Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES 18.


Capítulo 30:

Distancia

Edward POV

Lo primero que vi luego de despedir con mis ojos a Bella fue la llamada insistente de Rachel.

Respiré hondo y corté.

Seguí manejando y a medida que lo hacía, recordaba su olor, que permanecía en mi coche. Era una tortura.

Y Journey continuaba sonando.

Apagué la música de un solo movimiento y aceleré, queriendo respirar con más calma, lo que significaba que su olor entraba más fuerte a mis pulmones.

Era una real tortura.

Odiaba que mis pensamientos se erradicaran tan fácilmente cuando todo lo demás se trataba de Bella. Era una situación incontrolable, tal como le dije tantas veces, sentía que ella me tenía condenado a su poder. Ni siquiera era consciente de cuánto asumía su posición en mí, ¿sabía que perecía por cada arista de su cuerpo y lo que había podido conocer de ella? Si esa era su estrategia, ¿estaba ya perdido?

Tragué.

Antes de conocerla, lo único que realmente me preocupaba era que Demian estuviera a salvo, que creciera feliz y que ninguno de mis temores ni traumas llegasen a su vida y fuera tan infeliz como lo era yo; que Alice pudiera sonreír junto con Rosalie y que Madre dejara de beber, que dejara de hacerlo ya… Para lo demás, vivía lleno de recuerdos podridos que moría por borrar o transformar en algo distinto, con pesadillas nauseosas en las que repetía aquel vil martirio con cada imagen vívida y tan nítida como insufrible. Ahora solo recordaba lo feliz que me sentía de que una mujer, la viuda de mi padre, mirara los cuadros que escondía en esa casa privada que antes significaba tantos recovecos duros de mi mente, lugar que utilizaba solo para martirizarme a solas, sin intención de que mi hijo fuera testigo de mi mierda.

De solo rememorar la manera en que sus ojos fascinados viajaban por las esculturas, los cuadros y la sola decoración de la casa era…

Cuando noté que estaba sonriendo y manejando entre recuerdos en los que solo existía ella y nadie más, cesé y tragué. Aunque volví a toparme con mi realidad y sentía que volvía a ser el mismo hijo de puta, algo en mí era diferente y la sonrisa seguía apareciendo cuando recordaba que ella estaba orgullosa de mí.

Nadie había dicho eso antes. Solo padre, cuando era muy pequeño.

Isabella estaba orgullosa de mí… Muy orgullosa.

Sentí que respiraba un aire nuevo y a la vez mis manos temblaban contra el volante de mi coche.

Estuve mucho tiempo decidido a no permitir que nadie sintiera buenos sentimientos respecto a mí, no lo necesitaba y me blindaba en aquello que era más cómodo y fácil, así nadie lograba penetrar aquello que me hacía débil como lo fui antes. La primera vez que me blindé lo tuve que hacer o iba a morir en el intento y cada imagen que me recordaba ese suceso me hacía temblar aún más; cerré mi corazón a la posibilidad absoluta de ser alguien importante en la vida de una mujer, como ya le había contado a Isabella, llevé una vida en la que el sexo me resultaba solo una manera de saciar necesidades y vacíos, aun sabiendo que eso no solucionaría el raquitismo de mi cercenado corazón, que buscaba una manera distinta de involucrar mi alma y mi cuerpo.

Ella…

Había enviado a la mierda lo mucho que estaba enloquecido por la viuda de mi padre y aunque no era un hombre que se considerara moralmente apto para siquiera cuestionarme mis malas acciones, que padre haya puesto sus ojos en ella era algo que… cada día comprendía más y me mantenía en mi propio conflicto, ese duro conflicto que no significaba que mi padre la haya tocado, ¡no era un hombre que se adueñara y sintiera asco de la libertad humana! ¿Qué clase de inconsecuencia sería esa? Mi conflicto era… darme cuenta de las razones por las que padre probablemente se había enamorado de ella, porque además de ser hermosa, su manera de comportarse, de ser y de confrontar cada emoción que cruzaba su corazón era simplemente bella.

Y no fue hasta que la llevé desde mi jardín hasta mi cama, la cama que siempre ocupé a solas sintiendo un frío desbordante, que la vi dormir con tanta naturalidad, apoyando su barbilla en mi pectoral y acariciándome inconscientemente, buscando mis manos, que entré en pánico, uno de verdad. Estaba tan paralizado, comprendiendo que ese corazón carbonizado volvía a la vida.

Estaba aterrado. ¿Qué era lo que estaba sintiendo? No se parecía a nada de lo que había sentido alguna vez, pero verla respirar y sentirla luego de conocer su alegría y sencillez, hizo que el corazón realmente me latiera con locura. No sucedía, únicamente con mi hijo, claramente, pero… ¿con una mujer?

Pronto me vi acariciando su rostro mientras dormía y cerré los ojos cuando recibía sus caricias, llegando hasta mis manos.

Me aterré, ahora también lo estaba… Ahora… no dejaba de pensarla y me pregunté qué estaría haciendo, si ya habría comido algo más o si estaría bien luego de aquello que tanto la quebró en el orfanato, cosa que aún no podía olvidar.

Una niña…

Entonces recordé la cicatriz en su bajo vientre y…

Suspiré y sacudí la cabeza.

Intenté enfocarme en mi trabajo, en ser ese Edward que solo pensaba en su hijo y en mantener a sus hermanas alejadas de la peligrosidad que mi madre emitía inconscientemente, pero fue imposible, recordaba cada momento como si estuviera nuevamente viviéndolo y entonces disfrutaba de los detalles de Bella, causando ese remolino en mi vientre que ni en mi adolescencia fui capaz de disfrutar.

En un momento, las emociones se cruzaron con el terror paralizante y tuve que tomar otra ruta, recibiendo llamadas de mi equipo de seguridad, pero me encontraba en blanco, siendo consciente luego de muchas evasiones de lo mucho que me gustaba Isabella Swan… y de que los sentimientos estaban embargándome de tal forma que íbamos a dañarnos.

Paré y respiré hondo, bloqueado ante el inminente sentimiento que surgía dentro de mí.

Fruncí el ceño y miré hacia el frente, comprendiendo lo que esto estaba significando. Quise recordarme que no, que no debía, que estaba prohibido… y entonces apreté los labios ante lo imposible que me parecía siquiera dar un pie atrás al saber, cada día con más detalle, quién era Bella.

Era una mujer con tanta luz y estaba inmersa en la oscuridad sin siquiera reducirse. Aunque sabía que tenía miedo, su ambición por continuar con algún plan que la mantenía en alerta, sumergida en mi submundo, nunca impedía que mermara su gran imponencia y semblante, aquel que me mantuvo prisionero en el instante en que posé mis ojos en ella por primera vez, sabiendo que apenas tenía veinte años.

Isabella estaba reviviendo un corazón carbonizado y yo no quería dañarla, no quería hacerla llorar, pero… ¿iba a cumplir? Estaba enfrascado en la mierda de mi familia, había hecho una promesa, fue la amante de mi padre y madre…

Tragué ante lo que estaba comiéndome por dentro, unas emociones que no había sentido antes y… no debían ocurrir con ella.

¡No debían ocurrir con ella, maldita sea!

Me puse las manos en la cabeza y temblé nuevamente, intenté respirar y entonces pestañeé, no sabiendo cómo lidiar con lo que eran estos sentimientos por Isabella, cómo llamarles y cómo erradicarlos cuando yo mismo disfrutaba de ellos y me martirizaban a la vez.

Tocaron el vidrio de mi coche, dándome un buen susto. Era uno de mis guardaespaldas.

Boté el aire furioso y abrí la ventana.

—Señor Cullen, ¿qué ha sucedido…?

—¡Necesito que me dejen un minuto en paz! —bramé, volviendo a temblar.

Entonces Rachel volvió a llamar, por lo que rápidamente cerré la ventana y apreté el botón para contestar.

—Demonios, Edward, ¿de verdad vas a ignorarme de esta manera? —gruñó detrás del teléfono.

Suspiré y me puse dos dedos en el puente de la nariz, echándome hacia atrás en el asiento.

—¡Estoy preocupada y preguntándome mil cosas a la vez! —insistió—. Edward, necesito que hablemos de lo que vi, estoy con mil escenarios en la cabeza.

—Lo sé, eres la persona que mejor me conoce —respondí en voz baja—. Vamos a mi departamento, tengo que ver a Demian, he pasado muchas horas sin verlo.

—Perfecto, ahora puedo respirar tranquila. Iré de inmediato —dijo, para luego colgar.

.

Llegué mientras Rachel esperaba en su coche, mordiéndose las uñas recién arregladas. Permití la entrada y esperé a que ella diera los primeros pasos, encontrándonos con DeDe, que jugaba con Anna.

—¿Y Alice? —pregunté al no verla.

—Se ha ido pronto. Fueron a la antigua oficina del señor Cullen, que descanse en paz —dijo Anna, llevándose la mano en el pecho—. Creí que estaría con usted, dijo que iría a buscarlo a la otra casa.

Fruncí el ceño, mirando a Rachel.

—¡Papi! —gritó Demian, haciéndome distraer.

Cuando se trataba de él, olvidaba lo demás.

Lo tomé entre mis brazos y le di un par de vueltas mientras acariciaba sus mejillas. Lo había extrañado, en especial su olor y la manera que tenía de besarme el rostro y tocarme las manos.

Aún recordaba la primera vez que lo vi, aún estaba casado con… ella…

Sentí náuseas.

Volví a acunarlo en mis brazos como cuando lo vi, prematuro, dejado a las puertas de un centro comercial que ya había cerrado. Recordaba tan bien a la mujer mayor que corrió con él en brazos y lo dejó en la entrada, había sido un día caótico y verlo ahí, evidentemente separado del vientre materno y a punto de morir, me hizo parar todo y lo demás fue inevitable; lo llevé hasta Brooklyn, pues los medios iban siguiéndome y pedí a una clínica exclusiva que le salvaran. Desde el día en que vi sus ojos me enamoré, por primera vez, me había enamorado como un padre ama a un hijo. No tuve remedio, mi corazón era suyo y prometí que sería mi hijo.

No pude sostener a la mujer que lo había dejado en aquel lugar, solo sabía que la odiaba, que la odiaba con fervor y que iba a hacer lo posible por encontrarla y que desde ese entonces el sentido de mi realidad cambiaría. Entré al congreso, me encargué de la comisión de los derechos humanos y de los niños, busqué la manera de hacer que mi hijo fuera reconocido como un Cullen, usando mis contactos y la ilegalidad permitida para personas con dinero; sabía que era una asquerosidad, pero esperé demasiado tiempo buscando a su madre o un familiar que le cuidara y él… él era mi hijo, el destino me lo había entregado en los brazos.

Solo me arrepentía de una cosa.

"—¿Vas a insistir en eso? ¡Ese bebé no es mío y nunca lo será! No estoy dispuesta a salvar este matrimonio si tú no me amas y menos con un bebé que seguramente engendraste con alguna pu…

—¡Cállate ya, Victoria! —espeté, cansado de escucharla día y noche.

Era agobiante. Solo quería que se largara de una vez por todas de este maldito departamento.

—Lo reconoces y te vas, Victoria, te pagaré todo lo que quieras, pero haz ese maldito favor, es lo único que te pido.

Se acercó, contoneando las caderas mientras entrecerraba sus ojos.

—¿Prometes que la prensa hablará bien de mí?

—Lo prometo. Solo… hazlo.

—Me quedaré este año aquí, ¿entendido? Y me darás el dinero. El divorcio lo firmaré tal como lo quieres el día en que reciba ese dinero y no volverás a verme—. La miré y noté lo mucho que deseaba llorar—. Yo te amo y te amaré siempre, Edward Cullen, sé que nunca me quisiste y solo aceptaste casarte por la presión social y de tu madre. Estos dieciocho meses juntos han sido los mejores para mí porque estuve a tu lado y pude sentirte, aunque no me hayas permitido tocarte. Pero… quiero que sepas eso, que siempre te amaré, lo hago desde que tengo diez años y nuestros padres hablaron por primera vez en esa casa.

Suspiró y se alejó lentamente.

—Solo lo reconoceré para que tengas tu preciado hijo, hijo que yo jamás podré darte. Yo no me haré cargo de él, lo sabes, ¿no?

Sonreí con la garganta contenida.

—¿Esperas que lo desproteja a tu lado? No te acercarás a él. Tendrá a Anna y sus guardaespaldas, ni en sueños dejaría que alguien como tú esté cerca de mi hijo.

—Perfecto. Me iré a mi habitación.

—Ve. Sabes que no tolero dormir contigo.

Lo último que escuché fueron sus tacones y su llanto envolvente, para luego cerrar la puerta con fuerza."

—¿Qué tal el día con tía Alice? —le pregunté, tirando con suavidad de su nariz.

—M… Muy b… bien —respondió—. ¡Encan…! ¡Encanta!

Sonreí.

—Te debe haber dado un helado bastante grande.

Asintió entre carcajadas.

—Oh por Dios, ¿es él? —preguntó Rachel, acercándose a paso lento.

Demian se escondió detrás de mi hombro y la miró.

—Soy amiga de tu papi.

—¿Bella?

Tragué y sonreí, para luego apretar los labios.

Rachel suspiró y también sonrió, dándose la vuelta con los brazos cruzados y mirándome de forma acusatoria.

—Ha crecido bastante, lamento mucho no haber estado en el momento en que lo tuviste por primera vez —susurró.

—Anna, ¿puedes preparar café? Gracias —dije, sosteniendo aún a Demian—. Sí, ha crecido bastante.

Suspiró.

—¿Ella no ha vuelto a acercarse…?

—No, y jamás lo permitiría.

Bajé a Demian y él se aferró a mis piernas.

—Ella es Rachel, no te hará daño, sé que quieres ver a… Bella… —Carraspeé—. Pronto la verás. Rachel ha venido a saludar.

Él la saludó con un movimiento de manos y luego sonrió con timidez.

—Así que quieres ver a Bella —susurró de forma perspicaz—. Imagino que ya la quieres mucho.

—Demian, ¿qué tal si vas a jugar un rato? Papá necesita hablar un momento con Rachel.

Él asintió y me pidió que lo subiera a mis brazos para besarme las mejillas y abrazarme.

—Amo mucho —me susurró al oído.

Aquello calmó mi corazón.

Salió corriendo en cuanto tuvo la oportunidad y comenzó a jugar con algunos bloques esparcidos en su zona de diversión.

Cuando volví con Rachel, ella nuevamente se estaba mordiendo las uñas, muy nerviosa y ansiosa.

—Su café —dijo Anna, depositándolo en la mesa.

Me bebí un sorbo antes de recibir las puñaladas de Rachel.

—Está bien, sé que piensas que voy a acribillarte a preguntas, pero solo dime… ¿Esme…?

—Jamás —bramé con fuerza.

Tragó y respiró en paz.

—¿Quieres que nos fumemos un cigarrillo?

Fruncí el ceño y asentí. Era algo que solía hacer cuando… tenía mi cabeza arrebatada.

Anna se quedó con Demian mientras nos íbamos al balcón de mi habitación. Mientras bebíamo el café en la mesa de la terraza, Rachel encendía uno de los cigarrillos, entregándomelo a mí. Le di una calada y boté el humo, intentando sacar las enredaderas que tenía en mi cabeza.

—Me deja tan en paz que ella no lo sepa —susurró—. No me gustaría que les hiciera daño…

—Me preocupa haberla sumergido al lugar que más daño podría provocarle.

—¿Tú?

—Claro que sí. Todo lo que me rodea es una escoria y ella es…

—Edward, sabes que odio que te trates de esa manera.

Cerré los ojos por varios segundos.

—¿Cómo comenzó todo? Lo siento, es que… Nunca habías llevado a ninguna mujer más que a esa desagradable de Charlotte y apenas estuvo en el vestíbulo, Bella bajaba de tu habitación, me es difícil siquiera pensar en que le hayas permitido tu intimidad a una mujer y que sea ella.

Me aferré a las barras del balcón y respiré hondo.

—Es preciosa, tiene un carácter tan fuerte y dulce a la vez, no le teme a este submundo asqueroso, es tan sencilla, tan…

—No dudo en que veas todo eso en ella, es una chica hermosa y en cuanto la vi supe que no era nada de lo que la mala prensa decía de ella, pero… no puedo dejar de sorprenderme de todo lo que has dicho sin siquiera yo preguntártelo.

Le di otra calada a mi cigarrillo y boté el aire, para luego beber otro poco de café.

—Se me ha clavado desde el día en que la vi. Sentía el deber de sacarla del camino por entrometerse y hacerle daño a mi madre, pero cada día que pasaba sentía enormes ganas de disfrutar de sus labios, de… —Me reí con tristeza—. No puedo hacerlo, creí que venía a dañarnos, pero ella… ella es incapaz, ella… no… —Apreté los labios—. Solo quiero protegerla.

—¿Quieres proteger a tu amante de pasatiempo?

—No le digas así.

Sonrió de esa manera sincera que tanto me llenaba de mensajes.

—Quería comprobarlo. Sé que no es así, que por alguna razón ella no es eso en tu vida.

—No puedo sacarla de mi cabeza, no puedo siquiera estar un segundo sin pensar en ella. Esta mañana he estado tan feliz de verla a mi lado, Rachel, pero, sobre todo, de verla sonreír—. Acomodé mi mandíbula y volví a fumar—. Nunca había sentido esto y precisamente… es…

—La última mujer que tu padre amó —me interrumpió.

Ese mismo pensamiento era el que más cruzaba mi cabeza y ya estaba harto de siquiera pensarlo. Sí, fue la última mujer que mi padre amó y… probablemente el último hombre que Isabella había amado. Aquello me volvía la vida una mierda.

—Me importa un carajo, la quiero mía —espeté—. Sé que padre era un hombre intachable y que si la eligió como su esposa es porque… —Bufé—. Rachel, no puedo dudar porqué padre la amó, no puedo siquiera culparla, aunque quisiera sería un ruin. Y a veces quiero alejarme de ella, decirle que es una joven… que apenas sabe en lo que se ha metido porque yo no soy un hombre adecuado para ella… Que se aleje, que es peligroso, que a mi alrededor está mi madre… ¡Que no soy bueno para ella! ¡Carajo! ¡Porque esta mierda está revolviéndome la puta cabeza!

—Hey, sht —me hizo callar, tocándome con mucho cuidado la espalda—. ¡Deja ya de pensar, maldita sea! ¡Has estado pensando toda tu maldita vida desde que tu familia consumió tu ser! Tu padre era un hombre ideal, pero tenía defectos, ¡no eres perfecto y él tampoco lo era! Pero Carlisle sentía, solo sigue ese sentir, deja de bloquearte, de insistir en mantener a tu madre en paz para que no…

—Sabes a lo que le temo.

Tragó.

—Y yo temo que esta vez te veas obligado a hacer nuevamente algo que no quieres, solo porque…

—¿Qué? —pregunté, dándole una última calada a mi cigarrillo.

—Solo por el temor que te produce tu madre. Sabes perfectamente que tu padre ya no la amaba, esa venganza estúpida es solo porque perdió su estatus, y a ti te quiso solo por…

—Rachel —espeté.

—Sabes porqué.

Cerré los ojos con fuerza.

—No vuelvas a limitarte, Edward, sé que has tenido amantes como cualquiera, yo también, pero… ella…

—No, Isabella…

—Fluye, Edward, llevas el arte en ti, no dejes que te lo sigan apagando —me susurró al oído.

Me giré y apagué el cigarrillo.

—¿Por qué lo dices ahora?

—Porque algo tiene ella que simplemente me hace querer conocerla. No me preocupa, ¿sabes? Sé que a tu madre no le gusto, y te juro que esos ojos brillantes que vi esta mañana y saber que era ella la causante de ello, me hizo decidirme a decirte que te blindaré, porque estoy harta de ver a un Edward escondido en una cáscara tan rota —musitó.

Me giré y la vi emocionada.

—No voy a juzgar, solo deja que todo fluya —me pidió—. Sé que ella es más joven que nosotros y que no ha venido a hacer daño.

—Me llevará al calvario.

—¿Y qué importa?

—Rachel, tú…

—Lo sé, soy libre desde que dejé a un lado las pretensiones de mi familia. No dejes que te condenen, por favor —insistió.

Sonreí con pesar al escucharla.

—Sí estoy condenado, de hecho, ya asumí que lo estoy.

Bajó los hombros con tristeza.

—Pero por ella.

Pestañeó.

—Necesito pensar, Rachel, además, debo ir al Capitolio mañana —dije, terminándome el café—. Aprovecharé esta noche con mi hijo.

Ella asintió y se quedó en el balcón, mientras yo intentaba respirar hondo para cambiarme de ropa y quitar el olor del tabaco y la nicotina.

En el momento en que planeaba desconectarme de todo, recibí una llamada de Madre. Aquello me paralizó.

—Madre, buenos días —dije.

—Cariño, qué bueno escuchar tu voz. ¡Estoy en casa! Me encantaría que vinieras, quiero verte, he llamado a Alice también. ¿Puedes?

El tono de su voz siempre era calmo, pero con una sutil rasgo de dominancia. A veces simplemente me hacía sentir que estaba loco por pensar así.

—Madre…

—¿No planeas ver a tu madre? Solo tengo los viajes como terapia y ahora que estoy en la ciudad…

Puse los ojos en blanco e intenté no escucharla más para decir:

—Sí, iré. Alice… Mejor evitemos más discusiones. ¿Qué ha sucedido con Rosalie?

Esa manera de invisibilizar su existencia…

—Rosalie… Sí, vendrá, aunque ha hecho cosas que no son correctas, ¡ha salido en los medios!

—¿De qué hablas, Madre?

—Es una reunión familiar para hablar de ello. Ven, he pedido que hagan bocadillos.

Cortó y yo me mantuve en blanco, intentando pensar en mis hermanas, asustado y a la vez inquieto.

Llamé rápidamente a Rosalie, pero no respondió; Alice tampoco.

Bufé, le pedí a Anna que cuidara un momento más a Demian y le prometí que a la vuelta veríamos una película.

No me gustaba que Madre tuviera cerca a mi hijo ni que él tuviera algún acercamiento… Era… algo que no podía tolerar.

Cuando llegué a casa, volví a los recuerdos más inquietos y me aferré al volante con fuerza. Miré mis guantes y recordé que estos eran los que ocupaba cuando mis favoritos se encontraban en el lavado…

Isabella ahora era dueña de ellos.

Tragué.

Al entrar, recibí rápidamente el saludo de la ama de llaves y el mayordomo, quien antes era Serafín, los ojos de mi padre.

—¿Edward? —exclamó Madre.

Sentí sus tacones y tan pronto como me vio, me abrazó, acariciándome los cabellos. Me mantuve quieto en mi lugar, reacio.

—¿Ha ido todo bien?

—Vengo de pasada, Madre, tengo que ir al Capitolio a buena hora de mañana.

—Oh, pero Edward…

—Es importante, haré mis negocios con los demás.

Sonrió.

—Eres un excelente senador, siempre a la espera de hacer lo mejor por tu familia.

Aquellas palabras… Por la familia. Las odiaba. Antes lo tomaba como las palabras seguidas de mi madre, su mantra para mí, pero ahora solo… me desgastaban y desagradaban. Y entonces comparé lo que Isabella me dijo.

Tragué y me alejé.

—¿Dónde está Rosalie? —inquirí.

Suspiró.

—En la sala, está ordenando algunos papeles para otro viaje. Mi terapeuta me pidió que recorriera algún lugar adecuado, ya sabes.

—¿Te ha vuelto a dar medicación?

No respondió.

—Madre, te he pedido que cambies de médico. Sabes que su reputación…

—¡Es mi gran amigo!

—No es psiquiatra, es ginecólogo.

—Pero sabe lo que necesito.

—Sabes que el Prosom(1)…

—Basta, Edward, tu madre necesita que la apoyes, no que te conviertas en mi padre —insistió, usando su mirada peligrosa sobre mí.

Tragué.

—¿Has vuelto a beber?

Se dio la vuelta con la mirada serena, pero la mandíbula tensa.

—Eres mi hijo, no tienes ningún derecho a seguir analizando qué hago o no con mi vida. ¿Has entendido?

Suspiré.

—¿A dónde irás? —inquirí.

—Al Caribe. He invitado a algunos amigos. Los Denali han sido los primeros en aceptar acompañarme, pero sus hijas se quedarán aquí, tú sabes para qué—. Me guiñó un ojo.

—¿"Sabes para qué"? No lo entiendo, madre.

—Quiero que mantengan todo bajo control. Las inútiles de mis hijas no son capaces de hacerse cargo de todo, ya sabes que siempre estuvieron del lado de su padre —se manifestó, muy molesta.

Apreté las manos al escucharla, pero no me atreví a contradecir, no quería ni estaba con las energías suficientes para una discusión con ella.

—Sabes que conmigo es suficiente, Madre…

—Pero la empresa quedará desprotegida mientras tus ojos están en el congreso, debes ser inteligente y enfocarte en ello, crear tus redes y todo ello—. Se acercó a la sala y cuando entré vi a Rosalie usando maquillaje; eso no solía hacerlo. Estaba digitando algo en la laptop cabeza gacha y con rapidez.

—Madre… Puedo encargarme de esto, no quiero que las Denali estén entrometidas en algo familiar.

—Son lo único que tenemos y han sido fieles a nosotros. No me contradigas, por favor, tienes una especialidad en ello —exclamó—. Rosalie, ¿has logrado la fecha exacta?

Ella asintió.

—Primera clase. Será un mes, ¿está bien, mamá? —Su voz era un hilillo tembloroso.

—Perfecto —respondió sin mirarla—. Iré a pedirle al ama de llaves que limpie un poco más esta porquería —dijo, mirando las fotografías colgadas en una zona especial que ella tenía; en todas ellas salían fotografías de mis hermanas—. Está todo tan sucio. Dame un segundo.

Cuando se hubo marchado, me acerqué rápidamente a Rosalie y le tomé la barbilla.

—¿Qué ocurre? —inquirió, de pronto muy ofuscada.

—¿Por qué llevas tanto maquillaje?

Tragó.

—Porque más tarde saldré con Royce.

—No logras mentirme, lo sabes bien.

—Estoy haciendo algo importante y no quiero hacer enojar a mamá.

—¿Importante? Son unos viajes de mierda. Te he dicho que por favor dejes de hacer esto. Puedes venirte a mi departamento, Rose.

Tragó.

—Es que…

—Es que nada.

Se quedó contemplando mi expresión.

—Madre supo que yo… hice eso hace poco…

—¿Qué te ha hecho?

Negó.

—Rose.

—Edward, no quiero hablar de eso.

Fruncí el ceño y apreté mis puños.

—Sabes que siempre voy a defenderte, por eso estoy aquí, siempre.

—No quiero que te haga daño, Edward, y es mamá, lo hace por nuestro bien.

Me contuve y me alejé.

—Cariño —escuché que decía, volviendo a la sala—. Te encantará la cena.

—No me quedaré a cenar.

—Pero…

—Debo cuidar de Demian, me iré y no quiero perderme más tiempo con él, que ya es escaso.

Apretó los labios y elevó el mentón, para luego asentir.

—Está bien. Quería que comieras especialmente conmigo porque necesito que hablemos de nuestros planes con urgencia.

Volví a tragar.

—Puedes decirme ahora —insistí.

Se quedó pensando un momento y asintió.

—Vamos al estudio.

Le di una última mirada a Rosalie y luego la seguí, apretando mis manos con fuerza.

Una vez que entré al lugar, recordé tanto a padre que tuve que aferrarme a la silla. Eran demasiados sentimientos encontrados.

Mi madre se paseó por el lugar con cierto desdén y luego se apoyó en el filo del escritorio.

—¿Cómo van las cosas? He visto muchos ataques a esa mujer…

—Isabella Swan —murmuré.

—Ella —dijo, con más desdén—. No le deseo el mal, pero… —Se encogió de hombros—. Es una lástima que eso ocurra en la fundación. ¿Tú vas a seguir ahí? Es una pérdida de tiempo, todas esas ideas de Carlisle… ¡Y con ella al mando! —gruñó, para luego comenzar a llorar de forma desgarradora—. Siempre soy el hazmerreír. Nunca pensé que era tan poca cosa para tu padre, a veces quisiera morir ante todo lo que dicen.

—Madre —supliqué, cansado de escuchar lo mismo de siempre.

Sus ojos relucían de desesperación.

—¿Qué haremos con ella?

Tragué por enésima vez.

—Tenemos que sacarla de nuestro imperio, por el valor a la familia y por el valor de tu madre —dijo, acercándose a mí.

Mi respiración estaba acelerada.

—Siempre me has respetado y has sido el mejor hijo que podría tener —susurró, acariciándome las mejillas, algo que no soportaba ni siquiera viniendo de ella, solo de…

Respiré hondo e intenté actuar con naturalidad.

—Y sé que me ayudarás a destruir a Isabella Swan.

Me quedé de piedra por un segundo, pero entonces sonreí con todas las fuerzas que me quedaban.

—Claro, Madre. Lo que tú quieras.

Sonrió.

—¿Tienes alguna idea?

—Muchas en mente —mentí—. Dame un poco de tiempo, la sacaremos de nuestro imperio y tú… —Respiré hondo—. Tú tendrás lo que mereces.

Sus ojos se tornaron brillantes de alivio y me bendijo con su pulgar, para entonces suspirar.

—Es bueno que te vayas, no quiero quitarte más tiempo.

—Ha sido un gusto verte, Madre —mentí.

.

Despedirme de mi hijo era algo que siempre dolía, en especial ahora, que necesitaba distanciarme de él por varios días. El viaje duró menos de lo que imaginé y la distancia con Demian no era lo único que me estaba martirizando, de hecho, era un sentimiento que se había hecho rutinario y del que estaba ya acostumbrado a que revolviera mi cabeza. Ahora, Isabella se había sumado a esa extraña sensación de necesidad y de nostalgia. Entonces pensé en Rachel y todas sus palabras.

Los días en el Capitolio fueron de intenso trabajo y discusiones, era momento de combatir distintos tópicos importantes. Entre ellos el inicio de la aprobación de mi proyecto de ley a favor de regularizar las distintas falencias en la adopción, algo que decidí hacer por mi hijo, por las enseñanzas de mi padre y… por mí.

Las sesiones estaban martirizándome y cada vez que me encontraba con Adam Jefferson mi odio aumentaba a niveles desproporcionados. Sus preocupaciones por mantener a la policía lejos de las protestas, con lo cual sí estaba de acuerdo, pero sin encontrar una manera adecuada de solucionar el asunto y dar con el principal objetivo, me iba a volver loco. Era un imbécil bueno para nada… Un imbécil bueno para nada que padre adoraba con todo su ser.

Siempre odié a Adam Jefferson, odié que se decidiera por la política al ver a mi padre, al sentir el orgullo que yo mismo sentía desde que nací. Odiaba con fervor que siquiera quisiera seguir sus pasos y que mi padre haya influenciado en sus ideas, que sea querido por parte de la comunidad del distrito y que sus ideas fueran radicales, tal como las mías, a la hora de defender lo que necesitábamos mejorar. Y lo odiaba, lo odiaba tanto porque… siempre creí que padre veía en él una manera de mantener su legado, dejándome a un lado.

—Se hace receso —exclamó la vicepresidenta del senado, evidentemente agotada.

Me levanté del asiento cabeza gacha y evadí a Adam Jefferson, quien planeaba saludarme.

—Hey —dijo, haciéndome parar—. ¿Qué ocurre contigo?

—¿Te parece poco votar en contra de legislar de inmediato por el problema principal?

Rio.

—Debemos quitar a la policía.

—¡Eso no acabará con el problema de fondo!

—Pero tendrá a menos adolescentes heridos.

Bufé.

—Habrá más adolescentes heridos la próxima semana, cuando los republicanos sigan defendiendo la potestad de la policía en otra manifestación importante —gruñí.

—Tienes varios proyectos puestos a la espera de aprobación, ¿qué esperas? ¿Qué nos dediquemos a ti en todas las sesiones?

—¡Si eso es lo que piensas entonces sí! Mientras tú buscas mantener a la policía tranquila y hacer oídos sordos respecto a las adopciones irregulares que se vienen realizando desde hace años de manera escondida, incluyendo a mujeres jóvenes que son atrapadas por ser inmigrantes ilegales y sus hijos son vendidos a tus amigos de la élite; yo intento seguir el legado de mi padre, quien buscaba mejorar ese maldito submundo, ¿sabes por qué? —espeté, más cerca de él.

Adam tragó.

Me callé de inmediato, ese secreto no podía saberlo nadie.

Me alejé a paso lento, tomando mi saco para poder apretar algo que no fuera su cuello.

Sentía que esto se lo debía a papá. Pasó toda su vida buscando a sus verdaderos padres, a quienes les fue arrebatado como si fuera una compra fácil. Sí, gracias a esa compra mi padre había podido tener una educación de gran calidad y había llegado a tener todo para convertirse en un hombre idóneo para llegar al máximo poder de un país, pero cuando supo la realidad de ser un Cullen, nunca pudo superarlo e hizo todo lo posible por dar con quienes fueron sus verdaderos padres y ayudarlos.

Nunca tuvo éxito.

Me acerqué a la cafetería y pedí un americano con urgencia. No quise sentarme, preferí bebérmelo de pie mientras miraba hacia el horizonte.

—Edward, qué alegría verte —dijo la serena y meticulosa voz del primogénito de los Denali, el senador Jonathan.

Me giré y lo contemplé. Como siempre, vestía un traje ajustado de colores burdeos que combinaba con su cabello rubio y sus ojos celestes y fríos.

—Jonathan —murmuré, sin darle mucha importancia.

—Veo que necesitas un apoyo extra para tus proyectos, siempre hemos trabajado bien juntos —me recordó con una sonrisa.

Suspiré.

¿Cómo olvidarlo?

Los Denali y mi madre siempre habían tenido una especial relación, una que había acarreado a mi realidad sin darme cuenta de ello. Claro, el haberme revolcado con las hijas era solo culpa mía, pero, si era sincero, comenzaba a sentir un fuerte arrepentimiento desde hacía mucho, y que se acrecentó desde que vi a Isabella.

Ante ese acercamiento de mi madre con los Denali, uno que mi padre solía no aprobar del todo y siempre resultaba reacio de la manera más educada y poco expresiva posible, nacieron lazos políticos que me sirvieron bastante, a decir verdad, pero servían para los corruptos y aquellos a los que no solía importarles mucho su lugar en el Capitolio. Yo fui de aquellos y hablar de pasado era ser un maldito hipócrita. Los lazos en la política eran sucios, crueles y denigrantes para la población, porque en gran parte solo eran movidos por las ansias de poder, de ser el centro de atención y generar la mayor cantidad de movimientos que hagan de tu poder único e inigualable. Sí, el mío era irrepetible y por eso y más los Denali estaban ansiosos por cada uno de los lazos que podía generar, en especial ahora, que tenía una debilidad enfermiza por los proyectos que precisamente beneficiarían a gran parte de los niños y adolescentes, así como a madres jóvenes e inmigrantes.

—Has estado atento, como siempre —respondí.

Se encogió de hombros y puso las palmas en un gesto de paz.

—No puedes culparme, son varios años de ello.

Suspiré.

—¿Me acompañas un momento? —insistió.

Lo seguí mientras pensaba constantemente en Bella, no entendía porqué, pero ahí estaba rondando mi cabeza a cada segundo.

Nos acomodamos en un lugar oculto, sentados sobre un acolchado sofá y una mesa de madera tremendamente costosa.

—Ya sabes cómo son las cosas. Puedo conseguir los votos necesarios para auspiciar tu proyecto —recalcó Jonathan, sin darle mayores vueltas al asunto.

Me apoyé en la mesa y entrelacé mis dedos, pensando en lo que me estaba diciendo.

—Quizá ya tendrás la mayoría, pero puedo acelerar las cosas, ya sabes.

—¿Qué necesitas?

Suspiró.

—Que me facilites tu contacto para llevar los bienes importantes a la isla (2).

Carraspeé, comprendiéndolo.

—¿De alguna empresa importante? —inquirí.

—Más de lo que imaginas, pero no tenemos que dar explicaciones, ¿no es así?

Entrecerré los ojos y como cada vez que nos encontrábamos, nos comunicábamos con gestos, sabiendo que los dos estábamos construidos en mierda.

Pero entonces, algo cambió en mí y lo supe cuando recordé las palabras de Isabella.

Estoy muy orgullosa de ti…

Tragué.

Eres el senador que todos merecemos…

Boté el aire.

—¿Crees que voy a ceder a tus requerimientos por facilitarte los paraísos fiscales? —inquirí.

El rostro de Jonathan cambió radicalmente.

—Ya no estoy dentro de esos caminos —musité, terminando de tomarme el café—. Creo que esta vez encontré una razón adecuada para que la gente a la que represento se sienta orgullosa del senador al que han elegido.

Me levanté.

—Viejo… ¿Estás hablando en serio?

Palpé su hombro y le susurré al oído.

—No somos amigos, ten eso claro. Estoy fuera de esto. Busca la manera de entrar a la isla, yo estoy fuera. Haré las cosas como corresponde, es mi proyecto y me importa más de lo que imaginas.

No me detuve a darme la vuelta y ver si seguía mis pasos, simplemente caminé y suspiré, satisfecho de hacer lo correcto, porque había una persona que estaba orgullosa de mi lugar en el senado, y esa era Isabella Swan.

.

Isabella POV

Me quedé estática en mi posición y sentí que mi columna vibró de frío. Estaba asombrada con la dirección de sus palabras.

Intenté formular una respuesta coherente, pero parecía que mi cerebro estaba en blanco o había escapado de mi cabeza.

—Bella, por favor, necesito que me digas algo al respecto —insistió Alice.

Me senté en el sofá de un solo movimiento y me quedé mirándome las zapatillas, sin saber cómo proseguir, cómo…

Apreté los ojos cuando sentí que se sentó a mi lado y me tomó la mano, como si quisiera acompañarme. Debía tener una expresión difícil de explicar.

—Alice —susurré, mirándola con los ojos llorosos.

—Bella, de verdad puedes confiar en mí, no quiero hacerte daño.

Y cuando dijo eso lloré, exploté en ese llanto inaguantable y que me impedía la respiración. Ella tenía los ojos brillantes y arqueó las cejas al instante, me sobaba la espalda y me corría el cabello con suavidad.

—Carlisle era como un padre para mí —dije con todo el aliento que pude retener.

Alice sonrió con tristeza.

—¿Por qué hizo esto? Bella… casarte con él…

—Necesito encontrar a mi hija y esta es la única forma —solté, tomando su mano con fuerza.

Tragó y una lágrima cayó por su rostro.

—Ahora lo entiendo todo. Tú… Papá siempre fue un hombre tradicional, enamorarse de una mujer tan pequeña, tan joven, tan… Era como ver a una de sus hijas —murmuró.

—Era la única manera que tenía de darme poder y encontrar a mi pequeña.

Se tapó la boca y lloró conmigo.

—La perdí cuando la di a luz junto a su hermana… que murió en el parto.

—Bella, por Dios, ¿cómo guardas esto? Dios… Dios mío —repetía, llevándose la mano libre al pecho—. Papá… Claro que quería ayudarte, claro que quería dejar a mi madre lejos de todo lo que él había logrado… con el fin de ayudar a una mujer joven que necesitaba de él.

—Tu padre era un hombre ejemplar. Jamás tocó un pelo de mí, fue un acuerdo, su cáncer estaba avanzado, es cierto, quería dejar todo listo, pero no pensé que moriría tan pronto —musité.

Suspiró de una manera muy honda.

—Ni yo. Desde entonces siento que… si no fuera por Edward o mi sobrino, estaría sola.

Me limpié las lágrimas y nos miramos a los ojos por un largo rato.

—Yo solo tengo a Serafín y a Jasper, pero… no puedo hablar de lo que me ahoga el pecho, lo que…

—De mi hermano, ¿no?

Me quedé boquiabierta y ahí simplemente me quedé estupefacta.

—Bella… Nunca te juzgaré, así sea mi hermano.

Tragué nuevamente.

—Sé que algo sucede, él… nunca había tenido esa mirada con ninguna mujer que haya conocido.

—¿Qué mirada?

Sonrió.

—Una mirada brillante y… apasionada.

—Ay, Alice…

Me abrazó con mucha fuerza y puso su rostro en mi hombro.

—Conmigo nunca estarás sola, Bella, menos si… mi hermano tiene esa mirada cada vez que te ve.

—No es mi propósito…

—Tu propósito no ha cambiado, Bella, tu pequeña está esperándote, pero eso no quiere decir que no puedas disfrutar de tu juventud.

—Tu hermano no es…

—Bella, no lo juzgues, te lo suplico.

Nos separamos y nos apretamos las manos.

—Quiero ser tu amiga —añadió ella—. Y no te haré daño. Papá te adoraba y él solo puede adorar a una chica como tú.

—¿Como yo?

—Madre siempre intentó inculcarnos que tú eras una mujer capaz de hacernos el peor daño posible, pero… ella es la única que nos ha hecho eso, por eso papá nunca la amó —dijo con amargura.

—Alice —la llamé—. Tienes una amiga en mí, solo por favor… no le digas a nadie, menos a Edward.

Sus ojos se abrieron aún más al escuchar lo último.

—Aún no puedo, aún… me es muy difícil que él lo sepa.

Esta vez ella tragó.

—No romperé tu confianza. Lo prometo.

—Solo dime… ¿Cómo lo supiste? Lo de tu padre y yo.

Se mordió el labio inferior, muy nerviosa.

—Fui con Demian a recordar la antigua oficina de su abuelo. En realidad, yo solo quería sacar mi nostalgia y con mi sobrino no suelo llorar, o lo asustaría—. Se encogió de hombros—. Así que simplemente recordamos, le hice ver lo que era de su abuelo y cómo lo quería cuando llegó a su vida… Y entonces encontré sus antiguas reliquias de mitología y sonreí, hojeamos los libros y algo cayó de entre ellos.

—¿Qué cayó? —pregunté.

—Su diario.

Levanté mis cejas.

—No me atreví a mirar más, porque es su privacidad, pero cuando lo levanté el diario estaba abierto y había escrito que en ti veía a una hermosa pequeña que amaba como a su hija y que haría todo por ayudarte, incluso si eso… rompía su imagen intachable ante todos, incluidos sus hijos.

Mis ojos se tornaron acuosos otra vez.

—Pero necesitaba saberlo de tu boca.

—Alice, lo siento, por mentirte.

Suspiró.

—No tienes que sentirlo, te entiendo perfectamente y ahora todo tiene más sentido para mí. Papá… siempre buscaba lo mejor para sus hijos y tú eras una más para él —susurró—. Y entiendo que mi hermano tenga tantos impedimentos ante lo que veo en sus ojos cuando está frente a ti.

Tragué y me levanté del sofá, sin saber cómo responder.

—Estuviste con él, ¿no?

Me giré a mirarla.

—Anoche.

—Alice, no sé cómo…

—Solo lo deduzco, por tu mirada.

Endurecí mi mandíbula para no ponerme a llorar otra vez.

—No fue en su departamento, eso está claro. Fue ahí, en esa casa.

Asentí con lentitud.

Se levantó junto a mí y me abrazó nuevamente.

—Por favor, no me veas como una Cullen, al menos, no como mi madre quiere que lo seamos. Yo… Odio lo que significa mi familia, no quiero dañarte, quiero acompañarte. En mí verás a una amiga que jamás te juzgará, tenlo por seguro —afirmó.

Suspiré de paz y la abracé, encontrando en ella un apoyo que antes no sentía y que me martirizaba. En Alice tenía una amiga y eso me hacía sentir menos sola.

—Gracias, Alice, no creí que necesitara tus palabras hasta ahora —susurré.

—Y yo las tuyas, Bella. Por favor, si necesitas algo, dime, ¿sí?

Asentí y nos dimos un último abrazo.

Cuando acabó yéndose, cerré la puerta detrás de mí y me aferré a ella por algunos minutos, intentando internalizar cada situación que había pasado hacía solo segundos.

Y a pesar de todo, sentí que una carga se había ido de mi espalda por primera vez desde que mi vida había cambiado radicalmente.

De pronto, sentí los pasos de Serafín, quien se acercó a paso lento.

—¿Está todo bien con la señorita Cullen? —preguntó, muy preocupado.

—Todo bien, Serafín.

Suspiró.

—Señorita, no sé qué decir, cómo pedirle perdón por haber dado un dato erróneo. Busqué los nacimientos de pequeños sin inscribir por padres, cada uno y… creí que ahí podría estar ella…

—Voy a encontrarla, te lo juro, voy a encontrarla. No me pidas perdón, yo… sé que será difícil y que quizá pasen años, pero sé que mi pequeña está viva y que tarde o temprano la tendré en mis brazos… y sabré dónde enterraron a mi otra bebé.

—Estaré en cada paso con usted —afirmó con los ojos llorosos—, así sea dar mi vida por usted.

—Oh, Serafín —susurré, abrazándolo.

Él me recibió con mucha añoranza y vi su expresión en el espejo que había a un lado, pegado a la pared. Lloraba, lo hacía de verdad, porque era un hombre tremendamente leal.

.

Las semanas habían transcurrido de manera lenta. Todo era muy tortuoso. Cada semana miraba el calendario y sentía una inmensa necesidad por llamar a Edward, pero también era orgullosa y no quería ser la primera en dar ese paso, sabiendo que mi corazón y mi cerebro estaban en una lucha constante después de todo lo que concluí en la ducha. Pero, por Dios, cada día que pasaba y no lo veía era… agobiante, desesperante y…

—Hola, Bella —saludó Jasper, entrando con cuidado a la oficina.

Sonreí.

—¡Jass! —exclamé.

Se sentó frente a mí con su característico buen humor.

—Gracias al dinero del sueldo he podido llevar a mi hija a más controles de salud. ¡Es increíble! —dijo, muy contento.

—Me siento muy feliz de que sea así —respondí—. ¿Qué tal la visita al cardiólogo?

Suspiró.

—Perfecta. Podré pagar la operación de su corazón, solo… ya sabes, me preocupa lo que pueda suceder.

—¿Él hará la cirugía?

Negó.

—Tengo que encontrar un cirujano adecuado, es una operación compleja y… —Se echó hacia atrás en la silla, rascándose la nuca—. Solo quiero agradecerte por darme la oportunidad de tener este trabajo. Pasé de ser un simple cocinero de comida rápida a ser el asistente de la presidente de esta compañía y la colaboradora de una gran fundación. Sin ti, estaría devastado, sin saber cómo conseguir el dinero para operar a mi hija.

Le tomé las manos para que me mirara.

—Primero, no eras un simple cocinero, recuerda bien que todos hacemos lo mejor y no somos simples, somos guerreros de la vida, buscamos mejorar, buscamos… ayudar a quienes amamos —susurré—. Nunca uses la palabra simple para un trabajo, porque no los hay. Me siento feliz de poder ayudarte, pero por sobre todas las cosas, tenerte conmigo. Haremos lo posible por dar con el mejor cardiólogo capaz de operarla y eso será pronto, te lo aseguro, y si necesitas más dinero, yo puedo…

—Bella, sabes que yo no…

—No tiene discusión, voy a ayudarte, es tu pequeña y yo ya la quiero como a mi sobrina.

Sonrió.

—Gracias por todo, Bella. Ahora, creo que debo volver a trabajar o me acusarán de tener ventajas frente al resto.

Me reí.

—Las tienes. Eres mi mejor amigo.

Él ya se iba y por consiguiente, me puse a mirar el calendario, pensando en cuándo volvería Edward Cullen.

—Bella, ¿estás bien? —inquirió Jasper.

No era la primera vez que me lo preguntaba durante todos estos días.

—Sí, claro.

Apretó los labios y asintió, para luego cerrar la puerta.

.

Cuando llegué a casa, Serafín me esperaba con un té caliente y me preguntó si quería algo para comer, pero por alguna extraña razón, me sentía tan inquieta por la forma en que añoraba ver a Edward que preferí negarme a ello, pues el hambre se me había ido.

—Señorita, ya se acerca el fin de semana, pero no quiero abandonarla por esta vez…

—Tienes que ir a tus días de descanso, no podría perdonarte que no lo hicieras.

Suspiró.

—¿Está segura? Usted sabe que puede encontrarme en mi departamento.

—Lo sé, de hecho, quiero que te des este jueves. Nos volveremos a ver el lunes.

Se sorprendió.

—¿De verdad?

—Has trabajado demasiado. Mereces un descanso. Ante cualquier eventualidad te llamaré, ¿de acuerdo?

Suspiró y asintió con media reverencia.

—Estoy a su servicio, mi señorita. Gracias.

—Descansa, Serafín, lo mereces.

Cuando estuve en soledad, me acerqué a mi cuarto y saqué los guantes que Edward me había regalado. Los tenía escondidos debajo de mi almohada, como si eso me mantuviera cerca de él… y cada vez que veía que lo hacía, me recordaba las mismas palabras que me dije aquel momento en la ducha. Aun así, era débil y tocaba los guantes, imaginándolo a él con ellos puestos. Esta vez los olí, cerrando mis ojos mientras disfrutaba del distintivo aroma de su perfume y del cuero.

«Son mis guantes favoritos», recordé.

Suspiré y bajé los hombros.

De pronto, escuché el sonido de mi teléfono y de inmediato respondí, sin mirar a la pantalla, imaginando que se trataba de Serafín o Jasper. Cuando escuché su voz, mi cuerpo se estremeció en toda su entereza.

—Bella —dijo él con mucha suavidad.

Respiré hondo.

—Edward —susurré.

Hubo una pequeña pausa.

—Te llamaba porque quería saber si Serafín estaba en tu departamento —comentó.

Me quedé con la boca medio abierta y cerré los ojos.

—No, Serafín no está aquí, le he dado días libres. Si quieres… puedo darte su número para que lo llames.

—Descuida, lo llamaré. Gracias, Bella.

Cuando cortó, sin darme siquiera oportunidad de despedirme, sentí que se me hundía el pecho de desilusión y decepción.

—Vaya —susurré, dejando a un lado los guantes y escondiendo el móvil para no tener que verlo.

Se me ennudeció la garganta, estaba perpleja de que me hablase de esa manera.

—Demasiadas ilusiones —dije con una sonrisa agria.

¿Cuándo iba a entenderlo si yo misma estaba consciente de ello? ¡No debía ilusionarme! No era como los hombres que encontraría a mi edad, no se acercaba siquiera a cualquiera que hubiera conocido…

Dejé de pensar cuando tocaron el timbre. Fruncí el ceño al instante y me cerré la bata, ocultando mi pijama de franela con osos, el que me gustaba usar cuando quería sentirme… normal. Caminé hasta la puerta, inquieta ante quién podía haber entrado con tanta facilidad al edificio.

Se me cayó el estómago a los pies y subió de nuevo hasta mi boca.

Jadeé.

—Edward —musité, perpleja ante su imagen delante de mí.

Vestía como siempre, elegante y soberbio, completamente de negro, salvo que en una de sus manos enguantadas llevaba dos bolsas de McDonald's y en la otra una bandeja con refrescos y helados.

—Pensé en ti todos estos malditos días, Bella.

Tragué a medida que el nudo afloraba de una manera incontenible.

—Yo también —mascullé, apenas siendo capaz de respirar.

Me miró de pies a cabeza y sonrió.

—Te ves adorable —dijo.

No supe cómo responder, de pronto no tenía aliento.

—Quería sorprenderte. ¿Te parece bien comer una hamburguesa un jueves por la noche? Imaginé que te gustaría el helado.

Cerré la puerta y le di la vuelta. Edward puso todo en la mesa, a un lado del vestíbulo y enseguida me contempló con sus ojos brillantes y verdes como preciosas esmeraldas.

—Comería cualquier cosa contigo —musité—. Pero que sea esto, es aún mejor.

Acaricié su pecho y él me subió a sus brazos, para luego abrazarme y besarme con desesperación, la misma que yo compartía y sentía acrecentada cada día que estábamos lejos.


1) Prosom: ansiolítico potente de fuerte accion hipnótica y adictiva

2) Hace alusión al uso de islas para lavar dinero, como las Islas Canarias

Buenas tardes, les traigo un fuerte capítulo que trae un mundo abierto de sentimientos que comenzará a expandirse de una manera imposible de controlar. ¿Qué creen que ocurra ahora? Porque el romance más intenso de su vida está por ocurrir. Lamento haberme demorado, pero necesitaba unos días para mí y ahora estoy de vuelta con muchas novedades en esta historia. ¡Cuéntenme que les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

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