Nota de Autor: En este capítulo jugaremos un poco y haremos algo muy de Frozen con la inclusión de un número musical. La canción utilizada para esto es "Hildring" de la interprete noruega Helene Bøksle ¡Espero les guste el resultado!

¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!

Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.

Un corazón helado
por Berelince
4 La soñadora y la aventurera

...

—Somos iguales.

Elsa frunció el entrecejo y se mordió el labio, sintiendo un golpeteo taladrándole el pecho por aquella realización, como si de repente todo lo que creyera hubiera sido una gran mentira. Una extraña broma. Se había sentido tan sola y alienada durante gran parte de su vida y la respuesta siempre la tuvo ahí gritándole entre sus manos. En las cartas que recibía puntualmente por parte de la morena.

Si tan sólo se lo hubiera imaginado.

¿Habrían sido diferentes las cosas?

Elsa negó con la cabeza, respondiéndose a sí misma. Por supuesto que no. Se sentía tan perdida ante aquellas ideas y estaba tan atemorizada y perturbada que con seguridad se habría alejado de Kyla si hubiera descubierto esa revelación en el pasado; y sin embargo ahora... para Elsa era un alivio. Se trataba de la confirmación que necesitaba para comprender que no estaba sola. Que sus anhelos eran compartidos y al parecer, correspondidos.

—Kyla y yo...

Elsa releyó la carta recordando el sueño en el que ella había ocupado el lugar de su amiga. Palpitando inseguramente ante el papel en blanco al exponer sus angustias con el príncipe barbado que la cuestionaba sin comprender sus motivaciones. La regente arqueó las cejas. En realidad, ella tampoco las entendía. No se imaginaba cómo había comenzado todo aquello.

¿Cuánto tiempo exactamente llevaba Kyla guardándole ese cariño? ¿Cómo había sobrellevado y aceptado su forma de ser? Porque para Elsa, era evidente que así era. Su amiga no parecía tener reparo en obedecer sus pretensiones, y... La regente tragó saliva.

Kyla había mencionado sus intentos de ignorar lo que sentía por ella con otras personas.

Elsa sintió que la mandíbula se le tensaba ante la idea y aborreció tener que sopesarlo. Le parecía estúpido e injusto para Kyla reaccionar de esa manera, puesto que ella era una persona libre que podía ir y hacer lo que quisiera con quien le viniera en gana; más, sin embargo, el ardor que le recorrió las entrañas a la regente fue tan patente como si una nación extranjera profanara sus tierras y ella se sintiera dispuesta a declarar la guerra y aplastar al enemigo con tal de recuperar lo que por derecho le pertenecía.

Era un impulso extraño, incluso la analogía no correspondía a su pensamiento pacifista; pero así lo razonó.

Elsa se llevó los dedos sobre la boca abierta, horrorizada ante el descubrimiento de que era una mujer posesiva y que ya reclamaba impetuosamente a su amiga como suya.

Se colocó las manos en la cara y se llenó de vergüenza. No sabía qué pensar de sí misma y no quería ni imaginarse lo que especularían de ella los demás. Elsa ahogó un gemido y sus ojos azules se dilataron sobrecogidos.

¡Dios, lo que pensarían sus difuntos padres!

Las cejas de la muchacha se curvaron en su pálida frente cuando cerró los ojos y percibió el descenso de las comisuras de sus labios. De pronto, una creciente sensación de culpa le crepitó en el corazón y lo quemó haciéndole daño.

Elsa estaba segura que en el fondo, ellos lo sabían.

El Rey no la habría educado ni preparado como lo había hecho si no lo hubiera anticipado.

Elsa habría deseado tanto haberse sincerado con su padre, (aunque el mero pensamiento la sobrecogiera) pero su inseguridad nunca le permitió encontrar un momento adecuado para ello. Además, toda la relación entre ellos se mantuvo en un nivel formal y académico, si bien nunca dejaron de ser los más cercanos.

Elsa en realidad ya no recordaba quién de los dos había levantado ese muro invisible de educada familiaridad que solo era capaz de expresar el afecto por medio de palabras que no permitían ningún exceso. Razón por la que Elsa prefirió enfocarse en el desarrollo de habilidades para afrontar sus obligaciones de futura gobernante, junto al constante recordatorio del control y disciplina que debía mantener para con sus caóticos poderes helados. Aspirando al orgullo paterno, aunque este fuera uno silencioso y solemne.

—Al menos me lo habría ganado.

La muchacha miró la superficie fina y reluciente del escritorio que había pertenecido a su padre y lo acarició con las puntas de sus dedos insensibles por la tela blanca que los cubrían con esa delicada capa de seda que llevaba usando casi toda la vida.

El Rey de Arendelle había sido esa figura vigilante y protectora que parecía cuidar los pasos que ella andaba, aún si la muchacha nunca se imaginó los escenarios que el soberano evidentemente sí hubo vislumbrado varios años atrás, con la pulida capacidad de observación de un experimentado campeón de ajedrez que prepara su territorio para desarrollar sus mejores jugadas.

Elsa recordaba que casualmente en una o dos ocasiones su padre la había aleccionado sobre los arreglos que tendría que hacer si algún día decidía aceptar desposarse con un príncipe consorte; también sobre las funciones que tendría que cumplir para asegurarse que la familia real de Arendelle tuviera descendencia. (por muy terribles que le parecieron) En muchas otras, le había explicado cómo tendría que hacer los arreglos de aquel proceso para su hermana, poniendo especial énfasis en el hipotético caso en el que un posible sobrino varón la llegara a suceder en el gobierno.

Hablaron ampliamente en más de una ocasión sobre las opciones más sensatas y competentes de aquellos tiempos para ensamblar un buen gabinete y Elsa muchas veces quiso cuestionarle el motivo de sus incomprensibles sugerencias; sin embargo, nunca trataron el tema de su propia naturaleza. Como si esta, por omisión, se tuviera por sentada al igual que sucedía con sus innombrables poderes.

Porque sus inclinaciones debían ser un comportamiento con el que simplemente había nacido, (así como le pasaba con aquella maldición de hielo) y que no se discutió una sola vez. Elsa a esas alturas no era capaz de imaginarse si la causa fue una tácita aceptación o porque no se podía hacer nada contra ninguna de las dos fallas. Las cuales, de todos modos, la regente creía imposibles de reparar.

Elsa nunca dudó del amor que veía reflejado en los profundos ojos del Rey de Arendelle, si bien muchas veces pudo percibir un rastro de pena en ellos. Imaginar la verdad de los pensamientos de su padre, era el tipo de cosas que lograba quitarle el sueño a Elsa en sus solitarios momentos vulnerables de auto-rechazo, donde se daba el lujo de revolcarse en autocompasión para luego zambullirse en su propio y tormentoso mar de incertidumbres.

—¿Realmente se sentirían tan decepcionados?

Elsa dirigió sus pensamientos hacia su madre. La Reina no fue un caso muy diferente. Ella la había visto crecer con esa elegancia recatada tan propia y melancólica, pero su afecto y cuidados para con su primogénita fueron completamente innegables. Elsa torció los labios sutilmente al recordarla. La monarca de Arendelle era una mujer dulce que besaba raspones, sonreía como un ángel y tenía la capacidad de cambiar el gentil gesto por una enfática mueca iracunda cuando la ociosidad infantil de sus princesas lo ameritaba, que sabía abrazar y confortar como solo las madres pueden hacerlo, y que el escrutinio de sus ojos podía sacarle a cualquiera la confesión de una fechoría. Pero esa mirada materna era también amable. Le evocaba alegría en su corazón la mayor parte del tiempo y la suave voz de la Reina constantemente expresó palabras sabias que últimamente Elsa, ahora como regente se había estado recordando.

Porque las enseñanzas de su madre fueron siempre distintas a las del Rey, aunque más crípticas y confusas.

La Reina le hablaba de las cosas que no se percibían, las que eran subjetivas y más difíciles de comprender para Elsa y que formaban parte del arte de formarse como una mujer con poder. Discutían mucho sobre la naturaleza de las cosas. Los misterios ocultos tras ciertos gestos en las personas y la verdad implícita que podía deducirse si se observaban fijamente los alrededores. Analizaban tranquilamente las palabras de antiguos pensadores, y las horas se les escapaban de las manos entre premisas que buscaban desentrañar la sabiduría imbuida en sus textos; aunque su intención nunca pareció ir tras motivos políticos o ventajosos, sino que aspiraba a comprender las cuestiones más básicas del pensamiento de la humanidad. Cómo el origen de los conceptos de la virtud y la maldad.

Mientras las lecciones de su padre fueron las que podían servirle para manejar el reino, las de su madre parecían servir para aplicarlas en la vida. Aunque en su momento, Elsa no lo hubiera considerado de esa forma.

La Reina era paciente y amorosa. Contemplativa. Elsa perpetuaba en su memoria las ocasiones en las que se sentaban a beber el té y parecían entenderse sin palabras. Como si los ojos azules de madre e hija bastaran para ello. Recordaba su dulce voz cuando enfrascada en algún lienzo, le tarareaba las líneas de la melancólica Mitt Land.

"Du er den sangen som synger i meg / Tú eres la canción que canta para mi"

"den tonen som aldri dør hen. / En ese tono que nunca morirá"

Elsa sintió las lágrimas resbalando por sus mejillas. Las dejó surcarle el rostro y empaparle las solapas del saco oscuro.

Ya no podía hacer nada más que pedirles su perdón.

La regente apretó los puños y se levantó de la silla de respaldo alto secándose los ojos con el dorso de su mano enguantada. Sabía que lo correcto habría sido utilizar el pañuelo de su bolsillo, pero no le importó. Se dirigió a la ventana cerrada y miró hacia el soleado exterior, a los paseantes que disfrutaban de las celebraciones primaverales. Elsa apoyó la frente en el cristal y resopló afligidamente apretándose el estómago con la mano.

¿Cómo iba a manejar un asunto así entre la corte y la población? ¿Cómo reaccionarían si supieran que su futura reina era una hechicera que prefería la compañía femenina? (si bien aún era toda una virgen al respecto fuera de su inquieta imaginación.)

—Sería todo un escándalo... —pensó al sentir que el aire se le quedaba en los pulmones y todo su valor se le esfumaba.

Arendelle seguía celebrando sus viejas costumbres y era una tierra reacia al abandono de su herencia en aras del sentido de civilización. Si bien era cierto que los sacrificios y las ofrendas de sangre habían disminuido con la introducción de la religión cristiana que apaciguó aquellas tierras vikingas. Se había logrado solamente una mera relación de tolerancia entre ambas creencias.

Era un tanto incongruente hincar la rodilla ante un Dios crucificado y llenar la copa por el sueño de Odín en el invierno, pero eso sucedía.

El pueblo e incluso sus padres y ella misma aún leían las runas que guardaban la información de hechizos y supersticiones que se seguían transmitiendo de generación en generación, y prácticas como el Ostara (que se fusionaba con la Pascua), y pequeños actos como cargar con una bellota en el bolsillo para la buena suerte o encender piras a la mitad del verano para celebrar a las criaturas mágicas de los bosques aún se llevaban a cabo aunque leyeran la biblia por las noches y escucharan sermones los Domingos.

La expresión de Elsa vaciló y se miró las manos. Ya era bastante malo ser una Seiðr, sin duda alguna así la reconocería la gente si presenciaran su poder, con la palabra antigua designada para las hechiceras malignas.

¿Pero además resultar ser tan retorcida como para amar a una persona de su mismo género?

Elsa sintió que el corazón se le caía a los pies. Su religión lo condenaba. Eso lo sabía bien, y aunque no se consideraba muy devota que digamos, aquello no era bien visto en ninguna parte.

En los países del sur se castigaba con la muerte, en el este se pagaba con el exilio. En su hogar, lo menos que se esperaba era la excomunión y la pérdida de su título o peor aún, su cabeza. Era el método típico de ejecución después de todo.

Claro, seguramente podía estar exagerando, pero nunca había conocido un caso así y no se sentía muy segura de encontrar algún dato que lo corroborara en el libro de su familia.

Nadie habría resultado tan estúpido como para ponerlo por escrito. Al menos eso se repetía para sentirse menos anormal.

Como si la perspectiva de calcinarse en el infierno no resultara lo suficientemente persuasiva, siempre estaba el hacha para asegurarse que los límites quedaran lo suficientemente establecidos.

Elsa se acarició inconscientemente el largo cuello. Se pasó el nudo que sentía en la garganta y trató de fijar toda su atención en el montón de papeles que la aguardaban sobre el escritorio y que tenía que comprender para su junta de la tarde. Decidió que estudiaría primero y ya pensaría en sus sentimientos después.

No había prisas para ello.

...

Los doce miembros del concejo ya ocupaban sus lugares y se pusieron de pie ceremoniosamente cuando Elsa entró a la gran sala seguida por Kai. La regente les dedicó un educado saludo a los asistentes y tomó su posición en la silla alta al extremo de la larga mesa de madera mientras el sirviente le entregaba a cada representante algunas páginas que contenían los puntos que tendrían que revisar en esa junta. Elsa suspiró. Parte de las desventajas de ser la Princesa Regente y no la Reina, era que cada decisión que tomara tenía que ser primero votada y aprobada por ese grupo conformado por los señores de las provincias de Arendelle. Así sería hasta que cumpliera la mayoría de edad, cuando el consejo se reduciría entonces al representante de la capital, su legislador, su tesorero y su sabio; los cuales tendría que elegir luego de ser coronada.

—Caballeros —Elsa le agradeció con un movimiento de cabeza a Kai cuando le acercó una taza de té, y el hombre le dedicó una reverencia antes de retirarse de la sala—, el Fika de este año parece más espléndido que de costumbre. Se han estado hirviendo cantidades colosales de café en las cocinas desde temprano —la regente sonrió elegantemente y acomodó las páginas que sostenía entre sus manos—; Así que sugiero que liberemos la agenda temprano.

Los hombres se sonrieron entre ellos y asintieron animadamente. Fika era la fiesta del café y prometía una agradable velada repleta de pasteles, galletas y chocolates. Ningún oriundo de Arendelle se negaba al consumo de la cafeína o al dulzor y hasta Elsa tenía que admitir que se le hacía agua la boca ante la perspectiva de degustar un buen kaffebrød (pan de café) pensando seriamente que bien podría atreverse a molestar a su hermana, arrebatándole algunos de sus preciosos Krumkakes (barquillos rellenos) los cuales la pelirroja acaparaba recelosamente como un dragón a su tesoro, en cada ocasión que se incluían aquellos cucuruchos en algún menú desde que tenía cuatro años.

—En el primer punto. Sobre el aumento en los Aranceles...

Pasadas dos horas, Elsa había negociado y logrado la aprobación de casi todas sus propuestas. Un par seguían en el tintero y aún sentía que le faltaba pelear un poco más para convencer a los representantes de tomar medidas preventivas ante la centralización de sus recursos por parte de Weselton, ya que consideraba que otros países podían pagar mejor por sus materias primas y ser menos abusivos con los impuestos. El más anciano del grupo comenzó a dedicarle una retahíla sobre la ancestral relación entre ambas naciones y el más joven y entusiasta de los hombres se dispuso fervientemente a apoyar lo que decía el primero, valiéndose de un montón de anotaciones y gestos animados.

La regente se resignó, recargándose en su asiento, a escucharlo.

A Elsa no le importaba mucho el argumento de la imagen exterior. ¿Qué clase de imagen le pintaba Arendelle al mundo de todos modos? Con sus puertas cerradas desde la década anterior y todas esas evasivas oficiales en las que cordialmente se negaban a cambiar la situación. El comercio se había visto sumamente afectado por esas medidas y los aliados no sobraban. Elsa como buena hija de su padre había tomado la estafeta de su gobierno en sus manos, pero era difícil manejar las cosas de esa manera. Estaban casi a la mitad del siglo y Dios sabía que no podían quedarse atrás cuando el resto del continente bullía con los vapores de la Revolución Industrial.

Kyla le había contado aquello con detalle. Las actividades que se estaban llevando a cabo en Inglaterra. Con la invención de esas máquinas que agilizaban las labores en los telares y la ampliación de las líneas ferroviarias que conectaban a las grandes ciudades valiéndose de locomotoras que transportaban materias primas y personas de un punto a otro con extremada efectividad.

—Algo digno de verse, sin duda —se pensó la regente dándole vueltas a la idea de la fortuna que debía sonreírle a su amiga si es que ella podía presenciar cómo estaba cambiando el mundo, a la vez que era capaz de recorrerlo en perfecta autonomía.

Con libertad.

Elsa tamborileó con los dedos sobre la mesa evidenciando su poca paciencia para las reuniones y posó los ojos azul cobalto en el té que se agitaba levemente dentro de la taza que tenía frente a ella. Una sensación de somnolencia la invadió de manera soporífera cuando la vista se le nubló y se perdió en ese vacío conocido que la llevó al interior de la mirada de Kyla, muy lejos, en otro lugar.

Elsa sintió que su cuerpo no podía sostenerse en ninguna superficie. Sus pies se sacudían pesadamente sin conseguir la gran cosa mientras el agua helada que la calaba hasta los huesos la bamboleaba violentamente sin que pudiera hacer algo al respecto. El sonido que le llenaba los oídos era el del mar que no dejaba de arremeter contra ella. Percibía un fuerte olor a cieno en esa abrumadora oscuridad y una terrible sensación de impotencia se le fue agolpando en el agitado pecho, donde su corazón latía vertiginosamente sabiéndose en peligro.

—¡Titus! —se escuchó gritar Elsa aterrada con esa voz ajena en la penumbra inundada.

—¡Resiste, Kyla! —respondió el hombre en un eco que a ella le pareció demasiado lejano.

El agua ya le llegaba al cuello y la piedra que le bloqueaba el paso no cedía. Elsa apretó los dientes y llenó sus pulmones de aire apenas un segundo antes que el mar terminara de colarse violentamente en aquella negra cámara y la constriñera contra la pared opuesta, empapándole hasta el último mechón oscuro de cabello. Se golpeó fuerte en la nuca cuando su cuerpo chocó duramente contra el mármol que llevaba siglos hundido. Elsa maldijo para sus adentros por la punzada que le aguijoneó los omóplatos, sacudió la cabeza sintiéndose atarantada, pero braceó lo más aprisa que sus músculos se lo permitieron en el más básico instinto de supervivencia al tiempo que luchaba contra la pesada ropa que la jalaba hacia abajo.

Elsa se sintió nadar hasta que logró alcanzar la entrada bloqueada por la que sólo pasaba el agua salada. Extendió las manos y palpó y empujo desesperadamente hasta rajarse las palmas en un alarido silencioso. Abrió la boca estremecida por el daño que le ocasionó la piel herida y la falta de oxígeno, cuando su cuerpo se sacudió terriblemente ante su inminente realización.

Los ojos violetas se le abrieron en pánico.

No quería morir ahí. No podía terminar así. No cuando se encontraba tan cerca.

La vista se le oscureció a Elsa, el último de sus necios suspiros escapó agresivamente de los labios de Kyla en un montón de burbujas que le estallaron en la cara blanca como papel. Un último pensamiento le cruzó por la mente cuando la negrura y la frialdad la consumieron y todo se convirtió en silencio.

—"Elsa..."

—Su alteza, ¿está de acuerdo con lo que afirma Brokk?

Elsa parpadeó, saliendo de su ensimismamiento con un jadeo alterado. Recorrió confusamente los papeles que tenía enfrente, ordenados perfectamente sobre la mesa larga en la que se encontraba sentada con sus concejales, quienes aparentemente no habían reparado en el breve lapso alucinógeno dónde habían perdido a su princesa regente momentos antes.

—¿Qué rayos había sido eso?

—Eh... sí, claro —logró articular ella con la mejor compostura de la que pudo hacer gala a la vez que se esforzaba por no comenzar una ventisca en la sala—. T- totalmente. Me parece perfectamente razonable.

Los miembros del concejo asintieron con las cabezas y desviaron la atención a sus documentos, pasando al siguiente punto de la agenda. Elsa clavó la mirada en su regazo y se apretó fuertemente las manos frunciendo el entrecejo. Intentó hacer el mayor esfuerzo por controlar el ritmo acelerado de su perturbada respiración.

La regente conocía demasiado bien la sensación como para ignorarla. Su angustia por lo acontecido en esa visión estaba agolpándosele en el pecho y transformándosele en terror. Estaba a punto de comenzar a hiperventilarse y quebrarse en uno de sus conocidos ataques de pánico, los cuales casi siempre culminaban en estallidos de agudos cristales de hielo. Elsa comprimió la mandíbula y sacudió los hombros sin que pudiera hacer algo para controlar aquel terrible temblor.

—No sientas, no sientas... —se repetía mentalmente rechinando los dientes.

—Sobre los pagos para la nueva flota...

...Kyla...

Los ojos cobaltos de Elsa se abrieron enormes cuando se le contrajeron las pupilas. Recorrían con nerviosismo los rostros de los hombres que la rodeaban.

—...la proyección anual indica un nivel de endeudamiento de...

...No te atrevas...

Las lágrimas le quemaron a Elsa tras los párpados que se obligó a cerrar con fuerza. No podía quedarse un minuto más ahí. Su cuerpo seguía gritándole desesperadamente que necesitaba escapar a un sitio seguro. Que debía salir de ahí antes de que fuera demasiado tarde.

—...necesitaría recaudar el primer pago con impuestos...

...a morir ahora...

Elsa colocó las manos sobre la mesa, se levantó tan abruptamente que los hombres que la asistían tropezaron con torpeza cuando la imitaron y se quedaron boquiabiertos, mirándola confusamente con expresiones bobaliconas. La regente respiró profundamente y se obligó a mantener una postura solemne. Tenía que retirarse antes que aquello le resultara imposible.

No podía concentrarse en contener la tormenta cuando su mente no hacía más que gritarle que su amiga había muerto de aquella forma tan espeluznante.

—Caballeros, me temo que tendremos que posponer esto —pronunció Elsa cruzándose de brazos y avanzando rumbo a la puerta—. Por favor Wilheim envíe una minuta de esta reunión a mi despacho el día de mañana. Volveremos a encontrarnos pasado el ostara. —ordenó por sobre su hombro—. Son días de guardar igualmente en nuestros países vecinos después de todo —añadió dificultosamente a manera de disculpa, esbozando una tensa sonrisa—. Por favor disfruten las festividades.

Los concejales se miraron entre ellos, pero asintieron y se levantaron ellos mismo de sus asientos cuando la regente desapareció apresuradamente del salón por la enorme puerta de roble.

Elsa corrió por el vestíbulo, se urgió penosamente a subir las escaleras que de pronto le parecieron interminables. Las piernas y todo el cuerpo le temblaban por el dolor. Podía sentir como la temperatura a su alrededor disminuía. Resopló en un intento de darse ánimos y subir los dos tramos que le faltaban para llegar al corredor que la conduciría finalmente al resguardo de su alcoba.

La regente rogaba mentalmente con todas sus fuerzas que la promesa del fika y los postres hubiera logrado sacar a Anna del castillo. No quería toparse con su hermana cuando se encontraba ella en aquel estado. Era peligroso. Nunca le había pasado algo así cuando se encontraba en el exterior. Siempre fue capaz de mantenerse bajo estricto control, le gustara aquello o no. No podía darse el lujo de aflojar las riendas con las que sujetaba sus poderes por la seguridad de quienes la rodeaban.

En el rellano casi se estrelló contra Kai, pero logró esquivarlo a duras penas. Por un segundo, gobernante y sirviente solo se vieron frente a frente de manera consternada. El hombre ahogó un grito al reconocer la expresión despavorida y doliente de la regente que escapó de su escrutinio con una exhalación.

—¡Su alteza! —soltó Kai corriendo tras ella.

Elsa perdió el equilibrio y casi terminó en el piso, pero contorsionando su cuerpo, logró recuperarse en el aire, extendió la mano cuando vislumbró la puerta blanca de cristales azules al final del pasaje. Giró el pomo con manos nerviosas y se encerró en la habitación dando un portazo y trabando el seguro tras de sí. Kai se detuvo en seco, ahogó un gemido al escuchar un alarido junto al sonido de la madera pesada siendo azotada contra el suelo (probablemente alguna de las sillas). La regente gruñía y la temperatura que escapaba del interior era glacial. Kai forcejeó con la perilla y llamó desesperadamente golpeando los nudillos contra la puerta.

—¡Su alteza! —llamó el sirviente.

—¡Déjame, Kai! —le soltó la regente.

Elsa se abrazó los costados y se encajó las uñas en la piel haciéndose daño. Los copos de nieve se formaban en el alto techo y se mantenían suspensos como aguardando alguna orden por parte de la gravedad antes de dignarse a caer. La muchacha se pasaba las manos por la cabeza, revolviéndose los mechones platinados que se escapaban de su moño. Negaba incesantemente con la mirada absorta en pensamientos terribles.

—Contenlo, ¡Contenlo! —se suplicaba con los ojos nublándosele por las lágrimas.

Tan solo esa mañana había leído su carta, tan solo esa mañana había brillado en su mente esa posibilidad, la que su corazón tanto albergaba, aunque se desgastara por acallarlo.

Tan solo esa mañana había descubierto que Kyla en verdad la amaba.

—Ella no puede. No puede. No pudo haber...

La imagen de ojos amatistas abiertos de pavor que la miraron vacíamente desde las profundidades de aquella oscuridad inundada se le incrustó en la mente y Elsa no pudo hacer nada para retener un solo instante más la pena que le desgarró el pecho.

—¡No!

Elsa aulló en sufrimiento cuando la tormenta de su interior atravesó su cuerpo en una serie de ráfagas que se convirtieron en afilados fragmentos de hielo que se estrellaron en todas partes. El cuerpo de la regente dibujó un arco en el aire, se desplomó de espaldas, jadeante sobre el suelo congelado. Perdió el conocimiento casi al instante. La nieve que había estado flotando en el aire cayó sobre la duela casi al mismo tiempo que lo había hecho ella.

—¡Su alteza Elsa!

Ante el estrépito de la conmoción y el repentino silencio, el sirviente de prominentes entradas llamó incesantemente a la puerta como si pretendiera derribarla con los puños y el enorme hombro. No fue hasta que Gerda subió casi a saltos la escalera, atravesando el pasillo a toda velocidad, (levantándose las enaguas para lograr zancadas más largas) que se percató que eso era lo que debía haber hecho en primera instancia. Llamar al ama de llaves del casillo. Kai la apuró, la mujer maniobró nerviosamente con una serie de llaves que desprendió de su cinturón, destrancando la puerta apresuradamente. Los dos sirvientes entraron y cerraron la puerta tras de sí.

—¡Su alteza! —exclamaron.

Kai y Gerda jadearon ante la visión del espacio congelado y de la joven rubia desmayada que respiraba agotadamente sobre el duro y frío suelo. El ama de llaves se movió lo mejor que pudo en aquella superficie, se apuró a inclinarse a su lado.

Elsa se veía tan vulnerable ahí tendida, que su vieja nana no pudo evitar pensar que la regente de Arendelle era tan solo una muchacha; poderosa sí, pero frágil e indefensa. Le dolía verla pasar sola por momentos tan despiadados como aquel.

—Oh, mi niña, ¿qué fue lo que te ocurrió? —susurró la mujer apenadamente, pasándole una temblorosa mano por el cabello nevado, palpándole la sien.

Los sirvientes se miraron como si compartieran la misma idea. La regente no había tenido una conmoción semejante desde el día que fallecieron sus majestades. Por lo que fuera lo que hubiera pasado con la muchacha, tenía que tratarse de algo grave.

—Ayúdame a levantarla —urgió Gerda ante un distraído Kai, quién inspeccionaba los alrededores tapizados con ese color azul de agua congelada.

El hombre dio un vistazo a los daños ocasionados en la habitación y los objetos personales de la regente. No era nada de lo que no se hubiera podido hacer cargo antes. Si bien tendrían que reemplazarse los espejos rotos y resanar y pintar la madera astillada, tal vez revisar cómo iba a afectar la humedad aquel espacio; pero todo lo demás era tratable.

—Sí, claro, permíteme —le respondió al ama de llaves en un tono tranquilizador.

El sirviente levantó a Elsa en brazos y con cuidado la colocó sobre su cama, donde Gerda le sacó las prendas más incómodas e inspeccionó el pálido cuerpo de la muchacha en busca de heridas. Tenía unos golpes que sin duda se convertirían en dolorosos cardenales los próximos días. Los más grandes en la espalda y la cadera, seguramente por la caída y los más pequeños pero profundos eran los que sus dedos le dejaron a los costados del cuerpo. La mujer se mordió el labio y suspiró.

—Habrá que poner ungüentos ahí, pero su cabeza no presenta daño y respira con normalidad —Kai asintió levemente. Gerda frunció el entrecejo—. No creo que reaccione hasta mañana. Las otras ocasiones requirieron de ocho a diez horas de descanso y este episodio parece haber sido algo violento. Me parece que tendrá que ser la princesa Anna quien se encargue del evento de esta noche.

—Tratándose del fika, y todos esos pasteles, no creo que la señorita Anna tenga problemas —respondió Kai sonriendo ligeramente—. Lo hará bien. Iré a informarle —le dijo, encaminándose a la salida.

Gerda detuvo al mayordomo cuando éste se encontraba cerca de la puerta, sujetando el pomo.

—Excusa a su alteza, pero no preocupes a la niña —le advirtió contrariadamente.

—No lo haré, descuida.

Gerda arropó cuidadosamente a Elsa y llamó al hombre que estaba a punto de marcharse y se detuvo bajo el marco de la puerta entreabierta con un pie en el pasillo alfombrado.

—Kai, tenemos que observar cuidadosamente a su alteza. Algo extraño está ocurriéndole últimamente.

La mujer miró el rostro de la regente que fruncía las cejas ligeramente y movía los labios como si hablara con alguien, sin producir ningún sonido en su desvanecimiento.

...

Elsa sentía mucho calor debajo de las capas de tela que se le pegaban al cuerpo y le dificultaban la respiración. Húmedos mechones de largo cabello azabache le caían sobre la nariz y le hacían cortina cubriéndole los hombros y la espalda que sentía muy tensa. El olor a tinta y pergamino viejo le saturaba el olfato y se mezclaba con su propio aroma a canela. Los cansados ojos violetas recorrían concienzudamente los títulos de varios volúmenes empalmados en los estantes que tenía justo enfrente y parecía estar seleccionando. La regente comprendió que se encontraba nuevamente experimentando el encontrarse dentro de la cabeza de Kyla. El corazón de ese cuerpo ajeno comenzó a latir velozmente cuando la mente de la morena pareció divagar y concentrarse en la idea de cierta rubia gobernante con poderes de nieve y hielo que había acudido a ella en un sueño reciente. Los labios de esa joven trigueña se tensaron en una sonrisa ensimismada.

—¿Estás segura que no quieres ir a darle otra visita a Zoé? —pronunció Titus curvando los labios pícaramente—. De nuevo tienes esa pervertida cara de cama tuya.

Elsa parpadeó y se erizó desde lo alto de la escalera de madera de la biblioteca, con el brazo lleno de pergaminos enrollados. Resopló, dedicándole una mirada por sobre el hombro, completamente incrédula al príncipe que parecía divertirse de lo lindo por la reacción que le había provocado.

—¿Cuál cara de cama? —le espetó ella con los ojos violetas completamente abiertos. Ocultando muy apenas que las mejillas se le encendían escandalosamente. Elsa agradeció mentalmente que su oscura melena desordenada le cubriera tan de buena manera el rostro abochornado.

—Esa en la que tus párpados caen así y pones esa sonrisa idiota —contestó Titus, apoyando la barbilla sobre su mano desde el sitio que ocupaba, sentado tras de su escritorio.

Elsa giró los ojos, se deslizó de un salto, pisando el suelo ágilmente como un gato. Abrazó los pergaminos y le giró la cara al divertido príncipe que la estudió sin disimulo.

—Pues no es nada de eso —le espetó tajante—. Solo estaba pensando... —desvió la mirada brevemente, recuperó su semblante brusco—, cosas importantes, y ninguna tiene que ver conmigo acostándome con Zoé.

—Bueno, no tiene por qué ser sólo Zoé —le argumentó el barbado encogiéndose de hombros—. Hay muchas otras mujeres en Calantha de las que puedes escoger. También hay otras casas, ¿sabes? Con bellezas exóticas blanquísimas de caderas voluptuosas y pechitos redonditos del tamaño de manzanas. Así es como te gustan, ¿no?

—¡¿Por qué rayos te habría de contestar algo como eso?! —barbotó Elsa en un chillido que sonó casi histérico y varias octavas por encima de su tono normal.

—Porque son el tipo de chicas que te hacen desviar la mirada cuando crees que nadie te observa —contestó Titus arqueando las cejas de manera maliciosa—. Eres tan estúpidamente obvia —añadió, cuando la morena estuvo por tirar todos los rollos que le temblaron entre las manos agitadas.

—¿Qué? Maldita sea, ¡no me digas esas cosas! —le reclamó al príncipe, equilibrando los documentos mientras lo miraba, ceñuda—. T-tú solo quieres meterte en mi cabeza para que me disculpe por lo que pasó esta mañana con la vendedora de licores, pero eso fue tu culpa y no mía —le soltó enfurruñada.

—Yo la había visto primero —le dijo Titus cruzándose de brazos como zanjando el asunto.

—Sí —contestó Elsa haciendo girar sus ojos—, pero tus coqueteos son terriblemente vulgares y supongo que yo la hice sentir más cómoda.

—¿Más cómoda? —exhaló el barbado arqueándole las cejas—. La tía tardó como cinco minutos en invitarte a comer almejas con ella. Todo mundo sabe que eso es un eufemismo que se usan entre ustedes para follar.

—¿Todo el mundo? —soltó Elsa esbozando una sonrisa suspicaz—, ¿Y desde cuándo es que estás tú tan enterado del argot de Safo?

—Desde que sé que eres una nadadora de aguas profundas —se evadió el príncipe sacudiendo la mano exasperadamente.

—Eso es basura —se sonrió ella—. Lo sabes desde hace años y no te había importado antes.

—¡Pero entonces no niegas que sabías que se te ofreció descaradamente! —le soltó acusándola con el índice.

Elsa se encogió de hombros y gesticuló hacia sí misma.

—¿Qué es lo que quieres? —le sonrió con jactancia, señalándose — No puedo hacer nada con todo esto.

—¿Con tus pechos? —inquirió burlonamente el barbado estudiando con atención los arropados montes de la morena—. No están tan grandes.

—Eres un idiota —le soltó ella alzándose los pliegos hasta el cuello—; además, yo solo fui amable.

—Amablemente seductora —la corrigió burlonamente—. ¿Cómo lo supo? Ni siquiera te ves... tú sabes.

—No lo sé —respondió la morena haciéndole una mueca—. Tal vez solo le gusté y ella fue lo bastante pervertida como para preguntar e intentar engatusarme de todos modos. ¿No te funciona a ti eso la mayoría de las veces? —añadió, arqueándole una ceja, divertida.

El hombre sonrió malévolamente, por un instante los dos soltaron una carcajada.

—Pero si vas a estar ignorando a tus conquistas, deberías remitírmelas. En realidad, yo no tendría reparo —le aseguró Titus inocentemente, colocándose la mano sobre el pecho de manera abnegada.

Elsa resopló divertida.

—Ni siquiera sabrías que hacer con ellas.

La morena colocó los rollos en el escritorio del barbado y los extendió mientras Titus se enderezaba en su silla. Se pusieron serios. Las luces naranjas y rojizas del atardecer se filtraban por la ventana que tenían a sus espaldas.

—Bueno, según estos documentos que sacamos de las bonitas ruinas de Zakrós. —comenzó Elsa echándose para atrás el cabello negro mientras entornaba los ojos púrpuras—, la acrópolis de Mykênai es la que guarda el premio mayor. Era una fortaleza laberíntica que cayó asediada en un incendio hace centurias —explicó—. Obviamente ahora se encuentra enterrada, y si bien su acceso no es tan complicado (ya que se trataba de la parte alta de la ciudad y todo lo importante estaba ahí), no voy a negarte que es un tanto peligroso. La estructura no tiene cimientos y un colapso en los corredores sería una posibilidad desafortunada.

—¿De cuánto infortunio estamos hablando? —inquirió Titus frotándose la poblada barbilla con la mano.

—Del tipo ciclópeo —respondió la morena mordiéndose el labio.

—Mierda.

Las estructuras ciclópeas eran las que se valían de piedras enormes y prescindían del uso de la argamasa para su construcción. Titus arrugó la frente mientras escuchaba como Kyla le hablaba sobre dólmenes, cúpulas y cámaras rocosas de varios metros de altitud.

—No por nada se pensaba que los bloques con los que la construyeron habían sido levantados por los míticos gigantes de un solo ojo —la morena hizo una pausa y dejó que su vista recorriera el plano—. La entrada del fortín se encuentra detrás de la puerta de los leones. Eso debe estar por aquí...

Elsa señaló un punto en el mapa con su dedo y marcó la entrada de piedra con una cruz. Recorrió los largos dedos otro tramo y señaló el punto al que le interesaba llegar. Parecía internarse mucho y descender tras varios niveles. La muchacha se sacó otro pergamino de su bolsa y se lo mostró al príncipe. Era un plano más pequeño y detallado que parecía mostrar el camino que se debía seguir para moverse en esa complicada sección de pasajes subterráneos. Incluso marcaba la existencia de una cámara falsa que despistaba de la verdadera.

Titus le arqueó las cejas.

—¿Lo dedujiste tu sola? —inquirió impresionado.

—No fue tan complicado como parece —le sonrió la joven con suficiencia.

—¿Por qué estás tan interesada en la bóveda? —le soltó Titus arqueándole las cejas—. Sabes que mi deseo es rescatar los artefactos de los Akhaio que le brindaron prosperidad a esta nación. No negaré que estoy interesado en la espada y el escudo de Perseo, que se rumora reposan ahí, pero ¿qué pretendes encontrar ahí abajo que justifique esta empresa?

La morena enrolló el pergamino con la resolución del laberinto y se encogió de hombros, sonriéndole ampliamente al príncipe con simpleza.

—Yo solo quiero ver el cementerio de los dioses.

...

Elsa abrió los ojos y parpadeó lentamente asegurándose de estar utilizando su propia vista. Ladeó la cabeza sobre su almohada e inspeccionó los alrededores, percatándose que se encontraba recostada en su cama. Su habitación era un completo desastre y la luz del amanecer se filtraba por la ventana. Se sujetó la cabeza, confusa.

—¿Qué había sucedido?

Se sobresaltó cuando los sucesos del día anterior le volvieron a la mente.

—¡Kyla!

Elsa jadeó al recordarlo todo. Se apoyó sobre los codos para enderezarse, pero una fuerte punzada en la espalda la hizo chillar y rodar sobre su vientre cuando su cuerpo se presionó contra la cabecera de su cama. Gimió ligeramente al tratar de incorporarse. Un dolor ardiente le punzaba en las extremidades que sentía magulladas. La regente apretó los dientes, se quedó así tumbada unos momentos repasando lo que había ocurrido en sus visiones.

—No entiendo...

Elsa se sintió confundida. Hasta ese momento había tenido la impresión de que esos sueños se trataban de eventos que estaban ocurriendo cuando los atestiguaba, pero en un instante veía a Kyla ahogarse, y al otro la morena planeaba una incursión arqueológica como si nada hubiera sucedido. La regente frunció el entrecejo.

—¿Lo habré imaginado todo?

Elsa tragó saliva, recordó la espantosa sensación de los pulmones de Kyla al colapsarse bajo el agua. Tan intensa y dolorosa la percibió sobre su propio cuerpo como si le hubiera ocurrido a ella aquello. Meneó la cabeza sopesando el hecho.

—No, eso fue bastante real —se contestó cuando su propio aliento se le volvió pesado y le flotó helado en la cara. Elsa se mordió el labio tratando de especular el significado de aquel evento.

Podía tratarse de una advertencia, un mal presagio, ¿algo que ya ocurrió pero que había presenciado demasiado tarde y en un orden poco favorable? ¿Pero entonces cómo era que lo había visto en primer lugar? ¿Por qué estaba pasando eso?

La temperatura de los aposentos de la regente decayó varios grados, la joven apretó los dientes al percatarse del dolor agudo que le palpitaba en las sienes. Se sentía bastante agotada. Parecía que dormir y soñar no le estaba aportando beneficio. Al menos no le era patente el descanso sobre el cuerpo maltratado. Elsa arrugó la frente.

—Sí por algún motivo puedo ver y sentir lo que Kyla y ella efectivamente no está muerta. Lo que vi antes... ¿Podría tratarse de algún temor suyo? ¿Lo que ella temiera que podría pasar si las cosas salen mal?

Elsa asintió ligeramente para sí misma mordiéndose la uña del pulgar.

—Sí, podría tratarse de eso. Sería lógico si es que ese lugar era tan peligroso como Kyla y Titus mencionaban en la otra visión.

Aunque Elsa no tenía idea de cómo tenía la habilidad de presenciar aquello. Pensó que tal vez su magia le estaba guardando más desconcertantes y terribles sorpresas para hacerle la vida más complicada.

Elsa trató de unir los cabos de lo que había visto, tratando de que las palabras, pensamientos y acciones de la morena cobraran algún sentido para ella.

—¿Qué pretendes, Kyla?

Un leve golpeteo contra la madera de su puerta sacó a Elsa de sus cavilaciones. Contestó el llamado en voz queda. El sonido de una llave dentro de la cerradura destrancó la puerta, Gerda entró a la alcoba de la regente. La mujer le dedicó una mirada amable a la muchacha pese a encontrarla despatarrada en aquella poco honorable posición sobre su abdomen.

—Buenos días, alteza —la saludó casualmente.

—No puedo moverme, lo juro –contestó Elsa con las mejillas sonrojadas.

Gerda dio un manotazo en el aire como no dándole importancia a las palabras de la joven noble.

—Eso lo sé muy bien —le informó el ama de llaves dedicándole un gesto tranquilizador—. Tiene unos golpes bastante feos en todo el posterior. ¿Necesita que la ayude a incorporarse?

—N-no, yo puedo sola —Soltó Elsa apuradamente reuniendo toda su concentración para enderezarse y lograr sentarse a la orilla de su cama, abrazándose al poste negro de madera situado a los pies del mueble. Suspiró y dirigió a la nana su preocupada mirada azulada—. ¿Qué pasó con el fika?

—Su hermana se hizo cargo —contestó la mujer con una sonrisa mientras se enfilaba al vestidor de la regente y seleccionaba algunas prendas que se colocó sobre el brazo—. Lo hizo bastante bien para ser su primera vez. Aunque si me lo pregunta, ahora debe estar sufriendo una buena indigestión. Nunca la había visto engullir semejante cantidad de krumkakes —cubrió una risita afable con la palma de su mano y descolgó una túnica vaporosa del biombo negro del rincón—. Fue una noche tranquila sin contratiempos... bueno, en su mayor parte... —añadió con cautela.

Elsa se mordió el labio, asintió ligeramente. Aunque sonrió ensimismada ante la perspectiva de su hermana encargándose satisfactoriamente de un evento oficial.

—Gerda, sobre lo de ayer... —comenzó la regente de manera incómoda.

—No se preocupe, alteza. No tengo por qué cuestionarle nada —le dijo la mujer en comprensión—. Lo importante es que se encuentra bien, fuera de haberse ganado esa tensión muscular.

Elsa le asintió aliviadamente. La mujer le extendió la bata a la regente que le devolvió una mirada confundida.

—Le tengo la tina preparada, su alteza. Creo que le vendría bien relajarse en el agua caliente. ¿Necesita ayuda para trasladarse al cuarto de baño?

—No, Gerda, estoy bien, gracias —le respondió educadamente, si bien se sentía muy aliviada ante la iniciativa de tomar un baño para apaciguarse los malestares.

Elsa se levantó dolorosamente. Se pasó los brazos por las mangas de la bata, envolviéndose en ella y caminó despacio, tratando de ocultar que cada paso le resultaba lastimoso. Respiraba profundo siguiendo al ama de llaves que meneaba la cabeza para sí misma ante la terquedad de la joven regente, (aunque comprendía que su miedo a tocarla era más fuerte que el entumecimiento doloroso de su cuerpo). En la habitación ya la esperaba la tina rebosante de agua caliente que desprendía ligeros vapores y un fuerte olor a hierbas. Elsa le dirigió a su nana una mirada inquisitiva.

—Es romero, lavanda y hojas de sauce. —le informó el ama de llaves—, todas son buenas para el dolor. Ya verá que se siente mejor en poco tiempo.

La mujer le dejó su cambio de ropa a Elsa en el pequeño sillón situado junto a la bañera, asegurándole que más tarde le serviría una infusión para calmarle los dolores.

—Muchas gracias, Gerda. La verdad no sé qué haría sin ti y sin Kai —le expresó sinceramente dedicándole una sonrisa que le fue correspondida.

Una vez que Elsa le aseguró a su nana que era perfectamente capaz de encargarse de su baño, despachó a la mujer a las cocinas. La regente se desnudó y se metió lentamente en el agua vaporosa, donde pese al choque de calor inicial sobre su piel amoratada, se permitió relajarse y disfrutar de la sensación y los aromas de las plantas que en poco tiempo la embriagaron y la hicieron sentir lánguida y sosegada.

Cerró los ojos y suspiró profundamente.

...

Elsa parpadeó, se observó las manos. Eran brillantes, pálidas y cristalinas. Tanto, que se podía ver a través de ellas como si se trataran de vapor en el aire, como si pertenecieran a un fantasma. Ahogó un grito al darse cuenta de aquello, pero ningún sonido abandonó sus labios. Miró a su alrededor, confundida.

Se encontraba en un enorme jardín con un diseño de paisaje muy distinto a los que podían verse en Arendelle. Elsa no podía sentirlo, pero era evidente que el clima era cálido. El sol se derramaba por sobre los álamos blancos y los árboles de olivo, e iluminaba las fuentes y las columnas que enmarcaban un largo estanque de mosaicos. Bajo un gazebo redondo con telas color arena y esculturas de mármol blanco, Titus se acariciaba la barba y leía un pergamino. Sentado relajadamente en el kline acojinado, situado frente a una mesa dispuesta con panes, quesos, aceitunas y frutas de estación; aparentemente sin notar que una desconcertada rubia de ropas extranjeras se encontraba parada a su lado, mirándolo por sobre el hombro.

—Te queda bien vestir así —pronunció el joven de pronto al separarse de su lectura con una sonrisa de dientes blancos y alzar una copa dorada llena de vino dulce—, casi juraría que eres una Akhaio

Elsa siguió los ojos del noble y abrió la boca al mirar a la hermosa joven que caminaba hacia él, extendía el brazo para tomar el cáliz, y le devolvía el gesto a su anfitrión.

Era Kyla. Solo podía tratarse de ella.

Llevaba un vestido largo de seda blanca cuya caída se plisaba de manera lateral, el escote se le ajustaba sobre la línea de su pecho y la espalda semidescubierta compartía un vistazo de sus omoplatos trigueños, lo que le dejaba al aire los hombros y los torneados brazos, si bien todo estaba perfectamente cubierto con una blusa ligera. Un manto vaporoso le cruzaba el cuerpo desde el hombro izquierdo hasta la diestra de su cadera, ajustado con un broche que lucía el emblema del sol a la altura de la clavícula. El collar y las pulseras dorados que llevaba puestos tintineaban a cada paso que daba con los pies descalzos. La melena oscura estaba recogida en un peinado alto ajustado con una cinta, de la cual escapaban algunos mechones largos que le caían en cascada por el cuello y la espalda.

La alegre mirada violeta de la joven resplandecía bajo aquella iluminación. Elsa se percató de que no podía dejar de recorrerla de arriba a abajo con embeleso.

—Debo admitir que es bastante cómodo. —Kyla bebió un sorbo de su copa, se sentó ante la mesa, cruzando la pierna por sobre su rodilla mientras se debatía entre el pan y el queso. Decidió que los elegiría a ambos.

—Estás haciendo que lamente que te interesen las mujeres —le soltó Titus fingiendo pesadumbre.

—Si me sigues halagando de esa forma me las ingeniaré para quitarte más vestidos y cosas lindas de las manos —le contestó Kyla, guiñándole un ojo al morder un pan con queso de cabra mientras inspeccionaba las aceitunas—. La verdad podría acostumbrarme a esto. —le confesó de buena gana.

—Seguro que sí —contestó el barbado. Esbozó una sonrisa de complicidad al estudiarla—. Te descarrías bastante para ser una sabia.

—Casi sabia —corrigió Kyla limpiándose las comisuras de los labios con el pulgar—. Todavía no he sido ordenada.

—Da igual. ¿Por eso desobedeces tanto las normas? —inquirió arqueando las cejas—. Cualquiera pensaría que eres una renegada del sistema.

—Mis buenos azotes me han costado —respondió ella sin inmutarse.

—Y sigues sin aprender —dijo el príncipe cándidamente.

—Por supuesto que no —contestó Kyla, dando un mordisco a su tostada con descaro—. No me importa.

Titus se estiró, arrancó varias uvas de un racimo. Observándole atentamente el gesto despreocupado a la morena.

—Pero hay algo que a ellos sí, ¿no? —preguntó lanzándose a la boca los pequeños frutos entre cada palabra—. Lo que compensa todo y los ha frenado de marcarte como un completo desastre para la Academia.

—Supongo que tengo influencias que no son justas —soltó la morena, encogiéndose de hombros.

—Claro —resopló el castaño—. Tu abuela negaría completamente el parentesco entre ustedes antes de usar su nombre por ti.

El fantasma de Elsa arqueó las cejas y estudió la expresión seria que ensombreció el gesto de Kyla. No tenía idea de lo que había insinuado el barbado. Hasta donde la rubia tenía conocimiento, la morena y su abuela se adoraban.

—Ella no está muy de acuerdo con mis decisiones de vida —respondió Kyla incómodamente—. No puedo culparla en realidad.

Titus torció los labios, se recostó tranquilamente en la suavidad de su asiento.

—Bueno, no estaríamos aquí los dos si no fuéramos decepcionantes para nuestras familias.

—Eso creo —contestó Kyla. Dio un trago largo de su copa hasta vaciarla. Le extendió el cáliz al príncipe quién se sonrió y le decantó más de la bebida—, pero te recuerdo que soy una heroína en Corona.

—Anda, ya. La Honorable Sabia del Sol. —se burló el barbado enderezándose y alzando la copa—. ¡Un brindis por Kyla la anónima!

Elsa miró como los ojos amatistas de Kyla se encendían, pero de todos modos la morena alzó su vaso esbozando una media sonrisa.

—Yo brindo por ti, Señor de los Palacios derruidos.

El barbado soltó una carcajada, los dos se sonrieron dando un sorbo de sus respectivas bebidas. El príncipe apuró su copa y Kyla se relajó nuevamente.

—Las familias nos arruinan —susurró la morena apaciblemente, admirando el líquido rojizo de su copa—, y aun así tratamos desesperadamente de demostrarles que hicieron un buen trabajo. Nunca dejaremos de interpretar tal papel.

—Habla por ti —soltó Titus agitando las manos escandalosamente.

—Lo hago —sonrió la morena, mirando por sobre el hombro del príncipe.

Titus le devolvió el gesto a la sabia. Enrolló los pergaminos que tenía enfrente y los reunió en sus grandes manos.

—Bueno, debo atender una audiencia y hacer como que trabajo por la causa —le comentó alegremente poniéndose de pie y ajustándose la capa por sobre los hombros—. ¿Está bien si te dejo sola un rato? —se encogió de hombros—. Te llevaría conmigo, pero entonces nadie se concentraría —le soltó sonriéndole estúpidamente.

—Deberías irte a coquetear con quien sirva de algo —le dijo Kyla con una sonrisa cínica que Elsa encontró cautivadora—. Ve a tu compromiso. Yo ya pensaré qué hacer.

Titus asintió y se encaminó al interior del palacio. Alzó la mano sin girarse para despedirse.

—No vayas a arruinarte el atuendo arrastrándote por ahí —le gruñó el príncipe.

—No tengo idea alguna de lo que me hablas —le contestó Kyla con una sonrisa inocente.

Titus despareció de la vista, Kyla permaneció en su sitio comiendo en silencio, sonrió ligeramente cuando bebió de su copa y miró de reojo hacia el otro extremo de la mesa. Por un momento se quedó quieta, como escuchando algo en el aire, algo que por la expresión que Elsa detectó en sus ojos, parecía causarle una gran satisfacción.

El viento sopló con una ráfaga salada. El chillido de un águila surcó el cielo. Kyla dibujó una sonrisa en su rostro poniéndose de pie en un salto para seguir al ave desde el suelo. Elsa corrió tras ella. Sonreía ampliamente mirando a la morena que parecía dichosa, cruzando a paso ligero el porticado. La tela vaporosa que vestía se ondulaba con energía. Largos mechones desordenados se balanceaban en el aire desde lo alto de su tocado. La joven tomó aire y comenzó a cantar con voz alegre en el idioma de Arendelle para sorpresa de su invisible perseguidora:

Havet nynner en vals full av solskinn og latter /
El océano susurrará un vals de sol y risas

Når kvelden får roe til rytmen blir stø /
mientras el atardecer arribe con su calmo ritmo

Så kan skumringen hente fram herlige skatter /
y entonces el crepúsculo nos traerá sus tesoros

I dufter fra blomster og sjø /
Con la esencia de las flores y el mar

Kyla extendió el brazo y giró alrededor de una columna, haciendo que Elsa trastabillara. La morena se columpió divertida y siguió corriendo con los pies descalzos sobre el pasillo que la condujo a una escalinata de piedra. Se meció, danzando alegremente. Extendió la mano, sonriendo ampliamente en el instante en que la rubia le dio alcance.

Og jeg finner din hånd i det himmelen gløder /
y encontraré tu mano justo cuando el cielo se ilumine

Du lener deg mot meg fortrolig og varm /
tú te abrazarás a mí, con seguridad y calidez

Sakte vogger vi valsen som bølgene møter /
nos moveremos lentamente con el vals de las olas

Du smiler og byr meg din arm /
tú me sonreirás y tomarás del brazo

La joven subió los escalones a saltos y llegó hasta un muro interior que rodeaba el castillo y conducía al mar. Ahí alzó los brazos y giró al compás de la canción, valseando alrededor de la figura de la princesa etérea. Elsa la seguía como si un hilo invisible tirara de su cuerpo y no fuera capaz de hacer algo al respecto. Simplemente la morena la tenía hipnotizada.

Kom følg med meg, min venn - inn i sommernattens under /
Ven únete a mí, en el asombro de esta noche de verano

Vil sveve igjen over sommerdugg i eng /
quiero flotar nuevamente sobre ese campo veraniego

La oss danse, min venn - alle sommervalsens under /
permitámonos bailar en el asombro de este vals de verano

Legg armen om livet og kjenn /
Rodéame con tus brazos y déjate llevar

Kyla se recogió un mechón de cabello y se abrazó los costados sonriendo ante cada palabra que pronunciaba mientras desviaba la mirada y sonreía por lo bajo tímidamente. Elsa se sintió sonrojarse.

Som en venn som er slitt lar vi månen få lede /
Como una vieja amistad, la luna nos guiará

Dit sansene flommes av lukter og lyst /
a donde nuestros sentidos se impregnen con olores y deseo

Og jeg svimler et øyeblikk henført av glede /
embriagadas, nos dejaremos llevar por la dicha

Jeg lener meg inn til ditt bryst /
y reposaré el rostro contra tu pecho

La morena caminó hacia el barandal de piedra, apoyó los codos en él, clavando la vista en el horizonte con fascinación y anhelo, haciendo caso omiso de la alterada rubia que parecía estarla observando del mismo modo.

For ditt blikk er det hav jeg vil flyte av sted i /
porque tus ojos son el océano en el que quiero zambullirme

Din favn er en himmel der jeg kan få fly /
tu abrazo es el cielo en el que puedo volar

Over dans, lyng og vinden, så lett eventyrlig /
Por encima del baile, el pasto y el viento, tan mágico

Vi valser til dagen blir ny /
danzaremos ese vals hasta que nos ilumine el sol

Elsa extendió un brazo invisible de dedos temblorosos que intentaron tocar el hombro de la sabia, pero Kyla se separó de la orilla y trotó alegremente hacia el oeste en donde encontró otra escalinata que la llevó al punto más alto de la muralla. La regente le dio alcance cuando Kyla se abrazó a la asta en la que ondeaba la bandera con los colores y emblema de la casa de Titus.

El mar se estrellaba contra las rocas, el ave de su escudo daba vueltas entre las nubes por sobre el palacio. Elsa sentía la boca seca y el pecho agitado, pero no estaba segura si podía atribuirle aquello a la carrera contra la morena que no mostraba un ápice de fatiga o a todas las emociones que le estaba provocando.

Kom følg med meg, min venn - inn i sommernattens under /
Ven, únete a mí, en el asombro de esta noche de verano

Vil sveve igjen over sommerdugg i eng /
quiero flotar nuevamente sobre ese campo veraniego

La oss danse, min venn - alle sommervalsens under /
permitámonos bailar, en el asombro de este vals de verano

Legg armen om livet og kjenn /
Rodéame con tus brazos y déjate llevar

Kyla dio un salto, se sentó en el borde del muro, balanceando ingenuamente los pies desde aquella increíble altura. Los mechones de su cabello y la tela de su vestido parecían bailar con el viento. Elsa lo veía todo a su espalda con el corazón retumbante que intentaba silenciar con las manos sobre su pecho, aunque sabía que este no producía ningún sonido en aquel espacio.

Kom følg med meg, min venn - inn i sommernattens under /
Ven –únete a mí, en el asombro de esta noche de verano

Vil sveve igjen over sommerdugg i eng /
quiero flotar nuevamente sobre ese campo veraniego

La oss danse, min venn - alle sommervalsens under /
permitámonos bailar, en el asombro de este vals de verano

Legg armen om livet og kjenn /
Rodéame con tus brazos y déjate llevar

Kyla giró la cabeza por sobre su hombro. Levantó la vista hacia la nada, arqueó una ceja y sonrío. Elsa juraría que la mirada amatista de la trigueña había sido capaz de detectar con esos orbes alegres y misteriosos el rubor que se le extendía a la regente por las mejillas y que, por un momento, sus ojos se encontraron.

Legg armen om livet og kjenn /
Rodéame con tus brazos y déjate llevar

Inconscientemente, Elsa le devolvió la sonrisa antes que todo a su alrededor se tornara blanco y desapareciera en el aire.

...

La regente abrió los ojos, se irguió lentamente entre la tina burbujeante en la que había dormitado. Recorrió la mirada azul a lo largo y ancho de su baño, sintiéndose cada vez más habituada a esas pérdidas temporales de conciencia. En su rostro se dibujó una expresión de regocijo embriagado.

—Creo que estoy enamorada —se escuchó susurrar con un suspiro al pasarse nerviosamente las manos por la platinada cabellera.