Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Capítulo en edición (te quiero, Karla)
Recomiendo: saman - Ólafur Arnalds
Capítulo 36:
El tenerte
—Mío —mascullé, juntando nuestras frentes.
Nos volvimos a besar, pero yo sentía cómo su temblor estaba presente.
Me hacía pedazos.
—Quería ser perfecto como mi padre, pero no lo soy, Bella, no lo soy —musitó con un mohín doloroso en su rostro—, sé que no soy como él.
Tragué.
—Edward —gemí.
—Lo intenté, pero no soy como él. Aun así, contigo… siento que…
—Eres perfecto para mí —susurré con los ojos llenos de lágrimas.
Me miró con el ceño fruncido.
—No sabes todo lo que he hecho.
—No me importa.
—Bella.
Lo callé con un beso y seguí acariciando sus cabellos.
—No sabes cuánto…
Apreté los labios y los ojos.
—¿Cuánto qué? —inquirió, tomando mis mejillas.
—Nadie es perfecto realmente, Edward, pero para mí, lo eres con tus virtudes y defectos, la perfección es una palabra que puede cambiar. Tu padre era… un buen hombre —susurré—, y tú eres… —Tragué—. Edward, yo… —Respiré hondo—. Yo… Estoy segura que él veía maravillas en ti.
Arqueó las cejas y entonces hundí mi rostro en su cuello, tragándome las lágrimas de desesperación ante mi imposibilidad por hacerle ver que yo… nunca amé a su padre como un hombre, que nunca me casé viéndolo como un amante. Pero no podía, estaba desesperada.
—Él nunca habría estado en mi posición, Isabella.
—¿Qué posición?
—Padre nunca habría renunciado a sus sueños, padre… padre jamás habría tenido que… Porque yo busqué llegar a eso, yo debí…
Su temblor fue tan intenso que me separé para quitarle esos pensamientos de la cabeza.
—Tranquilo —musité—. Respira.
Su barbilla y labios tiritaron y entonces me abrazó hasta que caímos en el diván, yo sobre su pecho, contemplándolo en su vulnerabilidad.
—Algún día seré valiente para contártelo.
Sonreí con tristeza, queriendo arrancarle ese dolor y traumas con todas mis ganas.
—Los dos necesitamos ser valientes para contar lo que guardamos en el corazón —susurré—. Soy capaz de esperar.
—Yo te esperaría cuanto quieras, ya lo hice antes.
Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas, y en cuanto sentí las caricias de sus dedos en mis mejillas, estas cayeron sin poder soslayarlas.
—Siempre te esperé y ahora llegaste.
—Dios mío, Edward —gemí.
—Shh… —me calló con dulzura, abrazándome con ternura mientras volvía a besarme la frente.
Sabía que había soñado con vivir esto, sentir unos brazos protectores, cariñosos; unos besos dulces en cada parte de mí; su afectuosidad devorándome, convirtiendo mi ser, al fin, frágil, permitiéndome dejar una armadura que llevaba junto a mí para evitar que me dañaran desde que era una pequeña niña. Edward me permitía ser vulnerable sin temer a que me hicieran daño, su cuerpo me blindaba, la dulzura que me mostraba era todo, todo lo que esperé durante mi vida. Edward era… el hombre que quizá siempre soñé encontrar. Era el alma que convertía a la mía en un paraje de emociones vivas, fuertes, hermosas y…
Cielo santo, no quería irme nunca de su lado, cada espacio de él que conocía, ese corazón de carbón que volvía a la vida, estaba apropiándose del mío, vivos, fuertes, vigorosos y capaces, sí, capaces de…
Suspiré y continué acurrucándome, sintiendo esa dulzura para grabármela en el alma por el resto de mi vida.
—Hoy tenía planeado algo contigo —musitó, llamando mi atención.
Levanté las cejas y me acomodé para mirarlo mejor.
—¿De verdad?
Asintió mientras me volvía a tocar las mejillas.
—¿Qué? —Sonreí.
—Demian y Anna se van junto a Alice a pasar unos días a Malibú. Creí que podríamos…
—Sí —dije—, sí a todo.
Sonrió.
—Tendremos la mitad de guardaespaldas…
—Los míos llegarán.
Levantó las cejas.
—Decidí tener mi equipo de seguridad.
Tragó y de pronto frunció el ceño.
—Desearía no tener nada de ello, Bella.
Cerré los ojos unos segundos.
—Ni yo —afirmé—, pero ahora lo que importa es vivir.
—Sentía que no lo hacía realmente hasta que conocí a Demian… Y ahora estás tú.
—Y yo contigo me siento… humana, la chica de veinte que necesito ser.
Nos besamos unos minutos más, disfrutando de esas emociones clandestinas y a la vez pasionales.
—Nunca había podido abrirme así, Isabella.
—Conmigo puedes hacerlo, te juro que sí.
Asintió con esa misma mirada triste de recuerdos y me besó la frente una vez más.
—Así que me invitas a una cita.
Rio con suavidad ante mi broma.
—Sí, una cita.
Mi sonrisa fue tan grande y natural que sus ojos esta vez brillaron, tan contento… tan feliz.
—Ahora debo irme. Debo excusarme de varias reuniones con mi gabinete —dijo entre suspiros.
—Pero si es importante…
—Nada me importa ahora, Bella, quiero estar contigo.
Mi corazón seguía dando brincos en mi pecho.
—Iré a por ti a las siete. ¿Te parece bien?
Estaba tan emocionada.
—Sí, me parece bien.
—¿No hay ningún problema con…?
—Descuida, lo tendré todo bajo control.
—Perfecto.
Tomó su saco y me besó los labios, acorralándome contra la pared. No supe más que disfrutar y tocar su pecho, mi acción favorita mientras sus brazos fuertes me rodeaban la cintura y tocaban mis nalgas con suavidad.
—Ve tú primero —me dijo al oído—, a las siete, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —musité, respirando hondo para poder salir de la manera más tranquila posible.
Cuando estuve afuera, seguí mi camino a mi oficina, aprovechando que nadie pasaba por el pasillo. Entré y me senté unos segundos, calmando mi sonrojo y la sonrisa de felicidad que cubría mi rostro.
Estaba… feliz.
.
Serafín se estaba secando las manos con el paño de cocina cuando crucé el umbral del arco, llamando su atención. Al darse la vuelta levantó las cejas y bajó los brazos, mirándome de arriba abajo.
—Señorita —dijo, sonriendo—. No la veía usando un vestido así hacía mucho tiempo.
Tragué mientras también le sonreía.
Me había puesto un vestido corto y sencillo de algodón de un pálido color rosa. Tenía los brazos descubiertos y la espalda con un precioso encaje. Me había puesto unas medias gruesas de color negro y había agregado un cardigán grueso de tono marfil, junto a unas ballerinas negras y sí, también sencillas.
—Veo que saldrá ya —añadió, un poco melancólico.
—Aún quedan unos minutos para que él… venga a por mí.
Serafín suspiró y se acercó para contemplar mis aretes de picaflor y mi pequeño bolso.
—Le falta algo, deme un segundo.
Lo vi yendo hacia una pequeña cajonera cerca de la sala y luego regresó con un algo entre las manos y un cepillo para el cabello.
—Creo que le vendría bien un peinado que combine con lo bonita que se ve.
—Oh, Serafín.
—Siéntese aquí. —Me trajo una silla y lo hice.
Comenzó a trabajar con mi cabello, peinándolo con cuidado para no desparramar mucho las ondas. Enseguida armó dos trenzas a cada lado y luego las unió en una liga junto a horquillas negras. Lo último que hizo fue quitar algunos mechones delgados a cada lado de mi rostro.
—Tiene veinte años, mi señora, y hoy se ve tan hermosa como la conocí, sencilla, dulce, con un aspecto inocente que nada tiene que ver con su fuerte personalidad. —Suspiró—. Se me hace un poco difícil pensar en que usted se irá con él, no porque lo crea un cretino o alguien que pueda dañarla, conozco al senador y la forma en que la mira es increíblemente especial, es solo que… temo por quienes le rodean.
—Lo sé, Serafín, pero ¿qué puedo hacer?
Negó.
—No piense en ello. Tiene veinte años, mi señora, esto es lo que debe hacer, disfrutar de su juventud, jamás permitiré que lo que le hace feliz se convierta en una prohibición, ¿quién soy yo para impedírselo? —Me besó la frente—. Buen gusto, mi señora, ¿La Vie Est Belle? —inquirió con una sonrisa sincera y los ojos llorosos, los ojos que tendría un padre al saber que su hija iría a una cita.
Se me formó un nudo en la garganta, pero no de tristeza, sino de… alivio, un alivio que no sabía cómo expresar, quizá por el significado de que, al menos, había alguien que estaba dándome su apoyo ante el miedo de vivir una aventura que probablemente era peligrosa… y prohibida.
—Sí. —Reí—. Me he puesto ese perfume.
—Buena elección.
Sentí que me habían enviado un mensaje, lo que significaba que Edward había llegado.
—La está esperando, ¿no? Vaya.
—Gracias por todo, Serafín.
—Nunca la dejaré a la deriva, mi señora. Ahora, mantendremos esto en secreto, ¿de acuerdo? No creo que sea buena idea que él sepa que yo…
—Lo sé, Serafín, solo… por favor… descansa, ¿sí? Hazlo por mí.
Tragó y asintió.
—Lo intentaré, mi señora. Vaya.
Apreté mi bolso y al abrir la puerta me encontré con Emmett, quien siempre estaba custodiando mi seguridad.
—Señorita, ya están acá los tres nuevos miembros del equipo de seguridad.
—Oh, perfecto. Vamos a por ellos, es hora de irnos.
Bajamos al subterráneo y en él encontré a tres hombres vestidos de negro, usando gafas oscuras. Llevaban un audífono en una de sus orejas, del cual conectaba un resorte que iba cerca de su cuello.
—Les presento a la señorita Swan, su jefa —exclamó Emmett.
—Es un gusto, señorita, mi nombre es Garret, especialista en seguridad política. Conozco al señor Emmett hace mucho tiempo. Sé que seleccionó a los mejores y me siento muy agradecido —afirmó el hombre.
—Yo soy Tim, ex comandante del ejército, experto en armería y control de masas en peligro. Es un gusto. Gracias por elegirme.
—Me presento —dijo el último—, soy Rick, ex agente privado de alta categoría. Es un gusto para mí protegerla, señorita Swan.
—El gusto es mío —afirmé, mirándolos a todos—. Me da gusto las capacidades de todos, lo importante para mí es sentirme segura y que nadie vuelva a acercarse a mi hogar, ¿de acuerdo? Emmett es el jefe de seguridad, por lo tanto quiero que entiendan que las órdenes se las daré a él en caso necesario y deben acatar, sin embargo, todos ustedes deben escucharme y yo los escucharé cuando el momento lo amerite.
Suspiré y miré a Emmett.
—Ahora bien, quiero que uno de ustedes se queden custodiando mi departamento, ahí está mi mayordomo y gran amigo, no quiero que nada le suceda, ¿de acuerdo?
—Sí, señorita —dijeron todos al mismo tiempo.
En cuanto decidieron quién se quedaría cuidando el lugar, noté que un coche ingresaba al subterráneo, un coche que no podía pertenecer a nadie más que a él. Cuando vi a Félix salir del lado del conductor, mi corazón martilleó.
—¿Quién es…? —comenzó a preguntar Rick, metiendo la mano a su saco y adelantándose para protegerme.
—Descuida —le respondió Emmett—. El ocupante es el único que puede entrar al subterráneo.
De la zona trasera de la que parecía ser una Hummer negra gigante e imponente, salió Edward con su increíble semblante atractivo y dominante, poderoso… oscuro.
Suspiré nuevamente, pero esta vez por él.
Vestía de manera casual, con un suéter claro, quizá caqui o similar, del que se podía apreciar, dado el escote en ve, que por debajo llevaba una camiseta de algodón café. Podía apreciar la fuerza de sus brazos, la virilidad, las ganas de sentirme aferrada a él. Pero esos jeans lo hacían irresistible.
—Buenas noches —comentó, mirando a mi equipo de seguridad.
No escuché a los saludos, simplemente se acercó con una sonrisa hacia mí, observándome como siempre, de los pies a la cabeza.
—Vaya —dijo—. Veo a la Bella…
—Que soy —interrumpí.
Se lamió el labio inferior mientras acercaba sus manos, esta vez enguantadas, a mi barbilla y mejilla.
—Te ves tan hermosa —añadió.
—Y tú tan guapo.
Se miró un momento y enarcó una ceja.
—No te imaginas cómo deseaba llegar a este momento. —Su mano tomó mi espalda baja ante la mirada atenta de todos y yo solo pude subir mis brazos a su cuello.
—Igual yo. Estoy emocionada.
Y tal como pude ver en su mirada, Edward también lo estaba.
—¿Nos vamos? —inquirió.
Asentí, con el corazón otra vez desbocado.
—Félix —ordenó.
—Sí, señor.
Me di la vuelta para mirarlos a todos los demás, quienes asintieron y se subieron a tres diferentes coches negros, tres preciosos Mercedes.
Félix habló directamente en su auricular y asintió.
—Estarán esperando en la entrada.
—Perfecto. —Me contempló—. Vamos.
Me condujo hasta la Hummer, que era más alta que yo.
—Lamento haber traído este coche, pero quería algo seguro para ambos.
Me reí.
—Será un problema subirme, lo sabes, ¿cierto?
—No si te ayudo.
Abrió la puerta y se paró a un lado. Claro, él era muy alto y no tenía problema. Puse un pie en el escalón y él tomó una de mis manos mientras sujetaba mi cintura, procurando que no tuviera ningún accidente. Una vez dentro, me quedé estupefacta con la elegancia del interior. Era de cuero negro y había una pantalla que mostraba los puntos de todos sus guardaespaldas. Cuando se sentó en el lado del conductor, respiró profundamente y se dio la vuelta para mirarme una vez más.
—De verdad, eres tan hermosa, Bella —susurró, acariciándome la mejilla.
Sonrojarse era fácil con sus palabras.
—Creo que si te hubiera encontrado en la universidad, cuando tenía tu edad, no habría podido evitar sentirme atraído por ti, sobre todo si ibas con esta ropa.
Me reí.
—Pero si es tan sencilla…
—Eso me parece tan atractivo, en especial en ti —me aclaró—. Realza la belleza que realmente tienes, esos ojos inmensos, expresivos, esos labios llenos y rosados… —Suspiró—. Alucino contigo, Isabella.
Puse mi mano junto a la suya, deseando sentir su piel.
—Pues a mí, sea dónde sea, me habrías envuelto en este hechizo oscuro en el que me has adentrado —musité—. Quiero que me lleves adónde sea, pero estando tú, siempre tú.
Sus ojos brillaron y asintió.
Puso el coche en marcha y cuando miré hacia adelante Félix ya había desaparecido.
—Camino limpio, señor. ¿Va hacia la dirección ya establecida? —preguntó uno de sus guardaespaldas.
—Sí —dijo de forma escueta—. Lo importante es que todo esté despejado, ¿bien?
—Sí, señor.
Los Mercedes estaban a unos metros de nosotros, pasando ligeramente desapercibidos.
Edward siguió su camino hacia adelante, pasando por las calles ajetreadas de Manhattan. Cuando cruzó el puente hacia Brooklyn, miré a mi alrededor con una sonrisa.
—Luego volveremos a mi departamento, ¿te parece bien? —inquirió.
—Claro que sí.
—Quiero mostrarte algo muy importante para mí.
Arqueé las cejas y seguí sonriendo.
—Lo que tú quieras.
—Primero, espero que no te moleste que comamos en algún lugar elegante del distrito, sé que te gustan las cosas sencillas…
—Me gusta todo mientras sea contigo, Edward.
Tragó y mientras esperábamos el semáforo, tomó mi barbilla y me besó, sacándome un fuerte suspiro.
El camino fue armonioso, demasiado. Nunca había conocido Brooklyn a mi pesar, nunca pude salir de Bronx y luego tuve que ir a diferentes lugares, escondiendo mi embarazo, acompañada de Carlisle y sus personas de mayor confianza, adentrándome principalmente en Manhattan. Pero el distrito en el que nos encontrábamos era precioso, tranquilo y quizá más familiar. Edward siguió manejando por los sitios del distrito, hasta adentrarse a un lugar elegante y en el que parecían solo agruparse personas importantes. Estaba al lado del río.
—Camino continúa despejado, señor, como siempre —dijo Félix.
Edward continuó hacia adelante, en donde esperaba un hombre discreto de aspecto muy elegante.
—Bienvenido —fue lo único que dijo, dando una sonrisa cortés.
Edward bajó y me abrió la puerta, para luego ayudarme a bajar. Después de eso, le entregó las llaves al hombre y tomó mi mano, entrelazando fuertemente sus dedos con los míos.
Noté que era un restaurante imponente con la mejor vista del río, llevándose una decoración de impacto.
—Dime que no es tuyo porque estaría ya demasiado sorprendida.
Comenzó a reírse.
—No, no es mío, solo es un lugar con poca gente y en donde vienen diferentes personas importantes, me refiero, a aquellos que necesitan escapar del asedio.
—¿Habías venido?
Asintió.
Había una alfombra roja delante de nosotros y dos hombres nos abrieron la puerta. Cuando dimos un paso adelante y en el vestíbulo, de paredes rojas y muebles de recepción de ébano, me sorprendí ante la elegancia, pero sencillez. Era una contradicción, pero no tenía mejor manera de describirlo.
—Buenos días —saludaron las mujeres con una sonrisa.
Vestían de rojo y eran realmente muy elegantes.
—Buenos días —dijimos al unísono.
Una de ellas se acercó con una tableta entre las manos y nos preguntó nuestros nombres.
—Soy Isabella Swan…
—Y el señor Cullen, ¿no?
Asentí y miré a Edward, quien parecía muy tranquilo y a gusto en este lugar.
—Qué gusto verlo nuevamente. Es un agrado conocerla, señora Swan —dijo la mujer, abriendo el listón de cuerdas de seda para invitarnos al lugar.
Seguimos nuestro camino y mientras otra de las mujeres nos indicaba unas elegantes escaleras en forma de caracol, me atreví a acercarme un poco más a Edward.
—¿Cliente frecuente? —inquirí en un susurro.
Sonrió.
—Sí, suelo venir con Demian y Alice, pero últimamente no lo he hecho. Creí que te gustaría conocer un lugar al que siempre quise ir.
—¿Cómo…?
—Bienvenidos a la zona privada —dijo la mujer, dándonos acceso a un sitio precioso, con pocas mesas del mismo ébano que componía el resto del lugar y las paredes rojas. Había una barra iluminada y un par de parejas que componían algunas mesas, quienes no prestaban atención en los demás.
El privado se escondía tras un separador con forma de ramas que además tenía luces preciosas. Y no solo eso, sino que además podías salir a un balcón con una linda fuente, también iluminada, con la preciosa vista de Manhattan y el puente de Brooklyn.
Era fenomenal.
—Pasen por aquí —nos guio la encargada, llevándonos hasta el privado.
La mesa era amplia, pero lo suficiente para que ambos pudiéramos tocarnos y no sentirnos separados. Estaba decorado con finas telas de seda roja y varios cubiertos a los lados de estas, mientras nos esperaba una cubeta de champaña, copas de cristal y…
—Edward —susurré, mirándolo a los ojos.
Él me contemplaba mientras tragaba, mostrándome la emoción en su iris verde esmeralda.
En medio de la mesa había un jarrón de cristal con asfódelos y ambos sabíamos lo que eso significaba.
—Pedí que las agregaran —dijo—. Fue difícil de encontrar, pero nada que un poco de influencias y dinero no funcionen.
Estaba emocionada. ¿De verdad Edward había preparado todo esto… para nosotros?
Él sostuvo la silla y me senté, luego se sentó a mi lado, no al frente, como si quisiera estar muy cerca de mí.
—A pesar de que no suelen tener una belleza típica, a mí me encantan —musité, tocándolas con suavidad.
—Son para ti.
Abrió la botella y sirvió las dos copas.
—Beberé, aprovechando que Félix puede llevarnos al departamento.
—Me parece una muy buena idea.
Chocamos nuestras copas y finalmente bebimos la champaña, que era indiscutiblemente deliciosa.
—Recuerdo que dijiste que tú teníamos trabajo con tu gabinete —susurré.
—Sí, pero lo he cancelado.
—¿Eso está bien? Digo…
—Tengo una de las mejores asistencias al congreso y no suelo tomar vacaciones, excepto cuando mi hijo me lo pide, pero esta vez me debía algo a mí mismo —dijo, quitándose los guantes con lentitud—. Y es estar contigo.
A pesar de que moría por tocar su mano, no lo hice, simplemente acaricié sus mejillas y su quijada, provocando que cerrara sus ojos con cuidado.
—Edward, cuando haces esto… me siento tan feliz.
Abrió los ojos y tragó.
—Luché contra mí mismo, ya he enviado todo al carajo, es indudable que con solo mirarte soy feliz. Sé que debo rendir cuentas a mi familia y que esto causará una explosión tarde o temprano, pero es inevitable, Bella, es más fuerte que yo.
—Todo al carajo —musité—, todo.
Sostuvo mi mandíbula y me acercó a sus labios, besándome de forma apasionada mientras suspirábamos, aliviados de estar sencillamente juntos.
.
La cena había sido elegida por mí, pues Edward me instó a tomar la decisión de lo que quisiera, por lo que decidí dirigirme hacia la comida italiana con sorrentinos de ricota y camarones en salsa de trufa. Estaban tan deliciosos que no pude contener los suspiros, aunque a ratos él me miraba con tanta atención y un brillo intensos en sus ojos, que no podía tragar. Antes de ello, el senador decidió mostrarme una delicia de la casa, una entrada de crema de calabaza con semillas de esta y crema de coco. Estaba espectacular.
Una vez que terminamos de comer y los platos fueron recogidos, él tomó mi mano y entrelazó sus dedos con los míos.
—No suelo hacer esto —susurró.
—¿Qué?
—Tener citas, Bella, cuando las tuve siempre tuve a alguien buscando un sentido de ventaja ante ello.
—Dijiste que Charlotte fue una novia impuesta.
Bajó la mirada con tristeza hacia la mesa y asintió.
—¿Por qué? —inquirí.
—¿Quieres salir un momento conmigo? —me preguntó, mostrándome las puertas de cristal, en donde se encontraba la terraza privada.
Por su mirada noté que necesitaba hacerlo.
Cuando estuvimos afuera, vi la inmensidad de lo que era Brooklyn y de Manhattan en el horizonte. El río estaba frente a nosotros y el puente estaba tan bien iluminado que solo pensé en lo bonito que sería caminar tranquila… con él.
Había una suave música de violín y piano, me calmaba y generaba un ambiente tan delicado que solo pude cerrar los ojos por unos minutos, hasta que una idea nació.
—Baila conmigo —dije, sosteniendo su mano.
Edward no dimensionaba su alrededor o no quería hacerlo, porque solo me miraba a mí, como si nada de lo que a mí me sorprendía le provocase más; su atención estaba puesta únicamente en mis acciones, mi presencia, mi semblante… Solo en mí, no había más.
—Mira lo bonito que es —afirmé, acercándome a los pilares de seguridad. Eran fríos, quizá de marfil—. Todo es tan bello, tan…
—Nada me impresiona, Bella —me susurró al oído, tomándome de la cintura mientras me besaba el cuello—. He vivido lujos, lugares preciosos y he tenido facultades que cualquiera querría, pero hoy, por primera vez, he disfrutado de una cena… y es contigo.
Me giré a mirarlo y en cuanto me contempló con el paisaje que me envolvía desde atrás, sus ojos volvieron a brillar con mucha intensidad.
—Y ahora, puedo disfrutar realmente de la belleza del distrito y de todo lo que nos rodea. No tienes idea de lo que ha cambiado mi vida desde que te conozco.
—Ni tú la mía —confesé—. Me has regalado sonrisas cuando antes viví del llanto y de la coraza.
Me entregó su mano y yo la tomé.
—Bailemos —susurró en mi oreja, sujetando mi cintura con sus largos dedos desnudos.
Subí mis brazos por su cuello, no sin antes tocar su pecho con mucha necesidad. Nos miramos a los ojos y nos movimos al son de la música, disfrutando de la soledad y de nuestra compañía solventada por una armonía suave, romántica y ambiental. Tan pronto como pude me cobijé en su pecho y pude sentir el ritmo calmo de su corazón.
Era una melodía tan suave que ameritaba nuestro contacto, manteniéndonos entre aquella burbuja más allá de lo físico. Era un buen bailarín, sentía que con cada impulso me elevaba y llevaba hacia los cielos y luego ahí, donde la oscuridad invadía todo. Así era con Edward y de mi corazón solo querían brotar esos asfódelos y granadas, eso que nos unía, eso que nos hacía… estar juntos.
En un momento tomó mi barbilla con mucha suavidad y me besó, para luego abrazarnos.
—Sí, Bella, fue impuesto —musitó.
Me separé.
—No voy a mentirte, me gustaba, era una chica con la que podía disfrutar. Éramos amigos, nos entendíamos, ella quería ser parte de todo y más… —Jadeó—. Pero era una presión familiar. Su padre es un famoso periodista y eso ayudaba a mi madre. Papá nunca dijo algo contrario a ello, pero sabía que estaba de acuerdo con que lo usara a mi favor.
—¿Te enamoraste de ella? —inquirí.
—No —respondió de inmediato—. Siempre supe que la quería, pero la presión también la llevó a ella a querer ser parte de todo, incluso de mi Tártaro.
Apreté su suéter.
—Lo nuestro acabó cuando Charlotte se vio involucrada en una nota en contra de una de las fundaciones de mi madre, la cual cerró. No puedo opinar al respecto, es… —Lo sentí tragar por enésima vez—. No me gusta hablar de mi madre, Bella.
Subí mi rostro hasta encontrarme con el suyo.
—¿Ella sigue siendo tu amiga?
Asintió con lentitud.
—Aunque madre la odie.
—¿Por qué? —inquirí.
—Es difícil de explicar, Isabella. —Miró hacia otro lado—. Aun así, quien me acompaña aquí eres tú.
Lo miré y arqueé las cejas.
—Pero ella sigue en tu vida —susurré.
—No de la manera en que podrías pensar.
Me separé completamente de él.
—No hay ninguna razón que yo pueda pensar, Edward, tampoco tiene importancia lo que yo deduzca, sé quién soy en tu vida.
Frunció el ceño.
Imaginaba lo que había significado Charlotte, no me cabía duda, así como tampoco que las cosas entre nosotros tenían fecha de caducidad, por más que intentara verlo desde otra perspectiva, porque si alguien se enterase, y me refería a alguien que hiciera de esto una explosión… el verdadero infierno estaría desatado y sabía que yo iba a llevarme la peor parte.
—Bella…
—Señores, ¿desean una copa más? —preguntó uno de los encargados de la mesas.
Los dos negamos.
—No, gracias —respondí.
Cuando nos quedamos en silencio, él acarició mi cabello y luego mis labios entreabiertos.
—Yo también he pensado en quién soy en tu vida, sé por qué decidiste casarte con mi padre. Al comienzo, pensé que lo que más deseabas era el poder y que papá era el anzuelo perfecto, desconfiaba de ti… Pero te conocí, poco a poco, y sé que solo pudiste haber elegido casarte con él por su alma, su carisma y su grandiosidad, es indudable que tenía un gran corazón, un ser puro, algo que yo no. Tú no serías capaz de haber hecho aquello de lo que tan cobardemente te acusé, solo te agradezco que hayas amado a mi padre, pero lamento no ser como él; siempre lo he querido, ser mucho mejor, sobre todo al conocerte, pero nunca podría equipararme a papá, solo puedo mostrarte quién soy con la mierda que me rodea y aún así sé que nunca me verás como viste a papá.
—Eso no es así —gemí—, si te vieras a través de mis ojos…
Me callé, sintiendo mucho dolor. ¿Cómo decirle? ¿Cómo…? Cada vez que lo conocía, cada vez que veía sus acciones, su manera de cuidarme, de mostrarme un mundo mejor… era quererlo más y más. Pero quería gritarle que su padre fue el mío también, que lo quise, sí, pero que él, Edward Cullen, era ese hombre del que me estaba…
«No lo pienses, Bella, ni siquiera se te ocurra enamor…»
Cerré los ojos para evitar mis pensamientos, aquellos que me aterraban.
—Tú también podrías hacerlo.
Los abrí, encontrándome con los suyos.
—Quiero mostrarte lo que ha significado para mí conocerte —susurró—. Solo necesito que me lo permitas.
—¿Qué?
—Aunque esto explote, no me importa.
—Edward, no necesitas ser como él, todo lo que eres es… —Boté el aire—. Has traído luz a mi vida, más que nadie en este mundo tan cruel y desgraciado.
Sus ojos se inundaron de lágrimas, pero no soltó ninguna. Se negaba a hacerlo.
—Quiero seguir demostrándote que ninguna mujer ha provocado lo que tú has hecho en mí —musitó.
—Lo siento, no deberías hacerlo.
—Quiero hacerlo.
—Pero yo intento que veas… lo que me produces, lo que haría por… ti —añadí con la garganta ennudecida.
—Tenemos miedo, ¿no?
Asentí mientras me temblaba la barbilla.
—Hay tanto que quiero decirte para que entiendas lo que veo en ti, Edward.
—¿Estás segura de ver la realidad en mí?
—Completamente segura, no importa lo que me digas.
Respiró hondo y me abrazó nuevamente, tocando los cabellos de mi nuca con suavidad.
—Dime, ¿tuviste algún novio? Digo… antes de mi padre —inquirió.
Suspiré.
—No —musité—, salí con algunos chicos, pero nunca formalicé, nunca… Era pequeña. —Sonreí—. Solo una vez fui a una fiesta alocada y… —Me encogí de hombros—. Hice lo que toda chica de diecisiete hace con el chico que le gusta.
Miré al suelo, recordando las consecuencias de esa noche en la que no pensé realmente qué estaba sucediendo.
—No estaba muy consciente, la verdad, no pensé en lo que significaba porque… estaba borracha —confesé.
Se separó con el ceño fruncido y me tomó desde los hombros.
—¿Él estaba borracho? —inquirió.
—No lo sé, Edward, creo que estaba pasado de copas, pero no puedo recordar mucho, no sé…
—¿Le permitiste que te tocara?
Apreté los labios.
No era algo de lo que me gustaba hablar mucho.
—Lo único que recuerdo es que quería irme porque no me sentía bien.
—¿Aceptó?
Tragué y negué.
La furia en su mirada comenzó a aparecer.
—No podías consentir, eso es… un ultraje, Isabella.
Tragué nuevamente.
—Lo sé, pero nunca fue un tema del que tuviera apoyo familiar y me avergonzaba haber sido tan tonta. Vivía con mi madre y mi padrastro, eran muy religiosos y nunca tuve cercanía con mi mamá —seguí diciendo, sintiendo que estaba al borde del llanto.
Todavía era algo que me afectaba mucho, por eso decidí hacerme cargo de mis hijas, porque quería demostrar que los traumas provocados por mi madre no iban a perpetuarse en mi vida, quería demostrar mi fortaleza, mis capacidades y entregarles a ella el amor que nunca me dieron. Si tan solo las cosas no hubieran ocurrido de esa manera…
—¿Quién es? —inquirió.
Sus ojos estaban muy oscurecidos.
—Edward —gemí.
—Dime quién es.
Miré al suelo y tragué.
—No recuerdo su nombre… Solo… lo llamábamos Jimmy —afirmé—. Era un chico que solía ser muy popular en el instituto, le gustaba coquetearme, pero en esa fiesta pensé que las cosas serían diferentes.
Tensó su mandíbula.
—¿No recuerdas algo más?
—Trabajaba en… una ferretería, junto a su padre.
—¿Dónde está él?
—No lo sé.
—Voy a encontrarlo.
—Edward —supliqué.
—Te tocó y no puedo permitir saber que vive su vida en paz cuando te hizo esa mierda —gruñó.
Sus fosas nasales estaban dilatadas y lo sentía respirar con mucha fuerza.
Sacó su móvil de su bolsillo, dispuesto quizá a llamar a alguien, pero de pronto miró la pantalla y su rostro se descompuso radicalmente, tanto así que lo vi palidecer.
Algo horroroso había sucedido.
Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, ya entrando a los capítulos finales de la primera parte, y es que uff... las cosas se están abriendo, y a la vez, nos estamos adentrando cada vez a los secretos más oscuros, ¿es suficiente con el sentir? ¿Se puede amar y que eso no sea suficiente para mantener las cosas en calma? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
Agradezco los comentarios de lolitanabo, Wenday 14, Cinthyavillalobo, Ella Rose McCarty, almacullenmasen, chivarogs, cavendano13, Pancardo, nikyta, Iva Angulo, Belli swan dwyer, Santa, miriarvi23, Belen, Naara Selene, morenita88, Angeles Mendez, SeguidoradeChile, Mime Herondale, dana masen cullen, Elizabeth Marie Cullen, ELLIana 11, valem0089, angelaldel, Liliana Macias, Pam Malfoy Black, CelyJoe, AnabellaCS, Liz Vidal, Rero96, Valevalverde57, Teresita Mooz, Gibel, luisita, MariaL8, Rommyev, Angelus285, Yaly Quero, Fallen Dark Angel 07, Poppy, Veronica, stella1427, DobleRose, Anita4261, ariyasy, piligm, Ana Karina, Gracia, Deysi, Evelin, Lendsy, patymdn, Gloria, Rose Hernandez, NaNYs SANZ, Jen1072, Lore562, calia19, liduvina, diana0426a, sool21, natuchis2011b, NarMaVeg, Gan, merodeadores 1996, sandju1008, paramoreandmore, shinygirl12, TheYos16, Aidee Bells, darkness1617, Karensiux, Jocelyn, Bbwinnie, kathlen ayala, krisr0405, Makarena L, Angel twilighter, Noriitha, Franciscab25, jackie rys, DanitLuna, gabomm, krisr0405, MarielCullen, C Car, Sandoval Violeta, ELIZABETH, Adriu, barbya95, Jade HSos, 1304, Freedom2604, CeciMachin, EloRicardes, Tata XOXO, beakis, Jimena, ari kimi, nydiac10, somas, AndreaSL, rosy canul 10, Gracia, miop, MentaFrescaa, JMMA, SakuraHyung19, KRISS95, Anabelle Canchola, Jimena, jupy, Valentina Paez, lolapppb, yesenia tovar 17, paolaflores00000, Chiquimoreno06, alyssag19, JMMA, twilightter, ConiLizzy, Marken01, Ruth Lezcano, Mentafrescaa, Mar91 y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, sus comentarios, su entusiasmo y su cariño me instan a seguir, de verdad gracias
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