfrutando de su calor—. Contigo —añadí.

Sus ojos se tornaron muy acuosos.

—Necesitaba venir al orfanato.

Frunció el ceño.

—Es… Me afecta demasiado, Edward.

Asintió.

—Y te juro que quiero confiar en ti, quiero contártelo todo, pero…

Cerré los ojos y empuñé mis manos, rememorando las palabras de Esme. Esa mujer me aterraba y me generaba una cólera que me costaba reprimir. Sentía que se abría mi corazón para Edward… no podría lograrlo. Tenía tantas contrariedades en mí, sentía que iba a volverme loca.

—Lo entiendo —musitó, muy serio.

—Solo… Lo que más puedo decirte es que ese lugar necesita de mi ayuda —gemí—. No sé cómo hacerlo, no encuentro la manera de…

—¿Qué has visto? —inquirió.

Mis lágrimas volvieron a caer ante los recuerdos.

—No quiero volver a ver a un pequeño sufrir así. No es justo.

Acarició mis mejillas, limpiando las lágrimas de mi piel y asintió, como si entendiera cada una de mis emociones.

—Necesitas procesar esta realidad, Isabella, y también comer y descansar.

Arqueé las cejas, asumiendo que iba a dejar que nuestros pasos se distanciaran para poder irnos cada uno a nuestros departamentos.

—Edward —lo llamé.

Me contempló, derritiéndome en segundos. Esos hermosos ojos eran… tan divinos, tan… complejos. ¿Cómo contenerse a ellos?

—Pero yo no quiero comer ni descansar… si no es contigo —confesé.

Su mirada se volvió tan dulce por segundos, era una dulzura por la que habría dado todo para inmortalizar en una fotografía, aunque probablemente nada se comparaba a verlo ante mis propios ojos.

Sentía que mis mejillas estaban enrojecidas, de pronto sintiendo mucha vergüenza por confesar mis más íntimos deseos.

Desde pequeña, mamá me hizo ser dura con mi alrededor, pensaba que sentir era ser vulnerable y, por Dios, no quería ser vulnerable en un mundo tan duro como lo era este en el que vivía. Ella me hizo ser dura conmigo misma, preparándome para un lugar infernal, en especial el que me hacía experimentar. Luego llegó la noticia que no esperaba por un desliz tan estúpido… mis mellizas. Nuevamente, no me permití ser vulnerable, no quería gritar que estaba asustada y lloraba a solas, como también acepté y las amé a solas, temerosa de que los demás vieran que sentía, que lloraba, que… mis emociones existían, porque… ¡maldita sea! Toda mi vida tuve miedo de exponer mis sentimientos por temor a que el resto me hiciera daño. ¿Qué era más fácil? Claro, actuar con fuerza, rudeza y temple, sin considerar que, por primera vez, alguien me haría experimentar tantas cosas a la vez. Quería estar con él, verlo, sentirlo respirar… Y confiárselo me daba terror, porque… estaba confesándole que en mi momento más vulnerable, él era mi tranquilidad.

—No pensaba que lo hicieras a solas —susurró, acariciando con suavidad parte de mis mejillas—. Me gustaría llevarte a algún lado.

Tragué nuevamente.

—¿No deberías estar en el congreso?

Sonrió y luego frunció el ceño.

—He… decidido tomarme unos días.

Levanté mis cejas.

—¿Es por Demian? ¿Ha ocurrido algo con su enfermedad?

Esta vez, quien tragó fue él.

—Son otros… asuntos.

Asentí.

—¿Qué dices, Isabella? ¿Irías conmigo a un lugar especial?

Sentí tanta emoción que mi vientre comenzó a vibrar, como si volaran…

«Mariposas», fue lo primero que pensé.

—¿Un lugar especial? —inquirí, pestañeando ante la idea, como si me costara procesarla.

—Pero primero debes comer. ¿Vienes conmigo?

Sonreí poco a poco, lo que siguió ablandando su mirada hasta hacerla irremediablemente dulce otra vez.

—Sí, voy contigo —respondí.

Al girarme a ver, noté que Emmett estaba contemplándonos desde el coche, con una mano dentro del abrigo y la mirada tras sus gafas, puesta en el espejo retrovisor. Edward también lo notó e hizo un gesto sutil, lo que provocó que dos coches, ocultos con total maestría, se mostrasen, haciendo un juego de iluminación.

—Sigan manejando todo el perímetro en el que nos encontremos, el jefe de seguridad de la señorita Isabella también lo estará —ordenó Edward, mirándome, quizá para comprobar que yo estaba de acuerdo.

Asentí.

Emmett no necesitó más y encendió el coche, dispuesto a continuar el viaje a donde fuera. Edward, en cambio, tomó una de mis manos y de pronto sonrió, causando, otra vez, esa inmensa sensación que paralizaba cada parte de mí.

—¿Qué quieres comer? —me preguntó antes de abrirme la puerta.

Suspiré.

—Quiero waffles rellenos —susurré. Me hacían recordar mis momentos de paz cuando era una desconocida.

Mantuvo una sonrisa pensativa.

—¿Me creerías si te dijera que sé que hay un lugar que te gustaría en donde tienen los mejores waffles rellenos?

Me reí.

—No, no puedo creerte.

Entrecerró sus ojos y me instó a subir a su coche. Una vez que estuve dentro y él se sentó a mi lado, movió su mano con suavidad hasta tomar un mechón de mis cabellos.

—Suelo ir porque sé que nadie me conocerá, solo la dueña, claro—. Rio con suavidad, sonido que, otra vez, me hacía perderme en él—. Es precioso y es mi lugar de paz, donde no debo fingir, en donde… disfruto de mí mismo, así sean unos minutos.

Parecía tan pensativo.

¿Cómo negarme a ello? ¿Cómo decirle que no si parecía entregarme parte de su intimidad?

—Llévame —pedí.

—Claro que sí.

El viaje fue en silencio. Dentro del coche me sentía en calidez, aferrada al abrigo que él mismo había dejado sobre el respaldo de la silla. Su olor me calmaba y por momentos sentía que estaba abrazándome, mientras continuaba recordando esos momentos tan espantosos que viví dentro del orfanato.

Mi hija no estaba. Entonces, ¿dónde? ¿Y si se la habían llevado del país?

Comencé a temblar al instante, incapaz de tener algún tipo de ilusión. Realmente me aterraba no encontrarla nunca, era… desesperante.

—Mira al agua —susurró.

Lo contemplé a él y luego al agua, sin entender a qué se refería.

—A mí me tranquiliza cuando algo me agobia. Te veo temblar, Isabella, y no puedo abrazarte porque estoy conduciendo en el puente. Podría funcionar contigo. Mira esa agua tranquila. Se ve tan en paz —dijo.

Estábamos sobre el puente de Manhattan para salir de la gran ciudad. Estaba tan atestado que nadie podía identificar siquiera que este era el coche del senador Cullen y que a nuestro alrededor había guardaespaldas.

Contemplé el río y respiré hondo, no por el agua ni su tranquilidad, sino porque estaba dentro de su coche… con él.

—¿Por qué logras calmarme, Edward? —inquirí, sin atreverme a mirarlo.

—No lo sé. Tú haces lo mismo.

Sonreí.

Aquello significó demasiado para mí. El dolor estaba, pero lograba calmarme, sentir que estaba ahí… alguien dispuesto a abrazarme y a agasajar mis dolores. Seguía comprendiendo que eso no podía tener sentido, pero no quería culparme por sentir.

En ese segundo le envié un mensaje a Serafín, diciéndole que estaba bien y que tendría novedades para él mañana. Y sí, mentí, diciéndole que había contratado una habitación de hotel y que pasaría la noche ahí. Decirle que estaría con Edward era algo… impensado.

El viaje se desvió hacia las afueras de Brooklyn, inmiscuyéndose en la misma naturaleza, alejado en su totalidad de lo que significaba la ciudad. Cuando vi hacia dónde nos dirigíamos, en ese inmenso bosque impuesto con un total y hermoso color ocre, volví a sonreír, sintiendo que estaba en un sitio oculto, algo tan secreto…

—Sé que te gustará. No pasan muy seguido por aquí. De hecho, soy el principal cliente —dijo, estacionando y saliendo del coche.

Iba a bajar por mi cuenta, pero él se me adelantó, como cada vez, abriéndome la puerta e invitándome con su mano enguantada a tomarla. Cuando lo hice, tiró de mí con fuerza y acabé chocando con su pecho, el que no pude evitar tocar.

—¿Está más tranquila, señorita Swan? —inquirió.

—Sí —respondí—. Con usted, senador.

—Venga conmigo.

Tomó mi mano y yo me aferré a ella, atravesando el camino con cuidado por mis tacones.

—No debería usar tantos tacones —dijo con un dejo de humor al ver mi torpeza en el césped.

Me reí.

—En realidad, soy más de mocasines y tenis, tengo apenas veinte, senador—. Lo contemplé—. Pero debo usar tacones, ¿no?

Me miraba y no tomaba en cuenta nada más. Me hacía vibrar.

—Conmigo no tiene necesidad de usar tacones, salvo en algunas ocasiones —susurró, para de pronto correr otros mechones de cabello de mi rostro.

Tragué.

—De hecho, me gustaría verla… como es en realidad.

—He dejado de ser yo misma por mi lugar aquí.

—Lo sé, cada vez… lo noto más. Vamos allá.

Me mostró la pequeña cabaña que había en medio de un camino que guiaba un trayecto hacia el fondo de los árboles. Me quedé boquiabierta. Era un local común, pero precioso, con una chimenea y ventanas cuadradas con marcos de rejilla. Tenía florecillas y piedras, combinando perfecto con la fachada pastel. Había un cartel de pizarra negra que tenía escrito con tiza "Comedor de la abuela May".

—¿De verdad eres el cliente principal? —pregunté.

—Claro.

Respiré hondo, sintiendo la brisa y el aroma a naturaleza.

Antes de acercarnos más, una familia salió del lugar. Era numerosa, común y… Se sentía bien ver gente normal.

Cuando finalmente Edward abrió la puerta, una campana sonó y de inmediato se asomó una mujer mayor regordeta de cabello gris. Parecía tener la imagen perfecta de una abuela de dibujos animados.

—¡Señor Cullen! —exclamó la mujer, secándose las manos en el delantal de flores—. Qué bueno verlo… Oh.

Aquella expresión era por mí.

—Qué bueno verlo acompañado —dijo—. ¿Quiere lo de siempre?

Edward suspiró y negó.

—Esta vez la señorita pedirá primero.

—Pues vayan, siéntense, voy a cerrar como a usted le gusta.

—No me sentaré donde siempre —interrumpió él—, quiero ir a la mesa lejana, la de la mejor vista.

La mujer sí estaba sorprendida.

—Claro. Vaya.

Edward volvió a tomar mi mano y me llevó hasta el pequeño pasillo. Atrás había grandes ventanas con una multitud de bellos animales de granja y… una pileta preciosa en donde se bañaban tres gansos. La vista era hermosa, el paraje imbatible, tan cómodo, tan… colorido. No podía creer que hubiera un sitio tan sencillo, pero increíble a la vez.

—Siéntese —me pidió, tirando de la silla.

Una vez que lo hice, él se sentó frente a mí y puso sus manos enguantadas sobre la mesa de cristal, sin siquiera pensar en quitarse la prenda de ellas. Comprendí que no iba a quitárselos durante el tiempo que estuviéramos aquí, eso era impensado en un lugar público, aun cuando seguramente conocía a la mujer.

—¿Tan educado, senador?

—Suelo serlo.

Negué con una sonrisa, lo que también le sacó una a él.

—Este lugar es hermoso, ¿de verdad eres el principal cliente?

Asintió.

Sus ojos brillaban con locura.

—Sí. Acostumbro a venir cuando necesito un respiro, uno de verdad —susurró—. Suele ser seguido, pero últimamente he pensado en pasar más tiempo con Demian que estar aquí.

—No parece un lugar al que iría alguien como tú.

Enarcó una ceja.

—¿Alguien como yo?

—¿Qué les traigo? —preguntó la mujer, llegando de improviso.

Edward me apuntó con educación.

—La señorita elegirá hoy, Olivia.

La mujer seguía bastante sorprendida, pero parecía no querer demostrarlo tanto.

—Yo… Quiero waffles rellenos —dije.

La anciana sonrió, mostrando dos inmensas mejillas enrojecidas como manzanas.

—Entonces alguien probará mis waffles rellenos además de usted, señor Cullen.

Me reí de forma hiperventilada, llamando la atención del senador. Luego carraspeé.

—No pensé que comías ese tipo de cosas —musité.

Edward parecía querer seguir sonriendo, pero se mantuvo serio frente a la mujer.

—Con crema y arándanos… y salsa de caramelo —añadí.

—Perfecto. ¿Señor Cullen?

—Lo mismo que ella.

—¿Algo para beber?

—Té chai —dijimos al unísono, lo que sí, esta vez nos hizo sonreír de oreja a oreja.

Cuando ella se fue, Edward acercó su silla y apretó ligeramente sus manos, para luego bajarlas hacia su regazo. Me comían los dedos por quitarle los guantes y tocar su piel.

—¿No pensabas que comía en un lugar como este ni ese tipo de cosas? —repitió.

—Lo sé, es que… Pareces el tipo de hombre que va a restaurantes caros y muy lujosos mientras espera su filete y su caro vino…

—No tienes idea, Isabella —musitó, contemplando mi rostro—. Quizá algunas veces debo permanecer así, en ese mundo, pero te seré sincero, disfruto más la paz, la normalidad… Esto.

Tragué y miré su corbata.

—¿Solo?

Sonrió con tristeza, una que realmente me partía el corazón.

—Sí, solo, Isabella. Verás, soy un hombre egoísta, no suelo compartir mis momentos en donde puedo ser yo con nadie más.

Arqueé las cejas y tomé una servilleta. Noté que mis dedos temblaban.

—¿Y Demian?

—Demian ha venido aquí, pero a veces suele ser de noche cuando llego de Washington y no puedo quitarlo de la cama, claramente —musitó—. Por lo que sencillamente vengo a solas, como algo y espero a que amanezca. Olivia cierra el local siempre que lo estoy, por lo que no me preocupo, simplemente veo el amanecer, pero siento que sigo estando vacío —confesó con los ojos entristecidos—. Demian me devuelve un poco de sentido cuando lo tengo entre mis brazos, pero luego recuerdo que tiene que vivir con su padre, con este senador y mi familia, y siento temor. Al menos aquí puedo dejar de ser perseguido, sentir que soy yo.

—Por eso Olivia cierra el lugar cuando tú estás.

Asintió.

—No tolero una paz con personas que me ven como ello, su senador. Dejo de ser un ser humano… A veces… creo que ya no lo soy.

De improviso le lancé una bola de papel que hice con la servilleta, apuntándolo justo entre las cejas. Edward cerró los ojos y se quedó así por unos segundos. Sabía que podía haberlo hecho enojar, pero necesitaba hacerlo.

—¿Qué acabas de hacer? —inquirió.

No le permití espacio para hablar, comencé a lanzarle pequeñas bolitas hasta que sin más remedio acabó riéndose a carcajadas. Por primera vez, el senador y hombre más frío que había conocido en mi vida, estaba riendo como si la vida se le fuera en ello.

—¿Lo ves? —Sonreí—. No has dejado de ser humano, por más que intentes verlo de alguna otra forma… o de mostrarme un duro dios del averno… Eres un hombre y aún queda mucho de eso dentro de ti.

Su risa acabó y se mantuvo calmo, mirándome siempre y sin dudar, a los ojos.

—Tienes mucha sabiduría para tener veinte años.

—Las vivencias nos convierten en sabios, Edward, ¿tú no lo eres?

Suspiró y no respondió a ello.

Olivia trajo el pedido y me impresionó lo bonito que se veía. Sin duda, lo hacía con amor. Al probar los bocados, sentí paz, la paz que traía imaginar que solo éramos dos seres humanos normales, probando algo que había sido preparado por una mujer trabajadora… alejado de esos infernales momentos en los que debía permanecer quieta, temerosa de cualquier puñalada por la espalda, teniendo que representar a una mujer imbatible, que no le temía a nada.

A veces, pensaba que la fortaleza femenina estaba representada de la manera incorrecta y desde que llegué a este mundo lo pude comprobar. Debía comportarme como un ser insensible, recto, sin emociones, capaz de recibir todas esas dagas desde la empresa a la familia Cullen y sus aliados, porque eso, ante la mirada de los demás, de esa sociedad que odiaba, era ser considerada fuerte y capaz de todo. Pero estaban tan equivocados. Claro que sabía lo fuerte que era y la mujer en la que me había convertido, así tuviera veinte años, pero me negaba a la idea de representar una fortaleza falsa, una fortaleza… moldeada al gusto de los demás. Era fuerte, era imbatible, pero… lo era por mis sentimientos, por mis deseos de cambiar el mundo de todas las injusticias que había tenido que contemplar a lo largo de mis cortos años. Mi poder no era este dinero, mi poder era la sinceridad con la que abordaba mis más sencillos temores, porque los tenía, me calaban los huesos; sin embargo, esos temores no podían ser desventajas. La vulnerabilidad y aceptarla era la mayor muestra de fortaleza de este mundo, el real, aquel en el que el esfuerzo y las ganas de surgir día con día eran la constante para continuar.

Edward tomaba el té suave y yo muy cargado, una mínima diferencia que me mantuvo pensativa por mucho rato. Él buscaba degustar con calma y yo disfrutar la intensidad de esa calma. Ambos disfrutábamos de ello de distintas maneras, pero… lo disfrutábamos de verdad.

—¿Más té? —preguntó Olivia.

—Por favor —dije.

Cuando se fue, me quedé mirándola de manera enternecida.

—Ya lo sé, te recuerda a Muriel… La dueña del perro… —Edward parecía haberlo olvidado.

—La dueña del perro Coraje —respondí por él, recordándola perfectamente—. No puedo creerlo.

Frunció ligeramente el ceño.

—¿Qué?

—El imbatible senador está hablándome de una serie animada, ¿de verdad?

Me dio una pequeña sonrisa.

—Lo veía con Alice —susurró—, me recuerda a muchas cosas. Ella era muy pequeña y le gustaba que la tomara en mis brazos. Solía ser nuestra distracción; Rosalie se acercaba y se aferraba a mi cuello mientras lo veíamos y… —Su ceño se frunció aún más y de pronto, sus ojos brillaron como si algo muy duro cruzara su mente.

—Edward —lo llamé, muy preocupada.

Tragó.

—¿Te sorprende que un senador conozca todo eso? —inquirió de forma seria.

—Supongo que aún hay muchas cosas que se distancian del hombre que me he obligado a ver en ti —confesé.

Me volvió a quitar el cabello de la cara.

—Prefiero que nunca las sepas, Isabella.

Boté el aire.

—¿Por qué?

—Necesitas comer —dijo, endureciendo su voz—. El waffle se enfriará.

Estaba acostumbrada a no aceptar una orden de nadie, menos de Edward, pero por esta vez acepté comer sin decir más. Sus ojos, Dios… Sus ojos parecían batallar de una manera tan… dolorosa.

Luego de comer, Edward llamó a Olivia hasta la mesa.

—Muchas gracias—. Sacó una buena suma de dinero y la depositó sobre la mesa—. Un aporte extra, como siempre, por tu discreción.

—Oh, no, señor Cullen, ¿otra vez? Sabe que mi discreción es por la fidelidad, no por el dinero —aseguró de forma seria.

Edward sonrió.

—Esta vez déjame que sirva para alimentar a los animales que cuidas, en especial a Fido.

Olivia rio.

—Está bien, para Fido y los animales —respondió a regañadientes.

—¿Quién es Fido? —inquirí.

La mujer dejó escapar una risita.

—Mi perro. Es demasiado cobarde cuando se trata de conocer gente nueva, pero ama al señor Cullen.

Al escucharla me puse a reír, lo que causó que Edward volviera a mirarme con sus ojos verdes brillantes e incandescentes. Era una turbulenta esmeralda preciosa.

—Gracias por venir—. Olivia se despidió con la mano—. Espero volver a verlo en compañía, señor.

Él no respondió, por lo que solo acabé despidiéndome con su mismo gesto y una sonrisa.

—¿Qué te han parecido los waffles? —Edward me esperaba apoyado en su coche.

—Me han fascinado, son tan…

—Hogareños, ¿no?

Asentí.

—¿Seguirás conmigo?

—Sabes perfectamente que ya estoy raptada —musité.

Respiró hondo y se acercó tanto que de inmediato cerré mis ojos. Juntó su frente con la mía y nuestras narices se rozaron.

—Has pasado por el Estige, has visto a Cerbero y sus tres jueces, cruzaste el Aqueronte, el Flegetonte y el Cocito… y ahora es el turno del Tártaro (1) —susurró.

—Donde van los condenados —dije en un hilo de voz.

—Los condenados por el poder —añadió—. Puedes ir a los Campos Elíseos o La Isla de los Bienaventurados (2)…

—Tú también puedes hacerlo.

Negó.

—No es un lugar al que pertenezca.

—Edward…

—Es mi Tártaro, sé que no saldré de ahí. Quiero que conozcas parte de él. Aunque es el meollo de los peores lamentos, me siento en paz y en hogar.

Arqueé las cejas ante el pesar.

—¿Por qué me has traído aquí? —susurré.

—Porque sé que algo te preocupa y mi Tártaro es mi manera de enseñarte algo de tranquilidad en este miserable mundo al que has conocido. Y tú lo has dicho, te he raptado —me dijo al oído, procurando rozar sus labios con el lóbulo de mi oreja.

Sentí la electricidad desde los pies a la cabeza y me aferré a sus brazos.

—Edward —lo llamé.

Me miraba.

—Me es muy difícil separarme de ti —confesé.

Tragó lo que parecía un nudo en su garganta. Vi el movimiento de su prominencia laríngea y el vibrar de un gruñido saliendo de su boca. Tomó mi mano en un segundo y abrió la puerta del coche, no sin antes apoyarme en él y besarme de forma brusca. Sentía su necesidad, su desesperación, algo que le comía el alma y brotaba como llamas desde sus fauces, llamas que imploraban entrar en mi corazón para quemarme. Y sí, lo permití, abrazada a su cuello, tirando de los cabellos de su nuca y luego apoyándome en su pecho, apegando mi frente a él, intentando respirar mientras me besaba la frente con una nueva característica: la suavidad.

—Mantente conmigo, Isabella, tú junto a mí, en este averno que quiero seguir presentándote —musitó.

—Ya estoy aquí —le dije cerca de sus labios.

Soltó el aire y me dio otro beso, esta vez uno suave, apenas rozándome.

—Eres tan delicada, tan inocente y fuerte a la vez. Vamos al Tártaro —jadeó.

Dentro del coche él posó su mano en mi pierna, acariciándola con mucha suavidad y sin lascivia. Lo miré y recordé lo sucedido en el orfanato, lo que nuevamente oprimió mi corazón y lo convirtió, nuevamente, en un frío cubo de dolor e incertidumbre.

—Lo que has vivido en ese orfanato…

Tragué el nudo en mi garganta y sentí los ojos llenos de lágrimas otra vez.

Cada vez que recordaba que ella no estaba aquí, que era difícil poder saber siquiera si mi pequeña estaría en mis brazos algún día, comenzaba a desesperarme y a hiperventilar.

—No sé qué es en gran magnitud, pero quiero que logres, al menos, sentirte mejor. No sé si tengo los medios para hacerlo, pero sé que querías waffles y que un momento de paz, una paz que solo encuentro en un único lugar, podría ayudar —agregó con seriedad.

Toqué sus mejillas y se las acaricié, lo que lo tensó notoriamente. No pude quitarme, sentía mucha necesidad por hacerlo, por sentirlo y rozar mis dedos en su piel.

—No tienes idea de lo que ha significado para mí que me llevaras a comer algo que… me hace sentir normal y… en calidez. Que tú estés conmigo ahora me tranquiliza, me… —Cerré los ojos ante la fuerza de los latidos en mi corazón—. Quiero contártelo todo, pero aún tengo tanto miedo.

Miró hacia el frente por unos segundos y luego cerró sus ojos, permitiendo mis caricias con mayor tranquilidad.

—No voy a presionar, no quiero hacerlo contigo. Lo único que puedo hacer ahora es llevarte a un lugar para facilitarte la paz y… conocer un lugar que quizá te guste…

—Edward.

Abrió los ojos y se mantuvo con la respiración agitada mientras sentía mi mano en su mejilla.

—Desde el momento en que me abrazaste, supe que era todo lo que necesitaba para estar en paz a pesar del dolor.

Sus ojos se tornaron brillantes y endureció su mordida.

—Paz… Nunca creí que fuera a darle paz a alguien, yo…

—Llévame —pedí—. Hazme olvidar este dolor, aunque sean unos segundos.

Quité mi mano de su mejilla y él miró cómo, poco a poco, había una distancia entre mi piel y la suya. No supe interpretar aquello y esperé a que iniciara nuevamente el viaje.

Este duró cerca de diez minutos. Nunca creí que iba a ser directamente en un paisaje tan frondoso. Era un sitio magnífico y que iba subiendo por una pequeña montaña. Como ya era otoño, el lugar se veía anaranjado como tanto me gustaba, con unas tonalidades cálidas, desbordantes y preciosas. Cerca de un hermoso campo amplio y oscurecido por el creciente poder de los árboles, vi una valla que anunciaba un acceso exclusivo y privado. Un hombre abrió a los segundos y los escoltas secundarios salieron del coche para inspeccionar el lugar. Cuando todo hubo estado bajo control, Edward avanzó en su coche, con los dos guardaespaldas principales del senador y Emmett también.

—Muy buenas tardes, señor —dijo el que parecía ser el encargado.

Edward no respondió. Se mantenía con la mirada fija hacia adelante, sosteniendo el volante con mucha fuerza; daba la impresión de que los guantes iban a rajarse desde los nudillos.

Cuando miré hacia adelante y vi que había otro trayecto, esta vez de piedra y diferentes estatuas en el jardín, completamente diseñado para usarlo como un verdadero museo, dejé escapar el aire. Más allá, entre los frondosos árboles otoñales, había una casa estilo loft precioso. La fachada era de piedra, madera y cerámica, con decoraciones marmoladas. Alrededor de esta, había una pileta cuadrada que pavimentaba todo, a excepción del camino hacia la puerta. El agua era cristalizada y había peces de distintos colores, así como con flores de loto dando una visión realmente hermosa. La casa tenía mástiles tallados de lo que asimilé como grafito, en donde había estatuas emulando sostener la casa con armonía. Era… bellísimo.

Estaba sin habla y de no ser porque Edward abrió mi puerta para que saliera, no habría reaccionado. Una vez que estuve afuera, sentí el viento cruzando mi cara y el olor inolvidable de la naturaleza. Edward me ofrecía su mano y yo la tomé, sin saber realmente qué comentarle al respecto.

—Bienvenida al Tártaro —susurró, poniéndose detrás de mí para que yo siguiera el camino.

Crucé con cuidado, incapaz de contener las ganas de observarlo todo. Las ventanas eran inmensas con un revestimiento oscuro como el mismo cristal, pues no podías ver nada de lo que había en el interior.

—Señor Cullen, ¿puede venir un momento?

Edward se disculpó y me pidió que siguiera adelante mientras se desaparecía en el paraje. Seguí mi camino hacia adelante, contemplando con una sonrisa cómo los peces se mezclaban, entregando bellísimos colores.

—¿Quién es usted? —preguntó una mujer.

Levanté la cabeza ante la agresiva y punitiva voz.

Era preciosa. Tenía un cabello negro azabache y muy liso. Vestía con mucha elegancia y se mantenía con total pulcritud con su traje sastre negro.

—Soy Isabella Swan y usted lo sabe —respondí, muy molesta por su manera de mirarme.

Sus ojos ardían en llamas.

—Usted debería decirme quién es.

—No tengo autorización para hacerlo. Este es un sitio privado y no puede acceder, le pido que se vaya de inmediato.

Dio un paso adelante y sacó su teléfono para llamar a alguien, quizá a los guardias.

—Usted no va a decirme a dónde tengo que irme.

—Una intrusa está aquí, por favor, solicito llevársela. Gracias.

—No soy ninguna intrusa.

—Vete, por favor.

—Usted no tiene permitido sacarme de aquí y menos aún tutearme. Soy la señorita Isabella Swan, tráteme con respeto, o no seré tan cortés —afirmé.

—No tengo porqué respetarla por invadir propiedad privada, Isabella, los guardias vienen hacia acá y…

—¡Gianna! —espetó Edward, quien estaba a mis espaldas.

La mujer palideció de inmediato al ver que quien me acompañaba era el mismísimo senador Cullen.

—¿Cómo acabas de tratarla? ¡Dímelo a la cara!

Me giré a mirarlo y vi la furia en sus ojos, una furia tan dura que me erizaba los vellos.

(1) Tres ríos del Infausto en donde penan las almas

(2) Lugar de tormento eterno donde iban a parar los condenados.


Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, bastante largo y sé que trae muchos detalles ocultos, las cosas entre el Bastardo y la Viuda están inminentemente irrompibles, y lo que sigue es cada vez más mortal. ¿Listas para conocer el Tártaro? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco los comentarios de lolitanabo , BreezeCullenSwan , Wenday 14 , Cinthyavillalobo , Elizabethpm , ale 17 3 , Ella Rose McCarty , CelyJoe , Rommyev , Liz Vidal , AnabellaCS , Brenda Cullenn , ana mel , Ady denixe , merodeadores 1996 , Jimena , Pam Malfoy Black , esme575 , robertsten - 22 , almacullenmasen , Yaly Quero , Anita4261 , saraipineda44 , tocayaloquis , luisita , Liliana Macias , nikyta , Annie , Teresita Mooz , brenda naser , Pancardo , Eli mMsen , Elizabeth Marie Cullen , Jen1072 , Freedom2604 , angelaldel , ELLIana 11 , LadyRedScarlet , Angel twilighter , Belli swan dwyer , twilightter , cavendano13 , diana0426a , Rero96 , paolaflores00000 , MariaL8 , patymdn , SeguidoradeChile , Mime Herondale , barbya95 , DeniseLilian , ConiLizzy , DanitLuna , karina Ramirez , elena , calia19 , joabruno , gabomm , Bitah , Chiquimoreno06 , Valevalverde57 , Yesenia Tovar , EloRicardes , kathlen ayala , valem00 , maribel hernandez cullen , Paliia Love , TheYos16 , seiriscarvajal , valentina delafuente , Melany , Lore562 , dana masen cullen , PielKnela , C Car , Belen , dayana ramirez , Tabys , Naara Selene , merce , miop , miriarvi23 , Mentafrescaa , KRISS95 , Alyssa Andrea Garay Navea , dobleRose , ale - dani , JMMA , NarMaVeg , Noriitha , rosy canul 10 , Ana karina , Stella Mino , Valentina Paez , Jade HSos , jackie rys , Angeles Mendez , krisr0405 , Valeeecu , Makarena L , AndreaSL , Ttana TF , Isis Janet , natuchis2011b , alyssag19 , darkness1617 , NoeLiia , Nicole19961 , lolapppb , Mayraargo25 , Diana , Mapi13 , Florencia , SakuraHyung19 , Nati098 , Tata XOXO , Celina fic , Jocelyn , Santa , Veronica , Jeli , Adriu , morenita88 , Vero Morales , claribel cabrera 585 , DannyVasquezP ,Flor Santana, Yoliki, ale tierrez, Lu40, Karen CullenPattz, Gan, Toy Princes, NaNYs SANZ, Irina, Karensiux, bbluelilas, sool21, Ceci Machin, ari kimi, jupy, Mar91, beakis, Kamile Pattz-Cullen, PRISGPE, Ilucena928, Franciscab25, Rosalia, Fallen Dark Angel 07, Iva Angulo, Vero, Laara23 y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus comentarios, su entusiasmo y su cariño, de verdad gracias

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