Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía
Recomiendo: Fading Through - Wafia (Feat. Vancouver Sleep Clinic)
Capítulo 31:
Obra de arte
"Me ahogo en los océanos que nos mantienen separados
(...) Sus voces me llaman
Al abrigo de tu piel
Oh, me estoy desvaneciendo
(...) ¿Y no ves que fue todo para ti?
(...) Subiría los tejados para alcanzar la luna
Un rastro que se desvanece de ti
(...) ¿Puedo hacer esto de nuevo?
(...) El cuerpo se convierte en polvo
Pero no puedo perderte."
Sus labios eran tersos, maravillosos y llenos, su sabor era mi favorito y sus manos a mi alrededor, un refugio incomparable.
Nuestro beso ahondó en la pasión, pero también algo más que no quise nombrar, algo que me aterraba. Solo cerré los ojos y seguí disfrutando mientras hundía mis dedos en el cabello de su nuca.
—Necesitaba asegurarme que estaríamos a solas —masculló cuando nos separamos, manteniendo las puntas de nuestras narices rozándose.
—¿Por qué te gusta jugar conmigo? —inquirí.
—La sorpresa era más importante.
—Creí que de verdad…
—No, quería verte.
El corazón se me volvió a apretar.
—Yo también—. Jadeé.
Me tomó desde la mandíbula y me olió el cuello, pasando por mis hombros y mi esternón, abriendo un poco mi pijama.
—Este olor… Lo extrañaba tanto.
Me aferré a su cuello y volví a cerrar los ojos.
Yo extrañaba todo de él.
—En realidad, tenerte frente a mí —añadió.
No lo soporté y ahuequé mis manos en sus mejillas, sintiendo la barba de dos días entre mis dedos.
—¿Se acabó? —inquirí.
Suspiró.
—Gracias al cielo se acabó, al menos hasta la próxima necesidad de una reunión en el Capitolio.
Bajé mis manos por su cuello, temiendo tensarlo, pero estaba cada vez más relajado y eso me ponía tan feliz.
—Imaginé que tendrías hambre —susurró.
Me reí.
—Es hora de cenar, ¿no crees?
También sonrió y de improviso me acarició la mejilla, con esa mano enguantada que aguardaba tantas cosas.
—Sé que te gusta la comida rápida.
—Hey, solo… me hace sentir como si estuviera en la universidad, teniendo los veinte años que quiero vivir —aseguré.
—¿Qué dirías si quiero hacerte sentir eso?
Tragué.
—Que no podría creérmelo viniendo de ti, del ser oscuro que tanto hemos planteado.
—A veces… podemos tener matices —musitó—. ¿Quieres cenar una buena hamburguesa perfectamente hecha con grandes lujos y extraños ingredientes que tapan arterias?
Me mordí el labio inferior y asentí.
—¿Me harás recordar quién soy?
—Lo intento, aún eres muy joven y sé… que buscas ser la mujer normal que sientes que eres.
—¿Qué siento que soy?
—No eres normal.
Abrí la boca y sonreí nuevamente.
—Creo que eres la mujer menos normal que he conocido alguna vez en mi vida… La normalidad en el ser humano es algo… aburrido. Verás, me habría gustado conocerte cuando tenía veinte años, tener tu edad, así habría dicho en plena universidad que tenía en frente la chica más atractiva ante mis ojos. Y no solo eso, Isabella, me inspiras tanto. Los… pocos años que estudié artes, yo…
—¿Artes? —inquirí, tremendamente conmovida.
Tragó.
—Sí.
—¿Quieres hablar de ello? Quiero imaginarte estudiando artes —susurré.
—Eso podemos hacerlo mientras disfrutamos de esas hamburguesas… El helado se derretirá.
Me reí.
—Lo siento. Vamos adentro.
Edward se veía menos tenso de estar dentro del apartamento que en su momento fue de su padre, quizá porque yo había rediseñado todo para que fuera lo más cercano a mis gustos y a lo que me habría gustado construir con mi propio esfuerzo. Un lugar cómodo, con mucha luz, muebles medianamente baratos y de segunda mano, pero sobre todo, donde existieran suculentas y flores que pudieran hacerme sentir en calma, en un… hogar. El anaranjado era el color natural de mi departamento, aunque sabía que cumpliendo mi cometido, me iría de aquí, porque no me pertenecía.
—Está tan cambiado —musitó, parando frente a la sala, en donde estaban mis sofás de color crema y la alfombra de dibujos, con la mesa de café de vidrio oscurecido y el arreglo de flores en el medio.
Todo era de segunda mano.
—Quería que se diferenciara de él —dije con franqueza.
Se dio la vuelta.
—Me gusta. Cuando lo veo, veo tu identidad.
Sonreí.
Fue hasta la cocina y dejó los helados en la nevera, mientras yo ponía un poco de mi música. Cuando comenzó el recorrido de la melodía suave del francés (1), me sentí relajada, viendo la espalda del hombre que me tenía…
Suspiré.
«Ojalá fuera más fácil».
—¿Quieres… venir a mi balcón? —inquirí, cerrándome la bata de una forma más celosa.
Edward se quitó la cazadora y los guantes, alterando todo de mí.
—Ponlos aquí —susurré, mostrándole el perchero blanco que compré en una tienda de antigüedades.
Una vez que los colgó, se acercó a mí a paso lento y deshizo el nudo de mi bata, contemplando mi pijama con mucha delicadeza.
—Te ves tan linda —dijo en voz baja—, tan… sencilla, tan tú, y a la vez me reafirmas que eres una mujer… capaz de darme vueltas la cabeza, más que nadie, más que… —Suspiró—. Vamos al balcón, quiero verlo.
—Solo si antes… —Jadeé, sin poder terminar las palabras.
Él me besó y esta vez cuidó de mis labios, los acarició con los suyos, marcando la forma de estos, saboreando el tacto, el sabor, las sensaciones implicadas y lo que provocaba dentro de nosotros. Cada articulación, respiro, jadeo y aliento, fueron partícipes de un baile sinigual que se mantenía en una melodía intrépida, pero también calma. Era una sensación maravillosa que había sigo agregada a mis más hermosos recuerdos, porque me estaba regalando el mejor beso de mi vida.
—¿Era lo que querías? —me preguntó cuando nos separamos.
Suspiré, queriendo restregarme en su pecho, pero sin hacerlo realmente.
—¿Tú?
Asintió.
Esta vez fui yo quien tomó su mano y salimos hasta el balcón, que tenía una terraza con enredaderas, algunas macetas con diferentes flores y suculentas preciosas que me hacían sentir mejor cuando mis noches estaban reflejadas en nostalgia y necesidad. Junto a todos esos hermosos colores había un sofá de mimbre y colchas anaranjadas junto a una mesa del mismo tipo.
Edward suspiró al salir, como si oliera a una ciudad distinta, pero lo cierto era que estábamos en el mismo Manhattan, solo que… mi mundo, el que yo quería, era radicalmente diferente al que él había vivido quizá toda su vida.
—Es un buen lugar para disfrutar —susurró.
Puso los refrescos con el conocido vaso de cartón y luego las bolsas con la comida sobre la mesa.
—Lo has decorado tú, ¿no es así?
—Sí.
—Es increíble—. Sonreía.
—¿Qué?
—La paz que me produce.
—¿De verdad?
—Tome asiento, señorita Swan.
Me reí y lo hice, acomodándome en el sofá de mimbre. Edward también lo hizo, esta vez cerca de mí.
—Este lugar me hace sentir normal —musité—. Solo… quisiera que esto fuera mío.
Edward me miró y contempló durante un largo periodo.
—¿No es tuyo ya?
Negué con media sonrisa ácida.
—Nada de esto lo compré con mi esfuerzo y con mi dinero, no es mío, quiero… crear un hogar cálido que haya nacido de mi sacrificio, el que mi padre me inculcó desde que nací.
—¿Querías ir a la universidad? —inquirió.
Asentí con el ceño fruncido, porque no haber podido dar un paso adelante en ese sentido me hacía sentir frustrada.
—Era lo que más soñaba, pero el destino… apenas me dio la posibilidad de terminar la preparatoria.
Cerró los ojos un segundo y suspiró.
—Imagino que debió ser difícil.
—Tu padre me dio la oportunidad de juntar un poco de dinero, pero las cosas no fueron como esperaba, la verdad, e incluso entonces veía muy difícil, de todas formas, seguir en ese camino —musité—. Solo quería ser una universitaria normal y ahora…
—¿Qué es una universitaria normal? —preguntó, interrumpiéndome con cuidado.
Nos miramos otra vez.
—Poder salir a beberme un café tranquila, leer libros y buscar información de lo que más me gusta, quedarme en casa escuchando mi música favorita, conocer chicos, reírme con mis amigos, no… —Apreté los labios—. No pensaba que a mi edad debía liderar una fundación y una compañía, solo quiero… solo quiero ser normal, Edward —gemí, sintiendo el cúmulo de lágrimas en mis ojos.
Estaba tan sensible y a la vez alterada de decirle algo que calaba tan dentro de mi corazón.
Edward tragó.
—Ser normal—. Sonreía con tristeza—. Es algo que también siempre quise y luché por intentar lograr, siendo todo en vano. Desde que nací fui… el hijo de un hombre que tenía un renombre y tuve que convivir con los vestigios de ser el hijo mayor de Carlisle, primero un intachable abogado, luego un doctor en economía y… un senador prolífero que pronto fue vicepresidente, hasta que logró el mayor logro en la comunidad política. Si te soy sincero, habría preferido vivir una vida normal, en donde mis sueños se hubieran cumplido.
—¿No puedes hacerlo?
Sonrió y luego frunció el ceño.
—Cómo quisiera, cómo… —Suspiró—. No quiero que mi hijo viva los estigmas que yo viví, pero no sé cómo desatarme.
—Lo entiendo.
Nos quedamos en silencio y de pronto, tomándome en una inmensa sorpresa, Edward agarró mis piernas y las puso sobre sus muslos, acercándome a él.
—Así que parte de lo que quieres es salir con un chico —dijo, mirándome con sus ojos profundamente verdes.
Me encogí de hombros.
—Tengo veinte años, quiero conocer… Quiero vivir esas experiencias. Quizá eso habría sucedido en la universidad…
—¿Y yo no soy un chico? —preguntó, interrumpiéndome.
Me ruboricé al entender el rumbo de su conversación y arqueé las cejas.
—No uno común. De hecho, eres un hombre… varios años mayor que yo.
—¿Entonces solo desearías salir con chicos de tu edad?
De solo pensarlo y compararlos con él, sentía que no podía haber mayor ridiculez que esa.
—No —musité—. En realidad, tú…
Me besó y yo perdí la cuenta de mis suspiros, salían sin parar con él.
—¿Comer una hamburguesa aquí no te hace sentir normal? Porque a mí sí, estar contigo me hace sentir normal y ese es uno de mis mayores sueños. Para algunos podría sonar ilógico, porque la normalidad se toma como una negativa, pero el mundo no tiene idea de lo que significa una vida en paz, viviendo lo que tanto deseamos…
—¿Qué deseas tú?
Me acarició los cabellos que rozaban mi cara.
—Ver televisión mientras DeDe rebota entre mis piernas, divertido con las caricaturas, en un hogar cálido, un hogar… sin la presencia de los pecados nauseabundos que abundan a mi alrededor y lo que significan en un ser que es senador y ha movido todo de sí para complacer a su familia —musitó—, poder respirar en paz, mirándote y sintiendo que con tu respiración junto a mi piel lo tengo todo, sabiendo que tarde o temprano te tendré junto a mí en las noches, sin que nadie me pregunte un porqué.
Mi corazón latía con desesperación y tan pronto como sentí esas mismas manos en mis piernas, apoyé mi cabeza en su hombro, mirándolo más cerca y sintiéndolo respirar.
—Me siento en paz aquí —dije—, haces que me sienta única y normal a la vez.
Nos contemplamos.
—Y tú haces que todo se vuelva perfecto dentro de lo que tanto deseaba… Es como si al fin… encontrara el momento ideal de mi vida. Y veamos, una BigMac junto a un chico no tan joven puede ser parte de ello, ¿no crees?
Mis ojos se llenaron de lágrimas y asentí.
—De hecho… Solo me falta un buen libro, DeDe y es… el escenario ideal —confesé.
Nos volvimos a besar y tan pronto como pudimos nos acomodamos en una posición de abrazo, contención y sí, estaba acurrucada con él como tanto lo había deseado. Edward acarició las tiras de mi bata nuevamente y cuando vio los osos en mi pijama, sonrió enternecido.
—A DeDe le encantaría este lugar…Y verte usando este pijama — musitó. — Por cierto, puedo tener un buen libro a mano; de hecho, llevo uno conmigo y de bolsillo cada vez que puedo.
Sonreí.
—Me encantaría que lo leyeras.
—Lo haré una vez que comamos.
Me reí.
—Las papas fritas acabarán enfriándose —dije.
Como siempre, disfrutar de una hamburguesa que significaba simpleza era… sinigual. Aún recordaba la primera vez que paró por una, sorprendiéndome y mejorando mi noche, aquella tan asquerosa, por una que iba a recordar para siempre de la mejor manera posible.
El sabor de esta me llevaba a mis momentos en la salida de la secundaria, los últimos años de total "normalidad" en mi vida. Nunca pensé que haber ido a aquella fiesta, mi primera de hecho, y emborracharme, sin ser capaz de discernir, a tal punto de acostarme con un tipo y que a la primera me haya embarazado, para luego ser echada de mi propia casa por hacer cosas que ellos llamaban "pecaminosas", la vida me cambiaría de forma tan radical.
Edward me llevaba a sentir que vivía experiencias únicas y también a vivir lo que siempre había querido, bajo la luz de una normalidad que me hacía sentir en paz.
No demoré mucho en comer, incluso acabé primera que Edward y me bebí el refresco con tanta antelación que un importante eructo terminó por hacerme sonrojar y querer saltar del balcón al primer segundo.
No podía ser cierto.
Miré a Edward y este rio con tanta intensidad que acabé uniéndome a él, cediendo a la vergüenza y a lo icónico del asunto.
—Lo siento —dije.
Él seguía riendo y finalmente, luego de que ya habíamos terminado de comer, se acomodó sobre mí mientras nos besábamos sobre el sofá.
—Nunca me había reído tanto, no desde que tengo algunos recuerdos —susurró.
—¿A mí costa? —Yo sonreía.
—Gracias a ti río, Isabella —musitó.
Acaricié su mandíbula y luego sus labios, sin querer incomodarlo.
—Ahora… siento que necesito de ti y de tus caricias —medio gimió, como si eso le incomodara externalizarlo.
Tragué y toqué su cuello.
—Yo necesito de ti, siempre.
—¿Aunque no sea como los chicos de tu edad?
Me reí.
—Creo que yo tampoco soy como las mujeres de tu edad.
Sonrió.
—En realidad, creo que los años pasarían y seguirías siendo igual.
—¿Eso es bueno?
—Sería un sueño hecho realidad.
—Edward, no me importan los chicos, solo me importas tú.
Tragó él esta vez y me acarició los labios con su dedo pulgar desnudo.
—¿Aunque sea un bastardo y viva en el averno de este mundo destruido por la maldad?
—Aunque seas todo eso que dices ser. Me voy contigo, no me importa nada —dije sin pensar en las consecuencias de mis palabras.
—Estoy enviando todo a la mierda y sé que será un caos.
—Estoy dispuesta a vivir ese caos.
—Y yo —murmuró.
Me besó la frente, algo que no esperaba, algo que… significaba tanto para mí.
Un fuerte viento azotó la terraza y temblé de frío, por lo que él me abrazó y me apoyó en su pecho, ambos recostados sobre el sofá, con la vista preciosa de la ciudad delante de nosotros.
—No quiero incomodarte al tocarte —le confié.
—Quiero que lo hagas —susurró.
Y lo hice, procurando no acercarme a la piel de sus manos ni brazos. Edward estaba sereno y sentía el latir de su corazón, así como su respiración y calor. Cuando nos miramos, él lo hizo de una manera tan dulce, como si me hiciera conocer al Edward que había más a profundidad, el ser humano adolorido y que había tenido que vivir bajo siete llaves para que el daño ya no lo siguiera torturando.
—Así que estudiaste Bellas Artes —susurré, mirando sus hermosos ojos verdes.
Suspiré.
—Eso hice. Tenía dieciocho años y me propuse, por primera vez, seguir lo que yo quería. Padre quería que lo hiciera, de alguna forma… se sentía orgulloso de que siguiera esos pasos, estuve tres años haciendo lo que más amaba, era maravilloso, pero…
—¿Qué ocurrió?
Sus ojos estaban muy llorosos.
—Madre me pidió que siguiera los pasos de mi padre, que tomara la abogacía y que continuara su legado, mientras ella yacía en el hospital —continuó.
—¿Por qué estaba ahí?
Tragó.
—Porque yo le hice un corte con… un cuchillo de cocina.
Mi corazón dejó de latir.
—Madre se había descompensado al saber que pronto me dedicaría a viajar, pues iba a salir de la universidad, por lo que tomó a Alice, que apenas era una pequeña, y amenazó con lanzarse desde la azotea de la casa. Yo solo… quería quitarle a Alice de sus manos mientras Rosalie veía todo detrás de mí. Cuando noté que iba a hacerlo, que pondría en riesgo a mi hermana menor, lo único que pude hacer fue usar el cuchillo para sacarle a Alice de las manos. Desde entonces…
—¿Qué hizo ella cuando la cortaste? —pregunté de forma directa.
Tragó y apretó los labios.
—Ella… —Carraspeó.
—Te golpeó, ¿no?
—Fue una bofetada y luego se desmayó—. Fruncí el ceño—. Recuerdo que llamé a Padre y tratamos de que nada saliera en los medios. Ahí en el hospital supe que era culpable de haber lastimado otra vez a mi madre y que ella quería lo mejor para mí, solo no conocía las formas…
—Edward —regañé—. ¿Tu culpa? —Me separé de él y me arrodillé en el sofá para que notara la seriedad en la cual estaba inmersa—. Iba a lanzarse con su hija menor y tú solo hiciste las cosas con desesperación. ¿Qué era lo que quería para ti?
Apretó los labios.
—Quería que… fuera parte de la política, como mi padre.
Cerré los ojos con fuerza.
—Luego de eso entré a estudiar leyes en Harvard y acabé dentro de la política mientras me especializaba también en economía.
—¿Qué hizo Carlisle?
—Padre siempre me preguntó si era lo que quería realmente, pero me concentré en ver el poder, ese que necesitaba continuar en mi familia, porque Madre siempre veló por nosotros, por la familia Cullen.
—¿Y siempre creerás que tu madre hace todo esto por tu familia?
Edward estaba perplejo y entonces vi al niño.
—Solo quiero estar en paz, sin tenerla cerca, Bella, sin tener que proteger constantemente a mis hermanas de lo que significa la descompensación de mi madre y la única manera que tengo de evitar eso es seguir sus peticiones, lo que considera correcto.
Me acerqué a él y acaricié su rostro otra vez, viendo a ese pequeño aterrado. No quería ni imaginarme cómo había sido cuando tenía apenas tres o cuatro años.
—Sé que ella me quiere lejos, destruí la imagen de la exmujer y primera dama del expresidente Cullen, le quité dinero, bienes materiales y mucho más. ¿Harías lo posible por mantenerme lejos, sea cual sea la situación, con tal de que tu madre no vuelva a tener una crisis? —pregunté.
Sus pupilas titilaban de dolor.
—No —respondió después de un segundo—, no podría hacerlo.
—Ella insistirá.
—Encontraré la forma de que lo olvide, pero soy incapaz…
Me abrazó. Edward estaba temblando, como si algo más tuviera dentro, pero no quise preguntar.
—Bella —susurró—. He decidido enfrentarme a ella porque no puedo separarme de ti.
Mi barbilla tembló.
—Es un destino terrible, ¿no? Pero mientras… tampoco buscaré ni desearé separarme de ti.
Nos continuamos abrazando y él puso su rostro en mi cuello, acercándose al pecho.
—Supongo que ese es nuestro verdadero Tártaro —musitó—, y todos llegaremos a él por pecar como lo hacemos, aunque tú… tú no lo mereces.
—Me iré contigo hasta él. Nuestro cruel destino; no te dejaré a solas.
Acarició mi rostro y me besó de forma profunda, nuevamente sacándome suspiros, quejidos y jadeos.
—Olvidemos lo malo. Olvidemos todo. Quiero ser Edward, no quiero ser el senador contigo, así como tampoco quiero que seas la viuda de mi padre.
—Nunca he querido ser la viuda para ti —susurré.
—Eres Bella, eso eres para mí, la Perséfone que siempre vi en mis sueños.
—¿Cuándo vas a leerme?
—¿Qué te parece ahora? Mientras comemos esos helados.
Sonreí, ilusionada e increíblemente… feliz.
Nos metimos al departamento y disfrutamos de la cálida temperatura que había. Él fue a por los helados, dos McFlurry de Oreo y salsa de chocolate. No pude resistirme al verlos, hacía tanto tiempo que no disfrutaba de ellos.
—¿Hice la elección correcta? —preguntó.
Me di la vuelta y lo vi realmente cansado, como si estas dos semanas lo hubieran partido por la mitad.
—Realmente sí. Pero… creo que has hecho demasiado. Te ves tan cansado.
Sonrió.
—Estoy acostumbrado a pasarlo fatal en el Capitolio, estoy rodeado de mierderos y… ¿Qué ocurre?
Yo seguía sonriendo.
—Es normal que el señor Bastardo encuentre que está rodeado de mierderos.
Se rio.
—También. Es solo que… estoy frustrado, he trabajado día y noche por este proyecto y me incomoda que pase tan seguido a segundo plano, solo con el fin de… solucionar enfoques que benefician solo a unos pocos —musitó.
—¿Dormiste bien?
Negó.
—No suelo dormir bien. Solo DeDe logra calmarme, pero no quiero que dependa de mí siempre, quiero… que sea un pequeño fuerte y…
—Dime que de llegada lo fuiste a ver.
—Claro que sí. Prometí que haríamos muchas cosas juntos mañana.
—Te necesita, eres lo único que tiene. Quizá debas dormir más seguido con él, así las pesadillas…
—Te encontré a ti.
Pestañeé.
—Dormir contigo significa dejar atrás ese constante despertar de recuerdos nauseabundos.
Suspiré enternecida y muy triste a la vez.
—Hoy descansarás, lo prometo —susurré—. ¿Quieres venir a mi cama? No tengo nada de hombre que pueda servirte, pero…
—¿No te molesta que solo me meta a tu cama en ropa interior?
—En realidad, es algo que me gustaría ver.
Dejamos los helados sobre la mesa de noche y le hice sentarse en cama mientras bajaba sus pantalones y quitaba sus zapatos, para luego deshacerme de su camisa y masajear sus pectorales y hombros.
—Estás tenso —murmuré, viéndolo desde los pies al rostro, atraída y ansiosa porque… mi cuerpo lo anhelaba tanto como mi corazón.
—Acércate —me pidió.
Lo hice y me acomodé en sus piernas, acariciando el cabello de su nuca.
Entonces, en un solo segundo, me dio la vuelta para hacerme caer a la cama y encarcelarme con sus manos a cada lado de mi cabeza.
—Hey —fue lo que salió de mi boca antes de jadear.
—He necesitado olerte, sentirte y disfrutarte todos estos malditos días —gruñó.
—Hazme disfrutar de tus delicias, el Tártaro puede esperar —susurré.
Me quitó la bata y luego el pijama, desnudándome los senos y dejándome en medio de mi cama en bragas. Yo me aferré a él, abrazada de su cuello, buscando más y no tardó ni un segundo en comerse mis senos con esa boca experta y deliciosa.
—¿Sabes qué es bueno junto al helado? —preguntó.
—¿Qué?
—Tu piel y tu sabor.
No entendí a qué se refería hasta que dejó caer helado en mis senos, provocándome un arqueamiento. Cuando saboreó de esa manera rápida y a la vez intensa, noté que me humedecía de forma lenta y suave.
—Se siente tan… frío —gemí, sintiendo cómo bajaba por la piel de mi vientre, dispuesto a continuar su camino.
Tomó las ingles y las besó mientras también me hacía sentir el contacto del helado junto a su lengua, que se tornaba fría y cada vez más hambrienta de mí.
Iba a bajarme las bragas, pero instintivamente le hice parar, recordando que me encontraba en mis últimos días de mi menstruación y que me había puesto un tampón unos minutos antes de que llegara.
—Tranquila, ¿qué ocurre? ¿Quieres que pare? Porque lo haré si eso es lo que quieres —afirmó.
—Es solo que… —Me sentía tan húmeda y a la vez nerviosa—. Es mi último día de menstruación… Creo… Podemos esperar.
Suspiró y elevó un extremo de su ceja, mientras una sonrisa pícara brotaba de su rostro.
—¿Y eso qué tiene de malo? Si te incomoda lo que vaya a hacer en tus días de periodo, pues paro… Pero si quieres que siga, no tengo absolutamente ningún problema en ello, de hecho, me encanta estar contigo de cualquier manera —musitó.
Por un minuto respiré hondo, negándome y privándome del placer solo por estigmas que en realidad me afectaban por temor o vergüenza, algo que con Edward perdía cada vez más, tornándose en una confianza que simplemente me hacía sentir libre.
—No quiero que pares —respondí de manera clara—. Hazlo. Lo quiero todo.
Sonrió y no tardó un segundo en tomarme los muslos, acomodarme bien sobre la cama y bajarme las bragas poco a poco, descubriendo el hilo del tampón que había entre mis labios.
Estaba jadeando viendo cómo comía helado de mí cuerpo y luego, sin previo aviso, bajó hasta mis labios, los que saboreó sin siquiera darme un segundo para respirar. Todo fue demasiado rápido y si no hubiera sido por sus fuertes manos sujetándome, habría cerrado las piernas de desespero.
—Ah, Edward —gemí, incapaz de sostenerme de los codos para seguir mirando.
Me dejé caer en la cama, con mis cabellos desparramados por los edredones, mientras disfrutaba y sufría ante los tormentosos y deliciosos movimientos de su lengua, rodeando mi clítoris, mis labios menores y bajando con lentitud a canales oscuros de mí.
Cuando sentí la succión, el abarque profundo de su boca, de esos labios llenos y su barba que apenas crecía, rozando la piel de mi intimidad, volví a gemir con más fuerzas, apretando los edredones con toda la vigorosidad que quedaba en mí.
De pronto, dejó de jugar con mi entrepierna y tomó mi mandíbula, haciéndome abrir los ojos. Su boca estaba húmeda de mí y de su saliva, su mirada profunda, oscurecida, excitada y enormemente atraída a cada uno de mis movimientos.
—Eres mi sabor favorito, no importa si hay helado o no —murmuró, llevándose un poco a la boca para mezclarlo con la mía al besarme con desespero y pasión.
La mezcla de frío, el dulce de su boca y el helado… No había calificativos coherentes, pero estaba desquiciada por más.
—Idem —susurré.
Mantuvo su mano en mi mandíbula, dejó el helado a un lado y continuó besándome de forma dominante, salvaje, a ratos iracunda y desesperada. Me sentía en ese mundo oscuro que en un segundo subía al Olimpo para llevarnos a un lugar sin nombre, sin designio, un único sitio en el que solo los dos nos encontrábamos.
Volvió a bajar entre besos, provocándome arqueamientos… y entonces sostuvo mis muslos para mirar el hilillo del tampón. Cuando creí que Edward no podía significar más erotismo, locura, pasión y necesidad para mí, besó mi intimidad y tiró del hilo del tampón con los labios hasta sacarlo.
—Edward —chillé, sorprendida y excitada.
Lo dejó caer al basurero que había a un lado de mi mesa de noche y me acorraló, tomándome entre sus brazos mientras seguía besándome de forma apasionada. Me acomodó entre las almohadas, permaneciendo sobre mí, mirándome con detención, con armonía, ah… Iba a volverme loca, ¡cada vez más!
—Si hay algo que odio es la tradición en el erotismo —susurró, besándome el cuello y bajando por mis senos, tirando de ellos suavemente con sus dientes—. Qué aburrido, ¿no crees?
Me reí mientras gemía.
—Contigo nada es una tradición.
—Al contrario… Contigo nada es una tradición —murmuró, enfatizando en mí—. Me encanta mirarte, acariciarte, besarte, imaginar mil maneras de cogerte, de saborearte, de… disfrutarte. Me inspiras tanto, Bella, no hay momento en el que no lo hagas.
Acaricié su rostro y él volvió a mirarme mientras yo lo abrazaba con mis piernas.
—Yo… —Tragué—. Ni siquiera puedo describir lo que me haces sentir.
Poco a poco su nariz se juntó con la mía y ambos jadeamos.
—Dilo —pidió.
Sentía su miembro en mi entrada, jugando con dureza y necesidad.
—Edward, quiero que me tengas entre tus brazos, no importa cómo, de qué forma, cuándo, en qué contexto, solo… quiero permanecer aquí, entre tus brazos y tu pecho, porque no hay mejor lugar para mí que este que tú me das —dije con sinceridad.
Sus ojos brillaron y sin más me penetró, abrazándome con todas sus fuerzas, juntando su pecho con mis senos y su pelvis tanto como pudo a la mía. No me contuve y grité de dolor y placer, rasgando sus pectorales y luego sosteniéndome de su cuello, de sus hombros y finalmente uniéndome a él en caricias en su cabello. Edward me miraba y en ese gesto solo pude ver ese ser humano deseoso de más caricias, de más… amor.
—Así quiero permanecer, entre tus brazos —gemí, besando su pecho con suavidad.
Mis labios se mezclaban con su sudor y su sabor; estábamos en nuestra burbuja oscura, vil, intrépida, peligrosa y prohibida.
—Nunca deseé tanto abrazar a alguien de esta manera hasta que te conocí —gruñó, volviendo a penetrarme.
Estaba lloriqueando de placer, podía sentir el orgasmo cada vez más latente.
—Hazlo siempre.
Me tomó las mejillas y me jadeó.
—Siempre, Isabella.
Solo bastó una estocada más para que mi cuerpo convulsionara debajo del suyo, viviendo otro orgasmo explosivo e incomparable. Edward se mantuvo dentro mientras yo apretaba mis paredes, aferrándolo a mí y finalmente tuvo su propio clímax, bañándome dentro con su simiente cálida y abundante.
Fueron segundos en que su cuerpo me envolvía hasta la asfixia, pero ahí quería quedarme, con él hundido en mí, mientras yo lo abrazaba con mis piernas, sin querer soltarlo por ningún motivo.
Entonces se acomodó a un lado de la cama, con su brazo debajo de mi cabeza. Nos miramos, como si ahora eso no fuese tan peligroso como antes, como si… realmente nada nos detuviera ni impidiera, por muy abstracto que fuera, separarnos de aquella contemplación sin precedentes.
Tiró de mí, lo suficiente para que mi cuerpo cayera con lentitud en su pecho, aquel que tanto me cobijaba. Fue inevitable restregarme en su piel y finalmente acurrucarme como siempre soñaba.
—Eres inspiradora, Isabella, una obra de arte —musitó.
—Siempre seré tu obra de arte —respondí, subiendo mi mano hasta su cuello y luego yendo hacia la clavícula.
—Sal de mi cabeza.
—Tú sal de mi cabeza.
Suspiramos.
—¿Por qué? No lo entiendo, porqué tú, ah… Si lo entiendo—bufó—. Eres… todo lo que siempre he soñado.
Tragué.
—Es el destino el que no podemos entender —afirmé—, pero no puedo más, no puedo más con esta lucha insoportable, este tira y afloja que no puedo sostener. Sé que nunca encontraré a alguien como tú… y lo que sé que será en mi vida.
—Es una historia de final incierto, ¿no?
Sus labios estaban cerca de los míos.
—Sí, incierto, pero quiero vivir el desarrollo junto a ti, sin un pestañeo sin tenerte a mi lado —confesé.
Me besó y yo instintivamente hice un recorrido por su brazo hasta que, con inusual deseo, llegué hasta sus manos, sosteniéndola con fuerza junto a la mía.
Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, como ven, esto cada vez toma una pasión que se convertirá en una montaña rusa de amor, ¿qué más pueden hacer. y qué les queda? Cada día hay una palabra que prima, ¿se imaginan cuál es aquella palabra de cuatro letras que tanto deseaban alejar? Ya no hay más camino que evitar, lo saben, se acercan cosas maravillosas y enormes situaciones que les aseguro los hará más fuertes y algo hermoso nacerá de esto, pero ¿a qué precio? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
Agradezco los comentarios de Somas, Mentafrescaa, Veronica, ariyasi, Bobby Nat, twilightter, kedchri, AnaK, Vero Morales, EloRicardes, Angeles Mendez, robertsten22, Angel twilighter, KRISS95, Gibel, Gan, Brenda Cullenn, suranless, Belli swan dwyer, NoeLiia, kathlenayala, MakarenaL, Fallen Dark Angel 07. Patymdn, Flor Santana, LM, Ella Rose McCarty, Rommyev, LauryD, ConiLizzy, beakis, NaNYs SANZ, luisita, Anabelle Canchola, Iva Angulo, Jocelyn, Naara Selene, Marken01, Aidee Bells, Elizabethpm, Maribel 1925, natuchis2011b, lenaalv99, Sool21, GabySS501, Elizabeth Marie Cullen, ELIZABETH, Florencia, jupy, Franciscab25, angeladel, Ady denice, miop, Jimena, JMMA, Maribel hernandez Cullen, dobleRose, almacullenmasen, Celinafic, Clau, Tata XOXO, merce, Tereyasha Mooz, NarMaVeg, Lendsy, Liz Vidal, Ceci Machin, Toy Princes, stella1427, Rero96, Angel twilighter, MariaL8, TheYos16, Liduvina, Freedom2604, rosycanul10, bbwinnie13, Alittlehappypig, ElimMsen, ale173, esme575, ari Kimi, PanchiiM, nydiac10, Lore562, Noriitha, Ttana Tf, Claribel Cabrera, Pancardo, Ana Karina, barbya95, diana0426a, Mariel Cullen, valem0089, DiAnA FeR, sandju1008, piligm, alyssag19, SeguidoradeChile, AnabellaCS, kathlen Ayala, Jen1072, darkness1617, cavendano13, Liliana Macias, C Car, Pam Malfoy Black, Mime Herondale, Krisr0405, Lolitanabo, Belen, Elizabethpm, BreezeCullenSwan, JadeHSos, Anita4261, Yaly Quero, morenita88, Santa, lolapppb, Mariana Aracely Llivisaca Moreno, DanitLuna, Diana, merodeadores1996, CelyJoe, Wenday 14, Dayana ramirez, saraipineda44, Ana, CinthyaVillalobo y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus palabras, su entusiasmo y su cariño, de verdad, gracias
Recuerda que si dejas tu review recibirás un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben poner su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá
Pueden unirse a mi grupo de facebook que se llama "Baisers Ardents - Escritora", en donde encontrarán a los personajes, sus atuendos, lugares, encuestas, entre otros, solo deben responder las preguntas y podrán ingresar
También pueden buscar mi página web www () baisersardents (punto) com
Si tienes alguna duda, puedes escribirme a mi correo contacto (arroba) baisersardents (punto) com
Cariños para todas
Baisers!
