Nota de Autor: Recuerdo los inocentes días en los que pensé que esta historia iba a ser un one-shot. Gracias por sobrevivir al capítulo uno y volver por más.
¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!
Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.
Un corazón helado
por Berelince
2 la regente y la viajera
...
Cuando Elsa despertó, la luz matinal se filtraba por el ventanal triangular central de aquella enorme y fría habitación que le pertenecía y había desempeñado el papel de celda carcelaria desde sus ocho años. Recorrió con la vista azulada los alrededores y solo su refinado mobiliario le retornó aquel escrutinio. Estaba sola. La joven regente se enderezó ligeramente, acomodando su espalda contra los almohadones que rozaban la cabecera oscura de su recamara. Resopló con pesadez. Se sentía débil y mareada, pero la fiebre aparentemente había cedido. Se palpó los labios helados con las puntas de sus pálidos dedos.
—¿Fue sólo un sueño? —se preguntó desconcertada.
No era la primera vez que Elsa soñaba con su amiga Kyla. Con frecuencia había mantenido conversaciones enteras con ella cuando dormía, y terminaban ambas en ese sitio surreal en donde veía a su amiga tal y como la recordaba: como esa chiquilla de siete años que por alguna razón siempre lograba tranquilizarla con la mera presencia. La pequeña Kyla la tomaba alegremente de la mano cuando la veía llegar ahí y la conducía hasta que se sentaban las dos bajo el sauce del jardín real en ese espacio nebuloso y etéreo en donde se pasaban las horas sonriendo, mirando las estrellas. Elsa era feliz ahí a su lado donde podía ser ella misma sin ser juzgada o cuestionada y donde simplemente alguien la escuchaba. Por momentos hasta lograba sentirse como una niña también. Elsa le contaba entonces a la silenciosa chiquilla todo lo que no se atrevía a escribirle en realidad, en tanto su amiga la miraba, dedicándole la mejor de sus sonrisas, o poniéndose seria y frunciendo el entrecejo junto con ella. Cada vez que Kyla había aparecido en sus sueños bajo aquel árbol, Elsa había necesitado consejo o desahogarse, y siempre fue capaz de encontrar la serenidad que le hacía falta para seguir adelante cuando despertaba luego de esos encuentros.
Aunque esa era la primera vez que Kyla había aparecido lejos del sauce, la primera vez que Elsa le veía ese aspecto maduro y la primera vez que su amiga hablaba o... la besaba.
Elsa sintió como si su estómago se hubiera ido muy lejos, fuera de su cuerpo, y en su lugar la hubieran llenado con polillas que revoloteaban, rascándole el interior de la carne, intentando emprender la fuga de aquella inusual prisión. Se estremeció al percibir el fuerte palpitar de su corazón martilleándole el pecho por el pensamiento de la crecida y atractiva morena que la había visitado en su delirio.
—Debo haberme encontrado bastante mal —suspiró, pasándose una mano por la frente, comprobando que volvía a ser la fresca joven mágica de siempre.
Elsa meneó la cabeza desaprobando todo lo que había visto. ¿Cómo podía ser tan tonta? Esas cosas que pensaba no estaban bien. Había pasado años y años repitiéndoselo. Tratando de convencerse de no sentir. De no añorar nada. Suspiró decepcionándose de sí misma. No solo estaba fallando en controlar sus poderes, sino que estaba perdiendo la concentración y ya estaba haciendo que su amiga fuera parte de aquello también, involucrándola en aquellos pensamientos retorcidos. No podía ponerse a divagar de esa forma con ella. No otra vez.
Con Kyla. Ese nombre siempre había logrado dibujarle a Elsa una sonrisa en los labios. Porque automáticamente la remitía a la expresión cándida de aquella graciosa y honesta morena con la que compartió sus primeras carcajadas a todo pulmón y las únicas riñas con tirones de cabello que podía recordar. La hacía pensar en largos mechones azabaches que se acomodaban como querían. En escapadas a las cocinas y heroicas hazañas imaginarias entre la floresta del jardín. Escuchaba claramente su risa contagiosa de cuando rodaban sobre hojas secas o saltaban en las camas en una guerra de almohadas y nieve. Veía ese increíble fulgor amatista de ojos que le sonreían cuando la miraba y corría a su alcance para tomarla de la mano y llevársela fuera de los muros del castillo. La mueca sibilina que esbozaba al ver su magia. Su carácter osado y confiable que siempre buscaba su compañía y hacerla feliz, Aquel extraño entendimiento que compartían durante sus silencios, cuando todo lo que ocurría entre ellas se sentía tan correcto.
Elsa se percató que había estado sonriendo durante aquel tren de pensamiento, exhaló ligeramente para su propia pesadumbre. Kyla. Lo que sentía por ella... era algo que aún no descifraba del todo y no estaba preparada para aceptar, muchísimo menos habría sido capaz de decírselo a la cara de una manera tan descuidada como en su sueño.
Dios, definitivamente no de esa forma.
Era cierto que, pese a no haber visto a su amiga en años, llevaba tiempo gestándose una emoción (más bien un montón de ellas) dentro de Elsa, que se agolpaban junto a muchos otros pensamientos que se iban generando con cada carta que recibía. Comenzaban a incitarla a cruzar una línea que no comprendía exactamente cuándo se había trazado y que no podía asegurarse que fuera posible del todo. Eso la confundía, le asustaba y ante su propio horror, también la hacía conjeturar... en formas que no tenía idea de dónde infiernos las había sacado; porque si algo le quedaba claro de aquellas inclinaciones, era lo impía de su naturaleza.
Más en lo que a Elsa concernía, eso pensaba guardárselo y mantenerlo oculto para siempre.
—Terminaré alejándola como a todos —se pensó pesarosa.
Elsa frunció el entrecejo y exhaló. Recuperó el estoicismo con el que había aprendido a envolver sus emociones, negándolas al resto del mundo, así como sus guantes escondían sus poderes y evitaban que se manifestasen. Ambas medidas no eran más que una fachada superficial y endeble que pretendían contener algo que la sobrepasaba por completo y no podía controlar.
—Entumece tu corazón y sofoca la tormenta.
Elsa torció las cejas, se mordió el labio, cerrando fuertemente los dedos alrededor de sus sábanas. Se concentró en respirar.
—No sientas.
Su aliento le escapaba de los labios, el aire fresco a su alrededor le impregnaba los pulmones. Como si el poder la desafiara, una fina capa de escarcha comenzó a devorar la superficie de las mantas.
—¡Maldita sea!
En eso alguien llamó a su puerta, Elsa sacudió presurosamente sus cobijas cuando una de las chicas de la servidumbre se dio paso al interior de los aposentos de la princesa cargando una palangana llena de agua. La moza contuvo un chillido de alegría al verla sentada en su cama (Elsa se repetía mentalmente su "Ocúltalo. No sientas."), aunque a simple vista parecía como si mirara al vacío con expresión aburrida.
—¡Mi señora, es un alivio ver que ha despertado! —le expresó la muchacha antes de colocar el recipiente en el lavamanos de su alteza. Se giró para observarla, enredándose las manos sobre el blanco delantal.
Elsa seguía teniendo una apariencia fatigada. Con los ojos amoratados hundidos y el rostro algo delgado, pero al menos ya parecía más repuesta que en los días anteriores.
—Gracias —respondió la regente con formalidad—. Me parece haber cruzado por una congoja muy extensa —susurró tallándose los ojos con los dedos—, ¿Qué día es?
—Es viernes, mi señora —respondió rápidamente la mucama—. Ha estado convaleciente casi cuatro días —le explicó.
Elsa frunció el entrecejo.
¿Cómo era posible?
Elsa salió de su ensimismamiento cuando la joven le pidió permiso de tocarle la frente para revisar su temperatura, pero Elsa se turbó, negándose rotundamente a ello. La doméstica se encogió en su sitio como si Elsa la hubiera gritado, a pesar de no haber sido así; la joven tenía conocimiento que la regente parecía guardar siempre las distancias ante todo el mundo, aunque no imaginaba que se tratara casi de una fobia a las personas lo que la abrumaba. Por un momento se temió haberla ofendido gravemente. La moza se reprendió a sí misma mentalmente, más se atrevió a continuar hablándole a la distinguida regente para reparar su imprudencia.
—Nos había causado un gran susto, su alteza, pero se recuperará pronto —le expresó con amabilidad, saliendo de su sorpresa y dedicándole una reverencia—. Descanse un poco más y hágame saber si necesita algo.
Elsa se cohibió ante el escrutinio que sentía por parte de la muchacha y bajó la mirada. Desvió la vista como si no le interesaran sus palabras. No quería que estúpidamente sus ojos se posaran demasiado en el cuerpo o rostro de aquella mujer, ni que sus manos desnudas le hicieran una mala pasada, exponiendo su poder o quién sabe qué otra cosa. Todo gobernante y noble sabe que las noticias de cualquier sitio las difunden primero los sirvientes.
Tener escándalos antes de ser coronada era lo último que Elsa necesitaba. Se rodeó el cuerpo con los brazos fingiendo que tiritaba.
—Te agradezco —respondió cortésmente—. ¿Será posible que me traigas algo caliente de comer? Me apetece alguna sopa —le dijo, todavía decidida a portarse de manera desinteresada—, y por favor, llama a Gerda.
—Por supuesto, mi señora. —la joven se inclinó levemente, se deslizó rumbo a la puerta un poco consternada de que la princesa resultara ser tan concisa.
Aunque Elsa la detuvo a medio camino para añadir queso, té caliente y pan a su pedido. La muchacha asintió y no tardó en regresar con una sopera rebosante de potaje de pescado Bergen, Kardemummabullar (Bollos de cardamomo), Gjetost (queso rojo dulce) y té negro endulzado con miel. La mucama se retiró cuando el ama de llaves del castillo hizo su arribo, despachándola a las cocinas y cerrando la puerta tras de sí.
Gerda sonrió aliviadamente al ver a la pálida joven que se alegraba débilmente de verla, agradeciendo en silencio a los dioses por aquel milagro. El ama de llaves se acercó a su alteza, comenzó a servirle el desayuno en una bandeja que le colocó sobre las piernas y las mantas.
—Es bueno verla mejor, alteza —le susurró afectuosamente.
—Sé que debo agradecerles a ti y a Kai —contestó devolviéndole el gesto.
Elsa se mordió ligeramente el labio al repasar mentalmente aquello. ¿También debería agradecerle a Kyla?
El ama de llaves le dedicó una leve inclinación y meneó la cabeza.
—Sabe que cumplíamos mucho más que nuestro deber, alteza.
Y Elsa lo sabía. Aquel par habían sido casi unos segundos padres para ella y su hermana. Los únicos en quienes se atrevía a confiar.
—¿Cuál es la situación en el castillo, Gerda? —pronunció, tratando de disfrazar su preocupación y sentimiento mientras se colocaba la servilleta.
La mujer contuvo un bufido, no queriendo que la muchacha fuera a sumergirse tan pronto en cuestiones laborales. Aquello había sido lo que la había enfermado en primer lugar.
—Me he encargado que la servidumbre haga lo que tiene que hacer. —respondió encogiéndose de hombros. Giró los ojos y vertió una cucharada de la crema de pescado en un cuenco que le depositó a la rubia junto a un juego de cubiertos—. Se esparcieron rumores, por supuesto, pero ninguno cercano a la realidad. Kai le remitió todo el papeleo a Louis, el antiguo asistente de su padre.
La mujer hizo énfasis en aquello, efectuando una ligera pausa dramática en un intento de sugerirle a la regente que tomara al hombre bajo su servicio y aminorar su carga de trabajo, pero Elsa negó con la cabeza antes que una sola palabra pudiera salirle de la boca.
El ama de llaves frunció los labios y comenzó a servir el té.
—Las audiencias fueron suspendidas hasta nuevo aviso y creo que sus concejales han tomado entre manos los asuntos más importantes. Descuide, alteza —le sonrió maternalmente—, se necesita más que unos cuantos días para que el reino se caiga en pedazos sin usted.
Gerda se encaminó a la ventana y liberó el pestillo, abriendo una de las puertas de cristal para que entrara el aire limpio del exterior.
Elsa sonreía levemente por el comentario de su ama de llaves, pero se agitó nerviosamente acariciándose las manos antes de tocar su comida.
—¿Cómo está mi hermana?
Gerda se detuvo en seco. Dudó antes de contestarle a la regente por sobre el hombro.
—Estuvo preocupada —le admitió enredándose las manos en el delantal—. Vio cuando Kai la trajo desmayada a su habitación. La pobre niña debió asustarse mucho. Primero lo de sus majestades y entonces usted...
Los hombros de Gerda se agitaron ligeramente, se sacó el pañuelo para limpiarse las lágrimas de los ojos.
Elsa clavó la vista en su plato.
—Alteza —comenzó el ama de llaves en un tímido susurro—, tal vez usted debiera...
—No puedo hacerlo, Gerda. —murmuró la regente moviendo la cuchara dentro del potaje para distraerse—. Es por su bien.
—Claro, por supuesto. Discúlpeme.
Elsa se mordió el labio, torciendo las cejas. Odiaba tener que portarse así con su única hermana. La hacía sentir una mezquina.
—Sólo... asegúrate que sepa que me encuentro bien, pero contenla de algún modo.
El ama de llaves le asintió.
Elsa desayunó en silencio, aunque con más apetito y rapidez de la que le hubiera gustado hacer gala. No tuvo tiempo de pensar demasiado en los modales cuando se repetía mentalmente que al menos seguía con vida. Que continuaba en ese mundo y que debía conservarse en él en la medida de lo posible, pues ella representaba todo lo que le quedaba a Anna e iba a hacerse cargo de ella, pese a que no pudiera acercársele para demostrarle lo mucho que le importaba. Lo haría, aunque su hermana le temiera o la odiara por el resto de su vida.
Cuando Elsa terminó con su tercer plato del guisado, todo el pan, junto con la mitad del queso y Gerda le retiró todo, la regente se tumbó y se quedó recostada mirando por la ventana con somnolencia.
—¿Qué habrías hecho tú de encontrarte en mi lugar? —se preguntó, observando llena de culpa el color azul del cielo.
Fue entonces que a Elsa le vinieron a la mente las palabras que Kyla le había pronunciado en su sueño afiebrado. El calor de los labios de su amiga. El aliento que se mezclaba con el suyo y amenazaba con ahogarla de esa forma tan satisfactoria... Elsa se estremeció cuando un cosquilleo le recorrió el cuerpo desde la base de la columna hasta su cuello y se preguntó en su extrañeza si acababa de experimentar un escalofrío. Expresión que siempre le resultó ajena al tratarse ella de una joven que creció toda la vida rodeada de hielo y nieve.
Ni sabía que era posible.
—¿Gerda, ha llegado carta con el sello del sol? —soltó casi sin darse cuenta que lo había hecho.
El ama de llaves arqueó las cejas, pero conocía muy bien a su alteza como para comprender que se refería a la correspondencia de aquella joven germana con la que se escribía desde niña.
—No desde el paquete que llegó por su cumpleaños —respondió la mujer encaminándose con la charola rumbo a la puerta—. ¿Eso sería todo, su alteza?
Elsa se mordió el labio, pero le asintió a Gerda, quien se retiró y la dejó ahí sola con sus pensamientos.
¿Por qué Kyla no había escrito? Ella debía de estar enterada del naufragio. Su padre estaba en la corte de Corona y su abuela era la directora de la Academia del Sol. Elsa estaba casi segura que la habrían informado.
No tenía sentido.
¿A menos que Kyla se encontrara viajando a algún otro lugar y debiera esperar a que la rastrearan y le remitieran la noticia? ¿Pero aun así cuánto tiempo tendría que tomar aquello?
Con esa y muchas otras dudas rondándole por la cabeza, la regente se adormeció.
...
Elsa se encontró suspensa en la más absoluta oscuridad. No pudo percibirse las manos que sostuvo en alto ante su rostro, hasta que se le ocurrió utilizar su magia. Las chispas azuladas que danzaron sobre sus dedos le alumbraron escaso medio metro, más le valió para aventurarse a poner un pie delante del otro. Mientras avanzaba por ese desolado espacio, una línea brillante se dibujó ante sus pies, extendiéndose hacia un horizonte lejano; la luz se fragmentó en cientos de caminos que parecían conducir a algún destino misterioso. La regente se detuvo, dudando sobre la dirección que debía de seguir; se giró un momento para mirar sobre su hombro, comprobando que hacía atrás seguía existiendo una sola senda, más al retornar la vista hacia adelante, se sobresaltó al vislumbrar que a la distancia había un ciervo luminoso que parecía estarla observando con curiosidad.
Elsa jadeó en su sorpresa, pero casi de inmediato fijó la mirada cobalto en el camino brillante que conducía hasta él. El animal se mantenía expectante con esa apariencia majestuosa y sobrenatural; como si se tratara del rey de esas bestias, su tamaño era descomunal, el pelaje de su cuello era frondoso, como una pequeña melena, volutas de luz bailaban alrededor de las grandes astas. La joven dio un paso, colocando la punta de su zapatilla en aquella ruta. Sería mejor descubrir a dónde la llevaría.
Al instante, los otros caminos se desdibujaron hasta ensombrecer nuevamente los alrededores, la joven miró con reverente inquietud tal efecto, pero prefirió concentrarse en atenerse a su decisión y seguir al ciervo, que ya había comenzado a trotar para alejarse.
—¡Espera!
Una luz blanca los envolvió, engulléndolos a ambos. Cuando Elsa abrió los ojos, los mantuvo entrecerrados de manera dolorida, se le dificultaba ver lo que tenía enfrente, pero el suelo bajo sus pies lo sintió sólido, dio un par de pasos sobre una superficie de duela hasta que chocó con una pared de piedra; la joven se quedó inmóvil, sólo jadeando, un olor muy fuerte a madera quemada le llenaba las fosas nasales; pero no fue solo eso, olía a barro, humedad, y también percibió sangre.
El sonido de un alarido casi la hizo morir de un infarto, Elsa se encogió en su sitio, sin ser capaz de ver lo que ocurría, mientras una serie de gritos de dolor le taladraban los oídos, se escuchó que un peso muerto caía al suelo y los gritos ahora clamaban por ayuda. El sonido de una puerta destrancándose y pasos acelerados, acompañaron aquella confusión. La monarca comenzaba a distinguir algunas manchas borrosas moviéndose frente a ella, dos sombras se inclinaban sobre una tercera que parecía estremecerse de dolor a sus pies.
—Hermano, esto no está bien. Va a enloquecer si no hacemos algo, hay que ir con el viejo —exclamó una de las sombras.
—Podría empeorarlo todo —gruñó la otra sombra en respuesta.
—Mira estas heridas, si va a morir, que lo haga con algo de piedad. Ayúdame y que sea lo que los dioses quieran.
Elsa se estremeció al escuchar aquello, la figura del suelo bufaba, contorsionándose, contuvo una serie de gritos doloridos entre los dientes mientras era alzada por los otros y le afianzaban los costados, sacándola de aquella habitación.
La monarca se apretó los ojos, volvió a abrirlos para mirar ante sus ojos, una habitación austeramente decorada, blasones con una estrella bordada al centro decoraba las paredes, un baúl descansaba a los pies de una cama, cuyas sabanas estaban manchadas de sangre, un frasco de tinta yacía en la duela, derramándose sobre las páginas de un libro abierto.
La princesa se desvaneció como si toda esa experiencia le hubiera drenado las fuerzas.
...
Elsa no salió de su cama hasta bien entrada la noche. Durmió toda la mañana y parte de la tarde sin interrupciones y sin volver a soñar. Cuando se enderezó y se sentó al borde del colchón para estirar el cuerpo pudo notar que sus músculos se sentían relajados y su mente descansada. Así que para la hora de la cena ya estaba en el estudio que fuera de su padre (suyo ahora), acicalada y perfecta escribiendo incansablemente con pluma y tinta sobre papel.
"Querida Kyla:
Sé que a estas alturas debe haber llegado a ti la noticia de mis padres. Entiendo que la distancia que nos separa es la más complicada que han tenido que librar nuestros mensajes, pero escribirte estas líneas es más un capricho de mi parte que una urgencia que tus palabras puedan aliviar. No negaré que la carga que cae sobre mis hombros ahora es agobiante y he pernoctado más de una vez de manera intranquila, acosada por tribulaciones que me sobrepasan; pero no debes preocuparte, amiga mía. Me encuentro bien y tengo fe en que seré capaz de llevar a cabo esta tarea exitosamente. He vencido una vez más al espectro de la desolación y no puedo apartar de mi imaginación que tus dones de Sabia han inferido en tal proeza. Dirigiré mis esfuerzos a construir un camino que conduzca a mi Reino a la prosperidad. Que la Luna de Arendelle te guarde y regreses con bien al calor de tu hogar. Espero tener noticias de tu parte en días venideros."
Elsa releyó el escrito un par de veces antes de firmarlo y cerrarlo con el sello real. No estaba mal. Era correcto. Le reclamaba un poco, pero con comprensión y aunque expresaba seguridad, esperaba que su amiga entendiera lo vulnerable que se sentía también.
Desde que había perdido el contacto con Anna, esa comunicación que mantenía con Kyla, (tan convenientemente alejada físicamente como para lastimarla con sus poderes y tan cercana emocionalmente como para sentirse comprendida) le había dado un poco de sentido al vaivén vehemente que la había dominado los últimos años.
Elsa no quería aceptarlo demasiado, pero le hacía falta. Consideraba un poco extraño echar de menos las tomadas de pelo literarias de su amiga, pero se imaginó que luego de años de mantener ese contacto se había acostumbrado demasiado a él.
Elsa selló la carta y escribió con fina caligrafía el destino de la misma. La apiló juntó a otros comunicados que tendrían que viajar por mar al día siguiente y se quedó unas horas más a la luz de las velas repasando las cláusulas de importación que solicitaba la nación de Weselton.
—Espero que te encuentres bien...
Tan solo unos días más tarde, llegó al despacho de Elsa un paquete que parecía haber pasado por mucho para terminar ahí. El embalaje lucía la marca de los Sabios de Corona, aunque casi no reconoció la escritura de Kyla en el sobre que encontró al desenvolver un cuaderno de cuero y adornos plateados en forma de cristales parecidos a los de la puerta de su alcoba. Las páginas del libro estaban en blanco. Extrañada, Elsa leyó la nota de caracteres mucho más endebles y raros que los trazos firmes y regulares a los que estaba acostumbrada a ver por parte de su amiga:
"Adorada Elsa:
Se han oscurecido estas ciudades con el eco del suceso trágico en el que perdimos a los nobles señores de Arendelle. Espero de todo corazón encuentren sosiego las hermanas que permanecen en puerto. Me encuentro en Inglaterra, preparando mi próximo viaje al sureste, pero por favor no dudes en comunicarte de así necesitarlo. Como aprendiz de sabia sólo puedo rezar porque el Sol ilumine tu destino y encuentres pronto la paz que tu alma necesita para liberarse."
Elsa abrió el libro y encontró un mensaje con la letra distintiva de la morena en la primera hoja blanca.
"Dónde queda la tristeza, existió la felicidad. No lo olvides."
Elsa sonrió al leer las breves líneas y miró por la ventana el atardecer. ¿Cuántas salidas y puestas de sol te repartía la vida? Abrazó el cuaderno que Kyla le había obsequiado y se propuso llenar sus páginas con los recuerdos dichosos que guardaba de sus padres y los días que, junto a su hermana, habían sido los más preciados para ella.
Para su asombro. Elsa consiguió mantenerse enfocada los días siguientes. Aún se sentía dolida por la ausencia de sus padres y tenía pleno conocimiento que jamás podría dejar de añorarlos, pero ya no sentía ese lastre aplastante que le había estado doblando el espíritu y oprimiendo su interior. Había sobrevivido a su partida y era consciente que finalmente dejaba atrás la aprehensión y el miedo a vivir sin ellos. Sabía que pese a la tristeza sería capaz de continuar en lo que atravesaba su propio duelo. Pero aún le quedaba el remordimiento de Anna lidiando con todo aquello por su cuenta. La carta de Kyla se lo había recordado.
Eran dos hermanas las que sufrían, no solo ella.
Elsa tenía juntas, reuniones de consejo, asuntos y deberes que la distraían, ¿pero Anna? La rubia no se sentía demasiado convencida que una charla con el retrato de Juana de Arco fuera suficiente consuelo para su hermanita, pero...
A Elsa se le iluminó el rostro y sonrío ligeramente cayendo en cuenta de algo.
Al día siguiente, Elsa se escabulló muy temprano de su cama con la bata puesta y deambuló por la oscuridad del castillo. Faltaban varias horas para que amaneciera y todo se encontraba muy tranquilo. Sabía que la servidumbre no iniciaba sus actividades sino hasta primera hora de la mañana por lo que tenía tiempo de ejecutar su plan.
Anduvo a tientas, sin atreverse a usar una vela por temor a que alguien la viera, por lo que prefirió caminar despacio y tropezar de vez en cuando con la alfombra para su real torpeza. A regañadientes dio con la cocina y se puso a buscar a ciegas los bombones de chocolate alicorado que había solicitado con anterioridad para la cena y que había cancelado a último minuto. Esperaba que siguieran ahí y no los hubieran desechado o consumido, cosa que dudaba, ya que era bien sabido que se trataban de sus dulces favoritos. Dio con ellos al pasar los dedos por un platón de vidrio cubierto y, victoriosa, los intercambió por una pequeña nota en la que había escrito "cambié de parecer, gracias" con su firma de puño y letra para evitar alguna trifulca entre los empleados.
Depositó uno a uno los chocolates en un pañuelo que llevaba consigo. Lo apretó ligeramente con sus manos contra su pecho y lo enfrío un poco para que no se derritieran. Se llevó uno de los bombones a la boca y giró los ojos embelesada, regresando silenciosa y de puntillas por donde había venido.
Como bien había pensado Elsa, Anna estaba irreconocible. Salía tarde y con desánimo de su alcoba. Meditabunda y cabizbaja. Se la pasaba los días metida en la habitación de sus padres, recorriendo con los dedos sus objetos personales, envuelta en el chal que perteneciera a su madre, se pasaba las horas mirando el puerto desde su ventana o llorando sobre la vacía cama matrimonial. Anna ya no perseguía la luz del sol ni la brisa del mar. No canturreaba, ni causaba alboroto dando de saltitos por la casa. No se escabullía a las cocinas en busca de golosinas. Ni provocaba accidentes en algún arrebato de entusiasmo. Hasta había abandonado del todo las cabalgatas diarias a lomos de su caballo Sitrón. (que le resentía su ausencia piafando tristemente en los establos reales cada que el sol del mediodía brillaba alto por sobre las montañas.)
La pelirroja en realidad ya ni siquiera hablaba. Era como si una parte de ella se hubiera perdido junto con sus padres en las profundidades del océano, muy lejos de ahí.
Resultaba prácticamente normal y comprensible la visión de la regente Elsa como una figura taciturna y melancólica. La atribulada y trágica heredera al trono que había sido siempre tan distante y solemne. Una misteriosa y elegante figura que parecía recortada en hielo; sin embargo, ver a la princesa Anna tan ensombrecida, cuando su alegría siempre había sido el verano, la luz, las risas, y el corazón palpitante del palacio... Era lamentable.
Anna había comenzado a resignarse a la idea de que no encajaba en ese lugar. Arendelle no tendría por qué echarla de menos si ella desapareciera. Anna no estaba destinada a gobernar y tampoco podía formar parte de la gente común (Era una princesa después de todo), pero nunca había sido buena para nada. Era torpe y despistada. Hablaba siempre tan rápido y sin poder detenerse, soltando la mayoría de las veces mucho más rollo del necesario, y las lecciones y formalidades siempre le habían resultado un dolor de cabeza por lo que terminaba ocasionando desastres en donde transitara, y eso sin mencionar sus incontables metidas de pata debidas a su carácter imprudente.
No. Definitivamente ni siquiera servía como una princesa de repuesto.
—Y, aun así, tuve que pararme ahí yo sola en el funeral de nuestros padres.
Aquella falta de solidaridad por parte de Elsa, era algo que Anna sentía que nunca iba a poder perdonarle. A ella también se le había partido el corazón ese día. Ella también estaba hecha pedazos y la había necesitado a su lado. En ese momento le hubiera gustado saber que contaba con una hermana. Podrían haberse abrazado y llorado juntas, resolver sus diferencias (cualquiera que fuera el conflicto que las hubiera separado de esa forma) y mantener las frentes en alto porque se tenían la una a la otra para lamentarse la pérdida y superarla de la mano.
Pero Elsa tenía que haberle negado incluso aquello.
Anna tuvo que quedarse ahí de pie frente a todo el mundo, sin saber cómo explicar por qué se encontraba sola. Derramando lágrimas sobre tumbas vacías. Como si ningún Arnadalr se hubiera tomado la molestia de asistir a aquella ceremonia y ella debiera dar la cara por la familia afrontando aquella humillación para darle al sepelio de sus padres al menos algo de dignidad, aunque ellos no estuvieran ahí verdaderamente y todo eso le pareciera completamente irracional, pero de todas formas lo considerara necesario para que no doliera tanto.
No podía contestar preguntas cuando ni ella misma comprendía las respuestas.
La pelirroja deambulaba aisladamente por los pasillos alfombrados, de manera apesadumbrada. Estaba segura que su hermana no la quería (a pesar de los recuerdos de su infancia que le demostraban lo contrario) y sus padres habían desaparecido en altamar, ¿Qué podía hacer ella ahora? ¿Qué cabida tenía en ese sitio? Estaba atrapada en aquel castillo de puertas cerradas y oscuridad perpetua sin siquiera poder hacer que su voz fuera escuchada. Anna sentía que no valía absolutamente para nada en comparación con toda la autoridad y fe que el reino depositaba en la mayor de las hermanas Arnadalr. En la talentosa, perfecta y regia Elsa. En la hermosa Elsa. En la indiferente y cruelmente fría Elsa...
Anna levantó la vista y miró los ojos de hielo de su hermana que observaban hacia la nada en aquel retrato grande que colgaba del vestíbulo, antes de entrar al gran salón de las pinturas. Suspiró por lo bajo.
Al menos esa era una manera de verla de vez en cuando.
—Se parece mucho a mamá—se dijo con un hilillo de voz observando las finas facciones y el espeso cabello trenzado en alto de la imagen.
Meneó la cabeza pasándola de largo y desechando la idea.
—No... mamá era cálida y amorosa y Elsa no era para nada así. Ella es antipática y repelente, restrictiva, sabihonda e inhumanamente...
Anna se detuvo en seco frente a un gran cuadro en la que aparecía la familia real. Ahí estaba su padre, apuesto e imponente luciendo sus medallas de oro en su chaqueta azul ultramar. A su diestra estaba la Reina, elegantemente sentada en una fina silla de caoba con la pequeña y sonriente princesa Anna, siendo apenas una bebé colocada sobre su regazo. Junto a ella, una orgullosa princesa Elsa de cuatro años miraba hacia el frente y tomaba a su hermanita de la mano en actitud protectora.
—Pero ¿qué?
Anna frunció el entrecejo, se acercó a la mesita que descansaba bajo el retrato. Había un envoltorio en un pañuelo de seda celeste. Reconoció que la prenda era de su hermana por lo que la desenvolvió con curiosidad. La tela estaba fría y tenía una nota debajo. Anna deshizo el nudo, descubriendo los chocolates rellenos con licor de menta que eran los favoritos de Elsa. La pelirroja desdobló el papel, reconociendo la fina caligrafía de la joven regente. Anna se llevó una mano a la boca y ahogó un sollozo, aunque no pudo hacer lo mismo con sus lágrimas. Recorrió la simple línea una y otra vez mientras las gotitas le escurrían por las mejillas y miraba alternativamente el pedazo de pergamino y a la niña de cabello platinado que le devolvía la mirada silenciosamente desde la pared.
—"No te rindas, Anna. Estoy contigo." —decía.
La pelirroja negó varias veces con la cabeza y se comió las golosinas limpiándose la cara con el dorso de la mano. Por primera vez en semanas Anna sonrió.
—Ella no me odia —se repetía—. No me permite acercarme, pero no me detesta. Elsa me quiere, aunque le cueste demostrarlo...
Anna recordó la visión de su hermana inconsciente siendo llevada por Kai en brazos. Tan perdida e indefensa como había estado ella, si no es que más. Anna cayó en la cuenta de que ambas estaban rotas y que tenían asuntos qué resolver. Que lidiaban con la pena de maneras distintas y que Elsa tenía un carácter complicado. Que al ser la heredera tenía mucha más presión encima y debía ser esquiva y distante por alguna razón. Tal vez para protegerse y ocultar su propio sufrimiento. Para aparentar que era una líder fuerte y que no dependía de nadie. Pero, aunque Elsa fuera la mayor, tal vez fuera ella la que necesitaba de una hermana menor que caminara a su lado y de alguna manera le aligerara la carga, aunque no le estuviera permitido. Anna encontraría la manera de apoyarla, aunque no pudiera comprenderla. Eso al menos, si podía intentarlo.
Fue así como el corazón del palacio de Arendelle encontró su motivo para seguir palpitando.
...
El invierno se va y llega la primavera
Brilla el sol con luz ancestral
¡Ding-dong! ¡Ding-dong! Tañen las campanas
El frío llegó a su final.
Brotan bellas flores fragantes
Todo Arendelle contento está.
Madre Tierra, gracias por tus dones
Sin frío no existe maldad.
...
Elsa escuchaba a los niños entonando sus cantos estivales (que anunciaban el inicio de la primavera) desde el balcón del castillo que daba a la ciudadela mientras se acariciaba los nudillos enguantados compulsivamente. Era la tradición festejar que el frío y los días oscuros de invierno terminaban.
Arendelle se había librado otro año más de su funesta profecía.
La regente suspiró en resignación sabiendo que no tenía manera de escaparse de aquel evento popular. Se mecía incomoda al tiempo que trataba de saludar con naturalidad y elegancia a los chiquillos que le sonreían embelesados o chillaban de emoción varios metros abajo, apretujados en un ordenado grupo (que un ceñudo instructor trataba de controlar) en la explanada.
Desde muy temprano, la gente había comenzado a congregarse en los terrenos del castillo y la ciudad esperando por la inminente aparición de su hermosa princesa regente que sólo se dejaba ver en ese tipo de fechas y por eso entre los pobladores, las fiestas en honor a los dioses causaban el doble de expectación y alegría.
Pese a ya haber pasado por el mismo evento el año anterior, Elsa seguía inquietándose. Tanto por tener que hacer acto de presencia pública, como por lo que representaba dicho festejo. El Ostara. La fiesta en que el día y la noche eran iguales y se conmemoraba el equilibrio entre la luna y el sol. El renacimiento y la alegría de la vida luego de la muerte y esterilidad del cruel invierno. El regocijo colectivo por la fertilidad de la tierra y todo ser que gozara de los favores de la diosa, Freyja.
Según la costumbre, Arendelle estaría de fiesta dos semanas completas y sería obligación de Elsa, como la regente, presidir los eventos y ritos más importantes, y cumplirlos bien. Eso no le entusiasmaba en lo más mínimo, ya que muchos involucraban licor y el año anterior la había pasado bastante mal con eso; aunque también comprendía que no podía arriesgarse a enfadar a su gente ni a los dioses. Era un asunto en el que se debía implicar hasta el rey (o casi reina en este caso) y siempre había sido así.
Elsa miró a sus sonrientes súbditos divertirse bajo el sol primaveral y suspiró angustiada.
—Es tan duro el invierno para mi gente. No son injustificadas ni sus alegrías ni sus temores...
Mientras más se acercaba el día de su coronación, más le resonaba a Elsa el asunto de la profecía y el gobernante con corazón helado que condenaría a Arendelle a un inverno eterno. La regente no podía dejar de pensar que se trataba de sí misma siendo un peligro para todos, por lo que se hiperventilaba cada que tenía que pasar por la catedral donde sería coronada al cumplir la mayoría de edad, por no decir que evitaba dicho sitio como si albergara lobos rabiosos dentro.
—Dioses, ¿qué voy a hacer con esto? —se pensó ansiosamente, estudiándose la temblorosa mano izquierda.
Habiendo nacido una helada mañana de Diciembre y bajo el buen augurio de un solsticio, Elsa siempre había sentido el invierno inclemente arremolinándose en su interior. A veces calmo, en solemne frialdad, y muchas otras, agitado y violento en una ventisca que no se detenía hasta que lograba escapársele de las manos y se estrellaba en las paredes o congelaba lo que sostuviera entre los dedos. En días malos, afiladas lanzas de hielo le salían disparadas del cuerpo y terminaban clavadas en sus muebles de madera como las agujas en un alfiletero. Elsa se apretaba las manos contra los costados cuando sentía que perdía el control y se quedaba en su alcoba, temblorosa, reducida a un pequeño ovillo que se constreñía y gemía. "contenlo, no sientas, que no lo sepan" hasta que perdía la conciencia y apaciguaba la tormenta.
Era doloroso y agotador y mientras más se obligaba, más inestable se tornaba. Elsa se repetía que debía ser fuerte para cuidar de Anna y proteger a la gente de su pueblo; pero conforme pasaba el tiempo, le parecía que se volvía un manojo de nervios y eso la empeoraba.
Tenía que controlarse y dominar esa tempestad que ya hacía tiempo le había doblado las fuerzas.
—Tranquilízate, no sientas —se murmuró por lo bajo cuando llegó la hora y sonó su entrada—. Sólo dices unas cuantas palabras y das inicio a los festejos. Puedes hacerlo, puedes hacerlo...
Elsa respiró hondo, extendió los brazos hacia los asistentes.
—Querido pueblo de Arendelle. Nos encontramos hoy en esta hermosa mañana de primavera para recibir el equinoccio vernal y agradecer el inicio de este año. Celebremos que el invierno ha llegado a su fin y llenémonos de entusiasmo para trabajar arduamente y ser recompensados en abundancia...
Elsa se giró para tomar un puñado de semillas de un saquito que le acercó el sacerdote vestido de túnica roja que estaba situado a respetuosa distancia. La regente levantó las manos con ceremonia por sobre su cabeza, permitiendo que los primeros rayos de sol iluminaran los granos al tiempo que el hombre recitaba unas palabras antiguas "til árs ok friðar" (por un buen año y paz).
Elsa respiró hondo sabiendo que tenía la atención de todo el mundo puesta sobre ella, cerró los ojos dando un último suspiro antes de tomar impulso y lanzar las semillas benditas a la tierra.
—¡Que comience el Ostara! —sentenció festivamente.
La gente gritó y vitoreó emocionada. Volaron por el aire hierbas de olor. Sonaron tambores y el lur junto a armónicos cantos. Elsa les dirigió un breve saludo a los asistentes y dándose media vuelta, se perdió en el seguro y conocido interior del castillo que mantenía sus puertas principales cerradas.
Como dictaba la tradición, el pueblo comería y bebería abundantemente los productos de la estación y eso no se les pasó por alto en las cocinas del palacio. A Elsa no le extrañó ver servidos en la mesa: huevos, pescados, carne curada, patatas, pan de miel, nueces, ensalada y queso fresco. Aunque por un breve instante había albergado la esperanza de que la terrible agua de fuego vikingo fuera omitida, cosa que no se le concedió. La botella del espirituoso líquido ambarino y su copa llena la aguardaban en su puesto.
Tomó asiento en la cabecera y le dedicó una educada inclinación a Anna quien le sonreía alegremente. El Ostara era una de esas fiestas en las que se sentaban juntas a la mesa porque hacerlo se consideraba sagrado según las antiguas costumbres, como en el Júl de invierno, que era una festividad completamente familiar donde podían compartir el pan como verdaderas hermanas e incluso hasta intercambiarse obsequios. Y si bien Elsa nunca había expresado demasiado interés por entablar conversaciones muy extensas o fraternizar, a la pelirroja le bastaba con poder estar ahí en presencia de su estoica hermana. Nerviosamente animada y generalmente hambrienta, Anna siempre se saboreaba aquellos platos que sólo se cocinaban durante esas gozosas ocasiones especiales.
Elsa intentó hacer caso omiso de la ola de excitación que emanaba de la pelirroja, que desde el otro extremo de la larga mesa esperaba ansiosa a que su regente hermana diera el primer bocado (para poder llenarse la boca de huevos endiablados y jamón). Elsa sonrió por lo bajo y cortó un trozo de pan con queso, alzó la copa de Akevitt (especie de vodka especiado escandinavo) que tenía a su izquierda y su hermana hizo lo mismo con la que tenía a su diestra; aunque la copa de Anna tenía sólo hidromiel, en lugar de la bebida de Elsa que contenía especias y hierbas aromáticas, que se preparaba especialmente para celebraciones como el Ostara y que tendría que estar bebiendo hasta el atardecer, (pese a tener un alto contenido en grados de alcohol). Elsa estudiaba su copa con una reprimida mueca de inquietud. El Akevitt era probablemente cuatro o cinco veces más fuerte que la bebida dorada que agitaba Anna entusiastamente en su cáliz.
—Feliz Ostara, Elsa —pronunció la muchacha tímidamente.
—Te deseo lo mismo, Anna—respondió la regente dedicándole una leve sonrisa que le iluminó el rostro a la joven pelirroja.
—¡Skål! (Salud) —se dijeron al unísono cuando se llevaron las copas a los labios en ese brindis.
Elsa tosió ligeramente al deslizar la bebida por su garganta. Nadie iba a convencerla de lo contrario ¡Esa cosa era alcohol etílico! Aún con el gusto dulce y anisado, el líquido le calentó las mejillas y le sacó un par de lágrimas; pero la regente guardó la compostura apresurándose a engullir un trozo de pescado. Convirtió sus ojos en un par de rendijas cuando su expresión se volvió concentración pura. Ese año estaba determinada a salir victoriosa. El agua de fuego no la derrotaría como el Ostara anterior en el que vergonzosamente no había podido terminarse ni la mitad del cáliz y mucho menos brindar como los dioses demandaban. Elsa apretó el puño por su orgullo herido. De alguna forma, se las ingeniaría para beberse sus tres copas reglamentarias. Las buenas cosechas y los favores de Freyja dependían de ello.
...
—Dios mío, qué sopor...
Elsa avanzaba lentamente por los pasillos rumbo a su despacho con las mejillas sonrosadas y los párpados caídos. No creía haber tenido un muy buen primer encuentro con ese brennevin. No importaba si beberlo era bueno para la digestión de las abundantes comilonas festivas. Elsa no estaba acostumbrada a pasar calor, y justo en ese momento todo su cuerpo bullía desde adentro, cosa que la debilitaba, haciéndola sentir soporífera y confusa.
Percibió una ligera nube de vapor envolviéndola. La regente se quitó el guante para tocarse la cara a fin de refrescarse un poco con la magia. Por un momento se preguntó si la experiencia resultaría tan sofocante para los demás. Se metió un dedo en el ajustado cuello alto de su blusa, liberando el botón superior.
—Esa cosa calienta como el infierno —se llevó su mano al estómago, dejando que éste se enfriara un rato en lo que ella tomaba asiento tras su escritorio resoplando pesadamente—. No sé si tendré energías para resistir el Blót.
El Blót era el banquete de los sacrificios que se hacía en la noche del equinoccio en honor a los dioses paganos e involucraba enormes piras y calderos encendidos, un montón de carne roja, licor y brindis en el templo mayor. Elsa decidió que guardaría su garganta y su estómago para entonces. Saliendo de su aturdimiento, hurgó entre la correspondencia, sonrió al encontrarse con el conocido sello del Sol de Corona.
"¡Feliz Ostara, Elsa!
No tienes idea de cuánto he sufrido pensando que me he perdido ya dos veces las oportunidades de verte ensoñadoramente junto con el resto de los plebeyos que te admiran mientras bendices las semillas de primavera... (Las mejillas de Elsa volvieron a encenderse) ¿No te parece un poco irónico? Espero estar en primera fila cuando lo hagas oficialmente como reina de Arendelle (Elsa giró los ojos y sonrió) Imagino que hablaste en lugar de cantar como se supone que debías haber hecho. ¿Qué persona tan horrible priva al mundo de escuchar una voz tan increíble? ¡Serás toda una tirana a este paso!
Si no haces las cosas como se deben tendrás un mal año de cosecha, ¡ya te digo! Recuerda que al final de las fiestas se te cumplen tus deseos cuando le has concedido todos sus caprichos a Freyja, y la diosa del amor es una mujer de cuidado..."
Elsa se mordió el labio, percatándose del calor en su vientre, volvió a abotonarse el cuello de la blusa.
...
En la ciudadela se había instalado el Hörg (altar de sacrificios) Los terratenientes cercanos habían congregado ahí a sus mejores bestias y barriles de hidromiel. Desde la tarde se dio comienzo el sacrificio de los animales y se reunió toda la sangre derramada (hlaut) en vasijas. La sangre se salpicaba en el altar y sobre los asistentes al Blót, y la carne de los sacrificios se hirvió en enormes calderos que ardían sobre piras incandescentes en medio de la plaza. Los fuegos se alimentaban con nueve tipos de maderas distintas según la vieja costumbre.
Elsa, al ser la regente y anfitriona del banquete debía bendecir y probar la carne y la hidromiel antes de que se distribuyera entre los concurrentes. La mejor parte de la ofrenda correspondía a los dioses y lo que quedaba lo consumían los hombres. Luego se sucedían los tres brindis. Una primera copa se vaciaba por Odín, la victoria y el poder del trono de Arendelle. Una segunda en honor a Njördr y Freyja por la paz y las buenas estaciones. Y al final, una tercera por Bragi en memoria de los seres queridos que se habían ido. Todos aquellos tragos contenidos en un cuerno enorme de finos labrados.
Gerda le había atiborrado de carne el plato a la joven regente y la urgió a llenarse el estómago antes de intentar ese insensato. Conocía de sobra la naturaleza orgullosa de su princesa y ese brillo determinado en la mirada cobalto, siempre había precedido problemas en el pasado. Anna miraba con las cejas alzadas el enorme trozo que su hermana cortaba en su plato para luego llevarlo a su boca. Sonrió por lo bajo, de haberse llevado un poco mejor, se habría aventurado a hacerle un comentario ingenioso sobre eso; pero prefirió mantenerse callada y conservar aquella estampa en su memoria como un trofeo.
—Pueblo de Arendelle —soltó solemnemente la regente, justo cuando estaban por sonar las campanas de la medianoche—, estamos todos reunidos celebrando las posibilidades que se nos presentan los próximos meses. Ha llegado la hora de alzar nuestra copa por Odín, nuestro gran benefactor, confiemos en que él, que lo sabe todo, no se olvida de nosotros y que su banquete prometido siempre nos estará aguardando cuando partamos de este mundo.
Elsa recibió de manos de Kai el rudimentario cáliz, estudió nerviosamente el contenido
—¡Skål! —exclamó antes de deslizarse la bebida por la garganta.
El público vitoreó, todos chocaron las copas e imitaron a su princesa. Alzaron los puños, gritando el nombre del señor de los Aesir, mientras la figura de Elsa se doblaba hacia atrás, en clara señal de estarse bebiendo el agua de fuego.
Las campanas comenzaron a repicar a lo lejos.
La regente resopló, pasándose el hueco de la mano por sobre los labios. Percibió perfectamente el calor extendiéndose por todo su cuerpo. Se estremeció ligeramente al sentir la sensación anidándosele en el vientre; pero sonrió de forma desenfadada, girando la copa para demostrar que esta se encontraba vacía. La muchedumbre bramó con entusiasmo.
Elsa saludaba a la audiencia al tiempo que Kai se encargó de rellenarle la copa a su alteza. Anna se removió en su asiento, inclinándose hacia Gerda.
—¿No se bebió eso demasiado rápido? —le cuchicheó con preocupación al ama de llaves por lo bajo—, aún faltan dos brindis, y el año pasado le salió fatal.
—Debemos confiar que su hermana tiene un año más de experiencia con esto, alteza—respondió Gerda encogiéndose de hombros, estudió de reojo el lenguaje corporal de la pálida muchacha que se abanicaba el rostro como si estuviera pasando calor. Meneó la cabeza acompañando a la pelirroja princesa en su angustia.
—¡Por Njördr, por Freyja! —clamaron los asistentes con energía, animando a su regente.
Elsa sostuvo en alto el cuerno rebosante de akevitt, asintiendo ante los presentes.
—Debemos pedir las bendiciones a los dioses Vanir de la abundancia —pronunció sonriendo ampliamente—. Que Njördr mantenga rebosantes nuestras redes de pesca y que Freyja vuelva fecundos nuestros campos. ¡Skål!
—¡Skål! —repitieron a coro.
Anna vació su copa de hidromiel notando que una vez más, su hermana había apresurado su trago.
Elsa se sentó un momento en lo que Kai se giraba para servirle akevitt una tercera ocasión. La muchacha se sonreía con las mejillas sonrosadas. El calor en su cuerpo estaba adormeciéndola, pero al mismo tiempo se sentía muy relajada como para que le importase. Finalmente, el mayordomo retornó con el cáliz lleno, por lo que la regente volvió a enderezarse. Alzó nuevamente su copa mientras la multitud la vitoreaba.
—¡Bragi! ¡Bragi! —cantaban al unísono.
—Por supuesto, no podemos dejar de lado a Bragi —dijo, gesticulando elegantemente con la mano—, nuestro dios poeta... Que sus dulces palabras sigan recibiendo a quienes ya no están con nosotros...
Elsa osciló ligeramente en su sitio. Dejó que su mirada cobalto se perdiera por un momento en el líquido ambarino que se removía entre sus manos. Los asistentes a la celebración se mantuvieron en silencio, expectantes.
—Las personas que amamos nunca nos abandonan —meditó esbozando una melancólica sonrisa—. Ellos siguen viviendo cada vez que los honramos con nuestro recuerdo.
La regente recorrió la vista entre las personas que la escuchaban, miradas brillantes le asintieron mientras se rodeaban o se tomaban de las manos.
—El último brindis es por ellos, por quienes no están, pero siguen aquí presentes, en nosotros, en lo que han hecho por su comunidad. Se quedan aquí en Arendelle y en nuestros corazones por siempre.
Una ligera corriente de aire se extendió por la explanada, agitando las brasas de las piras ardientes. Pequeños fragmentos de ascuas flotaron asemejando luciérnagas.
—Alcen sus copas porque su amor los ha vuelto eternos... Guardemos un momento de silencio para pensarlos.
Todos bajaron sus cabezas al tiempo que se dedicaban a esa introspección, algunos movían los labios de manera silenciosa y otros susurraban en voz baja. Anna suspiró para sus adentros pensando en sus padres, sonrió ligeramente mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. Un viento gélido se coló por algún sitio, rozándole el rostro como una caricia.
Elsa se aclaró la garganta, levantó el cuerno en alto para que la concurrencia pudiera apreciarlo.
—Por los infantes y los ancianos, los humildes y los nobles, los hombres y mujeres, por las criaturas inocentes y por las que cumplen un propósito en este mundo. Que sepan que estos dones también son por ustedes. ¡Skål!
—¡Skål!
Elsa vacío por tercera vez el contenido de su cuerno ceremonial, exhaló como si esta vez aquello sí le hubiese costado un gran esfuerzo; si bien, recibió educadamente el amor de su pueblo (que ya debía estar tan entrado en copas como ella se sentía), y se mantuvo entera hasta el final, ya cuando Gerda la condujo de alguna forma hacia la mesa para que se dedicara a comer y beber exclusivamente agua, en lo que la fiesta continuaba con música, bailes y cantos hasta bien entrada la madrugada.
...
—Lo hizo muy bien, mi señora —dijo Gerda asintiendo con cierto orgullo maternal—. No recuerdo una copa del recuerdo tan animada y aplaudida desde que coronaron a su padre. Es usted muy elocuente cuando se lo propone.
El ama de llaves caminaba justo por detrás de la regente princesa cuidándole los pasos. La muchacha se tambaleaba por las escaleras en el interior del castillo luego de dar por terminada la celebración. No permitía que la ayudaran a avanzar, así que el trayecto fue algo accidentado y lento. Kai era el último de la comitiva, pues llevaba en brazos a Anna, quién roncaba despreocupadamente con la barriga llena de cerdo a las brasas y glogg especiado.
Elsa se encogió en retraimiento por los elogios de su nana. Sabía que tal vez se había puesto más emocional que de costumbre con el último brindis, pero ya tenía mucho licor encima como para lograr contener sus poderes por un lado y su lengua por el otro. De todas maneras, le alegraba haber salido ilesa de aquello. De algún modo, el licor le había ayudado a atenuar su nerviosismo habitual; por lo que se pensó a modo de broma que debía tomar nota de eso para futuras ocasiones.
—Culpa al agua de fuego, Gerda—respondió Elsa arrastrando un poco las palabras mientras se aferraba a la barandilla de la escalinata con las dos manos—. Esperemos que los dioses estén complacidos ahora que he procurado ser buena anfitriona...
—Puede apostarlo, mi señora — intervino Kai, sonriendo ligeramente.
Con dificultad Elsa abrió la puerta del cuarto de Anna, aguardó a que Kai depositara a su hermana en su cama y saliera de la alcoba. Gerda se quedó ahí, pues llevaría a cabo la labor de desvestir a la pelirroja y dejarla bien arropada.
—Buenas noches, mi señora —se despidió el sirviente haciéndole una reverencia—, ¿Estará usted bien?
—Sí, Kai —lo despidió la regente, agitando ligeramente su mano enguantada —. Gracias por todo. Descansa.
—Igualmente, alteza.
—Mi niña, ¿necesitará ayuda? —susurró Gerda arqueándole las cejas a la soporífera muchacha albina que simplemente negó por respuesta.
—No te preocupes, Gerda, yo me encargo.
—Como guste —concedió la mucama.
Elsa se despidió de manera sosegada, se metió a su cuarto y se arrastró hasta la cama, agradecida de por fin sentirla suave y mullida en esos momentos que el suelo de su habitación parecía girar bajo sus pies. Se desvistió como pudo (pensando por momentos que quizá sí habría sido buena opción esperar a que Gerda la asistiera), y se quedó únicamente en el camisón morado que había estado usando bajo el vestido. Se pasó las manos por el cabello, soltándolo y revolviéndolo ligeramente cuando se dejó caer sobre las frescas sábanas, estirando agradablemente sus miembros. Exhaló ante aquella agradable sensación de placidez que la invadió y dejó que el frescor de la noche fuera el que la arrullara.
Sentía tanto calor y pesadez. Sus ojos se cerraron y los labios se le curvaron en una sonrisa cuando se durmió.
...
Elsa se encontró a sí misma de pie bajo el sauce, mirando las estrellas como solía hacerlo en ese espacio nebuloso. Ahí estaba Kyla sentada a su lado con la vista absorta hacia el infinito. Esperando, paciente como en cada ocasión que la había encontrado en ese lugar. Solo que la morena estaba diferente. No era una niña como acostumbraba aparecerse. Se veía mucho mayor. Debía tener los dieciocho años con los que contaba actualmente. Elsa ahogó un jadeo sorprendido. Kyla Llevaba un manto rojo de bordes dorados y el emblema del sol le pendía brillante de una cadena de oro que usaba sobre la ropa ligera de viaje. Casi todo lo que vestía era de color carmesí. Tenía los dedos vendados y la capucha puesta, de la cual escapaban mechones larguísimos que se ensortijaban hasta rozar el suelo con las puntas desiguales.
Elsa se quedó en silencio solamente observándola. La piel trigueña, su complexión enérgica y la intensidad que le brillaba en los ojos purpúreos le bastaron para recrearse. Había cambiado tanto de como la recordaba, pero sus facciones estaban ahí. Los ojos gatunos, la nariz recta, la melena azabache alborotada y la boca risueña. Aunque siendo honesta, Elsa no veía a Kyla desde que eran niñas. No podía tener idea de cómo se veía su amiga luego de tantos años de contar solamente con sus palabras para reconocerla.
La viajera inclinó la cabeza mirando a la joven regente de soslayo, y esta se sobresaltó, distrayéndose de aquel pensamiento.
—Ha pasado tiempo, querida Elsa —le espetó tranquilamente.
Elsa se mordió el labio, desviando la mirada. Sabía que estaba soñando, que no era su amiga la que estaba ahí, pero de todas formas el corazón le palpitó aceleradamente apenas la hubo escuchado hablar en ese tono amable y afectuoso. ¿Esa era su voz o lo estaba imaginando? La regente se tocó la frente. Se sentía mareada y confundida. Aún estaba caliente. Era como si siguiera ebria mientras soñaba y eso la hacía pensarse bastante vulnerable. Elsa tembló sutilmente, indecisa entre acercarse a la muchacha o moverse en la dirección contraria y chocar con el tronco del árbol para intentar despertarse.
—¿En verdad eres tú? —le soltó difusa.
La viajera dibujó una media sonrisa en su rostro. Se puso de pie, con lo que su emblema dorado emitió un suave tintinear. Se colocó frente a Elsa, observándola desde una altura tremendamente superior. ¿Cuándo había crecido tanto?
—¿Cómo quieres comprobarlo? —le preguntó Kyla en un susurro amigable.
Elsa frunció el entrecejo, se encogió de hombros abrazándose el cuerpo. La rubia jadeó al ver que la morena se acercaba con los brazos abiertos en perfecto ademán de envolverla con ellos.
—¿Qué haces? No, aléjate —trastabilló Elsa echándose para atrás, temerosa.
Levantó las manos con los ojos constreñidos en una mueca, pero nada sucedió. No escapó hielo o nieve de sus dedos.
Kyla la había sujetado entre sus brazos, aferrándola cálidamente.
—No tienes por qué hacerte esto —le susurró ella en tono afligido—. No tienes que hacerte siempre la fuerte.
Elsa suspiró, colocó con lentitud sus manos temblorosas en la espalda de la viajera. La sintió firme y angulosa bajo sus palmas. Apoyó la mejilla en un brazo suave, y cálido, y entonces sollozó.
Podía sentirla.
Después de años de negarse a cualquier tipo de tacto. Aquello le resultó simplemente increíble a Elsa. Pero estaba sucediendo.
Percibió la ligereza de la tela escarlata, el aroma a canela que desprendían el cuerpo y el cabello de Kyla, el palpitar acompasado de su corazón. La respiración entrecortada de la joven que hundía el rostro en su cabellera platinada y le acariciaba el dorso con una mano de dedos largos e inseguros.
—Te he echado mucho de menos —la escuchó susurrarle.
Elsa no había caído en cuenta hasta ese momento de lo mucho que le había hecho falta sentir el calor de otro ser humano. De lo sola que se sentía la mayor parte del tiempo. De cuánto había añorado estar así con su mejor amiga desde que recordaba haber concebido esa alarmante idea en su corazón.
—Kyla, esto que siento —le susurró Elsa apagadamente entre sus brazos, frunciendo el entrecejo—, me asusta tanto...
La viajera se separó del abrazo, sonrió a Elsa mirándola a los ojos, le acarició la mejilla suavemente con el pulgar, logrando producirle a la regente ese delicioso escalofrío que le recorría la espina cada que Kyla parecía ser la causante.
—También a mí —le respondió la morena quedamente sin dejar de dedicarle aquel gesto gentil—, pero creo que vale la pena superarlo...
El corazón de Elsa se detuvo cuando sintió los labios de Kyla posándose sobre los suyos.
Fue como si el tiempo se hubiera detenido.
Su amiga de la infancia la estaba besando. Kyla la besaba. Los párpados de Elsa le cayeron a la mitad de los ojos y toda su figura se relajó en los brazos de la viajera que la aferraba entre los fuertes dedos. Entonces el pecho volvió a latirle a la pálida rubia. Elsa cerró los ojos y el mundo recuperó su movimiento cuando sus labios decidieron corresponderle. Tímidamente primero y poco a poco fue haciéndolo más intensamente, como le dictaban sus deseos.
La viajera atrajo a la regente hacia su cuerpo, atrapándola bajo su capa roja, la sostuvo por la cintura. Elsa le rodeó el cuello a Kyla con los brazos, decidiendo que se dejaría llevar por la emoción que se agitaba en su interior. Era una sensación aún más embriagante que el agua de fuego, más abrumadora, más cálida y más reconfortante. Elsa no cabía en sí misma de asombro. Al fin estaba probando a Kyla como tanto había tratado de convencerse de no hacerlo. Todas esas emociones que había intentado refrenar y se hacinaron dentro suyo por años las sentía desbordarse. Sin control. Las manos le temblaban. Elsa ansiaba tanto tocarla como Kyla lo hacía con ella, pero no se atrevió. Su respiración se volvió pesada, y percibir la propia agitación de la morena la hacía desfallecer e impacientarse más. La regente rozó su cuerpo contra el de la joven de rojo que tembló, exhalando un suspiro ante aquel embiste. Elsa estaba en trance. Quería sentir a Kyla más que eso, más cerca, más...
—¡No, no debo! —jadeó Elsa al liberarse de los brazos de Kyla resoplando de manera alarmada. Intentando recobrar el control sobre sí misma.
Le resultaba difícil, nunca había sido buena para soportar el calor y se sentía arder en llamas. La vista se le nublaba y las rodillas parecían negarse a soportarle el eficientemente el peso.
¿Cómo era posible aquello en un sueño?
Elsa retrocedió, su espalda golpeó el tronco del árbol que les proporcionaba refugio.
Kyla colocó sus manos contra la madera aprisionándola entre sus brazos, le dedicó una mirada de extrañeza. Su aliento era tan trémulo como el suyo.
—¿Por qué dudas, Elsa?
—Y- yo... no... —balbuceó la rubia desviando la vista. Avergonzada.
—¿Tú... quieres sentir esto? Lo sientes, ¿No? —le cuestionó Kyla arqueándole la ceja mientras le levantaba el mentón con los dedos y la miraba fijamente
Los ojos de Elsa brillaron, más no le respondió. Kyla la estudió detenidamente, pero le sonrió en una aparente comprensión silenciosa.
—Yo no puedo obligarte a nada —le dijo, apartándose, y encogiéndose de hombros. La morena rodeó a la rubia como un gato lo haría con su presa—, pero ¿Tal vez podría persuadirte a admitir esa verdad? Esa que te lastima tanto.
Elsa abrió los ojos como platos, Kyla le acercó los labios al oído para susurrarle.
—Dame una buena razón y me detendré en un instante...
Kyla se soltó el broche de sol de la capa que se deslizó hacia el pasto con un suave siseo y tomó por la espalda a la regente que negó temblorosamente mientras su saco azul era desabotonado hábilmente.
—Esto no está bien...
Elsa se lo repetía constantemente, pero su voz sonaba cada vez más débil en su cabeza y su corazón golpeteaba con más fuerza dentro de su pecho.
Los labios y aliento de la viajera le recorrían el cuello y la sensación la estremecía. Apenas se percató de que la prenda pesada que le cubría los hombros había sido deslizada de sus brazos y se encontraba ya en el suelo junto al manto escarlata. Kyla la besaba al tiempo que desabotonaba con los dedos la blusa de cuello alto bajo la que Elsa se ocultaba. La rubia suspiraba con los ojos cerrados sin sentirse capaz de articular una sola palabra coherente. Recibía ávidamente las atenciones de la boca de la viajera.
Instintivamente le atrapaba el labio inferior entre los dientes y se sonreía de manera insegura. Kyla le retornaba el gesto y la saboreaba sin dejar de desvestirla con aquel tacto seductor.
—Eres hermosa, Elsa. No deberías esconderlo —le susurró al oído cuando sus manos la desprendieron de las telas y le acariciaron la blanca carne—. Eres... El ser más bello que existe.
Elsa se apartó furiosa, resoplaba abrazándose el pecho, agraviada.
—¿Cómo puedes decir eso? ¿Que no sabes lo que soy? —le reclamó al borde de las lágrimas mostrándole las manos temblorosas—. Soy un peligro, ¡soy un monstruo! No se supone que deba sentir, ¡No se supone que deba obedecer esto que me quema por dentro!
Elsa jadeó agobiada por una creciente sensación de culpa arremolinándose en su pecho.
—Lo que siento debería estar aprisionado. ¡No debería de existir!
Kyla la tomó de la mano y jaló a Elsa con fuerza hacia su cuerpo. La regente observó con sobresalto la intensidad de esos ojos amatistas que refulgían por la ira, dibujándole a la morena el gesto más amenazante que se le hubiera visto en la vida. Como si Elsa acabara de pronunciar una blasfemia. Como si odiara lo que la había escuchado repetir. Como si pudiera ver cosas que ella no comprendía.
—Entonces seré la persona egoísta que se alegre por ello —le dijo terminante—. Que se pierda Arendelle y que se pierda el mundo de ser necesario.
Que se vaya todo al infierno.
Elsa abrió los ojos enormes, sus labios se curvaron en una exhalación que la dejó sin argumentos y le bloqueó todo pensamiento coherente posible. Quería creer en sus palabras con todo su ser, probablemente ya lo hacía. Por un segundo se pensó que era correcto, que nunca había escuchado algo tan insensato y tan arrebatado proferido como un juramento que esperaba se cumpliera. Que nunca la perspectiva de ser egoísta le había causado tanta conmoción. Su reticencia la abandonó por completo y besó perdidamente a Kyla. Hasta que sus labios se lastimaron y lograron inspeccionar el interior de sus bocas. Sus lenguas se probaban y comparaban sus sabores. Acariciaban los labios heridos y volvían a encontrarse. La viajera recorrió con sus manos la piel desnuda de la rubia que se erizaba y le acrecentaba ese espasmo delicioso en su vientre.
Elsa se vio a sí misma deshaciendo los nudos del blusón de la morena de manera ansiosa, descubriéndole los hombros y los senos firmes y perlados. Como si siempre lo hubiera sabido, permitió que sus sentidos la guiaran y la exploró con la boca y con las manos. Percibiendo su aroma especiado y la suavidad y el sabor de la piel clara. Lo tonificado de aquel cuerpo que había recorrido el mundo por ella y que se estremecía igualmente bajo su trato mientras terminaban de despojarse del resto de sus ropas.
La cabeza le zumbaba a la regente. El cabello le caía suelto, desordenado; así como sus ideas e inhibiciones. Sentía los músculos tensos, la piel expuesta. Al borde de la inconsciencia. El calor era asfixiante y la debilitaba con cada ardorosa acción. Su fuerza y su voluntad languidecían frente a sus impulsos entre los brazos de la viajera que la besó intensamente, guiándola con su cuerpo a recostarse sobre la capa roja del suelo.
Elsa la abrazó del cuello, gimió ligeramente al sentir el peso y el roce de la piel desnuda de la extranjera sobre ella. Una impresión completamente desconocida que solo contribuyó a descontrolarla. La regente se tensó, estirándose de manera instintiva. Flexionó su cadera en un intento por sentir a Kyla más cerca, más profundamente.
Elsa percibió cómo las manos de la viajera se aventuraban a explorar bajo su cintura.
—No... Esto no —le suspiró agitadamente.
—¿No está bien? —le susurró Kyla en los labios sin intención de detenerse.
—Dios, No lo sé —respondió Elsa con la cabeza dándole vueltas. Se pasó las manos por el cabello respirando pesadamente—. No debería... esto no debería agradarme...
—¿No es lo que deseas? —le inquirió la viajera deteniendo su acción, aguardando expectante, escudriñando dentro de los ojos azul cobalto que centellearon por un breve instante cuando la regente pareció sopesarse la pregunta.
—Sí... —le soltó Elsa con un hilo de voz trepidante mirando perdidamente esos ojos amatistas que la habían hechizado desde hacía tanto—. Sí lo deseo.
Kyla le sonrió e hizo que sus dedos navegaran rumbo al sur, acariciando el vientre de la rubia suspirante bajo su cuerpo. Elsa temblaba anticipadamente. Consumida completamente por el desmoronamiento de su voluntad.
Porque deseaba aquello. Deseaba a la joven que tenía sobre ella con todas sus fuerzas. Desde que las cartas no solo habían logrado traspasar la barrera de la distancia, sino las que se había jurado que jamás iba a dejar caer. Desde que había pensado en Kyla de esa forma, cuando descubrió en lecturas poco apropiadas y autoexploraciones clandestinas que existía ese placer. Porque anhelaba a su mejor amiga en secreta frustración luego de diez años en los que no se vieron una sola vez. A pesar de lo increíble y absurdo que parecía. Pese a que no lo comprendía. Las palabras y acciones lejanas la habían cautivado y la habían convertido en ese manojo de expectativas y deseos que se obligaba a suprimir como si se trataran de una bestia enorme impredecible que amenazara con destruirlo todo.
Su frágil fachada.
Porque muy dentro suyo, albergaba la esperanza de que algún día podría dejar de experimentar ese vacío y sentirse completa. Ser honesta con la naturaleza de su ser en lugar de aferrarse a mantener juntos los pedazos de alguien que una vez fue feliz para mostrarle al mundo lo que quería ver.
El impulso de liberarse crecía en su interior día con día, así como sus poderes y eso la aterraba.
Más si así fuera necio pensarlo. Imposible. Aunque nunca en la vida sucediera. En ese sitio, en ese instante.
No importaba.
La regente cerró los ojos y se rindió ante aquella fragilidad.
—Kyla...
...
Elsa despertó jadeando acaloradamente en su cama, las sábanas enredadas le cubrían la mitad del cuerpo semidesnudo, pequeñas perlas saladas le brillaban sobre la piel lechosa. El pecho le subía y bajaba de manera irregular. Sentía la sangre agolpársele en el rostro abochornado. Juntó las rodillas y se estremeció ante la sensación que le pulsó entre sus piernas. Ya en otras ocasiones había tenido que brindarse alivio para liberar la intranquilidad que se le arremolinaba y la torturaba por dentro; pero aquello había sido demasiado vívido. Demasiado tangible.
—No puedo con esto —resopló apretando los dientes, al hacerse un ovillo y sollozar—. No puedo...
El hielo cubrió su cama adoselada, reptó por las paredes y ventanas de la oscura habitación rodeándola con esa conocida frigidez con la que tendría que convivir eternamente. Se quedó deplorándose larga y tendidamente.
Sabía que era cuestión de tiempo antes de que todo estallara y se le saliera de las manos.
