Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía

Capítulo 32:

La víbora

Sentí un leve brinco y cuando quise retirarme, Edward apretó mi mano con vigorosidad y finalmente se tornó suave, entrelazando nuestros dedos y cobijándolas entre nosotros.

Nunca había hecho eso conmigo.

—Tus manos son tan suaves —susurró, besándome de forma dulce a medida que hablaba.

Me las acariciaba de forma temblorosa, pero de pronto decidida, añorando lo que mi tacto le regalaba. No cabía en mi felicidad y solo hice lo que mi instinto y corazón desearon, que fue seguir entrelazando mis dedos entre los suyos y acercarla a nosotros, mientras yo me resguardaba en su pecho.

—Tan pequeñas, tan frágiles… Todo lo contrario a lo que siento que eres en tu interior y en la manera en que me has enviado a la mierda sin tapujo delante de todos. —Rio y yo me permití unirme a ello en un segundo—. Aun así, todo de ello me conquista sin siquiera poder tener una forma correcta o incorrecta de evitarla, y francamente, no es algo que planeo volver a hacer, no podría, es… —Suspiró y volvió a besarme mientras nuestras manos se acariciaban—. Tus manos me hacen sentir bien, no dañan.

Negué.

—Jamás te dañarían.

—Lo sé, pero…

—Tú menos, entiéndelo. —Me acomodé mejor sobre él y lo miré a los ojos—. Tú menos —enfaticé.

Tragó y sonrió con los ojos llorosos.

—No me importa nada más, tus manos me hacen sentir tan segura —susurré—, saben tocarme y cómo hacerlo, siempre has sido… tan cauto, tan…

Me apretó uno de los muslos y me acercó aún más a él. Me acosté en su pecho con timidez y mantuve la otra mano libre junto a la mía, celosa de que quisiera alejarla de mí. Me sentía tan bien con su tacto, tanto que no quería dejarlo por ningún segundo.

—Queda helado, ¿quieres? —preguntó con una sonrisa pícara.

—Claro, solo… ¡Debo ponerme otro tampón! —exclamé.

Se rio y asintió.

—¿Estás aquí cuando vuelva del baño? —inquirí.

—Aquí estaré, lo juro.

Sonreí y salí de la cama, caminando desnuda mientras él me seguía con esos penetrantes ojos verdes. Cuando me agaché para recoger mi bata y mis bragas, sentí que caía su simiente por el lado interno de mis piernas, Edward lo notó y sonreía, volviendo a contemplarme como si estuviera… viendo una obra de arte en el Museo Nacional del Prado.

Me metí al baño sintiendo las mejillas rojas y el cuerpo realmente tembloroso, no por miedo ni vergüenza, sino por lo que vivía con él. Tuve que respirar un poco, ponerme algo de agua en la cara y luego sentarme en el baño para limpiarme, orinar y reponer el tampón.

Cada día me aventuraba a tantas cosas nuevas con él y ninguna me hacía sentir extraña, al contrario, sentía que vivía con una plenitud tremenda, porque me hacía conocer más allá de lo que ya había aprendido de mi cuerpo.

Cuando salí, lo vi acomodado en la cama con su ropa interior. Había limpiado el desastre y, al parecer, también había ido al baño, pero al de la sala, pues tenía el cabello mojado. Pero no solo eso, sino que también tenía los helados en una charola y estaba leyendo atentamente un libro que, desde mi distancia, no supe reconocer.

—¿Qué lees? —pregunté.

—Algo que amé en mi paso por la universidad. La poesía es… deliciosa —afirmó.

Caminé a paso lento y me senté a un lado de la cama, metiéndome dentro de los edredones y acercándome con quietud.

—Puedo leerte —susurró, acariciando mi mentón para besarme.

Suspiré y caí en su pecho como si aquello fuese el hechizo correcto para no poder separarme de él.

—¿De verdad?

—Prometí hacerlo.

Tragué, extasiada.

—Pero debes comerte el helado. Está algo derretido, pero sigue estando perfecto.

—¿Tú ya te lo comiste? —inquirí, tomando el pote para darle la primera probada.

—Sí, lo hice, me lo comí con tu coño —dijo sin siquiera dudar, sonriendo de forma pícara mientras leía—, la verdad, es el mejor helado que he comido nunca.

Estaba sonrojada de recordarlo.

—No sabía que estabas en tu periodo. ¿No te duele? ¿Te sientes bien?

—Me siento muy bien. Ya está acabando.

—Me alegro por ello. Alice suele sufrir bastante con…

Se quedó callado.

—Puedes contarme, me gustaría saber más de tu familia. Bueno, de los que amas.

Tragó y asintió.

—Ella… Es la más pequeña, la he visto sufrir por el periodo y siempre que le ocurre suele recurrir a mí. Rose… Tú sabes bien.

—¿Ella está bien? —me atreví a consultar.

—Quiero creer que sí. Pero bueno. —Carraspeó—. Cómete el helado —instó.

Tomé la cuchara y le di la primera probada, disfrutando después de años de ese sabor divino que me recordaba tantas cosas diferentes de mi antigua vida. El chocolate le daba un toque aún más especial, sin contar con las galletas Oreo que estaban molidas y esparcidas.

Seguí comiendo, acomodada en su pecho con demasiada naturalidad. Edward rápidamente puso su brazo debajo de mí, y como era tan pequeña, él podía hojear el libro con ambas manos, aun cuando estaba rodeándome.

—Querías ir a la universidad, ¿no? —preguntó de pronto.

Asentí.

—Me gustaría saber qué te habría gustado estudiar. —Me miró, esperando con curiosidad que fuera capaz de responderle.

Yo suspiré, consciente de que era algo que me carcomía muchas veces el alma.

—Durante mucho tiempo pensé que estudiar leyes era lo que quería —susurré, marcando caminos suaves por su pecho.

—Vaya, eso es… muy interesante —musitó, comenzando a acariciar mi cabello con suavidad—. Pero hay algo más, ¿no?

—Sí —respondí con calma—. Creo que quiero estudiar artes en algún punto de mi vida.

Se acercó más para mirarme mientras yo disfrutaba de la manera en que me acariciaba el cabello y los últimos bocados de mi helado.

—¿De verdad? —inquirió, muy sorprendido.

—Sí, creo que si antes no me decidía por ello gracias a mi padre, pues ahora, por ti, he vuelto a encontrar la majestuosidad del arte. Me has enseñado tantas cosas que… quiero pasarme entre libros y museos. —Me reí y me encogí de hombros—. Pero no sé cuándo sucederá…

—Tienes que hacerlo —afirmó, tomándome la mandíbula y pasando su dedo pulgar por la comisura de mis labios—. Eres joven, tiempo tienes, y puedes entrar a las mejores universidades, lo sé.

Volví a suspirar.

—Aún tengo cosas más importantes que encontrar, no puedo, yo… Tú también deberías hacerlo —sostuve, mirándolo a los ojos.

Su mirada cambió de forma rápida.

—Eso es imposible —manifestó—, tengo más de treinta y una carrera política que…

—Es tu sueño.

—Dejé de lado mis sueños por el deber, Isabella.

—Aún eres joven —susurré—, y los sueños pueden retomarse, estoy segura de que sí. Solo… ten eso presente.

Su mirada nuevamente cambió, esta vez a una pensativa y ligada a lo que probablemente tenía dentro de su corazón y yo no comprendía en su totalidad.

Cuando terminé el helado, Edward respiró hondo y dio un recorrido por la página que tenía abierta, pasando sus dedos por las letras.

—¿Qué es? —pregunté, porque todo el texto estaba en español.

No era bilingüe, pero sabía algo de español. Pero esta vez, deseé que él me comentara qué estaba disfrutando de forma tan intensa.

—Es de mis favoritos, Gustavo Adolfo Becquer. Me tranquilizaba desde que era adolescente.

—Debe dar mucha paz.

—La verdad, sí. Lo llevé conmigo durante el viaje al Capitolio y… —Suspiró—. Prometí leerte, ¿quieres que lo haga?

Asentí, realmente mirándolo a él disfrutar de algo tan simple y que parecía llenarle el alma.

—En realidad, te lo traduciré…

—No —respondí—. Sé hablar español.

Sonrió y me contempló maravillado.

—No sé por qué sentía que eso lo sabía.

—¿De verdad?

Me acabé riendo.

—Eres extremadamente inteligente, Bella, lo noté de inmediato.

Sonreí, incapaz de decirle algo más. Era uno de los cumplidos más hermosos que un hombre me había podido decir en mi vida.

—Escucha bien, te encantará.

Suspiré y me acomodé en su pecho, viendo cómo las letras se traducían de inmediato en mi cabeza, entonces preferí mirarlo y no enfocarme en las hojas, solo disfrutar de cómo iba a leerme.

—"Podrá nublarse el sol eternamente; podrá secarse en un instante el mar; podrá romperse el eje de la tierra como un débil cristal, ¡todo sucederá! Podrá la muerte cubrirse con su fúnebre crespón; pero jamás en mí podrá apagarse la llama del amor…" —leía, llevándome a un mundo de ensueño. Su voz era calma, suave, masculina y clara, y a medida que leía, su mano viajaba con suavidad por mis hombros.

Pasó hacia otra página y continuó, deleitándome de un viaje maravilloso de poesía. La manera en que lo hacía y sus caricias naturales en mis hombros y brazos, hicieron que poco a poco mis ojos comenzaran a pesar, así como todo mi cuerpo.

—"Cuando en la noche te envuelven las alas de tul del sueño y tus tendidas pestañas semejan arcos de ébano, por escuchar los latidos de tu corazón inquieto y reclinar tu dormida cabeza sobre mi pecho, ¡diera, alma mía, cuanto poseo, la luz, el aire y el pensamiento! Cuando se clavan tus ojos en un invisible objeto y tus labios iluminan de una sonrisa el reflejo, por leer sobre tu frente el callado pensamiento que pasa como la nube del mar sobre el ancho espejo…" —seguía susurrándome muy cerca, como si me la recitara… a mí.

Fue entonces que caí en estado soporoso, escuchando su voz, esa simple melodía llana y masculina

—"¿Quieres que de ese néctar delicioso no te amargue la hez? Pues aspírale, acércale a tus labios y déjale después. ¿Quieres que conservemos una dulce memoria de este amor…?"

En aquel momento suspiré y sonreí, volviendo a estrecharme entre sus brazos. Sabía que esta era mi condena e iba a vivirla por el resto de mis días.

—Entre el discorde estruendo de la orgía, acarició mi oído como nota de música lejana, el eco de un suspiro. El eco de un suspiro que conozco, formado de un aliento que he bebido, perfume de una flor que oculta crece en un claustro sombrío. Mi adorada de un día, cariñosa, ¿en qué piensas? —acabó murmurando a un lado de mi oído, para luego besar mis cabellos de la manera más dulce y bella que alguna vez había sentido.

Y entonces, como si se tratara de un hechizo, caí dormida en sus brazos, olvidándome de mi condena y saboreando lo que significaba el sol previo a la tormenta.

.

Cuando me levanté, sentí un brazo fuerte sosteniéndome la cintura. Era él. Estaba durmiendo de forma plácida, tanto así que respiraba con tanta tranquilidad, que me invitaba a seguir durmiendo con él.

¿Habíamos pasado toda la noche juntos? La respuesta era tan clara que ni yo podía creerlo.

Me acomodé para poder mirarlo mejor y disfrutar de su expresión mientras la luz matutina le chocaba frente a su rostro, mostrando los mejores atributos de su pacífica y placentera expresión. Sus pestañas se volvían cobrizas como su cabello y sus labios más rosados que nunca. Me quedé un buen rato disfrutando también de su barba y de su piel, desde la de su pecho, sus brazos y mejillas. Fue inevitable acariciarlo, hasta que él se acomodó mientras continuaba durmiendo, con una leve sonrisa en su expresión.

—Lo siento, Carlisle, probablemente no esperabas que esto sucediera, pero… Edward, tu hijo, es el hombre más increíble que he conocido nunca y sé que no hay ninguno igual. Quisiera poder evitarlo, Dios lo sabe con certeza, pero… no puedo y no voy a continuar luchando con esto —musité, tocando sus brazos y protegiendo la intimidad de sus manos.

Anoche, cuando llegó, no me había percatado de lo cansado que se veía y de la manera en la cual sus ojos mostraban frustración. Parecía que el viaje al Capitolio lo había estresado más de lo que podía imaginar.

Suspiré.

Me levanté con una idea remota en mi cabeza y fue de hacerlo despertar feliz, por lo que me adelanté y me levanté lo más suave posible para no interrumpir su sueño. Pensé en hacerle un buen desayuno, tal como él me había hecho despertar durante varias veces.

Había aprendido a cocinar porque pasaba mucho tiempo a solas. Mientras papá trabajaba en la escuela y hacía clases esporádicas en la universidad, mi madre se ausentaba en la iglesia del pastor con el que acabó siendo su amante. No eran recuerdos tan fáciles de digerir, porque mi gran compañía era mi propia existencia, por lo que me adentré a ver los libros que mi padre guardaba en su biblioteca, libros que nunca pude recuperar y significaron mucho para mí. Sin embargo, cuando él regresaba del trabajo, casi siempre antes que mi madre, lo esperaba con algo para comer aunque le enojara que lo hiciera, alegando que una niña debía ser quien fuera alimentada por su padre y no al revés. Siempre recordaba sus palabras cuando me sentaba a su lado, viéndolo disfrutar con una sonrisa los platos que le hacía con mucho amor.

"Nunca hagas esto por un hombre. Quiero ser yo quien te brinde esta muestra de amor y protección. Espero algún día mejorar esto y protegerte, quiero mimarte, cariño, solo el trabajo no me permite, pero ya lo lograré, te lo prometo. Así, cuando te vea junto a un buen hombre a tu lado, si es lo que deseas, claro, cocinarle a alguien más sea una muestra de amor y no porque estás sola en casa, esperándole como si él no pudiera vivir por sí solo. Perdóname por no estar cuando lo necesitas, pero recuerda que estoy luchando para que tú y yo podamos vivir como merecemos. Eres mi único tesoro, Bella, el mayor tesoro de mi vida. Solo deseo que seas feliz y que, a futuro, sigas siendo tan brillante como reconocí cuando apenas tenías unos meses de vida. Solo te pido una cosa, ¿bueno? Si algún día decides casarte, que sea con un hombre tan inteligente como tú, nunca menos, y si decides brindarle atenciones como estas, que sea por amor, cariño, solo por amor, tú no debes alimentar a nadie, salvo a tus hijos si decides tenerlos. Y otra cosa, que ese hombre te ame de la manera más sana y hermosa posible, verte con alguien así será el mejor regalo que podrías darme luego de ser la más brillante en lo que decidas dedicarte, porque sé que tienes una cabecita impecable y capaz de grandes cosas."

Recordar aquel discurso que me dio aquella vez hacía que mis ojos se llenasen de lágrimas. Extrañaba tanto a papá.

A veces me preguntaba si estaría orgulloso de mí ahora y si estaba bien. Cada día lo extrañaba más. Ya había perdido a Carlisle, no quería sentir que realmente había perdido a mi padre sin mostrarle que podía ser tan brillante como él siempre vio en mí.

Entonces pensé en aquello que me dijo respecto a atender a quienes amamos. ¿Por qué Edward lo hacía? ¿Por qué tenía esas atenciones? Y yo… Yo quería hacerle sentir bien, darle un desayuno que iluminara sus ojos al despertar y…

Respiré hondo y caminé por el pasillo hasta la sala, recordando la noche anterior y esos poemas que canturreaba de manera suave cerca de mí. Me toqué el pecho, sabiendo que había sido de las mejores noches de mi vida, una noche en la que me sentía complementada y acompañada como hacía tanto no.

Con el labio inferior entre mis dientes fui hasta la cocina y me dediqué a hacer algo que hacía mucho tiempo no hacía para alguien. No cocinaba desde que Carlisle contrató a una mujer para que me ayudara mientras cursaba mi embarazo… y yo solo era la chica de la limpieza de su despacho más importante como asesor y vocero del presidente, algo que cualquiera en el rubro aceptaría como un gran lujo y bendición dado sus conocimientos, su doble periodo en la presidencia y los logros que había hecho por el país. Era normal que los rumores corrieran rápido en el mismo lugar… hasta que él cesó todo con una sola advertencia. Claramente, no había sido suficiente para alguna persona que logró hacer escapar esa información.

Me decidí por hacer un desayuno contundente y recordar mis momentos felices con él, esos momentos de normalidad, de ser un ser humano sin cámaras ni gente dispuesta a dañarte con todo el poder que lograban tener en sus manos. Quería que Edward sintiera que era un ser humano y no un ser que debía ser duro a toda costa, porque… cada día estaba más segura de que en su interior se escondía un niño y adolescente herido que necesitaba sanar.

Estaba preparando la salsa para las tostadas y había sacado la panceta cuando escuché el timbre. Casi se me sale el corazón.

¿Quién podía ser? El acceso estaba completamente bloqueado para que ingresara cualquier persona que yo no haya permitido.

Me crucé la bata con fuerza y fui hasta la puerta, preguntándome si abrir o no. Aunque ignorarlo no era fácil, porque ya había puesto música a un volumen adecuado, lo suficiente para que quien estaba detrás de la puerta supiera que estaba aquí.

Cuando abrí, sentí que un escalofrío me recorrió la columna de arriba hacia abajo y viceversa, perdiendo hasta el calor de mi rostro en el mismo instante.

—Hola, Isabella —dijo Esme Cullen, levantando ligeramente el mentón mientras me contemplaba con sus desafiantes ojos azul oscuro.

Como siempre, llevaba su cabello perfectamente peinado hasta los hombros, usando una gabardina oscura sobre lo que parecía un traje muy femenino y costoso de colores claros, quizá marfil. Tras sus labios rojos se escondía un asco que parecía haberse acrecentado con los años, lo que parecía obvio dado quién era yo hoy.

—¿Qué hace aquí? —pregunté con la garganta muy apretada—. Es un lugar privado y preferiría que se fuera…

—No me iré hasta hablar contigo. Nos debemos esto hace mucho tiempo.

Entrecerré mis ojos, negada a permitirle el acceso a una persona como ella.

—No voy a aceptar…

—Lo harás —espetó—, solo será un momento.

Tragué.

—Ya no soy la misma mujer que viste aquel último día, cuando cruzaste las puertas del hospital —dije, manteniéndome firme en mi lugar.

Sonrió de forma suave.

—Así veo, ahora me tratas…

—Como lo que eres, Esme Cullen.

—Ya lo ves… Cullen —enfatizó, pasándome por sobre mí para mirar el departamento—. ¿Nunca pensaste en ello cuando estabas con él?

Me contemplaba desde los pies a la cabeza y yo solo veía odio, un odio que me calaba muy hondo, por más que me resistiera a ser parte de él. Me hacía recordar a aquel momento en el que aún estaba en la camilla, intentando hacerme a la idea de que una de mis hijas había muerto y la otra había desaparecido de la incubadora. Su maldad era tan corrosiva. ¿Cómo ella, que siendo madre de tres hijos, podía hacerme eso en un momento en el que apenas podía mantenerme despierta sin llorar? Apenas había cumplido dieciocho años y ya sentía que había perdido una parte de mi vida con lo que había sucedido.

—No, no me interesaba, Esme, nunca fuiste alguien que me hiciera sentir algún tipo de lástima, aún peor cuando me hiciste eso y te reíste de mí en el hospital —susurré.

Miré hacia la puerta de mi habitación, con el corazón en la mano al recordar que Edward estaba durmiendo tras esas paredes y que su madre estaba aquí… Sí, su despiadada y maquiavélica madre.

—Lo sé, por eso no eres alguien digna del poder que te dio mi marido —estalló, pero manteniendo la compostura.

—No era tu marido, estaban divorciados.

—Fui su primera mujer y la última, aunque te hayas entrometido en un lugar al que no perteneces. Eres solo una limpiadora de retretes. —Se rio con sorna, lo que a mí no me movió ni un solo cabello—. Ya te ves, manejando una compañía siendo apenas una niñata… —Carcajeó—. No sabes hacerlo, ni siquiera serás capaz de quitarte ese estigma de encima, los medios saben que eres una entrometida sin estudios que comenzó a liderar gracias a que se cogió a un hombre por interés…

—Eso no es verdad —afirmé con serenidad—. Nunca sabrá lo que significó nuestra relación, Esme, y pronto todos sabrán la clase de mujer que eres.

Frunció el ceño y se acercó a mí de a poco, taconeando de forma ruidosa.

—Nadie duda jamás de la clase de mujer que soy…

—Sí, lo harán, porque pronto nadie creerá en el papel de mujer triste y abatida por perder a su exmarido en manos de una chica joven. Estaban divorciados hacía más de un año, Carlisle ya no soportaba una vida contigo.

Tragó con rabia y aún así siguió sonriendo con desprecio.

—Nunca he permitido que otra mujer me quite lo que es mío y haré lo posible para que desistas de esto, los medios harán lo que saben y una mujer como tú, una méndiga limpia retretes, caerá, porque no perteneces a este mundo y yo no quiero entrometidas de tu clase en el lugar que me pertenece.

—¿Y qué harás? Porque amenazarme en mi departamento…

—Tu departamento. —Rio—. El gran secreto de Carlisle era este lugar. ¿Comenzaron a coger aquí? Eras una menor de edad.

Cerré los ojos e intenté respirar hondo.

Carlisle jamás haría algo así, pero tenía que mantener la compostura o todo caería a mis pies.

Era un hombre respetuoso, paternal y cuidadoso, jamás tocó un pelo de mí salvo cuando me abrazaba mientras lloraba por el miedo que tenía al tener a mis hijas sin nadie más que él, que me había ofrecido su ayuda desinteresada en cuanto me vio y supo que estaba embarazada. Yo era menor de edad, claro que sí, pero siempre que estaba con él, Elizabeth me acompañaba como la madre que siempre deseé tener. De hecho, en mi estado avanzado, eran los dos quienes me cuidaban, comprándome regalos y atendiendo mis antojos como dos preciosos padres preocupados por su hija. A veces, pensaba que ellos veían en mí a una hija y a mis pequeñas como sus futuras nietas. Aún recordaba los ojos llorosos de ambos cuando veían las ecografías y me animaban a entender que iba a poder lograr estudiar como tanto soñaba y que nada iba a faltarle a ellas.

Esme no tenía idea de lo que era el amor, para ella… todo era dinero, lujuria y deseos de poder. Me daba tanta lástima.

—Puedes pensar lo que quieras, Esme, yo no voy a responder. Te pido que salgas de aquí o llamaré a mi guardaespaldas.

Seguía riéndose.

—No intentes en este mundo, Isabella, porque va a destruirte y yo seré la primera. Ten cuidado conmigo, porque cuando se entrometen en mis intereses y en lo que es mío, no tengo piedad —afirmó, tocando la decoración del departamento con sus largos y puntiagudos dedos, con esas uñas tan cuidadas y esmaltadas en negro—. Regresa a donde perteneces, a ese mundo obrero, aquí no eres más que una intrusa y todos van a notar que no sabes hacer nada, porque solo limpias baños.

—Insisto, vete de aquí. Mi guardaespaldas llegará pronto.

Se colgó su bolso de marca reconocida y me miró con desprecio.

—Si llego a saber que te has entrometido con mis hijos, en especial con Edward, voy a hacerte añicos, Isabella.

Tragué, recordando, una vez más, que él dormía en mi habitación.

—No soy como tú, Esme…

—¿Cómo yo? —Carcajeaba constantemente—. Claro que no eres como yo. Puede que Alice, que es muy estúpida, crea que puede confiar en ti, o Rosalie… Pero si te metes con Edward y le haces algo, lo que sea, voy a destruirte, ¿de acuerdo?

—¿Qué podría hacerle a un hombre con tanto poder? —inquirí con la barbilla en alto.

—De ti puedo esperarme cualquier cosa. Lo bueno es que, de todas maneras, es mi hijo y me es leal, tan leal que te destruirá si yo se lo pido. Y es mío, tan mío que si algo haces en su contra, saldrá lo peor de mí. Piénsalo bien, Isabella, este mundo no te pertenece y mi lugar es el que tú tan descaradamente ocupas.

—Lárgate del departamento —ordené.

Enarcó una ceja y abrió la puerta para luego cerrarla con fuerza en mi cara.

Intenté respirar hondo y no caer en ese juego, incluso aunque mi corazón latiera con fuerza y mi deseo desesperado por venganza me cruzara la garganta. Luego dejé caer los hombros, sabiendo que esa mujer sería mi talón de Aquiles por mucho tiempo. No le temía, no podía permitirme sentir lo que experimenté cuando ella me miraba en esa habitación de hospital, pero no podía dejar de pensar en la manera en que se enervaba al proclamar como suyo a su hijo… Edward.

Miré a la puerta entreabierta de mi habitación y pestañeé, sin saber cómo quitarme a él del corazón. Era un imposible y yo me había rendido hacía demasiado tiempo, sin siquiera darme cuenta.

Ahora, Esme sabía dónde estaba viviendo, por lo que con más ansias quería correr de aquí.

Entonces llamé a Emmett.

—Señorita, ¿ocurre algo? —me preguntó con rapidez.

—¿Viste entrar a alguien?

—N… No, ¿qué ocurre?

—Esa mujer… Esme, ha entrado al departamento.

—¿Qué? ¿Cómo es posible…?

—Necesito contratar a tres guardaespaldas más, tú sabes de ello, por favor —afirmé.

—Tendré todo bajo control, señorita, hablaré con el señor Serafín enseguida.

—Gracias, Emmett —dije, botando el aire de golpe.

Cuando corté, caminé hacia la cocina con las manos temblorosas por la baja de adrenalina. No podía dejar de pensar en el discurso de Esme con respecto a su hijo Edward. Me sentía en una emboscada para mi corazón y mis principios, como bien decían, entre la espada y la pared. Pero entonces pensaba en él, en los sucesos vividos anoche, en sus palabras, su poesía… Y era completamente un ser inerte en la búsqueda de sus brazos.

—Hola —me saludó, haciéndome dar un salto.

Sentí sus dedos desnudos acariciando mi espalda ligeramente descubierta por el pijama de satín y sentí un gran escalofrío.

—Hola —saludé también, dándome la vuelta.

Él me contemplaba con sus ojos verdes, pero tras ellos veía un brillo que no supe interpretar. A veces era tan difícil saber qué podía estar pasando por su mente. ¿Había escuchado algo? Dios… Quizá había escuchado a su madre.

—¿Estás cocinando? —preguntó con media sonrisa saliendo de sus labios.

—Quería hacerte el desayuno, pero te has adelantado. ¿Has despertado…?

—Acabo de despertar y me levanté en cuanto no te vi a mi lado —susurró.

—¿De verdad?

Frunció el ceño.

—¿Qué ocurre?

Tragué y sonreí.

—Nada.

No quería contarle lo que acababa de pasar, no quería siquiera que su madre fuera el tema principal de la conversación por la mañana, me negaba a permitir que me afectara lo que esa mujer acababa de hacer. No, no quería retroceder al miedo, a ese miedo que me producía malpensar en esto y permitirme dudar de Edward bajo la lealtad de su madre.

—Pareces algo tensa —susurró, tomándome los hombros con cuidado.

Suspiré.

—Quizá se deba a que es primera vez que me he planteado hacerte el desayuno.

Su sonrisa brotó y de pronto todo lo sucedido se fue con rapidez a la basura.

—No sabía que se te daba cocinar —añadió, acariciándome el rostro con cuidado.

Cerré los ojos por algunos segundos, recibiendo la calidez de su toque con una imperante necesidad por más. Me tranquilizaba y me hacía sentir tan bien.

—Soy buena en lo que conozco y sé de muchas recetas que te encantarían —susurré.

—Bueno, pues me encantaría probar cada cosa que sale de ti —agregó, bajando sus manos hasta mi cintura para pegarme a él—. Te ves tan hermosa en la mañana.

Me mordí el labio inferior y le quité algunos cabellos que habían sobre su frente, para luego acariciar su rostro con cuidado.

—Debo estar hecha un desastre —jugueteé.

—Si los desastres son así, quiero desastres para toda mi vida.

Me reí entre sonrojos y recibí sus besos en el segundo, con sus manos rodeándome fuertemente, como si me dijera "aquí estoy, no voy a marcharme". Fue inevitable que al separarnos todo fueran miradas y mi instinto fuera seguir acariciando su rostro, el que cada día me parecía más al de ese joven lleno de sueños apagados por la maldita de su madre.

—Esperaba darte algo bueno para desayunar y sorprenderte —afirmé al separarnos.

—Créeme que el solo hecho de verte cocinar me es una inmensa sorpresa. Jamás me habían cocinado alguna vez.

Levanté las cejas y reí.

—Pero tienes una ama de llaves…

—A ella le pago para que lo haga, Isabella, tú… lo haces porque…

—Porque me gusta hacerte sonreír —afirmé, interrumpiéndolo.

Y lo hizo, sonrió.

Me tomó de las caderas y me subió en la isla para continuar besándome y abrazándome a su antojo. Me dejé llevar, acariciando su rostro y cuello, cerrando mis ojos ante esta emoción que no tenía límite.

—Gracias por el desayuno —me susurró contra los labios.

—Pero aún no he terminado…

—Es el mejor despertar que podrías darme.

Me reí y nos seguimos besando.

—No me dejarás acabar el desayuno si sigues besándome. —Ya estaba jadeando.

—Te haré acabar de otra manera y luego puedes acabar el desayuno, ¿qué te parece? —dijo con la mirada pícara.

—¿Es que no tienes hambre?

—De ti siempre, Bella.

Me eché a su cuello y continué besándolo, dejándome llevar por el hombre del infierno que, sin duda, me mantenía entre las llamas cada día de mi vida.

.

Se estaba abotonando la camisa mientras yo me acomodaba las Keds. Él ya iba a irse y la idea, aunque me costara admitirlo, me partía el corazón.

—¿Así que ya es hora? —pregunté, haciéndome una rápida cola de caballo.

Se dio la vuelta y me vio de los pies a la cabeza, admirándome con esos ojos preciosos que nunca se cansaban de impactarme.

—Me gustas mucho así —susurró, tomándome las manos.

—Gracias —respondí sonrojada—. ¿Ya te vas?

Tragó.

—¿Tienes algo por hacer hoy? Es sábado y…

—No —respondí enseguida mientras me temblaba la barbilla.

Parecía muy quieto y atento a mí.

—Demian te extraña —confesó.

Levanté mis cejas.

—¿Te gustaría verlo?

Mi sonrisa se hizo tan viva que me dolier


on las mejillas.

—¿De verdad me extraña? —inquirí.

—Como nunca. ¿Quieres venir?

Solté el aire de improviso.

—Claro que sí.

—Vamos al coche.

Estaba entusiasta, pues también extrañaba a Demian con locura.

El viaje en coche fue corto y la llega al departamento llena de ansiedad por verlo. Cuando Anna nos saludó, Demian corrió para saludar, pero cuando me vio, sus ojos brillaron con intensidad.

—¡Be! —gritó, corriendo a mis brazos.

Instantáneamente me agaché y lo sostuve, dándole varias vueltas mientras recibía sus jugosos besos mientras sostenía un biberón entre sus manos.

—¿Van a quedarse a comer algo? —preguntó Anna con una sonrisa.

—En realidad, pensaba en que podríamos ir… los tres al lugar favorito de DeDe. ¿Qué te parece, Bella? —inquirió Edward.

Me di la vuelta y lo miré, contemplando su sonrisa y sus deseos porque eso ocurriera.

—Sí, me encantaría —respondí.


Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, estoy deseosa de poder ir subiendo capítulos más largos, sobre todo si muestran ese entusiasmo que tanto me gusta, estoy en un proceso importante y decisivo ante las elecciones de mi país, pero hago lo posible por contrarrestar el cansancio que también se acumula por unos problemas laborales, en especial ahora que esto que está pasando entre Edward y Bella va tomando esos rumbos de peligro que a ambos los tienda, rompiendo cualquier barrera. Esme ha llegado a imponerse, pero con su hijo detrás de las paredes de la habitación de Bella, ¿qué ocurrirá hasta entonces? Y ahora con Demian, integrándose más a un protagonismo junto a su papá y su nueva amiga, ¡vendrán cosas que nos moverá las mariposas intensas que llevarán en el vientre! ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco los comentarios de yesenia tovar 17, lolitanabo, cavendano13 , merodeadores 1996, Rose Hernandez, alyssag19, angelaldel, BreezeCullenSwan, CelyJoe, stella1427, gabomm, Makarena L, Belli swan dwyer, Iva Angulo, Teresita Mooz , Elizabethpm, Ana karina, Liliana Macias, Ttana TF, TheYos16, DanitLuna, Klara Anastacia Cullen, Liz Vidal, Wenday 14, ConiLizzy, suranless, rosy canul 10, MariaL8, kedchri, Pam Malfoy Black, Elizabethpm, Jocelyn, robertsen - 22, Angelus285, luisita, Anabelle Canchola, AnabellaCS, DiAnA FeR, Anita4261, sool21, Alittlehappypig, Rero96, Mapi13 , saraipineda44, Vanina Iliana, almacullenmasen, Elizabeth, SeguidoradeChile, joabruno, quequeta2007 , MarielCullen , ale 17 3, Claribel Cabrera, patymdn, Valevalverde57, Lore562, Valentina Paez, morenita88, Pancardo, Eli mMsen, Santa, Nancy, Mime Herondale, lolapppb, diana0426a, merce, valem0089, Gan, Jen1072, NaNYs SANZ, Flor Santana, Veronica, NarMaVeg, Noriitha, natuchis2011b, Jeli, Fallen Dark Angel 07, Jimena, Tata XOXO, barbya95, Marken01, krisr0405, kathlen ayala, Angel twilighter, Elizabeth Marie Cullen, miop, KRISS95, ari kimi, Celina fic, miriarvi23 , beakis, Ana, Franciscab25, C Car, maribel hernandez cullen, darkness1617 , Angeles Mendez, Karensiux , Adriu, Jade HSos, Bitah, Freedom2604, somas, sandju1008, Naara Selene, EloRicardes, AndreaSL, Florencia, PRISGPE, esme575, twilightter, calia19, Vero Morales, SakuraHyung19, NoeLiia , LadyRedScarlet, 1304, LM, Sandoval Violeta , Ella Rose McCarty , Brenda Cullenn, seiriscarvajal , Aidee Bells, 1208, nydiac10, Mentafrescaa, Veronica y Guest, espero volver a leerlas, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus palabras, su cariño y su entusiasmo, de verdad, gracias

ecuerda que si dejas tu review recibirás un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben poner su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá

Pueden unirse a mi grupo de facebook que se llama "Baisers Ardents - Escritora", en donde encontrarán a los personajes, sus atuendos, lugares, encuestas, entre otros, solo deben responder las preguntas y podrán ingresar

También pueden buscar mi página web www () baisersardents (punto) com

Si tienes alguna duda, puedes escribirme a mi correo contacto (arroba) baisersardents (punto) com

Cariños para todas

Baisers!