Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía
Recomiendo: On the Nature of Daylight - Max Richter
Capítulo 27:
Ipse mandavit et creata sunt
"(...) De entre aquellos y desolados ruines fines
que veía entre sombras lúgubres repletas de poder
Conocí al dueño de ese submundo duro
No le temía
Sabía que era la piedra más compleja y soberbia
De entre ojos recelosos y requirentes de destrucción
Y entonces conocí un corazón carbonizado
Que revivía de manera llana tras las caricias de mis besos..."
-"DESEO LOZANO"
BAISERS ARDENTS
Edward ya no era el mismo hombre adulto que era hacía un rato, se había convertido en un pequeño. El dolor en sus gemidos era demasiado grande, tanto que no soporté verlo así y me acerqué, arrodillándome frente a él.
—Edward —supliqué, buscando su rostro.
Él se rehusaba a mirarme, estaba enardecido en recuerdos que yo no lograba comprender. Pero no me fui en ningún momento, él había estado conmigo cuando más lo necesitaba, no iba a irme ahora.
—Edward —insistí, tomando por error esas manos que sostenían su rostro.
—No —espetó, alejándome con más brusquedad de la que estaba acostumbrada viniendo de él.
Me quedé perpleja y luego pestañeé, sintiendo un nudo en la garganta.
Edward fruncía el ceño y respiraba de manera desacompasada, dándose la vuelta para sostenerse de la valla de seguridad. Temblaba de una manera tan triste, como si el hecho de que acariciara sus manos fuera a dañarme a mí más que a él. Me destrozaba su horror, ese enervante semblante asustado que jamás había visto en su rostro.
—¡No deberías acercarte a mí! —gruñó, pero luego su voz se quebró.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Pero… Edward…
—¡No debes! —chilló, haciéndome dar un respingo—. Tus manos son muy puras para las mías. ¡Aléjate de mí!
Con valentía me acerqué, negándome a creer semejante disparate. Toqué su espalda y él se volvió a tensar, mirándome de reojo.
—No voy a ceder por miedo a lo que me dices, Edward —musité—. Siento haberte tocado…
—No lo sientas, el problema soy yo. El problema es que… —Gimió—. Estas manos solo dañan, Bella, solo… No quiero que pienses que mis manos son capaces de acariciarte, no de la manera en que quieres.
Mi barbilla tembló y por un segundo bajé la guardia, pero entonces lo abracé y pegué mi mejilla a su espalda, escuchándolo respirar y sintiendo sus temblores.
—Ya te dije una vez que no le tengo miedo al demonio que vive en ti. Me trajiste aquí, sé que tienes algo oscuro dentro de tu alma, pero no me asusta y no voy a negarte que tus manos desnudas son mis favoritas.
Se quedó en silencio un segundo.
—No sabes las cosas que he tenido que hacer. Nunca me ha importado realmente vivir con ello, porque he asumido que soy un ser despreciable y mi zona de confort es ese poder que tengo entre mis manos, disfruto con lo único que tengo aquí, mientras comprendo que todo lo que hice en el pasado es imperdonable —dijo—. Nunca debí quitarme los guantes contigo, nunca…
Se giró y sus ojos se abrieron con un profundo dolor.
—Para mí eso no existe en ti —afirmé, acariciando sus mejillas con cuidado—. De tus manos solo siento placer, solo he sentido… un placer que no conocía.
Bufaba. Sus ojos estaban bañados en lágrimas, pero se contenía apretando la quijada.
Nuevamente miré sus manos, viendo los tatuajes que tapaban algunas cicatrices. Entonces entendí que eran navajas y… clavos.
—No sabes de lo que hablas. Soy un maldito, Isabella, cada vez que tocas mis manos, recuerdo porqué, el día en que sepas lo que hice, no querrás volver a saber de mí—. Sonaba agitado y desesperado.
—¡Eso no es cierto! —espeté—. ¡No importa! ¡Déjame agasajarte! ¡Déjame estar aquí contigo!
Sus hombros decayeron con lentitud.
—Ni siquiera puedo hablar de ello —gimió, conteniendo la respiración—. No puedo decírtelo aún, no soportaría ver tu cara de asco, no… —Bajó la cabeza con el ceño fruncido y puso nuevamente las manos en la valla del balcón.
Di un paso adelante otra vez, sabiendo que podía enfrentarme a la furia del senador, y entonces lo abracé, procurando cuidar sus manos.
—No tienes que hacerlo aún, yo lo entiendo y entenderé —musité—. Tus manos están heridas.
—Lo merezco por lo que hice con ellas —susurró—. ¡Nadie debió verlas nunca!
—¿Ni yo? —inquirí.
Se volvió a tensar y se soltó de mí, dándose la vuelta con los ojos desorbitados.
—¡Ni tú! ¡Tú no mereces que te toque con mis manos! Debí controlarme y mantenerme alejado, los guantes debían quedar ahí, no debí tocarte sin ellos —afirmó con vehemencia—. ¡No debí permitírtelo! —vociferó, haciéndome saltar desde mi posición.
Fruncí el ceño con fuerza.
—No me has hecho daño nunca, te lo dije la primera vez —insistí, acercándome más.
Edward se alejaba con temor, mostrándose tan vulnerable como quizá era en su interior.
—Lamento haber tocado tus manos, lo lamento tanto…
Respiró con dificultad y cuando me miró a los ojos, mostrándome al ser humano que había en él, solo pude acariciar sus mejillas y contenerlo.
—No juzgaré nada de ti, porque con tus manos solo me has hecho sentir la mujer más deseada y hermosa que existe en este mundo —musité.
Jadeó de forma lastimera y puso su frente junto a la mía mientras cerraba los ojos.
—Por primera vez en mi vida le tengo terror a la idea de que alguien sepa lo que he hecho —gimió.
Me aterraba qué podía ser, no podía negarlo, pero mi corazón gritaba con locura que no imaginara ni juzgara lo que sus ojos tristes me invitaban a pensar.
—Antes sabía que debía vivir con ello y que era una mierda, este poder era mi comodidad, mi manera desolada por mantenerme libre de mis propios juicios, pero… —Juntó su nariz con la mía y me respiró—. No mereces siquiera comprenderme, debes sentir asco de mí, debes odiarme como lo hiciste la primera vez. No entiendo siquiera porqué estoy victimizándome. uye de mí, Isabella, hazlo ya, porque yo no quiero retenerte…
—¡Tú no vas a decirme qué hacer! ¡Mira lo que has hecho! —grité furiosa—. Me has traído aquí, a un lugar maravilloso que para ti fue un castigo y yo… yo… ¡yo por primera vez siento que estoy en un hogar! ¿Te arrepientes de haberme tocado? ¿Te arrepientes de haberme acariciado con esos dedos que nunca podré olvidar?
Respiró hondo y tragó.
—¡No me has hecho daño! —chillé—. ¡Y no me iré de aquí, Edward Cullen! ¡No me iré! Salvo que tú me saques a la fuerza, porque quiero que entiendas que no voy a juzgarte ni a aceptar que tus manos son capaces de dañarme. No lo harás, has tenido los medios perfectos para hacerlo y no lo has hecho. Tus manos me tocan y me hacen bien, me hacen suspirar, son… la piel que la mía ansía —susurré, volviendo a acariciar su rostro—. Lo que hayas hecho no puede ser tan malo si tus ojos brillan de humanidad. Usa tus guantes si deseas, no quiero incomodarte, y si resuelves que me vaya por haber hecho lo que hice, sácame a la fuerza, porque yo me quedaré aquí para agasajarte.
Él me escuchaba, respirando de forma desacompasada con los labios abiertos. En un segundo tomó mi mandíbula y me besó, sacándome ese suspiro delicioso que indicaba los sentimientos propios de mi alma gracias a su ser. Acaricié su cabello y luego bajé hasta su cuello, el que agasajé con cuidado para no asustarlo. Edward me abrazó desde la cintura y me apretó a él, sosteniéndome de forma dominante, mas no furiosa ni violenta; era su manera de pedirme a gritos que no me fuera, que ni siquiera diera un paso más porque requería mis besos de la misma manera que yo los suyos. Cuando necesité respirar me separé y hundí mi rostro en su cuello, oliendo el profundo aroma a perfume, gel de baño y piel, su piel, la que nunca podría olvidar.
—He sido una persona arrogante desde que todo ocurrió —susurró—, pero ha sido la peor máscara que he ocupado en mi vida. Este lugar es mi refugio, un hogar oscuro que nunca estuvo completo hasta que pisaste el primer escalón.
Lo miré y acaricié sus mejillas.
¿Estaba hablando en serio?
—Estoy encaminándome a algo que no puedo controlar y que va a destruirme —musité—, pero no soporto estar más lejos de ti.
—Si hay alguien que está destruyéndose y reviviendo por besarte y desearte aquí… soy yo —respondió.
Nos quedamos en silencio.
—Perdón por tocarte las manos, no debí…
—No tengo nada que perdonarte, no necesito que tú lo hagas, pero…
Le tapé los labios y acaricié su boca carnosa y cincelada que tanto me gustaba.
—Siempre estaré dispuesta a escucharte. Tú has hecho de este día uno menos doloroso, quiero que ocurra lo mismo contigo.
Tragó.
—Tócame, hazme sentir todo lo que sabes hacer, hazme descubrir más con esas manos —pedí, observando su bello iris verde esmeralda—. Te demostraré que cada caricia de tus dedos en mí es placer, disfrute y un vicio que no puedo detener. Hazlo, tú jamás me harías daño… Jamás.
Hubo una pausa en la que permití un momento para que
—Son clavos, ¿no es así? —inquirí, temerosa de enojarlo por ver más allá.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Son clavos que unas personas enterraron en mí —dijo, muy perdido en sus pensamientos.
Me llevé una mano a los labios, conteniendo el asombro, el dolor y el llanto.
—¿Por qué?
Cerró los ojos.
—Porque era el hijo del que en ese tiempo era el vicepresidente del país.
Oh, Dios mío.
—Fue el peor día de mi vida —musitó—. Y el que clavaran mis manos contra la pared fue todo lo que merecía ante lo que me obligaron a hacer y ver.
Me arrodillé junto a él y acaricié su rostro.
—Lo hice y te juro que no quería, pero me prometieron que la dejarían ir y… —Cerró los ojos nuevamente y yo solo pude seguir cobijando sus manos—. Me clavaron como a Cristo—. Sonrió con acidez—. Debí morir ahí.
—Edward, no, eso no…
—Quebrarme los dedos era fácil, pero me clavaron y cercenaron mientras escuchaba los gritos de ella…
—¿Quién?
Negó y comenzó a temblar, como si la posibilidad fuera aún peor para siquiera decir más.
—Y luego me obligaron —gimió—. Desde entonces sé la clase de humano que soy, no debí confiar desesperadamente, pero creí que así la salvarían, porque no tenía la culpa. Me obligaron, pero pude decir que no, ¡pude decir que no! —chilló.
Lo abracé con todas mis fuerzas mientras lo sentía respirar de la peor manera posible.
—No necesitas decírmelo todo ahora.
—Isabella, yo… —Tomó mis cabellos y los acomodó detrás de mi oreja—. Nunca pensé que temería tanto que alguien sepa la clase de ser asqueroso que fui.
—No lo eres. Tu oscuridad…
—Padre merecía un hijo mejor que yo.
—Él te amaba…
Negó y suspiró.
—Aunque me obligaron con la sangre en mis manos, debí ser valiente y asumir que su cometido era matarme en ese momento.
Tenía tantas dudas, mi corazón dolía tanto, pero no pude preguntar, era algo tan duro de escuchar, no podía ni imaginarme qué le habían hecho.
—¿Por qué tú, Isabella, tenías que ser quien me hiciera perder mi único recurso contra este mundo de mierda?
Me refugié en sus brazos.
—Yo no necesitaba nada de ti, te quería fuera de mi camino, mis planes… —Boté el aire—. Ahora no sé cómo sacarte de mí, de este interior que te clama, te necesita, te…
Edward acarició mis labios y luego los mordió con suavidad, permitiéndome cerrar los ojos de goce.
—En el orfanato… Busco a una niña —musité.
Me contempló con el ceño fruncido.
—Ayúdame. Por favor —gemí entre lágrimas—. Ayúdame. No puedo decir más, tengo tanto miedo, solo… ayúdame, Edward.
Sus ojos verdes brillaron y acabó secando mis lágrimas con sus pulgares.
—Lo haré.
Volví a gemir y lo besé con desesperación, porque solo él me hacía sentir protegida en un mundo duro e inmensamente egoísta. No podía comprenderlo, cómo es que el dueño de un averno tan salvaje, un hombre con poder, capaz de destruirme, me hacía sentir tan en paz y blindada de un contexto feroz y duro.
—Hades no es tan malo ahora —musité.
—Solo hay una perdición para él —dijo.
—¿Qué?
Me tomó entre sus brazos y me besó, sin responder.
—Quiero tu placer —me susurró al oído.
—Y yo el tuyo —reafirmé.
Me abrazó, agarrando las carnes de mis nalgas.
—Ya lo verás, tus manos solo quieren acariciarme y mostrarme las bondades de uno de tus sentidos —dije, tocando su mandíbula con cuidado y luego bajando por su cuello.
—Nadie me había tocado de la manera en que tú lo haces—. Sus labios estaban junto a los míos y tenía sus ojos cerrados.
—Seguiré tocándote así, sin importar que mi corazón quede prisionero del tuyo.
Me dolía pensar que nadie lo había acariciado en su vida, dolía de una manera tan vil, tan… difícil de controlar.
Y sí, cada día era prisionera del ser humano que albergaba aquel disfraz de renuente ser maligno incapaz de cobijar ni brindar sentimientos puros. Estaba aterrada, me temblaba desde la sangre hasta la piel, pero quería gritárselo todo.
—Quiero decirte que no lo hagas como se lo he dicho a las mujeres que buscaron de mí algo que no pude darles.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Si harás lo mismo, solo tienes que decírmelo, no voy a obligarte, aunque solo quisiera abrazarte y demostrarte que…
—Pero sí, ese lado maníaco por ti desea e implora que me toques, quiero conocer las caricias viniendo de un ser como tú —murmuró.
Solté el aire y lo besé desesperada, hundiendo mis dedos en sus cabellos, disfrutando esa sedosidad y también su olor varonil, sutil y siempre tan limpio.
—Solo… mis manos…
—Shh —le hice callar, poniendo mis dedos en sus labios—. Nunca haría algo que fuera contra tu voluntad.
Arqueó las cejas al escucharme y comenzó a temblar.
—Yo tampoco, Isabella, te juro que yo no…
—Lo sé —insistí, tomando con fuerza sus mejillas—. Estoy en tu Tártaro y disfruto cada momento aquí. Aunque para ti sea oscuridad, recuerdos desastrosos y un lugar de tormentos y desesperanzas, aquí me quedaré… porque tu oscuridad no me asusta ni me asustará jamás.
Me contempló y me tomó nuevamente entre sus brazos, agarrándome el trasero hasta subirme el vestido y meterse en mis bragas, abriéndose paso entre ellas solo para acariciar la línea que unía mis nalgas.
—Entonces vamos arriba —susurró, respirando con agitación.
Asentí, jadeando mientras sentía sus dedos mostrándome esas bondades que solo él podía provocar.
—Vamos a mi Jardín —musitó mientras besaba mi cuello.
Me reí.
—¿Tu jardín?
—Mi propio Jardín de las Delicias.
Lo contemplé a los ojos y sonreí.
—ElBosco estaría orgulloso de inspirarte.
Me besó con suavidad esta vez, lo que me hizo cerrar los ojos.
—No estoy seguro. Ante su cristianismo soy un verdadero profanador.
Volví a reír.
—Y eso te encanta.
—Más de lo que imaginas.
Edward se encargó de subirme por las escaleras principales de la casa, aquellas en las que colgaban pequeños pajarillos de porcelana, por lo que recordé al ave que encontré.
—Está en un lugar caliente. Nadie le hará daño.
—¿Cómo supiste que estaba pensando en él?
Tragó.
—Sabía que no ibas a olvidarlo, no podrías—. Suspiró—. Cuando dije que había miles de gorriones más, lo hice porque quería recibir esa respuesta que tanto esperaba.
—¿Cuál?
—Que no importa si hay tantos seres en el mundo, a ti te importa ese ser y harías lo posible por ayudarle.
Me quedé en silencio y me apoyé en sus labios desde la frente.
—Aunque quiera negártelo y fingir que no es así… siempre he ocultado eso de mí —musitó.
Lo miré.
—Contigo… no puedo fingir que todo el resto me importa un carajo y que ese gorrión es solo una simple ave que no hará diferencia entre el resto de una especie que existe por millones en todo el mundo.
—Lo supe en cuanto contemplé tus ojos al ver a tu hijo, Edward —dije—. Bésame —supliqué—. Bésame y cógeme con locura.
Sus ojos se oscurecieron y lo hizo, besándome de forma suave, rozándolos de manera calma, sutil, para luego morder mi labio inferior, lamerlo con trazos tranquilos, a la espera de que lo recibiera dentro de mi boca.
—¿Me das tu aprobación para ir al infierno de aquel Jardín? —inquirió.
Asentí.
Su boca reclamó la mía y de mí solo salió un ahogado gemido de necesidad.
Subió los escalones mientras sentía su sedosa, cálida e invasora lengua junto a la mía. Intenté mirar a mi alrededor, disfrutar de las paredes marmoladas de gris y color oro, de los revestimientos inmensamente preciosos que estaban tallados con dibujos imposibles de describir, tal como estaba acostumbrada; pero sus besos, ah, eran un manjar que me impedían concentrarme en algo más de mí que no fueran las sensaciones que sus labios, su lengua y su saliva generaban en mí. Solo vi los cuadros, las esculturas y el aroma a limpieza y elegancia que reinaba en aquel lugar.
Y entonces la luz desapareció y la música cambió a una melodía clásica francamente… bellísima.
—Es la tercera planta —me dijo al oído, para luego bajar entre besos por mi cuello y hombros—. Siempre soñé con disfrutar del placer aquí. ¿Por qué no lo hice? No lo sé, pero eres la primera persona a la que quiero devorar por completo ante los ojos del cielo y del arte que tanto cubren mi carbonizado corazón.
Edward encendió las luces desde un interruptor oculto tras la cabeza de un Adonis colgando en la entrada y las luces tenues y rojizas hicieron su aparición en la parte baja de las paredes y el suelo. Estaban cubiertas de una pintura hecha a mano… al óleo, con una soltura tan… Oh, Dios, todo a mi alrededor eran pinturas de diferentes colores, pero en los que primaba el rojo y el negro, todas mezclándose entre sí hasta que los cristales impedían aquel progreso para mostrar un paisaje tan divino como oscuro: una antítesis hecha a la medida de un hombre como él. La noche ya se había apropiado de los hermosos árboles que rodeaban la casa y la luna se reflejaba a lo lejos. El lugar estaba templado, porque en la pared había una inmensa zona de calefacción que emulaba el fuego de una chimenea al rojo vivo. Había una barra oscura, con tragos que seguramente estaban seleccionados de manera cuidadosa, con botellas apiladas de tal manera que, de solo pensar en tocarla, sentía que podría botarlas en un segundo.
—Pondré algo de música —me dijo al oído desde atrás, pasando su mano por mis nalgas.
Asentí mientras tragaba, ansiosa, desesperada y nerviosa a la vez.
—¿Qué te gustaría escuchar?
—¿Qué tal si me sorprendes?
Lo sentí sonreír mientras besaba mi cuello, lo que a su vez me hizo imitarlo, disfrutando de los escalofríos que se dirigían a mi clítoris.
La música jazz comenzó a descender y tan pronto como lo hizo, apareció un concierto sensual creado por los mismos dioses. Nunca imaginé que la música clásica podría ser tan perfecta para seguir disfrutando de mis sentidos junto a él.
—Si hay algo que aquel tríptico aludió al comienzo, en el Infierno, era que la música sonaba a pecado y que el sexo y la lujuria eran como instrumentalizar una melodía de sonidos guturales y finos gritos de placer. Haremos un concierto, Isabella —seguía diciéndome al oído.
Mi respiración ya estaba errática.
—¿Quieres algo de beber?
Me mordí el labio inferior.
—Quizá sea demasiado común y juvenil para ti —quise molestarlo mientras me abría sutilmente un par de botones de la blusa.
Edward enarcó una ceja y se acercó a la barra mientras se quitaba el saco, dejándolo caer en una butaca de cuero ennegrecida.
—Me gusta que me lleves a eso que tú llamas común —replicó.
—¿A lo que yo llamo común?
Se arremangó la camisa y en medio de aquella vista grandiosa de sus brazos, perdí por completo la capacidad para racionalizar.
—Quisiera poder rodearme de lo que un ser humano vive, Isabella, excepto… cuando se trata del placer—. Una media sonrisa brotó de sus labios—. Déjame adivinar. A tu edad las chicas disfrutan de los tragos dulces, ¿no es así?
Me ruboricé y acabé riendo, lo que hizo que él me contemplara con los ojos brillantes.
—Muero por una sangría, Edward Cullen, una sangría que me recuerde a los veranos con mi abuela paterna en Nueva Hampshire —afirmé.
Sus ojos, oh, Dios, volvían a enternecerse, a hacer ese brío tan precioso.
—Recuerdo la sangría —musitó, sacando un vino que mantenía en una zona baja, seguramente al frío—. Padre quería que conociera algo de ello cuando era pequeño porque gustaba que conociera el mundo real—. Suspiró, tanteando la información que estaba diciéndome—. A diferencia de lo que dicen en los medios, padre era un hombre humilde; su padre, mi abuelo, luchó por ser quien era y… nunca quiso que su hijo perdiera la visión de la realidad. Al menos en los primeros años, padre me enseñó lo que él consideraba la felicidad de ser un ser humano normal—. Tragó—. El resto es historia.
Me acerqué a él y me entrometí en el bar, acariciando sus brazos con cuidado.
—¿Él te enseñó la magia de su sangría? —inquirió, mirando lo que hacía con mayor concentración de la que debía, como si no quisiera enfrentarse a la realidad de mi presencia.
—No —respondí.
Me contempló entonces mientras revolvía con maestría el hielo frappé y las frutas.
—Creí que con eso te enamoraría —musitó.
Tragué yo esta vez.
Miré a los ojos de Edward y sin más me aferré a su cuello, empinándome para besarlo.
—Hay muchas cosas que no sabes, Edward.
Me besó de esa forma apasionada que lo caracterizaba y me subió de un solo movimiento al mesón de la barra.
—Mi padre ha traído a mi vida a mi propia perdición —musitó.
Acaricié su pecho con cuidado, abriendo su camisa para tocar su piel, esa piel que quería reclamar como mía y de nadie más.
—Hay muchas cosas más que enamoran a una mujer —dije.
Jadeó en mi boca y acarició mi cuello y mis senos por encima de la ropa.
—Estoy devorando a la mujer de mi padre.
Cerré los ojos y me escondí en su pecho.
—Y yo a su hijo —concluí.
Si alguien llegaba a saberlo, si alguien…
—He vivido toda mi vida con culpa, Isabella Swan, pero esta vez es la única culpa que, aunque existe, la disfruto y no quiero que acabe.
—Que no acabe —supliqué, sintiendo esa extraña sensación temblorosa y caliente en mi corazón—. Hazme conocer las bondades de este jardín, Edward, hazme todo lo que no sé y quiero ver en ti.
Me tomó la barbilla con fuerza y devoró mis labios entre mordidas y lamidas, tocándome luego con cuidado, haciéndome sentir sus dedos sobre mi ropa.
—Ya estamos en el averno, Isabella, sabemos que soy un bastardo y aunque no quiero ensuciar tu luz, aunque quiero serle fiel a la última decisión de mi padre, que es respetar a su última esposa, solo puedo decir que… —Jadeó.
—A la mierda —gemí—. A la mierda, Edward —dije con rabia—. Yo debería respetarlo todo, respetar su imagen, respetarlo como tanto le dije que lo haría, pero… no puedo resistirme a ti.
Volvimos a besarnos y él me respiró con pasión.
—Solo puedo decir que me importa una mierda. Ya pertenezco a este averno.
—Y yo quiero quedarme contigo —dije.
Me entregó la copa de sangría y me hizo beber, poniendo el borde de esta en mis labios. Entonces tragué, disfrutando del sabor a hogar, a recuerdos y a una delicia que solo significaba verlo contemplarme beber. Este cayó por la comisura de mis labios, creando un riachuelo por mi cuello y mis senos, ensuciando mi blusa. Edward lamió cada extensión de mi piel, abriéndome la blusa a jirones hasta romperla en pedazos.
—Edward —gemí.
No dijo nada, estaba poseso en beber la sangría de mis senos. Cuando metió la nariz entre ellos, simplemente suspiró de gusto y terminó por romperla aún más.
—Este olor a gloria —susurraba—. Este olor a ti. Escucha la música, húndete en el placer, percibe tus sentidos al límite. Yo lo estoy haciendo contigo, porque todo lo que viene de ti es majestuoso.
Cuando lo oía sentía que mis paredes vibraban, esperando a estallar. ¿Cómo podía hacerme sentir la mujer más hermosa y sensual con una sola frase?
—Hay cosas que no sé cómo…
—Tranquila —me susurró al oído, volviendo a mi rostro—. Cada vez me limito sabiendo lo joven que eres. No quiero asustarte, no quiero causarte dolor, no si eso no te genera placer. Y aunque no lo creas, cada día me convenzo más de que no te haría daño.
Tomé su barbilla y luego su quijada.
—Yo no estoy aquí para dañarte, Edward, nunca lo olvides —dije—. Solo si no te metes en mi camino, claro está.
Sus ojos se iluminaron y jadeó otra vez.
—Ninguna persona se habría atrevido a decirme algo así delante de mis ojos —masculló—. Y eso, Isabella, me excita hasta querer hacer mis más oscuros deseos contigo. Tan joven —tomó uno de mis brazos y lo olió, deteniéndose en mis manos, las cuales besó con cuidado—, tan valiente—. Apretó mis pechos con cuidado y luego me quitó el sujetador, llevándoselo al rostro para volver a oler—. Haces de mi poder una mierda y eso me excita, me fascina… ¡Demonios, Isabella!
Le di un buen sorbo a la sangría y le acaricié el cabello, pidiéndole que siguiera.
—He descubierto que he malogrado el hartazgo poder del senador más imponente del país —le susurré al oído, aprovechando de echar mi aliento frío en su piel.
Sus ojos llameaban y yo sonreí al notarlo.
—Llévame al infierno —supliqué—. Llévame ahora.
Se tomó la sangría hasta la mitad de un solo trago y dejó a un lado la copa. Yo bebí de la mía y volví a mancharme sin querer, por lo que él degustó entre mis senos y luego en mi vientre.
—Estos pequeños senos sabrosos y divinos. Siente mi lengua, Isabella, siente el recorrido junto a la música.
Lo hice, cerré los ojos y disfruté del ritmo clásico y erótico mientras la lengua del senador pasaba por la punta de mis pezones y luego redondeaba las areolas para succionar tan pronto como pudo. Ah, esa maestría de su boca. El placer con él era todo lo que necesitaba en mi vida, todo. Nunca me habían hecho sentir así, tan poderosa con los sentidos que mi propio cuerpo albergaba.
—Ven conmigo, aférrate a mí —pidió.
Lo hice, tomándolo desde el cuello. Me llevó hasta la zona central de la sala, cerca del fuego fatuo que brotaba de aquel cuadro caliente que adornaba la ya artística habitación.
—Quiero hacer arte contigo, ¿me lo permites? —inquirió.
—Ajá —fue lo único que pude decir, temblorosa de ansiedad.
—Bienvenida a mi Jardín de las Delicias —enfatizó, mientras sacaba una cuerda roja y muy gruesa de uno de los cajones de ébano.
Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, ansiosa, nerviosa y con mucho en el corazón dado todo lo que ha estado pasando. Les quiero agradecer con una enormidad de cariño sus palabras, el incentivo, el entusiasmo y el que estén a la espera de que esta historia que está sacando partes importantes de mí, continúe de la manera sana e inspiradora que tanto deseo. Sé que continuarán esos comentarios crueles, duros, disfrazados en "críticas constructivas", pero me aferraré a ustedes, las lectoras que sueñan con esta historia de la manera en que tanto deseo. Para quienes no saben, esta historia está pensada como una trilogía, solo que está publicada en una sola historia por esta plataforma. Espero disfruten este capítulo con una carga de simbolismos y verdades en silencio. ¿Qué creen que hicieron con Edward? ¿Qué oculta su corazón? Ahora solo queda conocer su Jardín de las Delicias. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
Agradezco los comentarios de Lolitanabo, Franciscab25, SeguidoradeChile, BreezeCullenSwan, Valentinadelafuente, Gesykag, Maribel Hernandez Cullen, Ariyasy, Ale173, Saku-112, Cinthyavillalobo, AleTierrez, AnabellaCS, Merodeadores1996, Liliana Macias, Mime Herondale, Belli swan dwyer, Luisita, Nicole19961, Elizabethpm, CelyJoe, Ady denice, Tifany rojas, Poppy, EloRicardes, JMMA, Rosycanul10, Lolapppb, Paramoreandmore, PanchiiM, Anita4261, Dayana Ramirez, Quequeta2007, DobleRose, Pam Malfoy Black, Yaly Quero, Valevalverde57, Yojana, Saraipineda44, Sool21, Karina Ramirez, Lu40, Ale-dani, ELLIana11, Krisr0405, Ana, Kathlen Ayala, Eli mMsen, Cavendano13, NarMaVeg, Yesenia Tovar, LinaLopez, Celina fic, Ana Karina, Diana, Lendsy, Liz Vidal, Wenday 14, Daniela, Ari Kimi, Calia19, Mapi13, Esme575, LaPekee Cullen, Kara, Teresita Mooz, Belen, Patymdn, Angeles Mendez, Jen1072, IsabellaSV, Iva Angulo, Gabomm, Perla Olivera, Pancardo, Lore562, Almacullenmasen, Ori-cullen-swan, SakuraHyung19, Yenliz, Laraa23, Elizabeth Marie Cullen, Veronica, Valentina Paez, Mentafrescaa, Santa, Morenita88, Anna DG, Maria Ds, Esal, NaNYs SANZ, LadyRedScarlet, ORP, Vero Morales, Freedom2604, ManitoIzquierdaxd, Seiriscarvajal, Tata XOXO, Hanna, Rero96, MakarenaL, Bitah, Paliia Love, Ella Rose McCarty, Prisgpe, Fallen Dark Angel 07, Stella1427, Beakis, Chiquimoreno06, DannyVasquezP, Twilightter, Diana0426a, Brenda Cullen, Miop, Nydiac10, Ttana TF, Yoliki, Valem00, ClaribelCabrera585, Noriitha, Jocelyn, CCar, Kuchikia, Isis Janet, Bricia Castillo, AndreaSL, Kedchri, Rosalia, Dana masen cullen, Alyssag19, Sara100lovecristo, NoeLiia, Ceci Mahin, Joabruno, OnlyRobPatti, DanitLuna, Liduvina, Toy Princes, Tabys, Barbya95, Jimena, Elizabeth, Danyy18, Sollpz1305, Nati098, Rommyev, Kriss95, MariaL8, Karen CullenPattz, Gan, Mar91, Diana Fer, Jade HSos, Angel twilighter, Nikyta, Sandju1008, Somas, Darknees, Emara, SolitariaCullen, Ivi, Naara Selene, PielKnela, Natalieasalazar, Fer Yanez y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus comentarios, su entusiasmo y su cariño, de verdad gracias
Recuerda que si dejas tu review recibirás un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben poner su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá
Pueden unirse a mi grupo de facebook que se llama "Baisers Ardents - Escritora", en donde encontrarán a los personajes, sus atuendos, lugares, encuestas, entre otros, solo deben responder las preguntas y podrán ingresar
También pueden buscar mi página web www (punto) baisersardents (punto) com
Si tienes alguna duda, puedes escribirme a mi correo contacto (arroba) baisersardents (punto) com
Cariños para todas
Baisers!
