Nota de Autor: Originalmente el capítulo 4 iba a abarcar también el capítulo 5, pero se alargó muchísimo, por lo que tuve que dividirlo. Espero que, al leer esta parte, se sienta todo más completo. Aquí no hay songfic, pero si hago referencia a la canción "Estático" de Zurdock

¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!

Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.

...

Un corazón helado

por Berelince

5 la académica y la heredera

...

Kyla miró por sobre su hombro y sonrió. Clavó la insolente vista amatista en los ojos de hielo de la pálida rubia que la observaba nerviosamente con ese rubor tan adorable encendiéndole las mejillas y que le devolvió la sonrisa antes de desvanecerse con el viento salado. La morena suspiró y volvió a admirar el paisaje que se extendía frente a ella, con el mar y el cielo despejado. Arqueó las cejas y se inclinó hacia atrás, apoyando su peso sobre las palmas que sostuvo contra la piedra a su espalda.

—Eres una tramposa, Elsa —murmuró para sí misma.

La morena frunció ligeramente el ceño. No se suponía que debiera estar ocurriendo aquello, ¿qué clase de sabia de pacotilla estaba resultando si no lo había interpretado antes?

Kyla sintió sus labios tensarse en una sonrisa que esperaba no luciera muy estúpida. Si Titus la hubiera visto en aquel momento le habría hecho notar que tenía de nuevo su cara de cama plasmada en el lozano rostro que miraba ensoñadoramente hacia la nada.

—Bendita sea la señora vanir —suspiró, al enredarse un mechón azabache entre los dedos mientras agitaba los pies descalzos en un gesto infantil.

La sabia se habría reprendido más duramente por el espectáculo que había montado recién, pero simplemente no pudo evitar la emoción que le aceleró el pulso ante la breve visión del tenue fantasma de la regente de Arendelle quién tomó el rol de espectadora con demasiado gusto y que casi la había obligado a eso. Kyla sonreía de oreja a oreja sin ser capaz de contenerse. Elsa estaba hermosa. Había crecido muy bella y el cambio en su rostro y su figura ahora de mujer joven no le había pasado por alto a su pobre corazón prendado que sentía anhelante.

—Pasaron diez años después de todo.

Kyla había sido bien consciente de los sueños desde mucho tiempo atrás. Eran un efecto colateral de haber sido alcanzada por la magia de Elsa cuando niña, pero que no le molestaba en lo absoluto, sino todo lo contrario. Ser capaz de ver y escuchar a Elsa cuando la rubia más lo requería le había ayudado a darle significado a todo lo que estaba ocurriendo entre ambas; si bien resultaba ser todo tan confuso, limitado a un solo lado y muy ambiguo la mayoría de las ocasiones en que ese fenómeno ocurrió con ellas, de todos modos, a Kyla eso le bastaba. Las palabras que luego le llegaban por carta desde Arendelle, completaban siempre el cuadro inacabado que solo podía observar y eso la ayudaba a decidir cuáles deberían ser sus próximos pasos. Aunque de todas maneras siempre tuvieran que ver con ella.

La morena sonrió, entornando los ojos violetas rumbo al horizonte en donde se suponía que a cientos de kilómetros se encontraba la regente que había adorado desde que era una princesa que no se ponía guantes, y que muy probablemente se encontraría despertando luego de soñar vívidamente con una tonta sabia que había escogido pasar su tiempo a solas revoloteando como un pájaro cantor.

—No cabe duda que la magia tiene una forma curiosa de entrelazar los caminos—se pensó la trigueña soplándose el mechón de pelo negro que le caía rebeldemente sobre la nariz.

Algo único estaba ocurriendo debido al Ostara. Esa era la sola alternativa que se le ocurrió a Kyla que podría explicar que esos dos encuentros se hubiesen llevado a cabo. La fiesta de Freyja con las energías del sol y la luna equilibradas, y seguramente el viejo árbol del jardín real también tendría que estar involucrado.

Porque los dioses sabían cómo se esforzaba ella para que ninguna cosa extraña sucediera por parte suya.

Kyla no se había atrevido antes a hacerse conjeturas al respecto porque la última excursión a Zakrós la había mantenido bastante concentrada desde que se hizo con los planos del laberinto de Mykênai y se dio a la tarea de resolverlo. Además, le había atribuido todo a sus incontrolables deseos de estar cerca de Elsa y eso no era algo raro en ella. Llevaba años patéticamente alucinando con eso.

Por eso cuando se encontró con esa apasionada princesa de Arendelle en el sueño rojo bajo el sauce, la sabia dio por hecho que su inquieta imaginación le había construido una utopía demasiado buena, una en la que hasta se había tomado la molestia de presentarle una belleza platinada de casi veinte años, basada perfectamente en sus recuerdos para poder amarla. (Como no dejaba de soñarlo inapropiadamente desde que había entrado en edad para hacerlo)

La morena se retorció el mechón que sostenía entre sus dedos y se encogió de dolor cuando se percató de haberlo jalado con demasiada fuerza. Se frotó el cuero cabelludo repasando la idea sobre ese nuevo panorama. Ahora todo era bien distinto. La joven que se le había entregado en aquella fantasía había sido la Elsa auténtica y solo podía existir una razón por la que algo así hubiera acontecido.

—Un motivo más para terminar rápido el compendio, entonces.

Kyla se mordió el labio, se puso de pie para retornar a la pérgola en donde había dejado su almuerzo a medio picar. Ya podría deliberar más sobre lo que tenía qué hacer una vez hubiera llenado su estómago insistente.

La morena sonrió un poco mientras bajaba los escalones, deplorándose mentalmente por resultar ser tan mala académica. Se suponía que su orden estaba repleta de personas disciplinadas de hábitos austeros, pero Kyla no podía dominarse el colmillo que le exigía abundante satisfacción a cada hora. Maldito metabolismo arruinado. Claro que las largas caminatas y dificultosas sendas de sus viajes aunadas a sus entrenamientos diarios no le hacían las cosas más fáciles, pero ese apetito suyo se volvía traicionero cuando se encontraba en el páramo desierto con provisiones limitadas. Caviló rememorando todas esas ocasiones tan precarias, meneando la cabeza en su humillación. Había llegado hasta mascar corteza con tal de calmarse los intestinos.

Caminó a la mesa dispuesta y llenó una servilleta con queso y pan pita, la envolvió y anudó cuidadosamente, y escogió una manzana que se llevó a la boca. Se preguntaba si podría escabullirse a las cocinas y robarse una bandeja de dolmes porque en lo que llevaba ahí se había vuelto prácticamente adicta a esos bocadillos de hoja de parra rellenos de carne picada y arroz. Definitivamente iría a surtirse, junto con laukanikas y empanadas.

Tenía planeado meterse a la biblioteca todo el día y Dios sabría hasta cuando iba a tener oportunidad de asegurarse el sustento, lo más seguro era que fuera hasta la cena.

—Mil diablos, sería mejor también buscar cordero por si acaso.

Con una canasta repleta de todo su botín culinario y su fiel mochila de viaje al hombro, Kyla entró al archivo del castillo. Caminó a la ventana y abrió las cortinas azules junto con las ventanas abovedadas. Respiró el aire salado del exterior antes de volverse y acomodarse en uno de los lechos del triclinio que estaba dispuesto al centro de la habitación y recibía mejor la luz del sol. Depositó la comida en una mesita baja y se puso a recorrer las páginas de un amplio tomo de cuero que sacó de su bolsa mientras mordía una empanada de espinacas.

Dando por fin con una hoja de pergamino en blanco, la sabia se cruzó de piernas y se colocó el libro sobre los muslos. Era algo problemático que la gente en ese país no acostumbrara designar mesas para sus copistas, y los escribanos se las tuvieran que arreglar sentados en sus pequeños bancos, aunque Kyla pensó que la del problema había sido ella cuando su documento se le extendió hasta aquellas dimensiones.

Se sacó varios rollos de pergamino que ya tenía numerados y desenrolló el primero para revisar su contenido antes de mojar la pluma con la tinta y transcribir la información que le interesaba.

No pasó mucho tiempo para que su mente la distrajera del trabajo que estaba haciendo. Kyla era como un gato juguetón enredándose en una madeja de hilo cuando se trataba de quedarse quieta y prestar atención. Ya había perdido la cuenta de las veces que la habían reprendido en la Academia por eso; pero simplemente le era muy difícil dejar de divagar a pesar que diariamente se esforzaba. Sobre todo cuando sus pensamientos se enfocaban en Elsa, y eran muy raras las veces que la princesa de Arendelle no le rondaba la ajetreada cabeza.

—¿Me habré excedido con eso?, ¿Será que debí mejor ignorarla?

Kyla se obligó a controlarse sabiendo que tenía un frasco con tintura cerca, pero sonrió ampliamente.

Había notado la sombra de Elsa observándola desde que fue a encontrarse con Titus para almorzar, y esa mirada hambrienta que le vio a la regente fue la causante de las palpitaciones que le erizaron la piel y la llevaron a exhibirse de esa manera, (por encima del encanto que le resultó la apariencia de Elsa o la sorpresa de encontrarla ahí, recorriéndola descaradamente en esa forma tan etérea)

El hecho le resultaba todavía bastante peculiar a Kyla y en su momento le brindó mucho sentido a aquella fantasía febril de la noche del equinoccio vernal. Ver a Elsa de ese modo, salvando toda la distancia que las separaba, lo demostraba. Las dos habían compartido el mismo sentimiento de manera simultánea.

Por un momento sintió que era un poco injusto enterarse de esa forma, pero por otro lado...

Le dio esperanza.

Por primera vez en muchos años Kyla se sintió feliz de ser capaz de aquello, por una vez podía hacer más que solo imaginarse lo que podría ser.

—Es como un sueño —se repetía incrédula esbozando una débil sonrisa.

Durante tantos años Kyla se había conformado solo con escuchar y estar ahí para la regente de Arendelle, que cuando los papeles finalmente se invirtieron, no pudo evitar darle algo en que pensar a Elsa al entonarle el Hildring. La canción invitaba al amante a que se rindieran ante sus pasiones en la playa bajo las estrellas, muy similar a lo que le hubiera gustado proponerle a la rubia de haberla tenido físicamente dentro de su espacio personal; pero sólo con recordar la expresión de la regente le bastó a la morena para comprender que el mensaje había sido bien asimilado.

—Pobrecilla, se veía tan nerviosa —se pensó Kyla, burlona.

Era muy consciente que su amiga de la infancia había crecido completamente recluida y que seguramente ni siquiera tenía idea de lo que le había querido decir con todo aquello; sin embargo...

La morena jadeó y se golpeó la frente al caer en cuenta de lo que había pasado.

—¡Maldita sea, eso quiere decir que prácticamente la asalté en ese sueño del sauce! —se recriminó angustiosamente—. ¡Qué manera de evidenciarme! tan sutil como un maldito derrumbe...

Aunque, bueno. Elsa había parecido intuir muy bien cómo seguirle la corriente y disfrutar de la experiencia también.

Por un momento Kyla sintió que los párpados le caían a la mitad de los ojos y curvó los labios con embeleso. Sacudió la cabeza. No, no. Elsa era inocente y no podía estarle llenando la mente de esas cosas. Ya tenía los suficientes problemas de por sí con sus poderes, la profecía y su inminente coronación.

—Se supone que debes ayudarla —se repetía—, no mortificarla más. ¡Controla eso y termina lo que viniste a hacer!

Kyla miró el volumen que descansaba sobre su regazo. Aquello era el trabajo de toda una vida. Un compendio que seguía la cronología de todas sus andanzas y descubrimientos. Cada trazo y palabra dedicada a Elsa.

Era raro ver que Kyla no cargara ese tomo de cuero que casi parecía un apéndice suyo. Escribía incansablemente sobre esas hojas blancas desde todo lugar imaginable en que pudiera permitirse hacerlo. En las diferentes academias, bibliotecas y estudios de sabios ancianos. Viajando en barcos, refugiada en cuevas, bajo sombras por el camino e incluso en el sol abrasador. Había pasado más con ese libro que con cualquier persona viva. Afanándose en él en dedicada obsesión. Ni siquiera las desventuradas con quienes intentó alguna vez olvidar a la princesa de Arendelle lograron separarla un solo día de sus páginas.

Porque desde muy joven había decidido que iba a hacer todo lo posible por salvarla.

La morena bajó la vista a las notas sueltas que contenían los datos sobre las ruinas de Zakrós y la mirada amatista pareció iluminársele con determinación.

—Una última excursión, Kyla.

...

—¿Su alteza, está segura que no prefiere descansar? —le preguntó Gerda preocupada a la joven regente que tenía enfrente.

Elsa estaba ajustándose el prendedor de zafiro en el cuello de su blusa usando el espejo del vestíbulo a falta de cristales reflejantes en su habitación. Ya le había consignado a Kai hacerse cargo de supervisar las reparaciones de su desafortunada alcoba. Se revisó el peinado, acomodándose el flequillo y miró a su ama de llaves, dedicándole una ligera sonrisa de agradecimiento. Todavía le dolía la espalda, pero en realidad no se sentía con muchos ánimos de estar postrada o dormir. De hecho estaba bastante entusiasmada. El azul de sus ojos era tan intenso que habría sido difícil decidir si la piedra preciosa que usaba de accesorio resplandecía más. Sus recientes deliberaciones sobre Kyla la habían dejado tan de buen humor que hasta se habría puesto a canturrear.

—Estoy bien, Gerda, gracias. Ese baño tuyo me ha reanimado totalmente.

Y vaya que lo había hecho, se pensó ruborizándose ligeramente.

Se metió en el saco morado que le sostenía el ama de llaves y se calzó los guantes blancos.

—Creo que terminaré el papeleo de la junta de ayer. No creo que el ostara requiera de mi presencia el día de hoy, así que supongo que será un día tranquilo —hizo una pausa y sonrió brevemente antes de posar los ojos en la mujer mayor—, ¿podrías asegurarte que en las cocinas preparen los platos favoritos de Anna? Me gustaría comer con ella.

Gerda arqueó las cejas, pero su sorpresa dio paso a una cautelosa sonrisa de extrañeza.

—¿De verdad, su alteza?

—De verdad —corroboró Elsa. Se encogió de hombros—. Es lo menos que puedo hacer por cubrirme en mis obligaciones con el fika, ¿no? —le sonrió arqueando una ceja y el ama de llaves le asintió.

La joven regente se retiró con las manos entrelazadas en la espalda y tarareando una melodía. Gerda solo pudo quedarse a observarla con los ojos como platos antes de caminar por el corredor alfombrado rumbo a las escaleras. Sea lo que fuera que le hubiera hecho el baño a su alteza, tendría que pensar en prepararle esa infusión herbal con más frecuencia.

Elsa abrió la puerta de su despacho y de inmediato fue asaltada por el aroma del café recién preparado. Le habían hecho llegar a su oficina una gran variedad de postres que hacían fila o se apilaban en fuentes sobre una mesa larga decorada con un festivo mantel. La tetera humeante que descansaba en la charola de plata debía haber sido puesta ahí si acaso algunos minutos antes. La regente se acercó al inesperado festín azucarado y levantó una nota en la que pudo leer la inconfundible escritura de su hermana menor.

"Lamento que te sintieras indispuesta anoche, pero no podía permitir que te perdieras del fika, así que mudé un festival miniatura en tu oficina. Disfruta los postres ganadores. Espero haber recordado bien cuáles son los que te más te gustan."

Elsa bajó la vista e inspeccionó la mesa. Había bizcochos y wienerbrød, galletas surtidas de mantequilla y cardamomo. Ahí estaba el tradicional arroz con fresas. Pudo ver el kaffebrød en el que tanto estuvo pensando la tarde anterior, junto con un montoncito de krumkakes rellenos de crema de chocolate y café. Elsa esbozó una ligera sonrisa imaginando lo mucho que le habría costado a su hermana desprenderse de ellos.

Sonrió ampliamente.

Claro que Anna lo recordaba bien: Había un pastel Kladdkakka entero para ella sola. Su favorito.

Frotándose las manos enguantadas, Elsa se decantó por ese pastel de chocolate espeso y se apresuró a cortar una rebanada. Se sirvió una taza de café con leche y se sentó tras su escritorio balanceando el tenedor entre sus dedos. El día estaba resultando ser uno bastante bueno.

La muchacha se rio por lo bajo y dio su primer bocado.

—¡Oh por Dios, esto es delicioso! —chilló Kyla saboreando el pastel que Elsa le había dado a probar de su propio cubierto.

—¿Verdad que sí? ¡El Kladdkakka es lo mejor de la vida! —le dijo Elsa entre risitas mientras Kyla rodaba en el pasto sujetándose las mejillas teatralmente—. Sería mejor con un poco de helado, pero así me gusta también.

—Así está muy bien —corroboró la morena sentándose junto a ella y permitiendo que Elsa le acercara más postre a la boca. La princesa le quitó una brizna de hierba del alborotado cabello azabache y se sonrieron—, aunque parece que tu hermanita es más fanática de sus krumkakes —apuntó Kyla alegremente.

Ambas se giraron para ver a la pequeña Anna que mordía dos de esos cucuruchos a la vez y se llenaba la cara de crema.

—Oh, Anna, ven aquí —le susurró Elsa inclinándose frente a su hermanita para limpiarle las mejillas con un pañuelo que se sacó del bolsillo de su saco azul rey.

— ¡Elsa, mira, el cielo está despierto! —chilló la niña apuntando al cielo con su manita regordeta y los grandes ojos turquesas brillantes de asombro.

Las tres levantaron la vista para observar las luces boreales que bailaban sobre la Montaña del Norte y se perdían bajando rumbo al fiordo. Anna se reía y abrazaba a su hermana y Elsa sonreía y le acariciaba el pelillo rojo. Kyla las miró enternecida, pero en un instante la expresión se le desvaneció a la chiquilla morena que frunció el entrecejo, turbada. Sus ojos amatistas se movieron con las pupilas dilatadas como si se encontrara leyendo un libro invisible. Ahogó un grito. Miró al cielo y a las hermanas, jadeando y dando la impresión de que el aire se le quemaba en los pulmones. Meneó la cabeza incesantemente como negando algo terrible ante alguien que solo ella fuera capaz de ver y se encontrara amenazándola.

Elsa se acercó a su lado y le tocó el hombro con preocupación.

—¿Kyla?, ¿estás bien?

La niña tenía los ojos violetas muy abiertos, pero se puso de pie y tomó a Elsa de las manos.

—Elsa, aunque el cielo esté despierto, tú sigue durmiendo —le susurró con el semblante más huidizo que la princesa le había visto nunca a su confiada amiga.

—¿Qué? —exclamó ella, confundida.

Kyla apretó los dientes y pareció estar librando una lucha interna consigo misma, pero le repitió lo que le había dicho antes. –Aunque el cielo esté despierto, tú sigue durmiendo, por favor.

—¿Por qué habría de—

—No lo sé —la cortó la morena, sus brillantes ojos miraron por sobre el hombro de la princesa, clavándose en Anna—. Solo... sólo quédate en tu cama siempre que las luces bailen.

Kyla se veía bastante alterada. Las manos le habían comenzado a temblar ligeramente y parecía estar a punto de ponerse a llorar. Elsa se mordió el labio y abrazó a su amiga, aunque no entendía muy bien qué era lo que ocurría.

—Oye... está bien... tranquila...

La niña la abrazó muy fuerte, Elsa enredó sus dedos entre el cabello oscuro de la pequeña extranjera.

—Prométeme que nunca dejarás de escribirme —le susurró en voz muy queda.

—Te lo prometo.

Elsa jadeó y abrió los ojos con el pulso acelerado. Se apretó las sienes con la mano e hizo chocar las muelas por el dolor punzante en su frente. El tenedor se le resbaló de entre sus dedos cuando flexionó su agarre, pero casi instantáneamente se le cerraron en un puño furioso que golpeó sobre el escritorio.

No lo recordaba, No había pensado en esa noche en mucho tiempo y no sabía por qué se le había disparado esa memoria, pero Elsa se dio cuenta que Kyla del algún modo había sabido del accidente de Anna.

No podía asegurarlo, pero la regente estaba encajando las piezas de sus cada vez más constantes e inesperadas alucinaciones y admitía que todo sobre su amiga estaba resultando demasiado incierto bajo esa luz sobrenatural que parecía estarla iluminando últimamente.

Las conclusiones de aquella remembranza comenzaron a llenar a Elsa de rabia y confusión, porque entonces toda su vida hasta ese momento...

—¡Voy a matarla! —bramó Elsa mientras recuperaba su cubierto y se llenaba la boca de postre, el cual comenzó a comer molesta—. ¡Si no se ahoga en su estúpida expedición voy a matarla yo misma con las manos! —hizo el ademán de estrangular a alguien invisible, miró el resto del pastel.

Definitivamente iba a depositar en su escritorio el molde completo y llenarse de chocolate hasta que dejara de pensar que Kyla definitivamente no era una especie de profeta idiota que se guardaba información crucial, o hasta que Gerda se apareciera y se lo arrebatara por la fuerza. Lo que ocurriera primero.

...

—Sabía que podía encontrarte aquí —le dijo Titus a Kyla cruzándose de brazos desde el umbral de la puerta de la biblioteca—. Me habían dicho que las cocinas habían sido saqueadas por una especie de gorgona demasiado atractiva.

Kyla se sonrió ligeramente, dejó la pluma en el tintero. Hizo el libro a un lado para estirarse.

—No es para tanto —soltó despectivamente—. Si no puedes permitirte perder unas cuantas viandas, entonces no eres tan rico como presumes.

Titus esbozó una sonrisa divertida y se acercó a la sabia, agitándole una bolsita ante la cara.

—¿Qué dices si salimos a tomar un poco de aire? —le propuso en una especie de tono seductor que a Kyla le causó gracia—. Llevas toda la tarde aquí adentro, seguro te has aburrido ya de estar secándote aquí entre pergaminos y tomos viejos.

La morena le arqueó las cejas al príncipe percibiendo el olor que emanaba del saquillo.

—¿Titus, es eso hachís? —le soltó con los ojos purpúreos abiertos de par en par.

El joven le sonrió de oreja a oreja.

—Del más puro que la realeza se pueda conseguir —El barbado giró los ojos ante el gesto reprobatorio que le dirigió su amiga y se encogió de hombros—. No tienes idea de lo estresante que ha sido la junta en el parlamento. Trae tu pipa, vamos y te cuento todo.

Kyla observó su bolsa ansiosamente, pero se pasó la mano de forma insegura por la parte trasera del cuello. Pensó en los recientes sucesos que involucraban a Elsa. Necesitaba mantenerlo todo bajo control.

—No lo sé... —titubeó ella—. Podría no ser muy buena idea justo ahora.

—¿Tal vez esto te haga pensarlo mejor? —le dijo el barbado, sacándose un pergamino sellado que llevaba prendido del cinturón—. He aquí, el permiso real para meternos a Mykênai, mañana. Votado unánimemente.

—¿Bromeas? —le soltó la sabia con la boca abierta.

—Míralo tú misma —le contestó el príncipe, extendiéndole el documento.

Kyla abrió el rollo y lo recorrió atentamente con el entrecejo fruncido. Tragó saliva, percibiendo repentinamente la boca muy seca. Se iba a jugar el todo por el todo al día siguiente y no estaba muy convencida en disminuirse los sentidos con el tabaco y aquello por más nerviosa que se sintiera. Aunque lo había visto y sabía cómo iba a terminar. Sintió que el corazón le palpitaba velozmente y se le hacía un gran nudo en el estómago. Agarró su mochila y miró a Titus precavidamente.

—Sin exagerar, Titus. Tenemos que estar listos —le contestó con tono resignado.

—Yo siempre estoy listo —le replicó el príncipe, ayudando a la morena a recoger sus cosas y urgiéndola a abandonar la habitación.

—¿No te da algo estar haciendo esto en el jardín a media tarde? —soltó Kyla cargando su cazoleta, sentada en el kline frente a Titus, quien estaba encendiendo su pipa, recostado tranquilamente disfrutando la brisa—, Digo, te acaban de entregar la autorización. ¿No podrían revocártela? —le dijo añadiendo un trocito de la pasta contenida en el saquito de tela. Se estiró por la cerilla y lo pensó un momento mordiéndose el labio, no muy convencida.

—Nah, mi padre desea entrar a la bóveda tanto como tú. Obviamente él no se arriesgaría, ni a su precioso primogénito; así que envía a su hijo de repuesto. El que se puede dar el lujo de ser una vergüenza —arqueó las cejas y sonrió divertido—, ¿Vas a encender eso, o no?

Kyla resopló, se arrebujó en su capa blanca que se había puesto encima. De algún modo, llevarla la hacía sentir menos despreciable cuando le daba por sucumbir ante debilidades de criterio como esas. No le gustaba tener que hacerlo. Mucho menos cuando terminaba así, consumiendo cannabis por motivos recreativos como una snob, (parecía ser la norma entre los intelectuales acomodados del continente)

No le escandalizaba la idea ni se debía a que los sabios tuvieran prohibido drogarse, sino que usaba el mismo raciocinio que evitaba se besara apasionadamente con una mujer en un sitio concurrido. No era correcto ni bien visto.

—Al menos es hachís y no algo peor —suspiró la morena dolorosamente.

Kyla aun temía por las consecuencias, pero sabía que los efectos se pasarían rápido. La muchacha encendió la pipa y dejó que el tabaco se quemara un poco antes de darle una calada que le llenó los pulmones.

La sabia se reclinó en su asiento varios minutos, dedicándose a aspirar y soltar el humo de su pipa, esperando que le vinieran los efectos. Titus le contaba sobre la reunión y lo entusiasmados que parecían encontrarse todos, menos él. Kyla lo escuchó tranquilamente con las manos entrelazadas sobre el abdomen asintiéndole de vez en cuando con languidez.

Entre el sopor de aquellos vapores y alguna que otra frase sin sentido, Kyla comprendió que pese a aspirar a convertirse en una especie de héroe y congraciarse con su familia, el príncipe estaba bastante asustado con la empresa que los aguardaba. Ella también se sentía igual. Y eso que no gozaba de la bendición de vivir en la ignorancia, así como él.

—¿De cuántos hombres vamos a disponer? —le preguntó para distraerlo del tema.

—No los que me gustarían, pero imagino que tendremos que apañárnoslas así.

Kyla le asintió e hizo una mueca ante el hormigueo que le recorrió por el rostro y se le extendió a las manos y sus articulaciones. Juraría que ya había perdido la sensibilidad en las mejillas. Juraría... que... que...

... Es tan largo que no hay final...

Kyla olvidó lo que estaba deliberando, torció las cejas tratando de hacer memoria sin lograr la gran cosa. No pudo pensar dos palabras juntas sin que estas se volvieran confusas hasta tergiversarse y convertirse en alguna frase incomprensible que prefirió no pronunciar por no quedar como una idiota balbuceante... una...

Sería fácil perder la razón... justo antes de llegar...

Se sentía... estaba bastante... Lenta... La trigueña miró a su alrededor, enfocando dificultosamente. ¿Por qué todo se encontraba dando vueltas tan rápido?

Cuando en realidad permanezco estática...

La sabia sonrió cuando los párpados le cayeron a la mitad de los ojos y una risa liviana le brotó de la garganta sin que fuera capaz de recordar el motivo.

Todo volverá a empezar...

—¿Has pensado... cómo sería, que nuestro mundo se repitiera en muchos otros sucediendo a la vez? —soltó Kyla soporíferamente, enredándose los dedos como si se encontrase haciendo una cuenta mental—. ¿Como si en cada uno las cosas fueran distintas?

Titus giró la cabeza con pesadez, torció las cejas procesando la idea de la germana.

—No lo entiendo... Tendrás que desarrollarlo más para mí, que soy algo estúpido... —declaró el príncipe, mientras se reía tontamente por lo bajo.

Kyla le chistó, manoteándole frente a la cara para llamar su atención.

—Bueno, tú y yo estamos aquí, ¿no? —explicó apuntando hacia el suelo—. Estamos drogados hasta el culo divagando estupideces...

Kyla se contagió de la risa del cretense, pero se obligó a terminar lo que decía.

—Pero, imagina que, en otro mundo, tú y yo no nos conocemos porque este sitio ni siquiera existe.

Titus sacudió la cabeza en confusión.

—Cnosos no existe en ese otro mundo donde no nos conocemos —artículo el príncipe, llenándose desastrosamente la copa de vino—. ¿Por qué?

Kyla gesticuló con la mano, luego pareció desistir de aquello, porque la dejo anidársele en la melena desgreñada.

—Porque tal vez en ese mundo, la guerra contra los micénicos se perdió y no quedó nada... Ni uno solo de los diez palacios. Mataron a la familia real, a los funcionarios de gobierno, a la gente... Vaya, tal vez ni siquiera perdonaron a las bestias.

Titus resopló escupiendo groseramente.

—Eso es ridículo. Contamos con la protección de Apolo en comparación a esos cerdos...

—Shhh, shhh —lo cortó la sabia de manera impaciente —. Pero es que en ese otro mundo no existen los dioses. Nadie los protegió.

—¿Y entonces sobre que estaríamos parados?

—Sobre ruinas —dedujo Kyla, encogiéndose de hombros—. Un reino tan fantasmal como el de Zakrós. Tú no existirías y yo estaría aquí recostada, sola hablándole al viento... Aunque no sé si habría hecho la mitad de idioteces que llevo hasta ahora sin tu bobalicona influencia.

El cretense se quedó en silencio estudiando el rostro de la germana. Los ojos violetas se mantenían fijos, refulgiendo intensamente, parecían expectantes del movimiento de algo que sólo era perceptible para ellos.

Titus parpadeó de manera somnolienta

—Que jodida debes tener la cabeza para pensar esas cosas... —murmuró, enfurruñándose—, ¿Cuánta pasta te pusiste a quemar? Si te pones a vomitar como acostumbras, te voy a dejar así.

Kyla se abrazó los costados, se sonrió por lo bajo, conteniendo las ganas de reír.

—Ya te ha dado miedo y ni siquiera te has enterado de nada —la sabia se puso a juguetear con un mechón de su espeso pelo negro—. Siempre pones esa cara cuando te empiezas a imaginar cosas sobre mi... Te aseguro que son mucho peores.

—Yo nunca tengo miedo —se defendió el barbado. Tenía la nariz roja y los ojos como un par de rendijas. Se lo pensó por un momento y luego resopló sonoramente—. Además, lo peor que se puede pensar de ti, es que eres la sabía más estúpida de Europa y eso al menos he podido comprobarlo en persona.

Kyla soltó una risotada y se puso a patalear en el suelo histéricamente.

—¡A mi abuela le daría algo si llegara con ese título oficial! ¡Dioses, sería perfecto!

—Deberían otorgarlos —siguió Titus—, así uno podría presentarse como un idiota certificado.

—Con especialidades en múltiples imbecilidades.

—¡Justo iba a decir eso!

Las risas del príncipe y la sabia continuaron resonando en el viento salino. El sonido de la vida en aquella floresta era lo único que armonizaba su peculiar diversión.

Titus tamborileó con los dedos el borde de su copa de oro semivacía. Observó de soslayo a Kyla que ya estaba de nuevo con las manos metidas en su espesa cabellera. Así como estaba, meciéndose en su sitio mientras farfullaba en germano, daba la impresión de estar rebuscando sus ideas entre aquellos largos mechones. Se veía más frustrada que en otras ocasiones, como si estuviese lidiando con algún problema matemático de difícil solución; aunque para el cretense (que podía jactarse de conocerla mejor), seguramente aquello se trataría de algún dilema moral, porque si algo ya le había quedado claro al barbado, era sobre lo mal que se le daba a la sabia dejarse llevar cuando se trataba de las cosas que simplemente debía sentir sin buscarles un significado.

Curiosamente a Titus también le parecía que esa rigidez mental, a Kyla se le extendía desde la cabeza hasta los miembros. Que en ocasiones sus expresiones corporales no se correspondían cuando la morena se encontraba distraída como en aquel momento. Si a Titus le pidieran explicarse, se encogería de hombros y admitiría que Kyla era una brillante y bella mujer que gesticulaba grácilmente y a veces compartiría las ideas que le rondaban por la cabeza; y, sin embargo, era muy distinta cuando su mente se apagaba y se suponía que debía comportarse como alguien más libre. En lugar de eso, era como si su cuerpo se quedara vacío, en una contemplación de algo que solamente tuviera sentido para ella.

Se quedaron en silencio por otro rato. Titus se había puesto a contarle una anécdota vergonzosa suya, que implicaba una caída del caballo y una terrible lesión en la ingle.

—¿Lo pensaste? —le susurró Kyla seriamente por lo bajo frunciendo el entrecejo —¿lo que sería quedarse con ese entumecimiento por siempre? sin percibir nada. ¿Cómo de hielo?

—No, lo que me temía era que me dejaran de funcionar las cosas allí abajo, porque, tú sabes —el príncipe se burló tontamente de sí mismo y se interrumpió rascándose la barba—. Debimos traer comida. Sé que eres un barril sin fondo, ¿pero no te da más hambre fumar hierba?

—¿Lo harías voluntariamente? —la sabia estaba hablando para sí misma. Titus le observaba la mirada amatista perdiéndose en la nada, percatándose que al parecer no estaba conversando con él.

—Eh, Kyla —le dijo el joven nervioso—. Deja eso, es muy pronto.

Kyla se apretó fuerte dentro de su capa.

—Está todo tan frío...—pronunció en un susurro ensimismado.

Titus se sonrió incrédulamente.

—¿Bromeas? Sí hace un calor de los mil infiernos.

Kyla tiritó, se miró dificultosamente las manos temblorosas. Estaban azules, congelándose frente a su nariz. La morena abrió los ojos violetas en espanto. Recorrió la vista a su alrededor. El viento rugía y sacudía los árboles cubiertos de nieve. El ruido era ensordecedor, la escarcha le golpeaba el rostro violentamente y le punzaba un dolor por todo el cuerpo que sentía a punto de rompérsele. Cada paso era angustiante, pero no podía detenerse. Un nombre se le formaba en la boca y lo gritaba a todo pulmón; pero en la realidad sólo se había quedado ahí, sacudiéndose con los ojos nublados, respirando aceleradamente, mientras las grandes manos de Titus la sostenían en su desvanecimiento.

—¿Kyla? Eh Kyla, no te pierdas —le decía el joven tratando de no caer en pánico—. Todo está bien, estás bien, tranquila, te ha caído mal esta basura. Eres inmortal en tu mente —le repetía para calmarle la ansiedad—. No te puedes morir, recuérdalo.

—No puedo morir... —repitió ella cuando las lágrimas comenzaron a surcarle las mejillas.

...

Elsa levantó su copa y Kai se la rellenó asintiendo satisfechamente. Siguiendo las recomendaciones de Gerda, la regente había limitado su suministro de alcohol y se encontraba acompañando sus alimentos con inofensivo jugo de lingonberry. El mayordomo miraba de soslayo a su alteza, quien cortaba con extremada finura un poco de salmón ahumado y escuchaba atentamente la plática de la princesa Anna, que le contaba animadamente los detalles del fika que había presidido.

La hermana mayor sonreía con amabilidad e instaba a la menor a que se explayara, ante el regocijo de esta última quien parecía a punto de estallar por la emoción. Anna ni siquiera podía acordarse de la última vez que algo así había sucedido entre ellas. Kai sonrió por lo bajo al recordar el rostro que la pelirroja había puesto cuando Gerda le informó que su hermana había expresado su deseo de que compartieran la mesa, (sin ningún protocolo o evento que las obligase a ello). Eso fue toda una novedad. Por un momento Anna se le había quedado viendo a su antigua nana con suspicacia, como si todo aquello se tratara de una elaborada trampa; pero ahí estaban las dos, frente a frente, reconociéndose. Y si bien, la regente no había expresado mucho, tampoco estaba ignorando a la princesa como acostumbraba.

—...Y era sumamente difícil —decía Anna gesticulando con las manos—, porque por una parte estaba todo ese chocolate, pero por el otro estaban todas esas personas agradables detrás de cada postre. Le otorgué puntos extra al arroz con fresas solo porque lo había preparado una abuelita adorable. La verdad, no sé cómo puedes ser imparcial con algo así —resopló probando una de sus albóndigas.

—Oh, no lo soy —le contestó Elsa, sorprendiéndola. Se limpió la comisura de los labios con la servilleta que depositó en su regazo—. Yo también termino favoreciendo a la señora Jenssen —le explicó sonriendo ligeramente—, no solo respeta las tradiciones, sino que cocina bien y es lindo ver cómo se entusiasma por una buena crítica.

Elsa desvió la mirada y bebió de su copa distraídamente, pero Anna la miró atónita. Siempre pensó que a su hermana le resultaba todo muy indiferente y que por eso era tan reservada y esquiva; pero ahora comprendía que no era del todo cierto y que no sólo era considerada, sino de cierta forma... cálida. A Elsa sí le importaban los demás. Tanto como para hacer feliz a la dulce ancianita y hasta tenerla presente por su nombre. Algo que ni siquiera Anna se había tomado la molestia de recordar. La princesa pensó que aquello era un gesto muy noble; aunque descubrirlo también la entristeció un poco, ya que su hermana mayor no demostraba ese lado suyo con más frecuencia, por no afirmar que nunca.

Se mordió el labio, y suspiró mientras negaba ligeramente para sí misma. Estaban ahí, ahora, charlando, (bueno, un poco) como hermanas de verdad. Y todo comienzo al respecto tenía que ser bueno.

La regente se aclaró la garganta ante la mirada entusiasmada de su hermana menor y siguió cortando su filete.

—Recordaste que me gusta el Kladdkakka. —le dijo tranquilamente—. Ha sido una grata sorpresa encontrar tu pequeña versión del festival. Creo que casi engullí el pastel entero —mencionó a manera de broma, aunque en realidad había sido la verdad. A Elsa todavía le ardían las mejillas al recordar a Gerda, riñéndola en el estudio, argumentándole que se arruinaría el apetito. Como si fuera una niña encaprichada. Lo cual había estado siendo precisamente.

—Y todo por estos sueños —se pensó fatigosa, tallándose los ojos con los dedos blancos.

Esas fantasías suyas tenían que darle un respiro. Elsa tenía la sensación que había estado yendo y viniendo entre la realidad y esas visiones con demasiada frecuencia últimamente. No le parecía que pudiera hacer algo al respecto de todas formas, así que sólo se dejaba arrastrar mientras se le colaba a Kyla en los pensamientos y aprendía más sobre la vida de la sabia. Le resultaba irónico haberse carteado tanto tiempo con su amiga y encontrarse conociendo más de detalles suyos hasta ahora que soñaba con ella. Elsa arrugó la frente y se llevó un bocado entre los labios. Esos desvanecimientos ya no eran exclusivos de sus horas de dormir y no se encontraba muy segura sobre lo que debía pensar.

Era extraño. Nunca saber algo la había llenado de tantas dudas antes. Era todo demasiado abrumador. Como estar bajo los efectos del agua de fuego y recibir información importante que tuviera que asimilar mientras no podía ni pararse derecha. Parecía que mientras más averiguaba, más preguntas se le formulaban. La experiencia era agotadora y le dejaba a Elsa ese dolor en la parte trasera de los ojos que la dejaba adolorida, como si le hubieran aplastado el cráneo igual que una nuez cuando aquello acababa.

La regente miró sus manos cerrándose sobre su regazo y las notó borrosas. Casi soltó un chillido y se obligó a prestar atención a Anna, que seguía hablándole del fika, pero la vista se le estaba perdiendo.

Apretó los dientes.

—No, no, no. No frente a Anna.

Elsa posó los ojos cobaltos neblinosos en la pelirroja que se reía de su propia charla.

—...Entonces estaba este niño llamado Anders persiguiendo un cerdo y yo estaba algo así como: ¿Guardias, de dónde salió ese chancho? Tiraron una mesa de tartas de manzana y–

Y la regente ya no supo más.

Elsa corría desesperadamente sobre el hielo. El corazón le palpitaba nerviosamente, retumbándole en el puño. No podía ver absolutamente nada. Sus ojos recorrían incesantemente la lejanía, pero no había más que blanco a su alrededor. No podía percibirse otra cosa. Solamente el frío que le golpeaba furiosamente la carne indiferente. Jadeó tratando de encontrar un camino. Sentía el pecho constriñéndosele erráticamente a punto de estallar. Tenía mucho miedo. No. Terror. No comprendía porqué, pero sabía que tenía que marcharse. Tenía que huir lejos y esconderse. Escapar. Era la única manera. La tormenta rugía impresionante, completamente fuera de su control.

Escuchaba una voz que le gritaba contra el viento, pero era muy difícil comprenderla.

"¡Tu hermana está muerta por tu culpa!"

—¡NO!

—¿Su alteza, se encuentra bien?

Elsa se sujetaba la cabeza tratando de enfocar lo que estaba sucediendo. Escuchó la preocupada voz de Kai muy cerca. Levantó instintivamente la mano enguantada para frenarlo.

—E- estoy bien, yo solo...

La visión se le fue aclarando y se percató que en su conmoción había tirado la comida y la bebida sobre la mesa. Sus ojos recorrieron nerviosa y confusamente al sirviente y a otras dos chicas del personal que ya habían acudido a limpiar el desastre. Anna la miraba aterrada desde el otro extremo. Al parecer también había gritado.

—Elsa... —susurró la muchacha empujando su silla en clara intención de querer avanzar a su lado.

La rubia miró a su hermana horrorizada y se levantó como pudo.

—D -discúlpenme por favor —trastabilló evitando mirar a alguno de los presentes, emprendiendo a toda prisa la retirada del salón.

En el comedor se hizo el silencio en lo que las mozas despejaban la mesa mirándose entre ellas. Anna y Kai no pudieron dejar de notar la mano que la regente se presionaba contra la sien, ni su andar tembloroso mientras desaparecía apuradamente tras las puertas de roble que cerró tras ella.

—Dios, ¿qué había sido aquello? —se preguntó Elsa apoyándose en el barandal de la escalinata que pretendía subir para refugiarse en su alcoba.

Anduvo dificultosamente, pero en el segundo tramo, las piernas le temblaron tanto que se dejó caer en el rellano jadeando como si hubiera corrido kilómetros. El dolor era terrible. La regente se llevó la mano a la cara solo para percatarse que le estaba sangrando la nariz. Exhaló asustada al mirarse los dedos blancos de su guante teñidos de rojo con su propia sangre real y trató de no entrar en pánico. Se sacó su pañuelo y se lo colocó bajo la hemorragia, percibiendo el sabor metálico en su boca.

—¡Maldición! —se obligó a levantarse y alcanzar su dormitorio.

Elsa cruzó la puerta blanca de cristales azules y se sentó al borde de su cama, aliviada por haberlo conseguido. Todo se veía pulcro y ordenado, como si nada hubiera pasado ahí. Echó la cabeza hacia atrás y respiró profundamente tratando de ignorar el malestar que sentía tras los ojos azules que le quemaban en las cuencas. Era como si estuvieran ardiendo y se le apretaran contra el cerebro. Las sienes le palpitaban y de pronto se le estremeció el cuerpo al sufrir arcadas que casi la hicieron vomitar. Continuó resoplando intentando tranquilizarse y razonar.

—Nada de eso fue real —se repetía mientas temblaba y se dejaba caer de espaldas sobre el colchón de su cama con dosel.

Había visto morir a Kyla, pero ella estaba viva muy lejos de ahí, y su hermana había perecido en aquella tormenta, pero se encontraba cenando tranquilamente frente a ella, en la mesa, en la seguridad de su hogar en aquel clima primaveral. Aparentemente sus recientes visiones le habían estado fallando, y carecían de sentido porque nada de eso estaba ocurriendo. Elsa jadeó y se apretó la frente ante la alternativa que le flotó por la mente y la llenó de asombro y pavor.

—¿Es que estoy viendo... eventos que podrían suceder?

Gerda llamó y entró presurosamente a la habitación sin darle tiempo a la regente de contestar o enderezarse, por lo que el ama de llaves la encontró ahí tendida sobre su lecho con las manos apretadas contra la cabeza y un paño y guantes manchados de rojo. La mujer ahogó un grito e hizo acopio de todas sus fuerzas para no lanzarse sobre la muchacha para sujetarla entre sus brazos. Se quedó de pie a cautelosa distancia revolviéndose las manos ansiosamente sobre el delantal.

—Su alteza, ¿se encuentra bien? —barbotó en un chillido agudo—. Supe que se sintió indispuesta en la mesa —le aclaró dócilmente.

Elsa contuvo un gemido. Claro que lo había sabido. No dudaba que se hubiera comentado ampliamente lo ocurrido en las cocinas. La regente maldijo y apretó los dientes, forzándose a enderezarse lentamente.

—Estoy bien, Gerda —respondió de forma poco convincente sin poder hacer nada para controlar el hecho de que seguía temblorosa y más pálida de lo usual. Como si hubiera sido a propósito, un hilillo de sangre volvió a descenderle por la nariz logrando que perdiera toda su credibilidad.

—Debe inclinarse, no se recueste —le dijo la mujer gesticulando e indicándole a Elsa que dejara caer la cara sobre las rodillas, presionándose el pañuelo contra el rostro—, respire por la boca y quédese así, le traeré unas compresas frías.

El ama de llaves se retiró angustiada. Se preguntaba si se atrevería a sugerirle a su alteza que se hiciera revisar por el médico real, porque los desmayos eran una cosa, pero la sangre nunca presagiaba nada bueno en ninguna situación. La joven regente era testaruda, eso lo sabía bien; pero si las cosas empeoraban no iba a dudar en tomar cartas en el asunto.

Elsa tosió rojo en su pañuelo completamente aborrecida del sabor que le dejó en su boca y alzó las cejas con el corazón zumbándole. ¿Por qué de pronto se sentía tan mal? Hizo lo posible por ignorar el hecho de que esa última alucinación le estaba deteriorando la salud y muy rápidamente.

Se estremeció en su sitio cuando una punzada le aguijoneó el tabique de la nariz y se apretó los dedos contra el rostro con ojos llorosos tratando de analizar lo que ocurría. Le habían sobrevenido mareos y dolores antes luego de esas visiones, pero nada como lo que estaba padeciendo tras ese breve instante de presenciar lo que creía podía haberse tratado de un futuro bastante funesto para su hermana.

Una nueva ola de dolor le golpeó la cabeza y Elsa gimió en su desesperación.

Como si ya no fuera capaz de resistirlo, algo dentro de ella se apagó.

La regente sintió el cuerpo pesado y perdió el control sobre sus miembros cuando cayó hacia adelante y se golpeó la mejilla y los codos contra el piso de madera. Los parpados se le cerraron lentamente mientras todos sus sentidos simplemente le dejaron de funcionar.

—Anna...

...

—¿Segura que no quieres hablar sobre lo que pasó?

Titus azuzó a su caballo alazán para ponerse a la par de Kyla que montaba un corcel blanco y guiaba la expedición por aquel terreno polvoso. Unos diez hombres les seguían de cerca, tirando de carros vacíos que esperaban llenar con el botín de las ruinas abandonadas.

—Ciertamente no quiero hacerlo —respondió la morena subiéndose la capucha de la capa blanca. Hacía mucho calor como de costumbre, pero prefería el sopor de estar bajo la tela a quemarse con el sol que brillaba alto sobre sus cabezas o tener que mirar directamente a su amigo barbado—. Fue estúpido y supongo que no debimos hacer algo así si íbamos a estar aquí hoy. Tengo el estómago revuelto —añadió la sabia colocándose los largos dedos sobre el vientre.

El príncipe frunció el entrecejo y apretó las riendas, irguiéndose tensamente sobre la montura.

—Sabes bien de qué estoy hablando —le dirigió a la morena una mirada enfática que intentó le saliera severa—. Sobre las cosas que te pusiste a balbucear.

Kyla se sobresaltó y lo miró fijamente. La expresión de Titus se lo dijo todo. La sabia se reprendió mentalmente y meneó la cabeza mientras tras los dientes apretados, el barbado le pudo distinguir la palabrota que soltó ella en incomprensible germánico.

—¿Es cierto? —le preguntó el joven tras una larga pausa.

—Lo es —corroboró Kyla pasando saliva sin desviar la vista del camino.

—¿Qué vamos a hacer? —inquirió Titus en un susurro muy bajo inclinándose junto a la morena que pareció debatirse internamente sopesando la pregunta.

—Tú no tienes que hacer nada —le contestó ella finalmente, encorvándose sobre la silla.

El barbado le colocó la enorme palma a la sabia sobre la espalda. La muchacha se tensó nerviosamente.

—Somos hermanos —le dijo él llanamente con una sonrisa sincera—. Tus dilemas también son los míos.

Kyla lo miró boquiabierta con los ojos violetas brillantes. Recuperó la compostura, dirigiendo la vista en la dirección contraria. Le golpeó el hombro a Titus débilmente con el puño cerrado. La capucha y su melena oscura le ocultaron el rostro, pero la sabia sonreía.

—Lo sé.

Alzaron la vista cuando llegaron a la muralla de Mykênai y los enormes monolitos sobre el dintel les dieron la bienvenida de esa manera fantasmal. Eran dos figuras de cuatro metros de altura. Unas leonas de pie sobre sus patas traseras, enfrentadas, mirando fijamente a los transgresores ante el arco de piedra. Por un momento todos se detuvieron y se quedaron ahí, como si temieran que las esfinges cobraran vida y los mataran a todos; pero Kyla tomó aire y clavó los talones en los flancos de su caballo, cruzando el umbral. Titus le dio alcance y pronto los demás tuvieron que seguirlos.

—Por los dioses, este lugar es enorme —jadeó Titus observando las construcciones de la ciudadela abandonada.

—Sí. La leyenda cuenta que la levantaron los hijos de los titanes. Unos tipos bastante grandes —Kyla se detuvo en la base de una escalinata de peldaños gigantescos y desmontó su caballo. Titus la imitó. Llamó a un guardia para que se hiciera cargo de los corceles e hizo una seña a cinco hombres para que los siguieran en la escalada mientras el resto montaba el campamento.

Las escaleras eran amplias, los bloques de cantera abarcaban fácilmente cuatro escalones normales y en primera instancia Kyla pensó que sería más fácil subirlos a gatas; pero prefirió saltarlos. Para cuando Titus le dio alcance en la cima de manera sofocada, ella estaba revisando un pergamino. Tanteaba con los largos dedos sobre la piedra cubierta de enredaderas.

—¿Cómo haces eso? —resopló el príncipe apoyando las manos sobre las rodillas—, creí que sólo leías libros.

Kyla esbozó una media sonrisa y se enderezó guardándose el rollo.

—Ser sabio es un poco más que eso, querido —La morena se acuclilló y se sacó un polvo del bolsillo, lo colocó en un pequeño montón, hizo chocar dos guijarros oscuros que soltaron una chispa y se echó hacia atrás cuando un pequeño estallido aflojó la piedra—. Ahora, si me ayudas con esto...

Titus y los otros guardias avanzaron y movieron el pedrusco, revelando una entrada por la que escapó un fuerte olor a humedad. Kyla chistó y se quitó la capa, que dejó en el suelo. Envolvió una antorcha larga con un paño que mojó con aceite y encendió con otra chispa. Le hizo una seña a Titus para que él y el resto de los hombres hicieran lo mismo y se internó en la oscuridad.

—Las cámaras más profundas deben estar inundadas —les dijo la sabia a los hombres sin girarse, entornando los ojos por aquel estrecho pasillo—, pero no vamos hacía allá. Al menos no ustedes. La bóveda que busca su Rey está cuatro cámaras hacia abajo. Le entregó un pergamino a uno de los guardias—. Sigan el camino y bajen y encárguense de descargar lo que necesitan, Titus y yo descenderemos un poco más —Se detuvo y miró seriamente al hoplita que se frenó en seco inseguramente—. No te equivoques de pasaje o se perderán y se quedarán dando vueltas aquí por siempre. No tengo un plan b para eso —le advirtió peligrosamente con los ojos violetas fulgurantes por el crepitar de la flama de su antorcha. Le esbozó una sonrisa irónica—, ¿Puedo confiar en que sabrás leer bien un mapa?

El soldado pasó saliva y asintió haciendo sonar su yelmo. Apretó los dedos sobre su lanza. Titus sonrió y le dedicó una inclinación de cabeza al guardia. Tomaron caminos separados y el barbado se dedicó por un momento a observar las esculturas perturbadoramente mutiladas que titilaban bajo la luz de los fuegos que llevaban en mano. Kyla susurraba por lo bajo para sí misma. Repetía la secuencia del laberinto por el que debían internarse.

—¿Cómo puedes vivir así? —soltó Titus, rompiendo el silencio cuando doblaron una esquina.

—Nunca he dicho que lo disfrute —le replicó Kyla encogiéndose de hombros—. No es tan malo.

Titus la sujetó del hombro y la hizo girarse jalándole el cuello del blusón.

—No vas a hacer eso —le siseó, con los dientes apretados y las poderosas cejas en gesto resuelto—. No vas a ser una maldita mártir si puedo evitarlo.

Se quedaron así por un momento muy tenso hasta que Kyla se mordió el labio y se hurgó en el bolsillo. Le entregó a Titus el pergamino con el mapa de la fortaleza como si estuviera haciendo algo completamente indebido.

—Detrás de la cámara falsa están las armas de Perseo —explicó—. Tomaría un par de minutos recogerlas, y si no pudieras regresar por el camino que tomamos, tendrías que usar este otro —le dijo, mostrándole una ruta marcada con otro color.

El barbado arqueó las cejas.

—Podría ir ahora.

—No, así no funciona esto —Kyla jadeó y se tambaleó cayendo en brazos de Titus. Se sujetó la sien. Enfocó la vista y volvió a enderezarse exhalando profundamente—. Ven, ayúdame a abrir esta puerta.

—¿Vas a estar bien? —soltó el barbado, inquieto.

Kyla frunció el entrecejo y sonrió sutilmente.

Entraron a una gran cámara por la que se filtraba una extraña iluminación azulada. Una serie de esculturas enormes de bronce circundaban el lugar, cada una posicionada frente a emblemas dorados con caracteres fenicios labrados, urnas decoradas y restos de lo que debieron ser en su tiempo suntuosas ofrendas reducidas ahora a polvo. Titus alzó la antorcha hacia una de las vasijas.

—¿Crees que realmente reposen ahí? —pronunció el príncipe en un susurro respetuoso.

—Los dioses no pueden morir —le espetó Kyla recorriendo la bóveda con atención—, pero estas catacumbas fueron las que más los reverenciaron. Los Akhaios lo sabían todo sobre ellos —señaló hacia arriba, al techo abovedado con símbolos y cuerpos celestes. El barbado jadeó boquiabierto.

—Eso es...

—Un calendario. Sí —asintió la sabia—, El de los titanes —Kyla los recorrió uno por uno—, Cronos, Océano, Jápeto, Rea, Temis, Febe, Tetis, Mnémosine, Hiperión... ah, aquí estás... Selene.

—¿La Titánide de la Luna?

Kyla entornó los ojos y repasó los relieves del mármol. Su mirada amatista refulgió bajo la luz del fuego que se mezcló con la luminiscencia de color azul. Titus la observó mientras la morena parecía ver algo más que él estaba ignorando sobre aquel sitio. Los ojos de la sabia recorrieron los alrededores como si pudieran verlo y comprenderlo todo y el barbado se estremeció de pronto al sentirse desnudo ante su escrutinio. Despojado de su pasado y sus secretos. Nunca había sentido algo así. Retrocedió un paso sobrecogido al tiempo que Kyla hacía una cuenta numérica silenciosa con sus labios.

—Oh... Elsa... —susurró para sí misma con los ojos centelleantes cuando miró la estatua de la diosa que se decía era pálida y de cabello blanco.

Un estruendo sacudió la cámara y Titus se sujetó al marco de la entrada. Kyla corrió hacia él y lo empujó, sacándolo al pasillo.

—Hay que largarnos de aquí, ¡Ahora!

—¿Qué está pasando? —gritó Titus corriendo tras la morena.

—Las cámaras inferiores colapsaron, esto se va a inundar en unos minutos, si no se nos cae antes todo sobre la cabeza, hay que subir. ¡Por aquí! —jaló a Titus y lo empujó en una bifurcación.

—¡Estamos bajando! —chilló el príncipe cuando el agua le empapó las rodillas.

—Tenemos que hacerlo para subir, ¡Es este laberinto de mierda! No dejes de avanzar.

Una ola enorme avanzó por el pasillo y los arrastró todo el camino hasta estrellarlos al final del corredor que se desplomó con el impacto. La piedra y el agua los separó en un segundo. Kyla sacó la cabeza y llamó a su amigo en la oscuridad.

—¡Titus!

La voz del príncipe sonaba amortiguada tras la barrera y pareció perderse mientras se alejaba.

—¡Resiste, Kyla!

...

Elsa tosió y se inclinó sobre la palangana que le acercó Gerda vomitando lo que creía eran pedazos de su estómago y buena parte de su desayuno. Resopló pálida y sudorosa en su cama, bebiendo el vaso de agua que le ofreció su ama de llaves y se limpió la boca estremeciéndose del asco. No creía ser capaz de soportar mucho algo como aquello.

Había estado bien, hablando con Gerda, suministrándole instrucciones para las actividades del día y de pronto se había quedado en blanco, presenciando ese derrumbe en el que vio a Kyla perderse bajo el agua. Recuperando la conciencia solo para quedarse ahí a devolver sus intestinos.

Era como si cada visión la estuviera perjudicando físicamente, pero no podía hacer nada para evitarlas. La mujer mayor se levantó de su asiento junto a la cama de la regente y la miró seriamente con la jofaina entre las manos.

—Ya he mandado llamar a su médico, su alteza. La verá al mediodía —le informó el ama de llaves, apretando los labios ante el jadeo irritado de la joven regente que se apretó bajo las sábanas.

—No quiero verlo.

La mujer le giró los ojos exasperadamente.

—Su alteza, su hermana ya está preocupada haciendo rondas afuera de la puerta. Si no quiere que esto se le salga de las manos. Le recomiendo que haga un esfuerzo y se deje revisar.

Elsa resopló en su sitio con el entrecejo fruncido y los ojos brillantes de indignación.

—No quiero que un galeno venga a llenarme la cara de sanguijuelas, estoy bien.

—No, no lo está —replicó la mujer dirigiéndole una mirada severa—. Ahora, o tolera el hecho de que la sangría es una posibilidad y la acepta o se arriesga a tener un despliegue de estos públicamente. Ciertamente yo no pienso permitírselo.

Elsa le sostuvo la mirada fulgurante a su nana, pero la mujer no se inmutó. La regente apretó los puños, pero exhaló un suspiro y relajó los hombros dejándose caer derrotadamente contra el almohadón que tenía a su espalda. Estaba muy cansada como para oponer demasiada resistencia.

—Está bien. Pero tráeme pergamino y tinta. Tengo que enviar un mensaje.

La mujer asintió y abandonó la habitación con un resoplido. Casi se tropezó con Anna que dormitaba envuelta en una frazada en el corredor.

—Santo Dios, su alteza, ¿qué está haciendo aquí?

—¿Cómo está mi hermana? —soltó la pelirroja desenredándose de la manta y gateando para ponerse de pie —escuché ruidos horribles, suena muy mal —caminó apuradamente gesticulando con las manos—, ¿No será fiebre del heno? Porque bueno estamos en primavera y no estoy muy segura si Elsa tenía alergias cuando éramos niñas, de hecho, no recuerdo que alguna vez haya tenido fiebre; pero esta no parece haber sido su semana —se pasó un mechón de cabello tras la oreja y siguió a la buena nana, dando pasos apresurados por el pasillo—. Oh, ¿se pondrá bien, Gerda?

El ama de llaves se detuvo y tomó a la joven princesa de las manos, dedicándole una mirada animosa.

—No se preocupe, alteza. El médico vendrá a revisar a su hermana y ya verá que su salud mejorará. Ella es fuerte. (Y testaruda, quiso añadir) —la mujer alzó las cejas—, ¿por qué no se dirige a las cocinas y encarga un zumo para su hermana? Yo iré a recogerlo en un momento y se lo entregaré de su parte.

Anna esbozó una sonrisa de oreja a oreja.

—Sí, puedo hacer eso —se jactó entusiasmada. Abrió los ojos turquesas muy grandes mientras agitaba el índice frente a su cara—. Es más, puedo escoger las frutas y asegurarme que sea un súper jugo. ¡Sí! —la pelirroja canturreó y bajó disparada las escaleras soltando una risita alegre—. ¡Gracias Gerda!

El ama de llaves sonrió ligeramente, meneó la cabeza dirigiéndose al estudio de la regente.

Elsa había estado escribiendo una carta para Kyla mientras se bebía un extraño ponche de frutas enviado por su hermana cuando el médico real hizo su arribo y comenzó a examinarla y hacerle preguntas. Elsa detestaba la cercanía con otras personas, pero no podía evitar que el galeno hiciera su trabajo por mucho que la incomodara.

—No quiero sanguijuelas —susurró la rubia al hombre de cabello cano que estaba sentado a su lado y revisaba atentamente su reloj de bolsillo.

El médico real le retiró del pecho el cilindro con el que escuchaba los latidos del corazón de la regente y se ajustó las gafas sobre la nariz ganchuda.

—Sería propicio dados sus síntomas, su alteza —repuso con calma.

—Recurren a esas criaturas para todo —bufó Elsa de mala gana—. Ciertamente no las quiero sobre mí.

—Su alteza, no me atrevería a practicarle alguna incisión innecesaria.

—Entonces no hay nada que hacer, ¿no? —exhaló resignadamente—. Mire, sólo deme algo que me permita descansar.

El hombre miró a Gerda, que se encogió de hombros y suspiró, revolviendo entre su maletín.

—Voy a darle belladona, pero si no hay evolución, su alteza, tendremos que proceder al tratamiento —le dijo el hombre en un tono amable, pero como si estuviera tratando de decirle algo importante a una niña pequeña encaprichada.

La rubia asintió y el galeno mezcló un polvo de una botella, con el líquido incoloro de otra, dándoselo a beber a la regente. El hombre se giró hacia Gerda.

—Deberá tomarla en tres dosis, podrían sobrevenirle algunos efectos indeseables, pero todo estará bien si se usan las cantidades adecuadas —escribió en un papel y se lo extendió al ama de llaves—. Manténgase pendiente si hay temblores, reacciones en la piel o alucinaciones de algún tipo y envíeme palabra por la mañana referente a su estado—.

Miró a Elsa y le dedicó una reverencia cuando se puso de pie.

—Cuídese su alteza, espero que se sienta mejor.

—También yo, doctor —replicó Elsa acomodándose abnegadamente bajo las mantas—, también yo.

—Muchas gracias, doctor, lo acompaño a la salida.

—Muy amable.

Elsa se acurrucó de lado y miró la carta a medio redactar que había dejado sobre su mesita de noche.

—Kyla...

Elsa se apretó contra las sábanas y gimió apesadumbrada. No podía dejar de pensar en esas imágenes que a cada minuto le resultaban estresantemente posibles: su intrépida morena acorralada indefensamente, forcejeando bajo el agua, tratando de mover inútilmente las pesadas piedras, quedándose sin aire... flotando inmóvilmente... muerta.

La tensión de su cuerpo fue cediendo ante el cansancio y su respiración se tornó profunda. Los parpados de la regente se le cerraron en somnolencia debido a la belladona.

Y entonces se durmió.

...

Elsa anduvo en ese espacio de manera confusa. Hacía tiempo que no pisaba ese lugar. Al menos no desde que las visiones desde la perspectiva de Kyla habían comenzado. El corazón se le aceleró con emoción e incrementó el paso. En ese sitio siempre había encontrado a su amiga, esperándola bajo su sauce. Empezó a sentirse ansiosa y corrió hasta que entre la neblina vislumbró su silueta. Elsa se detuvo en seco y ahogó un grito.

Kyla estaba empapada de pies a cabeza pateando y golpeando el tronco del sauce mientras maldecía en la jerga de Corona.

—¡Dummkopf!, ¡Dumme!, ¡Dösbaddel! (Idiota, estúpida, cretina) ¡Estúpida, debiste darte cuenta antes!

Elsa se acercó gritándole, intentando detenerla.

—¡Kyla! ¿Qué estás haciendo? ¡Para, te estás haciendo daño!

Kyla se giró y la miró con los ojos encendidos. Tenía el cuerpo tenso por la rabia.

—¡Vete de aquí! —escupió furiosamente con las palmas abiertas, ensangrentadas—. ¡Vete de aquí, Elsa, maldita sea! ¡No deberías estar en este lugar! ¡Nunca debiste haber entrado aquí!

Elsa jadeó y se echó para atrás ante la expresión de la morena. Era la primera vez que la veía alterarse de esa forma.

—¡Y-yo, no sé cómo! —chilló la regente torciendo las cejas—. ¡No sé cómo llegué aquí, no sé cómo hacer lo que me pides!

Kyla resoplaba y se pasaba las manos por el cabello mojado. Su mirada viajaba de un lado a otro, como si sopesara rápidamente sus opciones.

—No quiero verte por aquí otra vez —amenazó finalmente a la rubia, al señalarla peligrosamente con el índice.

La morena perdió todo su ímpetu en un instante, Kyla se estremeció y dobló el cuerpo cuando en una serie de arcadas se dedicó a vomitar una gran cantidad de líquido que salpicó sobre las raíces del sauce. Elsa negó con la cabeza e intentó acercarse para ayudarla.

—¡Kyla!

¡Vergiss es!, ¡Himmel, arsch und Zwirn! (¡Déjame en paz, maldita sea! —gritó Kyla en desesperación al alejarse de ella en un movimiento brusco. La morena miró a la regente con ojos brillantes y colocó decididamente una mano temblorosa sobre el tronco del árbol que comenzó a secarse ante la estupefacción de la rubia que le gritó desgarrada.

—¡No!

Elsa sólo pudo clavar la desconcertada mirada azul cobalto en las profundidades de aquellos ojos amatistas que no dejaron de observarla intensamente hasta que la oscuridad lo envolvió todo.