Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES 18.
Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía
Recomiendo: Wicked Game - Ursine Vulpine (feat. Annaca)
Capítulo 28:
El jardín de las delicias
"El mundo estaba en llamas y nadie podía salvarme más que tú
Es extraño lo que el deseo puede hacerle a las personas
Nunca soñé que conocería a alguien como tú
(...) No, no quiero enamorarme
(Este mundo solo romperá tu corazón)
(...) No, no quiero enamorarme...
De ti
(...) Qué juego tan perverso juegas
Para hacerme sentir así
Qué cosas tan perversas haces
Para permitirme soñar contigo..."
Cuando acabé de escucharlo, cerré los ojos y sentí sus dedos moldeando mi figura a la par de esa música tan preciosa.
—Dime, ¿te sientes segura si te digo que voy a devorar todo tu ser? ¿Te sientes segura de experimentar conmigo? —me preguntó al oído—. Jamás haré ni disfrutaré hacer algo de lo que no estás segura, sobre todo porque eres muy joven y no quiero asustarte.
En cualquier otra oportunidad, imaginar estar con un hombre años mayor, con una forma de seducirme tan certera y que me preguntara si quería experimentar cosas que probablemente no se repetirían en mi vida, sería algo digno de charlar o soñar con amigas. No era algo a lo que una mujer que vivía una vida común como la mía, antes de entrometerme en todo este embrollo, pudiera sucederle. ¿O sí? A veces sentía que estaba destinada a los brazos de Edward Cullen, con todo y mi independencia, mis inmensos deseos por ser la dueña de mi vida, yo… sentía que estábamos hechos para conocernos.
—¿Devorarme? —inquirí, sintiendo sus manos meterse al sujetador, adueñándose de mis senos
—Es solo el comienzo, Isabella. ¿Vuelves a mis cuerdas?
De solo pensarlo me humedecía.
—Sí —respondí.
—Cuando no te sientas segura, dímelo. No voy a obligarte ni menos tocarte cuando no te sientas cómoda, ¿de acuerdo?
—Sí —volví a responder.
Me quitó el sujetador y besó mi cuello mientras yo cerraba los ojos.
—Manos arriba, Isabella —ordenó.
Lo hice a la vez que Edward me ayudaba a tensar los brazos hacia arriba, extendiéndolos hasta que pudiera sentir el poder de la altura a la que iba a ser sostenida.
—No dolerá —agregó—. No quiero causártelo.
Asentí.
Hizo nudos suaves en mis manos, enrollándolas en preciosas figuras con meticulosidad. Finalmente hizo el nudo principal en mis muñecas, uniéndolas sin posibilidad de que pudiera soltarme y aferró el resto a dos ganchos que colgaban del techo.
—Siempre quise usarlos para disfrutar de la diosa que entrara a este lugar —susurró.
—¿Una diosa?
Me acarició la barbilla con cuidado.
—¿No te he dicho ya que lo eres para mí? —susurró, dándome un beso suave.
Jadeé una vez más.
—Si lo dice el dios del Averno, debo creerle—. Sonreí.
Me dio a beber más sangría, lo que agradecí, pues ya tenía los labios secos producto del deseo y la excitación.
—¿No te importa si uso todos tus sentidos y te observo disfrutar?
Negué, comenzando a inquietarme. Estaba amarrada en cuerdas y con estas colgando del techo.
—Escucha la música —me susurró al oído—, escúchala y no tengas dudas en que estaré para ti en todo momento. Cierra tus ojos.
Cuando lo hice, Edward puso una tela suave sobre mis párpados, la misma tela que alguna vez usó conmigo.
—Los sentidos se agudizan más cuando no hay visión especial de las sorpresas —murmuró.
—Lo recuerdo perfectamente la primera vez que lo hiciste.
Pude apostar a que estaba sonriendo, pero entonces sentí un mordisco en mis pezones y unos dedos suaves tirando de ellos. No me contuve y gemí, echando la cabeza hacia atrás ante el imponente sentir que me provocaba.
—Nunca es suficiente de tu piel, Isabella —decía mientras oía cómo lamía y se comía mis senos a su antojo—. No sabes cómo adoro mirar tus senos pequeños y redondos, encajan tan bien entre mis palmas… Y estos pezones endurecidos, rosados, brillantes…
—La primera vez que te vi creí que te gustaba más la voluptuosidad —musité mientras me medio quejaba, producto de sus caricias.
Esta vez rio y de un solo movimiento me acercó a él.
—Tócame —ordenó.
—¿Con qué? —pregunté.
—Con tus labios. Tira de las cuerdas, la palanca que te sostiene bajará.
Lo hice tal como me lo dijo y sí, pude acercarme a él con facilidad y tocarlo con mis labios. Cuando me encontré con su pecho desnudo, no dudé en besarlo, lamerlo y disfrutar con mi piel de su piel, sus músculos fuertes, su olor apetitoso. Pero no fue hasta que sentí la dureza que había entre sus piernas, chocando con parte de mi abdomen y torso, que mi corazón comenzó a enloquecer de verdad.
—Te has desnudado —musité.
—Solo un poco.
—Quiero verte y seguir haciéndolo contigo.
—Shh… —Me besó los labios—. Estamos pecando, ¿recuerdas? Y el verdugo soy yo. Nos iremos en reversa.
—¿En reversa? —inquirí.
—Primero el infierno y luego a las delicias —dijo, dándome un último besó entre los senos.
Eché la cabeza hacia atrás, queriendo arrancarme de las amarras del Shibari para poder ir hacia él y tocarlo, ¡y ni siquiera podía verlo, carajo!
—¿Y entonces? ¿El paraíso?
—Será nuestro último lugar esta noche —añadió.
Con su pie hizo que abriera las piernas y en un solo segundo acarició mis labios, disfrutando de ellos.
—¿Quieres saber cuánta crema aguardas ahí? —me preguntó.
—Es un gran reto para ti mismo, ¿no crees?
—Probablemente… Pero lo que más deseo es que me eches toda esa crema en la cara.
Escucharlo decir cosas tan sucias me excitaba más de lo que podía tolerar.
—Y voy a lograrlo más de una vez —prometió.
Me dio un beso con sabor a sangría y luego dejó caer un aceite en el canal de mis senos, un aceite caliente y con un exquisito aroma a flores.
—Quiero que sientas el calor del infierno, que sufras con las torturas. Soy tu verdugo, Isabella. Hades ha decidido no enviarte con el Tártaro porque eres mía —gruñó en mi oído.
Mis piernas temblaban.
—¿Suya, senador?
—Sabes que te gusta escucharlo.
Suspiré y sonreí.
—Entonces, Hades ha decidido llevarme al Tártaro y ocupar su lugar para torturarme, ¿no es así?
—Porque eres mía… y yo tuyo, Isabella.
El aceite caliente cayó lentamente por mi vientre y acabó en mi monte, lugar en el que ese calor hizo el efecto placentero y tortuoso como él debía esperar.
—Mío —musité, apretando las cuerdas.
—Abre aún más tus piernas —ordenó.
Lo hice, aunque yo temblaba, y dejó más aceite. Este provocaba, con su calor, una sensación que envolvía mi interior de una manera inequívocamente deliciosa. Con uno de sus dedos masajeó con suavidad, llegando incluso hasta la zona perianal y la línea que separaba mis nalgas. En el instante en que hundió su dedo para acariciar con cuidado, me tensé y excité.
—Tienes un culo tan hermoso —murmuró, apretando mis nalgas con fuerza—. Tan suave… Y esto de aquí lo quisiera enormemente en mi cara.
Rozó con tranquilidad ese lugar que solo él me había tocado, ese lugar que muchos veían con suciedad. Edward hacía que reviviera cada terminación nerviosa en mí, en especial aquella en la que masajeaba con cuidado. El calor del aceite parecía dilatar mis vasos sanguíneos, y con ello, los músculos que cubrían cada intimidad de mí. Era indescriptible.
—Abre tu hermosa boca, Bella —pidió.
Cuando lo hice, lamió con suavidad y yo por poco caigo rendida en sus brazos, pero él se separó y puso algo blando en mi boca, algo largo y que sabía a silicona.
—¿Te asusta si digo que quiero tocarte con esto en ese lugar prohibido para todos, menos para mí? —inquirió.
Mi corazón estaba como loco.
—En mí…
—Si no quieres hacerlo…
—Hazlo —supliqué—. Quiero que me tortures.
—No dolerá—. Me besaba los hombros y sentía que caminaba hacia atrás—. Este aceite es especial. El calor dilata y tiene una pequeña ventaja.
—¿Cuál?
—Adormece.
Puso un poco más ahí, abriendo mis nalgas para contemplar mi humanidad. Edward untó tanto aceite que este escurrió por mis ingles y entonces sentí el fuerte efecto avasallador.
—Edward, por Dios —gimoteé.
—Es pequeño, hará que vibre algo especial en ti. No dañará, lo prometo.
Me tomó de las caderas y luego soltó una mano para rozarme con ese artefacto que, de pronto, comenzó a vibrar de forma suave y especial.
—Demonios —dije.
—Es una zona muy sensible en ti.
Masajeó todo alrededor y luego, cuando estuvo seguro, hizo presión para que entrara la punta de aquel juguete. Sentí la incomodidad de la invasión, pero me concentré en la forma en que él respiraba, me besaba la espalda y entonces entró.
—Es el más pequeño. ¿Cómo lo sientes?
—Es… diferente —respondí.
Y entonces, vibró de forma fuerte, como si un terremoto ocurriera en mi interior.
—¿Y ahora?
No podía hablar, me sentía prisionera de mi respiración jadeante y de un placer diferente y… avasallador.
—¡Edward! —chillé.
—Siéntelo todo, Isabella.
—Es que…
—No voy a permitirte el orgasmo, ¿has entendido?
—Eres un bastardo —gruñí, cerrando las piernas ante la desesperación.
—Una vez dijiste algo muy cierto —me dijo mientras me acariciaba con el aceite, sacándome fuertes suspiros.
—Mi bastardo, ¿no es así? —respondí de forma vibrante, intentando hilar de forma adecuada cada palabra sin desmayarme.
—La primera vez que lo escuché no pude comprender cómo osaste a apropiarte de mí —me dijo mientras besaba mis hombros y mantenía a máxima potencia el vibrador en mi culo—. Eres la primera mujer que lo hace.
Me reí mientras me quejaba a medias por el vibrador.
—¿Crees que voy a creerte, Edward Cullen? —inquirí entre gemidos—. No me veas la cara. Soy joven, lo sé, pero no necesitas actuar como si yo fuera la primera mujer en tu vida.
Me tomó la mandíbula y repartió besos suaves mientras me tocaba el vientre con algo muy helado. Me crispé.
—No me refiero a eso, Isabella Swan —me susurraba, dejando su aliento en cada parte de mí—. Pero eres la primera mujer que se atreve a decírmelo a la cara, la primera mujer que ha tenido… cierta valentía de apropiarse de un maldito bastardo como tú dices que soy.
Mordió mis senos por otros segundos, causando diferentes formas electrificadoras de llegar a mi sexo.
—¿De verdad? Creí que acostarse con las Denali sería una lucha correcta entre decidirse por quién es mejor que la otra y acaparar tu atención. Estoy segura que cada una pensaba en ti como suyo —dije con la voz temblorosa.
—Así que te atreves a decirme eso.
—No pasa desapercibido, Edward. Dime… ¿Ellas han seguido contig…?
—No —me respondió, interrumpiéndome en medio de la pregunta—. No y eso puedo asegurártelo.
Tragué.
—Sé que no me creerás, pero desde que te vi… solo he necesitado de ti. —Tenía su boca junto a la mía—. Y desde que me dijiste que era tu maldito bastardo, comprendí que sí, que quería serlo para ti.
Dejó caer ese líquido helado en mí, haciendo un contraste irremediable entre el calor del aceite y este frío tan abismal que rodeaba por completo mi sexo.
—Y yo te quiero para mí completamente, Isabella —jadeó, rozando sus labios en mis mejillas y en mi frente—. Mía, solo mía. He usado el sexo como un escape banal que… no se compara al arte que es tocarte, mirarte, sentirte…
Me mordí el labio inferior y temblé con más fuerza, sintiendo el infierno entre mis nalgas.
Nunca había sentido algo similar en mi vida, era indescriptible. Era una amalgama de curiosas sensaciones que se cruzaban entre sí y mi interior solo quería absorberlo para contenerlo y que esto no parara. Nunca había tenido siquiera un acercamiento a ese lugar, hasta ahora, que Edward estaba volviéndome loca con ese aparato que me hacía conocer sensaciones nunca antes experimentadas.
—¿Arte? —inquirí.
—Contigo lo es, Isabella. No puedo mirar a nadie más, estoy hechizado a la diosa que eres.
—Edward —gemí, queriendo abrazarlo—. A mí nadie me había tocado como tú, Edward, yo solo…
—Solo sé que te quiero mía, que te quiero siempre mía —musitó—. A cambio, te doy mi carbonizado corazón.
—¿Carbonizado? —Me lamí los labios—. No, quiero tu corazón caliente, tu corazón vivo.
Sentí que sonreía y suspiraba.
—Estás llegando a él y no sé cómo.
—Eres mi bastardo —musité.
—Tu bastardo —respondió—. Abre las piernas.
Lo hice a pesar de lo mucho que me costaba. Iba a tener un orgasmo en mi culo y no sabía cómo reaccionar.
—Voy a correrme, Edward.
—¿Sientes el frío? El infierno es un juego brutal entre lo que es el calor y el frío, ¿lo sabías? Siéntelo.
Cuando puso un aparato de silicona que de pronto comenzó a succionar mi clítoris, perdí la razón, fue como ir al infierno y subir a los cielos en un segundo. Estaba devastada y alucinada a la vez, carente de sentidos y explosiva en mi propia alma sensible. No sabía cómo explicar las caricias y la succión que me comía el botón con una locura que carcomía más más oscuros deseos, esos que ni siquiera sabía que existían hasta ahora.
—¡Edward! —chillé, queriendo abrazarme a él, enloquecida, fusionada con mi diosa interior, sintiendo una explosión esperanzadora en todo mi cuerpo a punto de estallar al mismo tiempo.
Y en medio de aquel torbellino perfecto e inigualable, Edward detuvo la deliciosa tortura, apagando ambos aparatos al mismo tiempo. Sentía que iba a desfallecer y que al apretar las piernas mis propias paredes temblaban en búsqueda de más.
Me quitó la venda de los ojos y me permitió ver sus mejillas enrojecidas de excitación, su miembro queriendo salir de su pantalón y su pecho con la camisa abierta y ya arrugada. Sus labios estaban entreabiertos y sus ojos estaban muy oscurecidos, así como su respiración agitada.
—Mírate —susurró, enseñándome un inmenso espejo que mostraba todos los pecados que me estaba haciendo cometer—. Eres tan hermosa—. Sonrió, perdido en mis ojos—. Estos labios—. Me los mordió y besó—. Este cuerpo maravilloso, pequeño y perfecto para mis brazos.
Me tomó desde la cintura y deshizo los nudos que me ataban a las barras de hierro del techo, pero no las de mis muñecas. Cuando pude sostenerme en mí misma, caí en su pecho, agotada por lo que acababa de suceder y por las emociones y sensaciones vividas. Él me sostuvo y me respiró, oliéndome desde lo hombros a los pechos, excitado, necesitando de mí.
—Sostente en mí —susurró.
Asentí y me aferré a su cuello, pero él me tomó entre sus brazos como a un bebé y aprovechó de volver a besarme con esa pasión descarnada que lo identificaba.
—Quiero estar contigo —supliqué, tocando su pecho mientras mantenía mis muñecas atadas.
—Tengo un lugar especial para que estemos tú y yo —murmuró.
—¿Cuál?
Me hizo mirar hacia el centro del gran sitio y me sorprendí de ver un sofá de aspecto extraño. En realidad, era una butaca de color negro en forma de curva. Jamás había visto algo así.
—¿Es un sofá? —pregunté.
Negó con una sonrisa.
—O bueno, algo así. Digamos que está hecho para que dos personas disfruten del placer de la manera más cómoda posible.
Me sonrojé. No sabía que existían esas cosas.
—¿Y lo tienes aquí para usarlo con…?
—Nunca lo he ocupado. Por lo general, leo aquí cuando necesito paz.
—¿Por qué? —pregunté.
Tragó.
—Porque a veces soñamos con una intimidad que alimente más que la carne y la sangre, Isabella. Contigo alimento algo que no sé cómo llamar, pero solo quiero devorarte aquí y recordarlo todos los días de mi vida —musitó.
—¿Qué me enseñarás? ¿Las delicias?
Sonrió.
—Sí, las delicias —susurró.
Me depositó en el diván con mucho cuidado y yo me acomodé en él para disfrutar de su belleza.
—Muero por comerte —musitó.
—Hazlo —pedí.
Se quitó la camisa y la botó al suelo, mientras yo me senté en el diván y apoyé mi cabeza en mi mano mientras me ladeaba para contemplar a tamaño hombre que me miraba.
A veces me sentía pudorosa, experimentar con un hombre mayor que yo, que viera mi intimidad, que notara la mujer que era. No podía negarme tampoco ante la sensualidad que emanaba y no era tan solo su cuerpo que podría mirar horas, así como una estatua en el Louvre, o contemplar ese rostro masculino que me guiaba con su excitación hacia una promesa sin retorno, en el que solo el placer era concebible y necesario con desespero; sino también su aura, ese semblante tan oscuro, a veces impenetrable, del que no sabías qué esperar y eso ni siquiera permitía que mis expectativas estuvieran presentes, simplemente, todo en él era un enigma, incluido el placer que me prometía con su iris verde.
No se trataba únicamente de que fuera una mujer con una experiencia sexual limitada, dado que mis dos únicas relaciones íntimas fueron con un estúpido de mi edad, que por supuesto no sabía ni usar el condón. Yo también conocía mi cuerpo, me gustaba tocarme, idealizar, poder alcanzar mis propios orgasmos mientras situaba mi mente en la fantasía; creí que de eso iba a tratarse, al menos en un buen tiempo porque olvidé todo el día en que perdí a mis hijas, pero… la mujer seguía aquí, aún joven, inquieta por conocer con un hombre prohibido que estaba contemplándome con unos grilletes unidos a una tabla en la que parecía afirmar algunas extremidades.
Era irreal, pero estaba sucediendo. Edward me estaba enseñando sus delicias.
—Quiero que este diván huela a ti —susurró, bajándose los pantalones con lentitud hasta que cayeron al suelo.
—A nosotros —corregí.
Sonrió de forma malvada.
—Solo me interesa olerte —afirmó, tomándome la barbilla para levantarme un poco y besarme—. Plasmar este lugar como nuestro.
—Nuestro —musité, emocionada de solo escucharlo.
Mi corazón saltaba de manera brusca, incapaz de no ilusionarse, de no sentir emociones complejas que no había experimentado antes en mi vida.
Bajé, besando su cuello, sus hombros fuertes, los músculos duros de sus pectorales, su zona costal y su abdomen, todo con lentitud. Cuando miré hacia arriba, buscando su mirada, noté que él estaba contemplándome también con la boca entreabierta y que su respiración parecía incontrolable.
Me atreví a buscar con mi boca sus testículos y llevármelos a la boca, causando un gemido gutural en él. Su sabor siempre parecía ser adictivo y a la vez apetitoso.
—Isabella —se quejó, echando la cabeza hacia atrás.
Mantuve la mirada junto a la suya y me llevé el otro testículo a la boca, disfrutando con cuidado para no herir su susceptible y nerviosa piel. Mientras, pellizqué con cuidado la piel, acercándome a la zona perianal con caricias furtivas, algo que había aprendido cuando una amiga de la secundaria me explicó cómo debía hacer sexo oral.
—Basta, Isabella, estás…
No continuó la frase, pero yo proseguí con mis caricias hasta que me llevé su miembro a la boca y lamí con cuidado, torturándolo de la misma manera en que él lo hacía, porque no permitía la balanza cargada hacia un solo lado y yo no era una mujer sumisa, lo tenía tan claro como el respiro.
Tomó mi cabello entre sus dedos, enredándolo con desesperación mientras cerraba mis ojos y succionaba, ahogándome entre mi saliva, su humedad y la invasión de su miembro en mi boca. Escuchar su placer alertaba a mis sentidos y quise seguir cuanto pude, notando cómo sus músculos se tensaban con más fuerza.
De pronto me tomó desde la barbilla y me alejó, mirándome atentamente a los ojos.
—Eres incapaz de aceptar que te doblegue —susurró.
Me lamí los labios y noté cuán desesperado se encontraba ante el placer que le generé.
—Por eso eres… fascinante, Isabella. ¿Quieres seguir este juego? —preguntó, peinando mis cabellos mientras respiraba de manera dificultosa.
—Hazme gritar en todo este lugar, Hades —musité, abrazándome a su cuello a pesar de las amarras en mis muñecas.
Aquello solo funcionó para que su furiosa libido brotara con mayor locura.
—Ponte boca abajo en la zona descendente del sofá —ordenó.
Lo hice, acomodándome en las curvas bajas. Mi cabeza quedó más abajo que mi trasero, expuesto para él.
—Pon las manos adelante. ¿Te duelen las muñecas? —inquirió.
Negué.
—Perfecto.
Hizo un nuevo nudo, conectándolo con la base del sofá. Estaba inmóvil y solo podía mover las piernas. Sin embargo, sentí que posicionaba una tabla con arneses en mis tobillos que tenían dos barras de metal.
—Si te duele, dímelo —pidió.
—Ajá —dije con el corazón latiéndome con mucha fuerza.
—Es una barra separadora. Levanta ese precioso culo —volvió a ordenar con voz enérgica.
Edward me ayudó, tomándome desde la cintura y me conectó los grilletes en las piernas. Entonces, con un solo movimiento, hizo que mis tobillos se separaran hasta que toda mi intimidad quedó a exposición suya, y no, no podía moverme.
—¿Te sientes insegura? ¿Quieres seguir o prefieres parar? —me preguntó al oído.
—Continúa —respondí con seguridad, necesitándolo todo de él.
Edward respiró hondo, como si estuviera en paz sabiendo que yo también lo estaba.
—Bienvenida a las delicias —susurró, esparciendo más aceite en mí.
Sus caricias estaban matándome, solo quería que me cogiera y se aferrara a mi cuerpo. El aceite caía por mi espalda y lo esparció por mi sexo y mi culo, el que tenía a su total merced.
—Edward…
Se paró delante de mí y vi que en su erección había un aparato aferrado a la base, el que parecía estar hecho para elevar el placer, pero, además, se había puesto dos grilletes en las manos junto con anillos, que conectaban con largas cuerdas de cuero.
—Abre la boca —dijo.
Lo hice mientras nos mirábamos y entonces sentí el suave sabor dulce de una fruta que reconocía perfectamente.
—Aceite de granada —susurró.
Sí, estaba llenándome de aceite de granada. Eso solo aceleró aún más mi corazón.
—Tiraré de ellas para que estés cerca de mí. No dolerá, lo prometo —agregó, refiriéndose a las cuerdas que acababa de colocar en mi boca y besándome con suavidad la punta de la nariz.
Suspiró y me miró unos largos segundos, disfrutando de mi expresión y mi humedad, que caía por mis muslos, mojando el sofá.
—Eres tan hermosa —musitó, tirando de mi labio inferior—. Quiero hacerte completamente mía. Si algo te asusta, grita. Nunca querré dañarte, solo… quiero que sientas placer conmigo.
Cerré los ojos, a la espera de que me besara y viera en mí una respuesta afirmativa y él, por primera vez, besó mi frente con mucha dulzura.
—Las delicias de la vida se comparten entre dos, Isabella. Algunos dicen que puede haber más en la fiesta y quizá he cometido ese tipo de actos en un afán voluble por escapar de una necesidad aberrante por conectar con el arte que significa el erotismo y el pecado mismo… Contigo… Solo te quiero para mí, que nadie más te toque, que nadie más ose a disfrutar de tu cuerpo. Soy un maldito egoísta, pero… Puedo asegurarte que si tú lo quisieras…
Negué y él rápidamente me quitó la cuerda de la boca.
—Solo te quiero a ti. No quiero que ninguna mujer te toque, Edward Cullen, solo quiero este erotismo y pecado contigo, solo contigo —insistí.
Besó mi espalda y luego acarició mi silueta con suavidad.
—Y que nos miren y escuchen —agregué.
—Dios mío, eres una delicia.
Siguió besando mi espalda y luego volvió a poner la cuerda en mi boca, tirando de ella hasta que él quedó detrás de mí y las demás cuerdas hicieron que mi propio cuerpo se arqueara para él.
—Quiero cogerte hasta que todo de ti sea gloria, Isabella —musitó, tomándome las caderas con fuerza.
Cerré los ojos y entonces apreté la cuerda con mis dientes, sintiendo cómo entraba en mí de una sola estocada.
—Mierda, Isabella, estás tan caliente y apretada.
Junto a sus estocadas sentí la fuerte vibración que iba y venía, succionando mi clítoris de una manera desbordantemente enloquecida. Estaba temblando tan rápido como los vaivenes sensitivos que cubrían los nervios de todo mi organismo, solo pude aferrarme al diván con mis manos amarradas y emitir gemidos desesperados cuando el placer fue insoportable. Mis piernas se mantenían abiertas para él, y aunque instintivamente quería cerrarlas para calmar las pulsaciones de mi intimidad, no podía hacerlo.
—Isabella —gruñó, volviendo a tirar de las cuerdas para arquearme y acercarme a él.
Me agarró una de las nalgas y me apretó con todas sus fuerzas, marcándome con sus anillos una y otra vez.
Sentía que sudaba, que mi cabello se pegaba a mi frente, a mi espalda, que todo de mí no era más que fluidos celestiales que solo significaban el roce más íntimo entre dos seres humanos.
—¡Mmm…! —chillé, pidiéndole que me liberara las manos.
No lo soportaba, necesitaba ese orgasmo, necesitaba llegar a como diera lugar.
—Siéntelo —me jadeaba al oído y luego lamía el lóbulo mientras se enterraba en mí, volviendo a mezclar la vibración con la penetración.
Santo cielo, iba a volverme loca.
Sentía cómo sus testículos chocaban con mi piel, provocando un delicioso sonido que se mezclaba a la perfección con el de nuestros fluidos y los gemidos y gruñidos saliendo de nuestras bocas. A ratos, esas nalgadas marcadas en mí solo hacían que mi placer aumentara y entonces él soltó el amarre de mi boca, permitiéndome gritar con todas mis fuerzas.
—Te escucharía gemir mil veces —me dijo al oído, cortando el Shibari de mis muñecas.
Me tomó desde el vientre y siguió penetrándome, procurando besar mi hombro, mi espalda y permitirme saber el placer que estaba sintiendo conmigo.
—Voy a correrme, no soporto —me quejé, buscando sus labios para poder besarlo.
Edward se hundió con más profundidad hasta provocarme un dolor mezclado con placer, y entonces sentí el fuerte clímax que me afirmaba el Jardín de las Delicias en el que me encontraba. Era una explosión indescriptible, estaba entre los brazos del rey de las tinieblas griegas, abrazándome, sosteniéndome y reclamándome suya tal como yo lo había hecho. El sudor y las lágrimas caían por mi rostro, no se detenían, estaba en el mejor momento, en un éxtasis sin antepasado.
Solté el aire y me dejé caer en los brazos de Edward, tan fuertes y capaces de retenerme junto a él.
—¿Vas a dejarme con ganas de comerte el coño? —me preguntó, besando mi mejilla y luego mis hombros.
La sola idea me volvía loca.
—O lo que esconden tus nalgas.
Me hizo agacharme, acostándome con mis senos contra el diván. Mi trasero seguía elevado ante sus ojos y mis piernas abiertas debido al aparato.
—Estoy hambriento —musitó.
—Edward —gimoteé al sentir cómo abría mis nalgas y dejaba ir el aliento.
No pude contenerme cuando su lengua recorrió todo lo que aquel lugar escondía, solo podía agarrarme del diván y cerrar los ojos mientras gritaba que siguiera haciéndolo. Y entonces puse los ojos en blanco cuando un aparato succionador comenzó a rodearme el clítoris y la presión fue tanta que sentí ganas de orinar.
—Edward, creo que…
—Tranquila, déjate llevar, quiero beber de ti —dijo con la voz ronca.
—Pero…
—Es diferente, ya lo verás.
No pude más y me recosté nuevamente en el diván, sintiendo su lengua recorriendo los recovecos más profundos de mi ser y ese aparato que succionaba de una forma maravillosa a una presión que comenzaba a ascender hasta que algo en mi pelvis tembló. Un orgasmo incomprensible y surreal simplemente estalló, tanto así que derramé toda mi humedad con una soltura que liberó mi alma y me la regresó a mi cuerpo en un segundo.
Estaba temblando.
No podía creer ni entender lo que había salido de mí, pero había sido una manera tan mojada de gritar al Olimpo y al Averno que el placer era lo que unía dos mundos completamente diferentes.
Edward siguió con ese maldito aparato y mi temblar seguía, ocasionando que mi pecho me impidiera la respiración. Tenía los ojos cerrados con furia, me desesperaba y a la vez quería más, y yo seguía derramando mi humedad con una fuerza tan deliciosa que no podía parar, cada orgasmo que se avecinaba era una lluvia de bondades de las que no podía escapar.
Cuando mi cuerpo no se sostuvo a nada más, Edward me quitó los grilletes de los tobillos y me dio la vuelta en el diván para quedar sobre mí, sosteniéndome con mucho cuidado. Su erección ya parecía dolorosa y de su boca brillaban los jugos de mi intimidad.
—Edward —dije jadeante, incapaz de más. Estaba en un estado de catatonía.
Me besó de manera pasional, mezclando su sabor con el mío. Lo abracé con todas mis fuerzas y él me sostuvo de la cintura, para luego rodearme con sus enormes brazos y calentarme con su cuerpo y bañarme con su sudor, mezclándose con facilidad con el mío.
—Mmm… Isabella, estoy bañado en ti, estoy bañado en tus delicias —musitó, sosteniéndome con más fuerza para no dañarme con su peso—. No tolero más, necesito dejarme ir.
Le tomé las mejillas y lo miré a los ojos.
—Acaba dentro de mí —pedí, ansiosa por sentir el calor de su simiente en mi interior.
Me miró por varios segundos, quizá sin saber qué decir.
—¿Estás segura…?
—No hay posibilidad alguna.
Sonrió con suavidad, pero parecía muy pensativo.
Tragó.
—Confío en ti.
Me acarició las mejillas rojas y juntó su frente con la mía.
—Estoy limpio—. Medio rio—. Chequeo continuo y… nunca había estado completamente desnudo con otra mujer.
¿Se refería al preservativo?
—Si no quieres…
—Lo deseo enormemente, Isabella, solo no quiero que te sientas obli…
—Lo quiero, lo ansío, me siento segura y de mi parte no habrá nada que puedas temer —susurré.
Nos volvimos a besar y me tomó hasta penetrarme con suavidad. Mi intimidad estaba tan sensible que su sola prisión en mis paredes hizo que comenzara a temblar con locura.
—Que estas paredes escuchen nuestros gritos y cuerpos mezclarse, déjate ir nuevamente —me dijo al oído, para entonces besarme los labios hasta morderlos de manera pasional.
Toqué su trasero, su espalda y luego sus cabellos, disfrutando de cómo su pecho chocaba con el mío, de cómo sentía ese calor abrasante al tenerlo dentro de mí y cómo una llama crecía hasta explotar en mi sexo para recorrer todo mi organismo. Edward me miraba a los ojos y entonces gruñó con fuerza, hundiéndose más en mí y escondiendo su rostro en mi cabello, dejando una última estocada mientras me llenaba el interior de su simiente. Se sentía cálida, espesa y especial, porque era suya.
Cayó a mi lado en el diván y respiró hondo para recomponerse a lo que habíamos hecho. Era una perversión, un verdadero jardín de delicias que no tenía cabida alguna en un paraíso. Me atreví a darme la vuelta y mirar su pecho que subía y bajaba, tentada a recostarme en él y abrazarlo, reconfortada por su sola existencia, pero no pude hacerlo, tenía mucho miedo de lo que estaba sintiendo y no quería retroceder, aunque mi cerebro gritase que parara, mi corazón insistía en más.
—Nunca me había sentido así —susurré, cerrando los ojos ante el cúmulo de calma que había en mi interior a pesar de lo mucho que me dolían los músculos y las articulaciones.
—Es lo que mereces —dijo, ladeándose para mirarme y correrme los cabellos aleonados que tapaban mi cara.
Sí, habíamos tenido sexo hacía tan solo un minuto, pero me sonrojaba cuando tenía esos pequeños gestos para mí.
—Que te disfruten, que te hagan sentir hermosa, que veneren tu cuerpo, tu piel, tu calor —dijo, besándome y disfrutando mi aroma.
No pude contenerme y le acaricié el rostro, llamando su atención.
—Eso también lo mereces tú.
—Isabella… —comenzaba a negarse.
—Sé que no me creerás, quizá nunca, pero estoy aquí y aunque ambos nos propusimos odiarnos, no puedo hacerte daño y no quiero hacerlo nunca jamás en mi vida.
Sus ojos se tornaron muy brillantes, lo que junto a sus cabellos desordenados, sudorosos, su piel perlada y sus labios y mejillas rojas, solo hicieron que quisiera abrazarlo y no soltarlo en toda la noche que nos quedaba juntos.
—Soy un bastardo.
—Mi bastardo —agregué.
Entonces me besó con suavidad, era dulce, era un beso… Ah, podía sentir algo diferente, un beso que nadie me había dado jamás, un beso cargado de matices preciosos y benevolentes.
—Ven a nuestro paraíso.
—¿A nuestro…?
Se levantó y me tomó entre sus brazos, causándome un grito de sorpresa y una carcajada.
—Estamos haciendo lo contrario a la moralidad surrealista de El Bosco. ¿Crees que nos perdone?
No supe qué decirle, estaba perdida en cómo me tomaba, con tanta suavidad, como si fuera una florecilla preciada para él.
—¿Hades necesita ser perdonado?
Negó con una sonrisa.
—El Olimpo es tuyo, Isabella.
Me bajó y entonces miré hacia adelante, quedando alucinada. Era una piscina que tenía la vista con los cristales a su alrededor, burbujeante, limpia, con colores turquesa y algunas piedrecillas que asemejaban un hermoso lago. Había vegetación real y figuras griegas de piedra, junto con algunas de animales exóticos. Lo mejor de todo era que esta estaba a oscuras y que solo los focos que habían dentro del agua iluminaban la maravilla que tenía ante mis ojos. Las demás luces caían en cascada entre los vegetales silvestres, como pequeñas luciérnagas dispuestas a dar el mejor espectáculo de sus vidas. Junto a todo ello, había una alacena de cristal y madera antigua que tenía toallas, jabones, geles y más.
—El paraíso —musitó, tomándome de la cintura mientras los dos, desnudos ante la noche, mirábamos el hermoso lugar en el que nos encontrábamos.
—Es hermoso, Edward —dije de manera sincera.
—¿Quieres entrar conmigo?
Asentí.
—Tienes los tobillos enrojecidos y las muñecas algo heridas—. Chasqueó la lengua, muy molesto.
Apenas y me había dado cuenta. No me dolían.
—Creo que es normal ante lo que hemos hecho —respondí, girándome para mirarlo.
—Nunca me ha gustado generarte daño —agregó.
—¿Y las nalgadas?
Sonrió, más relajado.
—Eso me lo has permitido. Solo haré lo que me has permitido—. Tocó con suavidad las marcas de sus dedos y anillos—. Pero no me has permitido abrasarte las muñecas ni los tobillos, no dimensioné el daño, si te sentiste mal o incómoda…
—Edward—. Tomé sus mejillas con cuidado y acaricié la barba que le comenzaba a crecer—. Nunca has hecho algo así, ¿por qué me lo preguntas? Si sintiera que estuvieras obligándome a hacer algo que no me gusta te lo diría, ¿por qué…?
Sus manos temblaban y su mirada se perdió por varios segundos.
—He vivido una de las mejores experiencias de mi vida junto a ti —afirmé.
—Vamos adentro.
Se quitó los anillos, los que no pude mirar a detalle, y los depositó sobre un cuenco. Tomó mi mano y me acercó a la escalera para entrar a la vaporosa agua que burbujeaba de forma tentadora. Cuando puse un pie dentro, recibí el calor del agua y me sumergí poco a poco, con mi cabello tapando mis senos. Como no vi a Edward, me di la vuelta y noté que me miraba, desnudo, desde su posición.
—No te imaginas lo hermosa que te ves ahí —susurró.
Sonreí mientras mi corazón se desbocaba ante sus palabras. Parecía una adolescente enam…
Tragué.
Contuve mi aliento desesperado y me sostuve a orillas de la piscina viendo al Adonis.
—Quiero que vengas conmigo —musité.
Edward se sacudió ligeramente el cabello ya desordenado y bajó las escaleras hasta mezclarse con el agua cálida. Cuando nos encontramos, él instintivamente tomó mi cuerpo entre sus manos y me acercó a su cuerpo para respirar, ya más calmados luego de lo que habíamos hecho.
—¿Qué fue lo que me hiciste? —pregunté.
Siguió sonriendo de esa forma tenue.
—¿Con qué?
—¿Es que acaso esa humedad…?
—¿Nunca leíste de ello?
Me reí.
—Sí, había muchas charlas sobre ello con mis antiguas amigas de la secundaria, pero cada vez que intenté probarlo, nunca pude.
Besó mi cuello y mis hombros con suavidad.
—Moriría por verte hacerlo delante de mí. Y no me digas que te avergüenza, ya te has corrido en mi cara más de una vez —susurró.
Y sí, estaba sonrojada.
—¿Y cuando volveremos a mostrarnos al resto? —le pregunté.
Se separó para mirarme y me acarició la mejilla con esas manos desnudas, ah, esas manos que moría por cuidar.
—Quieres volver a hacerlo, ¿eh?
—En realidad… Quiero repetir todas estas cosas contigo —musité.
Tragó.
—Ya no tengo recurso alguno para siquiera mentirte respecto a eso —dijo—. Me muero por probarte día a día, segundo a segundo. No tengo recursos, como te dije, para alejarte ni para actuar como si no me importaras.
—Edward —musité—. Yo tampoco y… de verdad no quiero dañarte.
—¿Aunque sea un bastardo hijo de perra? —preguntó.
Sonreí.
—Has dejado de serlo para mí.
—No has visto lo peor.
—No me importa.
Me besó con pasión y me acercó a la zona acolchada de la piscina, acomodándome en el que parecía ser otro diván para descansar.
—También tengo cosas reprochables, Edward Cullen. He mentido, he ido inmiscuyéndome en un submundo con tal de alcanzar mis objetivos. Nadie es perfecto —susurré abrazándolo desde el cuello—. Nadie jamás lo será, solo sé que tu oscuridad no me asusta y que ya no tengo remedio alguno para todo lo que quiero pasar contigo.
Jadeó y me tomó la mandíbula para volver a besarme.
—Eres una condena a ese poder que creí tener —dijo al separarse de mí—. Que este sea nuestro Tártaro y con ello las delicias ocurran en el jardín que solo verán estas paredes.
Acaricié su pecho con cuidado y aunque quería besárselo y abrazarlo, cobijándome a él, me aguanté cuanto pude.
—La condena de tu poder —susurré.
—Nunca creí que existiría alguien que me hiciera sentir vulnerable, no aparte de mi hijo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Cuidaré de tu piel —añadió—. Acomódate.
El diván era perfecto para que él pudiera estar dentro del agua, con la cascada artificial, cayendo entre los dos.
—No tengo permitido hacerle daño a las articulaciones con el Shibari, menos aún con los grilletes —dijo casi para sí mismo.
Tomó mis brazos y los acarició con una pequeña esponja y luego esparció un poco de gel para cuidar mi piel.
—¿Se lo has hecho a más mujeres? —pregunté, sintiendo una pequeña punzada de celos que no pude contener.
Cuando consideré la palabra celos en mi mente, comencé a desesperarme.
Él se quedó en silencio por varios segundos y miró hacia el frente con una expresión incierta en el rostro.
—Practiqué el Shibari con algunas mujeres y he usado los grilletes en ciertas ocasiones. He sido un consumista más bien cauto y selectivo, debo decirlo, y digo consumista porque he visto el sexo como una forma de entretención banal que ocurre una hora y se acaba —musitó—. Y no, no he pagado por sexo y no lo haría jamás—. Frunció el ceño.
—Esta casa era…
—La pensé en un momento en el que quise hacer cosas que finalmente no podía con toda esa gente a mi alrededor y sin la compañía correcta—. Me miró—. Solo lo comprobé una vez en esta casa.
—¿Qué comprobaste?
—Que tenía sexo por inercia, era mi yo animal saciando una necesidad, como el hambre o la sed. Esta casa solo la conocieron dos mujeres y creo que nunca debí permitirlo—. Volvió a tomar mi barbilla, mirándome a los ojos—. Y entonces descubrí, a mis treinta y cuatro años, que existe una franca diferencia y que encontré lo que buscaba.
—¿Qué buscabas? —Mis ojos estaban llenos de lágrimas.
—El arte del erotismo. No es saciar una necesidad animal, es… Inexplicable. Es… ver el cuerpo, el alma y las emociones de las personas en un estado de éxtasis, llevarlo a aquello abstracto que inicia en la mitología ancestral, mi favorita, el pecado como una forma poética de reírse del moralismo que nos limita… Disfrutar de la otra persona en la misma sintonía.
Me temblaba todo por dentro. No sabía cómo interpretar esas palabras.
—Y encontré a esa mujer en la esposa de mi padre —añadió.
Abrí la boca, sin saber qué decirle, porque quería gritarle que no, que no era lo que él pensaba.
—Y me importa un carajo, Isabella Swan. A la mierda —replicó.
Esta vez no pude contenerme y lo abracé, subiéndome a sus hombros con mis brazos, Edward me sostuvo y respiró mi aire con suavidad.
—Creí que solo yo conocía esta casa…
—Solo fue una pasada en la sala, tú… conoces mi Jardín de las Delicias.
—No pensé que el senador Cullen tuviera esa habilidad tan natural para hacer sentir únicas a las mujeres —quise bromear.
Él, en cambio, parecía hablar muy en serio.
—No te he mentido, Isabella. Solo dos mujeres han entrado aquí, tú has pisado los lugares más privados que tengo.
—¿Por qué? —inquirí.
—Nunca lo sabré… O quizá lo sé y no soy capaz de decírtelo —susurró—. Solo Alice sabe dónde queda el lugar, pero sabe que no puede venir, es algo que solo tiene permitido cuando es necesario.
Oh, Alice.
No quise ahondar más, parecía un tema muy privado.
Me talló la espalda y luego me ofreció otra copa de sangría, la que bebí con seguridad mientras cerraba los ojos y disfrutaba de las atenciones del paraíso de Edward Cullen. Ponía aceite en mis muñecas, en mis tobillos, masajeaba mi cabello y luego besaba mi cuello con cuidado, relejando mis músculos y provocando un estado de pura necesidad por soltar mi cuerpo entre sus brazos. Estaba somnolienta.
—¿Puedo lavarte a ti también? —pregunté, dándome la vuelta.
Sus ojos se tornaron muy acuosos.
—Solo… por favor… un poco —pidió.
Asentí.
Miré su cuerpo y tallé con cuidado, poniendo jabón, aceite y cuidando su piel con ternura, una que salía sin pensarlo de mí. Comencé a notar que había partes de él que parecía que nadie había acariciado y eso me rompía enormemente el corazón. Cuando llegaba a esos lugares en los que el cariño brotaba de manera intensa de mí, Edward se tensaba hasta apretar los puños.
—Lo siento, no quiero incomodarte —susurré, alejándome lentamente.
—No me incomodas, es solo que… no acostumbro, no me gusta que me toquen —afirmó con los dientes apretados.
—No quiero tocarte si eso te hace sentir así —afirmé con un nudo en mi garganta.
—No me gusta que me toquen, pero desde que tú lo haces, es diferente —confesó.
Arqueé las cejas.
—Solo quiero que te sientas bien, nada más.
—Quédate conmigo y todo estará bien.
Suspiré.
—Permíteme enjuagarte.
Asintió.
La cascada le dio sobre la espalda y yo olí su piel mojada, cerrando los ojos para disfrutarlo más. Enjuagué sus brazos sin llegar a sus manos y su temblor fue disminuyendo.
—Me ha encantado que termines dentro de mí —musité, llevando mis manos a su abdomen.
Se dio la vuelta y me tomó entre sus brazos, agarrándome las nalgas.
—No pensé que eso te gustaba. ¿Está todo bien…?
—No puedo tener hijos, Edward, no debes preocuparte por eso.
Se quedó en silencio y pestañeó, mientras yo intentaba tragar el nudo en mi garganta.
—¿No puedes…? Pero eres muy joven…
—Me ligaron —confesé.
—¿Te…?
—Fue obligación. No quería que eso ocurriera.
Se quedó en un profundo silencio mientras yo no soporté el recuerdo y me escondí en su hombro, dejando que el agua cayera sobre nosotros.
En medio de ese parto infernal, Esme Cullen ordenó al médico de la urgencia, a quien conocía perfectamente, que me practicara la ligadura de trompas, impidiéndome tener hijos otra vez.
—Bella…
—Que esto quede en el paraíso, ¿sí?
—Sí.
Sobó mi espalda y luego me cobijé en su pecho, olvidándome de mis miedos. El cansancio rápidamente se apoderó de mí y con ello el sueño me hizo caer aún más en sus brazos. En medio de mi sensación adormilada, sentí que me tomaba entre sus brazos y que me cubría con algo acolchado y caliente. Intenté abrir los ojos, pero estaba demasiado agotada para hacerlo, por lo que solo seguí aferrada a él. Cuando me depositó sobre una superficie muy acolchada, me quedé profundamente dormida, olvidándome de todo a mi alrededor.
.
.
.
Había una suave música de fondo y solo podía sentir el sol sobre mi cara. Cuando abrí los ojos, me pareció que el otoño poco a poco se convertía en un naranja fuerte delante de mí, como una marea hipnotizante.
¿Dónde estaba?
Miré a mi alrededor y noté que estaba en una habitación muy grande y al estilo de la casa. Los edredones eran gris marengo y las sábanas de un suave lino marfil. Al mirarme me vi envuelta en una playera de Edward y una bata acolchada. A mi lado, el lugar estaba abierto y desordenado, lo que quería decir que él había dormido conmigo.
Suspiré y me giré para tocar la zona libre, preguntándome dónde estaba.
Me quedé un rato mirando la habitación, pero sobre todo el paisaje. Como las ventanas eran grandes y la altura espectacular, podía ver la ciudad y la vegetación a la vez.
Escuché un pequeño ruido abajo, por lo que bajé las escaleras con cuidado, volviendo a detenerme en la decoración. Cuando llegué hasta la primera planta escuché la voz de Edward.
—Sabes que no es correcto que estés aquí —decía con su voz neutra, pero a la vez severa.
Estaba por terminar de bajar las escaleras cuando escuché la voz de una mujer:
—Lo sé, pero supe que Alice quería venir aquí y quería comentártelo. Sé que es tu lugar de tranquilidad y que cuando quieres que todo marche perfecto te introduces en esta casa, que sabes que no hace bien.
Me acerqué con cuidado para ver quién era, pero antes de siquiera poder ir más allá, vi que la morena mujer le tocaba los hombros y bajaba con suavidad por sus brazos, como si lo dicho por él anoche hubieran sido solo mentiras.
—Señorita Swan —dijo el mayordomo, encontrándome fisgoneando.
Venía con una charola con dos tazas y de la sorpresa choqué con ellas, llamando la atención no solo del hombre sino también de Edward y de la mujer, que en cuanto me vio, cambió a una extraña expresión de reconocimiento y algo más.
Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, lamento la tardanza, pero estoy con una bronquitis y tengo asma, por lo que estoy intentando recuperarme y no me he sentido muy bien, ¿qué me cuentan de este Jardín? Hemos pasado por las tres fases, pero a reversa, de lo que significa para Edward un submundo y un cielo a la vez. ¿Por qué la reticencia de Edward y el miedo que siente? ¿Qué está sintiendo con tanta fuerza Isabella? ¿Qué mujer ha ingresado a la casa y ha descubierto lo que el Bastardo y Bella están teniendo? Como ya saben, esta historia está pensada como una trilogía, solo que en esta plataforma está subida como una sola historia, las cosas desde ahora en adelante comienzan una aventura con muchos hechos que sé que las mantendrán expectantes, pero sobre todo, suspirando de un profundo y el más intenso amor que jamás hayan leído. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
Agradezco los comentarios de Pam Malfoy Black, esme575, merodeadores 1996, Poppy, jhanulita, Lulugrimes98, Eli mMsen, PanchiiM, SeguidoradeChile, ManitoIzquierdaxd, Wenday 14, luisita, CelyJoe, verito love96, dobleRose, beakis, Jessi, Makarena L, SolitariaCullen, BreezeCullenSwan, gesykag, Yesenia Tovar, Jen1072, Is Swan, dana masen Cullen, Mari, Liliana Macias, Maribel hernandez Cullen, Gan, IsabellaSV, calia19, NoeLiia, Charlotte, kiko02, TheYos16, sandju1008, Liz Vidal, kathlen ayala, ale 17 3, DiAnA FeR, Teresita Mooz, Jannicke, JadeHSos, Melania, Angel twilighter, Burgesa, lolitanabo, Elizabethpm, TataXOXO, Cinthyavillalobo, Mime Herondale, Celina fic, Ana, Fallen Dark Angel 07, Belli swan dwyer, Rero96, 17camilanicole, Sollpz 135, NaNYs SANZ, stella1427, C Car, almacullenmasen, Rosy canul 10, Black Angel Lilith, saraipineda44, cavendano13, Nicole19961, saku-112, Yaly Quero, Isis Janet, Brenda Cullenn, Ivette Marmolejo, Yiruma san, nikyta, sool21, lolappppb, AnabellaCS, twilightter, Valevalverde57, Ady denice, patymdn, paramoreandmore, shinygirl12, PRISGPE, claribel cabrera 585, Marken01, Freedom2604, Lore562, diana0426a, MariaL8, Toy Princes, Clau, Ttana TF, ELLIana 11, miop, Bitah, Ana Karina, Pancardo, DanitLuna, Elizabeth Marie Cullen, yenliz, NarMaVeg, DannyVasquesP, SakuraHyung19, Dayana ramirez, krisr0405, bbluelillas, Valentina Paez, Santa, Rose Hernandez, darkness1617, Ana Cullen Lutz, Vani Iliana, Noriitha, Anita4261, Mapi, seiriscarvajal, joabruno, Ceci Machin, EloRicardes, alyssa19, Franciscab25, Lu40, crazzyRR, NaaraSelene, valeecu, valem00, Karina Ramirez, barbya95, Iva Angulo, JMMA, nauchis2011b, ale-dani, ari Kimi, morenita88, Karensiux, Melany, Jimena, Gan, nydiac10, ariyasy, Angeles Mendez, Nancy, Jocelyn, Bitah, Tabys, Florencia, Paliia Love, Angelus285, AndreaSL, KRISS95, Ella Rose McCarty, Vero Morales, Kavaroan, ConiLizzy, Esal, Veronica, DeniseLilian, Gibel y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus comentarios, su entusiasmo y su cariño, de verdad muchas gracias
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