Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Capítulo en edición
Recomiendo: Secrets and Lies - Ruelle
Capítulo 34:
Estrategias
"Tienes un frío, frío corazón
Has construido una casa de cartas
Pero esta va a desmoronarse
Piensas que no sé quién eres realmente
(...) Sé todos tus secretos
Sé todas tus mentiras
Sé dónde los guardas
En el interior..."
Edward POV
Escuchar el nombre de Isabella tras los labios de mi madre era una sacudida del mismo averno, del tártaro que significaba ella para mí, una jalada desde la penumbra para alejarme del Olimpo al que Bella me llevaba.
Seguían sus palabras en mi cabeza, sentía la desesperación que me rodeaba al recordar la manera indecente y pretenciosa de tratar a Isabella, a ella, a…
Quise gruñir, atestado por el arrepentimiento interno de no haber salido a por su defensa, pero… las consecuencias de aquel acto iban a ser más duras de las que podía tolerar en ese momento, por ella… por Isabella…
—¿Edward? —insistió mi madre, sacándome de mis pensamientos.
—Sí, madre —respondí en automático.
—¿Sí qué?
Tragué y recordé muy bien esa dura voz expectante.
Tenía cuatro años.
Cuatro…
Cerré los ojos.
—Estoy en una junta importante, madre —mentí.
—Tu madre te necesita. Además, tengo información que nos servirá para todo este proceso.
—¿Información?
—De Isabella Swan.
Miré el espejo retrovisor una vez más y la contemplé, respirando pacíficamente, como si nuestro paseo por los prados y el acercamiento a esa naturaleza… le hiciera sentir libre, ella… esa Isabella escondida tras la oscuridad en la que, irremediablemente, me sentía parte. Solo veía a una mujer joven, sencilla, con sueños apagados por… algo que ni yo podía interpretar.
Fruncí el ceño y tragué.
—Dame un momento e iré. Espero sea breve, Demian necesita estar conmigo —dije con franqueza.
Suspiró.
—Sabes que está Anna, para eso está esa mujer, nuestra seguridad, la dignidad de tu familia, es lo más importante.
—Demian es parte de la familia.
Madre suspiró.
—Claro que sí, por esa misma razón, te necesito aquí… Siempre te he necesitado, eres todo lo que tengo —se lamentó—, a pesar de todo lo que me hizo tu padre, de toda la humillación pública, de haberse acostado con esa mujer que podría haber sido su nieta… Lo extraño.
Cerré los ojos y canalicé cada una de sus palabras en algo que no fuera la furia. Desde hacía semanas que madre estaba causándome una sensación de odio que no renacía desde que era… un adolescente.
—No me abandones, cariño, mamá solo quiere lo mejor para ti y el nombre de la familia. No permitiré que esa mujer nos quite todo lo que somos.
Sentí náuseas y una fuerte angustia en mi pecho.
¿Qué estaba dispuesto a hacer? ¿Cuál iba a ser mi plan ahora? Mis tinieblas eran profundas, duras y eternas, Isabella las conocía, la había arrastrado a lo más profundo y su mirada hacia mí se hacía cada vez más… hermosa, más tranquilizadora… No se alejó a pesar de la luz que traía consigo, de esa luz que veía como una fuerte vegetación colorida que encandilaba hasta a mi más repulsiva alma oscura.
¿Qué estaba dispuesto a hacer?
—No lo haré, madre —susurré con un nudo en la garganta—. Iré en unos minutos. Descuida.
Suspiré y salí del coche con cuidado, viendo que se acercaban los guardaespaldas una vez instalados en la oscuridad de mi estacionamiento exclusivo.
—¿Despertará a la señorita? —preguntó el guardaespaldas de Isabella, Emmett, entorpeciendo aún más la sensación inequívoca de furia que guardaba en mi interior.
—No —espeté—. La llevaré a la habitación. Necesita descansar.
Emmett me contemplaba con esa maldita suspicacia que odiaba. ¿Quién demonios se creía para acercársele y penetrar en la intimidad de ella? ¡Odiaba que lo hiciera!
—Llamaré a Anna para que me ayude con mi hijo. No quiero que ninguno se aleje por ningún motivo del departamento ni de los lugares más ocultos de este lugar —sostuvo con la voz en alto, dando la orden sin preámbulos ni esperando un no por respuesta.
Todos asintieron y se acomodaron los sacos negros y las gafas, planteándome el mismo plan de siempre, pero ahora… con más énfasis en no solo cuidar de mi hijo, sino también de Isabella, no quería que mi madre volviese a…
Cerré los ojos por unos segundos.
—La única capaz de darme órdenes es la señorita Swan —recalcó el idiota de Emmett—. No tiene que recordarme nada, senador.
Tensé la mandíbula.
—La llevaré hasta su piso —agregó.
—No. Seré yo quien lo haga. No pienso aceptar que pongas tus manos en ella.
Estaba furioso. La idea de que la tocara con esa intención extraña en su mirada… ¡Solo quería destruirlo…! Pero entonces miré a Bella dormida junto a mi hijo y sabía que, de hacer cualquier cosa en contra de su guardaespaldas, la dañaría… y si la dañaba, no podría perdonármelo.
Entonces me miró y tras sus ojos castaños noté cuánto desconfiaba de mí.
—Está bien, senador. —Su voz siempre era irónica cuando se trataba de mí—. Resguardaré todo el perímetro. Pronto llegarán refuerzos para la señorita, el peligro para ella es inminente, ¿no cree?
Tragué.
—Haz lo que sea para mantenerla a salvo, ¿has entendido?
—No recibo sus órdenes, recuérdelo.
Se volvió hacia adelante, a la espera de cualquier movimiento que hiciera.
Con un nudo de cólera marqué a Anna y ella de inmediato aceptó bajar hasta el estacionamiento para ayudarme con mi hijo. En cuanto la vi, le indiqué que lo llevara a su recámara.
—Por supuesto, señor —dijo Anna, sacando a Demian con cuidado, quien dormía muy aferrado a Bella.
Me sorprendió notar que iba a llorar cuando lo separaban de ella, por lo que rápidamente pedí que lo envolvieran con el abrigo de Isabella. Y entonces, volvió a quedarse dormido.
Metí medio tronco dentro del coche y de manera innata acaricié su rostro, esperando que se sintiera cómoda y pudiera despertar un poco. Ella abrió los ojos y me mostró esos hermosos ojos marrones, sonriendo enseguida.
—Te llevaré conmigo —susurré—. Sigue durmiendo.
—¿Está todo bien? —inquirió con suavidad.
Respiré hondo y le sonreí.
—Todo bien. Necesitas descansar. Te llevaré a mi cama.
Sus ojos brillaron y asintió, volviendo a cerrar los ojos mientras suspiraba.
La saqué con cuidado y la cargué como a un bebé, procurando taparla antes con mi saco. Ella se acurrucó en mi pecho y sentí el ritmo de su tranquilo corazón cercano al mío. Fue una instantánea sensación de paz la que logró infundirme, lo que resultaba irónico para mí porque… siempre sentía odio. Mientras subíamos junto a Anna que sostenía a mi hijo, no dejé de mirar a Isabella, sabiendo que iría junto a mi madre a recibir información que no necesitaba ni quería conocer.
Llegando hasta el piso, aquel que abarcaba todo el acceso de la última planta, digité los códigos y entré, respirando nuevamente tan hondo como pude.
—Llevaré al pequeño a su cama —dijo Anna.
Asentí y fui hasta mi habitación, una que jamás había compartido, excepto con mi hijo… hasta que ella llegó a mi vida.
Tragué.
Reposé a Isabella en medio de los edredones y la tapé con mi saco y otra manta gruesa, prefiriendo no despertarla con más movimientos. A medida que la veía volviendo a conciliar el sueño, suspiré y cerré los ojos por un segundo. Acaricié su rostro y luego, de otra manera innata, una que no me permitía reconocerme, besé su frente y la olí unos segundos antes de marcharme, no sin antes mirar a la mujer que antes creí que podía invadir mi espacio, mi apellido y mi poder, ahora… sabía perfectamente por qué no la quería cerca, porque no era capaz de invadir, sino darme un sentido, un sentido que nunca había revivido desde que ella…
Por primera vez mi mentón tembló con el deseo desesperado por echarme a llorar como ese adolescente. Era un sentimiento similar, similar al que sentí con ella, pero ahora, con Isabella, sabía que era aún más intenso, todavía más vivo, más real…
Boté el aire y tragué una vez más.
Sí, claro que al comienzo quería erradicar a Bella de mi vida, cómo no, si todo mi poder lo había arrebatado. Hades había perdido su capacidad y ferocidad, porque solo tenía el deseo de compartir los sentimientos más íntimos y luminosos, lo que había estado evitando, con Perséfone, la mujer que, incluso, lo hacía sentir más poderoso. Isabella me había quitado el poder de llevar mi escudo, mi armadura… Y a la vez me recordaba que ese corazón negro era más poderoso y limpio de lo que pensaba.
—Isabella —musité, viendo por última vez ese rostro dulce y sereno, durmiendo de forma plácida, confiando en mí, confiando en este ser acostumbrado a hacer del mundo mío… incluso si eso significaba pasar por sobre los demás.
"Tú nunca me harías daño", había dicho, "estoy muy orgullosa de ti…".
Fruncí el ceño.
Caminé hasta la habitación de Demian y me acosté a su lado un momento, besando sus cabellos y recordándole que volvería tan pronto como pudiera.
Sentía culpa, no quería ser como mi padre.
—¿Se va, señor Cullen? —preguntó Anna.
Me giré.
—Vendré en breve. Tengo una reunión urgente.
Asintió.
—¿Si la señora despierta…?
—Haz que se sienta como en su casa —musité.
—Claro, señor.
Salí de manera rauda, preguntándome cómo lidiar con el nudo en la garganta que sentía y cómo llamarle a lo que estaba significando mi madre en estos momentos. Si bien, desde antes estaba acrecentándose un sentimiento negativo, desde que escuché a madre hablarle así a Isabella, de esa manera tan… insostenible, sentí odio, uno que se mezclaba al odio que sentía cuando era un niño y me obligué a olvidar por petición de mis terapeutas…
Sacudí la cabeza y al entrar al estacionamiento me subí al coche, sin percatarme antes de que, detrás de mí, estaba Emmett apoyado en su coche, mirándome tras sus gafas oscuras. Sabía de su recelo, en especial ahora.
Apreté la mandíbula y lo ignoré, encendiendo el coche de forma rápida.
—Señor Cullen, nos preparamos para acompañarle —me dijo Félix, acomodando el arma dentro de su saco negro.
—Quédense aquí y cuiden de Isabella y Demian. Yo estaré bien.
—Pero, señor…
—¡He dado una orden! —gruñí.
Tragó.
—Es peligroso.
—Nadie tiene permitido rebatirme. Se quedan acá, porque yo lo digo —dije con seriedad, dándole una última mirada mientras me acomodaba los guantes y me ponía las gafas oscuras.
—Claro, señor.
Manejé con rapidez hacia casa de los Denali, lugar al que detestaba ir, por cierto. Era un chalé frívolo, resguardado por varios personajes que conocía perfectamente y que, con un poco de dinero, hacían tráfico fácil de distintos tipos de drogas.
Cuando llegué a esos recuerdos, a la realidad en la que me estaba rodeando, sentí vergüenza de mí mismo, y entonces recordé las palabras de Isabella: "estoy muy orgullosa de ti".
Tragué y paré frente a la cerca negra y oculta. Las luces estaban encendidas y los hombres se acercaron, no sin antes mirar la placa de mi coche. Sabían que era yo, por lo que rápidamente me permitieron la entrada y avancé con mi coche, apretando el manubrio con todas mis fuerzas.
Me abrieron la puerta para luego imponer su cuerpo cerca del mío y yo quité su mano, ajustándome el suéter mientras miraba al guardia.
—No me toques, sabes que está prohibido —dije sin mirarlo.
—Lo siento, senador.
Caminé hasta el porche y vi cómo abrían las dos puertas, recibiéndome como uno más en esa casa.
¿Era uno más? ¿Realmente era uno más?
—Buenos días, señor Cullen —saludó la joven trabajadora doméstica que acompañaba a la familia Denali.
Comprendía su mirada ilusionada, pero nuevamente evité cualquier contacto. Odiaba que lo hicieran.
—¿Gusta algo de beber? Quizá su whisky favorito…
—Limítese a hacer sus labores junto a la familia a la que atiende.
—S… sí, señor.
Tragué otra vez y cerré los ojos. La cólera inconclusa no me estaba permitiendo actuar con educación.
—Y gracias —musité, dándole una corta mirada.
Mostraba su escote, algo que constantemente intentaba mientras visitaba, de vez en cuando, este lugar.
No le di la importancia que buscaba, de pronto… solo Isabella estaba ahí, en mi cama del Tártaro, durmiendo profundamente mientras su espalda desnuda y sus piernas atravesaban los edredones, con su cabello castaño desparramado. Era una obra de arte.
—De nada, señor. Lo están esperando en la sala.
Asentí y caminé hacia allá, mirando el crudo color de las paredes y las múltiples fotografías de Eliazar con personajes influyentes, así como ellos, los Denali, en distintos encuentros con esas mismas personas influyentes de pasados decadentes y fachada perfecta… Eran una familia de mierda.
Como era un espacio grande, cualquiera pensaría que sus voces serían poco audibles en él, sin embargo, sus carcajadas unidas a un sinfín de choques de copas era lo que más embadurnaba el ambiente, incluso habiendo una música con volumen adecuado. Eliazar estaba junto a Carmen bebiendo whisky mientras hablaban con personas que conocía perfectamente, una mujer y un hombre, dos periodistas a los que recurrían cuando necesitaban usar a la prensa a su favor pagando una gran cantidad de dinero, mismos a los que madre había recurrido un par de veces a escondidas de padre. En una de las caras sillas estaba sentado el mayor de los Denali y luego las mellizas, Irina y Tanya, que fueron las primeras en verme. Más allá y en conjunto con su gran amigo, el Dr. Nicola, su ginecólogo amigo, estaban bebiendo champagne a destajo, favorecidos con algunos cigarrillos.
—Buenas noches —dije, llamando la atención de los demás.
—¡Edward, cariño! —chilló mi madre, mientras Carmen sonreía.
Se acercó a mí con los brazos abiertos y yo me mantuve quieto.
—Vine porque me necesitabas, ¿no, madre?
Me persignó con el dedo pulgar, mientras sus ojos brillaban de una manera… radiante.
—Qué bueno verte, Edward —exclamó Carmen, viniendo a saludarme de dos besos que no correspondí, como cada vez.
Eliazar me dio un apretón de manos y luego lo hizo Jonathan, mirándome diferente a la última vez que nos vimos. Cómo no, si me negué a aquella petición indecorosa… que sabía que había sido parte de mi vida en otra ocasión.
Sentí vergüenza de mí mismo.
—Ha pasado mucho tiempo —dijo Tanya, dándome un suave beso en la mejilla.
Cuando se acercó Irina y depositó otro, me alejé lo más rápido que pude, pero madre me sostuvo del brazo.
—Ay, cariño, ¿no te has puesto saco? ¿Qué es esta ropa? Pareces cualquier hombre, menos un senador de esta república —regañó.
Quise suspirar y tensar mi mandíbula, pero controlé cada parte de mí para no hacer un escándalo… un escándalo que moría por hacer, realmente. No era un hombre que callara mis malestares, al contrario, era conocido por ser inquebrantable y nadie pasaba sobre mí, pero esta vez sentía que todo podía jugarme en contra.
—Nadie le dice al senador Cullen cómo vestirse, madre —comuniqué, mirándola directamente a los ojos.
Tragó y asintió.
—Bueno, te ves tan guapo como siempre —corrigió, sacudiendo mi pecho.
Caminé directamente hasta en centro de la sala, sin aceptar la copa que estaban ofreciéndome.
—Estoy conduciendo —dije.
—¿Y no trajiste a tu chofer? —preguntó madre, sentándose nuevamente en medio de la silla, como si se acomodara en un trono.
—Querías que viniera rápido. Pues aquí estoy.
—Siempre tan serio, Edward —canturreó Tanya e Irina sonrió.
—Queremos que te pongas cómodo —añadió Carmen, mostrándome el sofá.
Negué.
—Prefiero estar de pie.
—Imagino que está estresado por lo sucedido en el congreso, tanto así que me envió al diablo cuando se trataba de mover dinerillo —jugueteó Jonathan.
Todos rieron como si fuera cualquier cosa.
—Ya habrá tiempo de hablar de los negocios.
Irina miró a madre, quien respiró hondo.
—Ya sabes un poco por qué te llamaba —comentó ella, levantándose nuevamente para luego tocar mi pecho con cuidado, lo suficiente para que comenzara a incomodarme.
Madre no era consciente de lo mucho que me marcaba que lo hiciera… o eso era lo que quería creer.
—Sí, lo sé. —Me mantuve quieto y luego esbocé una sonrisa para calmar a todos ante lo que eventualmente era el plan ideal… para comenzar a destruir a Isabella.
Le había prometido eso a mi madre, que haría todo lo posible por quitarla del medio para hacer frente al honor de mi familia, pero… ahora la idea resultaba una asquerosidad, me daba repugnancia, sentía una contradicción desastrosa dentro de mí: estaba fallándole a mi promesa, a quien era Edward Cullen, quien no temía en sacar de su camino a cualquier persona que se interpusiera al bien de la familia y los negocios, pero… ya no se trataba de sacar del camino a cualquier persona, no era la viuda de mi padre, era ella… Isabella, mi obra de arte. Y esa mujer, esa mujer que no temía a mi oscuridad… estaba orgullosa de mí, orgullosa de las decisiones que estaba tomando conscientemente, consciente del daño que estaba dispuesto a hacerle… por ese bien a mi familia, ese bien que madre tanto insistía en repetir. Me di cuenta de que no solo quería cambiar al bastardo que existía en mí por mi hijo, sino por ese orgullo… por Isabella.
Me desconocí.
Madre miró a los dos periodistas, Clare Goodman, una mujer de cincuenta y pico de cabello cano y mirada fría, ex columnista del Washington Post y ahora dedicada a la prensa amarillista que lograba calar hondo en la población más ignorante. A su lado estaba Igor Kusnetsov, un excéntrico de cuarenta de cabello rubio claro y ojos adormecidos, pero recelosos, quien era el encargado de lavar la imagen de mi familia, especialmente de mi madre y Rosalie, a cambio de dinero; era el encargado de prensa de una de las revistas más famosas de espectáculo, de cotilleo y mierdas de ese calibre, como también director del programa amarillista más famoso del país. Sus contactos eran varios, muchos peces gordos, aunque… no tanto como los que tenía Charlotte, que había logrado dominar gran parte del periodismo político por su amistad con la periodista Zafrina Johnson, la periodista más reconocida y amenazada del país por abrir tópicos duros de la política, empresarios y personalidades, entre ellos, la pederastia de diferentes agentes políticos, actores, músicos y ricos.
—Isabella Swan está siendo el tema más importante en la prensa en estos momentos —dijo mi madre, cruzando una pierna mientras suspiraba.
—Vaya situación —susurró su amigo, el ginecólogo Vladimir Magomedov.
—No sabía que tú tenías algo que hacer en esta reunión —espeté.
El médico tragó y miró a mi madre.
—Lo siento, Vladimir. Hijo, es solo un apoyo para mí. —Suspiró—. Esta situación está saliéndose de control y tenemos que actuar.
—¿Cómo? —pregunté—. ¿Enviando a atacantes hacia ella?
Todos fruncieron el ceño y yo tuve que mantener la calma. Si actuaba así, iban a sospechar.
—Sabes que las personas inteligentes actúan bajo estrategias, no con atacantes directos, no es el estilo de nuestra familia ni menos de nuestra… alianza —musité—. No me gusta ensuciarme las manos, no lo tolero.
Mantuve los puños apretados mientras me acomodaba los guantes.
—¡Claro que no! —exclamó mi madre—. ¡Sabes que ese ataque no lo orquesté! No podría hacerle eso a la memoria de tu padre, ¡esa fundación era el sueño de tu padre!
—Creo que debemos entendernos bien, Edward —dijo Carmen, cruzando su pierna mientras contemplaba mi cuerpo de arriba hacia abajo—. A mí me importa el patrimonio que tenemos como alianza y no voy a permitir que una sucia puta venga a quitarnos lo que es nuestro.
Sucia puta… De solo escucharla sentía la bilis en mi garganta.
—Las acciones en la empresa se irán a pique si no tomas riendas en el asunto —susurró Eliazar, siempre tan tranquilo mientras mantenía la mirada serena—. Hay que quitarla del medio. Descubrirá la unión de nuestras sociedades y todo se irá al carajo. No quiero a esa mujer cerca.
—Podría cogérmela y hacerle perder la cabeza, eso sería suficiente, una seducción fácil, una noche en la cama y… Uau, no voy a mentirles, es bastante atractiva —jugueteaba Jonathan.
Respiré hondo y mantuve la calma para no tomarlo desde el cuello y sacudirlo en el suelo. ¿Cómo se atrevía…? ¿Qué clase de hombre…?
Necesitaba respirar, no podía levantar sospechas.
—No seas maleducado, Jonathan —ordenó Carmen, utilizando su autoritaria voz grave—. Si quieres embaucarte con esa sucia hazlo, pero no quiero detalles y menos que eso sea motivo alguno de tu triunfo. Qué asquerosidad.
Jonathan seguía riendo, mientras Tanya e Irina suspiraban.
—Es una niñata, pronto cometerá un error. Solo limpiaba baños, ¿y ahora pretende liderar la compañía Cullen? No voy a permitirlo y eso lo prometí en el primer instante en que supe de su existencia —bramó la primera, mirándome como si buscara una interacción conmigo.
Recordé cuando desperté, cómo madre le recriminaba diciéndole que solo limpiaba baños. El recuerdo me removía las entrañas por la culpa que sentí al no correr y pedirle que se retractara de decirle aquello, de tratarla con desmedro por buscar un trabajo cuando solo era una chica a punto de cumplir dieciocho años. Quería defenderla, carajo, ¡quería defenderla! Pero… estaba de brazos cruzados. Escuchar a mi madre hablarle de esa manera a Isabella fue más que un castigo… fue un martirio.
No estaba acostumbrado a tragarme la furia, porque Edward Cullen era el rey del mundo que le rodeaba, ¿no? Pero Isabella, ah, se había convertido en la reina del mío.
—Creo que debo conseguir hacer una amistad con ella. Es tímida, frágil… —Irina usaba un tono de voz infantil y ridiculizado, sarcástico y malintencionado—. Es tan tonta, es cosa de verla, ni siquiera ha estudiado…
—¿Y? ¿Cuál es el plan? —espeté, con mis fosas nasales dilatadas, desesperado por salir de aquí antes de gritarles a todos.
—Cariño, no seas tan impaciente…
—Tengo un hijo que cuidar y lo sabes perfectamente, madre. Díganme, ¿qué quieren? —bramé—. Soy Edward Cullen, yo pongo la última palabra, ¿está claro?
Todos tragaron y asintieron, incluida mi madre, quien solía mantenerse sumisa cuando se trataba de mis peticiones.
—Señor Cullen, he investigado la vida de Isabella Swan y lo mejor que podemos hacer es masificar su falta de conocimiento y destacar que apenas terminó la preparatoria con las peores calificaciones…
—¿Y eso crees que tiene alguna validez? —Estaba usando un tono de voz rudo y hostil, mirando a Clare a los ojos—. Por favor, ¿qué clase de mierda quieres usar? Estás hablando con un senador de la república, aumenta tus niveles, por favor.
Ella sabía perfectamente que había sido impulsor de la ayuda estatal para mujeres jóvenes con dificultades escolares. ¿Esperaba que tuviera alguna palabra aprobatoria para semejante mierda?
—Señor Cullen…
—No estoy aquí para perder el tiempo. Hagan de esto algo serio o acabaré con ustedes y su maldita carrera, ¿de acuerdo? —gruñí.
Noté que madre sonrió.
Oh, mamá… Qué equivocada estabas.
—Masificaremos la mejor información —aclaró Igor—. Que era menor de edad cuando comenzó su relación con el expresidente.
Se me revolvió el estómago.
—Para expulsar a su padre, tenemos información de sobra para mostrar que él no sabía aquello y que ella se aprovechó de la situación a su favor, sabemos que compró un departamento, el mismo que está ocupando en este momento, lugar en el que se encontraban…
—Basta ya —bramé—. ¿Eso es lo que tienen?
—Es el primer paso, senador Cullen.
—Ahora es tu turno, cariño —dijo madre, levantándose, no sin antes chocar su copa con aquel médico de mierda.
—¿Mi turno? —inquirí.
—Debes quitarla de nuestro camino siendo conciliador, mientras destruyes cada día más su capacidad de liderar nuestra compañía y la sociedad que tenemos —musitó, acariciándome las mejillas—. Todo a su tiempo, confío en tu inteligencia y en que pronto nos desharemos de ella a como dé lugar. Ese lugar que ocupa me pertenece y no descansaré hasta tener lo que es mío, pero sobre todo, en hacer que nuestra familia tenga la honra que merece.
Juntó su frente con la mía y suspiró.
—Debemos tener a nuestra enemiga muy cerca, quizá… ser condescendientes. Las puñaladas se dan cuando menos se lo esperan —añadió.
Tragué y evité cualquier expresión ante todos ellos.
Su hálito olía a alcohol y a Gucci y los recuerdos volvían a mi mente. Siempre era así, pero ahora sentía que me habían quitado una venda de los ojos, una venda que estaba tan apretada…
—Me parece perfecta tu idea, madre —sostuve con todo mi aliento, sin reparo alguno en endurecer aún más mi voz y sonreír de manera frívola—. Mantener a nuestra enemiga cerca…
—Incluidos aquellos que la rodeen —añadió.
—Eso es estupendo. Estoy de acuerdo, la quiero ver hundida por haberse entrometido en nuestros negocios y especialmente con mi familia.
Cada palabra que salía de mi boca ardía como el fuego… y yo estaba acostumbrado al fuego del averno, pero esta vez dolía, tanto que no lo soportaba.
—Y qué mejor que tú para llevar a cabo los planes —agregó Carmen, bebiéndose una copa de vino—. Siempre has sido implacable.
Subí mi barbilla y los miré a cada uno.
—Déjenmelo a mí, Edward Cullen siempre será el más despiadado. Y no quiero que nadie se entrometa en este asunto más que yo, es una orden —manifesté con la mandíbula tensa.
—Por supuesto que sí —dijo madre, dándome un suave beso en la mejilla.
—Mantén a tus enemigos cerca —susurré, contemplándola.
Su mirada de orgullo y algo más, algo que nunca pude identificar, volvía a sus ojos azules.
—Siempre estaré orgulloso de ti, mi gran tesoro —agregó.
—Ahora, madre, te pido por favor que dejes de beber —le dije al oído de manera—, o acabaré destruyendo a tu amigo que receta a destajo lo que no debe, ¿de acuerdo?
Madre bajó la mirada y asintió, muy molesta.
—Tengo que marcharme, mi hijo me espera —comuniqué, volviendo a acomodar mis guantes, receloso de que parte de mi piel fuera tocada por cualquiera de ellos.
—Ha sido un gusto, senador —dijeron los periodistas.
No respondí.
—Esperamos novedades, pero cómo no, si eres el gran senador Cullen —afirmó Eliazar, alzando su vaso de whisky.
Me di la vuelta hacia el vestíbulo, caminando de manera recta y arrogante ante todos. No iba a ceder con ninguno y sabían cuán grande era mi poder. Cuando cruzaba la puerta, escuché mi nombre. No tardé en frenar sin darme la vuelta, sabiendo de quién se trataba.
—¿Qué ocurre, Tanya? —pregunté, dándole la espalda.
Se dio la vuelta con rapidez y me contempló a los ojos.
—Extrañaba verte —susurró.
—Tanya, por favor… —Estaba molestándome y sulfurándome más de la cuenta.
—Edward, hacía tanto que no te veía…
—No tengo razón alguna para que coincidamos, la verdad.
—Pero… ¿Qué pasó? Antes disfrutábamos tanto, Edward, nuestras escapadas al hotel…
—Decidí terminar esto en el instante en que tus sentimientos cambiaron, Tanya, ¡ya basta! —gruñí, queriendo dar un paso adelante para irme en mi coche.
—Tú sabes que haría todo por ti, yo te a…
—¡No necesito una mujer sumisa en mi vida! —espeté—. No necesito que hagas todo por mí, porque lo que nace de ti es basura corrupta y no quiero enredarme con personas sumisas, capaces de todo por… mostrar devoción hacia mí.
Sus ojos se tornaron llorosos, no de tristeza ni congoja, claro que no, era furia, la furia de una pequeña mimada que no conseguiría lo que quería.
—Creí que tú…
—No necesito devoción, Tanya Denali, menos la tuya. La sumisión no es amor y yo no estoy interesado en ti. Nuestros encuentros se acabaron, lo sabes bien. Ahora, déjame solo.
Cuando iba cruzando las escaleras, ella decidió dar una última oración.
—¿Es porque Charlotte volvió a tu vida? —inquirió con la voz titilante.
Tragué.
Su sospecha estaba tan alejada de la realidad.
Isabella…
Quería protegerla, ya no había vuelta atrás, quería que fuera feliz, que… nadie se atreviera siquiera a hacerle soltar una lágrima, porque ella era…
Suspiré, sabiendo que era la única manera.
—Sí, es por ella —respondí sin darme la vuelta.
Cerré los ojos por unos segundos, por primera vez sintiendo que estaba cometiendo la peor de las acciones de un maldito, del tenebroso y oscuro hombre en el que me había transformado: sentía que estaba traicionando a Isabella, que con solo mentir y decir que todo esto era provocado por Charlotte… y no por ella…
Sentí repugnancia de mí mismo, pero era lo que tenía que hacer para mantenerla alejada de ellos, porque lo peor de mí, lo peor de mi eterna oscuridad y la razón más poderosa para devorarlos en el averno en el que estaba envuelto, iba a explotar cuando cualquiera tocara un solo cabello de Isabella y, por supuesto, de Demian.
Pero madre sentía un extraño apego a Demian que brotaba cada vez que lo veía, lo que eran pocas veces porque yo… sentía rechazo de que estuvieran solos o se vieran frecuentemente. Y a Isabella la odiaba y me aterraba que…
Me metí al coche y tragué, prometiéndome que haría todo para protegerla de este mundo y siendo débil a la única idea que me encantaba y me hacía irremediablemente dichoso: tenerla en mí mundo, porque cada día más mi corazón carbonizado comenzaba a vivir gracias a ella.
Hoy era consciente de algo que nunca había pensado antes, pero que estaba oculto en mi interior. En este instante brotaba, brotaba de una manera insostenible desde que escuché cómo trataba a Isabella en su departamento, aun cuando apenas escuchaba las últimas oraciones que ella le decía de manera mordaz y desagradable.
Entonces concluí que mi principal enemiga ahora era mi madre y que desde que le había hecho ese daño en su departamento, no podía permitirme continuar con la violencia en su contra, no cuando… era la mujer que que…
Suspiré y seguí mi camino, dispuesto a volver al departamento.
Isabella POV
Me restregué los ojos y de pronto desperté, consciente del lugar en el que me encontraba. Estaba oscuro, pero unos ojos verdes estaban contemplándome.
—Hola, Bella —saludó, sonriendo con austeridad—. Dormiste bastante.
Suspiré y sonreí, provocando que la suya creciera y sus ojos brillaran.
—Oh, ¿qué hora es? —inquirí.
—Pasa de las once de la noche.
—Dios mío —exclamé—. Serafín debe estar muy preocupado.
Tomé el teléfono, tanteando la cama y encontré muchos mensajes de él, pidiéndome que le respondiera, porque estaba muy preocupado.
Suspiré y le contesté con rapidez.
"Estoy pasando un momento en un hotel, necesitaba un jacuzzi y un masaje. Siento no haberte respondido.
Estaré temprano mañana en el departamento.
No te preocupes, estoy bien.
Cariños."
—Imagino que él no sabe que estás aquí —susurró.
Negué.
—Es mi confidente, pero…
—Sé que esto acabaría siendo un problema —respondió.
—¿Esto…?
Se acercó a mí y tomó mi barbilla, para luego acariciar mi mejilla con su pulgar. Sus manos estaban desnudas, expuestas ante mí. La suavidad con la que me tocaba era tan cómoda, tan dulce, tan… Ah… ¿Cómo explicarlo?
—Ya sabes que no me importa nuestro secreto —confesó, juntando su frente con la mía.
Suspiré.
Nuestro secreto.
—A mí tampoco me importa, es nuestro —musité.
—¿Y sabes qué más?
—¿Qué? —inquirí, presa de su aliento, de esa necesidad irrevocable por seguir sintiéndolo.
—No me importa que seas la viuda de mi padre —aseguró, sorprendiéndome—. No me interesa, ya no me importa.
Tragué y me atreví a tocar su rostro con suavidad, descubriendo que, ante mi tacto, Edward cerraba los ojos, como si hubiera añorado mis caricias por mucho tiempo.
—Edward —gemí.
Me besó con tanta pasión y dulzura que me desmoroné, simplemente caí abatida por la manera en la que me trataba y pedía de mí.
—No eres la viuda de mi padre, eres Isabella Swan y te añoro, lo hago de verdad —susurró al separarnos.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Y que él me perdone, pero no puedo resistirlo, desde que te vi… —Jadeó—. Quiero tenerte aquí, a mi lado, aunque es oscuro…
—No me importa, Edward —gemí—, mientras tú estés conmigo, esa oscuridad es… maravillosa y la entenderé.
Tragó y se escondió en mi cuello, mostrándose irremediablemente vulnerable. Yo solo pude acariciarle el cabello y abrazarlo, cobijándolo de la misma manera en que él lo hacía.
—A veces siento que vuelves a ser un joven ante mis brazos —musité.
Se separó un poco de mí y vi sus ojos llorosos, dispuestos a que estos dejaran caer unas lágrimas que posiblemente llevaba escondiendo por años.
—Eres tú. —Besó mi frente, desmoronándome otra vez—. Simplemente… eres tú el que me hace devolverme en el tiempo.
—Yo también puedo protegerte y cuidar de ti, Edward…
—Tú necesitas que lo haga, yo… —Sonrió con tristeza—. Yo soy el dueño de un mundo de mierda, una caterva de la que no quiero que seas parte.
—Pero estoy en tu mundo, he conocido tu Tártaro…
—Y mi corazón carbonizado.
Lo volví a abrazar, sintiendo angustia ante cómo me miraba. Edward me recibió con añoranza y volvimos a besarnos, deshaciéndonos en esas sensaciones y emociones que solo sentía con él.
—Ahora… debes volver con Serafín —recordó.
Asentí, pero estaba aferrada a su cuello, mirando a sus hermosos ojos verdes.
—Prométeme que volveré a verte muy pronto —pedí.
Pasó su pulgar por mis labios y sonrió.
—Sería desesperante no hacerlo.
Me acomodé la ropa y él me ayudó, besando mis hombros y la parte trasera de mi cuello.
Antes de girarme para marchar, sabiendo que era el momento de decir adiós, toqué su pecho y luego sus mejillas, disfrutando de la textura de su piel con la barba recientemente crecida.
—Dile a Demian que… que volveré pronto —señalé.
—Espero haberte dado una tarde en paz.
—Me diste uno de los mejores días que pude disfrutar —aseguré.
Me acompañó a la puerta y yo suspiré mientras le enviaba el mensaje a Emmett para que viniera a por mí.
—Y tú a mí —agregó.
Quise darle un último abrazo, pero él sostuvo mi cintura y me besó de manera apasionada, haciéndome suspirar a medida que mis sentidos se elevaban gracias a él.
Emmett nos encontró en medio de ello, pues la puerta estaba abierta. No esperaba que mirara de forma recelosa, pero quise quitarle importancia.
Dejar de vernos por primera vez tuvo el peor sabor que había guardado en mi boca, como si una parte de mí se quedara ahí, con ellos, Edward y Demian. Aún así quise respirar y reivindicar mis metas en este proceso, en este mundo doloroso y cruel, tan oscuro y maldito como lo era la política y el espectáculo que se formaba tras esto. Emmett me abrió la puerta del coche y luego se subió al asiento del conductor.
Estaba serio.
—¿Qué ocurre, Emmett? —pregunté antes de que comenzara a manejar.
Se quedó un momento estático, para luego mirarme tras el espejo retrovisor.
—Señorita, no tengo por qué entrometerme en estas cosas…
—Por Dios, habla ya —ordené.
Suspiró.
—No sé qué sucedió… Pero el senador Cullen salió a solas, pidiendo que nadie le acompañara. Imagino que usted… dormía.
Me quedé en blanco al escucharlo.
—Se veía extraño y estaba más malhumorado de lo normal —susurró—. Creí que usted podría saberlo, pero…
—No, nunca me lo dijo —comenté, mirando al vacío.
Más malhumorado… ¿Por qué?
—Estoy aquí para cuidarla, señorita Swan, solo tenga cuidado, por favor…
—Edward no me hará daño —interrumpí.
—No, él no lo haría, pero sí quienes lo rodean —afirmó—. Y usted me contrató como su guardaespaldas, debo protegerla a toda costa.
Sentí un nudo en mi garganta.
¿A dónde había ido? ¿Por qué había sido todo tan misterioso?
Me mordí la mejilla interna y miré por la ventana, sabiendo que no iba a conocer su propósito tan fácilmente. Solo pude apretar los labios y quedarme en silencio, mientras sentía cómo Emmett suspiraba y manejaba con cuidado hacia mi departamento. Me abstraje tanto que cuando solo noté que habíamos llegado cuando él me abrió la puerta.
—Gracias, Emmett —susurré.
—De nada, señorita Swan.
Antes de subirme al ascensor, custodiado constantemente por él, se giró a mirarme y se quitó las gafas.
—Tres personas más estarán acompañándola en su cuidado, pero yo me quedaré con usted siempre. Si necesita saber sus expedientes, déjeme decirle que…
—Descuida… confío en tu criterio.
Mientras miraba mi reflejo en el ascensor, que subía las plantas con rapidez, noté mis labios hinchados por nuestros besos y podía disfrutar de su aroma cubierto en mí. Entonces pensé en lo que había visto mi guardaespaldas y me pregunté qué era lo que había sucedido.
Tragué y salí del ascensor, viendo cómo Serafín me esperaba en la entrada con la mirada brillante, como si algo le preocupase.
—Hola, Serafín —saludé, actuando con toda la normalidad que pude.
—Hola, señorita. Le he preparado algo para comer, debe tener hambre.
—Sí, un poco.
Me permitió la entrada de manera ceremoniosa, acostumbrado dado sus años de mayordomo.
—¿Quiere un té?
Asentí mientras me quitaba el abrigo.
—Veo que ha decidido volver a vestirse como realmente le gusta. Me gusta —afirmó.
Me giré y sonreí.
—Sí. Me siento… joven otra vez.
Tragó y se apoyó del sofá mientras respiraba hondo, como si algo le atravesara el pecho.
—¿Qué pasa, Serafín? —pregunté con un hilo de voz.
Movió la mandíbula, como si se debatiera algo dentro de él.
—Señorita… ¿Desde cuándo usted y el senador Cullen son amantes?
Boté el aire de un solo golpe y me tambaleé.
Buenos dias, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, me disculpo por las demoras, pero han sido un par de semanas con mucho qué hacer, agradezco los saludos de cumpleaños, han sido muy bonitos, de verdad. ¿Qué les ha parecido lo que ha ocurrido en casa de los Denali? ¿Qué planea Edward para proteger a Bella de todos ellos? Las cosas son difíciles, pero el Bastardo sabe quién es su verdadero enemigo en este momento. Bella cada día está más perdida en él, ambos no soportan un momento más distanciados y... ¿qué pasará ahora con Serafín? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
Agradezco los comentarios de Jocelyn, Veronica, Ann, Gloria, Brenda Cullenn, Deysi, Bobby Nat, Claribel Cabrera, ConiLizzy, JMMA, Gibel, robertsten - 22, Lara, AndreaSL, Anny Castro, Evelin, Ani, Anna, Mentafrescaa, Liduvina, magic love ice 123, Rosa Yinu, darkness1617, ilucena928, Gan, Marken01, diana0426a, FallenDark Angel 07, Ady denice, CCar, Ceci Machin, KRISS95, Mapi13, Angeles Mnedez, beakis, twilightter, MakarenaL, lolapppb, merodeadores1996, joabruno, Sool21, lolitanabo, natuchis2011b, miop, angielizz, EloRicardes, Santa, krisr0405, saraipineda44, patymdn, TheYos16, alyssag19, ELIZABETH, Rero96, Elizabeth Marie Cullen, lenaalv99, Naara Selene, sandju1008, NarMaVeg, Rose Hernandez, calia19, PanchiiM, shinygirl12, PRISGPE, Freedom2604, Ttana TF, DiAnA Fer, Angel twilighter, Noriitha, DobleRose, Liz Vidal, SeguidoradeChile, IsabellaSV, ari Kimi, Liliana Macias, Pam Malfoy Black, Anita4261, Adriu, valem0089, Ana Karina, chiquimoreno06, calia19, almacullenmasen, MarielCullen, , Jen1072, Teresita Mooz, Lore562, Diana, BreezeCullenSwan, Valentina Paez, quequeta2007, Pancardo, Karensiux, MariaL8, Wenday 14, barbya95, Celina fic, AnaBen23, Mime Herondale, Jade HSos, ELLIana11, Belli Swan Dywer, Valevalverde, Karina Ramirez, cavendano13, Cinthyavillalobo, Elizabethpm, seiriscarvajal, CelyJoe, Franciscab25, SakuraHyung19, Tata XOXO, AnabellaCS, DanitLuna, dana masen Cullen, Iva Agulo, jupy, Belen y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, sus comentarios, su entusiasmo y su cariño me instan a seguir, de verdad gracias
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