Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Capítulo en edición (te quiero, Karla)

Recomiendo: Saudade (When We Are Born) - Ólafur Arnalds

Capítulo 35:

Dulce periculum

Fruncí el ceño y me senté en el sofá, cayendo como si todo me diera vueltas.

—Señorita… —masculló Serafín, acomodándose frente a mí y agachándose para alcanzar mi altura—. Dígame algo, por favor.

Estaba muda, mi boca seca y la garganta apretada.

—No voy a juzgarla, usted lo sabe bien, mi señora. —Apretó mis manos—. Pero sea sincera conmigo.

Enseguida apreté los labios y comencé a llorar, algo que muy pocas veces solía hacer con cualquier persona, en especial desde que tuve que hacerme una persona fría por mi alrededor. Si bien, Serafín había apreciado mis momentos de debilidad, esta vez mi llanto explotó con tanta desesperación que él solo pudo abrazarme y hacerme arrullos como si fuera un bebé.

De pronto, una bomba sulfurosa entró por mi garganta, naciente de los torbellinos enclavados en mi vientre. Quería botar entre gritos lo que estaba sucediéndome, mismas emociones y sentimientos que no era capaz, siquiera, de confesármelos a mí misma. Estaba traicionándome, ¡estaba traicionándome porque la valentía tenía un límite y él…!

Me levanté, dejando a un lado a Serafín y miré la fotografía de Carlisle, como si ello me conectara con lo que actualmente martirizaba las fibras más profundas de mi corazón. No, no sabía si existía el alma, aquello etéreo como el viento que vivía dentro de nosotros, pero si existía, estaba segura que ese espectro abstracto de mí… gritaba, quería explotar.

—Mi señora —insistió Serafín, tocándome el hombro.

Me giré, furiosa con todo esto que estaba sucediéndome, con este destino cruel, inmundo, que me había traído a esta mugre por culpa de la madre del hombre que…

Mis ojos no pudieron continuar con ello y mis últimas lágrimas cayeron por mi rostro, cuan riachuelo a punto de convertirse en un pantano desdeñable de colores oscuros.

No soportaba más, no concebía la idea de tener que aguantar todo esto en un mundo cruel que significaba ocultar mis más sinceros sentimientos por miedo, por ser la viuda, por… cumplir un objetivo que estaba volviéndome loca.

—¡Ya no quiero esto! —grité, gimiendo de dolor.

Los ojos oscuros de Serafín se tornaron acuosos y se quitó los redondos anteojos para entonces dejarlos a un lado y tragar.

—No puedo ocultarlo más, Serafín. ¡Yo no puedo! ¡No…!

—Mi señora…

—¡Lo quiero! —gemí.

Me quedé estática mientras la expresión de Serafín cambiaba lentamente.

Y ahí estaba yo, asumiendo lo que nunca quise hacer. ¿Dónde estaba la mujer fuerte capaz de gritar sus emociones como lo hice antes? ¿Por qué de pronto… era vulnerable como las cenizas, como si mis sentimientos por Edward me hubieran quemado hasta lo más interior de mí?

—Lo quiero, Serafín —susurré, volviendo a sentarme mientras miraba hacia el horizonte—. Quiero a Edward Cullen.

Hubo un silencio vomitivo en toda la sala, aquel que rozaba con la mortificante realidad de escuchar nuestros corazones y respiraciones.

—Lo quiero y no puedo hacer nada al respecto —añadí.

Volví a escuchar que tragaba y una de sus manos agarró la mía.

—Mi señora… Mi señora Bella —musitaba.

Mi labio inferior temblaba.

—No pude evitarlo, todo de él… —Cerré los ojos, recordándolo—. Todo de él me lleva a su lado, como el mar a la arena, arrastrada por su belleza, por su profundidad, su peligro… Y acabo siendo una piedra en el muelle, su roce, el roce de sus olas, con su fuerza, aunque puede removerme desde la profundidad, es todo lo que quiero en esta vida además de encontrar a mi hija.

Me abrazó y entonces lloré, porque sabía lo que iba a ocurrir a futuro si seguíamos conociendo cada parte de nosotros. Edward era especial, su corazón por más oscuro que fuera, simplemente me hacía sentir… adorada. No me importaban sus tinieblas, lo quería a él, lo quería… demonios, quería tanto a Edward Cullen.

—Sé que apenas tengo veinte años y que él es un adulto de más de treinta, que todo está en contra, pero lo quiero tanto, Serafín, sus abrazos, su búsqueda por hacerme sentir…

—Una chica normal —me interrumpió.

—Su vida gira en torno a un mundo horroroso, es dueño de él, tiene el poder… Pero yo no le temo, no le temo porque es Edward quien lo lidera, es Edward quien con sus brazos me ha protegido… —Gemí e hice un mohín, volviendo a llorar—. Sé que no estaba en los planes, que es un enemigo, que es hijo de esa mujer, que debería odiarlo por todo lo que me prometió por ser la amante de su padre ante los ojos de los ignorantes de la verdad, pero no puedo, simplemente… lo quiero.

Limpió mis lágrimas una vez más, usando sus suaves pulgares. Entonces suspiró y respiró hondo, como si quisiera aguantarse las lágrimas.

—Nunca voy a juzgarla, no estoy aquí para eso, mi señora. —Me besó las manos—. Usted jamás lo hizo cuando supo mi verdadera identidad y la razón principal por la que fui hostigado por esa mujer.

Arqueé las cejas y acaricié su rostro.

—¿Cómo podría?

—Oh, Serafín, dime ¿qué demonios hago?

—No puedo decirle qué hacer, usted ya lo sabe, ¿no?

Miré hacia un lado y suspiré.

—No quiero que pienses que he perdido el interés en mi hija, es lo que más necesito, pero…

—Usted es una mujer joven, mi señora, además de madre, es una mujer… aunque la siga viendo como esa pequeña que apenas era consciente de lo que estaba viviendo. —Me acarició el cabello con suavidad—. No voy a juzgarla, pero es mi deber aclararle el peligro de ello.

Por supuesto que lo sabía.

—Usted sabe el daño que me hicieron por acompañar al señor Cullen, lo que los medios se dedicaron a masificar. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Es como una hija para mí, la hija que me rechazó por enterarse de algo que yo necesitaba decirle.

—Serafín… —susurré, acariciando su rostro.

—Usted jamás me rechazó y daría mi vida por la suya, se lo juro por Dios, por todo el amor que le tengo, porque mientras mi hija rechazaba que su padre usara una peluca y disfrutara de bailar, usted maquillaba mis ojos mientras sonreía, embarazada de apenas cuatro meses —recordó con el rostro bañado en lágrimas.

—Jamás sería capaz de juzgar a alguien por lo que ama y a quienes ama.

Serafín rompió en llanto y me abrazó.

Suspiré, recordando aquel escándalo.

Todo el mundo supo que la mano derecha de la familia Cullen había estado ocultando que salía algunas noches a hacer espectáculos vestido de Drag Queen. Fue un escándalo de proporciones que los republicanos repudiaron y ayudó a que Carlisle fuera cuestionado por albergar a un ser humano… como él. Su hija, su única familia, nunca volvió a dirigirle una sola palabra y el amor de su vida, quien se llamaba Viktor, decidió dejarlo luego de diez años de relación para no entrar en el escándalo.

Cuánto dolía…

Carlisle siempre lo supo y le brindó todo el apoyo que pudo, sin juzgar, sin preguntar, sin… siquiera dar una opinión sobre ello. Por eso, Serafín siempre fue fiel a él, así como también a Elizabeth, y cuando él decidió irse de casa, no hubo un segundo en el que Serafín dudara de hacer lo mismo, siguiendo los pasos de su adorado jefe. Cuando me conoció, fue el mismo Serafín que estaba conmigo cuando la noticia hizo eco en todo el país y en el mundo, muchos criticaron la importancia que le daban a lo que hacía durante la noche, pero otros aprovechaban de mofarse y de publicar sus videos nocturnos en las redes, haciéndole sentir irremediablemente vulnerable. Él era un hombre que deseaba permanecer en el anonimato, y menos aún, ser asunto de interés para inescrupulosos.

Carlisle solicitó una investigación y todo había concluido que aquel gesto había sido parte de la mismísima Esme. Desde entonces, él decidió optar por destruir cualquier vínculo con ella, lo que generó en aquella mujer una crisis que la llevó a urgencias. No supe más de ello, porque yo me ocultaba por temor a que me vieran embarazada… hasta que Esme, en un intento por suplicar el perdón y frenar el divorcio definitivo, me vio con su exesposo, sosteniéndome el vientre de seis meses.

—Y le prometí al señor Cullen que iba a cuidarla tal como lo hacía él con usted, como a una hija —musitó, separándose para sentarse a mi lado.

Nos quedamos en silencio y luego él volvió a tomar mi mano, llamando mi atención.

—Usted sabe que es peligroso.

—Lo sé, pero lo quiero tanto, Serafín —dije en un hilillo de voz, nuevamente mirando hacia el horizonte.

Nunca pensé que esa palabra saldría de mi boca. Era sentir la hiel de la pesada realidad luego de un utópico saber, una idea rota que se había convertido en el extraño vivir. Pero a la vez, pensarlo hacía que mi mar de lágrimas se recogiera y recobrara un sentido tan profundo, como si ese mar que me caracterizaba, se cruzara con el suyo, intercambiando el más hermoso cause. Recordar su calor era hundirme en las brasas de su averno, ese averno que lejos de asustarme me calmaba, me llevaba a la mujer que solo deseaba… amar, no importando lo que su alrededor causara en el resto, porque conmigo no había daño alguno, su poder me protegía y sabía que yo recogía ese poder para hacerlo únicamente mío.

Era la ambigüedad viva de un sentimiento que yacía en mi pecho de la manera más intensa posible.

—Supe que algo ocurría por la forma en que el senador la miraba de reojo —musitó, sorprendiéndome en medio de mi estado de seminconsciencia—. Aunque le cueste creerme, conozco a ese niño desde que llegó a la mansión Cullen.

Tragué.

—Hay cosas que sé que no puedo contar o… —Frunció el ceño—. O mi vida correría peligro, no por el senador, sino por…

—Esme —susurré.

Esta vez tragó él.

—La manera en que la mira, señorita… —Frunció el ceño—. Nunca lo había visto así. Y no es que sea notorio, señorita, es que… es primera vez que sus ojos lucen brillantes como cuando tuvo a su hijo en sus brazos por primera vez.

Sentí el escozor de las lágrimas otra vez.

—Pero usted, señorita… Mi señora… Ha vuelto a la vida después de tanta tristeza, y cada vez que la veía devuelta a la vida, el señor Cullen rodeaba su mundo. Tenía mis sospechas, pero cuando encontré una de las granadas de cristal en uno de los anaqueles de su habitación, mientras limpiaba, supe lo que estaba sucediendo, aquellas veces en que usted no volvía, pidiéndome tiempo para pensar… Ah, señorita, no dudé ningún segundo, los amantes… —Apretó los labios—. Para mí, no hay mejor palabra que decirlo. Los amantes no son lo que tanto claman los conservadores, ser amantes es… algo que va más allá, es una privacidad, un lugar íntimo entre dos, una disposición única en la que, lamentablemente, no es bueno que los demás la conozcan, usted sabe bien que lo viví.

—La granada —susurré, queriendo ir a por ella.

—El señor Carlisle le dio dos cuando el senador estudiaba la mitología griega. Era un joven con sueños a pesar de todo, le gustaba tanto el mito de Hades y Perséfone y quería hacer un ensayo al respecto, un ensayo que debatiera el modo de interpretar una realidad machista en una historia de amor que podía romper con las más hermosas metáforas, con un enfoque distinto que… —Suspiró—. Su padre mandó a confeccionar dos en un exclusivo cristal, un cristal perfecto y precioso, una para él y otra para la mujer que considerara la Perséfone de sus sueños.

En cuanto lo escuché mi corazón bombeó con tanta fuerza que no tuve más remedio que respirar hondo, mientras mis pulmones luchaban por almacenar el aire ante un ahogo que no sabía interpretar.

—Cuando la vi lo entendí todo, mi señora.

—Serafín —me quejé, removiéndome en el sofá, añorando con locura correr hasta Edward y pedirle sus brazos.

—Me aterra, mi señora, pero ¿cómo puedo evitarlo?

—Yo no puedo… —gemí—. Lo quiero tanto, él es…

—Su mundo es oscuro y sé que en él usted nunca será dañada. El senador fue arrastrado, quisiera que no fuera así, pero lo fue, y aunque el señor Edward no le hará daño, hay muchos que, si se enteran, los condenarán a las mismas tinieblas en las que ustedes contienen su vivir.

Me mordí los labios y me levanté.

—Lo intenté —confesé—, intenté resistirme, dejarlo ir sabiendo que el fin de todo comienzo fue destruirme, pero esto no puedo controlarlo, ya no. Quisiera tener las fuerzas para convertirlo nuevamente en mi enemigo, que todo volviera a ser como antes, pero es inevitable para mí, todo, incluida mi alma y mi corazón, lo quieren. —Sollocé—. Sé que soy fuerte, que puedo con todo, pero Edward llegó a mi vida y conocí un mundo único, emociones que no creí sentir y sentimientos que pensé no compartir. También sé los años que nos diferencian, pero…

—Su corazón es quien lo clama y no hay remedio para ello.

Me abrazó nuevamente y yo me contuve en él.

—Prometí cuidarla, mi señora, pero sé quién es el señor Cullen.

Me separé para mirarlo.

—Y tras esa fachada, ese escudo oscuro, se esconde mucho dolor. Quisiera decirle tanto, pero es peligroso y solo él puede ser sincero con usted… así como usted debe decidir hasta qué punto llegará. Mientras aquello ocurre, no tenga dudas en que estaré yo para resguardarla.

Serafín finalmente me besó las manos, me preparó una infusión de lavanda para calmar el dolor de cabeza por el llanto y las emociones fuertes, y finalmente cada uno se fue a dormir a su habitación, aunque él siempre se quedaba frente a la imagen de Cristo, una que tenía siempre en su bolsillo, rezando, siempre, por Viktor… quien finalmente, luego de terminar su relación juntos, acabó suicidándose frente al río Este.

Antes de acomodarme en la cama y dormir luego de la ducha que me di, tomé la granada de cristal y la sostuve largos segundos entre mis dedos. Acariciarla siempre resultaba una antítesis para mí. Por un lado era fría por el cristal, pero también sentía que me llenaba de calor, en especial ahora que sabía el secreto tras la intrigante granada.

—Edward —susurré, apretando la figura de cristal cerca de mí.

Tenía tanto temor por lo que estábamos haciendo, pero era impensado parar, era… insostenible siquiera imaginarme en aquella posición, y sabía que, para mí, eso estaba mal.

Hoy había reconocido aquello que me había negado por tanto tiempo: lo quería y cada vez que conocía más y más de él, mi corazón iba transformando ese querer en algo que, quizá, no tenía un camino de regreso.

Sí, quería a Edward como una mujer quería un hombre, pero ¿era suficiente? ¿Qué sentía él por mí?

Tragué y me abracé a la granada de cristal, queriendo soñar con él, porque eso significaba que, de alguna forma, estaba a mi lado.

.

Los días de ausencia entre Edward y yo habían pasado. Ya eran dos y me negué a depender; ambos necesitábamos nuestros momentos de introspección. Pero incluso así, negar que lo extrañaba era mentir descaradamente.

Hoy volvía a la compañía y la idea resultaba extrañamente satisfactoria. Quería seguir demostrando que podía con eso y más, a pesar de tener unos días de pensamientos intrusivos y de mucha nostalgia.

Aún no sabía el paradero de mi hija y Serafín estaba frustrado por todo lo que había pasado. Internamente… temía que aun con todo este poder, no pudiera encontrarla nunca, así como tampoco el cuerpo de mi hija fallecida.

Respiré hondo y proseguí, cruzando mi camino hacia la cafetería exclusiva y cercana a la compañía, la cual era tranquila y siempre protegía mi privacidad. Necesitaba un café esta vez, aunque no fuera muy tolerante a ello, era como una necesidad de recargar mis energías para todo lo que seguía siendo… mi vida.

Antes de que me acomodara en mi siempre asegurada mesa privada, sentí el vibrar de mi móvil. Cuando miré la pantalla, pensando que podía ser Jasper o Serafín, vi el nombre de Edward y mi corazón comenzó un festival de movimientos bruscos que me hicieron estremecer y caer en la silla.

"Ante la idea robusta de que alguien pueda intervenir nuestros teléfonos, me atrevo a enviarte un mensaje esta mañana.

¿Crees que pueda verte hoy en la compañía?

Me encantaría.

Sabes que no puedo estar muy seguido aquí dado mi cargo como senador.

Extraño… mirarte los ojos y sentir tu olor."

Arqueé las cejas y sonreí aún más, sintiendo que estaba en la cúspide. Mi vientre sentía lo que una adolescente podía sentir, y aunque ese periodo de mi vida había sucedido hacía tan poco tiempo, por primera vez se sentía real.

Quise responderle, pero alguien se sentó frente a mí. Al alzar la mirada y notar que era Irina Denali, no tuve más remedio que esconder mi sonrisa y actuar con seriedad.

—Buenos días, Isabella.

—Señorita Isabella —respondí con la barbilla en alto.

Tragó.

—Me disculpo, señorita Isabella —dijo, manteniéndose recta en su lugar.

—¿Qué necesitas? Está prohibido sentarse en mi mesa sin mi autorización. Llamaré a los guardias y mi guardaespaldas está ahí, a la espera.

Se giró para mirar a Emmett y asintió, mientras este miraba con un recelo furioso a la mujer.

—Lo sé, lo siento —murmuró.

—¿Qué necesitas? Sé breve, por favor.

Tragó.

—Solo pedirte que no sigas acercándote a Edward.

Fruncí el ceño.

—No tengo razón alguna para acercarme a él. —Me puse a la defensiva, pero me contuve cuanto pude—. No tenemos nada de qué hablar. Además, sabes perfectamente lo que piensa de mí, incluida parte de su familia.

Asintió.

—Solo te pido que tengas cuidado. No quiero ser parte de esto, no después de lo que escuché.

Intenté no actuar de manera impulsiva y permitir que viera que, cualquiera sea la palabra que emitiera, no me interesaba.

—No voy a preguntar qué escuchaste. Lo que tenga que ver con tu familia me tiene sin cuidado…

—Pero Edward quiere destruirte, incluida su madre. Solo ten cuidado.

Tragué.

—Gracias por la advertencia, pero aunque veas que soy muy joven, puedo con ellos y más.

Volvió a asentir y se pasó las manos por su rubio cabello.

—Al menos gracias por escucharme. Solo vine a advertirte, sé que con Edward tienen que tratar más de algunos asuntos, sobre todo parte de la fundación. Por favor, no confíes en su cercanía ni en las palabras que te diga, solo busca acercarse a ti y planificar la forma de que ya no desconfíes de él, pero tarde o temprano mostrará su verdadera naturaleza. —Se levantó y arqueó las cejas—. Estoy jugándome más de lo que crees al acercarme a ti, no quiero que ocurran más desgracias —acabó musitando—. Hasta luego.

Una vez que se fue, mi vientre dejó de vibrar por las emociones ante el mensaje de Edward, sino que vibró producto de lo que acababa de decirme.

—No la pude retener… —comenzaba a decir Emmett.

—Descuida —respondí, interrumpiéndolo—. Sé cómo son los Denali.

«Aunque parecía que lo que decía era tan real…».

Me bebí el café mientras miraba el mensaje de Edward una y otra vez, reviviendo cada emoción. ¿Alejarme de él porque buscaba hacerme daño? ¿Qué plan tenían los Denali?

—Tú jamás lo harías —susurré.

Y entonces le escribí.

"¿Y si nos interceptan los móviles? La verdad, no me importa.

No sé aún si estaré ahí, ¿crees que así sea?

A veces no quiero ir a un lugar en el que evidentemente dudan de mí.

Aunque… si es por verte, por sentir tus brazos y tu aroma, soy capaz de todo.

Un beso".

Sí, lo extrañaba tanto.

Suspiré y me levanté, dispuesta a ir al baño para cepillarme los dientes y verlo, sí, ver a Edward, a ese hombre al que moría por decirle "te quiero".

.

Crucé la calzada y entré a la compañía, saludando a las recepcionistas, quienes, como siempre, me rendían una pleitesía falsa que ignoraba. Cuando subí al ascensor mi corazón bombeó aún más ante la posibilidad de encontrarme con él, y cuando recibía los saludos de todos, incluidos los de Jasper, quien debía darme las novedades, escuché la voz de Edward tras la puerta de su oficina, que colindaba con la mía.

Sonreí.

—Podemos vernos pronto, Charlotte —comentó, antes de que yo tocara a la puerta para pedir el ingreso.

Mi sonrisa se borró y fruncí el ceño al escuchar ese nombre luego de la palabra "vernos".

.

Edward POV

Estaba sujetándome la cabeza mientras oía la conversación de Charlotte.

Nada podía hacer para evitar que esos medios nauseabundos hablaran de Isabella mañana a primera hora, por lo que la frustración estaba ahogándome.

—Perfecto —musité—. ¿Qué puedo hacer para evitar que esto se masifique?

El silencio tras el teléfono me resultó irritable.

—Charlotte —insistí.

—Descuida. Lanzaré una barbarie que tenía guardada cuando fuera necesario y si me lo pides tú… lo haré.

Respiré hondo.

—Con eso nadie tomará en cuenta realmente lo que dicen medios tan poco serios como esos —afirmó—. Pero antes de hacerlo, quiero que me digas qué ocurre, ¿por qué te preocupas tanto por lo que digan de ella?

Tragué.

—Porque todo lo que salga de ella puede destruir la reputación de mi compañía, la compañía que es de mi familia —mentí mientras me temblaba la garganta.

Suspiró.

—¿No lo ha hecho ya? Imagino que es un desastre en la gestión principal de la empresa.

Retuve el gruñido, porque Isabella estaba haciendo todo lo que podía ante algo que era completamente desconocido para ella, mostrando una increíble inteligencia.

—Lo es. Es un completo desastre y no quiero ahuyentar a quienes creen en la compañía Cullen —mentí.

—Perfecto, estoy de acuerdo. —Rio—. Es lamentable lo que ocurre, pero siempre soy débil a lo que tú me pides. Solo… aceptaría que habláramos más tú y yo.

Pensé en la mentira que le dije a Tanya y que eso podía masificarse de manera lenta, pero rigurosa, incapaz de contener, como una epidemia silenciosa y mortal. Era todo lo que necesitaba para hacer que todos pusieran los ojos en otra mujer, una que había tenido una historia conmigo, una mujer que… ya había lidiado con la odiosidad de mi madre y los medios de comunicación, con un beneficio presente: era quien estaba a cargo de medios muy importantes y jamás volverían a dañarla, algo que no me importó mucho en su momento, lo que me avergonzaba, pero ahora, de pensar que todos supieran que Isabella y yo…

Cerré mis ojos con fuerza.

La idea me rompía en pedazos. No quería que nadie siquiera fuera capaz de tocar una fibra de su ser, era… tan pura para mí, intocable… mi arte, mi diosa… mía.

—Claro que sí, Charlotte, paso a paso, lo sabes bien.

Podía apostar a que sonreía, pero yo estaba sintiéndome un asqueroso, como si… traicionara a Isabella… Mi Isabella.

Tragué al reconocer cómo la había llamado en mi interior, en ese cerebro que por tanto tiempo estuvo oscuro, viendo la ineludible realidad de mi identidad marcada por la condena de un poder insostenible, pero que me perseguía sin espacio a la paz, era una tempestad deforme, sin lluvia, densa, con humo, uno espeso, asfixiante y fingí disfrutarla porque creí que eso era lo que merecía. Isabella, desde el primer segundo en que posó sus ojos sobre mí, sirvió de brisa, una brisa que azotó mis oscuras olas y apagó mis quemantes llamas, permitiendo que las gordas capas de locura poco a poco cayera, convirtiendo esa condena del poder en suya.

—Eso es excelente, muero por volver a vernos como antes, sé que de ti solo puedo tener una amistad con beneficios mutuos, pero estoy en paz con eso.

Apreté los labios.

—Podemos vernos pronto, Charlotte —finalicé—. Debo cortar.

Una vez que nos despedimos, me puse las manos entre mis cabellos, intentando lidiar con lo que estaba sucediendo. Luego pensé en mi deseo por protegerla, alejarla de toda esta mierda y… cuidarla, no porque fuera una mujer débil, porque ella era todo lo contrario, sino porque… simplemente quería cuidar de ella, agasajarla, hacer que su sonrisa jovial, dulce y pura naciera, evitando llantos de dolor, buscando el brillo de sus ojos y sus mejillas sonrosadas.

Dolía… Dolía tanto tener que sentir esta traición, una que jamás me habría cruzado tanto el corazón carbonizado que llevaba en mi pecho.

Mi móvil privado sonó y en cuanto vi la llamada de mi investigador, uno de los más capaces y perspicaces, supe que traía noticias.

—Frederick —dije, acomodándome en la silla.

—Senador Cullen, tengo varias noticias.

Respiré hondo.

—Cuéntame la más importante.

—El señor Swan se fue a Forks, un pueblo de Washington…

—Lo conozco, está muy lejos.

—Desconozco más de su paradero, pero es un lugar pequeño.

Respiré hondo.

—¿Sabes cómo está?

—Según reportes, cursando una neumonía producto de su condición actual de salud. Dicen que apenas vive con lo que gana en una escuela.

Cerré los ojos de pesar. No era la noticia que quería darle a Isabella luego de prometerle encontrar a su padre.

—¿Hay alguna posibilidad de enviar dinero en su nombre? No quiero importunar, quiero que sane y que de esa manera pueda ver a su hija.

—Buscaré la manera, señor.

—Hazlo. Enviaré todo el dinero posible. Espero noticias y que sea pronto —demandé.

—Claro, señor… Pero, tengo más novedades —insistió.

Me mantuve quieto en mi lugar mientras asumía de qué podía tratarse.

—Es respecto a su madre, señor.

Respiré hondo.

—He tomado fotografías tal como me pidió. Sus sospechas son ciertas.

Sonreí con desprecio.

—Envíamelas al correo privado. Serán de mucha ayuda para lo que viene —musité.

—Perfecto, señor. Tendré novedades mañana.

—Gracias, Frederick.

Al momento de cortar cerré mis ojos, sabiendo que al tener esas fotografías de mi madre, mis sospechas eran aún más claras y todo se convertía en una verdad difícil de evitar. Me sentía en un claustro, en un infinito bucle de mierda. Había visto tanto de madre, ¿por qué seguía sorprendiéndome? ¿Por qué continuaba siendo difícil ver lo que era capaz de hacer con su vida luego de destruir la nuestra? ¿Por qué sentía que estaba siendo culpable al hacerla mi enemiga? Era mi madre, sí… Pero…

Mi barbilla tembló y en cuanto sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas, me levanté de la silla y me senté en el diván, con ambas manos escondidas en mi rostro.

—¿Por qué, madre? —pregunté, sabiendo que jamás obtendría una respuesta.

Cuando las lágrimas amenazaron con salir, tiré de mis cabellos para no dejarlas caer, aguantando todo lo que pude, sofocado en emociones contradictorias, en recuerdos, en…

—¿Hola? —canturreó mi hermana menor, abriendo unos centímetros de la puerta.

Tragué y levanté la cabeza, lo que llamó su atención.

—Oh, hola, Alice.

—Oye, ¿qué pasa? —preguntó, caminando rápidamente hacia mí.

—Nada, solo estoy cansado —mentí, levantándome.

—¿Puedo darte un abrazo? —Siempre parecía muy tímida cuando me lo pedía.

Asentí y la recibí, suspirando en medio de aquel gesto.

—Hey —insistió, tocándome suavemente el cabello, algo que solo le había permitido a ella… hasta que apareció Isabella—. ¿De verdad estás bien? —Su voz era titilante y suave, casi imperceptible.

—Todo está bien, Alice —dije, acomodándome el saco para devolverme a mi escritorio.

Necesitaba escudarme, aún sentirme vulnerable parecía una desventaja de la que no quería hacerme sentir parte; ya había sido suficiente de sentirme vulnerable. Luchaba contra nadie en una batalla sin término. No quería arrastrar a mi hermana en esto, así como tampoco me sentía capaz de abrirme con ella, iba a ser muy difícil si lo sabía.

—¿Estás triste porque me llevo a Demian por unos días? —me preguntó, sentándose frente a mí con una sonrisa empática.

Ah, Alice, siempre lograba tener un poco de luz, mostrarme la guía hacia lo correcto. Aun así, mi mayor propósito era no invadirla de información que iba a dañarla, quería ser solo yo quien tuviera que lidiar con nuestra familia, en especial mi madre.

—Un poco, aunque me vendrán bien estos días de soledad —susurré, sabiendo que ese no era mi propósito, sino… otra compañía.

—No sé para qué quieres que esté Anna conmigo, siempre he cuidado bien y a solas de Demian…

—Solo para estar a solas, a veces lo necesito —dije, quitándole importancia mientras terminaba de firmar algunos papeles.

—Oye —me llamó.

Al levantar la cabeza, ella me miró directamente a los ojos.

—¿Qué planeas hacer tan solo?

Tragué e Isabella se vino a mi cabeza al segundo.

¿Ella aceptaría?

—Veo que la idea te hace feliz —comentó casi en un susurro.

Fruncí el ceño, pero no alcancé a responderle porque se dio la vuelta para abrir la puerta.

—¡Oh! Aquí estás —chilló ella, viendo a alguien desde lejos.

Cuando noté que estaba saludando a Isabella, que vestía un precioso conjunto rosa, ajustado a su menudo cuerpo, y unos tacones blancos que hacían juego con el moño que traía cogiendo unos cuantos cabellos ondulados, mientras el resto caía por sus hombros, sentí que mi corazón volvía a la vida. Era una sensación pulsátil, vigorosa, insostenible y a la vez maravillosa.

Bella sonrió al ver a Alice, pero no vi lo mismo en sus ojos. ¿Qué había sucedido?

.

Isabella POV

Desde que escuché el nombre de Charlotte y aquel contexto, decidí irme a mi oficina mientras calmaba el nudo en mi garganta.

Esa mujer…

Aún la recordaba, la manera en que tocaba a Edward, su historia…

Me senté en la silla y tragué, poniéndome una mano en la frente para intentar frenar las emociones, pero no pude. Mi corazón estaba desbocado y tuve que levantarme nuevamente para mirar a la ventana, buscando calmarme.

La maldita ansiedad.

El sudor frío me corría por la espalda y mis manos temblaban.

¿Qué hablaban? ¿Por qué iban a… salir? ¿Cuál era el plan?

Respiré hondo una vez más y cuando estaba logrando tranquilizar mi ser, tocaron a la puerta.

—Pase —anuncié.

—Hola —saludó Jasper, entrando con lentitud.

Dibujé una sonrisa falsa y le di un abrazo apretado.

—Oye, estás temblando. Creí que la ansiedad estaba de paso cuando éramos más…

—No es nada —afirmé—. Estar acá sigue siendo complejo para mí.

Asintió con el ceño fruncido.

—¿Necesitas que te traiga algo? —inquirió.

—Sí, por favor, un té es suficiente.

—Claro. Dame un momento, no tardo.

Apreté las manos y recordé algunos ejercicios para calmarme. De pronto, la incertidumbre me comía la carne y los nervios, me sentía aprisionada por sensaciones de muerte inminente, aunque no hubiera mayor amenaza que…

Sacudí la cabeza.

—Sabía que sería más difícil cuando ahora sé que te quiero —musité.

Recibí una llamada desde el teléfono de la oficina, pidiéndome que fuera a ver un par de asuntos sin importancia, así que salí para poner mi firma lo más rápido que pude y luego regresar a mi oficina. Sin embargo, cuando volvía, sentí la voz de Alice, lo que me alertó de inmediato. Venía de la oficina de Edward.

Sonreí y la recibí, sintiendo sus brazos contenedores. Al separarse de mí, una mirada de confidencialidad alumbraba sus ojos. Ya sabía por qué.

—Alice —murmuré cerca de su oído—, no creo que…

—¡Oh! ¡Hola! —chilló, sacudiendo la mano con timidez.

Me di la vuelta y vi a Jasper, que me traía un té. Ambos se contemplaron y sonrieron a la vez.

—Su té, señorita Swan —dijo mi mejor amigo, teniéndomelo.

Cuando lo recibí, noté que Edward se acercaba a nosotros con la mirada centrada en mí.

Me cohibió.

—Buenos días —murmuró con su voz levemente ronca.

—Buenos días —dijimos Jasper y yo.

—Bueno, espero que no extrañes mucho a Demian sin mí, sabes que me encantan los pequeños —añadió Alice, sonriente.

—¿Sí? —preguntó Jasper—. La verdad, los pequeños son geniales.

Los ojos de la menor de los Cullen brillaron.

—De hecho, tengo una pequeña que ya cumplirá un año.

—Oh, debes tener una hermosa vida de familia —susurró, bajando los hombros repentinamente.

—Sí, solo mi hija y yo, nadie más —respondió mi mejor amigo, mirándola con los mismos ojos brillantes—. Ah, disculpe… señorita Swan, el té, tal como le gusta.

Sonreí mientras de reojo contemplaba a Edward, quien tenía una ceja levantada.

—Gracias, Jasper —dije.

—Bien, es tiempo de irme —canturreó Alice—. Señor Jasper, ¿me acompaña al ascensor?

Mi mejor amigo tartamudeó antes de decir que sí, darme una última mirada y finalmente desaparecerse.

—Estabas aquí —musitó Edward, acercándose lentamente a mí.

Miré a mi alrededor y al sentir su calor simplemente caí en ese espiral de deseo y necesidad más fuerte que mi propia cordura.

—Sí, estaba…

—Necesitaba verte.

—Edward…

Tiró de mi mano y me atrajo a la oficina, cerrando con llave.

—Creí que no habías llegado —musitó.

—No llegué en el mejor momento —susurré.

Arqueó las cejas y yo me alejé.

—Solo escuché el nombre de Charlotte. —Le di la espalda, suspirando ante ese recuerdo.

De pronto, sentí sus brazos rodeándome la cintura y sus labios cerca de mi oreja.

—No importa el nombre de esa mujer cuando estaba esperándote desde que dejé de verte.

Cerré los ojos.

—Aún así, fue lo que escuché y preferí guardar distancia.

Se dio la vuelta y me tomó la barbilla con sus manos desnudas.

Sonreía.

—Tus celos son una debilidad, Isabella.

—¿Celos?

—Celos, los mismos que siento cuando sé que ese tipo, Jasper, sabe qué te gusta para hacerte sentir bien.

Me reí.

—Ella fue tu novia.

—Una novia impuesta, Isabella —musitó—. Solo puedo decir que solo te quiero para mí.

Mis rodillas temblaban.

—Y yo te quiero para mí.

Juntó su nariz a la mía.

—¿Qué has dicho? —inquirí, manteniendo los ojos cerrados entre intensos suspiros.

Olía tan bien, tan, tan… bien. Era una mezcla perfecta entre una suave sensación de limpieza, de jabón de ducha suave y de un perfume clásico, sofisticado, digno de él; podía disfrutar de los atisbos del ruibarbo y de la bergamota, el jazmín, canela y roble. Y sí, su olor natural, indescriptible, simplemente suyo. Era una tormenta de sensualidad, atractivo y la estela perfecta para atraerme en un segundo.

—Abre tus párpados, me encanta mirarte a los ojos y contemplar tu iris, esos ojos brillantes y esas pestañas largas —siguió susurrando.

Tragué en cuanto lo hice y me encontré con su pecho. Subió mi barbilla para que nuestros rostros siguieran estando cerca, y al verme, tal como quería, sonrió de esa manera genuina, humana y cálida que me tenía siempre prendada de él.

—Te quiero para mí —musitó de forma lenta—. Quiero todo de ti… para mí.

Mi vientre se contrajo.

—Y yo te quiero para mí —respondí, endureciendo mi voz—, todo para mí.

Me besó y yo no opuse resistencia, me dejé llevar por esas sensaciones que abundaban en más que sensaciones y placeres, eran sentimientos, emociones, una alegoría perfecta a lo que significaba unir una llave a un candado. Nuestros labios estaban hechos para juntarse, no había otra explicación.

—Nunca tengas dudas de eso —aclaró al separarse un poco. Comenzó a acariciar mi cabello, lo que se había convertido en uno de sus gestos favoritos para mí—. Estoy alejándote de la mala prensa, Isabella, ella es… solo una vieja amiga.

—¿Qué?

Suspiró.

—Ella está a cargo de los principales medios serios de Washington DC, en especial aquellos que pueden entrar al Capitolio y a la Casa Blanca. No quiero que nadie te dañe con noticias falsas y que las vicisitudes de tu vida lleguen a lugares que no corresponden. Mientras exista, nadie lo hará, Isabella, por eso hablaba con Charlotte.

Sentí un escozor en mis ojos.

—Sabes mover bien tus hilos, Bastardo Poderoso.

—Sí, soy un completo bastardo, Isabella, y mi poder no lo has visto en su totalidad, algo que espero nunca suceda, porque solo hay dos personas a las que, si les tocan siquiera un cabello, verían todo lo que soy capaz de hacer.

Besó mis labios con suavidad y subió hasta mi nariz y entonces, se mantuvo unos segundos estático al llegar a mi frente, como si temiera.

—Mi hijo —dijo—, y tú.

Sus labios besaron mi frente con añoranza y mis hombros cayeron.

—Pero vaya que te pones preciosa cuando tienes celos —me dijo al oído.

Me enfurruñé, alejándome por molestarme. Pero Edward comenzó a reírse y volvió a tomar mi mano para abrazarme. Nos miramos y luego sonreímos, como si estuviéramos conectados. ¿Cómo traducirlo a algo más simple? Ah, no sabía, solo comprendía que esto estaba avanzando hasta un punto sin retorno para mí… y aunque aterrada, no iba a separarme de él, no quería, la sola idea… me hacía pedazos.

—Tan preciosa cuando eres tú —siguió diciendo, acariciando mi rostro con delicadeza—. Y ni hablar de ese sonrojo que brota de ti.

El solo hecho de escucharlo hizo que sintiera cómo aumentaba el calor de mis mejillas.

—No creí que podría tener celos, pero ella… —Suspiré—. Aún así, sé perfectamente que si no me valoras, es problema tuyo —jugueteé.

—Te valoro y te quiero solo para mí… Y soy completamente suyo, señorita Swan —musitó, pasando su pulgar por mis labios.

—Hades es mío, ¿eh?

—Suyo.

Seguí sonriendo.

—Jasper… es solo un amigo, él… no me vería como tú lo haces.

Sus ojos brillaban tanto, era precioso.

—Y sé que no hay nadie que me vería como tú —añadió—. Pero… ese tal…

—Se llama Jasper —interrumpí, dejándoselo claro.

Al escucharme su sonrisa siguió haciéndose más grande.

—Esa habilidad de destruir al bastardo que soy en un segundo, es fascinante. Está bien, Jasper —dijo de manera pausada y con algo de arrogancia—. Él… sabe cómo hacerte sentir bien, lo noté porque al verte estabas incómoda por lo que escuchaste, y en cuanto notaste los gestos de tu amigo, supe que sabía exactamente cómo hacerte sentir mejor. Me muero de celos, Isabella, porque lo que más deseo es saber y hacerte sentir la mujer más valiosa de este mundo.

Volví a tragar, sonrojada, inquieta por las sensaciones en mi vientre, por mis rodillas temblorosas y su sinceridad tan… sorprendente.

—Puedes hacer eso y más, Edward Cullen, mucho, mucho más.

Nos volvimos a besar y finalmente él respiró con fuerza al tenerme entre sus brazos. De pronto sentí su temblor y acabó caminando hasta el diván, donde sus ojos parecían llorosos y pensativos. No me contuve y corrí a por su presencia, tocando sus mejillas con cuidado para que me mirara.

—¿Qué ocurre? —inquirí, acariciándolo con mis pulgares.

—Te necesito —masculló—. Abrázame, Isabella, cobíjame.

Estaba escuchando a un joven Edward, un joven… que aún existía en su interior.

No lo dudé por ningún segundo y lo hice, lo abracé con todas mis fuerzas, tomando su cuello para acariciar los cabellos de su nuca, poniendo su rostro en mi pecho. Pero él me sentó en sus piernas y me apretó aún más a su cuerpo, oliéndome y respirándome.

—Siempre te necesité y llegaste después de tantos años —murmuró, volviendo la mirada a mí.

Arqueé las cejas.

—No sé explicarlo, pero es todo lo que puedo decir. Te deseo de una manera insoportable, pero también… eres un tesoro que buscaba y sí, te encontré. Tu solo olor me hace sentir en paz, saber que existes, que llegaste a mi vida. Al carajo mi padre, Isabella, ¡al carajo! Te quiero para mí, te quiero enteramente… para mí. —Bufó con furia—. Y yo soy completamente tuyo… tuyo y de nadie más.


Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, como algunas ya saben, he estado con fiebre y muchos problemas estomacales, pero voy mejorando. Ahora bien, en el grupo de facebook he dicho que esta historia tiene tres partes, pero que las mismas irán dentro de la misma historia, espero que se entienda, por lo cual, queda muy poco para terminar la parte I y luego dar inicio a lo que será la parte II, que es mucho más intensa; pero ¿qué piensan de todo esto? Bella ya ha asumido que lo quiere y que el sentimiento es aún más intenso de lo que puede imaginar. Edward está cada vez dejando las armaduras y contemplando a Bella de la manera en que se ha rehusado por sus temores y todo lo que conlleva para sí mismo una lucha, ¡cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco los comentarios de Valevalverde57, AnabellaCS, Cinthyavillalobo, CelyJoe, Belli swan dwyer, cavendano13, Wenday 14, Pancardo, BreezeCullenSwan, Adriu, barbya95, lolapppb, Jade HSos, Santa, seiriscarvajal, Rose hernandez, Elizabethpm, Ana Karina, ELLIana11, Anabelle Canchola, Diana, natuchis2011b, Pam Malfoy Black, joabruno, Karensiux, patymdn, morenita88, lolitanabo, calia19, saraipineda44, Tata XOXO, Liz Vidal, Franciscab25, Liliana Macias, alyssag19, Veronica, Eli mMasen, Anita4261, Lore562, krisr0405, SeguidoradeChile, Mapi13, Angel twilighter, DiAnA FeR, Iva Angulo, Rero96, NarMaVeg, Jen1072, merodeadores1996, Bobby Nat, MarielCullen, Elizabeth Marie Cullen, paramoreandmore, angelaldel, Teresita Mooz, Noriitha, JMMA, gabomm, almacullenmasen, LM, sool21, Valentina Paez, Elizza, Taniya, Nina C, Yeni, Danielle, Kari, Soledad, EloRicardes, Dorita, Luz, Makarena L, ELIZABETH, DobleRose, dana masen Cullen, luisita, claribel cabrera, ClaryFlynn98, valem0089, MariaL8, Freedom2604, Ceci Machin, Jimena, bbwinnie13, darkness1617, TheYos16, almacullenmasen, Fallen Dark Angel 07, Mime Herondale, nydiac10, diana0426a, ari Kimi, Naara Selene, CCar, Gan, Jocelyn, beakis, Ilucena928, sandju1008, Kathlen Ayala, chiquimoreno06, stella1427, Mentafrescaa, KRISS95, AndreaSL, Angeles Mendez, miop, Evelin, Lendsy, Rosalia, merce, Aidee Bells, Angelus285, angielizz, Ella Rose McCarty, Claribel Cabrera y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, sus comentarios, su entusiasmo y su cariño me instan a seguir, de verdad gracias

Recuerda que si dejas tu review recibirás un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben poner su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá

Pueden unirse a mi grupo de facebook que se llama "Baisers Ardents - Escritora", en donde encontrarán a los personajes, sus atuendos, lugares, encuestas, entre otros, solo deben responder las preguntas y podrán ingresar

También pueden buscar mi página web www () baisersardents (punto) com

Si tienes alguna duda, puedes escribirme a mi correo contacto (arroba) baisersardents (punto) com

Cariños para todas

Baisers!