Nota de Autor: Esta historia nació, como muchas, después de "Let it Go". Aquella letra se podía interpretar de tantas hermosas maneras, que esta fue la que escogí para Elsa. Espero que la disfruten y que no tengan problemas con leer capítulos muy extensos.

¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!

Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.

...

Un corazón helado
por Berelince
1 la princesa y la extranjera

...

Elsa recorría esa noche los terrenos del castillo con premura. Su intranquilidad iba en aumento mientras más se adentraba en los fastuosos jardines palaciales. Avanzó por las veredas de esos paisajes fabricados de la mejor forma que se lo permitía su atuendo congelado. Las telas se agitaban a su espalda por la prisa que llevaba. La joven reina aferraba entre las manos un maltratado tomo de cuero como si se tratase éste de una reliquia invaluable.

Elsa se detuvo al llegar a una zona completamente sepultada bajo hielo. La había intervenido ella misma meses antes en un arranque de locura; pero a esas alturas ya no tenía la certeza de haber actuado de manera espontánea.

La brillante y elegante figura de la alterada monarca contrastaba con la serenidad de ese congelado espacio privado. Árboles y floresta se entremezclaban, enmarcando las fuentes congeladas con estatuas azuladas que refulgían bajo la luz de la luna llena. Los carámbanos que pendían de las ramas que la cobijaban, tintinearon suavemente como campanillas invernales.
El copo de nieve que había adoptado como firma y patrón principal en todo lo que diseñaba se mantenía presente en el piso y las paredes, las cuales encapsulaban todo en una especie de mausoleo inclemente.

El paisaje que se pintaba era mágico y melancólico. Como los descritos en los cantares que tanto le gustaban a la monarca y que la habían acompañado en todos aquellos años de solitaria reclusión. En ellos había pensado cuando lo materializó todo con sus manos. Un refugio que se había dado el placer de construir para preservarlo todo.

Elsa se detuvo casi sin aire cuando finalmente se encontró ante el sauce.

El corazón le latía con fuerza y se le oprimía en el pecho. La muchacha de noble cuna se acariciaba las manos desnudas en visible preocupación, una que ni su reino recuperado ni el bienestar de su hermana habían logrado amortiguar. No creía ser capaz de tolerar un atisbo de esperanza, si es que le era arrebatado cuando ya se había resignado.

Una suave brisa onduló la capa de su vestido, los mechones rubios platinados que se arremolinaban en el trenzado gélido de su cabello se mecieron como si se trataran de delicadas llamas crepitantes. Pequeños copos de nieve flotaban en el aire, cautelosos.

Expectantes como ella.

Pese a la oscuridad, mantuvo fija una mirada estudiosa en el tronco escarchado. Buscaba intensamente, como dudando de lo que hacía, pero al mismo tiempo necesitara creer que todo aquello había ocurrido por algo.

Contuvo el aliento una vez que pudo notar la marca que había sido tallada en la madera.

Elsa la recorrió con dedos temblorosos.

...

Para Elsa Arnadarl, todo había comenzado a una edad temprana. Desde que tuvo capacidad de razonar, sus pensamientos y emociones se tradujeron en hielo. A veces en nieve, en ventiscas, o en aire helado. Sentirse alegre o alterada significaba la enorme diferencia entre un día tranquilo y uno con un accidente congelado. Sus padres, los soberanos del norteño país marítimo de Arendelle, no sabían muy bien qué hacer. Eran conscientes que no había pasado nada anormal durante el embarazo de la reina, ni habían sido víctimas de un embrujo; pero para su desconcierto, su niñita simplemente nació siendo así, pálida como la leche, con una matita de cabello platinado y la peculiar habilidad de hacer magia congelante con sus manos.

La naturaleza de la pequeña heredera fue aceptada más fácilmente por su madre que por el rey, habiéndose este último casi tomado aquello como un fallo personal. El gobernante se hizo de todo material posible y buscó referentes en incontables oportunidades, pero las habilidades de la niña nunca se habían documentado, o al menos no figuraron en los textos ni en los conocimientos de los académicos que llegó a consultar a base de plantearles escenarios hipotéticos.
Tampoco fue que su majestad se atreviera a indagar demasiado, pues su fallecido padre había caído en batalla, cediéndole la corona, temeroso de los poderes sobrenaturales de las tierras salvajes del norte, y ya desde mucho antes ese miedo había sido alimentado por una profecía antigua. Una que cantaba que la nación de Arendelle llegaría a su fin cuando subiera al trono un gobernante de corazón helado que sepultaría al reino bajo hielo y nieve que durarían una eternidad. Un detalle muy específico que volvía comprensible el nerviosismo del rey para con lo que estaba ocurriendo precisamente con su familia.

Ese canto profético funesto no se trataba de un secreto ni mucho menos. Era una historia conocida y extendida por todo el reino, pero era tan vieja que se había convertido en una ronda infantil que practicaban los niños en las plazas cuando el verano era ardiente y les quemaba las nucas; una idea que inofensivamente se encontraba implantada en toda la población, por lo que los monarcas vivían con la angustia constante de que su primogénita pudiera evidenciar ese misterioso poder y se expusiera a algún peligro si es que llegaba a resonar en sus súbditos el significado de esa antigua advertencia.

Por eso, aunque Elsa era capaz de recorrer el castillo libremente y gozaba del cariño de su pueblo, ella en realidad nunca estaba sola. Elsa era constantemente vigilada por sus padres, o en su defecto, por Kai y Gerda, los respectivos jefes de mayordomos y ama de llaves del castillo, y en quienes sus majestades habían depositado la confianza de guardar junto con ellos la condición mágica de la heredera. Así que cuando la pequeña princesa congelaba en el desayuno la avena que no le gustaba, se ponía a construir castillos de nieve en el vestíbulo o provocaba ventiscas en el salón del trono al enfadarse, el rey se la llevaba a su estudio y la tomaba de las manitas mirándola con la mayor seriedad.

—Elsa, no puedes congelar nada ni aparecer nieve en presencia de otros. Nunca. ¿Entiendes?

—¿Por qué no? —preguntó la niña sorprendida ante lo que le parecía le estaban pidiendo aguantar la respiración.

—Pues —dudó el monarca—, porque las otras personas no lo comprenderían, se asustarían y podrían lastimarte.

Elsa seguía atentamente las palabras de su padre, abriendo los ojos grandes como platos al escucharlo.

—¿Yo los asusto, a ti y a mamá? —soltó en un chillido agudo. Sorprendida y dolida por la revelación.

—Oh, Claro que no, ¡Elsa! —la consoló el hombre envolviéndola en un abrazo cálido—. Eres muy especial. Y tu mamá y yo te queremos mucho, así como eres, pero es del resto del mundo del que hay que protegerse. ¿Comprendes eso nenita? Tú vas a ser reina algún día, Elsa y habrá cosas que tendrás que aprender a dejar de lado por lo que es correcto.

La niña se acarició las manos, desvió la mirada hacia la ventana con el entrecejo fruncido mientras pequeños copos de nieve caían en el interior de la habitación y su expresión se entristecía sin que pudiera hacer algo para remediarlo. Miró a su padre con los ojos grandes, brillantes como si tratara de disculparse por la pequeña nevada, se encorvó abriendo y cerrando las manos esperando que el hielo se desvaneciera y la temperatura del cuarto aumentara, pero no dio resultado. Ella podía generar nieve y hielo, pero no lo sabía deshacer.

La incapacidad de la pequeña por solucionar el desperfecto la sobrepasó y se puso a llorar, hipando en su sitio. Su padre suspiró, se sentó con ella en el asiento de la ventana salediza. La abrazó largo rato, meciéndola en sus piernas. Le frotó la espalda con la mano y pasado un rato le susurró al oído:

—¿Sabes que Mim, el gigante se come a los niños llorones? —le dijo con una voz grave y gutural.

—No es cierto —le soltó Elsa con la cara hundida en el pecho de su padre.

Se separó dudando un momento secándose las lágrimas con el dorso de la mano.

—¿Por qué se los come? —preguntó sin poder refrenar su infantil curiosidad.

—¡Porque son más fáciles de atrapar si no pueden ver por dónde andan! —contestó el rey al estrujar y llenar de besos a la niña que chilló exaltada, prorrumpiendo en risitas ahogadas.

—¡No! ¡Papá! ¡Tú bigote pica! ¡Jajaja! ¡Ya! ¡Ya!

—¡Los gigantes no tenemos bigotes!

—¡Papá!

El rey y su heredera siguieron jugando y riendo ante el gran ventanal sin notar que la nieve que Elsa había conjurado por accidente se había evaporado en el aire.

...

Ese año, justo cuando el solsticio de verano pudo apreciarse en el cielo de Arendelle, Elsa recibió con nerviosismo a su hermanita Anna.

La niña miraba con curiosidad a la bebé de pelillo rojizo que sostenía su madre en brazos y se acurrucó con ella en el enorme lecho real admirando cómo la alimentaban. El rey les dedicaba a las tres una mirada llena de ternura desde el sillón cercano a la ventana en el que meneaba apaciblemente el líquido ambarino contenido en un vaso de cristal cortado. Elsa sonreía con una mezcla de felicidad e inquietud. Ahora ya no solo era la heredera a la corona, sino que se había convertido en una hermana mayor. Era toda una responsabilidad para una pequeña de casi cuatro años, pero estaba dispuesta a convertirse en el mejor ejemplo y amiga de aquella pequeña con la que compartía la sangre del antiguo linaje de los Arnadalr.

—Hola bebita, eres una princesa como yo —le sonrió Elsa mirándola con dulzura—, y aunque parezca genial te darás cuenta que todos esperarán mucho de ti.

Se acercó al oído de su hermanita haciendo hueco con su mano como para decirle una confidencia a la bebé que se reía

—Y aunque todos te digan lo que una princesa debe o no hacer, tú y yo lo sabremos mejor...

Elsa hizo girar una esfera azulada entre sus dedos y la lanzó al techo, en donde estalló en una ligera lluvia de cristales brillantes que pareció reflejar la felicidad de la familia real, la cual se sonreía en ese momento en el que se sentía tan completa. La bebé aferró con su pequeña mano el dedo índice de su hermana mayor que no cabía en sí de dicha.

...

Al cumplir Elsa su séptimo cumpleaños, fue que se hizo más consciente de la realidad que vivía, pues comenzaba a comprender cuál era su papel como la hija mayor de los gobernantes de una gran nación, con todos esos protocolos que debía comenzar a aprender y las constantes repeticiones de la noble, pero marcada diferencia entre ella y el resto; aunque siguiera sintiéndose humilde e incapaz de muchas cosas a tan tierna edad.
Las constantes limitaciones a sus habilidades y el tener que pensar siempre en las expectativas que debía cumplir como sucesora de la corona habían convertido a la princesa en una personita muy insegura; la contradicción consistía en que al mismo tiempo los reyes la protegían, la animaban y tranquilizaban siempre que podían hacerlo. Elsa se sabía diferente, pero lo sobrellevaba, pues tenía unos padres que la amaban, (si bien luchaban por aceptar su don del todo) y una hermana adorable que la hacía sonreír, que no se asustaba de su poder y era su cómplice en cualquier travesura que implicara congelar las faldas de su nana o el té de su tutor a hurtadillas. Elsa simplemente no podía resistirse a los caprichos de Anna, cuya inocencia y energía, (aunados a su alegría natural) iluminaron en más de una ocasión los nublados días auto represivos y demandantes de la joven heredera.

—Elsa, ¿por qué tú puedes hacer eso y yo no? —preguntó la niñita mientras Elsa les congelaba el cabello a sus muñecas y ponía los pelos de punta con los dedos.

—No lo sé —le contestó mordiéndose el labio—, pero me gustaría que pudieras —añadió con una sonrisa cariñosa, abrazando a su hermanita.

De verdad le habría encantado tener compañía en ese solitario pedestal mágico sobre el que al parecer el destino la había colocado fuera del alcance de otros.

Cuando las puertas de Arendelle estaban abiertas todos los días y la gente iba y venía por el castillo, Elsa y Anna disfrutaban del bullicio, la música y los bailes. Las niñas se escabullían y se colaban al salón para llevarse chocolates entre las faldas y comérselos a escondidas en los pasillos, entre risitas de complicidad, cuales compañeras de crimen inseparables. Como lo eran en todo lo que eran capaces de emprender juntas.

Pese a su timidez exterior, a Elsa le interesaban mucho las cosas nuevas. Le gustaba ver a los invitados de otros países y escuchar sus extraños acentos, mirar sus ropas y conocer sus costumbres. Cuando las presentaban, su hermana Anna era siempre la que se robaba las sonrisas de quienes las rodeaban, con sus alegres risitas, sus pecosas mejillas sonrosadas y los ojitos preciosos brillantes de color turquesa que resplandecían animosamente debajo de ese cabello color cobrizo que resaltaba demasiado comparándolo con la melena trenzada de Elsa de ese color rubio platinado que era casi blanco y que más que interés, producía inquietud la mayoría de las ocasiones.

Los ojos azules de mar, era lo único que le brindaba algo de color al pálido rostro de la mayor de las princesas y su apariencia retraída no le hacía mucha publicidad; pero eso no le importaba demasiado porque no le gustaba resaltar. Elsa se apretujaba las manitas y se escurría hacía un rincón para disfrutar de la diversión desde algún lugar seguro. Se emocionaba mucho cuando las comitivas de los otros reinos arribaban en barcos enormes de diferentes diseños y banderas, y entonces delegados y gente importante eran recibidos en el palacio donde la familia real (ataviada con sus mejores galas y ornamentos), agasajaba a los extranjeros que compartían historias, especias, materias primas y alianzas comerciales desde lugares muy remotos.

—Hoy nos visitan del reino de Corona —le decía Elsa a una somnolienta Anna que le cabeceaba en el regazo.

Elsa le había estado leyendo a su hermanita uno de sus libros de cuentos, observando las ilustraciones de Heimdallr y su combate eterno con el dragón Níohöggr a la sombra del gran sauce del jardín real, disfrutando del aire salado mientras los adultos resolvían formalidades.

—Eso está al sur de aquí —continuó Elsa aleccionando a su pequeña estudiante sin notar que prácticamente hablaba solo para sí misma—. Ahí le rezan al Sol, como aquí le rezamos a la Luna.

—-Eso es porque nosotros vivimos de la tierra, como ustedes del mar —soltó una voz en un inglés de acento muy marcado.

Elsa levantó la vista para posarla en una chiquilla de melena negra azabache que al parecer había estado observándola. Se notaba que su desordenado cabello había sido recogido con un lazo rojo, pero desenfadados mechones negros escapaban a su antojo. Tenía brillantes ojos felinos de color violeta intenso que la estudiaban con sumo interés. La princesa jadeó un momento, sorprendida por la presencia de esa moza y por aquella tonalidad tan fantástica en su mirada.

La recién llegada le sonrío un poco insegura de lo que debía hacer ante la heredera de Arendelle por lo que le dedicó un pequeño saludo formal como seguro debían haberle enseñado. Entrelazó sus manos jugueteando un poco con los pulgares sobre la falda de su vestido escarlata antes de volver a hablarle.

Elsa notó que los ojos de aquella chiquilla la miraban a ella y al suelo de manera intermitente. Se preguntó por un momento si esa era su primera interacción con alguien de la nobleza.

—Princesa, tu cabello es muy hermoso... es como la nieve —le suspiró por fin la morena, como si hubiese requerido un gran esfuerzo atreverse a tanto.

La niña extranjera tenía la mirada llena de asombro y curiosidad, aunque también se notaba visiblemente avergonzada. Sostenía la manita levantada cerca de su cuerpo en clara contención de intentar palparle el cabello a Elsa.

—Gracias —respondió la heredera inclinando la cabeza.

Elsa esbozó una pequeña sonrisa con timidez, era la primera vez que alguien ajeno a su familia le hacía un halago a su extraño cabello blanco. Levantó el final de su trenzado y lo acercó a la visitante con cautela.

—¿Lo quieres tocar? —le propuso con simpleza.

La niña asintió vehemente, se acercó a su alteza, atreviéndose a acariciar con el índice y el pulgar las hebras del fino cabello. Despacio, con fascinación, como si se trataran de algo muy valioso.

—Es... lo más bonito que he visto en la vida —susurró con un alegre hilillo de voz.

Elsa se sonrió. En la cercanía que mantenían, ella se dedicó a observar el violeta que fulguraba en la intensa mirada de esa curiosa extranjera. Por un momento a la princesa también le resultó fascinante el color tan oscuro de su cabello alborotado.

De pronto la chiquilla pareció caer en cuenta de algo, y observó a Elsa fijamente directo a los ojos, como si hubiese visto en ellos algo más relevante que su tono de azul. Los labios de la morena se abrieron aparentemente sin que se diera cuenta de lo que hacía.

—Tú eres mágica —le dijo con profundo asombro.

Elsa se sobresaltó ante las palabras; pero la niña le sonrió en disculpa, le dedicó una torpe reverencia antes de salir corriendo para perderse dentro del palacio; dejando perpleja a la noble rubia que apretó fuertemente los dedos sobre la tapa de su libro, que se cubrió con una fina capa de escarcha azulada.

...

La princesa descubrió al día siguiente que aquella niña se había tratado de la hija del embajador Frei de Corona. Gerda le informó que se llamaba Kyla, ella se convirtió casi de inmediato en su persona preferida de todas las que habían llegado en barcos mercantes con ese cambio de estación.

Durante la estadía del señor Frei en Arendelle, Elsa se dedicó a espiar desde lejos a la hija que el delegado siempre mantenía en su cercanía. La pequeña extranjera tenía una pinta muy seria y pensativa la mayor parte del tiempo, pero cuando se separaba de su padre y se encontraba con Elsa sonreía y actuaba como la alegre infanta que era, poniéndose a revolotear alrededor de la princesa mientras la llenaba de interminables preguntas. Tenía tanta energía y curiosidad como Anna (aunque era el triple de impertinente para ser tan joven y no pertenecer a la realeza)
Era un año menor que la heredera de Arendelle y desde aquel encuentro, nunca perdió la oportunidad de llegar hasta ahí con su padre para ver a las regias hermanas con quienes había entablado amistad al instante de conocerlas.

Kyla era muy alegre, y fue por eso que mostró interés en la mayor de las princesas. La seguía a todas partes como una pequeña sombra de mirada gatuna y cabello alborotado.

...

—¿Y cuál es tu color favorito? —soltó la menuda morena mientras hacía girar un globo terráqueo que descansaba sobre un fino escritorio de caoba.

Elsa levantó la vista del libro que tenía abierto, pensó por un momento.

—Ahmm, yo diría que el azul.

Kyla arqueó las cejas, mirándola con extrañeza.

—¿Por qué? —le espetó con curiosidad.

—Eh, pues, no lo sé —divagó Elsa tratando de no soltar que ese era el tono en el que brillaba su magia—. Porque es el color del mar, y del cielo, ah... y me gusta.

Miró a su alrededor, recorriendo la solitaria y silenciosa biblioteca iluminada en la que se encontraban.

—¿Kyla, de verdad te diviertes aquí? —le soltó a la chiquilla arqueándole las cejas, preocupada por ser una aburrida compañía para su pequeña invitada.

—Me gusta estar contigo, así que sí —le contestó Kyla con simpleza, encogiéndose de hombros mientras le sonreía ampliamente.

Elsa se mordió el labio, la miró insegura, pero le devolvió la sonrisa, invitándola a sentarse a su lado en la saliente de la ventana triangular sobre la que había estado acomodada todo ese tiempo.

—¿Quieres escuchar el cuento de Mim el gigante? —le propuso Elsa pasando las páginas de su bonito volumen ilustrado.

Kyla le sonrió, asintiendo animadamente. Se agazapó junto a la princesa y apoyó la mitad del enorme libro sobre sus piernas, pese a conocer de antemano la historia.

Al poco tiempo, Elsa y Kyla se volvieron inseparables. La morena se integró rápidamente a la pareja de hermanas, conformando un trío que siempre estaba tramando algo. Kyla tenía una increíble facilidad para convencer a Elsa de hacer cosas que se salían de su comportamiento habitual, o más bien, interpretar cuáles eran sus verdaderos deseos. Ya fuera hacerla cantar y bailar mientras Anna y ella la hacían de su público o jugar a corretearse para terminar enfangadas en algún charco sucio para el disgusto de Gerda. Incluso en una ocasión consiguió que Elsa se comiera un bicho ante el terror de Anna y las carcajadas de la extranjera. La verdad era que ambas niñas sacaban el lado más despreocupado de Elsa y eso era algo que ella les agradecía desde el corazón pues la hacían sentir como una persona normal.

En aquellos felices encuentros, Elsa difícilmente pensaba en el hielo y la nieve que podían escapársele de los dedos.

...

—Entonces la sostienes con esta mano, pones la baya aquí, apuntas y...

Elsa y Kyla estaban sentadas en la rama de un árbol que se habían retado a trepar y espiaban a la pequeña Anna que jugueteaba dando vueltas abajo en el pasto donde agitaba sus muñecas de trapo en el aire. La morena le daba instrucciones a la joven heredera para aprender a disparar con su nueva resortera. El artilugio había sido toda una novedad para la princesa de Arendelle; pero la sensación de aquella tensión entre sus dedos se sintió placentera y natural cuando sus labios se curvaron con la mirada puesta sobre su objetivo.

—¡Ahí va! —chilló Elsa soltando la badana.

¡Bam!

El proyectil salió disparado y le pegó a una de las muñecas de Anna manchándola de morado.

—¡Nos atacan, Joan! ¡Retirada! —gritó la niña riendo al tiempo que corría a refugiarse.

—¡Qué puntería! —berreó la morena con la boca pintada y llena de frutillas.

Elsa se burló al verla, Kyla sacó su lengua mostrando que el color hacía juego con sus ojos. Las niñas estallaron en carcajadas desde las alturas, pero Kyla se balanceó de más y se resbaló del tronco cayéndose al suelo con una exhalación.

—¡Cuidado! —gritó Elsa, girándose y extendiendo las manos en pánico.

—¡Uf!

La niña aterrizó en un montón de nieve en pleno verano, se quedó ahí enterrada un rato. Las hermanas corrieron para ver si su amiga se encontraba bien. Kyla flexionó los codos con pesadez, levantó confundida y lentamente la cara del montículo blanco, mirándolas boquiabierta.

—¿Qué fue eso? —soltó sacudiendo la cabeza cubierta de escarcha.

Admiró con asombro las manos de Elsa que desprendían cristales azules de entre sus dedos y jadeó sorprendida.

—¡Elsa!

Elsa se miró las manos y las entrelazó sobre su pecho, alejándose dos pasos de la niña extranjera. ¡Qué rayos había hecho!

—¡Por favor no le digas a nadie! —le suplicó ella frotándose el dorso de la mano—. Se supone que debo ser normal. ¡No debe saberse, esto es malo!

—¿Bromeas? —la cortó Kyla con la mirada chispeante. La tomó de las manos, sonriendo de oreja a oreja con sus labios coloreados—, ¡Me salvaste, Elsa! Me habría hecho mucho daño de no ser por... ¡Sabía que había magia en ti! —chilló casi vibrando de la emoción.

La princesa le sonrió levemente, Anna respiró aliviada, sonriendo ante la escena. Entonces Kyla tomó aire y acercó mucho su cara a la de Elsa estudiándola con suspicacia.

—Pero, ¿qué es?, ¿Por qué lo tienes?, ¿Naciste así?, ¿Siempre estás fría?, ¿Te molesta el verano?, ¿Te puedes congelar la lengua por error?

—¿Qué? ¿Eh? —Elsa trató de pensarlo y soltó una risotada—. ¡No lo sé! ¡Nunca me ha pasado! —le confesó divertida, arqueó las cejas y abrió grande la boca—. ¡Aubque bpuedo hacedbo a pbopódsido! —balbuceó con el músculo del habla insensible y completamente tieso.

Kyla y Anna, parpadearon, la miraron fascinadas y estallaron en risitas, solicitándole a la heredera que repitiera un montón de palabras que en ella sonaban graciosísimas mientras Elsa se las recitaba con un pequeño baile.

Para evitarse líos con los adultos, las niñas acordaron guardar el secreto del incidente y Kyla le prometió a la joven heredera que la ayudaría a investigar todo lo que pudiera sobre su misterioso don, así se tuviera que leer hasta el último libro de la biblioteca de Corona y entrevistarse con todos los sabios del continente.

Entusiasmadas con ese pequeño trato, comenzaron a escribirse.

Al principio fueron meras notas.

"—No leo tan rápido como me gustaría, ¡pero no te defraudaré, princesa!"

"—¡Cuento contigo, Kyla! Estoy en deuda por tu osadía."

Con el tiempo se convirtieron en cartas, las cuales comenzaron a dibujar la cotidianeidad de sus propias vidas y la honestidad de sus personalidades.

"—...Un perro me dio caza cuando salía de la biblioteca cargada de libros... y tal vez unas Bratwürste (¡No me juzgues, son estupendas!), ¡me persiguió por dos manzanas! y..."

"—...Anna se río tanto el otro día, que le salió leche por la nariz. Mamá dice que las princesas no deben hacer eso, ¡Pero fue divertidísimo!..."

"—...Los chicos de mi edad me molestan porque me la paso leyendo, pero me gusta hacerlo para ti. ¡Si supieran que es una misión Real!... ¡Exijo un mechón de tu cabello como prenda!..."

"—... ¿Te gusta el chocolate? me aseguraré que preparen Kladdkaka en tu próxima visita, ¡es un pastel que TIENES que probar!... Agradezco mucho tus esfuerzos... El mechón te lo tienes que ganar, perezosa..."

Y fue cuestión de algunos meses para que revelaran sus sentimientos más profundos.

"—...Me gusta verte usar tu magia. Es muy hermosa. Verás que puedes hacer que todo el mundo también se dé cuenta de eso..."

"—...En realidad nunca siento frío, pero a los demás parece lastimarlos. ¿No te parece algo terrible?..."

"—A mi no me molesta para nada..."

...

Elsa corría por el pasillo del tercer piso en dirección a la habitación de sus padres. Se iba poniendo su chaqueta azul rey mientras daba de saltos por los bultitos que se formaban en la alfombra. Traía el cabello largo platinado ondeando al aire y llevaba en la mano unos listones azules brillantes. Anna la seguía de cerca avanzando lo mejor que podía con sus pequeñas piernas, ataviada en un vestidito verde precioso.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¿Me puedes trenzar el cabello? —le soltó a la reina desde el marco de la puerta sonriendo tímidamente. En realidad, era un pequeño capricho, pues generalmente era Gerda quien la peinaba, pero solo confiaba en su madre cuando se trataba de ocasiones importantes, y más si involucraban su melena rubicunda.

La reina estaba sentada frente a su tocador dando los últimos toques de su complejo peinado, estrechó a las animadas niñas entre sus brazos cuando corrieron hacia ella ante su sonrisa de bienvenida.

—¡Que emocionadas estamos hoy! —les exclamó en tono divertido—. ¿Están contentas porque van a ver a su amiga Kyla?

Las niñas asintieron al unísono, la reina les sonrió. Se levantó, sentando a su primogénita frente al espejo, donde comenzó a cepillarla y a separar su cabello en mechones que fue entrelazando con sumo cuidado y perfección.

—¿Ha pasado mucho tiempo desde que se vieron verdad?

—¡Todo un año! —chilló Elsa agitando los pies que le colgaban del banquillo—. Conté los días.

Elsa se sentía muy emocionada. Se había escrito tanto con Kyla, que sus padres la habían enseñado a usar el sistema de correspondencia con todo y proceso de sellado. Incluso hacían que sus cartas le llegaran directamente a ella para que no tuviera que estar dando vueltas afuera del estudio de su padre mientras él asistía reuniones o estaba demasiado ocupado como para revisar si entre el correo había algún mensaje de su amiga de Corona.

—Mamá si va a haber pastel, ¿verdad? —le preguntó inquietamente la princesa por tercera vez a su madre—, ¿Les recordaste a los cocineros?

—Ajá —asintió la reina, sujetando el trenzado de su hija con el bonito listón que la niña había estado enredando entre sus dedos.

La monarca le palmeó los hombros a Elsa, quien se levantó y se miró al espejo dándose por satisfecha. Sentó en el banquito a la risueña y pecosa pelirroja que se puso a curiosear con las inquietas manitas los perfumes y polvos de su madre. La mujer la peinó con unas pequeñas coletas y le dio un beso en la mejilla, dando por terminada aquella tarea.

—Muy bien, vayan afuera y sean unas damitas —les dijo despachándolas al pasillo—. Nada de sorpresas ni travesuras, ¿muy bien?

—¡Sí!

Las princesas se alejaron corriendo y haciendo escándalo rumbo a las escaleras. La reina sonrió. Suspiró al darse por vencida con la emoción de sus hijas. Regresó a su tocador para dejar el cepillo en su sitio y encontró en el mueble una flor hecha de hielo que parecía de cristal. La mujer la levantó entre sus manos y admiró su belleza con la conmovida mirada llena de fascinación.

...

—¡Estás más alta! —soltó Elsa al ver a su amiga a la sombra del sauce del jardín, esperando, con las nerviosas manos aferradas a un envoltorio que llevaba bajo el brazo.

—¡Caramba, tú también! —chilló Kyla poniéndose de puntas para tratar de tocar la cabeza de la heredera sin conseguirlo.

En realidad, era una pequeña mentira blanca, ya que Kyla se veía tan pequeña y delgada como el año anterior; incluso un poco más pálida y de aspecto cansado. Elsa pensó que compensaría a su amiga su arduo trabajo asegurándose de que estuviera bien alimentada y recibiera suficiente sol.

—Tu cabello no ha mejorado para nada —le dijo Elsa sacudiendo uno de los mechones ensortijados de la alborotada cabellera de la sureña.

—¡Lo sé! —contestó Kyla sonriendo incrédula. Se inclinó hacia Anna y le extendió los brazos—. ¡Anna, cada vez tienes más pecas!

Las tres niñas se abrazaron y se pasaron horas charlando y jugando en aquel sitio. A pesar de que para esas alturas Elsa y Kyla lo sabían todo la una de la otra. Era como si no se les terminara nunca el tema de conversación. Bromearon, retozaron, comieron y siguieron conversando. La heredera desenvolvió el paquete que Kyla le entregó (con la cara completamente roja) y le dio un beso en la mejilla al ver el libro imposible de conseguir que le había mencionado en alguna carta alguna vez, junto con chocolates y mazapanes que insistió en compartir con ella y su hermanita.

Elsa no lo comprendía, pero se sentía sumamente dichosa de tener a Kyla y a Anna con ella. Personas tan queridas a su alrededor y que la hacían sentir así de feliz.

Más tarde, las niñas se fueron al fiordo a nadar aprovechando que el día estaba especialmente caluroso, y al regresar, reposaron agotadas sobre una manta que colocaron en el césped a la sombra que proyectaba el buen y viejo sauce. Con las barrigas llenas de bocadillos de pescado, pan de centeno y jugo de lingonberry, las niñas se habían tumbado adormiladas la una junto a la otra. El calor era tan agobiante que hasta las nodrizas que las vigilaban dormitaban con sus costuras a medio hacer sobre los regazos.

Elsa entreabrió los ojos, despertando de su soporífero letargo al escuchar su nombre susurrado por su amiga.

—Elsa... me esforzaré por ti —le decía la pequeña entre sueños—. Yo te ayudaré...

La joven heredera se sonrió y besó a su amiga inocentemente en los labios. Así como había leído que las doncellas besaban a sus caballeros cuando partían a cumplir alguna hazaña heroica.

—Lo sé —le respondió en un susurro esperanzado y sincero.

El roce fresco del aliento de la princesa contra su piel hizo que Kyla sonriera ligeramente. Elsa se acurrucó nuevamente durmiendo plácidamente a su lado. Rodeó con sus brazos a su hermanita Anna.

Elsa no se pudo explicar la paz que sintió al seguir ese pequeño impulso hecho con todo el cariño que sentía por su amiga y confidente; pero fue maravilloso.

...

—Papá, si las mujeres de Freyja eran guerreras que peleaban y hacían todo como los hombres —pronunció Elsa asomándose entre una pila de papeles para que la viera el rey—, ¿Ellas rescataban damiselas y las desposaban también?

La niña bajó la vista hacia el compendio que sostenía entre las manos y cuyas hojas recorría con los níveos dedos.

—No encuentro aquí nada sobre el tema —añadió en su perplejidad.

El Monarca alzó las cejas y miró por sobre los tratados que firmaba en el escritorio a su hija, quien le ponía enfrente un libro de la mitología nórdica y señalaba con el dedo el texto que hablaba sobre las valkirias.

—¿Qué? ¿De dónde sacaste eso? —cuestionó el gobernante soltando una risa divertida ante el absurdo de la pregunta de la niña.

—Pues de aquí —le repitió Elsa insistente, (y muy en serio) mientras hacía sonar el índice sobre el libro iluminado.

El rey releyó las líneas, miró a su hija como si no supiera muy bien que pensar. Tener control sobre el hielo y la nieve era una cosa, pero, esto otro...

El soberano se aclaró la garganta y le cerró el gran tomo en la cara ante la sorpresa de la niña que se echó hacía atrás batiendo su trenza contra su espalda.

—No, no —la corrigió su padre ásperamente—. Ellas se emparejaban con los mejores guerreros y los guiaban al Valhala... A los hombres y nada más.

—Pero también se llevaban a las mujeres —le dijo la niña testarudamente aferrándose al borde del escritorio y torciendo las cejas.

—Era diferente —contestó su padre incómodamente, desviando la atención de vuelta a sus documentos oficiales.

—¿Por qué? —replicó Elsa sin comprender el motivo.

—Porque las doncellas solo se desposan con los hombres —rebatió el rey tajantemente. Miró a su hija significativamente—. Y las reinas también.

Elsa se mordió el labio y frunció el ceño extendiendo las manos para recuperar su libro.

Avergonzada, dolida y sin preguntar a su padre nada más, la niña regresó a la habitación que compartía con su hermana menor. Por supuesto, ¿Qué era lo que había estado pensando con eso? No entendía por qué, pero evidentemente esas ideas, así como sus poderes, tendría que guardárselos para sí misma en lo más profundo de su ser.

...

—Elsa, ¡qué es lo que has hecho! ¡Esto se está saliendo de control! —gritó el rey, empujando las puertas congeladas del gran salón para encontrar a su primogénita arrodillada en el piso de hielo, abrazando a su hermana menor, completamente aterrada.

—¡Fue un accidente! —chillaba la niña histéricamente—. ¡Lo siento Anna!

Elsa nunca pensó en los peligros de su talento hasta que maldijo sin querer a su hermanita esa noche veraniega en la que originalmente habían planeado divertirse con la excusa de hacer un muñeco de nieve a hurtadillas en el gran salón.

¿Cómo algo tan inocente había acabado tan mal?

—¡Está helada como el hielo! —exclamó su madre, apretando a la pequeña Anna entre sus brazos.

—Sé a dónde tenemos que ir —declaró terminante el rey.

El golpe que Elsa le dio a Anna con su magia iba a congelarla irremediablemente hasta que muriera. (Ante el terror de su mortificada hermana mayor) Para salvarle la vida a la menor de las princesas, la familia real galopó kilómetros rumbo a las montañas, buscando el Valle de las Piedras Rodantes y a los trolls que ahí moraban, pues se decía que ellos podían enfrentar los efectos de los poderes de Elsa. Como remedio ante el sortilegio, le sacaron a la pequeña princesa herida la magia del cuerpo y de la memoria también con el fin de convencer a su mente de que no tenía por qué congelarse dado que el ataque de hielo nunca había tenido lugar.

Elsa presenció con la mirada azulada brillante cómo todos esos momentos compartidos con su hermana y la magia, se tornaban en un engaño.

Para que Anna viviera.

El viejo troll comenzó a mostrarle a Elsa su futuro con imágenes que flotaban en el cielo con las luces boreales.

—Elsa, tu poder solo crecerá —la previno sombríamente—. Existe belleza en él, pero también gran peligro. El miedo será tu enemigo.

Elsa advirtió con tristeza el mechón blanco brillante en el cabello rojizo de su hermana que dormía inconsciente en brazos de su madre. Ya no la recordaría como era realmente. Pero lo peor de todo, y lo que más la había horrorizado, fue el reconocer que había puesto en riesgo la vida de Anna por un error que no debió de suceder.

Porque su magia no era hermosa, ni un juego; sino una maldición, peligrosa y mortífera.

Las palabras de su padre le resonaron a Elsa en la cabeza, su corazón se aceleró, apretándosele en el puño.

"—¿Elsa qué es lo que has hecho?"

Elsa respiró aceleradamente, miró con alternación las luces boreales y a su hermana mientras todos los sonidos a su alrededor se convertían en un zumbido. Si sus poderes realmente crecían y la sobrepasaban, Anna no sería la única persona afectada. Ella seguiría dañando a otros hasta destruir el reino y por último a sí misma. Elsa se encogió de terror, se ocultó en el pecho cubierto de medallas de su padre, tratando de ignorar el grito desgarrador que tiñó el cielo de rojo por sobre sus cabezas y que simbolizaba su propio exterminio.

—¡No! Ella será capaz de controlarlo. Estoy seguro -declaró el rey, en actitud protectora, abrazando a su heredera—. Cerraremos las puertas. Reduciremos el personal. Evitaremos que Elsa tenga contacto con algún otro y ocultaremos sus poderes de todo el mundo...

Incluyendo a Anna.

El castillo de Arendelle cerró sus puertas y Elsa comenzó su aislamiento. La niña se ocultó dentro de sí misma llena de vergüenza, culpa y miedo por su incontrolable poder y el daño que le podía causar a los demás, porque ella no era normal y nunca podría serlo.

La joven heredera limitó su comunicación con Kyla a las cartas y ya no volvió a reunirse con ella. Le dio la espalda a su hermana (que no supo porque Elsa la sacaba de su vida) y el rey le colocó guantes en las manos, con los que le prometió que podría sellar sus poderes "Ocultando y no sintiendo" y que, de esa manera, nadie la descubriría.

El rey ordenó que las pertenencias de su primogénita fueran trasladadas de la alcoba que compartía con Anna a otra habitación y así se hizo.

"—¿Elsa? ¿Quieres hacer un muñeco de nieve?"

Elsa amaba a su familia y deseaba poder estar con ellos nuevamente, así que a partir de ese momento luchó con todas sus fuerzas para suprimir todo lo que era enfocándose en tratar de ser una princesa ejemplar. Se aplicaba muchísimo en sus lecciones y con disciplina fue esbozando para sí misma una imagen de recato y elegancia. Aunque al principio fue muy difícil con Anna siguiéndola a todas partes y reclamando su atención.

A Elsa se le partía el corazón cada que tenía que ignorar a su hermanita para pasarla de largo sin dirigirle la palabra. La pequeña pelirroja hacía guardias por el pasillo esperando a que su hermana mayor saliera, y se quedaba ante la puerta cerrada de su alcoba invitándola a jugar sin recibir respuesta alguna o un simple y malhumorado "¡vete!" sin habérselo ganado. Con el tiempo, la niña dejaba de tratar y pasaba la puerta blanca de cristales azules con algo de recelo. Hasta que luego se empecinaba y reunía el entusiasmo suficiente como para volver a intentarlo.

"—Querida Kyla: ¿Alguna vez te has sentido como encerrada en una jaula con barrotes de cristal?..."

La soledad fue terrible para Elsa durante aquellos años. Cuando le quitaron a Anna y a su única amiga, y la volvieron consciente del peligro que representaba ella misma. Algo en ella se desequilibró. Elsa permanecía la mayor parte del tiempo en esa habitación semivacía con pocas opciones para entretenerse. Sola, repasando mentalmente lo que estaba sucediendo por ella. Casi nunca salía de su alcoba, ya no digamos del castillo. Solo bajaba a las comidas, a hacer una hora de atletismo o caminar por el jardín, a tomar su baño y a hablar con su padre en su despacho cuando tenía miedo o para tratar de mostrar algún progreso en sus intentos por suprimir sus poderes, los cuales diariamente parecían crecer más y más; así como la frustración de Elsa, quién conforme pasaba el tiempo se fue llenando poco a poco de rabia y resentimiento; pues cada fallo la alejaba de la libertad y la sumía en la desolación y el hastío.

"—Querida Elsa: siempre he encontrado consuelo al leer..."

Así que Elsa leía. Bajaba a la biblioteca y sacaba sendos volúmenes con los que se encerraba y pasaba el tiempo. Mitología, Historia, Ciencias, Política, Protocolos Reales, Cantares y tradiciones. Lo devoraba todo. Elsa estudiaba diligentemente matemáticas y geometría, asignaturas que le interesaban bastante y que le ayudaron a pasar las horas, inmersa en sus complejidades, mientras ella comprendía y diseñaba figuras en su mente y sobre papel. Eso la calmaba cuando el miedo hacía crecer sus inseguridades.

"—Querida Kyla: ¿Me contarás como es el mundo de allá afuera?"

Kyla, le informó a Elsa un día sobre sus propios planes de estudiar en la Academia del Sol, en donde quería prepararse para ser una sabia, profesión que le permitiría recorrer el globo y averiguar más sobre la condición de su querida princesa. A Elsa, no le extrañó la elección de carrera de la intrépida morena. Tras años de leer libros y perseguir eruditos, su amiga había desarrollado una inteligencia y adquirido conocimientos que le estaban abriendo un gran abanico de oportunidades. Ya se rumoraba entre los parlamentarios, que, de seguir esa chica por ese camino, se convertiría en una asesora impresionante y apenas tenía trece años.

Elsa sentía mucha admiración por las capacidades y la tenacidad de Kyla; además de agradecimiento, por no olvidarse nunca de la empresa que comenzaron de niñas; pero al mismo tiempo se sentía apesadumbrada.

Ella no podía ni siquiera abrir la puerta de su hogar.

"—Elsa, aunque no me lo hubieses pedido, yo te lo contaría todo. Lo registraré todo para ti..."

Elsa nunca podía adivinar si levantar su mano causaría un estropicio o si correría con el riesgo de matar a alguien. Los ataques de ansiedad y pánico se fueron volviendo comunes en ella y en ocasiones se encerraba por días, sin ser capaz de tener contacto con nadie. Temerosa de esa tormenta que habitaba en su interior.

Elsa sabía que Anna y sus padres habían comenzado a preocuparse y ya no digamos el reino, (que ya hablaba por lo bajo sobre su extraño encierro) la joven no soportaba la idea de tocar a nadie por miedo a dañar, pero tampoco toleraba la idea de saber que otras personas sí podían vivir en completa libertad. Eso la enfermaba y enfurecía.

¿Por qué el cielo la había castigado a ella haciéndola como era?

Elsa se fue llenando de amargura y por momentos, seriamente pensó en escapar e irse muy lejos, porque todo lo que estaba pasando era su culpa. La preocupación de sus padres, el rechazo que sentía su hermana, la indiferencia que seguramente estaba percibiendo Kyla de su parte pese a sus esfuerzos, la decepción inminente que se llevaría su pueblo con ella como futura gobernante y además esos inquietantes sentimientos que no podía controlar, y que, al contrario, al igual que sus poderes, sólo habían crecido.

—¡Se vuelve más fuerte! ¡Tengo miedo! —gritó Elsa en la oscuridad de su alcoba mostrando con las manos temblorosas a sus padres el hielo que cubría toda la pared y que parecía haber golpeado el muro con un estallido.

Tenía catorce años por aquel entonces, cuando la magia y su temperamento comenzaron a salírsele de control.

Sus padres trataban de calmarla como si lidiaran con un lobo herido, pero Elsa se apretujaba y se observaba las manos enguantadas con terror. Esas malditas armas que solo sabían hacer daño.

—Elsa, tranquilízate. Sabes que alterarte sólo lo empeora.

El rey intentó abrazarla, pero su hija se escabullo hasta chocar contra el rincón. El pánico y el dolor le brillaban en los enormes ojos azul cobalto.

—¡No! ¡No me toques, por favor! —chilló encogiéndose en su sitio desesperadamente—. No quiero lastimarlos —les susurró con tristeza.

Los gobernantes de Arendelle miraron el sufrimiento alienado de su hija con el corazón destrozado.

"—Querida Kyla, ¿Alguna vez te has sentido tan rota que no sabes cómo ensamblarte de nuevo?"

Elsa luchaba, lo intentaba. No entendía lo que le estaba pasando. Su cuerpo estaba cambiando. Su estado de ánimo. Su manera de percibir a los demás. Anna canturreaba todo el tiempo y fantaseaba por los pasillos con conocer a su hombre ideal; pero Elsa no compartía el entusiasmo de su hermana por el tema. Por más que se obligaba a sentirse atraída por los caballeros, no le resultaba; y sin embargo, admiraba las cualidades de las doncellas como si se tratara ella misma de un muchacho.

Se sintió defectuosa, una chica incompleta con deseos imposibles e inadecuados. Culpable, se pasaba noches enteras llorando. Repitiéndose que no se merecía el amor de nadie porque era un monstruo.

Estaba atrapada. En ese castillo. En esa habitación. En sí misma.

"—Querida Elsa, no desesperes. Todo mejorará con el tiempo. A veces aferrarnos a algo ayuda a encontrar un propósito para seguir adelante. A mí me sirve pensar que tu estarás esperando una carta de mi parte, piensa que yo también siempre estaré esperando tener palabra tuya..."

Con fuerza de voluntad y el firme deseo de no causar más daño a sus seres queridos fue que Elsa superó esos difíciles años de adolescencia. Las cartas que se escribía con Kyla muchas veces fueron su razón de que lograra levantarse de la cama por las mañanas. Elsa se arreglaba, le llevaban un té caliente y ahí aguardaba expectante, mirando por la ventana por si llegaba la correspondencia al castillo. Curiosamente pensar aquello, sí le funcionó. Cuando tenía carta de Kyla, la leía entusiastamente para luego inspeccionar algún regalo, dulce o curiosidad que su amiga estaba tomando por costumbre adjuntarle en sus envíos.

"—¿Cómo puedes escribir siempre las cosas correctas?..."

Pese a que Elsa trataba de no compartir sus inquietudes y temores más profundos con su amiga, ella extrañamente siempre le dedicaba palabras que lograban confortarla. Era como si a pesar de la formalidad que Elsa había adoptado en su tono al redactarle las misivas, Kyla comprendiera lo que de verdad quería decirle. La morena comenzó a ser los ojos de Elsa fuera del castillo y le contaba a la princesa sobre el mundo que estaba recorriendo en su nombre.

"—Seré una sabia algún día y tú una reina. Es mi obligación aconsejarte bien, alteza..."

Las cartas se convirtieron en paquetes. Elsa desempapelaba libros extranjeros con ilustraciones bellísimas, adornos labrados o prendas de tela fina y suave. Cada uno, aderezado con picantes y ocurrentes posdatas insinuantes que siempre la avergonzaban y la hacían reír. Elsa no sabía si su amiga solo le tomaba el pelo por ser una insensata, o verdaderamente conocía el secreto de sus gustos (que dudaba haber expresado alguna vez en sus mensajes) al ser Kyla ahora una chica de mundo. Pero le hacía sentir aliviada que la morena al parecer fuera tan relajada y se tomara el tema con humor, porque cuando la mayor parte del tiempo Elsa sufría dándole vueltas a ese tipo de posibilidades y el impacto que tendría en su persona y el reino, las cartas de la viajera la hacían verlo como algo de lo que ni siquiera debiera preocuparse.

"—Sí, tal vez algún día seré una buena gobernante..."

Alrededor del mediodía, Elsa se metía al despacho de su padre en donde diariamente aprendía del arte de la política y lo que conllevaba regir una nación. Aunadas a sus lecciones normales, tenía que instruirse sobre resolver asuntos de estado, hacer negociaciones, delegar labores y elaborar documentos y tratados comerciales; además de estar siempre consciente de las necesidades de sus pobladores. Después de todo, la familia real estaba ahí para servir y buscar el bien de Arendelle.

Elsa sabía que todas esas eran cosas que no necesitaba aprender una princesa, pues eran obligaciones que correspondían al rey; pero también entendía que su padre sospechaba que su hija no estaba interesada en comprometerse y convertirse en la reina de algún heredero extranjero. Elsa era demasiado para cualquiera. Demasiado inteligente, demasiado hermosa y demasiado poderosa como para tener un rol secundario.

—¿Conociste alguna vez la historia de Alwinda la pirata? —inquirió el rey de Arendelle a su hija, desde la ventana, donde miraba al exterior con los puños juntos tras la espalda.

Elsa arqueó las cejas, meneando la cabeza. Dejó en el tintero la pluma con la que escribía y prestó atención a su padre. No sabía que existieran historias que aún no se había leído.

—Era la hija de Siward de Gotlandia —el hombre frunció el entrecejo y suspiró—. Cuenta la leyenda, que sus padres la encerraron en su habitación desde niña y colocaron dos feroces lobos ante sus puertas para mantener a sus pretendientes alejados, a excepción del que resultara ser más apto para ella. El vencedor resultó ser un príncipe por el que la princesa no se sentía entusiasmada, por lo que la jovencita se disfrazó de hombre y escapó de su hogar cruzando el fiordo en un navío robado. Reunió una tripulación de mujeres y navegaron por los mares dedicándose a la piratería.

—¡De verdad! ¿Y qué pasó después? —soltó Elsa completamente absorta. Impresionada.

Ahora tenía la opinión de que le habían estado escondiendo los mejores libros. Eso, y que aparentemente la solución de todos los padres era encerrar a sus hijas en sus alcobas hasta que enloquecieran (Aparentemente por su bien).

—Bueno, con el tiempo se volvió un gran problema. —se sonrió y miró a Elsa de reojo—. Era una mujer muy fuerte.

Elsa le devolvió la sonrisa a su padre y desvió la mirada entrelazándose las manos enguantadas sobre el regazo.

—Llegó a ser tan temible que el príncipe de aquellos mares la enfrentó en una batalla. Envío a toda su flota a enfrentar a un solo barco de mujeres aguerridas, hasta que venció a Alwinda en combate mano a mano y la hizo prisionera sin saber que se trataba de la misma mujer a la que tiempo antes había intentado desposar. El final es incierto, pero la mayoría de las versiones concuerdan en que ambos se impresionaron por las cualidades de cada uno y se casaron.

Elsa resopló disgustada.

—Un final bastante adecuado —comentó alzando la nariz y devolviendo la vista a los pergaminos que tenía enfrente.

Su padre la observó pensativamente.

Arendelle era bastante próspero y neutral como para necesitar alguna alianza matrimonial con otro reino, y en cuanto a asegurar el seguimiento del linaje, el Rey confiaba en que su hija pequeña lo resolvería al llegar a ser mayor. Si Elsa iba a reinar sola, tendría que estar preparada no solo para hacer bien su trabajo, si no a enfrentarse a un mundo en el que tendría que imponerse por más de una razón. Aun si la profecía no fuera un impedimento. Porque el camino que estaba transitando su hija era uno tortuoso; pero la amaba demasiado como para intentar reprochárselo.

El rey colocó las manos en el respaldo de la silla en la que estaba sentada su primogénita y le sonrió orgullosamente.

—Es verdad. Pero, aunque no espere que un príncipe se gane tu corazón. Me conformo con saber que no escaparás de casa algún día cruzando el fiordo. Sé que lo harás bien.

Elsa se sonrió, removiendo la pluma en el tintero para continuar con su escritura. Por un momento quiso poder inclinarse al menos un poco como para rozar los dedos del rey por accidente, aunque se contuvo. Extrañaba recibir cariño, pero se había prometido que no tocaría a nadie para protegerlos de sí misma. Suspiró, resignándose a recibir la aprobación paterna por medio de aquellas impalpables, aunque honestas palabras. Elsa agradecía que su padre no la presionara y siempre se esforzaba el doble por él.

—Qué cosas dices, papá —respondió la joven endulzando su gesto—. Ni siquiera sé navegar.

Elsa se encogió de hombros divertidamente, lo que hizo que ambos se rieran y el rey se atusara el bigote.

...

"—Elsa, ¿Sabes lo que sería capaz de hacer por ti?..."

La helada mañana que Elsa cumplió dieciocho años recibió una carta interesante de Kyla, junto con un tarro de exótico chocolate en polvo para preparar en infusión caliente. Seguramente desde Holanda, (se pensó olfateando el delicioso aroma) aunque en su carta Kyla le informaba que se encontraba en Escocia. Elsa se sonrió tratando de imaginar cómo había hecho su amiga para que el paquete llegara hasta sus manos con esa puntualidad.

En el mensaje, Kyla le deseaba un día feliz y le informaba que había descubierto el nombre de su don escrito en unos pergaminos muy antiguos de la Academia del viento, (obtenidos en una guerra contra un país en el poniente), y que en ellos se hacía mención de individuos que hicieron descender la temperatura y manipularon el hielo durante el asedio de una ciudad que ahora yacía en ruinas. Aquella acción la catalogaron como Cryokinesis; pero debido a la escasa información legible en aquel documento, desentrañaría unas cuantas leyendas más de aquellos galos, viajaría hasta ese sitio lejano y una vez allí la informaría sobre cualquier hallazgo que valiera la pena documentarle.

—Cryokinesis... —se dijo Elsa, mordiéndose el labio antes de continuar la lectura.

"Si necesitas comunicarte conmigo, dirige tus cartas a la Academia del Sol en Corona, ellos sabrán hayarme en donde sea que me encuentre."

Leyó la Posdata:

"No te preocupes, querida Elsa. Me esforzaré por ti.

Aunque un mechón de tu cabello ya no bastará para saldar tu deuda..."

Las mejillas de la heredera se encendieron y dobló el papel hasta convertirlo en un pequeño cuadro que guardó en lo más profundo del cajón de su mesa de noche.

—Esa idiota...

Kyla no había cambiado para nada, a pesar del tiempo en el que habían crecido separadas, todavía sabía muy bien cómo sacarle a Elsa la sonrisa (y los colores) incluso por carta. La princesa se pasó el resto de la mañana pensando en lo que su amiga le pediría como pago por sus esfuerzos y cada opción, (conociendo a esa viajera descarriada que conocía desde la infancia) sería más descabellada que la anterior, lo que la hizo sonrojarse y reírse estúpidamente por lo bajo en medio de su desayuno y sus lecciones.

Elsa muchas veces se encontró extrañando a Kyla a lo largo de los años y ese día no fue la excepción. Le habría gustado mucho poder verla, aunque no pudiera imaginársela más que como la pequeña chiquilla de violeta mirada gatuna y melena oscura que siempre la hacía reír. Elsa observó su propio reflejo antes de bajar con su familia para la celebración de su cumpleaños y estudió su imagen. Ahora era muy alta y delgada y su cara ya no era la de una niña inocente. Su mirada azul cobalto resultaba triste, enmarcada por sus cejas castañas que casi siempre la traicionaban mostrando su nerviosismo o su pesar. El encierro se le notaba en el pálido color de la piel, y su vestimenta oscura, y el peinado en el que recogía su platinada cabellera, eran ahora constrictivos y solemnes.

Elsa suspiró cuando se metió las manos en los prístinos guantes que le cubrieron los helados dedos.

Ese día completaba diez años de reclusión.

Recordando aquellos días más simples y felices, en los que jugueteaba con Anna y con Kyla por los salones vacíos y el jardín real, llenándose de golosinas y pasteles, mientas leían cuentos y tenían aventuras o tramaban algún disparate para estresar a Gerda, Elsa pensó que quizá nunca volvería a experimentar esa clase de libertad en la vida. No cuando sabía que tenía una imagen qué cuidar, poderes qué controlar y una profecía que eludir.

¿De verdad sería tan malo si quisiera ser egoísta?

En realidad, Elsa no tuvo ánimos de pasar un cumpleaños elaborado y suntuoso. Ella era una joven seria, de gustos sencillos. Solo disfrutó del banquete que le organizaron, con sus platos favoritos que incluían, Laks (salmón ahumado con huevos revueltos), Gravlax (salmón marinado) y Reker (gambas sobre pan blanco con limón y aderezo), aunque también sirvieron Kjøttkaker (albóndigas fritas de cordero) y Fenalår (cordero curado y sazonado); esos sin duda para Anna y el rey, que no compartían el agrado de Elsa y la reina por la comida de mar. Degustaron de postre Rømmegrøt (crema de mantequilla y canela) y a Elsa le sirvieron una rebanada de su pastel de chocolate predilecto.

Para cerrar con broche de oro, su padre hizo que le decantaran a Elsa su primera copa de vino ahora que ya era lo suficientemente mayor para beber, ante el asombro de la muchacha y el de su pelirroja hermana. Elsa se sonrió sintiendo que sus padres le daban permiso de experimentar algo típico de la gente de su edad sin escondérselo o prohibírselo y esa fue una novedad bien recibida.

Le dio un sorbo a su copa. La bebida era dulce y afrutada. Le dejó un calor impregnado en las mejillas y la garganta cuando tuvo que toser ligeramente mientras hacía todo lo posible por ignorar las risitas burlonas de Anna y la reprimenda silenciosa que le dedico la reina a la pelirroja.

Elsa estudió el líquido rojizo del cáliz. Definitivamente aquello no era chocolate, pero tampoco estaba tan mal.

Todos le sonrieron a Elsa, brindaron en su nombre y por un instante, la princesa deseó que el tiempo se congelara para siempre en ese idílico momento.

A Elsa le habría gustado pedir a sus padres algo caprichoso. Como que la dejaran salir a montar a caballo, recorrer el malecón o ir de compras a las tiendas de la ciudad. Más lo habría cambiado todo por lograr que meses más tarde, los monarcas de Arendelle se quedaran en casa con ella en lugar de salir de viaje para asistir a la presentación oficial de la hija de los soberanos de Corona (a quién habían dado por desaparecida hacía dieciocho años y milagrosamente ahora estaba en casa).

La idea de quedarse sola, sin los recordatorios constantes de su padre por mantener el control sobre sus poderes y los susurros tranquilizadores de su madre que siempre la sosegaban, la hacía sentir un pánico terrible; pero Elsa no se atrevió a intentar detenerlos. Ya acaparaba demasiado la atención de los monarcas y no era justo para Anna, ni para los asuntos importantes que tenían que cumplir por el bien del reino.

Trató de serenarse y convencerse que los tendría de vuelta en unas pocas semanas.

—¿De verdad tienen que irse? —les inquirió suplicante la mañana siguiente, cuando los despidió en el vestíbulo dedicándoles una educada reverencia.

El rey y la reina le sonrieron comprensivos.

—Lo harás bien, Elsa —le susurró su padre amablemente.

En ausencia de sus padres, Elsa se hizo cargo de los asuntos Reales como le habían enseñado. Asistió a las audiencias que requerían rigurosamente de su atención y revisó y organizó los papeles que su padre tendría que firmar y sellar cuando volviera, al tiempo que se dio a la tarea de redactar algunos otros que apartaba del resto para discutirlos con el rey a su regreso.

Revisó planos, supervisó construcciones, comprobó inventarios...

Elsa se sorprendió un poco de ser capaz de manejar el reino por sí sola y aunque al principio le costó reunir el valor de hablar en voz alta y repartir órdenes, se desenvolvió bastante bien. Le molestaba un poco que su voz temblara y no sonara firme y regia como la de su padre; pero eso no evitaría que su periodo como princesa regente temporal resultara perfecto.

Todo pese al inusual clima tormentoso que azotó las costas aquellos días y la llenaba de justificada preocupación.

La nerviosa muchacha nunca antes esperó con tantas ansias una carta. Necesitaba saber que sus padres estaban bien del otro lado de mar. Elsa se pasó noches en vela con sueños intranquilos, muriéndose de la angustia en su helada habitación durante la primera semana. Pero no fue sino ocho días después que arribó un mensajero con la terrible noticia: Los monarcas de Arendelle nunca llegaron al reino vecino y se creía que su barco se había perdido en el océano embravecido.

El corazón de Elsa le dio un vuelco en el interior de su agitado pecho.

Sus padres... Podrían estar... No... Estaban muertos.

"—¿Así es como se siente el hielo en el corazón?"

La cabeza le dio vueltas a Elsa mientras apretaba el pergamino en su temblorosa mano, la escarcha se encargó de tapizar su superficie. La regente se sintió débil, con deseos de devolver el estómago cuando un sollozo histérico se apoderó de ella. Releyó la carta una y otra vez negando incesantemente. ¡No podía ser! Se dobló sobre sí misma completamente afectada sin ser capaz de tolerar ese dolor. Kai la aferró entre sus brazos mientras la nieve comenzaba a devorarlo todo y Gerda la sujetaba del rostro, dedicándole palabras que ella no quiso reconocer. Elsa lo percibió todo como si se hubiese encontrado bajo el agua, ingrávida, con los sonidos apagados y las imágenes distorsionadas. Veía que sus sirvientes de confianza lloraban como ella y no fue capaz de hacer otra cosa más que dejarse arrastrar por ese sentimiento que la sobrepasó por completo.

No quería creerlo, pero no había manera de que las palabras cambiaran sólo porque así lo deseara. La vida no funcionaba de esa forma infantil. No. Los caprichos del destino eran mucho peores que los de un infante empecinado. Más siniestros e imperdonables.

Por primera vez en toda su existencia, Elsa sintió frío.

Fue como una corriente gélida que le atravesó el pecho y se le quedó ahí, pesada y dolorosa.

Elsa repasó sus últimos momentos con sus padres, sintiéndose desfallecer completamente remordiente. Ni siquiera los había abrazado al despedirlos por su viaje. Había rechazado sus afectos desde los doce años y ahora no los iba a ver nunca más. Elsa hubiera querido gritar y desahogarse. Reclamarle a los cielos, al mar, a Dios, a la vida. Rasgarse las vestiduras y expulsar el vendaval que se agitaba en su interior amenazando con matarla de aflicción, pero no podía. No debía.

Ahora Elsa era la regente y tendría que asumir el rol que se esperaba de su parte. Tendría que empezar por la ceremonia fúnebre de sus majestades como primer acto oficial. A la pálida muchacha le temblaban las manos, las piernas amenazaron con dejar de sostenerla de un momento a otro, pero se obligó a transmitir la noticia y delegar las tareas principales, sin saber de dónde sacó las fuerzas para controlar las lágrimas y la conmoción que le sacudía el cuerpo.

Una vez que hubo terminado de firmar y sellar todos los documentos que se enviarían a los otros reinos informando sobre lo sucedido y los cambios que ocurrirían en la estructura gubernamental de Arendelle, Elsa se retiró a su habitación, ocultándose tras la puerta blanca de cristales azules. Sólo ahí se permitió derrumbarse, y destruir y congelarlo todo por la pena. ¿Qué podría hacer ahora sin sus padres? ¿Cómo iba a ser capaz de seguir sus pasos? ¿Cómo ascendería al trono si su destino era tan sombrío? ¿Cómo protegería a su hermana y a su reino de sí misma sin su ayuda?

Elsa se quedó dormida llorando contra la puerta, completamente agotada de hacerse preguntas y recriminaciones, sólo salió de su ensimismamiento cuando escuchó que Anna la llamaba afligidamente del otro lado.

—Elsa, sé que estás ahí —susurró la muchacha débilmente—. La gente se pregunta en dónde estuviste.

Elsa se mordió el labio, se miró las manos temblorosas. No habría podido estar presente, No lo habría soportado. Corría el riesgo de exponerse o lastimar a alguien. Recorrió la vista por su afectada habitación como si fuera testimonio de esa teoría y se apretó, gimiendo quedamente. La pelirroja del otro lado de la puerta interpretó su silencio y continuó.

—Todos dicen que debo de ser fuerte, y lo intento. Estoy aquí para ti, hermana, déjame entrar...

—Oh, Anna, cómo me gustaría —se lamentaba Elsa para sus adentros.

La voz de Anna era un hilillo lastimero que simplemente le partió el alma a Elsa. Se sintió la peor hermana de todo el mundo al mantener a la pelirroja ahí al margen. Afuera. Suplicándole cariño a una puerta cerrada.

—Sólo nos tenemos nosotras, somos tú y yo —la escuchó sollozar mientras percibía cómo se sentaba contra la madera, así como ella—. ¿Qué es lo que vamos a hacer?

—Dios, no lo sé...

Elsa apretó los dientes y peleó con el deseo de abrir la puerta para abrazar a su hermanita, de consolarla y decirle que todo estaría bien porque eran familia y ella siempre la protegería, que no había porqué temer... pero Anna era lo único que le quedaba en el mundo y Elsa prefería que pensara que era la peor de las insensibles antes de volver a lastimarla con esos malditos poderes suyos.

Elsa hundió la cara entre los brazos que cruzaba sobre sus piernas, se quedó sollozando largamente en ese cuarto oscuro cubierto de hielo en el que nunca antes se había sentido tan sola.

"—Desearía tanto que estuvieras aquí..."

Elsa se llenó las manos de obligaciones para mantenerse ocupada y no pensar en la tristeza que la embargaba. Al mismo tiempo que con esa táctica evitaba cualquier intento de acercamiento por parte de su hermana. La ahora regente se encontraba tan dolida y deprimida que no tenía ánimo de nada. Trabajaba taciturnamente y sin parar, encerrándose en el despacho de su padre (que ahora le pertenecía) con el mismo ostracismo con el que lo hubiera hecho en el pasado con su habitación, y a veces el simple hecho de tener que estar ahí sentada ante el escritorio donde durante tantos años vio al rey, la destruía y la hacía estallar en un llanto incontrolable que lo cubría todo de nieve que se quedaba suspensa en el aire.

La princesa regente se sentía tan presionada a cumplir y supervisar lo que tenía que hacerse. Por el recuerdo y legado de sus padres. Por el bienestar de Anna. Por su pueblo de Arendelle. Por todas esas nobles razones que ahora le pesaban terriblemente sobre los jóvenes hombros... Que Elsa se evadió. Lo bloqueó todo. Se concentró en realizar sus tareas mecánicamente, obligando a su mente a no sentir el dolor que la estaba consumiendo silenciosamente, como a un cubo de hielo puesto cerca del fogón, y que día con día se llevaba algo de su fuerza y vitalidad.

La regente se pasó semanas haciendo mucho, descansando y comiendo poco hasta que su cuerpo no soportó el castigo cuando sucumbió al desmayarse en la sala de consejo.

Elsa cayó enferma en cama varios días con una fiebre que pensó que la mataría. No se mostró capaz de regular su temperatura corporal, (como siempre pudo hacerlo en las raras ocasiones que llegó a afiebrarse) y se mantuvo postrada e inapetente. Delirando en sueños interrumpidos que no le dieron cuartel.

—¡Papá, mamá! —sollozaba, extendiendo la mano en el aire. Cubierta de sudor. Con los ojos azules abiertos, enceguecidos, buscando entre la nada. Lastimera y disminuida. Demasiado débil cómo para conjurar un copo de nieve—. ¡No se vayan por favor! —las lágrimas le resbalaban por el rostro afligido, jadeaba sin saber en dónde se encontraba—. ¡Anna, perdóname!

—Tranquila, su alteza... Todo estará bien —le susurró doloridamente su ama de llaves, refrescándole la piel ardiente a la muchacha con un paño húmedo.

Entre Kai y Gerda, se hicieron cargo de atender a Elsa bajo la más absoluta discreción. Nadie sabía que la princesa regente estaba grave, aquello habría significado la ruina total. Los sirvientes metían a la princesa en una tina de agua con hielos en donde Elsa gritaba hasta adormecerse flotando lánguidamente en la superficie. Desvanecida. Kai y Gerda le dieron los baños de agua helada y la obligaron por la fuerza a ingerir brebajes sanadores y caldos entre sus breves lapsos de lucidez.

Tenían que lograr que la regente recuperara su temperatura y las fuerzas para seguir luchando. El reino no podía darse el lujo de también perder a la sucesora de la corona en medio de aquella crisis.

El destino no podía golpear de esa manera la casa de los Arnadalr.

Terminado el tratamiento por esa noche, Kai y Gerda dejaron a Elsa arropada en su cama y se retiraron, esperando que a la mañana siguiente hubiera pasado lo peor. Rezando porque la joven regente ganara la batalla. Elsa durmió lo que creyó fueron varias horas, pero temblaba y seguía hablando y sudando entre sueños en ese calor infernal.

Estaba muy débil. Iba a morir. Elsa estaba segura de ello.

Ya no le importaba. En realidad, lo esperaba. Quería terminar con todo ese dolor y vacío que había sido su vida hasta aquel momento.

"—Si cerrara los ojos ahora... ¿llorarías por mí?"

—Por supuesto que lo haría, querida Elsa —escuchó que le susurraba una voz dulce—. Todos lo haríamos.

Alguien tocó su frente húmeda y le acarició el cabello platinado.

La joven regente entreabrió los ojos, vio que una hermosa joven de melena desordenada color negro azabache, y vestida toda de rojo, la observaba con ternura. La rodeaba con un brazo, sentada al borde de su cama con dosel.

—Déjalos ir —le pidió suavemente con la expresión acongojada—. No es hora de que te reúnas con ellos todavía.

La joven clavó en ella su intensa mirada color violeta y Elsa la reconoció.

—¡Kyla! —jadeó intentando incorporarse, pero no pudo moverse un centímetro.

Elsa respiró entrecortadamente. Sentía su cara ardiendo y todo el cuerpo le pesaba dolorosamente. Tragó saliva con dificultad.

¿Cómo era que Kyla se encontraba ahí? Justo en ese momento.

Una lágrima le rodó a la regente por la mejilla, su amiga negó silenciosamente con la cabeza sujetando su mano. Elsa quiso preguntarle y decirle tantas cosas. Contarle sus penas. Sentir un abrazo cálido de su parte y quizá mucho más, pero tenía tanto miedo de lo que sentía. Había descubierto que amar y perder dolía tanto, que prefería escapar de todo aquello.

Ya no creía ser capaz de soportarlo.

Los parpados se le cerraban a Elsa. Kyla le apretó los pálidos dedos.

—No te vayas, Elsa —le insistió con los ojos brillantes—. Tienes que vivir.

—No vale la pena —soltó la rubia entre débiles jadeos semi-inconscientes—. Estoy cansada... Yo... Sólo lastimo a los demás...

La extranjera cerró los ojos y exhaló, curvando las comisuras de sus labios. Volvió a mirar a la pálida regente, le acarició la mejilla. La morena inclinó su cabeza, con lo que varios mechones ondulados le enmarcaron el lozano rostro que se veía trigueño por los años andados bajo el sol. Le sonrió tiernamente.

—A quien lastimas es a ti misma —le susurró mientras acortaba sus distancias—. Elsa... Yo... siempre me esforzaré por ti.

La muchacha posó sus labios sobre los de la joven regente, la besó profundamente cuando una luz blanca las rodeó y llenó la habitación que instantes antes se había encontrado en penumbras.

Elsa cerró los ojos al perderse en ese alucinante momento cuando todo su cuerpo fue inundado por una sensación indescriptible. Como caer desde un sitio muy elevado y no tocar el suelo sino subir de nuevo. Un estremecimiento atemorizante, pero que removió en ella un sentimiento que había pensado mantener enterrado por siempre.

Elsa se sintió jalada con fuerza hacia la claridad, abandonando la negrura. De regreso a la vida. El corazón le latió con fuerza, suspiró sin darse cuenta cuando sus bocas se separaron y la luminiscencia desapareció dentro del cuerpo de Kyla, que se tensó y exhaló ligeramente sin dejar de prodigarle a Elsa ese gesto que la regente de Arendelle no supo cómo interpretar.

—Te quiero —le susurró Elsa desmayadamente a la extranjera.

Temerosa, en medio de aquella vulnerabilidad, mirando siempre dentro de las profundidades de esos impresionantes ojos amatistas.

—Lo sé...

Fue el alegre eco que Elsa percibió como respuesta antes que los párpados le cayeran pesadamente y perdiera la conciencia.