Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Capítulo en edición (¡Te quiero, Karla!)
Recomiendo: Sonata in G minor, ''Devil's Trill Sonata'' – Giuseppe Tartini
Capítulo 38:
Castigo
"El camino hacia el poder está pavimentado de hipocresía"
F.U. – H.O.C.
No había notado que había dejado de respirar hasta que necesité hacerlo. Estaba… aprisionada a un secreto que ni yo misma me atrevía a decirme. Existía en una parte de mí que buscaba callarlo porque era el sentimiento más peligroso que podía sentir por él.
Solo abrí la boca mientras mis cejas se arqueaban y entonces volví a perderme en Edward, en ese hombre que simplemente me había robado el corazón.
La manera en que continuaba ejecutando la bella melodía, insistía en querer hacerme llorar de una manera vil. Mis ojos ardían y mi corazón no dejaba de latir con una imperiosa fuerza. Entonces, la melodía cambió a una mucho más fuerte, más intensa, donde podía saborear cada cambio de nota de una forma intachable. Era un concierto solo para mí. Fue entonces que ya no pude contener el llanto y dejé caer las lágrimas una vez más, viendo la añoranza de la libertad en sus ojos mientras me contemplaba. Cuando el ritmo de la melodía hizo un nuevo salto de trinos, noté cómo su mirada se tornaba acuosa, rompiendo con la última capa de metal que cubría todo su ser. Había llegado a ese carbonizado corazón, como él le llamaba, a ese lugar que solo quería abrazar y cuidar para asegurarle lo hermoso del sentir.
Seguíamos mirándonos ante la conexión, la experiencia vívida de Edward entregándome sus sentimientos evocados por la melodía más preciosa del violín. Ah, si tan solo hubiera podido levantarme y besarlo, sabiendo que tras su arte había un sinfín de secretos.
No pude más y me limpié las mejillas, volviendo a hacer un mohín para sollozar. Era una melodía tan triste, tan… desoladora. Me partía el corazón en más de mil pedazos.
No supe del tiempo que pasó hasta que finalmente Edward comenzó a sudar y bajó los brazos con el instrumento mientras respiraba agitado, pestañeando para no dejar caer las dolorosas lágrimas que se habían acumulado en sus nostálgicos ojos.
—Edward, ha sido precioso —susurré.
Sus hombros se dejaron caer y me regaló una media sonrisa que no llegó nunca a sus ojos.
—Esta última era la Sonata de Trinos del Diablo —musitó—. Era la pieza con la que iba a dar mi último paso en el conservatorio.
Tomé su violín y el arco con cuidado, depositándolo sobre una mesa que había a unos centímetros. Cuando me volví hacia él seguíamos mirándonos.
—Ha sido un concierto hermoso, sublime… Eres increíblemente talentoso —afirmé.
—Gracias por pensar así de mí —respondió, llevando las manos a mi rostro con delicadeza—. Pero no quería hacerte llorar…
—Es que has calado tanto en mí —interrumpí—, de tan solo observar la forma en que has tocado, la pasión, la rapidez, tu forma de sentir lo que reproducías con tu instrumento. No pude contenerme.
Respiró hondo y juntó su frente con la mía.
—No tocaba con espectadores desde hacía tantos años —me confesó—. Ni siquiera era capaz de reproducir a Tartini o a Paganini por los recuerdos, pero quería que tú vieras esa parte de mí.
—Gracias por confiar en mí, Edward.
Me quitó el cabello del rostro, poniéndolo detrás de mi oreja.
—No hagas eso —susurré con un nudo en la garganta.
—¿Por qué? —inquirió en voz baja.
Apreté los ojos.
—Cada gesto dulce de ti me hace… —Tragué, rehuyendo de esos sentimientos que tenían nombre y me aterraba decir—. Cuando actúas así, simplemente quiero permanecer a tu lado y que sigas… Pero sé que no es lo que buscas —musité—, incluso con todo esto, sé que todo está implicado en nuestra contra y a veces pienso que no mereces más baches en tu camino. Ya los tuviste con tus sueños, no quiero ser parte ni menos la razón de que tu carrera política caiga en pedazos.
—Creí que dejaríamos eso atrás. —Tenía el ceño fruncido y sus ojos se mantenían más llorosos.
—Pero has perdido tantas cosas por los demás…
—Tú no me harías perder, Isabella —musitó—. ¿Qué busco?
Parecía una pregunta retórica, una que se hacía a sí mismo.
Volvió a acomodarme el cabello, dejando libre mi cuello, el que de pronto besó con la misma dulzura, una que parecía dejar ir con mucho terror. Entonces me abrazó, asegurándose de rodearme con todas sus fuerzas. Apoyé mi rostro en su pecho, oliéndolo e impregnándome de él. Y continué llorando, porque tenía tanto miedo, pero ¿separarme? ¿Irme? No me entendía… No entendía por qué luchaba conmigo misma, imaginando ser la razón para destruir lo que había logrado, después de todo lo que había perdido por los caprichos de los demás. No obstante, mi corazón era más poderoso que todos mis temores e insistía en continuar, en permanecer y disfrutar de la suavidad pura de un hombre que vivió toda su vida en la oscuridad.
—No llores —me dijo con la voz quebrada—. No de esta forma. —Oí el sonido de su garganta al tragar—. Todo lo que quiero es lo que he hecho hoy junto a ti y contigo. Permanece conmigo, seguiste el camino de la granada y llegaste a mí… Llegaste a mí —repitió.
Me separé para mirarlo y me perdí en esos ojos, en sus facciones, en la manera en que respiraba… en su cabello.
Dios mío.
—Quiero mostrarte algo más —me dijo al oído—. Ven conmigo.
Entrelazó sus dedos con los míos, y en medio de aquel diminuto gesto, acarició el dorso de mi mano con su pulgar. Mi corazón latió tan rápido que mi pecho dolió cuando vi hacia dónde nos estábamos dirigiendo. Era su lugar de pinturas. El atril que había visto la última vez estaba cubierto por una tela de terciopelo negro, dándole la espalda a la hermosa vista que existía en este oculto lugar.
—Sé que imaginas qué puede haber ahí, pero desde entonces, ha sido un proceso que he seguido hasta sentir que era perfecto, tal como te veo a ti.
Tragué cuando se separó de mí y quitó la tela, mostrándome un inmenso lienzo en el que una mujer estaba sonriendo, sosteniendo un asfódelo mientras era rodeada de un hermoso mosaico de flores coloridas. Esa mujer era yo. Me acerqué poco a poco, viéndome de perfil en esa pintura al óleo, cubriendo mis senos con mi otra mano, que sostenía una granada roja, de la cual caía su jugoso néctar. Mi rostro se veía tan luminoso, ruborizado y con mi cabello frondoso y ondulado, creando una cascada de color castaño oscuro.
No podía creer que yo estaba en medio de lo que era… una obra de arte.
—Es un regalo —masculló detrás de mí.
Cuando sentí su pequeña caricia en mi espalda, me estremecí.
—No puedo creer que hayas hecho esto.
—Te dije que eras mi obra de arte, Isabella.
Mi barbilla tembló.
—Siempre me inspiré ante la belleza del arte renacentista, lo veía y quería retroceder y transportarme a lo que esos artistas creaban, pero siempre soñé con encontrar mi verdadera inspiración… y esa eres tú. Cuando te vi desnuda por primera vez, ah. —Gimió—. No pude contenerme más, no pude… —Suspiró—. Concluí, entonces, cada vez que te miraba, que ahí estabas, eras más de lo que yo siempre esperé, más de lo siquiera imaginé al soñar y fantasear con dar con esa mujer. Esa eres tú, Isabella, tal como te observo.
Mi pecho seguía doliendo. No podía sostenerme a este aterrador sentimiento que me comía el corazón, y que de forma antitética, me llevaba a un estado de completa dicha, de éxtasis y júbilo, de necesidad arbitraria por él. Estaba perdida por Edward Cullen, mi alma lo aclamaba tanto como las flores al sol… porque tal como había confesado, mi interior había esperado por él tanto como la lluvia esperaba al invierno.
Me giré y nos contemplamos, abstraídos el uno con el otro.
Estaba desolada y embelesada con el sentimiento puro que recorría mis venas, tanto que solo pude aferrarme a su cuello, respirar su aire y buscar sus incomparables besos. Edward puso sus dedos entre los cabellos de mi nuca y uno de sus brazos me rodeaba la cintura, sosteniéndome con mucha fuerza. Nos besamos de una manera pasional, intensa como la locura, una demencial necesidad que nos carcomía el interior con desesperación. Estábamos privados del aire, solo nos alimentábamos de nuestras lenguas, de la conexión de nuestras bocas robándonos mutuamente los delirios grandilocuentes de un dolor individual que se convertía en uno, uno que nos aprisionaba hasta el delirio, porque ante todo, separarnos era una tortuosa ruina que no podíamos permitir, porque juntos nuestros sentidos y emociones se convertían en la viva carne y sangre que recorría nuestros deseos… Y yo quería quedarme en sus brazos y sentir sus besos el resto de mi vida.
Separamos nuestros labios entre jadeos y yo, desasosegada ante mi necesidad desesperada por tocarlo, cobijé su quijada con suavidad.
—Gracias. Es… tremendamente hermoso, ni siquiera tengo palabras…
—Ni yo —musité—. Ni yo las tengo al pintarte, Bella.
Contuve el aliento y luego nos respiramos. Mantuve los ojos cerrados mientras seguía abrazada a él y sentía sus besos en mi cuello.
—Desnúdame —pedí—. Tócame. Hazme arte con tus manos.
Edward tenía la boca entreabierta y sus ojos estaban brillantes. De pronto, vi una emoción distinta en ellos.
—Lo haré y seguiré haciéndolo, porque aunque esto lleva al infierno, soy adicto a este que nos lleva a ambos. No me importa nada más, Bella, nada más.
Nos volvimos a besar de forma descarnada y en medio de aquel roce pasional, sentí su mano en el cierre de mi vestido. Cuando esa misma mano abarcó mi espalda baja, comencé a jadear, deseosa de que siguiera. A medida que me desnudaba, busqué los botones de su camisa, abriéndola poco a poco mientras encontraba ese precioso torso desnudo. En el momento en que pude deshacerme de ella, Edward bajó el vestido por mis hombros y comenzó a besarlos de forma cuidadosa y dulce, como si yo fuera esa obra a la que temía destrozar. Llegar a su abdomen hizo que su respiración se tornara espesa. Contuve el aliento en cuando desabotoné sus jeans y pude notar esa virilidad que tanto me gustaba en él.
—Tú también eres una obra de arte —susurré, observándolo de forma lenta, grabándome su piel.
—Espero que sea solo tuya —me dijo al oído.
Sonreí.
—No sabes cuánto adoro mirarte, Edward, cuánto ansío tu piel cuando no estás. Tu corazón se escucha, se siente. —Puse mi cabeza cerca de él, escuchando su palpitar—. No está carbonizado…
—Está renaciendo gracias a ti —afirmó.
—Quiero olerte, sentir tu sudor, tus brazos a mi alrededor, que me llenes y me hagas disfrutar cada roce mientras miro tus ojos, que son mi perdición.
Se separó, y una vez más, vi ese iris oscureciendo poco a poco.
Bajó mi vestido y me mostré ante él solo usando mi tanga blanca de encaje. No me sentía inquieta ni menos incómoda ante su mirada, en mí solo existía apreciación, veía su admiración, su deseo y… una dulzura que realmente no había contemplado en su semblante.
—Me encanta cómo me miras —confesé.
—Podría hacerlo toda mi vida.
Me sonrojé ante esas palabras, me removía las entrañas.
Tocó mis mejillas, usando esas manos prohibidas que moría por besar y acariciar. Sabía que ahí existían cicatrices que realmente estaban vivas tras esos sutiles tatuajes en sus dedos y dorsos. Pero, de pronto, Edward tomó una de las mías y la apretó contra la suya, para luego llevarla hacia su propio cuerpo.
—Tócame por completo —pidió con la voz temblorosa—. Lo quiero. Lo ansío.
Con mis jadeos incontrolables y mi necesidad insufrible por hacerlo, toqué esas manos adoloridas con cuidado y, mientras nos observábamos, besé el dorso de una de ellas para que supiera y entendiera que nada malo iba a suceder. Sabía cuánto dolía su corazón al entregarme una confianza ligada a sus recuerdos más tenebrosos y ocultos, por lo que quise hacerlo de la manera más suave posible. Las cobijé entre las mías, aun cuando las suyas eran mucho más grandes y cerré mis ojos mientras las acariciaba. Poco a poco, Edward fue controlando su respiración hasta el relajo; su pequeño interior sabía que no iba a dañarlo. Continué acariciando sus manos, sin detenerme en sus heridas, solo seguía tocando con cuidado lo que contenía su piel, hasta que las besé con cuidado. Al mirarlo, noté cómo me contemplaba y entonces sonrió con suavidad. Entonces tomó las mías y las acercó a su cuello, a su pecho y luego hizo lo mismo que yo, besarlas con el mismo cuidado.
—Puedes tocar todo de mí, Isabella, contigo no tengo miedo de ello —musitó.
Junté mi pecho con el suyo y nos rodeamos hasta rozarnos por completo, aumentando el placer. Bajé sus pantalones y él acabó deshaciéndose de toda su ropa ante mis ojos, que lo miraban embelesada. Nuestro beso fue tortuoso, solo quería más. Toqué su virilidad y pasé mi pulgar por la punta, disfrutando de cómo, poco a poco, iba endureciéndose.
—Ven aquí —me dijo jadeante, tomando mi cintura para subirme a sus brazos.
Lo rodeé con mis piernas y disfrutamos ambos de aquel roce. Él caminó conmigo mientras seguíamos sintiendo la pasión descabellada en nosotros, hasta que sentí cómo me depositaba sobre el gran diván. Se posicionó sobre mí, pero de inmediato me di la vuelta para que se acomodara. Me senté a horcajadas, por lo que ambos suspiramos ante la inminente e incontrolable necesidad.
—Me gusta poder verte desde aquí —susurró, tomándome los muslos con fuerza.
Me moví hacia adelante y atrás, masturbándonos, sintiéndonos; quería gritar.
—¿Has tenido una mujer sobre ti? —le dije al oído mientras me acomodaba sobre su pecho para estar cerca de sus labios.
Sonrió y volvió a correrme el cabello para tener acceso a mi rostro.
—Te mentiría si dijera que sí.
—Edward, por Dios, debes innovar.
Rio entre jadeos y me dio un beso profundo.
—Entra en mí —pedí, rozando mi nariz con la suya.
Volvimos a besarnos mientras acomodaba su erección en mi canal, que lo esperaba con fervor. Cuando lo sentí llenarme de un solo movimiento, mordí sus labios ante el dolor y placer. Nos quedamos un momento así, sintiéndonos sin movernos, hasta que finalmente comencé a moverme, separándome para aumentar la presión de aquella invasión hasta mis entrañas. Hice círculos con mis caderas, lo que ocasionó que Edward emitiera un fuerte gruñido.
—Carajo, sigue así —suplicó.
Eché la cabeza hacia atrás mientras me sujetaba de sus piernas, sintiendo el placer en cada recorrido de mi cuerpo. Mis movimientos eran rápidos y desenfrenados, quería más, quería seguir volando y ver su rostro de placer, su forma de contemplarme mientras nos dividíamos en distintos sentidos impuestos en nuestra unión. Toqué su rostro y luego sus labios y él se llevó uno de mis dedos a la boca, lo que aumentó mi excitación de forma voraz; mis movimientos se hicieron sórdidos, incontrolables e insostenibles, quería seguir, saltando sobre su pelvis, seguir saboreando el placer entre nuestros cuerpos.
Comencé a sentir el inicio de aquel bucle interminable y explosivo a la vez, esa demoniaca fuerza creciendo en mi intimidad hasta llegar a todos mis plexos. Cuando llegó a mi vientre, removiéndome hasta la locura, me acosté sobre su pecho para abrazarme a él. Tomó mis muslos con más fuerza y siguió con los movimientos, esta vez con una rapidez incontrolable. Sentía que iba a desmayarme.
—Lo quiero todo —le dije contra los labios.
—Todo. —Jadeaba y gruñía a la vez.
Dio una estocada poderosa que liberó el clímax en todo mi cuerpo, revolviéndome en llamas mientras miraba sus hermosos ojos verdes. Gemí con desesperación, sin saber cómo continuar respirando. Estaba hiperventilando. En el instante en que todo fue un maravilloso camino de conexión, caí con todo mi peso sobre él, temblando desde los pies a la cabeza. Ambos suspiramos y cuando creí que nada podía seguir siendo un desquicio delicioso, Edward me dio la vuelta para abrazarme y entrelazó sus piernas con las mías, manteniéndose dentro de mí.
—Ah… Edward —gemí, sintiendo sus profundos y lentos movimientos.
Acarició mi rostro y se quedó ahí, contemplándome y tocando mi rostro mientras me penetraba. Sentía los ojos llorosos y el sudor recorriéndome. Tomé su mano y la seguí acariciando, luego sus brazos y la fuerza de sus músculos. Edward apretaba mi culo con sus otros dedos, haciendo un vaivén delirante, entre círculos y estocadas que me hacían gritar. Nuestros cuerpos se oían en el lugar, choque tras choque, beso tras beso; era una melodía dispuesta a llevarnos a ese lugar que tanto conocíamos, pero que ahora, para mí, se sentía completamente diferente.
—Mi obra de arte… Siempre… Mi obra de arte —musitó jadeante, dando otra estocada bestial mientras mi cuerpo volvía a reaccionar.
Me aferré a sus hombros y nos besamos, abrazados, sintiéndonos, hasta que tuve otro orgasmo que significó un glorioso viaje a los recónditos espacios que compartíamos. Tirité nuevamente, pero él me tenía en sus brazos, dándome aún más calor, besando todo de mí. Finalmente, lo sentí gruñir e ir hacia mi cuello, en el que acabó gimiendo y dejándose llevar por su propio clímax, acabando dentro de mí.
Nos quedamos ahí, revueltos en nuestros cuerpos, tan juntos que solo pude acomodarme en su pecho mientras volvía en sí. Puso su mano en mis cabellos y los acarició, enredando cada hebra en sus dedos. Cuando nos miramos, no tardé en tocar sus mejillas, su quijada y su mano libre, entrelazando la mía con la suya.
—Quiero quedarme aquí por siempre —le susurré.
—Podríamos hacerlo, ¿qué dices?
Me reí.
—Este lugar se ha convertido en mi favorito.
—¿Sí?
Asentí.
—Porque aquí está parte de tu corazón.
Se tornó pensativo y me apretó más contra él.
—Tienes razón, la otra parte de mi corazón está en Demian, de lo contrario estaría entero.
Arqueé mis cejas y oculté mi rostro mientras pensaba en mis sentimientos, que crecían sin parar.
—Buscaré algo para taparte, no quiero que tengas frío.
—No quiero separarme de ti.
—Serán solo unos segundos, lo prometo —musitó, besando mi frente.
Cuando se marchó me quedé mirando el cuadro con mis ojos llorosos, incapaz de abarcar todo lo que me generaban. Pero tal como prometió, volvió tan pronto como pudo, poniendo la colcha sobre mí.
—Quédate conmigo.
No necesité decir más, porque enseguida se acomodó para poner su brazo debajo de mi cabeza. Toqué su pecho con lentitud, delineando su anatomía, delirando con su virilidad y finalmente… recordando el paso de lo que sentía por él.
—Estás muy pensativa —dijo, tomando mi barbilla.
Suspiré y toqué su mano para acariciarla, deteniéndome en esos extraños tatuajes y luego atravesando la mirada hacia esas cicatrices ocultas.
—Sabes que no permito que nadie me toque… —Tragó—. Pero contigo me siento confortado, como si todo se borrara de mi mente.
—Siempre he querido confortarte, que tus manos se sientan cómodas junto a las mías. Para mí son maravillosas, todo lo que hacen…
—Bella, no todo…
—Nunca voy a pensar en eso, lo sabes bien.
Volvió a besar mi frente y yo no contuve mis ganas de seguir abrazándolo, no queriendo soltarlo porque mi corazón me pedía a gritos que no lo hiciera, porque esto quizá… nunca iba a repetirse.
No sabía por qué mi cabeza daba giros pesimistas, o bien, realmente fatalistas. Pero todo tenía su fin, ¿no? En especial porque… esto nunca podría ser como una interacción normal, una que a mi edad tendría con naturalidad. Y nuestro alrededor, ¡maldición! ¡Era una mierda! ¡Una verdadera mierda!
—Prometiste bailarme, ¿recuerdas? —musitó, continuando con sus sinceras y tiernas caricias.
Sonreí, olvidando el camino de mis pensamientos.
—Para eso debes tocar algo, ¿por qué no me muestras tu piano?
Suspiró.
—Hace mucho tiempo que no me siento a tocar, pero lo haré por ti.
Me reí.
Él se levantó, mostrándome su trasero maravilloso y se puso los pantalones con rapidez, obviando su ropa interior. Me miró por detrás de su hombro, a la espera de que siguiera sus pasos. Me enrollé la colcha como un vestido y caminé a su lado. Se sentó en la banquilla y carraspeó, quizá pensando en qué tocar luego de tanto tiempo, entonces hizo un pequeño vaivén con los dedos y luego pasó un dedo por todas las teclas, hasta que finalmente comenzó una suave melodía preciosa, vigorosa, romántica y… ah…
Mi corazón ardía por él.
Fue inevitable darme unas vueltas, sintiéndome parte del universo que era realmente Edward Cullen, ya no era ese senador soberbio, duro y autoritario, no era ese bastardo, era simplemente ese hombre que escondía celosamente de todos los que le rodeaban.
No sabía cómo continuaba danzando, con los ojos cerrados, sintiendo que esa cobija que me resguardaba era un vestido amplio que se vaporeaba con el viento. Mi imaginación volaba, imaginaba estando en un lugar rodeado de naturaleza, con él de testigo, dándome una libertad que estaría completa, de no ser por el desesperado y agobiante llamado de mi hija. Con el alma pendiéndome de un hilo, continué con esas imágenes, con él, con Demian… con ella. Era el lugar más maravilloso de este mundo, no había ninguno como aquel… Ninguno.
Cuando di otro giro, choqué con él, que me respiro en el rostro. Al abrir mis ojos, lo encontré contemplándome con los ojos muy brillantes, tan brillantes que nada iluminaba más en la noche que su iris. Edward tomó mi cintura con una de sus manos y con la otra me llevó a bailar, así, juntos.
—¿Y la música? —bromeé, pasando mi mano por su cuello y su pecho.
—¿Qué tal si te la tarareo?
Creí que estaba bromeando, pero, en definitiva, comenzó a hacerlo con su suave voz, abrazándome más para que juntos nos balanceáramos al ritmo de sus labios. Sí, claro que era el mejor lugar del mundo. Cuando terminamos de dar otro giro juntos, Edward me besó y me tomó entre sus brazos como si fuera un bebé.
—Te invito a mi habitación —susurró.
Me mordí el labio inferior y sonreí.
—Invítame al lugar que tú quieras, ya me trajiste hasta aquí, ¿crees que hay un modo en el que pueda irme? No lo tengo… Y tú tampoco.
Sonrió como yo y me llevó hasta aquel lugar, prometiéndome otra jornada de deseo y fuego.
.
Había despertado debido al fuerte sonido de la lluvia. Parecía tormenta. Al girarme vi a Edward durmiendo plácidamente de lado, con su rostro dirigido hacia mí.
De inmediato suspiré.
—Buenos días —susurré de forma ininteligible.
No quería despertarlo.
Fue inevitable tocar sus manos, viendo las cicatrices tras los tatuajes. Intentaba identificar de qué se trataban esas heridas, ¿navajas? Era extraño… Como si le hubieran puesto puntos en distintos lugares, como si… la hubieran que tenido reconstruir.
Mi pecho ardió con furia y dolor.
Tras los tatuajes, que nunca lograba encontrar una forma adecuada de describirlos, eran manos normales, de un ser humano que pasaba desapercibido, pero cada vez que las miraba podía percibir el dolor tras ellas. Se las tomé con cuidado y entre sus sueños él acabó apretando las mías. Miré su rostro en aquel instante, sentí su calor, recordé sus gestos dulces de la noche anterior y cuando iba a besarle la frente, escuché la vibración de su teléfono de forma repetida, tanto que resultaba cansadora.
Edward no despertó.
Suspiré.
Claro, era senador y su vida era un caos, en donde se transformaba en un ser frío e imponente.
Le di una última mirada y mis entrañas volvieron a estremecerse, recordándome los pensamientos de anoche mientras veía y escuchaba tocar su violín con tanta pasión y… aquel cuadro para mí…
Comencé a sudar y mi respiración se aceleró, por lo que me levanté con sigilo, tragando y buscando la manera de controlarme. Iba a dar una vuelta por el departamento, sin embargo, otra vibración llamó mi atención de forma insostenible. Era el número de su madre, quien constantemente le escribía que vendría de inmediato a verlo. Lo demás lo dejé pasar, porque no era de mi incumbencia y porque…
Me tapé la boca ante el gemido que de pronto quise soltar, así que fui al baño y abrí la llave de la regadera al máximo, metiéndome dentro al instante. Me paré en medio de ella, sintiendo el agua golpeando mi cabeza y cayendo por mi cuerpo. No podía moverme, estaba estática, volviendo a recordar lo que sentía por Edward… Lo que sentía…
Mi barbilla comenzó a temblar, como si me hubiera explotado un mar de lágrimas en la cara. No pude contenerme y me abracé desde las rodillas, sintiendo el agua cayendo directo en mi cara, que estaba dirigida hacia el techo, preguntándome por qué.
—No puedes enamorarte de él. No puedes, no puedes, no puedes —me repetí varias veces, comenzando a llorar de forma desgarradora—. Es una barrera que no puedes cruzar. No puedes enamorarte de Edward Cullen, eso no era parte del plan, por Dios no.
No dejaba de sollozar, sentía que me ahogaba en lágrimas, que esto iba a traer consecuencias en mí, en mí meta, en mis deseos y en mi verdadero propósito al estar acá.
Pero ya no había razón alguna para continuarme obligando a no sentir, porque amaba a Edward Cullen con toda mi desesperada intensidad, lo amaba tanto que mi cuerpo dolía por la necesidad imperante por continuar amándolo, sabiendo que esto no tenía futuro alguno.
Su madre… Esme Cullen…
Me aferré de los azulejos, sintiendo su recuerdo como una daga dispuesta a clavarme la espalda, el odio que sentía por ella, lo que sentía que había hecho con mis hijas…
—No te enamores, por favor, no te enamores —insistí entre sollozos, incapaz de respirar de forma adecuada.
Enamorarme de Edward era el peor camino, porque significaba una barrera que quizá nunca podría superar, porque amarlo me impedía hacer tantas cosas, tantas acciones que podrían afectarnos a ambos, pero sobre todo a mí, que ya tenía el corazón incapaz de contener más…
«Pero te has enamorado, no hay vuelta atrás».
Me levanté y miré a la pared, con el agua continuando cayendo sobre mí.
Sí, ya no había vuelta atrás. Amaba profundamente a Edward y negármelo de forma constante solo significaba tapar el sol con un dedo, un imposible que solo dañaba aún más mi cabeza y mi corazón.
Puse la palma de mi mano contra los azulejos y volví a llorar, porque esto traería las peores consecuencias. ¿Alejarme? ¿Olvidarlo? ¡¿Cómo?! Estaba ahogada. ¿Cómo iba a dar un paso al lado si todo de mí lo amaba? ¡¿Cómo dañarme de esta manera?!
Lo amaba, lo amaba tanto que no encontraba una plausible razón, aunque sí existían, para huir, correr y hacer lo que necesitaba para alejarme de este mundo oscuro y vil.
Sentí los pasos de alguien, ese alguien que mi alma clamaba de amor.
Tragué.
—Bella, ¿estás ahí? —preguntó con suavidad.
Respiré hondo para dejar de llorar.
—Sí —respondí, dejando ir un suspiro.
Luego de abrir la mampara de vidrio con mosaicos, me encontré con él, quien traía toallas limpias para mí.
Sonreí sin siquiera darme cuenta de mi gesto.
—Buenos días —musitó.
—Buenos días.
Me tendió su mano para acercarme a él y me secó con la toalla, para luego buscar mis labios para besarlo. Lo abracé con todas mis fuerzas, mojándolo en el intertanto.
—Lo siento —susurré con una carcajada.
—Descuida. ¿Quieres continuar dándote un baño conmigo? Prepararé el desayuno.
Cada gesto me apretaba el corazón.
Lo amaba… Realmente lo amaba. Y aunque intentaba obligarme a no ahondar en ello y mentirme, sabía, aquí dentro en mi pecho, que se estaba convirtiendo en el hombre que siempre soñé con encontrar.
—Claro que quiero continuar. Muero por un desayuno contigo —dije, acariciándole las mejillas.
.
El regreso a la vida real había sido más espontáneo de lo que realmente imaginé. Pero era culpa mía, porque estaba aterrada hasta los huesos. Edward sabía que debía presentarme a buena hora a la compañía y luego iniciar mi trabajo exhaustivo en la fundación. Pero incluso así, no pude contenerme a besarlo, abrazarlo y sentirlo, recordando, una y otra vez, estos sentimientos viles y contradictoriamente maravillosos.
Mi nueva asistente de la fundación, lugar al que pertenecía oficialmente desde hoy, se presentó luego de una larga lucha por encontrar a la persona adecuada junto a diferentes asesores. Se llamaba Danielle y era de confianza de Serafín, quien tenía muchos contactos importantes gracias a la larga amistad y fidelidad con Carlisle. Era una chica algo torpe, parecía nerviosa de tenerme en frente, y es que parecía algo irracional, dado que seguramente era mayor que yo, pero… parecía que mi autoridad la intimidaba.
Mientras estaba reordenando los lugares importantes y de principal necesidad para mostrar a la organización sin fines de lucro que estaba apoyándonos, caso a caso, no dejaba de pensar en mi hija perdida y eso me rasgaba el corazón. Antes de que pudiera pensar más allá y encontrar la forma de dar con algún lugar que pudiera tenerla, sentí el sonido de la puerta abriéndose. Danielle asomó la cabeza entre la puerta y el umbral.
—Señorita Swan —susurró con nerviosismo.
—Danielle, preferiría que llamaras al teléfono ante cualquier situación —le pedí, sabiendo que si hubiera entrado unos minutos más tarde, me habría visto llorar, pensando en mi hija, lo que no podía permitir.
—Lo siento mucho, señorita…
—Descuida. —Le di una media sonrisa—. ¿Qué ha sucedido?
—Ha venido el senador Adam Jefferson, quiere hablar con usted.
Suspiré.
Claro, él era de los más interesados en beneficiar a la fundación para lograr darle mayor oportunidades a las madres jóvenes y solteras, las que habían sido abandonadas por el estado en búsqueda de sus hijos arrebatados y… aquellos niños que se mantenían en orfanatos de mala muerte.
—Claro, dile que pase —ordené.
Asintió, pero se quedó en su lugar por unos segundos.
—De verdad lamento haber entrado así como así…
—Descuida, lo entiendo. —Sonreí con suavidad.
Una vez que se fue, me acomodé en la silla y en unos segundos entró Adam, vestido de manera formal, muy guapo y sofisticado. Siempre llevaba un semblante amable, tranquilo y cálido.
—Es un gusto, señorita Swan.
—El mío también, senador Jefferson.
Le indiqué la silla para que se sentara y lo hizo enseguida, estirándose el caro blazer.
—Estoy agradecido de ser parte de esto, la única persona que creyó en mí para ser parte de los representantes de la democracia era el señor Cullen, que en paz descanse —musitó—. Lamento traer el tema, sé que debe doler.
Asentí.
—Entiendo. Sé que debió ser muy importante para usted.
—Si le soy sincero, esa familia nunca ha sido de mi agrade y sé que la situación es mutua. Pero por él continué su legado. Quisiera continuarlo.
Sonreí.
—Era un hombre espectacular.
De pronto se tornó muy serio.
—¿No ha vuelto a tener problemas con ellos? —inquirió, viéndose muy preocupado.
Recordé todo lo sucedido con Edward hacía un día atrás, rememorando que él debía estar ya en el Capitolio. Los kilómetros de distancia me removían las entrañas.
—Siempre los tendré, senador Jefferson, seguiré siendo la viuda de Carlisle, ¿no cree usted que eso no lo olvidarán?
Suspiró.
—Lo sé. Debe ser terrible tener que lidiar con Edward Cullen, además.
Me puse rígida.
—Claro…
—Sé que ha perdido a su padre, pero ese hombre es capaz de todo por mantener a su madre en calma, lo que ya es difícil. Sus intentos por boicotearme no son nada en comparación con lo que podría hacerle con tal de sacarla del camino. Me preocupa su bienestar, señorita Swan. ¿Está todo bien?
Asentí con la garganta apretada.
—Tengo un buen equipo de guardaespaldas.
Se vio evidentemente aliviado.
—Eso es muy bueno. Debe tener cuidado con los Cullen —insistió con el ceño fruncido, como si él también hubiera sufrido vejámenes por quiénes fueran de esa familia—. Están podridos, señorita Swan, no confíe en ninguno, todos velan por el dinero, el estatus y el poder, algo que lamentablemente el expresidente Cullen intento mantener aislado en su visión de las cosas; era un hombre diferente.
Pensé en Edward y en cuán equivocado podía estar de él. Sabía que tenía todo derecho a pensarlo, no conocía a aquel hombre que me había mostrado su corazón hacía un día atrás.
—No confíes, insisto, esa familia está podrida y Edward Cullen es capaz de todo por mantener a su madre con el bozal en la boca. —Suspiró—. En fin, vengo acá para más que chismear respecto a esa familia.
Le sonreí, aunque solo fingí, pensando en sus palabras.
.
Había sido un día extenuante y antes de irme iba a llamar a Elizabeth para saber cómo iba su recuperación de la crisis hipertensiva, sin embargo, vi que habían dejado el periódico de hoy junto a una revista en la que ofrecían un horario estelar para hablar de mí.
—"La viuda del expresidente Cullen era una auxiliar de aseo: ¿cómo escaló a tales niveles? Conoce su historia esta noche…" —susurré, leyendo hasta que el aire se me acabó.
Fruncí el ceño y me quedé un momento apoyada de la pared, sencillamente anonadada de aquel titular. ¿Cómo había escalado a tales niveles?
Se me revolvió el estómago.
Miré el reloj, ya pasaba de las tres de la tarde. Llamé a Emmett para que viniera a por mí junto al resto del equipo de seguridad mientras intentaba mantener la calma. Recibí varias llamadas, entre esas las de Serafín y Jasper, pero no quise responder.
—Llévame al Dunkin' Donuts más próximo, por favor —pedí a mi guardaespaldas.
—Debe ser el más oculto de la ciudad…
—¡El que sea! —gruñí.
Tragué luego de eso y cerré los ojos, sin saber cómo seguir, cómo continuar en esta vida de mierda en la que todo iba a cuestionarse, el no haber podido ir a la universidad, el haber tenido que trabajar de lo que fuera, sin siquiera sentirme menos que cualquiera, porque para mí, cualquier trabajo era digno, pero la manera en que hablaban de ello, como si… fuera menos que toda esta élite asquerosa y ruin…
Tal como recordó Emmett, me llevó al local más oculto de la ciudad, por lo que rápidamente pedí la promoción del chai latte con una glaseada, queriendo vivir una vida normal de forma desesperada.
Comenzaba a deprimirme.
Mi teléfono vibraba constantemente, tanto que me desesperó y lo saqué de mi bolso. Al ver que Serafín ya llevaba treinta llamadas insistentes, me preocupé.
—Hola —respondí de forma queda.
—Señorita. —Su voz era un desespero insostenible.
—¿Qué ocurre? —inquirí, mirando a Emmett, que estaba afuera, mirando a su alrededor.
—Ha salido en los noticieros. Todos hablan de ello.
Tragué.
—¿De qué?
Cuando escuché sus palabras me quedé atónita y dejé caer la dona sobre el plato, sin saber si estaba escuchando la realidad o se trataba de una pesadilla.
Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, como ya saben, este es el penúltimo capítulo de la PARTE I, y como ven, las cosas están abriéndose en un camino que, si bien puede estar lleno de luz, aún consume el alma ante la culpa, el miedo, la angustia y las verdades a medio decir... y la tormenta que esconden para hacerla estallar. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas!
Agradezco los comentarios de Cinthyavillalobo, CelyJoe, Teresita Mooz, lolitanabo, Jimena, Elizabethpm, tocayaloquis, Pancardo, Iva Angulo, Wenday14, CCar, Karensiux, Liliana Macias, saraipineda44, Lu40, NarMaVeg, patymdn, Lore562, chivarogs, Belli swan dwyer, Pam Malfoy Black, cavendano13, Elizabeth, twilightter, Anita4261, Kathlenayala, Mapi13, morenita88, Jen1072, angelaldel, Valevalverde57, Ana Karina, Deysi, Angeles Mendez, gabomm, DanitLuna, beakis, EloRicardes, lolapppb, MakarenaL, Dayana ramirez, luisita, sandju1008, ELLIana11, diana0426a, almacullenmasen, Rero96, Liz Vidal, Krisr0405, MarielCullen, robertsten22, Ady denice, paramoreandmore, somas, NaNys SANz, Anabelle Canchola, Gan, Franciscab25, joabruno, Angel twilighter, miriarvi23, Jade HSos, SeguidoradeChile, AnabellaCS, JMMA, Florencia, Noriitha, natuchis2011b, liduvina, ari Kimi, Tata XOXO, seiriscarvajal, TheYos16, barbya95, Santa, Freedom2604, miop Ceci Machin, Eli mMsen, bbwinnie13, Claribel Cabrera, alyssag19, AndreaSL, Naara Selene, Veronica, Fallen Dark Angel 07, Mentafrescaa, jupy, ConiLizzy, Chiquimoreno06, Jocelyn, Clary98, Angelus285, Maribel hernandez cullen, Adriu, Aidee Bells, Valentina Paez, soledadcullen, Valem0089, Fleur50, rosycanul10, aledani, merodeadores1996, Veronica, Vero, Elizabeth Marie Cullen, PRISGPE, 1314, Agradecida, Quiero saber mas y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, sus comentarios, su entusiasmo y su cariño me instan a seguir, de verdad gracias
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