Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía
Recomiendo: The Other Side - Ruelle
Capítulo 29:
Negación
"No sé quiénes somos sin el otro
Es demasiado difícil
No quiero irme sin ti
No quiero perder parte de mí
(...) No quiero saber cómo es vivir sin ti
No quiero conocer el otro lado del mundo sin ti
(...) Las estrellas eligen a sus amantes
(...) Duele de igual manera
Y no puedo apartarme..."
Nunca la había visto, pero no podía sacarme de la cabeza cómo ella lo tocaba. Luego recordé a Charlotte, quien también lo había tocado con los guantes puestos y la sangre me hirvió de tal manera que solo pude tragar y mantenerme de pie, sin saber cómo reaccionar.
Todo era un profundo silencio.
—Lo siento mucho —le dije al mayordomo, intentando ayudarle a levantar algunas cosas de la charola.
—No se preocupe, señorita, no tiene porqué hacerlo.
Volví a tragar y vi cómo Edward rodeaba el sofá, mientras la mujer se quedaba perpleja mirándome desde los pies a la cabeza.
—Permítame —insistí, ignorando los ojos oscuros de la mujer morena que estaba intrigada por mi presencia.
Marco, el mayordomo, parecía inquieto con la idea de que fuera yo quien se agachara a ayudarle a arreglar el desastre que había hecho.
—Isabella —llamó Edward.
Su voz seguía siendo neutra, la misma que utilizaba cuando estaba con los demás. Aquello dolió y solo pude enfocarme en seguir acomodando la charola, cabeza gacha y con la mandíbula muy apretada.
¿Estas tazas con té eran para ellos?
—Isabella, no es necesario que lo hagas. Marco continuará—. Había una orden implícita en aquella frase y eso me hizo desesperar. Odiaba con locura que un hombre me diera órdenes, menos él. ¡Yo no era el tipo de mujer que podía cogerse y luego actuar como lo hacía con sus malditas amantes!
—Ya he terminado —dije con serenidad, toda la que pude tener mientras me enfrentaba a una persona desconocida usando la ropa de Edward y su bata—. Buenos días.
Encaré a ambos con la frente en alto y la barbilla en la misma posición, jamás agachando la cabeza ante los demás.
—Buenos días —respondió la mujer.
Tenía una voz cantarina, aún más que Alice, pero más madura, claramente. Tenía la piel achocolatada y el cabello rubio desde la mitad de la cabeza hasta los hombros. Era hermosa y le quedaba muy bien la ropa que llevaba, un abrigo alto medio abierto de caqui y una blusa blanca, junto a unos pantalones rojos como la sangre.
—Me presento —insistió ella—. Soy Rachel Black.
Black…
—Un gusto —dije, sin poder quitarme la amargura en el tono de voz—. Yo soy…
—La gran Isabella Swan —me interrumpió.
Fruncí el ceño y pestañeé.
—No lamento ser tan franca, pero me ha encantado verte en televisión. Eres… rebeldía en la política.
No supe qué decirle, estaba perpleja.
—Señores, les traje su té —dijo Marco, llamando nuestra atención.
Claro, iban a beber el té mientras yo me quedaba en cama de él como una…
«No lo digas».
—Muchas gracias, Marco —respondió Edward.
—No sabía que había interrumpido… —Rachel carraspeó y miró al senador con los ojos entrecerrados, como si de pronto ella entendiera muchas cosas en su interior—. Lo siento mucho…
—Rachel Black es mi mejor amiga, Isabella —replicó Edward—. Vino porque Alice necesitaba venir y sabe perfectamente que no permito las visitas, no cuando necesito estar aquí… en mi propio mundo.
—No fue mi intención interrumpir, de verdad, y tampoco ver una intimidad que no me corresponde.
Sus ojos oscuros estaban brillantes y parecía que una sonrisa quería salir de sus labios.
—Agradezco el té, Marco, pero creo que llegué en un momento inoportuno —añadió.
—En absoluto, yo estoy por irme —aseguré.
Mi orgullo, mi infalible e inevitable orgullo, mi defensa ante este mundo duro y cruel, ese miedo que me provocaba la idea de que Edward estaba metiéndose tan dentro de mí que ya no sabía cómo sacármelo del alma, del corazón…
—Rachel, no tienes que venir para avisarme, sé que no contesté el teléfono, pero estaba…
—Sé que estabas ocupado —respondió ella—. Fue mi error, lo siento. No quiero hacerte enojar cuando apenas he llegado al país. Solo… Alice estaba preocupada de que nuevamente quisieras venir a este lugar, pero veo que al fin ya no estás solo.
Él me miraba con los ojos muy abiertos luego de decir que quería marcharme.
—Ha sido un verdadero agrado conocer a Isabella Swan. Los medios han hablado mucho de ti e imagino que tú no lo sabes ni te interesa—. Se acercó para darme un abrazo—. Es un gusto, de verdad.
Me quedé estática luego de ver cómo sonreía complaciente, sin juzgar, sin siquiera detenerse a actuar como lo haría cualquier otra persona. Parecía tan feliz que no sabía cómo sentirme.
—Insistiré en hablar con Alice, esa pequeña está tan cambiada. ¿Te molesta si le pido que demos un paseo con Demian? A él le encanta salir y el equipo de seguridad tendrá todo controlado, ya lo verás —afirmó Rachel, volviendo a tocar a Edward, procurando hacerlo en sus hombros y brazos.
—Me avisas, por favor —dijo Edward, siempre cauto y muy conciso en sus respuestas—. Estaré más atento al teléfono.
—No debes hacerlo, no ahora que sé que estás ocupado en algo muy importante —aseguró—. Nos debemos un té como corresponde. Gracias, Marco. Adiós, Isabella.
Cuando se marchó y Marco la acompañó a la puerta, todo lo que quedó fue un silencio entre Edward y yo, y la música ambiental.
—No pensé que recibirías visitas —señalé.
—¿Es cierto? ¿Planeas marcharte ahora?
Tragué.
—No quería importunar tu visita —dije, demasiado impulsada por las emociones inquietantes de los celos que tuve hacía solo unos segundos.
Y otra vez, esa maldita palabra. Celos. No, por Dios, ¡no!
—No pensé que vendría. Ya te lo dije, es mi mejor amiga, no la veía hacía bastante tiempo y llegó al país para quedarse —respondió.
—Lamento haber interrumpido el té y la conversación.
Frunció ligeramente el ceño y dio un paso adelante.
—Pareces molesta —susurró.
—En absoluto —mentí, otra vez, demasiado orgullosa para siquiera confirmar algo tan… banal.
Suspiró.
—Lamento que hayas conocido a Rachel de esa manera.
—Tu mejor amiga parecía preocupada por Alice, quizá debas aceptar el té y esa conversación, no quiero importar, menos aún al ver que estaba tan obstinada por tocarte, supongo que eso te calma si se trata de ella… o de aquella mujer… Charlotte.
Se acomodó la mandíbula y bajó la mirada, como si lo comprendiera todo de una sola vez.
—En realidad, esperaba a que te despertaras para sorprenderte.
Pestañeé y luego fruncí el ceño.
—Demian está empecinado en seguir con Alice y ella se ha enterado de que he vuelto a esta casa, lo que suelo hacer cuando necesito estar solo. Rachel es consciente de aquello y ha venido a advertírmelo, porque sabe que no tolero que me interrumpan cuando necesito estar solo y… La verdad es que no lo estoy —musitó—. El té fue idea de Marco, es un hombre servicial y pasé una noche tan increíble que no tuve siquiera ganas de regañarlo por su insistente amabilidad.
Me sonrojé y tragué.
—Quería sorprenderte con el desayuno —dijo, sosteniendo mi mentón—. Estabas muy bien dormida en mi cama.
—¿Es tu cama?
—¿Por qué lo dudas?
Miré hacia otro lado.
—No pensé que me llevarías a tu cama.
—Isabella, te traje a un lugar que significa mucha privacidad para mí. ¿Qué ocurre?
Suspiré hondo mientras intentaba controlarme.
—Solo…
—¿Estás celosa? —inquirió de pronto, sorprendiéndome.
Abrí la boca y arrugué la frente, lo que en realidad le hizo sonreír.
—Estás celosa, Isabella.
Acomodé mi mandíbula y caminé directo al sofá para sentarme, cruzada de brazos.
—Este lugar es privado, te dije que solo dos mujeres habían conocido este lugar de manera rauda, poco profunda, una de ellas es Rachel, que lo hizo antes de marcharse del país y sabe perfectamente lo que significa para mí —musitó.
—Es muy cercana a ti —susurré.
—Sí.
—Te ha tocado. Ella también te tocaba—. Lo miré, estaba sorprendido—. Charlotte. Las manos… Creí que…
Soltó el aire y luego bufó.
—Isabella…
—¡Odio que me digas Isabella! En realidad, odio que lo hagas.
Tragó.
—Es como si siguiera siendo…
—Bella —musitó.
Lo miré con los ojos irritados por el llanto que quería salir, producto de la rabia que de pronto me había calado los huesos.
—La primera vez que me llamaste Bella fue cuando estaba borracha y cuidaste de mí y… me diste algo de normalidad con la hamburguesa…
—Soy un anticuado, lo siento, no había pensado en lo que significaba para ti que te dijera Isabella.
—Claro que es así, senador.
—Odio ser el senador para ti.
Lo miré.
—No quiero ser el Edward senador contigo. Luché demasiado con esa idea y me he deshecho del miedo irresoluto que tengo de que conozcas quién soy, porque como ya sabes, eres la condena de mi poder y mi zona de confort —susurró.
Arqueé las cejas.
—Ellas pueden tocarte…
—Tú…
—Yo pensé…
—Bella —insistió—. Ninguna ha tocado mis manos como tú y ninguna ha logrado siquiera disfrutar de mi piel como lo hiciste ayer.
Estaba ardiendo en celos, la idea de que ellas pudieran tocarlo, de acariciarlo, de siquiera… cobijarlo, me ardía hasta lo más profundo de mi alma.
—Rachel conoce los límites y solo ha tocado lo que no torturaron de mí —susurró con los ojos cristalinos—. Charlotte…
—Tu exnovia —señalé, imaginando que pasaron demasiado juntos.
—Sé que Jacob Black te lo dijo, le pedí que lo hiciera esperando que eso sirviera para que te siguieras alejando de mí, porque yo ya no podía controlarme.
Me sorprendí. ¿De verdad había hecho eso?
—Sí, lo fue. Charlotte y yo nos conocimos en ese lugar oscuro del que te comenté, por eso conoció esta casa, llegando hasta la sala. No duramos mucho, en realidad, creo que terminé por darme cuenta de que ella no era lo que buscaba y tampoco soy un hombre que disfrute las relaciones.
Al escuchar lo último sentí que un ápice de mi corazón vibraba de dolor.
—Imagino que sigue pendiente de ti.
—Solo somos amigos.
—No necesitas darme explicaciones.
Acarició mi rostro y luego me hizo mirarlo, tirando de mi labio inferior con su dedo pulgar.
—Estás celosa.
Me sonrojé.
—Muy celosa —añadió.
—No estoy celosa —mentí—. Estás siendo ridículo.
Tomó una de mis manos y la puso en su pecho.
—Me has tocado y eres la única que lo ha hecho así —susurró.
Suspiré, con la barbilla temblándome.
Me giré y seguí tocando, no queriendo torturar su paz.
—Pero te duele que lo haga —medio gemí.
Se quitó los guantes y me acarició otra vez las mejillas.
—Nunca había hecho esto —musitó—, tocar un rostro con mis manos desnudas, sentir la piel, una piel que me fascina.
Yo abrí ligeramente su camisa y acaricié su piel, para luego acercar mi rostro y olerlo, sentir su calor, cobijarme. No podía siquiera contenerme, era algo que necesitaba.
Edward bajó con sus manos desnudas por mi mandíbula, cuello y luego hombros, hasta que tomó una de mis manos.
—No sabía que eras una mujer celosa —insistió. Sonaba divertido, como un hombre alegre, normal, vivo y humano.
Me separé un poco para mirarlo y fruncir el ceño.
—Solo…
Se rio mientras mis mejillas se volvían cada vez más rojas.
—Rachel siente una gran fascinación por ti —me recordó.
—¿Y eso por qué? He metido la pata, ella nos ha visto…
—Los medios dicen que has revolucionado la política. ¿Sabes por qué?
Negué.
—Porque tienes veinte años y estás liderando una fundación, porque en una fiesta importante usaste un vestido hecho por mujeres desconocidas, ignoraste diseñadores de gran prestigio… Porque tomaste el cargo más difícil de todos y jamás has actuado como si fueras la viuda de mi padre —señaló—. Rachel odia la política, a pesar de que toda su familia es partícipe de ella. Te cree rebelde y yo… creo que sí lo eres.
—No me gusta ver lo que pueden decir de mí en televisión o en los medios —susurré.
—No necesitas hacerlo. Destrozan a quienes pueden.
Suspiré.
—Rachel Black…
—Sí, se ha enterado —musitó, frunciendo el ceño—. Es algo que debo hablar con ella.
—Siento haber bajado de esa manera, no quería ponerte al descubierto. Y también lamento haber interrumpido tu té con ella, de seguro debían hablar algo importante además de Alice —dije, todavía con resquemor.
Edward sonrió, me tomó desde las mejillas y me robó un beso apasionado que me sacó un pequeño gemido. No me contuve y lo abracé desde el cuello, cayendo ambos, poco a poco, en el sofá. Nuestro beso no tuvo límites y en cuanto sentí su lengua cerré aún más los ojos, disfrutando de él.
—Es increíble que estés tan celosa —susurró.
Iba a responder, pero me interrumpió con sus besos, los que eran condenadamente irresistibles.
—Señor Cullen… —Alguien habló y encontrándonos en medio del sofá.
Edward y yo nos separamos, al voltear vimos a Gianna observándonos con la expresión increíblemente incómoda.
—Lo siento, no quería interrumpir —afirmó.
Por su mirada, podía sentir que lo había hecho a propósito.
—Te comenté que desde ahora, estando con Bella, no aceptaré interrupciones más que de Marco y la cocina —reprendió.
—Lo sé, señor, pero quería comentarle que se programó una limpieza exhaustiva en casa y vendrán los jardineros. ¿Va a posponerlo?
Edward se levantó y me tendió su mano para que yo pudiera levantarme junto a él.
—Francamente, no me interesa, Gianna, hoy nada de eso está en mi mente. ¿Trajiste lo que te pedí?
—Sí, señor.
—Espero que hayas acertado y que se acomode a su cuerpo—. Me miró y yo levanté las cejas—. Ya verás.
Con nuestros dedos entrelazados, me guio hacia adentro, mientras Gianna estaba parada, mirándonos juntos.
—¿Tienes algo más que decir? —inquirió Edward.
—No, señor.
—Entonces tu trabajo ha terminado.
Me giré a mirar a Gianna y ella apenas podía quitar los ojos del trasero de Edward.
Vaya.
—Le pedí a Marco que te preparara un gran desayuno. Quería llevártelo a la cama, pero despertaste antes —dijo, abriendo la puerta de la cocina.
Me quedé boquiabierta cuando vi el gran, pulcro y hermoso lugar. Era una cocina con todas las comodidades, manteniendo una decoración propia de la casa en su totalidad. La isla estaba lista con una charola preparada para dos, la comida era variada y muy saludable.
—Puede que hayas visto el té que Marco le ofreció a Rachel, pero en cuanto desperté le pedí que tuviera listo el desayuno para llevártelo —me dijo al oído—. Si mi mejor amiga lo supiera, sería ella quien moriría de celos porque nunca he hecho eso por nadie más que por mi hijo.
Tragué y arqueé las cejas, girándome para mirarlo.
—Sí, Rachel sabe esto y… tengo que hablar con ella, pero… no temas. Si hay alguien en quien confío, es en ella.
—Por nadie…
—Por nadie, Bella, y no entiendo porqué sigo sintiéndome tan vivo contigo —musitó.
—Y me tienes el desayuno —susurré.
—¿Han cesado tus celos?
Apreté la mandíbula y él rio, lo que siempre me hacía sonreír.
—Bastante más que los tuyos con mi guardaespaldas —me atreví a decir.
Entrecerró sus ojos.
—Señorita Swan, ¿cómo se ha atrevido?
Y entonces me tomó entre sus brazos, dándome un par de vueltas mientras yo chillaba.
—Marco, lleva las cosas a la mesa de afuera, desayunaremos en la terraza principal —señaló, caminando hacia adelante.
—Edward Cullen, bájame —le ordené.
—En absoluto, Bella.
—¡Solo dije la verdad!
—Ha osado a decirlo.
—¡Porque eres un hombre muy celoso!
Me tomó las mejillas y me besó, bajándome mientras sentía el viento otoñal de la terraza. No me contuve y lo abracé, queriendo recibir su calor.
—Porque te quiero solo mía —afirmó al separarse.
—Y yo quiero a mi Bastardo… solo para mí —musité, mirando sus verdes ojos.
Los dos respiramos hondo y nos volvimos a besar, sabiendo que estábamos perdidos, realmente… perdidos.
.
Había desayunado fruta, té chai con leche de coco, granola y yogurt. Además, Marco había preparado unos paninis especiales que estaban deliciosos.
Edward ya se había duchado desde muy temprano y me permitió la privacidad mientras él hablaba con Alice en su móvil. Una vez estuve sola en el baño, que tenía una bañera y además una ducha con cristales transparentes a su alrededor, toqué los azulejos grises y negros, viendo las luces en el techo, que parecían pajarillos brillantes. Me miré al espejo y noté el brillo en mis ojos, uno demasiado diferente, que… no sabía cómo describir. Me miré las muñecas y vi las marcas de las cuerdas y luego me giré para comprobar que mi culo estaba marcado por sus manos.
Me acerqué a la ducha, me puse debajo de la lluvia artificial y relajé mis músculos, los que estaban ligeramente tensos debido a todo lo sucedido desde ayer. Me apoyé nuevamente en los azulejos y mientras cerraba los ojos para que el agua siguiera cayendo sobre mí, recordé todo y cada uno de los detalles que Edward había tenido conmigo, desde la cena, su Jardín de las Delicias, la intimidad en el paraíso, sus palabras… su sonrisa, su manera de tomarme entre sus brazos y decirme con gestos lo contento que estaba. Era la primera vez que lo veía así, tan natural, tan humano a su alrededor. Y entonces recordé los celos, el miedo a que me hubiera mentido, mis ganas de que fuera solo mío como le dije, esa propiedad abstracta que significaba tanto para mí y… la forma en que de pronto nuestra manera de interactuar había cambiado.
Entonces, lo entendí todo.
Apreté mis manos en puños, como si quisiera arrancar por la misma muralla mientras el agua me seguía bañando.
—No lo quieras, no lo quieras, no lo quieras —supliqué con los ojos cerrados.
Mi corazón ya lo sabía.
—Todo esto te dañará, él no busca lo que tú quisieras, por favor, no lo quieras —gemí, comenzando a llorar, sabiendo que quizá estaba siendo demasiado tarde.
Los sollozos fueron mucho más intensos y yo me di la vuelta, abrazándome a mí misma mientras apoyaba mi espalda en los azulejos.
—No puedes enamorarte de él, Isabella Swan, simplemente no puedes, es Edward Cullen, él… No, no puedes siquiera pensarlo, no puedes, no.
Respiré hondo y luego continué llorando, porque mi corazón cada vez se apretaba más.
—Es hijo de Esme Cullen, la mujer que te destruyó la vida —chillé, atrincherada gracias al ruido de la ducha.
Sí, era un Cullen.
¿Iba a despreciar a su propia madre luego de que supiera todo lo que me había hecho?
Tenía solo dieciocho años. Aún recordaba el miedo cuando supe que esa mujer pensaba que Carlisle y yo éramos amantes, cuando supe que ella sabía que mi hija había muerto y que su cuerpo fue enterrado en quién sabe qué lugar. ¿Ella había enviado a mi otra pequeña a algún orfanato? ¿Quién lo había hecho? ¡¿Quién?!
Me senté, abrazada a mis piernas, sin saber cómo detener el llanto.
—Me ligaste a la fuerza, aprovechando mi estado de inconsciencia, tu dinero y tu poder permitieron que no pudiera volver a tener hijos… y no me diste tiempo a decidir sobre mi propio cuerpo —susurré, tocándome el vientre.
Ya no podía tener hijos… Ya no podía…
Cerré los ojos y mi barbilla tembló, me sentía tan… débil.
—No puedes sentir esto por su hijo. Edward jamás te defendería de ella, y sabes que es inevitable, porque mi corazón lo necesita —gemí, llevándome una mano al pecho—. ¿Cómo lo detengo? ¿Cómo…?
Golpeé las baldosas y seguí abrazándome las piernas, intentando respirar, pero cada vez que lo hacía sentía un deseo horroroso por correr a los brazos de Edward y sentir su calor.
—No puedes olvidar que esto es sexo y que él siempre será un Cullen. Siempre, siempre será un Cullen y siempre será hijo de Esme. Pero no sé cómo detenerme, no sé cómo evitar que existan ilusiones, no sé cómo decidirme a ser fuerte cuando lo que vivo con él es tan… increíble.
Me sentía tan sola, no sabía a quién contarle esto, no tenía amigas y todo este secreto iba a romperme en pedazos. Deseaba con fervor que alguien me orientara, que me dijera cómo carajo proseguir, porque estaba cansada de fingir, ¡tenía veinte años y debía asumir una imagen que no me correspondía! Y mi corazón se estaba volviendo demasiado frágil por él, demasiado…
—Solo… no te enamores, Isabella, no lo quieras, porque cuando eso ocurra, solo dolerá —sentencié.
Estaba tan cansada, como si un camión me hubiera pasado por encima.
Al levantarme, terminé por enjuagar mi cabello y aunque moría por hacerlo, no me atreví a usar el gel de ducha de Edward, porque la sola idea de continuar con su olor era…
No.
Me puse las toallas esponjosas y luego me sequé. Cuando iba a salir escuché la voz de Edward Cullen, lo que solo provocó que mi vientre se estremeciera. Tenía la mano en el picaporte, pero una densa conversación me dejó pasmada en mi lugar.
—¿Qué? —gruñó—. ¡Ese proyecto debe ser aprobado! ¡Hicimos la alianza con los partidos demócratas! ¿Qué carajos ocurre, maldita sea? ¡Me importa un carajo esa ley de mierda! —Estaba enardecido—. Diles que el senador Cullen ha dado la orden, ¿me oíste? ¡He dado una orden!
Hubo una pausa corta, parecía que Edward no toleraba un segundo escuchando al interlocutor.
—¡Yo di mi voto a favor! ¡No quiero a más individuos muriendo! ¡Aprueben esa ley de mierda, ya! —Bufó ofuscado—. Estos republicanos hijos de… ¡Son adolescentes y adultos jóvenes de orfanato que solo reclaman mejorías! ¿Sabes lo que me ha costado llevar a cabo este proyecto? ¡No aprobaré una mierda que salga de esos hijos de puta mientras no paren las protestas! ¡Y menos aún si hay un civil más muerto a causa de la fuerza policial!
Sentí que cortó y que su respiración estaba errática. Parecía demasiado irritado, una bestia a punto de sacar lo peor de él.
Salí a paso lento y lo vi de espaldas. Aún no se percataba de mi presencia. Se estaba apoyando de la pared mientras miraba algo en su teléfono.
—Edward —llamé.
Noté su sorpresa y se mantuvo en la misma posición por varios segundos.
—Siento si escuchaste —musitó.
—Descuida, no le daré importancia.
Se giró con el ceño fruncido y vi la frustración en sus ojos.
Y lo intenté, de verdad lo intenté, pero esa expresión tan viva de dolor y frustración fue inevitablemente fuerte para mí, por lo que no pude actuar y hacer lo que le dije, que fue no darle importancia.
Se pasó las manos por el rostro y se sentó un momento en la orilla de la cama, muy agobiado y cansado. Aquello hizo que mi magnetismo por él me guiara a su lado e instintivamente olvidara todo para agacharme frente a su rostro y quitarle algunos mechones del rostro. Edward parecía tenso con mis actitudes y aunque debía estarlo yo también por el terror que me causaba seguir conociéndolo y que mi corazón me traicionara, simplemente respiré hondo y mi corazón me hizo actuar.
—Espero que no haya pasado nada malo —susurré.
Su mirada comenzó a suavizarse cuando sintió que mis manos le cobijaban el rostro.
—Eres un ser inocente, no tienes idea de la mierda que existe en el mundo —dijo.
—En realidad, creo que subestimas mi madurez.
—Siento si lo hago, pero… —Frunció el ceño—. A veces quisiera renunciar a todo esto.
—¿A…?
—A ser el senador Cullen —confesó.
Pestañeé, muy sorprendida.
—Sé que suena ridículo, pero no es lo mismo ser un senador cualquiera que ser… un Cullen.
A veces sentía que despreciaba enormemente tener un apellido tan importante para el país y, en realidad, para el mundo.
—Sé que has eludido los medios, pero hay disturbios —susurró.
—¿Por qué? —inquirí.
Me había propuesto ignorar la realidad del mundo porque ser el centro de atención de los medios me daba asco y me incomodaba, pero… estaba olvidando que la realidad también podía cambiarla. Hoy tenía tanto poder como respiro y estaba siendo más valiente que antes. Aunque con Edward, la valentía de mi corazón se hacía añicos.
—La población negra, mulata y latina está presionando que se ayude a los niños abandonados en los ghettos y se reduzca el tiempo para que sea ley garantizar el cuidado de todos los niños; incluidos aquellos que fueron arrebatados de sus padres. Aún hay comercio infantil y estos malditos imbéciles han retrasado mi proyecto por más de un año, solo con el fin de llevar a cabo otro tipo de mierdas que tratan de ocultar el abandono que tenemos a los niños—. Parecía tan furioso, tan… descontrolado—. Hoy asesinaron a uno de ellos. Tenía dieciocho años y estaba protestando por los albergues ilegales a los que había tenido que ir, obligado a traficar droga. ¿Te das cuenta de ello? ¡No puedo comprenderlo! —gruñó, levantándose con furia.
—Estás haciendo mucho por ellos —susurré, recordando cómo me arrebataron a mi única hija viva.
Se quedó estático en su posición y aunque yo moría por mantenerme lejos, recordando mi miedo más profundo, fui hasta él y toqué su espalda.
—Te tomas tu trabajo en serio. No pensé que eras una persona…
Se giró, dejándome con las palabras a medio decir.
—¿Una persona como cuál?
Tragué.
—Una persona tan empática.
Rio, como si lo que estaba diciendo fueran mentiras demasiado obvias.
—Creí que te importaban un carajo, pero realmente quieres hacer las cosas bien —susurré.
Esta vez tragó él.
—Quieres ayudarles y eso te hace empatizar con lo que viven las personas que no han tenido tus beneficios económicos. Estoy segura de que estás rodeada de imbéciles que solo piensan en mejorar su bolsillo y tener el prestigio de ser un senador. Tú, a pesar de eso, quieres impulsar mejoras, tienes los mismos valores de tu padre —dije.
—Eso no es así—. Se separó de mí.
—¿Por qué?
—Mi padre fue una persona intachable.
—Hasta que se casó con una mujer más joven, ¿no? —musité.
Me contempló y sus ojos brillaron.
—No tenía escapatoria con una mujer como tú —añadió con mucha sinceridad.
Dejé caer los hombros, completamente débil ante él. Y los miedos se hicieron añicos.
—Todo saldrá bien, eres un senador que cambiará la historia de esos pequeños —murmuré—, y si me permites… quiero ayudarte desde mi vereda.
Tomó mis mejillas con cuidado y las acarició, lo que seguía siendo algo que remecía por completo mis entrañas. Era tan difícil eludirlo, mi cuerpo y mi corazón lo pedían a gritos.
—¿De verdad quieres ayudarme? —inquirió.
—En cada paso, Edward.
—Te ayudaré a encontrar a esa niña, aunque muero de curiosidad.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Quisiera decirte tantas cosas, pero…
—Lo entiendo, Isabella.
—¿Lo harás?
—Haré todo lo que esté a mi alcance, pero primero necesitamos que esa fundación tenga el alcance correcto —afirmó.
—Gracias —gemí—, Edward, sin ti…
Me besó sin darme espacio al respiro y fui débil otra vez. No lo alejé, aunque mi cerebro, para protegerme, me gritaba "hazlo, quítate, sé indiferente, actúa como debes, que esto sea solo sexo", mi corazón solo me apretaba a sus ideas e insistía en quedarme entre sus brazos.
—Y te ayudaré con tu padre.
Apoyé mis manos en su pecho, aquel lugar prohibido y luego en sus brazos, tensándolo cada vez menos.
—Gracias por ser el senador que todos necesitamos. Y aunque no lo creas, tu padre estaría muy orgulloso de ti.
Me volvió a besar y yo lo abracé, causando que su cuerpo se relajara por completo, como si un peso se fuera de su cuerpo en un segundo. Me cobijé en su pecho, poniendo mi rostro en él y disfrutando de ese olor que eludí cuando estaba en la ducha, pero que, al fin y al cabo, mi cuerpo y alma necesitaban con desesperación.
—Nadie, nunca, me había dicho que era el senador que todos necesitaban —susurró.
Me separé un poco para mirarlo.
—Pues yo estoy muy orgullosa de ti.
Parecía muy sorprendido y sus ojos brillaban.
—¿Por qué? ¿Por qué estar orgullosa de un bastardo?
—Porque he conocido aún más al bastardo que esconde su corazón, que no está carbonizado, solo está un poco oscuro y necesita ser iluminado.
Me corrió el cabello mojado del rostro y entonces tiró de mi labio inferior con su dedo pulgar, contemplándome como quien contempla… una pintura perfecta. Me sentí tan cohibida que solo pude bajar la mirada.
—Nunca me habían dicho eso.
—Siempre hay una primera vez.
Suspiró y me besó el cuello, acariciando la piel desnuda de mis hombros y brazos. Yo solo podía pensar en cómo zafarme, cómo no caer en sus redes, pero no me aguanté, cerré los ojos y continué abrazándolo.
—A propósito, tengo algo de ropa para ti —dijo.
Me separé y me mostró la que había sobre la cama. Cuando comprobé que efectivamente era para mí y que había pedido que eligieran para mí un tipo de ropa que deseaba usar hacía mucho tiempo, sentí que mis ojos se irritaban por el llanto.
—¿Por qué? —pregunté, viendo la blusa anaranjada, los jeans negros y las zapatillas Converse junto al abrigo caqui.
—Pensé que querrías llevar algo más cómodo.
—Algo acorde a mi edad, a lo que acostumbraba o pensaba que llevaría a los veinte años —musité.
Me giré a mirarlo.
—No debiste molestarte.
—Lo hago con gusto, Isabella.
—Gracias —afirmé con total sinceridad—. De verdad, gracias.
Iba a decirme algo más, pero recibió una llamada. Cuando miró a la pantalla sonrió.
—Es Alice. Debe ser Demian queriendo saber de mí.
La sola idea me llenó el corazón de ternura.
—Hey —dijo al contestar—. ¿Qué tal estás, DeDe? ¿Ya extrañas a papá?
Se fue a hablar cerca de la ventana y yo me vestí tan rápido como pude, comprobando que no solo me había comprado una tenida de ropa nueva, sino también ropa interior. ¿Gianna había hecho todo esto? Vaya.
Mientras me vestía, miré a Edward sonreír con naturalidad mientras hablaba con su hijo, aquel pequeño que también me había robado el corazón. Cada vez que comprendía el amor que se tenían, extrañaba aún más a mi hija y el deseo por encontrarlo se hacía desesperante.
Tuve que enfocarme en recoger mi ropa usada, pero en medio de ello, me confundí al no encontrar mis bragas.
—Vaya —dijo Edward, que al parecer había cortado la llamada.
Me di la vuelta una vez que terminé de ponerme las zapatillas.
—Una Isabella… sencilla.
Tragué.
—En realidad, siempre he sido así —susurré—. Me siento tan… yo.
Sus ojos brillaban.
—Te ves hermosa de cualquier manera.
Me sonrojé.
—No importa qué lleves puesto.
Suspiré, intentando no responder o iba a caer en sus redes nuevamente. El miedo me carcomía el corazón.
—Tengo que ir a la ciudad, imagino que tú también debes hacerlo.
Asentí.
—Debo volver a mi departamento.
—Y yo con DeDe.
La representación de su existencia en mi vida era tan… arrolladora. Estaba aprendiendo a querer a ese pequeño de una manera que no lograba concebir.
—Perfecto. Creo que es buena idea avisarle a Emmett para…
—Ni se te ocurra. Yo te llevaré —dijo, bastante malhumorado de pensar en otra posibilidad.
Enarqué una ceja.
—¿Te molesta que lo haga Emmett?
Apretó la mandíbula.
Sonreí.
—¿Estás celoso, Edward Cullen?
Se hizo el desentendido y tomó su abrigo.
—¿Nos vamos?
—Solo si me confirmas que te produce un poquito de celos que mi guardaespaldas haga su trabajo —susurré.
Rezongó.
—Recuerda que eres mía Isabella —jugueteó, tomándome las mejillas.
Me solté.
—Y que yo deseo y me baso en mis propios principios —añadí—. Y de acuerdo a lo que digo, el Bastardo Cullen es… mío.
Me besó y me abrió la puerta de la habitación para que saliera.
—Que no te quepan dudas —me susurró al oído—. Iré a preparar el coche.
Mientras él adelantaba el camino, yo le di una mirada más a la casa, valorándola, disfrutándola y respirándola. Aunque eso iba en contra de todo el desespero de mi ducha, deseaba tanto volver las veces que fueran necesarias… con Edward a mi lado.
Cuando fui hasta la salida, el senador ya tenía el coche listo y Emmett esperaba a verme segura a la salida.
—Gracias por estar siempre, Emmett —dije.
—Siempre estaré para usted, señorita —respondió.
Miré a Edward, que tenía la ceja enarcada, algo que noté a pesar de que llevaba gafas.
—Me iré con él —informé.
—Es lo que imaginaba. Puede estar segura, estaremos todos protegiéndolos.
Emmett era un hombre serio, pero lo era más cuando estaba frente a Edward.
—Gracias —musité.
El Bastardo abrió la puerta para mí y sin más nos fuimos juntos, recorriendo el trayecto de vuelta a la ciudad. Me dediqué a mirar a la ventana, algo cohibida al recordar mi llanto y el temor por mis sentimientos. Tenerlo tan cerca era tortuoso, demoledor… insoportable. A ratos miraba de reojo, queriendo suspirar, luego bajaba hasta su mano, que estaba en la palanca de cambios, usando ya sus guantes.
—Los cambiaste —susurré.
Él pareció no entender por unos segundos hasta que notó lo que miraba.
—Lo hago todos los días —masculló—. Siento que acumulan cosas abstractas que se van con el agua.
—Cuando me tocabas, ¿los cambiabas?
Suspiró de forma larga y luego sonrió de una forma… inexplicable.
—¿Crees que lo haría?
—Quizá sí.
Botó el aire de un soplo.
—Esos guantes son mis favoritos, se convirtieron en ello desde la primera vez en que te toqué con ellos.
—Vaya.
En aquel momento, la radio del coche comenzó una suave melodía de Journey.
—¿Journey? —inquirí muy extrañada.
—Suelo escucharlos mucho. Me fascinan cada vez que viajo en coche.
Me reí.
—¿Por qué ríes? —preguntó con los ojos entrecerrados.
—Porque no es el tipo de música que creí que escuchabas.
—Estás generalizándome demasiado, ¿eh?
—Lo siento, es que…
—Esta canción me encanta —me interrumpió y me miró, aprovechando que estábamos en un embotellamiento.
Era una de las canciones más conocidas del grupo, "Open Arms". La letra era tremendamente romántica y… expresiva.
—Creo que hay un hombre muy romántico dentro de ti.
Pestañeó con los ojos brillantes mientras Steve Perry explicaba lo que sentía ese hombre al tener a su mujer entre sus brazos, sintiendo sus latidos y luego preguntándose porqué su amor podía ser tan ciego.
Me estremecía.
—¿Eso crees?
—Tu canción favorita de Journey dice que él la espera con los brazos abiertos.
Sentía que a través de sus ojos verdes buscaba decirme tantas cosas, pero cada vez que me atravesaba el alma con ese hermoso iris, tenía que desviarme porque mi corazón se desbocaba.
—¿Guardaste toda tu ropa? —preguntó una vez que pudo seguir el camino hacia la ciudad, entrando ya a la zona urbana.
No iba a responderme, claramente.
—Todo lo que pude encontrar…
—Creo que te faltó algo.
Fruncí el ceño y entonces recordé que mis bragas usadas no las había podido encontrar en la habitación.
—Dios mío, mis bragas…
Edward sacó algo de su bolsillo y entonces descubrí que fue él quien las había escondido.
—Edward Cullen, devuélveme eso —exigí.
—Lo tomaré como una reliquia.
—Es…
—Excitante. Quiero sentir tu olor todas estas noches.
—Eres muy pervertido.
—Solo cuando se trata de ti.
—Un día me llevaré algo tuyo.
—¿Para recordarme?
Suspiré, sin querer responderle que sí, que la idea de rodearme de su olor durante la noche me evitaba tener algunas pesadillas.
Llegamos hasta una zona privada, en donde todo era seguro. Los coches de los guardaespaldas se detuvieron de la misma manera, lo que significaba que yo debía subirme al coche con Emmett y eso significaba despedirme de él.
—Gracias por su invitación, senador Cullen —murmuré—. Sé que le molesta que lo llame de esa manera, pero confío en usted… senador.
Levantó la mano y me rozó el mentón.
—Haremos lo posible. Lo prometo.
—Confío en que su proyecto cambiará la vida de todos.
—Sigue en la fundación. Espero verte pronto en la compañía.
Tenía un nudo en la garganta.
¿Cuándo volvería a verlo?
—¿Tienes que ir al capitolio?
Asintió.
—¿Mucho tiempo?
—Dos semanas, Bella.
Respiré hondo, no queriendo darle importancia al hoyo que se me formaba en el pecho al pensar en todo ese tiempo que significaba estar lejos de él.
—Espero sea muy productivo.
Finalmente me acarició el rostro con esa mano enguantada y yo cerré los ojos, respirando hondo al sentirlo, aunque fuera tras la tela del cuero.
Entonces se alejó, se quitó los guantes y me los entregó.
—Son mis favoritos —musitó con el ceño fruncido—. Quiero que te los quedes.
Me quedé boquiabierta.
—Que sea tu forma de recordarme. Aunque te parezca banal que me lleve tus bragas para disfrutarlas, son tuyas y las llevaré conmigo, porque aparte de tu olor natural, llevan tu perfume.
Tragué.
—Me has dado uno de los mejores días de mi vida —susurré.
—Puedo decir lo mismo —agregó.
—Que tenga un buen día, senador.
—Usted también, señorita Swan.
Me abrió la puerta y yo salí, muriendo por darle un abrazo, pero no me atreví y corrí al coche con Emmett. Lo último que vi fue cómo se metía al coche y respiraba hondo, dispuesto a marcharse.
De camino al departamento, miraba a Emmett, que estaba concentrado en el camino. No tuve oportunidad de darme cuenta de lo extraño que estaba hasta que se desconcentró en el camino.
—¿Qué ocurre, Emmett? —pregunté.
Hubo mucho silencio.
—No es algo en lo que deba entrometerme, usted es mi jefa y solo le debo complicidad e importancia a usted, pero…
—Pero ¿qué? Emmett, te ordeno que me digas qué ocurre.
Asintió mientras tragaba.
—No suelo ver televisión, es algo que no me gusta, pero… me ha sorprendido que se hable de la hermana del senador…
—¿Alice?
—Rosalie.
Oh.
—¿Qué ha ocurrido?
—Los paparazzi la han encontrado saliendo de una clínica mientras lloraba y… —Tragó—. No es importante, es televisión y a usted tampoco debería importarle lo que suceda con ellos…
—Dios mío —musité.
Como habíamos llegado al departamento, Emmett rápidamente salió del coche para escoltarme desde el estacionamiento hasta mi piso, por lo que no pude consultar más.
Estaba preocupada. De alguna forma, saber que eso también iba a afectarle a Edward me dejaba muy sensible.
Edward…
Cerré los ojos para respirar hondo y caminé, queriendo olvidarlo por al menos estos días que no sabríamos del otro.
Guardé los guantes celosamente en mi bolso y caminé hacia el ascensor, con Emmett resguardando cada paso que daba. Cuando llegué, abrí con mi llave y sentí el aroma inconfundible de un perfume femenino y una conversación concisa, pero a la vez familiar.
—Me agrada saber que estás protegiéndola. No voy a juzgarte como lo ha hecho mi familia —dijo Alice.
Alice. ¿Qué hacía aquí?
—Prometí cuidarla hasta el final de mis días, señorita Cullen. La señorita Isabella es todo lo que tengo hoy y la quiero como a una hija.
Cuando llegué, miré hacia ellos, que se encontraban en la sala. Serafín se levantó rápidamente del sofá y lo primero que notó fue mi ropa, pero no le dio importancia, solo me abrazó, apretándome con fuerza.
—Supe lo que ocurrió, lamento haberle dado la información incorrecta, entiendo que no quiera confiar en mí…
—Serafín, sé que será difícil, pero no puedo rendirme al primer fracaso —le susurré.
—¿Durmió en un hotel?
Tragué.
Aquella mentira…
—Sí, necesitaba alejarme de muchos recuerdos que se encuentran inevitablemente aquí.
—Señorita—. Me tomó las manos y las besó, lo que me hizo sentir mucho mejor.
—Ya tendremos tiempo para charlar—. Miré a Alice, quien parecía reticente a escuchar conversaciones ajenas, pero sí mostraba interés por mí—. Alice, qué sorpresa —dije, dejando mi abrigo colgado en el perchero cercano.
Ella tampoco dejó a un lado mi apariencia, pues la contempló durante varios segundos.
—Te ves tan… tú —señaló.
Levanté mis cejas.
—Realmente… necesitaba usar algo que me hiciera sentir la persona normal que soy—. Fui franca.
Miró al suelo por unos segundos y luego apretó los labios.
—Serafín, ¿puedes dejarnos a solas por unos segundos? —pidió—. Bella, ¿me lo permites?
Tragué.
—Sí.
Algo estaba sucediendo.
Cuando Serafín se marchó, Alice se acercó a mí con los ojos muy llorosos.
—Necesito saber muchas cosas de ti, Bella, confío en que eres una buena persona.
—¿Qué ocurre, Alice?
Su barbilla tembló.
—Tú…
Cerró los ojos con fuerza y las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas.
—Jamás fuiste una esposa para mi padre, ¿no es así?
Sentí que mi corazón dejó de latir por unos segundos.
—Alice, no entiendo…
—Nunca tuvieron intimidad, jamás se besaron. Él… él te veía como una hija, ¿no es así?
Dios mío.
Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, espero hayan esperado con entusiasmo, ya estoy mejor de mi bronquitis así que estoy recargada con lo que se viene que es uff, ni se imaginan. Bella está comprendiendo hacia dónde se dirigen sus sentimientos y el miedo es indescriptible, mas imposible separarse de él. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
Agradezco los comentarios de MariaL8, Jimena, Ansiosa, DannyVasquezP, alyssa19, KRISS95, Lulu, Paty, Flaca, ari Kimi, LM, Lola, Chelsea, Titi, Vic, Kelly, Claribel cabrera 585, Karensiux, miop, Veronica, Gan, Maribel hernandez Cullen, AndreaSL, twilightter, jupy, seiriscarvajal, NoeLiia, Vero Morales, PRISGPE, bbluelilas, Paola Lezcano, Jackie rys, Ella Rose McCarty, Ttana TF, Eli mMsen, Esal, Jocelyn, valem00, Makarena L, Melany, nydiac10, ConiLizzy, Naara Selene, krisr0405, Vani Iliana, morenita88, dobleRose, Maribel 1925, Santa, NaNYs SANZ, Liliana Macias, Is Swan, Angeles Mendez, beakis, Noriitha, piligm, Anita4261, sandju1008, Nancy, Ady denice, darkness1617, gesykag, EloRicardes, Mica P, Toy Princes, Sool21, luisita, Angel Twilighter, TheYos16, esme575, Yesenia Tovar, Valentina Paez, natuchis2011b, Clau, Celina fic, Ana Karina, Freedom2604, Gibel, saraipineda44, Mentafrescaa, Rosana, Teresita Mooz, Lore562, miriarvi23, Jen1072, Ceci Machin, cavendano13, Anabella Canchola, Liz Vidal, Rero96, JMMA, Franciscab25, NarMaVg, CelyJoe, diana0426a, gabomm, Valevalverde57, C Car, Almacullenmasen, shinygirl12, Angelus285, Fallen Dark Angel 07, Poppy, Belli swan dwyer, Brenda Naser, Diana, kathlen Ayala, patymdn, merodeadores1996, Ana, Rosy canul 10, ELLIana11, kavaroan, Nicole19961, SeguidoradeChile, Mime Herondale, ale 17 3, barbya95, Jade HSos, stella1427, Liliana Macias, Iva Angulo, valentina delafuente, Pancardo, lolapppb, yaly quero, AnabellaCS, DanitLuna, Pam Malfoy Black, Elizabethpm, PanchiiM, Tata XOXO, Paliia Love, Cinthyavillalobo, lolitanabo, calia19 y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus comentarios, su entusiasmo y su cariño, de verdad muchas gracias
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