Nota de Autor: ¿Sabían que existe concept art de este fanfic porque soy artista y a veces estas chicas me obsesionan?
¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!
Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.
Un corazón helado
por Berelince
3 la aristócrata y la bohemia
...
Elsa despertó cuando el traqueteo rítmico de la carreta en la que viajaba se detuvo abruptamente. Abrió un ojo con desgana para luego abrir el otro, parpadeó de manera holgazana ajustándose a la luz del sol crepuscular que le daba de lleno en la cara, se incorporó lentamente apoyándose en los codos. Se pasó la mano por la cabeza, sacudiéndose un montón de paja del cabello. Gruñó ligeramente, sintiéndose tentada a volver a recostarse en ella cuando una mano grande la zarandeó del hombro.
—Eh, chiquilla. Despierta, que ya hemos llegado a Cnosos.
Elsa se ajustó la capa blanca, resopló molesta por lo bajo. Se bajó pesadamente del carromato y se sacó una moneda de plata de la bolsa de su cinturón. Se la lanzó al hombre, que la atrapó en el aire, la miró incrédulamente y la despidió quitándose el sombrero de mimbre que llevaba puesto para dedicarle una sonrisa socarrona.
—Servida, su alteza.
Elsa convirtió sus ojos en dos pequeñas rendijas, pero se pasó la capucha por sobre la cabeza e ignoró la burla, dándose la vuelta mientras el mercader se perdía entre la gente que deambulaba por la enorme plaza adoquinada que marcaba el centro de aquella ciudadela. La joven apretó la mandíbula.
—Algún día —masculló.
Elsa dio un vistazo a la zona mercante de aquella capital. Se sacó un pergamino del bolsillo para releer las indicaciones que había anotado en él. Se suponía que la posada de Aristo debía encontrarse a unas calles de ahí, bajando por un camino serpenteante de piedra. Siguió sus apuntes hasta dar con un caserón de luces iluminadas en la que ya se escuchaba el sonido de la música y las risas de los que habían comenzado a beber temprano. Elsa tomó aire y se acomodó la mochila de cuero que le pendía del hombro antes de entrar.
—Espero que valga la pena —se dijo abriendo la puerta y cruzándola en un suspiro irresoluto.
El ambiente en el interior era tórrido y alegre. Olía mucho a licor y a comida caliente. Variadas chácharas flotaban en el aire y un bardo amenizaba con su lira desde un rincón a quien pudiera dedicarle algunos cobres o una bebida. Elsa respingó, arrebujándose en su manto. Algunas personas la voltearon a ver, pero la ignoraron casi instantáneamente al notar a la desgarbada figura encapuchada que cruzaba el umbral y caminaba hacia la barra que atendía el receloso y corpulento posadero de cabello cano y espesa barba que le dedicó una mirada escrutadora.
—Buenas noches, buen hombre —saludó Elsa tímidamente bajándose la capucha y tomando asiento en uno de los bancos de madera.
La chica se notó una brizna de paja en el mechón de pelo que le caía sobre la nariz y se la arrancó en un veloz movimiento.
—Estoy buscando a Titus —le expresó con una amplia sonrisa.
El rostro del hombre cambió y se tornó amable, como si Elsa fuera su mejor cliente de toda la vida.
—¡Oh, sí, sí! ¡Titus informó de su visita! —le llenó una jarra de cerveza oscura y espumosa y se la puso enfrente, acercándole un plato con cecinas, aceitunas, pan pita y queso feta—. Me pidió que la atendiera bien en lo que se reunía con usted. Consuma cuanto guste. Ya está todo pagado.
Elsa parpadeó, pero le devolvió la sonrisa al posadero, se acomodó en su banco dándole un sorbo a la bebida y mascando un trozo de carne salada, mirando rumbo a la puerta de vez en cuando, mientras el hombre le comentaba que estaba por servirle la carne de cordero más deliciosa que pudiera probar en la vida. Elsa le asentía y escuchaba sus charlas atentamente. Lo dejaba llenarle la jarra cuando el nivel llegaba a la mitad y continuó bebiendo. El largo viaje la había agotado y aquello no le estaba cayendo nada mal. Casi prorrumpió en llanto cuando probó la carne que le sirvieron en aquel humeante platón recién salido de las brasas del que se chorreaba la grasa caliente que se dedicó a absorber con pan crujiente y hacía que le bajara por la garganta con más cerveza.
¡Qué maravillosa era la primavera abundante cuando tenías el estómago tan vacío!
Pasadas dos horas, Elsa perdió la cuenta de cuantas jarras exactamente se había estado tomando; pero estaba discutiendo con otro cliente sobre política, abrazada del bardo mientras le enumeraba con la boca llena de Gyros caliente todas las razones por las que era un idiota desinformado. El posadero la atrajo de nuevo hacia la barra para servirle un par de loukanikos y cebollines asados, a los que sorprendentemente Elsa también hincó el diente con una sonrisa de satisfacción infantil al percibir el sabor de la salchicha picante especiada.
El posadero estaba por llenarle de nuevo la jarra, pero Elsa levantó la mano para frenarlo. Le dedicó una mirada somnolienta, pero firme.
—No quisiera quejarme, pero ¿En dónde está Titus, amigo mío? —tenía las mejillas algo rojas, pero aún se sentía bastante funcional—, ¿Siempre es tan impuntual?
El hombre se encogió de hombros, levantó sus manos para calmarla.
—Ya he mandado a buscarlo, señorita —le explicó apuradamente—. Pero parece que está en la casa de Calantha. No querrá usted ir a meterse allá. Mejor quédese a esperarlo.
Elsa frunció el entrecejo, terminó la comida de su plato. Se limpió las manos y se enderezó en su sitio.
—¿En dónde queda?
El hombre trató de disuadirla, pero ante la terquedad de la muchacha, finalmente mandó llamar a un mozuelo que cargaba un montón de jarras en sus escuálidos brazos. Le ordenó que fuera a guiarla hasta aquel sitio (ante su mirada sorprendida que recorrió a Elsa de arriba a abajo) y luego volviera sin distraerse. Elsa le agradeció las atenciones y salió de la posada rumbo al frescor de la noche. Siguió animadamente al chiquillo que la llevó por callejuelas oscuras y vacías hasta que se detuvieron en una casona de fachada elegante, con tapices y ventanas cerradas de las que escapaban luces ambarinas.
El muchacho tocó la campana de la puerta, se despidió de Elsa con una tímida inclinación y se fue corriendo por donde habían venido. Elsa se sonrió, agitó la mano en el aire despidiéndolo, entonces la puerta de madera se abrió y unos brazos delgados y perfumados la abrazaron por el cuello. La introdujeron al edificio, cerrando la puerta tras de sí.
Elsa se desembarazó del agarre. Entornó los ojos en ese lugar que se mantenía a media luz. Una bellísima mujer de cabello castaño y ojos color aceituna ataviada en un vaporoso vestido purpúreo le sonreía. Le indicó graciosamente con la mano que se sentara en el sillón mullido con cojines que tenía a su diestra. Elsa dudó, pero ante la expresión amable de la joven, se dejó caer en los almohadones mientas la mujer le dedicaba una mirada valorativa.
—Bienvenida a la casa de Calantha —le dijo con una sonrisa agradable de labios seductores—. Mi nombre es Zoé y puedo estar contigo si eso es lo que quieres.
Elsa se sentía adormecida por el licor, la comida y el ambiente oscuro en el que se encontraba; pero abrió muy grandes los ojos ante esas palabras. Miró incrédulamente a la mujer que se acercaba hacia ella.
¿Qué cosa le había dicho?
La joven se inclinó frente a ella, le acarició el cabello, la miró a los ojos, levantándole ligeramente el afilado mentón, inspeccionándola.
—Es una pena que te sientas sola —le susurró comprensiva—, eres muy hermosa.
Elsa abrió la boca como si hubiese querido protestarle algo, pero sólo emitió un gruñido ahogado mientras su gesto se tornaba contrariado. Zoé le sonrió cuando la tomó de las manos.
—Dime... ¿qué puedo hacer por ti? —inquirió la muchacha acariciándole a Elsa la pierna para luego subir esa atención hacia su costado. Los delgados dedos le ascendieron por el cuello. Le acercó los labios al oído—. ¿Te gusto o prefieres buscar a alguna otra chica que te agrade?
Elsa miró nerviosamente a la joven que se le sentó en las piernas y le acariciaba la mejilla que, sintió arder tras esas palabras. Estaba lenta y no entendía lo que estaba ocurriendo; pero evidentemente su naturaleza había quedado bien expuesta con aquella extraña que no dejaba de observarla encantadoramente.
—Si me escoges podría entretenerte mucho —le dijo la moza, antes de plantar los labios sobre los de Elsa y comenzar a besarla de manera experta.
Elsa tembló con el corazón martillándole en el pecho y el cerebro zumbándole en los oídos. No pudo evitar soltar un suspiro al separar los labios de los de Zoé en busca de aire. La muchacha sonrió ante su exaltación. La abrazó del cuello, acariciándole la mejilla sonrosada.
—¿Nunca has estado en uno de estos establecimientos, extranjera?
La joven la miró con repentina comprensión. Se mordió el labio de manera sugerente.
—Si es tu primera vez, Zoé puede ayudarte a hacerlo más placentero...
—No... eh...
Elsa desvió la mirada, mantuvo su pose rígida, aunque por dentro el corazón le latía como loco. Dio un vistazo a su alrededor captando una hilera de mujeres y hombres atractivos que se paseaban con elegancia por la sala. Tragó saliva, entrando en pánico al comprender su situación.
Aquello era una casa de placer, ¡Qué rayos estaba haciendo en ese sitio!
De pronto lo recordó y trató de serenarse lo más que pudo.
—E- estoy buscando a alguien —logró articular en un susurro desmayado mientras Zoé le lamía la oreja—. Se llama Titus —añadió con voz trémula intentando ignorar el cosquilleo que le recorrió el cuerpo.
La muchacha sobre sus piernas soltó una risita divertida, se cubrió la boca con la mano antes de responderle.
—Está ocupado en la parte de atrás —contuvo otra risita al girarle los ojos—, siempre lo está.
Zoé miró a Elsa, le esbozó una sonrisa de complicidad. La tomó de la mano al levantarse haciéndola avanzar torpemente hacia el interior, recluyéndola en una de las habitaciones.
—Ven, espéralo conmigo —dijo en un sugerente ronroneo.
Elsa levantó las manos frente a su cuerpo, negó ligeramente.
—No, te estás confundiendo, yo no...
Elsa jadeó cuando aquella mujer le selló los labios con los suyos y la condujo hacia el lecho lleno de almohadones en esa habitación con velas e inciensos encendidos. Zoé la tumbó con facilidad en la cama. Elsa apretó los dientes maldiciendo mentalmente ante su propia torpeza. La cabeza le daba vueltas y su cuerpo no la obedecía. Sintió unas manos hábiles recorriéndola y produciéndole efectos que no se esperaba, al menos no de parte de aquella extraña que se le había colocado encima y la besaba efusivamente meciendo la cadera de manera lenta y sugestiva contra su sexo, el cual pareció despertar lentamente de un largo letargo tras aquella deliciosa fricción.
Elsa soltó un gemido entre los labios de Zoé ante la placentera sensación.
—Así... déjate llevar —le sonrió la castaña con un gesto complacido cuando se inclinó sobre su piel.
Fue tan inusitado y surreal. La lengua de aquella mujer la invadía y le enseñaba a la suya a seguir aquella coreografía hasta entonces desconocida. Esas manos la recorrieron de manera versada como si supieran perfectamente qué sitios podían hacerla perder el control. Elsa suspiraba y jadeaba pesadamente. Le faltaba tanto el aire y se sentía tan mareada y fuera de sí. Aquello era sofocante. Una parte suya estaba totalmente entrada en pánico y la otra completamente excitada.
Había pasado tanto tiempo desde que la habían tocado de esa forma y su cuerpo cedía lentamente, víctima de la hambruna a la que lo había sometido a la mala. Su autoimpuesto celibato se le escapaba como arena entre los dedos abiertos en su estupor. No debía. Se repetía mentalmente entre temblorosas exhalaciones y espasmos involuntarios.
Intentó incorporarse débilmente, pero unas manos firmes la detuvieron por los hombros. Elsa se estremeció cuando dedos extraños se introdujeron furtivamente bajo sus ropajes y exploraron el calor húmedo que evidenció sus ambiciones ante la joven que le dedicó una sonrisa seductora.
—Deja que te alivie extranjera... —le susurró desabrochándole los botones y deshaciendo los nudos de sus prendas mientras le recorría el cuello con los labios—. Zoé te tratará bien.
Elsa se negaba mentalmente, pero su cuerpo embelesado se mantuvo reacio a obedecer. No pudo evitar disfrutar la sensación de la lengua que le mimó los pechos erectos y los dientes que le mordisquearon la piel sensible. Casi deseó morir de vergüenza por ese gañido lastimero que le abandonó los labios cuando Zoé le recorrió fantasmalmente el interior de los muslos. El aliento se le quemaba velozmente a Elsa en la agitada caja torácica que le subía y bajaba arrítmicamente. Los músculos se le tensaban contra la piel. Apretó los dientes y cerró los ojos que giraron dentro de su cráneo al momento que arqueó la espalda y gimió al sentirse invadida por la dueña de aquellas manos que la estaban descomponiendo, arrastrándola hasta ese punto del que sabía muy bien que ya no podría retornar.
Aquella mujer le pulsó ese nervio en particular que la redujo a un animal y entonces todo pensamiento racional desapareció. La mente se le desconectó y Elsa se dejó dominar por ese fuego que le ardía en el interior y que no estaba remotamente cerca de consumirse. No fue capaz de apagarlo ni de pensar en otra cosa por varias horas...
—Maldita sea...
Elsa se sentó pesadamente bajo el cobijo de un árbol frondoso cuando logró abrirse paso hacia la vacía plaza principal de la ciudad en la helada madrugada. Llevaba las prendas mal ajustadas y arrugadas. Se las había echado encima con premura cuando abandonó la casa de Calantha de manera furtiva como una delincuente. Deshonrada totalmente por su actuar. Revolvió entre las pertenencias de su bolsa hasta sacar un pequeño fardo que depositó en el suelo y desenvolvió lo mejor que pudo. Observó detenidamente el contenido, suspiró en su resignación.
Tenía que ser débil. Siempre tan débil.
Se dedicó a llenar de tabaco oscuro la cazoleta de la pipa de brezo que sostuvo en su mano y se metió con dedos temblorosos la boquilla entre los labios, intentando serenarse. Hurgó en su bolsa en busca de un fósforo mientras en su cabeza repasaba penosamente lo que había sucedido. Aquella mujer no solo la había convencido (con esa preocupante facilidad) de entregarse a las urgencias de su solitario cuerpo hasta hacerla desbordarse, sino que Zoé había repetido el proceso otras tantas oportunidades antes de darse por satisfecha con su trabajo, y solo entonces, le permitió a Elsa acurrucarse entre las sábanas del lecho bufando desmayadamente, temblorosa, desnuda, cubierta de sudor y demás humillantes transpiraciones mientras perdía la conciencia agotadamente entre esos brazos ajenos que la confortaron aunque no se trataban de los que su corazón anhelaba. Toda la situación le produjo un sentimiento detestable. Tan amargo como la hierba que esperaba arder ante su nariz si al menos pudiera encontrar un maldito fósforo.
—¡Scheiß! (mierda) —maldijo perdiendo la paciencia al no dar con las cerillas y enfrentarse a su conciencia que no hacía más que torturarla por el encuentro con aquella Schlampe.
El alcohol y la necesidad no le parecían buenas excusas para haber sucumbido. Ella lo había permitido todo. Lo había disfrutado. Se quitó la mochila, la tiró al suelo pateándola lejos. Se dejó caer en la hierba y se quedó sentada apretándose los dedos contra el cabello, mordisqueando la boquilla de su inútil pipa apagada.
—No debía ser así...
Una mano le acercó fuego. Elsa se tomó un momento desconfiadamente, pero quemó la mezcla de Burley y Latakia que ardió en la cazoleta de su pipa. Aspiró largamente por la boca, exhalando por la nariz el humo de gusto fuerte en una bocanada malhumorada. Miró con el entrecejo fruncido al hombre de perfecto cabello y barba castaños que tenía frente a ella y que le sonreía con sus finos labios y sus maliciosos ojos celestes.
—¡Arschkeks, verfluchter! (estúpido, cabeza de mierda) —le soltó Elsa en un muy poco elegante y florido bramido, apretando los puños y la mandíbula como si planeara partir la boquilla de su pipa con los molares—. ¡Maldita sea, Titus, eres un imbécil!
El nombrado Titus se encogió de hombros y se acomodó el broche dorado de noble cuna de su túnica sin darle importancia a los insultos que le dirigía la alterada muchacha que seguía maldiciéndolo en esa lengua primitiva que a él ni le interesaba.
—Creí que lo necesitabas —admitió con simpleza—. Has estado insoportable y ya que no haces nada remotamente parecido a encargarte del asunto, imaginé que tenía que engañarte para hacerlo.
El joven sonrió descaradamente cuando se pasó la mano por la barba perfectamente recortada.
—No conozco mejor forma de encontrar relajación que pasar un rato en brazos de una hermosa mujer, y ya que eso era parte del problema... —torció las cejas, incrédulo—. ¿Qué no piensan igual las personas como tú?
Elsa desvió la mirada, inhaló profundamente con lo que la cazoleta de su pipa se iluminó en un tono rojizo que le brindó a su rostro un aspecto lúgubre.
—Supongo, pero no... no así... —Elsa se arrebujó en su capa, ocultó la cara entre sus manos con los hombros caídos—. Creo que me siento peor.
—Vamos, no tiene importancia —replicó Titus propinando una despreocupada palmada en la espalda doblada de la miserable joven—. ¿O es que acaso ese polvo ha cambiado lo que sientes por ella? —agregó enarcándole las cejas.
Elsa se sobresaltó. Se llevó los dedos a los labios. Negó con la cabeza sintiendo que el calor se le agolpaba en las mejillas. No había podido dejar de pensar en ella. Estando ahí, las dos, bajo el sauce, amándose sobre la capa roja; sin duda la imagen de todo aquello había contribuido en la experiencia, pero de todos modos...
—Creo que es precisamente por ese motivo, que ESO fue una terrible idea —le contestó girando los ojos un tanto exasperada—. No tienes idea de lo que ha podido pasar. Ni siquiera yo lo sé.
Se pasó la mano por el cabello y resopló mortificada.
¿Cómo asegurarse? Tendría que escribirle de inmediato.
—Titus, si te pido que envíes un mensaje breve usando tu sello, ¿en cuánto tiempo cruzaría el Thalassa?
—No lo sé —respondió el joven girando sobre su dedo el anillo con el emblema del águila grabado en el metal precioso—. Supongo que un día o dos.
Elsa asintió, se arrebujó entre la tela de su capa blanca, abrazándose los costados y concentrándose en su tabaco. Necesitaba acomodar sus ideas y pensar con claridad. Una línea muy seria le cruzaba la frente.
—Vaya que estás mal —le soltó Titus, mirándola en su sorpresa. Tomó asiento a su lado—. ¿De verdad ella significa tanto para ti?
Elsa frunció el entrecejo y suspiró.
—Mira, solo déjame y asegúrate que podamos meternos a las ruinas de Zakrós lo antes posible. Tiene que ser en estos días. Tenía la impresión de que al Rey le interesaba —farfulló con fastidio.
—Y lo hace —respondió Titus por primera vez en un tono serio.
Elsa se levantó, tiró las cenizas de su pipa a la tierra, donde las extinguió con la suela de su bota.
—Te veré más tarde —le soltó resentidamente—. Tengo que ir a tomar un baño gracias a ti.
—¡De nada! —Le respondió Titus en tono burlón viéndola alejarse.
Elsa farfulló, le hizo una seña obscena con la mano sin volverse.
Caminó por la calle hasta meterse a una de las tantas termas (baños públicos) que se podían encontrar por la ciudad. Pagó por una estancia en el caldarium, solicitando un simple labra. No necesitaba la suntuosa piscina del alveus cuando una tina de vaporosa agua caliente perfumada podía bastarle para sus propósitos.
Se desvistió y se metió en el agua relajando su cuerpo.
Aunque no había estado de acuerdo con lo que había pasado y todavía se sentía bastante estúpida y culpable al respecto. Debía admitir que también se encontraba muy aliviada físicamente hablando.
—Dios, si era criminalmente bueno cómo se sentía hacer aquello.
Si tan solo pudiera ser capaz de liberar esos deseos y explorar esas sensaciones con la mujer que realmente era la dueña de sus noches solitarias y anhelantes.
Con aquella joven dulce de mirada profunda como el mar, de piel de nieve y cabello platinado.
Con su princesa de hielo.
Con Elsa...
En el agua, el reflejo de ojos gatunos de color amatista y cabello negro azabache le devolvió la cansada mirada.
...
Elsa despertó sobresaltada. Se enderezó en su cama. Resopló pesadamente unos instantes con los ojos muy abiertos. Recorrió los alrededores como para asegurarse en dónde se encontraba.
En el silencio de su habitación, la luz de la luna que se reflejaba en el fiordo se filtraba por su ventana. Estaba en su alcoba, en Arendelle y no en un sitio lejano desconocido cruzando el mar. La joven se pasó la mano por la frente que sentía palpitante y apretó los dientes ante el dolor punzante. Sus labios se movieron inconscientemente ante las palabras que se formulaban en su mente.
—¿Kyla? —repitió en un suave susurro ahogado.
Elsa se sentó al borde del lecho. Se abrazó los costados, tratando de procesar todo lo que había visto en ese extraño sueño. Al principio pensó que se trataba de sí misma, pero la persona que había vivido esa noche de locos fue Kyla todo el tiempo. Elsa frunció el entrecejo. No imaginaba muy bien cómo, pero de alguna forma se había sentido dentro de su amiga todo el tiempo. Visualizando, y experimentando lo mismo que ella.
Elsa no tenía conocimiento de cómo era el mundo fuera del castillo. Nunca había visto esa ciudad, no conocía a ese Titus y mucho menos... Sintió un espasmo en su pecho cuando recordó la sensación de aquella exótica mujer recorriendo su cuerpo... el de Kyla y empujándola hasta aquel incontrolable estado febril.
¿Es que acaso compartía inquietudes como las suyas? ¿Ella también?...
Elsa se mordió el labio, se abochornó ligeramente repasando sus propias reacciones ante aquella alucinación tan vívida. El estómago le ardió por alguna razón como si tuviera carbones calientes ante la idea de su amiga suspirando fogosamente entre los brazos de aquella desconocida que logró satisfacerla tan competentemente.
—T-tiene que haber sido mi imaginación —se susurró desconcertada—. Es imposible.
Hasta ese momento Elsa nunca había pensado en la vida de Kyla. Para ella todo había sido lo que leía en sus cartas. No había pensado en lo que pasaba fuera de ellas. En sus viajes, los lugares que visitaba, las situaciones que padecía o disfrutaba, las personas que conocía, lo que hacía...
Elsa meneó la cabeza y se cubrió la boca con la mano ocultando un lamento disgustado. Kyla toda la vida representó una presencia segura. Siempre estuvo ahí para ella. Había sido su soporte y su confidente por más de diez años. Y de pronto ese pilar se le derrumbaba ante la idea de tratarse de un ser humano como cualquier otro, lo que la dejaba a ella ahí tambaleándose entre los escombros de su propia verdad idealizada.
Elsa se dio cuenta que aunque ese sueño solo fuera producto del agua de fuego y una cruel broma de su imaginación. No conocía verdaderamente a su amiga.
Miró por la ventana con pesadumbre. Afuera de su habitación y de las puertas cerradas de su castillo, el mundo giraba y las personas se mantenían en movimiento. Kyla tenía una vida en la cual ella no participaba y quizá jamás lo haría, así como la regente tampoco podía formar parte de las experiencias de su hermana Anna. Elsa suspiró. Volvió a recostarse de manera resignada y con la mente cansada. Esperaba que unas horas más de sueño la aliviaran de la resaca que estaba sintiendo machacándole ya la atribulada cabeza.
...
—¡No voy a hacer eso! —chilló Elsa sacudiendo su trenzado, mientras negaba fervientemente y miraba horrorizada como Kyla le sostenía frente al rostro una lombriz de tierra que se agitaba entre sus dedos.
—Tienes que hacerlo —le respondió la niña con solemnidad. Su melena alborotada seguía cada movimiento brusco que realizaba animadamente-. Por tus deditos torpes perdí a mi querida Francis.
—¡Era una rana asquerosa y la acababas de atrapar! —bramó Elsa exasperada. Se señaló los zapatos llenos de barro y el estanque en el que habían estado jugando—, ¡Esa cosa ni siquiera tenía nombre!
—¿Tú qué sabes? Nos estábamos haciendo tan cercanos Patrick y yo, ¡qué insensible! —le respondió Kyla en un sollozo actuado—. ¡De verdad eres fría, Elsa!
—La acabas de llamar Francis —le espetó la princesa arqueando la ceja.
—Patrick suena mejor —contestó Kyla, sonriendo ampliamente con lo que Elsa podía ver el hueco que le había dejado a la morena la caída de su más reciente diente de leche.
Elsa se sonrió ligeramente ante la perspectiva, pero se negó rotundamente. Kyla le agitaba la lombriz en la cara con una sonrisa maliciosa y Anna las miraba a ambas con las manos en la boca temiéndose lo peor.
—Bueno, entonces es un reto, princesa. Veamos quien sí tiene las agallas —le siseó la extranjera arqueándole las cejas. Sonrió con suficiencia.
Elsa resopló con enfado.
Anna sacudió la cabeza ahogando un grito agudo. Conocía muy bien la reacción de su hermana mayor cuando se trataba de cuestionar su valía.
Elsa le dirigió una mirada encendida a Kyla, de pronto pareció más alta y enérgica. Se plantó firmemente sobre los pies y se apartó el flequillo de los ojos.
—Muy bien, ¡dame acá esa cosa!
La heredera le arrebató el bicho de las manos a la sureña y lo sostuvo entre sus propios dedos, si bien su expresión dibujó una mueca al contacto, su decisión no disminuyó ni un poco.
Kyla se sonrió, atrapó otra de aquellas criaturas invertebradas. Anna las miraba con una expresión que se debatía entre el terror y asco que le producía la idea de lo que estaban por hacer y el oscuro y morboso placer de verlas realizar semejante acto tan estúpido.
Las niñas mayores se observaron fijamente, contaron hasta tres, metiéndose su respectivo bicho a la boca. Elsa y Kyla se miraban desafiantemente mientras cada una mascaba. Pasados unos segundos, sus cejas se torcieron y sus respiraciones parecieron detenerse esperando que una de las dos tragara. Anna podía ver que la cara de su hermana estaba roja e irradiaba concentración, Kyla estaba casi morada al borde de las lágrimas. La última abrió la boca, cayendo de rodillas, escupía pedazos de lombriz y tierra húmeda, jaló aire a sus pulmones, metió la mano en el agua para lavarse haciendo buches. A su lado, Elsa hizo exactamente lo mismo, pero sólo hasta asegurarse de ser la segunda en hacerlo.
—¡Que baboso, jajaja, que asco, creo que me quedará la sensación en la lengua de por vida! -chillaba Kyla entre risas que una histérica Anna compartió con ella.
—¡No sé porque me dejé convencer! —le decía Elsa, ceñuda—. ¡Esto a leguas se veía mal!
—Bueno, pero ganaste el reto y tienes que admitir que será gracioso de contar algún día.
—Kyla, te aseguro que, si llega a saberse, te mandaré ejecutar cuando sea la Reina.
—¡Valdrá la pena si haces esa cara con tu corona puesta!
La heredera de Arendelle desvió la mirada con la cara roja mientras Kyla y su hermana se divirtieron a sus expensas.
...
Elsa se encontró aquella mañana lidiando angustiosamente con la primera resaca de su joven vida. Estaba doblada ante el escritorio de su estudio con las cortinas de las ventanas corridas y las manos apretadas contra las sienes. El recuerdo de esa tonta apuesta de su infancia le había llegado a la mente por algún motivo. Quizá porque sentía la boca llena de tierra como en aquel entonces.
—Santo cielo, esto es terrible —lloriqueaba arrepentida.
Gerda le servía una taza de humeante y cargado café que le mezcló con chocolate a la regente que gimoteaba ante el sonido de la cuchara metálica golpeteando contra la fina porcelana. El ama de llaves se sonrió por lo bajo como si recordara el primer día que Elsa había mamado de bebé y no creyera cuánto había crecido la muchacha ahora que estaba ahí padeciendo su primer tropiezo con el alcohol.
—Ya, ya, su alteza. Se sentirá mejor en un par de horas —la tranquilizó la mujer amablemente.
Elsa gimió como única respuesta. Gerda le acercó un vaso enorme de jugo y un plato con huevos y tocineta que la regente miró no muy convencida. Sintiéndose traicionada al no recibir su pan y su queso de cada mañana. Abrió la boca para protestarle a su vieja nana.
—Cómalo todo —la apuró Gerda, ignorándola olímpicamente al acercarle los cubiertos—. Recuerde que tiene que seguir supervisando el ostara y no puede desplomarse si es apenas el segundo día.
Elsa le dirigió una mirada que intentó ser fulgurante, pero que se apagó derrotada, por lo que decidió ponerse a partir la panceta. Fue entonces cuando el traqueteo de una hilera de armaduras siendo derribadas por el vestíbulo la hizo aullar de dolor y congelar el escritorio por acto reflejo.
—¡Anna! —chilló entre dientes la muchacha, apretándose las orejas con los enguantados dedos escarchados.
La sonrisa poco disimulada del ama de llaves atormentaría a la regente por más de una penosa temporada mucho después de aquél incidente.
Luego de su abundante desayuno y muchísimos líquidos, Elsa tuvo que admitir que se sentía mucho mejor. Ya que las celebraciones del Ostara le habían liberado gran parte de su agenda y que su presencia como observadora en el Halling (baile) no sería requerida hasta el atardecer, Elsa decidió meterse en la biblioteca.
Ahí se la pasó varias horas revisando algunos libros y mapas que tenía colocados sobre la mesa. Informándose ampliamente sobre aquella ciudad de su sueño. Cnosos. Le sorprendió saber que si existía en primer lugar. Al parecer se trataba de la ciudadela más importante del reino minóico, ubicada en una isla en el mediterráneo oriental. Eso estaba casi en el mar Egeo según sus mapas y a varios días en barco. La regente se mordió el labio y regresó la vista al grueso tomo que formaba parte de los varios volúmenes que Kyla le había hecho llegar como obsequio en el pasado. Elsa no pudo evitar pensar que aquella se trataba de una extraordinaria y conveniente coincidencia.
—El Reino Palacial —leyó para sí misma.
Se quedó un buen rato repasando los datos que hablaban sobre los diez castillos de las ciudades más importantes de aquella civilización y estudió con fascinación sus estructuras e intrincadas construcciones, decidiendo que le agradaba la idea de las columnas y los arcos en su elegante arquitectura.
Fue mientras leía la historia de un padre y un hijo atrapados en un laberinto imposible de resolver junto a una bestia mitad hombre, mitad toro, que la vista se le nubló a Elsa y los párpados le cayeron pesadamente cuando sus pupilas se dilataron y las imágenes frente a ella se tergiversaron al transformarse en algo distinto. Las sensaciones a su alrededor cambiaron y entonces la negrura la envolvió. Su cuerpo cayó pesadamente hacia adelante y se quedó inerte, reclinada de forma desmayada sobre la madera y los desperdigados documentos.
...
Elsa miró el pergamino en blanco que tenía frente a ella y la pluma cargada de tinta que le temblaba en la desnuda mano trigueña de largos dedos para nada parecidos a los suyos.
¿Qué demonios se suponía que debía de escribir?
—¿Ya terminaste la carta? —la apuró Titus.
El barbado le dirigió una mirada aburrida desde los cojines en los que estaba recostado comiendo uvas de un racimo que acariciaba en su brazo.
—Tienes que terminarla para el mediodía si es que esperas que le llegue a tu mujer esta semana.
—No es mi mujer ni nada por el estilo —farfulló Elsa secamente apartándose el rebelde mechón oscuro que le caía sobre los ojos y comenzando a garabatear sobre el papel—. Solo es... importante para mí —le soltó evasivamente.
Titus se sonrió y escupió unas semillas por la ventana.
—Importante, claro —Titus soltó una risita y comenzó a enumerar con los dedos—. Dices que llevas años colgada por ella. Nunca le has dicho cómo te sientes, Has estado vagabundeando por dos continentes tratando de cumplirle una promesa que le hiciste de niña. No has disfrutado de tu juventud ni tenido el sexo libre que te corresponde y llevas toda la mañana ahí sentada mirando un papel en blanco porque no puedes dejar de sentir que la traicionaste por acostarte con una doncella de Calantha.
Titus resopló incrédulo y se cruzó de brazos.
—¡Kyla, me aseguré de conseguirte a la mejor! joven, hermosa, buena en la cama y sana. No veo cuál es el problema si según Zoé fuiste bastante insaciable...
Desde su sitio, Titus podía ver que las orejas de la morena estaban rojas, pero la muchacha no se movió. No le iba a dar la satisfacción de mostrarle el color del resto de su cara.
—Es complicado —le respondió ella entre dientes.
—Vamos, no puede haber sido la primera vez que lo hacías —le dijo sonriendo estúpidamente.
—No, sabes que no lo fue —admitió ella levemente sintiendo otra punzada en las entrañas—; pero, es complicado.
El hombre jugueteó con su barba y farfulló.
—Aquí a esa idiotez le decimos amor platónico —Titus se dejó caer en sus almohadones con los brazos cruzados bajo la nuca—. El eterno romance y la contemplación que no te lleva a ningún lado. Es un gran desperdicio para mi gusto.
Elsa se sintió suspirar, aunque los labios de los que le escapaba el aire no se trataban de los propios.
—Es cierto lo que dices —pronunció, encogiéndose de hombros—. Sé que suena estúpido y todo un desperdicio, pero no puedo evitarlo. Al principio lo intenté. Intenté de verdad separar esto y lograr establecer una relación física con alguien más. Lo quise y fue agradable y todo, pero al final... mi felicidad siempre llegaba con la correspondencia y simplemente no pude con lo demás —bajó la vista hacia las palabras que había escrito y esbozó una sonrisa ensimismada—. Yo... solo quiero poder estar cerca suyo de alguna forma. Aunque sea esta. No tiene sentido escribirle nada de lo que pasó porque ni siquiera tendría que importarle. Sé que es algo imposible para mí... solo quiero saber que está bien y que las cosas entre nosotras siempre van a ser así, aunque nunca estemos juntas.
Titus torció la boca, frunció el entrecejo mirando de reojo a la pensativa morena que firmaba crípticamente su breve misiva.
—Es una mujer importante, ¿verdad? Una que no puede permitirse una indiscreción.
—Es una mujer que no puede permitirse muchas cosas —completó ella con un suspiro, doblando el papel y metiéndolo dentro de un sobre—, pero no puedo decirte, Titus. No es necesario que lo sepas.
—Debería saberlo si ese mensaje va a llevar mi sello —advirtió el barbado arqueándola las cejas cuando se levantó y se colocó a su lado.
Elsa se sintió detenerse a medio camino de vaciar el lacre caliente sobre el papel, le dirigió a Titus una mirada suplicante. El hombre resopló, meneándole la cabeza.
—Está bien, está bien. No revisaré nada ni haré preguntas. Pero para que conste, me parece estúpido lo que haces.
Titus presionó su anillo en el lacre de color azul, estampando el águila de su sello en el sobre cerrado.
...
—Su alteza... su alteza... princesa Elsa...
Elsa abrió los ojos lentamente, cayó en cuenta que se encontraba apoyada sobre los libros y mapas que había estado revisando en la biblioteca. Al parecer se había quedado dormida sin percatarse. Gerda le daba toquecitos a la mesa para tratar de hacerla volver en sí.
—¿G-Gerda?... —balbuceó la regente sintiendo aún los párpados muy pesados. —¿Qué ocurre?...
La mujer la miró con extrañeza e hizo el ademán de querer sostenerla, pero se contuvo.
—Son la seis de la tarde, su alteza. Debería estarse preparando para presidir el Halling. Es casi la hora.
—¿Uh?... oh, sí, el H-Halling. Si. Tienes razón —Elsa se incorporó, le tomó solo un segundo retomar su pose real de siempre—. Estaré en mi habitación alistándome. Bajaré en un momento.
La mujer asintió, miró con preocupación cómo la joven regente se alejaba caminando pesadamente tocándose la cabeza.
—Otra vez —se dijo Elsa por lo bajo, palpándose la frente—. ¿Por qué estoy soñando estas cosas? Ni siquiera supe cuándo me dormí, y la cara que tenía Gerda era tan extraña...
—¿Me veré tan mal?
Elsa sacudió la cabeza, se acarició las manos enguantadas. Recorrió el largo pasillo que conducía a la puerta blanca de decorados azules. Se mordió el labio y sintió que sus mejillas se encendían al recordar su conversación... la de Kyla, con Titus. De nuevo era como si hubiera estado ella misma dentro del cuerpo de la morena. Viendo lo que ella, escuchando y sintiendo lo mismo, y aparentemente pensando y hablando como si se trataran de la misma persona. No podía explicarse algo como eso. Ni evitar el peso del significado de las palabras y los hechos que ahora de forma testaruda le resonaban inquietantemente en la mente.
—Ella... Lleva años sintiendo algo... ¿por mí? —se preguntó Elsa a sí misma esbozando una ligera sonrisa, sin estar segura de sí esperaba obtener una respuesta.
No lo había pensado antes de su sueño. Había fantaseado con ello, claro; pero nunca lo había tenido como una posibilidad, o al menos una que pudiera tomarse seriamente. Ni siquiera estaba segura de sí podía hacerlo en aquel momento. ¿Porque qué rayos podía significar?, ¿Qué tendría qué hacer? Kyla y ella eran muy cercanas, en palabras. ¿Pero podía decir que tenían ese grado de intimidad?, ¿Podía llamársele confianza a aquello? Y si no, ¿Qué era? ¿A que habían estado jugando mientras se cartearon los últimos diez años?
Jugando. Esa podía ser la palabra.
No era un secreto que a menudo se dejaron llevar por la familiaridad y nunca delimitaron una frontera sobre lo decorosamente permitido y lo demás. Pero no parecieron necesitarlo en el pasado. ¿Qué era lo que había cambiado? Esa alucinación no podía ser otra cosa más que eso y aunque Elsa no podía negar sobre lo creativa que le resultaba (ya que se encontraba a unas horas de distancia de la que la había asaltado en su cama), tampoco podía evitar sentirse curiosamente emocionada por el suceso.
Había pasado mucho tiempo percibiendo esa especie de atracción hacia su mejor amiga y en realidad ella también llegó a sentirse resignada a mantener siempre su relación de esa forma. Platónica, como la nombró el joven barbado de sus visiones.
¿Podía ser posible que lo que existía entre Kyla y ella se tornara en otra cosa? ¿Algo más?
¿Pero y si solo se trataba de sí misma expresándose como si se encontrara en el lugar de Kyla? Como si en su mente estuviera usando la imagen de su amiga para contestarse sus propias preguntas a su conveniencia...
No. No podía ser. El diálogo de la morena con Titus contenía información de eventos que ella no conocía, ni podía imaginar. Así que algo de eso tenía que ser de algún modo cierto, a pesar de no saber cómo era que estaba ocurriendo todo eso en primer lugar.
Aunque su entusiasmo se le desvaneció al pensar en la veracidad del resto de la plática.
Porque significaría la confirmación de que Kyla podría haber pasado la mayor parte de su noche teniendo sexo con otra mujer y aparentemente no había sido su primera encamada.
—¿Y eso a mí que rayos me debería de importar? —se murmuró la regente con enfado cuando la idea hizo que se le retorcieran las entrañas y le temperatura a su alrededor disminuyera.
Por un momento, Elsa se sintió avergonzada dentro de su estupor. No hacía ni doce horas que había puesto a Kyla bajo la misma luz que la iluminaba a ella y ya estaba, ¿qué?, ¿Reclamándola para sí misma? ¿Admitiendo que por alguna especie de empatía gremial creía que le pertenecía y que por eso debía agraviarse?
Por supuesto que la quería. Kyla era lo más cercano que tenía a un familiar vivo (al menos uno con el que mantuviera una buena relación), si bien se trataba de alguien con quien guardara tanta lejanía; pero aquel enojo suyo le resultaba irracional. No tenía sentido. Elsa no comprendía cómo era que podía sentirse tan cercana a Kyla, encontrándose esta a cientos de kilómetros, mientras tenía que ser tan distante emocionalmente con su propia hermana con la que habitaba el mismo hogar. (Pese a que Elsa era muy consciente de haberse pasado la vida anteponiendo las necesidades de Anna por encima de las de suyas)
Ambas jóvenes ocupaban un lugar importante en el corazón de Elsa y eso la agobiaba.
Parecía absurdo, pero no podía dejar de darle vueltas al dilema, porque a Anna era natural amarla. Se trataba de su sangre y su único contacto con lo que quedaba de su casa. La esperanza de un linaje recaía sobre los hombros de la pelirroja. Todo lo que Elsa recordaba sobre su infancia y ser feliz brillaba en la alegre mirada turquesa de su hermanita que todos los días se afanaba por agradarla, aunque esa felicidad se encontrara distorsionada por la magia de los trolls y pareciera ahora tan improbable.
—Pero en esa felicidad también refulgían ojos violetas.
Eso era un hecho que no podía negarse. Muchas veces a Elsa le pasó por la cabeza la idea de que aquella infancia compartida fuera la causa por la que Kyla le resultaba tan significativa; pero desechaba rápidamente la teoría porque no lo sentía enteramente de esa forma. Algo dentro suyo le decía constantemente que eso no lo era todo, porque había algo más grande y trascendental que, aunque no fuera capaz de desmenuzar o poner en palabras, la sobrepasaba y resultaba tanto o más incontrolable que sus poderes de hielo y nieve.
—¿Y si fuera realmente amor?
Elsa se apretujó los dedos nerviosamente, se reprochó frustrada por no ser capaz de reconocer ese sentimiento. ¿Qué era el amor si no una más de aquellas emociones que se obligaba día a día a borrar de sus pensamientos y de su actuar? No tenía idea de cómo reaccionar. Ni con el asunto del amor, ni con los celos y posesividad que estaban aflorándole en el pecho atosigándola y confundiéndola. Poniéndola a divagar de esa manera tan absurda.
La regente resopló. Le molestaba saberse tan torpe y alienada en el tema como si ni siquiera fuera humana, y peor aún, armarse todo aquel lío por una situación totalmente hipotética que había visto mientras dormía. Porque en lo que a ella le concernía, estar un momento dentro de su cuerpo y al siguiente ver a través de los ojos de Kyla era algo ridículamente imposible.
¿Pero y si no era así?
—No, no. No puede ser —se repetía, tratando de razonar con lógica—. Debo estarme inventando todo esto. Los nombres, los lugares. Seguro lo escuché o leí antes y me estoy imaginando todo este cuento porque en el fondo es lo que me gustaría que sucediera... —Elsa apretó la mandíbula y enderezó aún más su recta postura al girar la perilla de su puerta—. Eso no puede ser... —se contestó firmemente para dar por zanjadas esas inútiles especulaciones.
Elsa recorrió su extremadamente ordenada habitación y se acercó a un maniquí en el que ya estaba preparado un vestido negro con motivos florales y los colores tradiciones verde y rojo oscuro típicos para el halling. La regente comenzó a desvestirse y cambiarse las prendas en lo que mentalmente repasaba los graciosos giros y saltos que las parejas realizaban en aquel baile tradicional.
Los pasos del halling eran tan acrobáticos que se había vuelto una costumbre llevar a cabo una competencia para descubrir quiénes eran los bailarines más osados de la fiesta. Ningún evento se salvaba de aquello. Ni festivales, ni bodas y todo mundo era libre de participar. Elsa conocía muy bien todos los pasos, pero nunca había sido capaz de reunir el valor necesario para abandonar la prudencia que la mantenía aferrada a su sitio designado en el que se dedicaba exclusivamente a la expectación. El lugar seguro para ella.
Elsa se abotonó uno de sus típicos sacos que hacían juego con sus conjuntos y se aseguró que su falda estuviera lisa e impecable. Revisó que su cabello fuera perfecto y se retocó el maquillaje. No tenía que hacer la gran cosa en el halling, solo sentarse en el palco viendo cómo todos la pasaban bien y seleccionar a la mejor pareja de danzantes, pero como también había un grupo de jueces para eso, su trabajo solo consistiría en estar de acuerdo con ellos.
Elsa suspiró imaginándose a su hermana Anna dando vueltas y moviéndose con gracia alrededor de la pista de baile junto al resto de jóvenes que se congregarían para la celebración. Parecía que siempre era así, la diversión y las risas estaban destinados para los otros y para ella solo quedaban las ineludibles obligaciones.
Elsa se estremeció apesadumbrada ante el pensamiento y abandonó su recamara, enfilándose a la ciudadela.
—A montar el espectáculo.
...
—Creo que ese chico rubio de la esquina es el mejor de todos, ¿No te parece? —pronunció Anna con una sonrisa amplia dirigiéndole una mirada cauta a su hermana.
—¿Mmm? —fue toda la respuesta por parte de la difusa regente.
Anna se hundió en su asiento y regresó la vista a la pista de baile. Elsa suspiró. Había estado distraída todo el evento pensando en Kyla y en sus sueños. Se sentía un poco mal porque sabía que su hermana aprovechaba los escasos momentos de esos eventos donde podían estar juntas, aunque fuera de manera formal.
Elsa sabía que Anna hacía todo lo posible por socializar con ella y enmendar su fría relación, pero eso era algo que la regente no podía permitirle por su propio bien, aunque su hermanita no se diera cuenta de ello. Era tan difícil protegerla cuando ella insistía tanto.
Habría que alejarla, como era su costumbre.
—¿No vas a bailar con el resto de las doncellas? —inquirió Elsa, extendiendo su mano enguantada rumbo a la pista de baile, al tiempo que sentía una ligera punzada en el pecho al darse cuenta de la manera en la que le pedía a su hermana que se retirara de su presencia.
Anna la miró boquiabierta con los ojos brillantes, llenos de sentimiento.
—Yo... —la pelirroja se enredaba nerviosamente las manos en el regazo. —pensaba que... tal vez...
Elsa dio un trago de su copa de akevitt para ocultar cualquier signo de emoción en su rostro y le arqueó una ceja a su hermana.
—Deberías unirte al grupo —indicó, señalándole a las personas de abajo que se tomaban de las manos en una rítmica y alegre ronda—. Eres joven y sabes bien que yo no bailo —añadió cortando la oración que la muchacha estaba por formular, aunque le dedicó una sonrisa amable para suavizar el efecto de aquella orden.
Anna la miró con sus enormes ojos turquesas y se pasó tímidamente un hilo de cabello tras la oreja.
—Sí... tienes razón —la pelirroja se levantó del asiento y se alisó los pliegues de la falda antes de encaminarse a la escalerilla para descender rumbo a la fiesta—. Tu... ah, te ves muy hermosa —titubeó al explicarse—, no sería justo para nadie si tu...
—Gracias, Anna —la cortó Elsa, antes de beber nuevamente de su copa. Bebió un trago grande con el fin de ver si podía atribuirle al licor el color repentino que le afloraba en las pálidas mejillas.
—Sí, bueno... Nos vemos —soltó decepcionada la joven princesa.
Elsa la observó alejarse. Se pasó cansadamente la mano enguantada por la frente. Cómo detestaba ese tipo de situaciones. Era en escenarios como aquel, estando rodeada de gente y bullicio que resentía más que nunca su soledad. No era justo que tuvieran que ser así las cosas entre ellas. Eran familia. Lo único que tenían ambas y sabía que era cuestión de tiempo para que su hermana llegara al límite del rechazo que era capaz de soportar.
Si tan solo ella hubiera nacido normal. Si la magia no le recorriera por las venas y su tacto no lastimara —se lamentaba Elsa con pesadumbre—. Si sus emociones no causaran tantos estragos. Si tan solo las malditas no fueran tan confusas. Habría crecido junto a su hermana y su mejor amiga y confidente habría estado ahí, justo en la habitación de al lado. Sus padres no habrían tenido que estar siempre con el ojo puesto sobre ella, eternamente preocupados por una vieja canción profética que para nada tendría que ver con su persona. El castillo tendría siempre sus puertas abiertas y sería bullicioso e interesante. Elsa habría podido vivir afuera. Sintiendo el sol, tostándose la piel, cabalgando junto a Anna en su propio fino y mimado corcel, disfrutando del ajetreado ir y venir del puerto. Subirse a una nave para recorrer el mundo con su hermana y hablarse de todo porque entre ellas nunca se guardarían secretos.
Kyla podría haberlas visitado siempre que lo deseara y las tres habrían sido las mejores amigas sin restricción alguna. Sin ninguna atadura. Sin ningún temor. Porque ya que Elsa estaba usando la imaginación, también soñaba con que sus sentimientos para con la morena serían puros y no debía acomplejarse por no encajar en las convenciones sociales, pues tampoco tendría inmorales pensamientos sobre ninguna viajera de cabello negro azabache, ni ninguna otra mujer. Porque ella sería simplemente un impecable modelo a seguir y una gobernante ejemplar. Digna sucesora de sus padres y representante de la casa de los Arnadalr. Todo lo que los reyes de Arendelle habían deseado que fuera.
Si tan sólo hubiera nacido normal.
Elsa podría haber dejado que sus lágrimas le corrieran libremente por el rosto si no se hubiera recordado que se encontraba en un evento público. Ella no era normal. Nunca iba a poder serlo. Sabía que siempre trataría de complacer la memoria de sus progenitores, pero pocas veces estaba segura de poder lograrlo del todo. La magia no le daba cuartel un solo segundo. Era traicionera y escurridiza, como un perro desobediente que malagradecidamente pareciera aguardar cualquier descuido de su parte para ir a morderle la mano. Su corazón no era mucho mejor que sus poderes si este se la pasaba demostrando su entusiasmo ante las personas incorrectas. Era como si a pesar de los años, el encierro y la represión, Elsa no hubiera sido capaz de desarrollar un ápice de voluntad cuando se trataba de acomodar sus pensamientos y estos incluyeran a Kyla. La morena se le estaba tornando en una malsana obsesión y Elsa ya no sabía a qué dios debía encomendarse para que aquella situación cambiara. Había momentos en los que las posibilidades le arrebataban el aliento en frenesí y otros como aquel en el que solo la hacían encogerse en sus remordimientos. Y Anna. Dios, Anna. Elsa ni siquiera sabía cómo comenzar a enumerar todo el daño que le había causado a su dulce hermana. Anna era tan inocente, entusiasta y noble, pese a que ella casi la había matado cuando niñas. No importaba que ella no fuera capaz de recordarlo. Elsa jamás lo olvidaría. Anna era la mejor hermana menor y ella tenía que ser tan adusta todo el tiempo, haciéndola a un lado y rechazándola, aunque la pelirroja jamás cesara de intentar y siguiera componiéndole esa bella sonrisa en la ingenua esperanza de obtener la reciprocidad que Elsa diariamente le negaba.
Como si no bastara con que sus días fueran amargos, también tenía que ensombrecer los de Anna.
Elsa se mordió el labio pensando en la promesa que les había hecho a sus padres mucho antes de que murieran. Mantener lejos a Anna no debería impedir que fuera agradable y se prometió que la próxima vez que vistiesen de gala, sería ella quién la halagaría.
...
—Santo Dios. Somos una nación de borrachos, Gerda —susurró Elsa con un hilo de voz áspera que sonaba lastimera—. Pereceremos por el alcohol o nos conservaremos en él. Y ambas alternativas implican sentirse así de mal...
Elsa tenía la cara pegada al escritorio y era plenamente consciente del sonido rasposo que emanaba del pan tostado al que el ama de llaves untaba una generosa porción de queso bree. Por primera vez en la vida, Elsa pensó que odiaba el pan.
—Lo que pasa es que usted ha estado bebiendo de más, su alteza —la mujer frunció el ceño contrariadamente—. No debería tomar tan en serio esas viejas tradiciones. Es muy joven todavía como para quemarse la garganta en los festivales. No veo ese afán suyo estos días por terminar su propio barril de akevitt —le reprochó sirviéndole las tostadas en el plato—. Se está acercando a conseguirlo.
Elsa gruño sin levantar la cara de la madera. Sabía que los reclamos de su nana eran ciertos, pero una vez que Anna la había dejado ahí en el palco con sus pensamientos y estos pasaron a extinguirse hasta quedarse en blanco con la visión del baile y las parejas. No pudo evitar pensar en las habilidades de Kyla de intentar aquella danza. Era como si simplemente no fuera capaz de sacársela de la cabeza. No tenía idea en realidad si ella bailaba. Nunca lo había mencionado en sus cartas. Aunque dada la naturaleza de su personalidad, Elsa imaginaba que sí, y a pesar que los bailes de Corona requerían más zapateo, el Schuhplattler incorporaba muchos saltos, cosa que pensó no debería de dificultársele a su amiga debido a su complexión, y bueno, una vez que pensó en su constitución, una cosa llevó a la otra... y Elsa no creyó que pudiera sentirse más acalorada si en realidad se hubiera bebido el barril de akevitt que le había mencionado Gerda. Elsa torció las cejas y ahogó un bufido exasperado. Definitivamente era un caso perdido.
El ama de llaves le colocó un cuenco con guisado de cordero y una taza de té a lado de su alteza, y estaba preparándole los cubiertos, cuando un atronador golpeteo en su puerta amenazó con derribarla, o al menos así se lo pareció a Elsa, que gimió sin moverse de la posición que mantenía con la mejilla apoyada contra el mueble de roble.
—Pase —respondió en un susurro ahogado.
Kai entró al despacho llevando un montón de documentos consigo y se detuvo en seco. Le dirigió una mirada extrañada a Gerda quién le hizo un ademán de que debía hablar en voz baja, luego miró a la joven regente con medio cuerpo tendido sobre el escritorio, y esbozó una ligera sonrisa. Era como ver al Rey cuando tenía su edad y pasaba por lo mismo durante sus primeros festivales. Vio a la princesa suspirar y enderezarse en su silla, posando sobre él esa mirada tan adulta para su edad, cargada con las mismas responsabilidades que le ensombrecían los ojos como de igual forma llegó a ocurrir en su tiempo con su padre.
El sirviente se aclaró la garganta antes de hablarle quedamente.
—Llegaron los documentos que estaba esperando sobre las reformas mercantiles, mi señora, y el contrato por la compra de la flotilla en la que decidió invertir. Hay algunas cartas también.
Elsa asintió levemente y le hizo una seña a Kai para que depositara todo en la mesita que tenía a su lado.
—¿Podrías arreglar una reunión con el concejo para la tarde? —le dijo colocando la servilleta en su regazo y acercando su plato—. Me pondré al día con esto y tomaremos decisiones entonces. Sé que todos desearán terminar temprano por las fiestas —Elsa esbozó una media sonrisa pensando en la noche repleta de postres y tartas en la que a ella también le gustaría verse involucrada.
—Por supuesto, su alteza.
—Gracias, Kai.
El hombre se retiró con una reverencia y Gerda comenzó a separar los documentos. Elsa estaba mordiendo animadamente su tostada con queso cuando abrió los ojos como platos y sacó de entre las manos del ama de llaves un sobre con sello azulado y un águila impresa en el lacre endurecido.
—¡No puede ser! —se dijo, admirando el artículo como si irradiara fuego entre sus helados dedos resguardados.
Gerda la miró con estupefacción. No reconoció la marca en el sobre, ni entendía el sobresalto de su joven regente.
—¿Sucede algo su alteza?
Elsa se ruborizó, balanceó el sobre en su mano en lo que creyó que sería un buen intento de parecer casual.
—Oh, nada. Esperaba correspondencia de mi amiga Kyla. Ella se encuentra ahora en... —Elsa se obligó a recordar—. ¡Cnosos!, si, Cnosos —carraspeó y desvió la mirada concentrándose en su plato—. Lindo lugar... o eso he leído —depositó el sobre a su diestra y se metió la cuchara a la boca para evitar tener que pronunciar nada más.
Gerda apretó los labios.
—No importa lo entusiasmada que se encuentre este año, su alteza... —le susurró con amabilidad- No más agua de fuego para usted hasta nuevo aviso.
Elsa le sonrió apenadamente y le asintió concediéndole la razón. Desayunó lo más rápido que pudo para tener la oportunidad de quedarse a solas y leer aquel mensaje.
Cuando el ama de llaves recogió la loza vacía y se dispuso a retirarse de la habitación, la muchacha se encontraba hojeando el pesado fardo de leyes de comercio exterior con suma concentración como la dedicada regente que era. No bien hubo Elsa escuchado que los pasos de Gerda se perdían al final de las escaleras, que hizo a un lado el montón de papeles y cogió presurosa el sobre lacrado, quebrantando el sello con dedos temblorosos. Se pasó la lengua por los labios y se inclinó hacia adelante como si pretendiese meterse ella misma dentro del pergamino. Tomó aire al recorrer los ojos azules por la alegre y firme caligrafía.
"Querida Elsa:
Sé que debe parecerte una sorpresa recibir esta carta con un sello diferente al del Sol, pero ¿No te parece grato que podamos comunicarnos tan velozmente? Te escribo desde un hermoso castillo con vista al mar, justo como el tuyo, aunque puedes apostar que hace mucho más calor aquí. Mi anfitrión, Titus Gianakópoulos es el heredero del palacio más grande de la civilización Minóica y es todo un personaje, pero me ha ofrecido toda su hospitalidad e influencias con tal de extraer los secretos de las ruinas de Mykênai. Es una vieja ciudadela olvidada, sepultada bajo la tierra y el agua que puede ocultar información que conteste muchas preguntas.
¿Podrías escribirme estos días y brindarme algo de confianza antes de zambullirme al mar? Puedes enviar tu mensaje por este conducto. No es necesario que escribas remitentes ni uses tu sello, sólo dirígelo a mí. (Así es, ahora soy medianamente importante.)
P.D. Perdona por no enviarte nada en esta ocasión, pero si te sirve de algo, he visto este símbolo constantemente aquí y de alguna forma me hace pensar en ti, así que te lo comparto. Espero que me escribas pronto y te encuentres bien."
KWF
Elsa arqueó las cejas y estudió ese distintivo. Tres espirales se entrelazaban triangularmente de sus puntas encerradas en un círculo. No tenía idea de lo que significaba ese símbolo, pero recordaba perfectamente haberlo dibujado cuando estuvo dentro del cuerpo de su amiga, redactando exactamente esa misma misiva.
La regente se recargó en su silla procesando aquello. Su pecho subía y bajaba ante cada exhalación que escapó de sus labios y que adornaban la expresión más difícil de descifrar que alguna vez le hubiera cruzado el rostro.
Todo era cierto.
Elsa repasó aquello en su mente. Las palabras. Los hechos. Kyla.
Sus sueños habían ocurrido en realidad.
