Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Recomiendo: One Last Night – Vaults
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Capítulo 2:
En paralelo
"Atada a un corazón poco profundo
¿Por qué él quiere llevarme a donde va
(…) Y conocer el por qué
¿Es suficiente para que quieras intentarlo una última noche…?"
No era fácil y fingí soberbia al creer que podría autoconvencerme de que era lo mejor y que, por supuesto, verlo otra vez no sería como antes.
Qué error.
Usé mis fuerzas y no me permití decaer.
¿Un té? Un té…
Apreté los dientes.
—Le agradezco —fue lo único que salió de mi boca.
Resultaba doloroso hablarle así, sentía que retrocedía, que todo lo que había sucedido hace semanas era un sueño, un pedazo de mi imaginación. Pero no iba a permitir que mis emociones por otro hombre afectaran mi propia lealtad hacia mí misma y en este momento debía concederme la fuerza de no permitir que esa simple acción me convenciera de algo que, realmente, era muy probable que no sucedería: pedirme perdón.
¿Imaginaba al dueño del inframundo hacerlo? No. Sí, había conocido una parte humana de él, pero ¿no me había acusado de algo tan horrible como dañar a su hijo por mi propio beneficio? ¿Se había detenido un segundo a pensar en el ser humano que había conocido dentro de mí? No. Yo ahora… Ah, no podía hacerlo, aunque la idea me seguía hiriendo.
No iba a esperar ni recriminar nada del flamante y orgulloso senador Cullen, las ilusiones solo quedaban para un solo objetivo, que era volver a tener a mi hija entre mis brazos.
Era una mujer capaz de todo, ahora lo tenía claro e iba a continuar con mi propósito, especialmente el saber quién me había hecho el mayor daño de mi vida: perder a mis mellizas. Y aunque tenía a la mayor sospechosa delante de mí, iba a encontrar las pruebas contundentes con tal de destruirla, a ella y a quienes habían sido los cómplices de mi mayor delirio y dolor.
No, ya no era una niña.
—Es bueno verla de nuevo —murmuró, apretando la mandíbula.
—Gracias —respondí con neutralidad—. Siento no darle más tiempo a su bienvenida, pero necesito trabajar.
Me senté en la silla y dejé la taza de té a un lado, ignorándola por completo, luego agaché la cabeza.
—Sí, claro, tiene razón. —Carraspeó—. Esperaré a que esté lista para la reunión. La gente nos espera.
Presté atención a su presencia por unos segundos y lo descubrí viéndome el cabello y luego el rostro, deteniéndose en mis ojos, por lo que hui rápidamente, mirando a los legajos una vez más.
—Puede cerrar la puerta después de irse. Gracias —añadí.
Cuando escuché el sonido de la cerradura, inhalé y espiré, buscando el control de mis emociones.
Cerré los ojos con fuerza y contuve el aliento para no deprimirme.
Verlo no me hacía bien. El corazón me traicionaba, quisiera o no. Pero aunque se me apretara el pecho y sintiera un fuerte calor, sofocante y desesperante, no ahondé en ello; Edward no lo merecía.
Finalmente salí de mi oficina, apretando el bolígrafo para mantenerme tranquila. Dolía mucho saber que él estaba aquí y que volvía a verlo.
Atravesé los pasillos y llegué hasta la sala de reuniones, donde se oía la voz de Elizabeth, sosteniendo una conversación con distintas mujeres. Por sus voces, pude concluir que eran muy jóvenes.
Antes de entrar, noté que Edward venía de frente, dispuesto a hacer lo mismo. Me tensé, pero respiré con suavidad para no demostrarlo.
—Adelante, señorita —dijo él, permitiéndome la entrada.
—Gracias, pero pase usted, no necesito de hombres caballerosos en este momento —respondí de forma tajante.
Asintió con lentitud, como si lo dudara, otra vez mirándome con sus ojos abrillantados y… Tuve que dirigir mi atención hacia el suelo, buscando la forma de ser lo suficientemente fuerte para no traer mis sentimientos de vuelta. Mis propósitos eran otros y el dolor que me causó no iba a entorpecer mis planes.
—Perfecto —musitó, entrando primero.
Bufé y cerré los párpados por unos segundos hasta que me atreví a abrir la puerta y sumergirme en la sala.
—Es nuestro propósito —decía Elizabeth, poniendo la mano en el hombro de una de las mujeres, que debía tener dieciocho años.
Los rostros de cada asistente a la sala de reunión me hizo recordar mi pasado y el dolor, jóvenes asustadas, heridas, maltratadas por lo que, quizás, era el sufrimiento más grande sus cortas vidas.
Sentí que mi corazón crujió.
—Buenos días —susurré, no queriendo importunar demasiado a pesar de que era la directora de la fundación.
Elizabeth alzó la mirada junto a las demás y ella sonrió con suavidad.
Oh, Elizabeth, había sido tan ingrata contigo.
—Buenos días —dijeron todos.
Todos habían notado al senador Cullen, que se mantenía muy serio ante las emociones que tenía al frente y sí, ellas también sabían quién era. Cuando la protagonista fui yo, noté que todas tornaban sus ojos de un suave brillo que trasparentaba un desesperado grito de ayuda, como si mi existencia fuera su única esperanza.
—Hola —saludé con suavidad y respeto.
—Hola, señorita Swan —respondió una de ellas, que llevaba una camiseta con una frase que decía "exigimos respuesta para nuestros hijos e hijas".
Tragué.
—Necesitamos su ayuda —añadió, nuevamente como si fuera su única esperanza.
¿Por qué?
Asentí y me senté a la cabeza, mientras Elizabeth se acomodaba al frente y Edward estaba a mi lado. Las mujeres tenían las manos sobre la mesa, apretadas y entrelazadas entre sí. Sentía que tocaban mi corazón, que esta fundación cobraba todo mi sentido y que iba a dedicarme a esto con locura, porque mi dolor iba a servir como la ayuda que nunca obtuve siendo una joven asustada.
La empatía era un remedio a una sociedad dolorosa e injusta.
—Hemos agotado todos los medios para conseguir justicia, cada fundación, cada intento por acercarnos a las instituciones que dicen proteger la niñez y… sentimos que usted puede ayudarnos. Supimos que donó mucho dinero en un orfanato muy abandonado, lamento haber escuchado esa situación que prefirió ocultar, pero por la misma razón y porque el expresidente intentó ayudar a muchas mujeres como nosotras desde que estuvo al mando del país, es que le imploramos que nos ayude. Usted es mujer, sé que es joven, pero…
—Han perdido a sus hijos, ¿no? —inquirí con un nudo en la garganta.
Todas asintieron.
Entre ellas había mujeres afroamericanas, chicas con evidentes problemas económicos, latinas y jovencitas que no pasaban de los dieciocho años.
Recibí la mirada de Elizabeth y la vi arqueando las cejas de tristeza.
—Siento tanto escuchar eso —respondí.
—Nadie ha sido capaz de ayudarnos, nadie entiende este dolor, en el fondo… nos han abandonado por ser inmigrantes, afroamericanas, jóvenes sin estudios, sin redes de apoyo… —continuó otra de ellas, usando un acento diferente. Parecía ser inmigrante—. ¿Es un maltrato por ser indocumentada? Perdí a mi hijo y aunque han dicho que ha muerto, me niego rotundamente a aceptarlo. Sé que algo sucedió, todas nosotras sabemos que algo nos ocurrió.
Apreté los labios con fuerza.
—Me quitaron a mi hija antes de que pudiera siquiera verla, nunca la conocí —musitó una de ellas, quien parecía la más joven de todas—. Fue hace tres años. Tenía quince. Nadie me ha escuchado, ni a mí ni a mi mamá que ha luchado conmigo a pesar de no tener los medios para insistir en esta lucha.
—Hemos venido aquí porque creemos en ustedes y… sobre todo en usted, señorita —dijo la que, al parecer, se trataba de la vocera de todas ellas.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—¿En mí?
—Usted es joven, nos ilusiona que pueda entendernos, nadie ha escuchado nuestras plegarias y esta fundación nos da esperanza. Somos más de las que imagina, incluso menores de edad ultrajadas en su derecho de ser madres por elección.
Respiré hondo y sentí cómo mi cuerpo se convertía en valentía.
—Es diferente, señorita, díganos que nos entiende, que nos ayudará, por favor —insistió la joven mujer.
Solo pude tomar su mano y asentir, aguantando el agobiante llanto queriendo salir de mi garganta.
—Senador, usted ha luchado por los niños, creó una ley para mejorar las adopciones y sabemos que lucha porque todos los niños tengan un lugar mejor en cada orfanato, pero sabe bien que eso aún no puede cumplirse, necesitamos…
—Sí, no hay día en el que no luche por ello, ya saben mi interés principal y el por qué lo hago, debieron haber visto los medios de comunicación —respondió.
—Por eso confiamos en usted, senador, por favor, ayúdennos, nos han quitado a nuestros hijos y no sabemos dónde están.
—Están en el lugar correcto. Esta fundación ayudará a toda mujer que ha sido vulnerada junto a nuestro interés superior, que son los niños y niñas —respondí—. Como mujer… pueden confiar en mí, no voy a descansar hasta continuar ayudándoles, ¿de acuerdo?
Todas asintieron y comenzaron a contarme su historia. Las latinas habían sido despojadas de sus hijos recién nacidos, fingiendo que debían proporcionar ayuda al neonato producto de una asfixia por aspiración de meconio. Cuando despertaron… sus hijos no estaban. Y así seguía siendo, afroamericanas que habían sido engañadas y firmado papeles porque no sabían leer, y otras muy jóvenes que no entendían por qué no le permitían ver a su bebé. Todas acusaban un tráfico de niños y niñas… y yo les creía con vehemencia.
—Fueron dados en adopción de forma ilegal, debemos buscar el punto en común, no creo que sean muchas personas que se encarguen de hacer esto. Es una red, como en este mundo —exclamó Edward, muy serio. Aun así, su voz era muy débil—. Nos contactaremos con las autoridades correspondientes y brindaremos la ayuda necesaria con nuestros abogados y expertos; les prometemos una respuesta.
—Muchas gracias —dijeron al unísono, evidentemente esperanzadas.
¿Cuántas puertas debieron tocar para sentir esa notoria alegría de saber que, al fin, alguien las escuchaba?
—Necesito saber en qué lugares tuvieron a sus hijos —dijo Elizabeth, alzando la voz—. Toda la información necesaria, incluidos los médicos que trataron su embarazo… si pudieron hacerlo. Buscaremos al equipo médico. Esta fundación es para todas ustedes y también para brindar a los niños un lugar adecuado. Las asesorías son gratuitas y les proporcionaremos ayuda psicológica y guías legales para que logremos encontrar el punto en común.
—¿La policía…?
—De eso me encargo yo, no duden en que voy a ayudarlas —aclaró Edward con una extraña voz… conciliadora.
Me estremecí, como cada vez que la melodía que salía de él era tan calma y dulce.
Las mujeres rechazaron algo para beber y se levantaron para irse. Se despidieron de Elizabeth y Edward con un apretón de manos, pero, para mi gran sorpresa, de ellas recibí un inmenso abrazo.
Estuve varios segundos estática, sin saber cómo proseguir luego de ese gesto, incluso cuando ellas ya se habían marchado en compañía de mi asistente y el de Edward.
—Bella —me llamó Elizabeth.
—¿Sí?
—¿Qué ocurre?
Miré a Edward por un momento, pero levanté la barbilla y actué como antes, sin tomar en consideración su existencia.
—Con permiso, voy a contactar a nuestros nuevos abogados y al equipo interdisciplinario de ayuda —se excusó Edward, yéndose con rapidez.
Noté cómo él besaba la frente de Elizabeth con suavidad y ella sonreía, acariciando el único lugar que le permitía a los demás, los hombros. Me fue inevitable traer a mis recuerdos la suavidad de sus manos y el calor de su pecho.
Volví a sostenerme en mi posición hasta que desapareció.
—Qué gusto verte de nuevo, Bella —dijo ella.
La miré y sonreí.
—El gusto es mío. Siento no haber ido a acompañarte antes, pero…
—Estuviste muy lejos —me interrumpió, acercándose para darme un abrazo.
La recibí de inmediato y cerré los ojos, disfrutando de su lado maternal.
—De verdad lo siento, fui muy ingrata —insistí.
—Serafín me explicaba que necesitabas un momento a solas; estaba muy preocupado, pero sé que puedes cuidarte bien, se nota en tus ojos tu madurez y gran capacidad, solo… espero que escuchar todos estos relatos no afecten tu fuerza.
Suspiré y caminé hasta la ventana, una columna de cristales cuadrados apilados uno tras otro. Miré al jardín y el movimiento de los árboles, buscando una respuesta de la naturaleza, pero, como siempre, nunca la encontraba.
—Estoy más fuerte, cada vez más decidida a encontrar a mi hija, a saber dónde dejaron el cuerpo de mi otra pequeña y… a hacer justicia hacia la persona que me hizo esto. —Me giré a mirarla—. He madurado mucho más de lo que todos creen, mi edad no es un impedimento para entender lo cruel que es este mundo y lo segura que estoy de hacer todo lo posible por hacer pagar a la persona que me separó de mis niñas. Ver a todas esas mujeres jóvenes me da valentía, quiero protegerlas con mi poder y lo haré valer por cada una de ellas, te lo prometo, Elizabeth.
Ella sonrió como si hubiera esperado esas palabras durante mucho tiempo.
—Carlisle nunca se ha equivocado y créeme que yo tampoco. Esas mujeres vieron en ti algo que puede ser complejo de entender para ti a primera vista, pero eres joven, inteligente, muy fuerte y has aguantado la misoginia y el sexismo de este ambiente tan… —Resopló—. Tu fortaleza es inspiradora y sé que más mujeres verán en ti un ejemplo de tranquilidad, de confianza… Ellas confían en ti, Bella.
—Haría todo por las mujeres, sobre todo por lo que he vivido. Hoy he comprendido cómo usar este poder y estoy dispuesta a llegar a las últimas consecuencias. Voy a encontrar a mi hija y el lugar en el que dejaron a mi pequeña fallecida, te lo prometo, Elizabeth.
Sin embargo, su sonrisa no le llegó a los ojos.
—Cariño… —Acarició mis mejillas—. Estás muy triste.
Me reí.
—No, estás equivocada.
—Bella —insistió.
—Bueno, quizá se debe a todo lo que tuve que escuchar, me he sentido muy identificada…
—Has llegado así, no sirve que me mientas, te conozco, he aprendido a hacerlo.
Me separé de ella y me apoyé en el respaldo de una de las sillas.
—Puede ser la culpa por no tenerte en consideración como mereces —dije.
Elizabeth suspiró y se acomodó el sencillo chal sobre sus hombros. Tenía unos ligeros destellos brillantes, lo que acrecentaba el color verde de sus ojos.
—Bueno, si no quieres contarme estás en todo tu derecho.
Sonrió con calma.
—¿Estoy interrumpiendo algo? —preguntó Edward, entrando a la sala.
No quise mirarlo.
—No, para nada. Debo volver a la oficina a evaluar todo esto. Quiero contactarme con organizaciones gubernamentales y poder dar atención a este caso —respondió ella con voz calma.
—Perfecto. También debo hacer muchas cosas para esto, es una situación grotesca que no puede quedar en vano —musitó—. Debo irme, tengo una reunión.
Elizabeth rio con suavidad y se acercó a él para despedirse.
—Espero que disfrutes la velada de esta noche. —El sonido de su voz rebosaba de picardía.
—Prefiero que eso no sea una situación que se ventile con… las demás personas —le aclaró él con suavidad.
Me fue inevitable fruncir el ceño y apretar con más fuerza el respaldo de la silla ante lo que acababa de escuchar. Lo miré de reojo y noté cómo le daba un beso en la frente a Elizabeth, para luego salir de la sala.
Pasaron segundos tras aquello y no lograba salir de un extraño trance. No quería pensar en esa picardía en la que llamaba "la velada de esta noche", ni preguntarme con quién saldría esta noche.
Por más que quise contenerme, sentí que mis ojos escocían, amenazando con despertar el llanto que quería salir de mí luego de escuchar esa diminuta conversación.
—¿Bella? —llamó Elizabeth.
—¿Sí? —inquirí de forma temblorosa.
Tenía la garganta apretada.
—Te sucede algo y no quieres decírmelo. Me estoy preocupando.
Negué.
—Descuida, ya te dije que fue producto de lo que escuché de esas mujeres, es imposible no sentirme identificada.
—Está bien. —No sonaba convencida—. Estaré informándote de todo. Sería buena idea que te tomes la tarde, no te ves bien.
Apreté los labios.
—Sí, tienes razón. He dormido muy mal estos días. Pensaba en la mala impresión que daría si seguía faltando a mis responsabilidades, pero…
—Descuida, créeme que nadie se atreverá a decir algo. Has sido siempre muy responsable y estoy yo ante cualquier situación que pueda ocurrir. Ve y descansa.
—Gracias.
Me giré solo un poco para sonreírle, pero no se veía convencida. De hecho, sentía que algo estaba pensando que, sin duda, la ponía recelosa.
—Nos vemos.
—Nos vemos —murmuré.
Cuando di unos pasos ya fuera de la fundación, noté que a varios metros más allá había un coche negro, el mismo de Edward con su chofer. Encontrármelo me produjo un estremecimiento en las entrañas, la misma que siempre hacía que mis piernas temblaran y mis manos tiritasen, sí, la misma que me llevaba a desearlo y… a…
Respiré hondo y me dirigí hacia mi auto, sometiéndome a la tortura necesaria de alejarme de él. No quería que un Cullen volviera a dañarme, menos Edward.
Antes de que Emmett abriera la puerta, vi que el coche del senador se encendía y daba marcha atrás, para entonces darse la vuelta y desaparecerse en medio del tráfico.
—¿Todo bien, señorita? —me preguntó mi guardaespaldas.
Asentí, entrando y cerrando los ojos al instante, instándome a mí misma a olvidarlo, no importaba cuánto tiempo tomara, tarde o temprano iba a suceder.
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Acomodé las cajas en el suelo y seguí poniendo las otras cosas dentro de las vacías. Como me sentía cansada, me levanté y me puse una mano en la espalda, estirándome. Entonces miré a mi alrededor, contemplando cada objeto que componía el lugar. Todo parecía seguir igual, con los recuerdos intactos, no solo con Carlisle en él, sino también Edward. Toqué las paredes mientras caminaba, viendo los cuadros, luego los muebles, los rincones y la puerta de la que era mi habitación. Desde que había guardado mis cosas había caído en cuenta de que nada era mío, solo mis recuerdos y algunas pocas cosas que llevaba en las cajas. ¿Por qué amoldándome a esto? Carlisle nunca me obligó a ser su marioneta, pero me sentía una, no suya, sino de las apariencias que debía llevar conmigo, fingiendo ser una delicada y elegante viuda que guardaba los recuerdos de su exesposo y protegía el hogar que, según decían, había sido nuestro primer sitio de encuentros como amantes.
Sonreí con tristeza.
Estaba segura de que Carlisle jamás habría querido que llevara esta imagen tan falsa, que quería que fuera realmente yo, rompiendo paradigmas, los mismos que él odiaba.
—Ahora lo haré a mi manera, sé que te habría gustado —dije, mirando la única fotografía que quedaba por guardar, la de Carlisle cuando había sido electo presidente—. Voy a encontrar la verdad de aquel día, voy a buscar las pruebas de que Esme estuvo involucrada, voy a vengarme hasta que se arrepienta de haberme quitado a mis mellizas y la haré sufrir desde ahora, siendo la mujer joven que tanto odió y sigue odiando. La recatada chica que aparentaba quietud, templanza y elegancia solo era una imagen que a ti te acomodaba, ¿no, Esme? —Me llevé el cuadro al pecho—. Pero sabes que esa no soy yo, sabes que he tenido que guardar mi verdadera identidad para aparentar como una mujer como tú, que solo es una carcasa vacía por dentro. No te daré en el gusto, la verdadera mujer que soy, esa que odias con todo tu corazón, volverá y sé que es el comienzo de darte donde más te duele: tu esposo eligió a una mujer más joven, más hermosa y con un carácter que jamás se doblegará, porque de eso vives, Esme, de esa maldita carcasa elegante y templada que todos han visto y esperan de la esposa de un expresidente. Pues púdrete, tú y todos quienes piensan así. Ahora seré yo y nadie me detendrá… hasta que acabe contigo y encuentre a mis hijas.
Suspiré y entré a la habitación, diciéndole un adiós a este lugar que albergó tantos momentos entre Carlisle y yo. Se había convertido en mi padre, en mi protector y en la persona que siempre alabó quién era y me dio las herramientas para llegar a este momento.
—Gracias —susurré—. Este lugar es tuyo, ahora me toca tener el mío.
Iba a darme la vuelta para cerrar y llamar a Serafín para que vinieran a buscar las cajas, sin embargo, un suave destello llamó mi atención desde un rincón. Cuando vi de qué se trataba, mi garganta ennudeció. Era la granada de cristal que Edward me había dado.
—Qué fácil dudaste de mí —musité—. ¿Qué más podía esperar de un Cullen?
Tragué en cuanto dije la última frase, como si una parte de mí me reprochara por pensar en él como un vil hombre sin sentimientos, como la copia de su madre. La verdad, ya no sabía quién era él y si todo esto había sido para tener ventajas sobre mí. ¿Realmente había real el Edward que me mostró? ¿Qué habíamos tenido? ¿Es que se acostaba conmigo para obtener algo con lo que favorecer a su familia…?
Apreté la granada de cristal con todas mis fuerzas, pero rápidamente relajé mi mano, siendo incapaz de hacerle algún daño.
—Supongo que esto me recordará lo que tanto decías, ¿no? Hades sigue siendo un ser egoísta y yo… Yo no soy esa diosa, no soy ella ni lo seré para ti.
Metí la granada en una de las cajas y antes de que pudiera tomar mi teléfono para llamar a Serafin, escuché tres golpes en la puerta. Caminé hasta ella, muy extrañada, y cuando miré por la cámara se me descompuso el estómago. Sin embargo, lejos de ignorar su presencia, me armé de valor y abrí.
—¿Qué haces aquí? —dije a la defensiva.
Edward POV
Puse mis codos en mis muslos y me sujeté las sienes entre los dedos, mirando al suelo del coche. Este iba a buena velocidad, alejándose con rapidez de ella.
—Isabella —susurré.
Las semanas habían sido más largas de las que creí, y desde que todo había sucedido, el arrepentimiento me comía los huesos. Había sido injusto, había olvidado todo de Isabella… Todo lo que era.
Fruncí el ceño y me sostuve las sienes con más fuerza; quería arrancarme la cabeza para dejar de pensar en ese maldito escenario, pero sobre todo, en mis momentos junto a ella.
Desde que la acusé supe que había cometido un acto de impulsividad, acostumbrado ya a verme rodeado de personas inescrupulosas, capaces de todo con tal de destruirte, ¿o acaso no me había convertido en esa persona con los años? ¿Por qué carajos tuve el descaro de decirle algo así cuando…?
—¿Realmente te conocí? —susurré.
Me sacudí el cabello esta vez y relajé cuanto pude la espalda en el respaldo. Respiré hondo y cerré mis ojos. Aun así, ella seguía dando vueltas en mi cabeza. No podía quitarme su mirada de dolor y la desesperación que mostraban sus gestos ante mis palabras.
Volví a respirar hondo.
Desde aquel instante también me pregunté por qué, sí, por qué llevaba esa información que significaba tanto para mí. ¡Era el origen de mi hijo! No quería exponerlo y…
No, ella no…
Recordé las veces en que estaban juntos, Demian e Isabella, la manera en que se miraban, la forma en que jugaban y parecían tener una profunda confianza y cariño.
Claro que no, Isabella no iba a hacerlo.
Mis manos temblaban de rabia. Estaba exasperado luego de verla y saber que aún corrompía mi corazón. No sabía cómo llamarle a esto, a esta sensación que no vivía hacía mucho… o nunca. Era como una patada en el pecho.
Vi la pantalla de mi teléfono y noté que, nuevamente, Rachel había llamado.
No quería contestarle. Sabía que Alice le había comentado alguna mierda que logró sacarme de la garganta luego de verme furioso por mí y por lo ocurrido con mi hijo. Tenía náuseas, la desesperación contenida; ya no solo era solo la rabia explosiva por lo que estaba sucediendo con Demian, sino también por lo que había pasado con Isabella.
No sabía qué pensar ni qué decir, incluso ahora, que volvía a verla luego de tantos días. Aún picaban mis labios y mi lengua tras las palabras dichas, pero entendía que ese había sido el límite. ¿No le había confesado que estaba hundido en la mierda? Debí alejarme, Isabella no era cualquier mujer, y no solo porque se trataba de la maldita viuda de mi padre, sino también por quién era ella en su esencia, ese resplandor…
No, ya no servía de nada lamentar la estúpida y detestable frase que dije, Isabella merecía estar lejos de mí y todo lo que yo significaba, había demasiado con lo que lidiar, ya había demostrado que seguía siendo el hombre que seguía dañando por mi propia realidad.
Pero era difícil, claro que sí.
No pensé que la vería hoy, menos aún que estuviera…
Tragué y me quedé mirando al vacío mientras apretaba la mandíbula.
Sí, cómo negarlo, Isabella se veía hermosa con ese corte de cabello y el vestido que llevaba.
Apreté los ojos y puse mis dedos en el puente de mi nariz, buscando la forma de respirar.
No sabía cómo lidiar con esta sensación del carajo, pero estaba convenciéndome de que alejarla era lo mejor que pude haber hecho, así sea a costa de su dolor.
Qué hijo de puta… ¡Qué hijo de puta!
Cuando Rachel dejó de llamar, vi la llamada de mi madre, quien me esperaba en su casa para una pequeña cena junto con sus… amigos.
Tragué.
—Vamos atrasados, Steve —le dije al chofer—. Acelera.
—Claro, señor.
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Bebí otra copa de vino y me mantuve en silencio mientras cortaba el filete y me llevaba un trozo a la boca.
—Todo está claro. —Mi madre rio mientras chocaba su copa con la de Eleazar—. Nos debíamos esta comida.
Ella estaba frente a mí y se había vestido de forma elegante, algo que, la verdad, era muy común en ella, incluso cuando iba a dormir. No había visto momento alguno en el que perdiera esa fineza y su eterna sonrisa encantadora que engañaba a cada ser humano de este mundo.
«Y cuántas hice por ti, madre».
Me limpié la boca con la servilleta de tela y levanté la mano para que la ama de llaves trajera a la criada y me sirviera otra copa.
—Déjamelo a mí —susurró Tanya.
La miré con los ojos entrecerrados, pero se lo permití, actuando como antes. Sí… como antes. Sentía que Isabella, desde su existencia en mi vida, había cambiado todo de… mí.
No le di las gracias y continué bebiendo, escuchando de acciones, movimientos políticos y el juego de estos a favor de enriquecernos.
Sonreí con asco.
¿Por qué ahora? ¿Por qué insistía esta sensación de vergüenza y asco hacia mi entorno? Y, como respuesta, mi cerebro traía a Isabella nuevamente a mis pensamientos, como si añorara eso que…
Mi garganta se ennudeció y tuve que levantarme de la silla, disculpándome para ir al baño. Cerré con llave en cuanto entré y lancé la servilleta al suelo, furioso, impulsado por el odio a mí mismo y la desesperación. Me aferré al lavado y me miré al espejo, comprobando que mis ojos relucían de dolor, agotamiento y el miedo. Bufé y mojé mis manos para ponerlas en mi rostro, buscando la manera de comportarme frente a todos esos hijos de puta. De pronto, sentía que todo tenía una carencia de sentido, que mi corazón insípido solo era endulzado por mi hijo, como antes de conocer a…
—Isabella —susurré, volviendo a mirarme al espejo.
El pecho volvió a dolerme, como cuando la vi por primera vez y supe que no podía volver a acercarme a ella, ya no. Cada paso que daba era una daga y no quería convertirla en la carnada de mi propia mierda. Era suficiente. Pero cómo comprender mis delirios, mi desespero flagelante por sostenerme a una idea que carecía de sentido para mí cuando temblaba mi cuerpo por acariciar, por un segundo, la tersura de su piel.
—Basta ya —dije.
Me mojé el rostro una vez más, esta vez incluyendo mis ojos, que ardían mientras me apretaban el estómago.
Salí del baño una vez que me acomodé el traje y di unos pasos adelante, chocando con mi madre, que venía desde la puerta de la cocina.
—Oh, cariño —saludó—. ¿Estás bien?
Asentí.
—¿Ocurrió algo con la cena, madre? —inquirí.
—No, solo estaba ordenándole a esas criadas que terminen pronto el postre. Siempre con tanta lentitud. No puedo fallarle a mis invitados, lo sabes bien.
—Claro, madre —musité, mirando a sus ojos de forma directa.
Su frialdad siempre resultó llamativa para mí desde que era un niño, lo que me llevaba a hacer todo lo que ella necesitaba, porque cuando rompía esa frialdad era cuando lloraba o suplicaba que me quedara con ella.
—Me alegra verte esta noche, no habías querido comer conmigo desde hacía semanas. ¿Ocurre algo? —inquirió.
Intentaba dilucidar si se trataba de preocupación o recelo, pero preferí actuar con prudencia y no mezclar al niño que se escondía dentro de mí.
—Sabes perfectamente lo que ocurrió con mi hijo, no puedes pretender que actúe como si nada pasara.
Suspiró.
—Lo sé. Ha sido horrible para nuestra familia. No puedo con esta vergüenza, el apellido Cullen otra vez pisoteado —se lamentó.
—No es la vergüenza lo que siento, madre, es dolor por la exposición de mi hijo…
—Sí, es solo que… A veces no sé cómo acercarme a ti y digo cosas sin pensar…
Suspiró y apretó los labios.
—No quiero que te alejes de mí, soy tu mamá —afirmó, poniendo una mano cerca de la mía.
Inmediatamente la quité, sosteniendo su muñeca con fuerza. Cuando me di cuenta de la presión que estaba ejerciendo, la solté con lentitud.
—Sabes que eso no me gusta —susurré.
—Sí, está bien. —Sonrió con rapidez y siguió mirándome a los ojos—. Sé cuánto te afecta que incluso tu madre te toque, cariño, pero por la misma razón estoy histérica con lo que está sucediendo con Demian, ese niño ha sido expuesto ante todos y el apellido Cullen sigue siendo humillado por todos los demás. ¿Qué suceden si saben de dónde viene ese pequeño…?
—Me encantaría saberlo, madre, él tiene derecho a saber su origen.
Ella tragó.
—Es verdad. —Asintió—. Pero no quiero que sea de esta manera. Aunque me cueste demostrarlo, ese niño es parte de mi familia.
Esta vez tragué yo.
—Bien. —Respiré hondo—. Esto me compete demasiado, no quiero sea una razón para que insistan con los Denali o los Tiemann, tus amigos no son bienvenidos a lo que es parte de mi vida, ¿de acuerdo?
—Pero aquí estoy yo, puedes confiar en mí —insistió—. Quiero ayudarte.
Sus palabras me enfurecían más y no podía describir por qué.
—Tenemos que encontrar a la persona que filtró la información de Demian.
—Lo sé, madre, estoy trabajando en ello…
—Sabes que esto puede venir de esa mujer, ¿no?
Contuve el aliento y miré hacia otro lado, escapando de esos fríos ojos.
—Es imprescindible que sepamos quién es ella y cerrarle las puertas por el daño que nos hace a nuestra familia. No quiero pensar en que estés conteniéndote porque ella es…
—Basta, madre, ¿de qué estás hablando?
—Es joven… Una zorra preciosa, ¿no?
—Es inconcebible —musité, sintiéndome el verdadero hipócrita que era.
Finalmente, ella bajó la mirada el suelo por unos segundos.
—Sabes que quiero destruirla por lo que nos hizo, Edward, estoy desesperada por el dolor.
—No vuelvas a repetir eso, además… —Suspiré—. Estoy saliendo con alguien.
Contuve el aliento.
—Oh, ya veo…
—Sabes que ella te adora y tú a ella.
Frunció el ceño.
—No tengo tiempo para… —Mis ojos escocieron—. Esa mujer, Isabella, es una… trepadora in… significante.
—Espero que vuelva si es quien pienso —soltó, sonriendo de oreja a oreja.
—Probablemente —susurré.
Cada palabra que salía de mi boca era insoportable.
—Bien, con eso me quedo en paz, esa chica es impresionante, qué alivio que no la dejaste ir otra vez.
Le di una media sonrisa y cuando avanzó hacia adelante, dándome la espalda, se me ennudeció la garganta.
En cualquier oportunidad, decir esta mierda no habría sido un problema, pero ahora, con ella… Isabella… Se hacía tan doloroso como una quemadura.
Era lo mejor para alejarla.
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Miré la hora, comprobando que estaba a buena hora.
Di unos pasos adelante, dije su nombre y me dieron el acceso a la mesa, una lejana para que absolutamente nadie osara a entrometerse.
Cuando ella me vio, sacudió su mano a modo de saludo y esperó hasta que llegué. Llevaba un vestido rojo con brillos; impactante.
—Necesitaba verte otra vez —susurró, abrazándome para luego mirarme a los ojos.
Buenos días a todas, les traigo un nuevo capítulo de esta historia luego de un horrible bloqueo creativo. Supongo que tantas cosas sucediendo, la demostivación, etc., producen estas cosas, pero bueno, aquí está el capítulo y solo puedo decir que las emociones van a ir creciendo a flor de piel, poco a poco, hasta explotar. ¿Quiénes son ellas? Pues las veremos en el próximo capítulo. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
Agradezco los comentarios de Adriu, yesenia tovar 17, Marken01, Dani Valencia, claribel cabrera, Andrea San Martin Campos, lolapppb, AndreaSL, Claryflynn98, liduvina, Jocelyn, Fallen Dark Angel 07, Veronica, PRISGPE, assimpleasthat, valem0089, MarielCullen, luisita, miop, Angeles Mendez, C Car, Angelus285, almacullenmasen, Karensiux, paramoreandmore, SeguidoradeChile, jupy, Tata XOXO, AnnieVal11, beakis, krisr0405, Jimena, Calia19, Ceci Machin, Poppy, NaNYs SANZ, Naara Selene, Angel twilighter, Makarena L, Gan, Claryflynn98, Pao Lezcano, bbwinnie13, angelaldel, Anabelle Canchola, Rommyev, kathlen ayala, Valentina Paez, Lore562, moredeadores 1996, Jen1072, Paperetta, NarMaVeg, SanBurz, Rero96, Mime Herondale, Fleur50, Celina fic, joabruno, chivarogs, Rosana, Noriitha, Teresita Mooz, Anita4261, Mooz, Mapi13, patymdn, francicullen, Elizabeth Marie Cullen, Jade HSos, Chica Dixon, sool21, natuchis2011b, quequeta2007, Santa, dana masen cullen, AnabellaCS, Belli swan dwyer, diana0426a, morenita88, alyssag19, Liliana Macias, Eli mMsen, ELLIana 11, Elizabethpm, saraipineda44, cavendano13, Pancardo, ari kimi, Ana karina, Valevalverde57, seiriscarvajal, KRISS95, Iva Angulo, Ana657, miriarvi23, baybya95, CelyJoe, Cinthyavillalobo, sollpz 1305 , Pam Malfoy Black y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, sus comentarios, su entusiasmo y su cariño me instan a seguir, de verdad gracias
Ahora más que nunca es importante su apoyo y su entusiasmo en la historia, ¡se acerca la explosión!
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Cariños para todas
Baisers!
