Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía

Recomiendo: Ghost - Annaca

Capítulo 33:

Praderas y lamentos

"(...) Todo lo que tengo es un poco de esperanza

(...) Entonces, puedo llamar hogar a este luegar, nuevamente

(...) He estado sintiendo como si estuviera en peligro

He estado llorando en los brazos de extraños..."

Lo que más se escuchaba eran las exclamaciones de Demian ante la alegría de oír los planes de su papá.

—¡Be! —chillaba, demasiado feliz para contenerse.

Edward nos seguía contemplando, mientras yo lo hacía con él.

De alguna forma, tener la posibilidad de acercarme a Demian, su hijo, me llenaba de más ilusiones, era imposible que no, si el pequeño era inevitable de amar. Lo miré y él a mí, mostrándome sus pequeños dientes blancos y unos hoyuelos preciosos. Tenía los ojos tan grandes y tan hermosos. Entonces recordé que era un pequeño adoptado, que Edward había hecho lo posible por cuidarlo aun sabiendo que no compartían su sangre y, hasta el momento, solo podía ver cuánto se amaban y lo cuidado que estaba él, el pequeño Demian. Pero pensaba en Esme, en su inevitable posibilidad de acercarse al pequeño y el temor me creció como la espuma. ¿Edward permitiría que su madre estuviera cerca de él? De solo pensarlo supe la única respuesta: que nunca lo aceptaría… porque a veces sentía que Edward le temía más de lo que quería asumir.

—¿Y cuál es ese lugar favorito? ¿Eh? —pregunté, acariciándole las mejillas con suavidad.

Demian olía a bebé y a colonia suave, que parecía algodón con flores. Su piel era tersa y sus mejillas rellenas estaban brillantes.

Pad… Pad… —dijo.

—¿Parque? —inquirí con otra sonrisa.

Edward se acercó y DeDe se giró para mirarlo y sonreírle de la misma forma.

—En realidad, es nuestro secreto —susurró él, para luego besar los cabellos de su hijo—. Un lugar que ocupamos para estar juntos sin que nadie perturbe nuestra paz. Solemos ir cada vez que queremos un momento juntos sin el escarmiento público, sin… esa realidad.

—Be con… con… nosotos —dijo Demian, abrazándome desde el cuello con mucha fuerza.

Me quejé entre risas y Edward sonrió mientras nos miraba.

—Si ella quiere, claro que sí —afirmó él.

—Sí, iré con ustedes. No podría negarme.

—Perfecto —respondió—. Anna, ¿nos prepararías algo para llevar de camino? A Bella le gusta el té… y todo aquello que sea hecho con cariño, tal como a mí. Y a DeDe su biberón y sus frutas favoritas —pidió Edward.

—Por supuesto, señor Cullen—. El ama de llaves caminó rápidamente hacia la cocina, por lo que nos quedamos a solas los tres.

Edward tomó a Demian entre sus brazos, diciéndole que debía lavarse los dientes y preparar los juguetes que querría llevar.

—Debo cambiarme a algo más apropiado. ¿Me esperas aquí? —me preguntó.

—Claro que sí —dije, sintiendo nerviosismo y entusiasmo a la vez.

Mientras estaba a solas, me dediqué a perseguir la decoración artística que guardaba Edward en el exterior, en ese lugar en donde su hijo por razones obvias, no podía entrar, que era el erotismo y la oscuridad.

Iba a sentarme en el sofá, sintiendo que por primera vez en mucho tiempo me sentía tranquila, en paz, disfrutando de algo tan hermoso como salir con… ellos.

Sin embargo, el sonido de mi móvil me removió de mi tranquilidad, sobre todo al ver que se trataba de Jasper. Me preocupé, pensando que podía tratarse de algo grave, así que contesté de inmediato.

—Hola, Jass —respondí.

—Hola, Bella, lamento llamarte un día sábado, en especial si no es para invitarte a salir.

Me reí.

—Efectivamente. Sé que hoy es tu día con tu hija así que me sorprende que…

—Es que aproveché de avanzar un poco esta mañana, ya que esperaba pedirte espacio para el lunes, pues debo llevarla nuevamente con el cardiólogo.

—¡Claro que sí! —exclamé—. Sabes que no tengo problema con ello, sobre todo si es para algo tan importante…

—Sí, Bells, yo… —Carraspeó. Se escuchaba nervioso—. Aproveché de ver el listado de llamadas que se coló desde la recepción hasta mi teléfono y me ha llamado la atención algo.

Fruncí el ceño mientras oía sus palabras.

—¿Qué?

—Tenía cientos de llamadas perdidas de un número que no conocía, intenté dejar a un lado la situación, pero volvieron a llamar y yo contesté tan rápido como pude.

—¿Quién era? —le pregunté, ansiosa por su repentino silencio.

—Era tu madre, Bella.

Sentí que se me escapaba la sangre de la cara.

—¿Mi…?

—Sí, Bells.

Estaba perpleja y luego comencé a sentir un fuerte enojo.

—¿Qué dijo? —espeté, furiosa.

Suspiró.

—Quiere hablar contigo. Me ha dicho que le ha faltado dinero…

—Bloquea su número. No quiero volver a saber de ella.

Sentía cómo tragaba.

—Perfecto, puedo hacerlo, pero…

—No quiero que ella vuelva a ser una piedra en mi camino, no después de echarme a la calle mientras… —Apreté los labios, sabiendo que ni siquiera a mi mejor amigo podía contarle esto—. Solo me quiere en su vida porque ahora tengo dinero. Bloquea ese número, esta vez es una orden de tu jefa.

Cerré los ojos al decir eso, aunque sabía que era necesario.

Noté que Edward volvía con Demian en sus brazos. Él se había puesto unos jeans ajustados a su anatomía y llevaba un suéter rojo junto a una cazadora caqui de tela delgada. Sus zapatos eran mis favoritos, manteniendo una clase y soltura muy propia de él. Llevaba a Demian en su brazo derecho, sosteniéndolo como a una pluma. El pequeño vestía una jardinera de color celeste con una palita y un oso en la parte frontal. Me removía las entrañas de ternura.

—Está bien, Bella, eso haré —respondió Jasper.

—Gracias por comunicármelo —dije mientras notaba cómo Edward me miraba de manera curiosa, quizá preguntándose con quién estaba hablando—. Espero que tengas buen fin de semana con tu pequeña.

—Y tú también. Si quieres podemos salir juntos un día de estos.

Sonreí.

—Claro que podemos salir un día de estos. Ten un buen día.

Cuando corté, Edward bajó a Demian de sus brazos y este corrió con algo de torpeza para llegar hasta mí. Fue inevitable para mí tomarlo entre mis brazos y mirar cómo esos lindos ojos brillaban con ternura.

—Te ves tan lindo con esta ropa —susurré, acariciando sus mejillas.

—¡Be! —exclamó, abrazándome con fuerza desde el cuello.

Me reí mientras miraba a Edward, quien acortaba la distancia entre nosotros.

—¿Algún problema? —inquirió.

Negué.

—Cosas del trabajo. Era Jasper… Necesitaba comunicarme algo sin importancia.

Enarcó una ceja y luego movió los labios en línea recta.

—Jasper, ¿eh?

Quise reírme en su cara, pero me contuve.

—Sí, estaba avanzando trabajo y quería comentarme un par de cosas, pero no creo que deba darte explicaciones, soy una mujer independiente —señalé, manteniendo una sonrisa que le hizo brotar una a él.

—De eso estoy seguro —respondió—. Espero que esté todo bien, te veo… extraña.

Tragué.

¿Cómo no estarlo si mi madre, aquella mujer que me quitó a papá y un hogar cuando más lo necesitaba, volvía a contactarme cuando tenía dinero? Era obvio lo que quería de mí.

—Quiero ir a ese lugar y respirar paz —dije, levantándome del sofá con Demian en mis brazos—. Llévame hasta allá.

Edward acarició mi mejilla con suavidad ante los ojos atentos de su hijo, sonrojándome.

—Vamos —susurró.

Anna se acercaba a paso rápido con una cesta y un bolso pequeño con osos que debía pertenecer a Demian. Lo bajé de mis brazos y le ayudé a ponerse la mochila mientras él constantemente inspeccionaba si seguía a su lado, aun cuando sabía que era yo quien estaba ayudándole. Parecía muy ansioso porque de pronto fuera a desaparecer.

—¿Los espero con la cena? —preguntó Anna, emulando una suave sonrisa dulce.

Edward me contempló, como si esperase que yo contestara.

—Sería muy agradable de su parte —respondí con suavidad.

Los ojos pequeños de la ama de llaves se hicieron todavía más diminutos al escucharme, pues sonreía con más intensidad.

—¿Algún filete? —inquirió, entusiasta.

—Algo… casero vendría bien —volví a responder—. Sencillo, sin tanto alarde.

—Por supuesto, señora.

Me extrañé al escuchar la palabra señora saliendo de su boca, pero simplemente me despedí de ella mientras sentía cómo Demian tiraba de mi suéter para que le prestara atención.

—Ven conmigo —dijo Edward mientras reía junto a él—. Te prometí que tendríamos un momento juntos.

—¡Con…! ¡Con Be! —chilló Demian.

—¿A dónde iremos? —le pregunté al pequeño, quien parecía irremediablemente feliz.

—¡Dindo ved…! ¡Vede!

Me reí mientras salíamos por la puerta principal.

Lo último que vi fue a Anna, quien tenía las manos empuñadas en su pecho, como si la imagen… la regocijara.

—¿Lindo verde?

Asintió.

—Pues espero que tú y tu papá me sorprendan.

—De eso no debes tener dudas, Bella —dijo él, poniendo una de sus manos en mi cintura.

Cuando bajamos al coche, Edward alistó una silla que tenía guardada en el maletero y la posicionó en los asientos traseros. Cuando fue momento de poner a Demian en ella, este se mantuvo tranquilo con su oso. Verlo ahí me produjo una ternura voraz que solo hizo que mis deseos por encontrar a mi hija se sintiese pujante, hostil y desesperante.

—¿Lista? —me preguntó Edward, sacándome de esos dolorosos pensamientos.

Asentí.

Abrió la puerta del coche y yo entré como copiloto, respirando hondo mientras veía a Demian abrazado a su oso de peluche. Antes de que Edward se subiera, su pequeño le pidió su chupón.

—Sabes que solo es por un momento, ya debes dejarlo —le susurró su papá.

Cuando se lo entregó y se lo puso entre los labios, comenzó a hacer un movimiento con él en la boca, relajándose poco a poco. Me enterneció tanto que no pude dejar de mirarle y sentir cómo me enamoraba de ese niño tan dulce y vulnerable, tan… inocente y maravilloso.

Salí de mi ensoñación cuando Edward se subió al coche y lo encendió. Solo supe que los guardaespaldas estaban siguiéndonos y protegiéndonos cuando vi un leve destello de luces, muy lejanas, lo suficiente para no llamar la atención.

—¿Qué planeas hacer? —le pregunté, suspirando inconscientemente al ver su perfil precioso.

Su sonrisa brotaba con más facilidad ahora, lo que lo hacía irresistible.

—Llevarte a nuestro lugar favorito —afirmó, mirándome por unos segundos.

—¿Y no me darás alguna pista?

Negó y luego, sin siquiera darme cuenta, puso su mano en mi muslo con suavidad.

—Sé que te encantará tanto como a nosotros.

El viaje transcurrió de manera cálida. Noté cómo se desviaba del camino urbano y nos dirigíamos hacia las afueras del distrito, cruzando el puente y luego yendo directamente hacia las zonas más aledañas. En el transcurso del viaje, Edward tenía una suave música de cuna en piano, lo que mantenía a DeDe muy tranquilo. Verlo me daba paz.

—Gracias por acompañarnos —susurró Edward en medio de una pausa en el trayecto.

—Gracias a ti por considerarme.

No me respondió, pero sus ojos estaban brillantes, tanto como si estos fueran piedras preciosas.

Edward volvió a desviar su camino, alejándose cada vez más de la urbanización. Cuando llegamos a un predio cerrado y silencioso, comprendí que nuevamente nos encontrábamos en un lugar en extremo seguro y resguardado, posiblemente uno que él ya había estudiado para que su hijo estuviera en paz. Si había algo de lo que estaba completamente segura, era de lo mucho que Edward lo amaba y protegía.

Cuando la entrada fue abierta, lo que más me impactó fue el paraje maravilloso repleto de flores, árboles y el sonido suave de un riachuelo. Podía ver las montañas más allá y algunos caballos que comían césped en la gran distancia. No podía describir más allá, porque estaba sin palabras. En el momento en el que Edward aparcó y abrió la puerta para abrírmela a mí, solo pude salir y respirar el aire que gritaba libertad.

—¡Sí! —exclamó Demian, saltando en el césped que tenía a su alrededor.

—Con cuidado, DeDe —le recordó su padre.

El pequeño comenzó a dar más saltitos cortos, como si quisiera hundirse en el césped.

—Es un lugar inmenso —me susurró él, muy cerca de mi cuello.

Sentí los escalofríos producidos por su existencia.

—De verdad lo es—. Me giré a mirarlo—. ¿Cómo llegaste a él? Se ve tan precioso y grande.

Suspiró.

—Es una compra que realicé pensando en mi hijo, Bella.

Me enseñó su mano enguantada y se la tomé con fuerza, mientras seguíamos a Demian.

—Señorita, estaremos aquí —dijo Emmett.

—Gracias —respondí con una sonrisa que él también me devolvió.

Cuando me volví hacia Edward, noté cómo miraba con recelo, nuevamente, mi cercanía con mi guardaespaldas.

—Aquí nadie podrá hacerte daño —me susurró él finalmente, volviendo a acercarme a su cuerpo—. Por eso mi hijo es feliz aquí, porque es libre.

—¿Y tú? —inquirí.

Sonrió con tristeza.

—Sí, creo que aquí también lo soy. ¿Vamos?

Asentí.

El camino era tan amplio que no sabía hacia dónde dirigirme, todo era tan lindo y hoy, a pesar de estar iniciando el invierno, había un sol maravilloso que nos acompañaba. Aún quedaba el vestigio del otoño ante nuestros ojos, con los colores anaranjados acompañados de algunas flores que eran únicas en esta estación. Los árboles aún estaban con sus hojas cayendo gracias al viento y el césped, tremendamente bien cuidado y precioso, estaba llenísimo de hojas caídas que crujían bajo nuestros pasos.

—¿Cómo llegaste hasta aquí? —inquirí, viendo cómo Demian corría entre risas mientras sujetaba su oso de peluche.

Me sujetó desde la cintura, acariciándome con suavidad, siempre acercándome a él.

—Siempre he buscado un lugar en el que mi hijo no sea dañado por ser quién soy —musitó.

—¿Alguna vez lo han intentado? —inquirí, aterrada de pensarlo.

Asintió mientras tragaba.

—Fue cuando era un bebé. Querían conocer su rostro y yo no iba a permitirlo. Recuerdo que lo buscaron cuando estaba con Anna… Mi furia fue tan intensa que solo quería buscarlos a todos ellos y destruirlos. He recibido amenazas hacia él por parte de seguidores de otros miembros de la política, amenazas que hasta han sido cercanas y yo no lo notaba hasta hace poco…

—¿Quién? —volví a preguntar, tremendamente angustiada de imaginar a un pequeño en peligro, sin ser culpable de ninguna manera.

Se quedó en silencio y respiró hondo mientras fruncía el ceño.

—No es relevante. Yo solo… me he dedicado a mantener a todos lejos de mi hijo —dijo de forma escueta.

Sus ojos brillaban de algo que no supe comprender.

—Imagino que, a pesar de todo, es un pequeño feliz—. Lo miré. Estaba riéndose mientras llevaba a su oso hacia el tumulto de hojas anaranjadas—. Lo veo y… veo a un niño seguro y con mucho amor.

—Es lo que siempre he querido entregarle… Lo que no tuve —agregó.

Se me revolvió el estómago al imaginar lo que Esme pudo haberle hecho. A veces tenía demasiado miedo de lo que mi cabeza gestaba e imaginarlo siendo un pequeñito inocente en los brazos de esa mujer enloquecida. Cada día odiaba más a Esme y mi instinto me hacía querer proteger no solo mi integridad, sino a Edward y a Demian.

—¿Tu padre…?

—Padre necesitaba gobernar, Bella, éramos un problema si lo sacábamos de su concentración en ello.

—Edward, no digas eso, nunca habrías sido un problema para él, nunca lo fuiste.

Tragó y se quedó en silencio.

—Con cuidado, Demian. ¿Quieres ir a comer algo allá donde están las nuevas flores? —exclamó, llamando la atención de su hijo.

—¡S…! ¡Sí! —chilló.

Estaba tan contento, realmente era un niño feliz.

El lugar era realmente divino y no había duda alguna en que era un sitio tranquilo en el que nos pudiéramos sentir en paz, sin que nadie nos perturbara.

—Este lugar lo compré pensando en mi hijo —señaló.

Levanté mis cejas.

—Es el mayor gasto que he hecho, pero cada peso invertido es para él.

—¿Qué planeas hacer con este lugar tan grande? —pregunté, muy impresionada por este.

—Quiero construir un hogar para Demian, uno en donde se sienta a gusto.

—Creí que el departamento era suficiente…

—Demian necesita vivir con normalidad, poder correr, ser un niño feliz, que es lo que más deseo. Estoy luchando por eso y decidí que este lugar es ideal para él.

—¡Papi! ¡Mida! —exclamó, apuntando a una ardilla que bajaba de un árbol.

—¡Una ardilla! —dije, caminando hacia él para que la viéramos juntos—. Hay que tratarla con mucho cuidado, así no se asustará de ti, pues no le haremos daño.

Me agaché a su lado y vimos cómo se ocultaba con una avellana entre sus manos y luego huía con rapidez.

—¡Muy dápida! —me comentó el pequeño Demian, riendo sin parar.

—¡Sí! ¡Muy rápida!

—¿Vamos a ese lugar que te gusta? —preguntó Edward, llamando la atención de su hijo.

—¡Sí! ¡Be…! ¡Be… Puede id… id… con nosotos! —gritaba Demian, agarrándome desde el suéter y la cazadora.

Me reí mientras Edward lo contemplaba con un amor que me traspasaba el corazón.

—¡Claro que iré! —exclamé, corriendo para alcanzarlo y abrazarlo.

Todo lo que salía de mí con el pequeño DeDe nacía de manera espontánea y sentía que estaba queriéndolo con mucha fuerza, más de lo que alguna vez pensé en sentir por un pequeño que no fuera mi hijo. ¿Cómo evitarlo? Él era un ser tan puro, tan cariñoso y adorable… y su padre el hombre que me estaba robando más que un simple suspiro.

Caminamos juntos hacia adelante, descubriendo más allá del paisaje en el que nos encontrábamos. De inmediato comprendí que se estaba construyendo una casa junto a un parque infantil a unos metros más allá.

—No pensé que estaría ejecutándose tan pronto —comenté, mirando con interés aquella tierra comenzando a prepararse para la construcción.

—Quiero que Demian tenga un hogar ideal —susurró—. Es el comienzo.

—Contigo tiene el hogar ideal —musité, mirándolo a los ojos.

—Pero también necesita mucho más. Siento que no soy suficiente.

Suspiré.

—Cualquiera sentiría que es suficiente… si es contigo.

Nos contemplamos por un largo minuto, lo que sí resultó una eternidad.

—Es el lugar más seguro. Si pudiera, te tendría aquí constantemente con tal de no sentir que estás en peligro —continuó susurrando.

—La verdad, me sentiría muy bien aquí —contesté.

Nos sonreímos.

—¡Jegos! —insistió Demian, volviendo a tirar de mí para que fuera con él hacia los juegos.

Me reí y le ofrecí mi mano, la cual tomó sin miramientos.

Nos fuimos en una pequeña carrera, la suficiente que pudo sostener sus piecitos, hasta donde estaban los juegos, puestos cerca de una laguna artificial que colindaba con un hermoso campo de flores que pude identificar al instante: eran crisantemos de variados colores, pero principalmente anaranjados. Era… sinigual, especialmente al ver reflejada la luz del sol en ellas.

—¿Quieres que te suba allí? —preguntó Edward, apuntándole al tobogán que había sobre una plataforma muy linda de osos y animales variados.

—¡Sí! —gritó el pequeño, abriendo sus brazos para que su papá lo tomara.

Sus piernas eran cortas y sus pies muy pequeños, Edward parecía un gigante con él en sus brazos grandes y viriles. Era una imagen que simplemente quise atesorar en mis mayores recuerdos, aun cuando moría por tomarles una fotografía.

Edward subió por las escaleras traseras del juego y se posicionó para dejar caer a Demian, pero luego recordó que nadie iba a recogerlo cuando cayera, aunque esta era una arena fina, cómoda y perfectamente cuidada, seguía siendo un blanco de accidentes.

—¡Yo te sostendré! —exclamé, corriendo hasta el final del tobogán, manteniendo las manos abiertas.

Miré a Edward a través de la distancia y noté una suave sonrisa.

Demian movía sus pies y carcajeaba, a la espera de que su padre lo dejara caer y deslizarse. Cuando fue el momento, el pequeño dio un grito divertido y se deslizó en curvas hasta llegar a mis brazos, que lo recogieron con total cobijo.

En el momento en que lo sostuve, tan fuerte como si quisiera meterlo en mi corazón, imaginé hacer esto con la única hija viva que tenía… si es que realmente lo estaba. Solo escuchaba las risas de Demian, lo que me sacó una gigante sonrisa; era un niño especial, tan dulce, tan… precioso. Al separarnos y mirarnos, quité las imágenes de mi hija, imágenes a veces utópicas, y me dediqué a pensar en él, en Demian Cullen, en esos ojitos verdes que eran inmensos y en sus labios rojizos y llenos. Su cabello tenía un matiz broncíneo, casi rojizo, tras las hebras castañas que rellenaban su cabeza, el que combinaba con su piel blanca. Cuando acaricié su rostro con mis dedos deseosos de su ser terso, noté lo mucho que su color imitaba al mío.

O… ¡Ota! —insistió Demian.

Corrió hasta su padre, que lo esperaba con los mismos brazos abiertos. Edward volvió a impulsarlo para caer y yo lo recibí con la misma seguridad, una y otra vez, haciendo que Demian reviviera las risas hasta que su cuerpo pequeño cedió al cansancio. Sus mejillas estaban muy rojas y ya estaba comenzando a sudar.

—Hey, descuida, descansa un poco —dije entre risas—. Vas a resfriarte con el cambio de temperatura, recuerda que ya comenzará a hacer mucho frío.

Le ajusté la bufanda para que se sintiera más cómodo, mientras sentía la incesante mirada de Edward, que se mantenía a su distancia, entrecerrando los ojos de forma expectante y a la vez… atento a cada una de mis acciones.

—¡Nave! —gritó, dando brinquitos y apuntando a algo que había detrás de mí.

Me giré y vi una inmensa nave que se balanceaba bajo una imponente decoración estelar. Parecía que Edward se había esmerado en crear algo que hiciera feliz a su hijo con todas sus fuerzas. Sentía que, de alguna forma, él quería enmendar a su niño interior.

—Está bien, pero será por un rato y luego te beberás tu leche, pues se enfriará —respondió Edward, sin profundizar el tono de su voz, sin siquiera convertirse en el monstruo que cualquiera podría imaginarse.

Edward, con su hijo, demostraba su amor en cada actitud, acción y palabra saliendo de su boca, desde sus gestos a su tono de voz.

—Sí—. Demian tiró de mi mano y esperó a que su papá nos siguiera, pues yo estaba siendo arrastrada por este pequeño tan dulce, que me tenía sin remedio a sus pies.

Acabé carcajeando al ser impedida para marcharme, lo que contagió a Edward. Verlo reír, ser un hombre, sí, un hombre, un padre… un ser capaz de sonreír, era algo que estaba grabándose cada vez más en mi corazón… Como si eso fuera posible, en realidad, porque sentía que ya no cabía más en mi pecho.

Él tomó a Demian y lo acomodó en la nave, para luego empujarla de forma suave para que se divirtiera. El pequeño estaba en la cúspide, respirando aire, sintiendo la libertad y sin peligro alguno a su alrededor. Edward, por su parte, se veía tan relajado, como si un peso se le hubiera caído en el instante en el que pudo atravesar el césped de este lugar tan recóndito. Y yo… Yo sentía que estaba en el lugar correcto, donde podía… ser feliz.

Me quedé estática en mi posición, viéndolos jugar y reír. Mi corazón se aceleró y mis dedos temblaron. Hacía mucho tiempo que no sentía que estaba tocando la felicidad, una felicidad que tenía dos individuos que se habían metido en mi corazón sin remedio ni posibilidad de escape.

—¡Be! —gritó Demian mientras reía.

Su sola voz hizo que mi instinto me instara a ir a su lado y unirme a su felicidad, esa que rebosaba sin temor. No había nada más irresistible que un infante feliz, más aún cuando tú eres parte de ella. Él elevó sus brazos hacia arriba para sentir el viento, al mismo tiempo que yo aplaudía.

Una vez que ya no quiso seguir jugando porque parecía ya tener hambre y ganas de descansar, Edward lo cargó en sus brazos y se cobijaron mutuamente. Decidí ir detrás de ellos para seguir contemplándonos, porque nunca estaba satisfecha ante la imagen de ambos juntos.

—¡Ahí! —exclamó Demian, apuntando al gran campo de crisantemos que cubrían los últimos rayos de sol del día.

Edward lo bajó y el pequeño se acomodó entre las flores, como si se reuniera con sus viejas amigas.

—Iré a por las cosas al coche, no tardaré —afirmó.

Me dispuse a mirar a DeDe, quien tocaba las flores con cierta propiedad que me volvía loca. ¡Era un pequeño tan divino!

—¿Te gustan? —le pregunté.

Asintió mientras tomaba una con sus pequeños dedos.

—Veo que las tratas con delicadeza —susurré, notando su concentración en no dañarlas.

—P… Papi —tartamudeó.

—¿Tu papá te enseñó a no dañarlas?

Asintió nuevamente.

Sonreí.

Quien cuidaba de las flores, seres sin una voz ni lamento capaz de ser oído, era un ser de sentimientos profundos e increíblemente bondadoso.

—Buenas —dijo, regalándome una.

—¿Crees que son buenas?

Asintió.

—Pondré esta flor en agua para que vuelva a crecer. Lo prometo —susurré, acariciando sus cabellos.

Edward regresó con una manta y una canasta, algo que veía siempre en mis sueños de romance dignos de la televisión, siendo una adolescente. A veces, sentía que cumplía mis sueños, desde los que tenía cuando pequeña… hasta ahora, que era una adulta.

—Espero que tengas hambre —me comentó con una sonrisa suficiente.

Estiró la manta sobre el césped, frente a los crisantemos y nos permitió acomodarnos en ella. Demian comenzó a hacer un ruido en su pecho, el que se unió al mío producto del asma alérgica que tenía. Inevitablemente saqué mi inhalador de mi bolso, el que nunca dejaba de lado y siempre era mi mejor compañía, y me apliqué dos puffs rápidos. Cuando pude respirar mejor, vi a Demian recibiendo la misma terapia junto a su padre, que procuraba llevarla también consigo.

—Veo que los crisantemos son un arma de doble filo —susurró Edward luego de guardar el medicamento inhalatorio.

—Solo son así. Nada que una terapia no nos ayude, ¿no es así, DeDe? —inquirí.

Asintió con una sonrisa, aunque sabía que él no entendía a qué nos referíamos.

—¿Asma alérgica? —inquirió Edward.

—Sí, desde los dos años —respondí.

—Demian fue diagnosticado hace muy poco. Me alegra saber que tú estás bien —afirmó.

—Se puede estar bien —añadí—. Tenemos lo mismo, ¿has notado, Demian?

El pequeño se recargó en mi regazo, adormilado, por lo que su papá le entregó la botella de leche que esperaba. En el instante la tomó y bebió con rapidez, tanto que sus mejillas se tornaron rojas. Era tan lindo que no podía dejar de contemplarlo mientras lo abrazaba y sostenía su biberón, reviviendo lo que tanto me hubiera gustado vivir.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al instante, pero sonreí. Con él sentía un calor diferente, un calor que nunca podía explicar, pero estaba presente desde que lo conocí.

—Traje algo para ti —dijo Edward, sacándome de mis pensamientos.

Al alzar la mirada y verlo rodeado de crisantemos, acomodado en la manta y mostrándome un cuenco de frutas variadas, no pude contenerme a sonreír de oreja a oreja, viendo al senador siendo un hombre. Su oscuridad mermaba, ese dolor en sus ojos se transformaba en un aprendizaje y las tinieblas se alejaban de él. Pero aun así, esa oscuridad era tan parte de su ser que me atraía de una manera imposible de explicar con palabras realmente coherentes, no encontraba adjetivo ni manera alguna de comparar la forma en que mi cuerpo, mi alma y mi razón se convertían en un hechizado conjunto hambriento por él, solo… él.

Cuando vi las semillas de granada esparcidas en el lindo cuenco, junto a fresas, melón, piña y melocotón, solo comprendí que sí, quería granadas, quería oscuridad… Lo quería a él.

—Gracias —susurré.

Se acercó a mí con esa timidez y escudo que lo blindaba de todo. Dolía tanto cuando aquello pasaba.

—Tienes las manos ocupadas —musitó, viendo cómo sostenía a Demian mientras este bebía del biberón, mirándonos a ambos con sus extraños ojos que, a la luz, ya no solo tenían un tono verdoso profundo que me recordaba… al color que tenía mi abuela, sino que, además, cerca del iris, cambiaba a un fuerte color marrón achocolatado.

No sabía a qué se estaba refiriendo hasta que acercó la fruta a mi boca. Cuando la abrí y sentí el sabor, volví a sonreír. Edward estaba en silencio, pero sus hombros ya no se veían tensos y sus manos no parecían incómodas como cada vez.

—¿Qué más te exacerba el asma? —inquirió.

Carraspeé.

—Creo que el césped, el polvo…

—Demian suele ser enfermizo por lo mismo. Imagino que es algo común, ya que suele tener crisis cuando se enfrenta a lugares con muchos alérgenos y aún debo esperar hasta…

—Hasta que sea mayor para poder realizar la prueba. Sí, lo recuerdo.

Esta vez sonrió y volvió a darme otro poco de frutas. Él aprovechaba de comer junto a mí y a medida que lo hacíamos, intentaba resistirme a la idea de acomodarme en sus brazos, como si Edward fuese a recibirme como un chico romántico… A veces olvidaba que él era un hombre diferente y que probablemente nunca iba a sacarlo de esa maldita capa de acero.

Al terminar de comer, miré a Demian, quien seguía bebiendo su leche, pero acariciándome el cabello al mismo tiempo. Uno de sus dedos se había enredado en una de mis hebras y él jugaba con ella como si se tratara de su oso de peluche: una muestra de seguridad y cercanía a un lugar seguro, con añoranza y expresión de cobijo.

Esos ojos…

—Demian te quiere más de lo que ha querido a alguien desde que tiene a mis hermanas a su lado —susurró Edward, sacándome de mis pensamientos.

No supe qué decir.

—Siempre he temido de mi alrededor, que cualquiera le haga daño… —Me contempló—. Tú jamás le harías…

—Ni en mis peores sueños, Edward —musité—. Demian es… —Sonreí y volví a mirarlo solo para darme cuenta de que se había quedado dormido en mis brazos—. Es un ser al que protegería con mi vida —afirmé sin siquiera pensarlo.

—¿Té? —inquirió, ofreciéndome una hermosa taza con flores.

—¿Caliente? —pregunté.

Rio.

—Sí, claro. Está haciendo frío. Estamos entrando al invierno. Anna tiene un termo que suele guardar cuando necesito marcharme con un buen café y el viaje es largo en carretera… —Suspiró—. Espero que te guste.

De solo volver a oler la canela y el jengibre, mi sonrisa aumentó.

Al sostenerlo con una de mis manos, tuve la rapidez de cubrir a Demian para no ponerlo en peligro. Cuando miré a Edward, nuevamente noté que él estaba mirando todo lo que hacía con su hijo, no supe si era por temor a que le hiciera daño, si mis acciones le causaban recelo o…

—Me gusta cómo cuidas de mi hijo —murmuró.

Me quedé en medio de un sorbo de té y luego tragué.

—Es que es tuyo —respondí—, y él… él me ha robado el corazón.

«Y tú también, Edward Cullen».

—No suelo permitir que nadie toque a mi hijo más que yo y… mis hermanas. Anna pasó por muchas entrevistas para que le permitiera estar con él. No fue fácil, ella fue parte de mi vida por mucho tiempo y… no quería confiar tan fácilmente en la persona que cuidaría de Demian. —Me tomó la barbilla con suavidad y me acarició las mejillas—. Y tú lo miras como… —Suspiró—. Cada cosa que haces es maravilloso —susurró, tocándome los labios con su dedo pulgar—. Demian es mi gran talón de Aquiles, Isabella, pero él te adora y…

—Bésame —pedí, mirando sus ojos cubiertos del último rayo de luz que daba sobre ellos—. Bésame y permíteme sentirte entre las flores, estas que nos rodean y hacen de tu oscuridad un halo de luz.

Frunció el ceño y lo hizo, juntando sus labios con fuerza junto a los míos. Cerré mis ojos y disfruté de su boca, de sus lengua y de la manera en que sus dientes rozaban mi piel con sutileza. Cuando nos separamos y juntamos nuestras frentes, sentí que me envolvía entre sus brazos y me llevaba hasta ese lugar protector que solo él me brindaba.

Quería estar en sus brazos por siempre.

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.

.

Edward POV

Sostuve el aliento cuando miré la imagen de ellos durmiendo abrazados en el asiento trasero. Bella protegía de él con ahínco, como si buscara protegerlo tanto o más que yo.

Miré hacia adelante con la barbilla temblándome.

Aún no podía sacarme las palabras de madre, aquellas que dijo en medio del departamento.

Su sola voz hizo que despertara, como si se tratara de una pesadilla, esa pesadilla que se repetía constantemente.

Escucharla era un detonante, un aprieto al corazón, una desesperanza a mi vida que no dejaba de existir. Madre me aprisionaba el pecho, me hacía sentir inerte cada vez que la oía.

Pero ahora se trataba de Isabella.

Apreté el manubrio y continué mi camino, mirando por el espejo retrovisor a los coches que nos acompañaban.

Miré nuevamente a mi teléfono y vi las llamadas perdidas de los Denali, desde Eleazar hasta las hermanas Tanya e Irina… Y luego las llamadas de mi madre.

Algo sucedía y yo quería mantenerme a un lado de todo.

«Como si no hubieras vivido en las tinieblas lo suficiente como para huir de aquella hecatombe que te une a cada uno de ellos».

Madre seguía llamando.

Inspiré y respondí, aprovechando que me encontraba entrando a la ciudad y se avecinaba el semáforo en rojo.

—Hola, madre —respondí, manteniendo el tono de voz que me definía: pulcro, serio y sin emociones.

—Hola, cariño —dijo, usando su suave timbre calmo.

Miré una vez más al espejo retrovisor y fruncí el ceño.

—Hacía tanto que no escuchaba tu voz —añadió.

—Lo mismo digo, madre. ¿Lista para tu viaje?

—En realidad, pospuse el viaje para unos días posteriores porque quiero hablar contigo junto a todos los demás —aseguró.

Tragué.

—Claro, puedes contar conmigo, madre.

—En esto… no quiero que ni Alice ni Rosalie tengan siquiera una sílaba de lo que hablaremos. ¿Está claro?

—Sabes que no puedes darme órdenes, madre, sé lo que hago.

Rio con suavidad.

—Claro que lo sé, eres un hombre maravilloso. Solo quiero asegurarme, sé que siempre tienes ese dejo protector con ellas.

Tensé la mandíbula y apreté aún más el volante, sin saber cómo controlar la creciente rabia dentro de mí, una rabia que no revivía desde que era un niño.

—¿Qué necesitas? Ahora…

—Precisamente necesito que ahora te concentres en escucharme.

—Dime.

Suspiró y hubo un silencio luego de sus palabras, un silencio que crecía como veneno en mi hiel.

—Quiero que nos acerquemos a hablar de Isabella Swan —puntualizó.


Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia. ¡Feliz noche buena! Y espero que tengan una feliz navidad. ¿Qué les ha parecido ese lugar seguro en el que los tres han comenzado a avanzar? Ahora... la oscuridad de todo lo que rodea a Edward está causándole dolor, una vida de miseria... ¿Quiere salir de ahí? ¿Quiere ser acompañado por ella? Esme tiene muchos ases bajo la manga. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

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