Nota de Autor: La canción de cuna que se menciona en este episodio es un canto de cuna tradicional alemán, llamado Weist du wie viel Sterlein stehen, en la película de "Ich Seh, Ich Seh" o "Buenas noches, mamá" le dan un giro muy aterrador. Les recomiendo verla.
¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!
Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.
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Un corazón helado
por Berelince
6 El sauce y el sol
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Kyla nació la noche de una terrible tormenta que azotó Corona a finales de Octubre tal y como su abuela, mamá Jenell lo había predicho. Ella le había sugerido tan peculiar nombre a su hijo menor Redmond porque aseguraba que su pequeña nieta saldría victoriosa en cualquier cosa que se propusiera y porque sería muy diferente. Una persona que no iba a echar raíces en el reino y quizá en ningún otro lugar a menos que una influencia poderosa le obligara a ello.
La primeriza pareja siguió cada una de las recomendaciones de la matrona porque mamá Jenell había sido una sabia muy prestigiosa del Concejo Real hasta su dimisión, poco tiempo después del nacimiento de Kyla, cuando la princesa Rapunzel fuera raptada de los aposentos de sus padres. La orgullosa mujer se había tomado como afrenta personal el haberle fallado a su Rey, pero el monarca quiso conservarla cerca, por lo que le encomendó la dirección de la Academia del Sol, la institución que preparaba a todos los sabios del Sur del continente. Ese nombramiento le permitía al soberano mantenerse en contacto con mamá Jenell y consultarla cuando necesitara, pues solo un necio habría dejado ir a una sabia poseedora de tan peculiares ojos.
Y no era solo porque la mirada de mamá Jenell brillara con esa enigmática tonalidad amatista, sino porque su vista traspasaba la carne, los secretos, las mentiras y algunas veces hasta el tiempo.
Mamá Jenell podía conocer la naturaleza de una persona solamente con observarla y nada escapaba del escrutinio de su contemplación. Ni pasado. Ni emociones. Ni intenciones. Era una mirada antigua e imposible. Ciertamente preciada para un gobernante cuando se trataba de lidiar con cualquier tipo de conspiración, nombramiento real o inclinación de la balanza en algún tratado comercial.
Redmond y su esposa Emma supieron que su hija Kyla pasaría mucho tiempo con su abuela cuando los ojos cerúleos de la bebé se tornaron púrpuras al cumplir los seis meses de edad y vieron repetirse en la criatura aquella condición que se presentaba en algunas mujeres de la familia Frei desde antes que sus ancestros se asentaran en Corona tras estancias en poniente y provenientes de la mítica ciudad de Alejandría.
Era verdaderamente una fortuna que los ojos violetas se presentaran en una tercera generación (hecho que se sabía había tenido lugar cien años atrás según el árbol familiar), luego de ocho queridos nietos con perfectos ojos azules, grises y marrones.
La primera etapa de su vida, Kyla lloró y lloró. Lo hacía todo el tiempo. Desde que estuvo en la cuna, hasta que aprendió a hablar, y solo la presencia de mamá Jenell podía tranquilizarla la mayoría de las veces.
La mujer la acunaba y la mecía entre los brazos, acariciándole la mata oscura de cabello que se ensortijaba en las puntas. Miraba fijamente los ojitos amatistas de la niñita que le brillaban con profundo sentimiento.
Mamá Jenell le sonreía y le cantaba a su pequeña nieta que no dejaba de prestarle atención, como si el rostro de su abuela fuera increíblemente fascinante y de alguna manera pudiera transmitirle el significado de las palabras que le entonaba.
Weißt du, wieviel Sternlein stehen /
¿Sabes cuántas estrellas
An dem blauen Himmelszelt? /
brillan en el firmamento?
Weißt du, wieviel Wolken gehen /
¿Sabes cuántas nubes
Weithin über alle Welt? /
cubren el mundo entero?
Gott der Herr hat, sie gezählet, /
El cielo las contó bien
Dass ihm auch nicht eines fehlet /
y ni una sola está perdida
An der ganzen großen Zahl, /
en esa gran inmensidad
Pequeños ojos violetas se encontraron con una mirada semejante. La bebé esbozó una sonrisa alegre, jalando con los dedillos del largo cabello cenizo de la mujer que la estudiaba con fijeza.
Weißt du, wieviel Kinder frühe /
¿sabes cuántos niños
Stehn aus ihren Bettchen auf, /
saltan temprano de sus camas
Dass sie ohne Sorg' und Mühe /
sin pesar y sin lamentos
Fröhlich sind im Tageslauf? /
felices durante el día?
Gott im Himmel hat an allen /
El cielo tiene un plan para todos
Seine Lust, sein Wohlgefallen, /
placeres y deleites
Kennt auch dich und hat dich lieb, /
Sabe de ti y te ha bendecido
—Esta niña lo percibe todo. Va a tener una vista impresionante —les explicó orgullosa y entusiastamente a sus padres cuando la pequeña Kyla se quedó dormida plácidamente entre sus brazos esa noche como tantas otras.
Redmond y Emma sonrieron ante aquella promesa de buena fortuna que se auguraba para su primogénita.
Entre sus dos y tres años de edad, fue común ver a Kyla tropezando y chocando con las cosas. Todo se le escapaba del agarre de los dedos. Su madre tenía que llevarla de la mano y estar pendiente de sus pasos, porque los accidentes con su hija eran cosa de todos los días. Los cardenales y las rodillas raspadas eran casi la norma y Redmond habría jurado que le vio a su hija la frente cubierta con alguna venda por al menos dos meses ininterrumpidos.
Durante un tiempo sus padres se temieron que la niña tuviera problemas con su visión y fuera ciega como un topo, pero mamá Jenell les aclaró pronto que se trataba completamente de lo opuesto.
—Kyla no ve las cosas como los demás —les dijo mamá Jenell a Redmond y a Emma mientras tomaban el té una tarde en el comedor de la casona y la niña mordisqueaba una galleta en brazos de su madre—. Ella ve demasiado —la abuela se estiró. Tomó una manzana roja y brillante de una fuente llena de frutas y llamó la atención de su nieta mientas hablaba con su hijo y su nuera—. Les diré cómo es esto. Si yo coloco esta manzana aquí —explicó, colocando la fruta sobre la superficie de madera —, ustedes no tienen dudas que la manzana está ahí, ¿no? Digo, pueden verla aquí en la mesa.
Redmond y Emma asintieron.
—Pero la niña no lo percibe de esa forma. Ella no solo ve la manzana sobre la mesa, sino dónde estuvo antes, o sea en el tazón, y en mi mano y también en dónde podría estar. Si ustedes intervienen también —añadió tomando la fruta y entregándosela a su hijo, quien a su vez se la pasó a su esposa y se la regresó a mamá Jenell—, tal vez termine viendo cuatro o cinco veces la misma fruta antes de caer en cuenta de dónde se encuentra actualmente.
Kyla movió la cabeza de un lado a otro y sostuvo la mano en el aire con la mirada fija, como si estuviera estudiando la dirección que había tomado la fruta. Trató de cerrar los dedos entorno al fantasma de la manzana que debía de ver en la mano de su madre y frunció el entrecejo soltando un chillido irritado mientras reducía su galleta a migajas que se regaron sobre la falda de su madre. Emma le besó la mejilla a su hija y le entregó a la niña la manzana que aferró juguetonamente entre las manos con una amplia sonrisa dibujada en el rostro.
Redmond frunció el entrecejo. Mamá Jenell le devolvió una mirada amable.
—Le pasa lo mismo con prácticamente casi todo —se encogió de hombros la matrona—. Es muy joven y no puede diferenciar aún "el ahora" de todo lo demás, pero lo hará con el tiempo y algo de práctica —terminó mamá Jenell haciendo un gesto con la mano para tranquilizar a la perpleja pareja que esperaba poder confiar en sus sabias palabras.
Cuando Kyla cumplió cuatro años fue que comenzó a soñar. Al principio se trataron de pequeñas visiones sobre el postre que prepararía su madre o el sitio al que su padre tendría que viajar por orden del Rey. A veces eran situaciones que ella vería o haría al jugar y que al día siguiente hacían un incomprensible dejavú. Pero entonces se convirtieron en imágenes de días que ya habían pasado. Con sus padres cuando eran más jóvenes, rebosantes de ambiciones y esperanza. Y otras que no comprendía del todo, con personas mayores que no reconocía y deambulaban como si nada por su casa de manera preocupada y que a veces lloraban o discutían.
Una débil mujer de ropaje y cabello blancos miraba siempre por la ventana postrada en cama. Disminuida y cadavérica como un esqueleto de aspecto bastante lastimero. Clavaba en la asustada niña los refulgentes ojos coléricos cuando se percataba de su presencia. Le gritaba guturalmente con el rostro desfigurado por el odio, contorsionándose entre las sábanas. Extendía los huesudos brazos en un intento por cogerla y hacerle solo Dios sabría qué cosa. La visión hacía que Kyla despertara en las madrugadas clamando histéricamente por su abuela entre temblores y sollozos.
De todos sus sueños, el de la mujer blanca era el que más la perturbaba y durante mucho tiempo fue el causante de que la niña evitara a toda costa quedarse sola o afrontar la oscuridad, porque siempre era atormentada por su imagen entre las sombras y no existió nunca promesa paterna que la convenciera de conciliar el sueño sin una vela encendida alumbrando su habitación.
Junto con los sueños y las pesadillas, a Kyla le llegaron las sensaciones.
Como si se trataran de las olas del mar, las emociones la bañaban y la abandonaban en un vaivén incesante. Eran sentimientos confusos que se mezclaban con los suyos. La atacaban por todos los flancos y la mayor parte de las veces ni siquiera podía nombrarlos del todo. Hacían que la pequeña sintiera el corazón pesado, la cabeza palpitante y los ojos ardientes. La sobresaturación la abrumaba y la niña podía comportarse hipersensible estallando en ataques de rabia, llanto o histeria que eran sumamente difíciles de apaciguar.
Al momento que Kyla mostró indicios de padecer desvanecimientos a causa de sus cada vez más frecuentes migrañas, y que la sangre comenzó a brotarle constantemente por la nariz fue que mamá Jenell se dio a la tarea de prepararla para dominar ese don antes que se le escapara de las manos.
Sabía que la niña seguía siendo muy joven, pero el alcance de sus ojos había escalado demasiado rápido y necesitaba enseñarle a ser capaz de cerrarlos en orden de salvar la salud de su cuerpo y su mente.
Todas las tardes, cuando mama Jenell se liberaba de sus obligaciones en la Academia del Sol, se llevaba a su nieta al invernadero de la institución, (de donde se sacaban todas las plantas para los remedios herbales) e instruía a la infanta en el arte de aprender a separarse de las estruendosas visiones y estremecimientos que la rodeaban.
—Cierra los ojos, Kyla, y dime lo que sientes —le dijo mamá Jenell con suavidad.
La niña la obedeció y torció las cejas. Suspiró largamente antes de contestarle.
—Siento calor en mi cabeza y mis pies están mojados.
—¿Escuchas alguna cosa? —inquirió la mujer arqueando una ceja, sujetándose la barbilla.
—No.
—¿Te gusta esa sensación?
—Sí —respondió la niña esbozando una pequeña sonrisa—. ¿Qué es abuela? —inquirió con los ojos todavía cerrados.
—Esas son las plantas —le respondió la mujer sonriendo ligeramente—. Ahora abre los ojos y mira alrededor. ¿Qué sientes?
Kyla frunció el entrecejo enredándose un mechón de cabello entre los dedos
—Me duele el estómago y aquí —le dijo cerrando el puño sobre su pecho—. Tengo mucha sed y... —la niña flexionaba y se observaba las manos que percibía húmedas pese a verlas secas frente a su cara—. ¿Qué es, oma?
—Esos deben ser nervios —dedujo mamá Jenell arqueando una ceja—. Si no me equivoco, debió haber un examen aquí hace una hora —se inclinó frente a su nieta—. Ahora concéntrate en ti, Kyla. Ignora todo el ruido, las imágenes y las sensaciones. Escúchate solo a ti misma. ¿Qué sientes?
La niña arrugó la frente y se mordió el labio al obedecer.
Su piel comenzó a perder la sensibilidad, como un miembro adormecido que solo le hormigueara. Ninguna emoción pareció afectarle el corazón o llegarle a la cabeza. El pecho comenzó a tensársele en una extraña frialdad que la entumeció. Kyla frunció el ceño esperando sentir miedo o desesperación ante esa situación aberrante, pero ni siquiera fue capaz de eso. Pasados unos segundos tomó aire y resopló al mirar a su abuela.
—N-no siento nada —le contestó confusa.
Mamá Jenell arqueó las cejas, pero le asintió comprensivamente.
—Esa eres tú. Kyla. Tienes que aprender a separar lo que ocurre afuera de lo que tienes aquí adentro —le dijo mama Jenell colocándole la mano en el pecho—. Cuando lo que sientas sea demasiado para ti, busca regresar a ese silencio porque es tu lugar seguro en el que tú tienes el control. Si lo dominas, entonces podrás ver lo que hay más allá de las palabras, los silencios y las posibilidades.
—No me gusta, ¿Por qué debo hacerlo, oma? —inquirió la niña abrazándose a las faldas de su abuela.
La mujer le palmeó la espesa cabellera oscura y le sonrió lacónicamente encogiéndose de hombros.
—Porque así debe ser, mi niña.
...
Elsa despertó cuando la luz del día comenzaba a filtrarse a través del ventanal triangular de su alcoba. La regente se pasó una mano pálida por entre los mechones de su cabello platinado que le caían sobre la cara y los echó hacia atrás lánguidamente. Apretó los párpados antes de abrirlos Ajustando su visión mientras se enderezaba lentamente y se resentía por la sequedad de su boca, efecto que sabía se debía a la belladona del día anterior.
Frunció el entrecejo recordando lo último que había visto en sueños antes que su descanso se tornara plácido entre la negrura y el silencio al que Kyla la había empujado completamente fuera de sí.
—Kyla...
Elsa sintió su pecho oprimirse debido a la memoria de la figura de la morena bajo el sauce. Con sus ropas escurriendo agua salada y las palmas abiertas teñidas con su sangre. Elsa se agitó intranquila. No quería pensar siquiera que su apariencia fuera un indicio de lo que había pasado con ella. La regente se enderezó, se sentó al borde de la cama respirando profundamente. Trató de controlar su ansiedad acariciándose y apretándose las manos sobre el regazo.
Necesitaba saber que Kyla estaba bien.
—Solo fue un sueño. No sabes lo que sucedió en realidad. No sabes si nada de esto es verdad o si es posible, piensa con calma. Actúa con lógica.
Miró a su lado el pergamino con su mensaje trunco a media redacción y se mordió el labio.
Elsa decidió que le contaría a su amiga todo lo que había pasado. Le confesaría sobre las extrañas visiones y las coincidencias que las habían corroborado, (obviamente dejando fuera las que involucraban sus sentimientos y la invasión en la privacidad de la sabia) Le expresaría su preocupación por su bienestar y la necesidad de contar con una pronta respuesta de su parte.
Tenía muchas cosas que quería aclarar con ella. Kyla no podía simplemente dejarla así. Elsa no quería admitir que esa carta podría no encontrar destinatario cuando la recibieran en el castillo de estandartes azules en Cnosos y se obligó con todas sus fuerzas a pensar de manera optimista, pese a que ya antes el mar le había arrebatado lo que ella más quería.
Los labios de la princesa se crisparon cayendo en cuenta de la ironía.
Mojando la punta de la pluma, Elsa completó el mensaje, alzó el papel para revisarlo. Sopló una ligera brizna helada para fijar la tinta y dobló el pergamino metiéndolo en un sobre que lacró sin marcarlo con su sello. La regente sonrió ligeramente rememorando cómo Kyla le había indicado que le dirigiera su correspondencia de esa manera.
La sabia no se lo había dicho, pero Elsa sabía que había sido para protegerla.
La princesa se preguntó qué otras acciones habría tomado su amiga en bienestar suyo guardando sus verdaderas intenciones o permaneciendo en el anonimato, y se mordió el labio.
Le embrollaba que una persona tan burlona y directa como Kyla resultara ser tan reservada y cuidadosa con su propia sensibilidad. Era una contradicción que le resultaba fascinante, porque dotaba a la sabia con una faceta distinta e inexplorada que la regente fervientemente anhelaba conocer.
Esperaba que los dioses se lo permitieran al menos.
Elsa se acomodó en una de las sillas gemelas que estaban situadas cerca de la ventana y se dedicó a mirar los tonos rosados y morados que iluminaban el cielo, cediendo poco a poco el paso al azul intenso que mimetizaba el fiordo en su calma superficie. Las actividades del puerto apenas daban inicio y los barcos descansaban en la costa. Pacientes. Esperando ser cargados antes de lanzarse al mar.
La regente desvió sus pensamientos en ese momento hacia el asunto de la flotilla de naves que pensaba añadir a sus filas y repasaba las recomendaciones de sus concejales.
No le agradaba la idea de un alza en los impuestos. Ese tipo de acciones volvían impopular a un gobernante y prefería evitarlas. Sobre todo, en una regente que aún no ascendía al trono.
Gerda arqueó las cejas y abrió los ojos como platos ante la conducta de su alteza y entonces cayó en cuenta del sobre lacrado y sin sello que Elsa había dejado preparado sobre el buró.
—Las cartas...
El ama de llaves levantó el envoltorio entre sus dedos y leyó el destinatario. Era un mensaje para lady Frei. La joven de Corona con la que su alteza se escribía desde la infancia. La que le hacía llegar cartas y obsequios con puntual regularidad. La prodigio que pretendía ser sabia y de la que algunas veces llegaron a hablar sus majestades sopesando sus cualidades y la naturaleza de su carácter comparándolo con el de la heredera de Arendelle.
La mujer frunció el entrecejo y dejó que la idea se le alojara en la mente.
¿Sería posible que su niña tuviera sentimientos profundos por esta doncella y eso fuera lo que la atribulara?
El ama de llaves había visto muchas cosas a lo largo de su vida y no le eran ajenas esas inclinaciones que ahora sospechaba en su princesa regente; pero ¿cómo corroborarlas? O peor aún, ¿cómo tocar ese tema?
Gerda estaba segura que su alteza la congelaría a ella y al mundo entero antes de abrirse al respecto, por lo que el diálogo directo estaba fuera de discusión.
La mujer chasqueó la lengua, decidiendo que se decantaría por la sutileza, (y a pesar de eso, se temía un rechazo inminente y la prohibición de hablar del asunto ante la mera insinuación) Tendría que arriesgarse. Al menos trataría de hacerle ver a la muchacha que en cada era de Arendelle los gobernantes habían cumplido sus voluntades respaldadas siempre por la discreción de su leal servidumbre y no tenía razón para temer por un escándalo.
La verdad a Gerda le parecía más sencillo ocultar una consorte femenina que esconder los estragos que provocaban la magia con el hielo y la nieve.
El ama de llaves de pronto giró los ojos al caer en cuenta de aquello. Cierto. Los impredecibles poderes de su alteza debían volver las cosas un poco más complicadas. Caray, si ni siquiera podía darle la mano a alguien, ¿Cómo pretendía...
¡Cuándo había crecido tan rápido su pequeña princesa!
La nana también se sintió apesadumbrada pensando repentina y apenadamente en el dilema de su joven señora. La mujer fue sacada de su ensimismamiento cuando Elsa la miró con el sobre aferrado entre los dedos y la joven ahogó un gemido que se quedó atrapado en su pecho.
Gerda se aclaró la garganta e intentó poner una expresión neutral a pesar de que sentía las orejas tan calientes que juraría podrían haber emitido vapor evidenciando sus pensamientos.
—¿Desea su alteza que adjunte esta misiva a la correspondencia que sale mañana? —preguntó con el tono más inocente y servicial que le fue posible.
La regente se mordió el labio y torció las cejas, aunque le sonrió ligeramente, como si fuera una niña que hubiera hecho una diablura y aun así se encontrara exigiendo comer postre.
—¿Sería posible que se enviara hoy?
—No puedo asegurárselo —contestó la nana apretando los labios—, pero revisaré con Kai —añadió prontamente—. Seguramente tiene por ahí algunos mensajes que deban dejar el puerto. O quizá en la Academia nos permitan usar un ave. ¿Es muy urgente que le llegue palabra a lady Frei?
—Sí. Ah... bueno, no... tal vez —trastabilló la regente decidiendo pegar los labios a la taza de porcelana para cerrarlos y dejar de balbucear—.
Aguardó un momento antes de suspirar y mirar fijamente a su ama de llaves una vez que hubo reunido sus emociones y encontrado las palabras que quería usar.
—Emprendió una expedición peligrosa según su última carta. Solo quiero asegurarme que todo ha salido bien.
—Ya veo... Entonces me encargaré de solucionarlo —sonrió la mujer con complicidad. Reverenció a la joven antes de retirarse—. No olvide tomar su medicina, su alteza.
Elsa parpadeó en su silla cuando la mujer giró sobre los talones y la dejó ahí sola, acariciándose el dorso de las manos ansiosamente. Desvió la mirada hacia el frasquillo de cristal lleno de líquido que aguardaba en su bandeja.
...
—¿Estás segura, oma? Debo visitar varios países en mi gira por mi nombramiento como embajador de su majestad. Estaré varios meses fuera. ¿Crees que Kyla esté bien sin ti?
Mamá Jenell le sonrió divertidamente a su perplejo hijo Redmond y agitó una mano como si apartara un insecto que se encontrara revoloteándole muy cerca de la cara. La mujer le asintió firmemente con la cabeza, alejándose de la plataforma de estribor para que los oficiales del Rey siguieran cargando la embarcación que zarparía pronto en viaje parlamentario llevando a su hijo y su nieta de seis años rumbo al norte.
Kyla estaba sentada sobre un barril ensortijándose un mechón de cabello con los dedos mientras mecía las piernas que se balanceaban en el aire de manera juguetona.
La niña le preguntaba a un marinero muy fornido si siempre se sentía tan nervioso antes de navegar, ante la sorpresa y el bochorno del hombre que le asintió. Las risas de sus compañeros y la niña de cabello alborotado y mirada gatuna resonaron alegremente por la cubierta.
Mamá Jenell sonrió satisfecha como si eso respaldara sus palabras.
—Kyla ha aprendido muy bien a separarse emocionalmente de su entorno y ahora puede percibir y diferenciar una gran cantidad de cambios. Créeme, te será de mucha utilidad y a mi nieta le servirá de entrenamiento no tenerme cerca como para hacer trampa a través de mí.
—Oma, papá se siente muy inseguro. —soltó Kyla sonriendo ligeramente apareciéndose frente a ellos al abrazarse de su padre—. Cree que no podrá cuidarme bien —hizo una pausa y entrecerró los ojos mirando fijamente a su abuela—. Y tú estás tramando algo...
Redmond abrió la boca y miró a mamá Jenell que se encogió de hombros.
El parlamentario se sonrió, cautelosamente permitió que sus dudas se disiparan.
Tal como había prometido mamá Jenell, Kyla ayudó a su padre en cada parada de su viaje. Le expresaba distraídamente entre sus juegos algunas palabras cuando el leía documentos con el entrecejo fruncido redactando misivas para el Rey de Corona. En ocasiones, seriamente le indicaba cuando una persona no le agradaba o si un funcionario de gobierno escondía intenciones sospechosas, igualmente lo hacía si, al contrario, se trataban de individuos que se expresaban con sinceridad y eran justos y nobles. La niña incluso podía decirle en qué posada se comía mejor debido a la satisfacción de sus clientes, o si una ciudad estaba al borde de la rebelión o afrontando una crisis por el enfado de sus pobladores.
Redmond pronto aprendió a confiar en los presentimientos de su hija y a observar su conducta, ya que si algo inspiraba el agrado de Kyla siempre podía tratarse aquello de una buena señal.
Aun así, al hombre le desconcertaba un poco que la niña pareciera tan vacía cuando no estaba haciendo gala de sus habilidades. Kyla se mostraba silenciosa e inalterable. Carente de toda emoción. Como si no fuera capaz de sentir absolutamente nada. Se quedaba callada por largos periodos de tiempo con la expresión en blanco y sus modos se tornaron fríos y distantes. La chiquilla en ocasiones solo se paseaba por la cubierta del barco susurrando en voz baja las sensaciones que percibía a su alrededor como si eso se tratara de un juego absurdo que hacía mucho hubiera pasado a aburrirle.
Durante esos viajes por mar y estancias temporales en ciudades y castillos ajenos, Kyla comprendió que los rostros y las palabras de las personas muy raras veces coincidían con sus sentimientos, no importando el lugar del que se tratara, y eso hizo que pronto se decepcionara de la gente. El corazón le pesó a la niña sin ser capaz de comprenderlo totalmente. Incluso su padre parecía preocupado por ella últimamente, considerándola extraña por su perturbadora carencia de expresión. (si bien su amor por su hija era tan grande como siempre, ese miedo inexplicable no había dejado de dolerle a la pequeña morena.)
Kyla era consciente de eso, por lo que comenzó a fingir con tal de pasar por alguien normal.
La niña se obligaba a sonreír y canturrear de vez en cuando. Pretendía que cuando cerraba sus ojos las emociones no la abandonaban, ni le dejaban ese vacío en el pecho que sentía indiferente la mayor parte del tiempo. Proyectaba un estado animoso y cándido para que no se notaran el miedo y el cansancio que le quedaban al dormir poco por sus pesadillas recurrentes y los horrores que albergaba la oscuridad.
Aprendió a volverse buena mintiendo sobre aquello.
Pero cuando la pequeña morena ya no se creyó capaz de continuar montando esa fachada y comenzó a extrañar enormemente a mamá Jenell y la seguridad del invernadero que frecuentaba cada tarde. Redmond le aseguró que su última parada sería en el Reino de Arendelle.
Al acortarse las distancias del barco con las costas rodeadas por los fiordos, Kyla vislumbró las montañas nevadas que se erguían a lo lejos. La niña sonrió de oreja a oreja respirando el aire que se sentía muy parecido al de su hogar. (si bien le pareció que era un poco más fresco)
Arendelle debía de ser un reino pacífico con buenos gobernantes porque en el ambiente flotaban la felicidad y la abundancia.
Redmond sonrió cuando desembarcaron y su hija dio de saltos jovialmente por el muelle. La niña se detuvo de golpe ante un hombre alto y corpulento de nariz bulbosa, pelillo rojo y entradas pronunciadas que parecía haber estado aguardando su llegada. Iba vestido de traje verde oscuro con grandes solapas. El hombre la miró y le sonrió ligeramente dedicándole una inclinación al guiñarle un ojo.
Kyla sonrió ante la sinceridad del gesto y efectuó un pequeño saludo sosteniéndose los extremos del vestido carmesí al devolverle el gesto. Por alguna razón, el carácter de ese hombre le agradó al instante.
Pronto su padre le dio alcance a la pequeña morena y le colocó la mano sobre el hombro cuando el hombre del puerto lo recibió con una reverencia y una sonrisa amable que la niña aprobó animadamente.
—Bienvenido a Arendelle, Lord Frei. Mi nombre es Kai y seré su escolta. Sus majestades lo recibirán en el castillo. ¿Desea asistencia con su equipaje?
—Si, por favor —contestó el parlamentario—. Traemos muestras del aprecio de Corona en la bodega de carga también. Obsequios de parte de sus majestades —explicó Redmond.
Kai le asintió con la cabeza e hizo una indicación a varios soldados que saludaron y procedieron a coordinarse con los marinos de la embarcación para iniciar la descarga de la nave. Mientras tanto el leal hombre de la familia real condujo a los visitantes extranjeros por el malecón y el puente que conectaba la ciudad con el castillo de Arendelle.
Fue un trayecto relativamente corto por el que se permitieron apreciar los alrededores y las actividades diarias que se llevaban a cabo en los muelles y la zona comercial. A Kyla le gustaba más y más ese lugar con cada paso que daba. Veía alegremente y con fascinación los estandartes de campo verde y azul con el emblema del azafrán dorado en el centro decorando las torretas del orgulloso castillo de arquitectura nórdica que se erguía imposiblemente sobre el agua.
La gente iba y venía por la ciudadela, cruzando las enormes puertas de roble tallado que estaban abiertas de par en par.
Padre e hija fueron conducidos por un enorme vestíbulo alfombrado, repleto de tapices y armaduras. Grandes puertas de madera con el azafrán labrado en su superficie revelaron la sala del trono en donde se encontraban reunidos la corte y sus majestades.
El Rey Agdar y la Reina Idunn Arnadarl le otorgaban audiencia a quienes la solicitaban.
Kai le informó a Redmond que lo anunciaría con sus majestades y se retiró (guiñándole nuevamente a la niña que soltó una risita), dejando al embajador acomodándose bien las solapas de su saco e inclinándose para echar los mechones de cabello oscuro ensortijado detrás de los hombros de su hija mientras le arqueaba las cejas, alisándole el vestido.
—¿Qué opinas? —le preguntó tranquilamente.
Kyla miró por sobre su hombro a la pareja sentada en los tronos de madera tallada que atendían en ese momento las peticiones de un sujeto que se decía ser el jefe de los recolectores de hielo.
El Rey Agdar era un hombre de cabello castaño claro y bigote fino de facciones afiladas e intensa mirada azul cobalto, que portaba traje militar oscuro de charreteras y medallas. Su figura imponía respeto, pero emanaba calidez, generosidad y justicia.
Kyla torció los labios.
—Es una buena persona, y un gran Rey. Quiere mucho a su gente y a su familia. Algo le preocupa, pero no es malo
La niña sonrió ligeramente al posar la mirada en la elegante y hermosa mujer de cabello castaño oscuro y amables ojos turquesas, ataviada en su vestido de tonos violáceos y capa negra de intrincadas decoraciones florales que estaba sentada junto al Rey y sonreía con labios finos y delgados.
—La Reina es muy dulce y gentil también. Le entristecen los problemas de otros y piensa mucho en sus hijas. Sus majestades son honestos, papá.
Redmond sonrió y se enderezó tomando a su hija de la mano. Aguardaron su turno de presentarse.
Cuando terminaron la introducción con los Soberanos de Arendelle, y los mensajes de paz y obsequios de Corona fueron entregados satisfactoriamente. El Rey Agdar les ofreció estadía y una invitación para reunirse con ellos y sus hijas durante la cena. Acción que acompañó con una sonrisa amable para la pequeña Kyla que asintió devolviéndole el gesto.
El monarca le indicó a Kai que los condujera a los aposentos en que los instalarían, donde podrían descansar y refrescarse luego de su estancia en altamar.
Agradeciendo la recepción de sus majestades, siguieron al jefe de los mayordomos hasta unas cómodas y espaciosas habitaciones en las que fueron atendidos por una amable mujer de nariz respingada y mejillas redondas llamada Gerda que los colmó de atenciones, tratándose ella de la jefa del personal del servicio del castillo y ama de llaves.
Redmond había decidido relajarse en su nueva alcoba, pero Kyla sentía más deseos de recorrer el lugar, por lo que prometiendo que regresaría pronto para acicalarse antes de la cena, la niña acompañó de la mano al ama de llaves, quién la condujo por los principales atractivos del palacio comentándole cuales eran los sitios favoritos de las jóvenes princesas junto con sus diversiones predilectas.
Al llegar al jardín repleto de flores y arcos con enredaderas, la morena distinguió estatuas, árboles y setos perfectamente podados que se perdían en la lejanía de un verdor antiguo de cuento de hadas. Kyla se sonrió con ánimos de explorar. Gerda la animó, indicándole que la esperaría justo ahí para devolverla a tiempo con su padre y recomendándole no acercarse a ninguna laguna o fuente.
La niña asintió y deambuló por la extensa arboleda.
Mamá Jenell había hecho crecer en Kyla un gusto particular por las plantas. Por lo que, para la pequeña, estar rodeada de árboles, hierbas y flores siempre le hacía pensar en su nana y su hogar en Corona; así como sus prácticas diarias para identificar las sensaciones que existían a su alrededor.
La chiquilla tomó aire y se puso a nombrar las cosas que percibía, cuando un sentimiento la llenó de pronto en el momento en que se encontraba rodeando (a buena distancia) la desembocadura de una caída de agua que bajaba por una cañada rocosa mientras observaba unos renacuajos.
Kyla desvió la mirada del agua y enfocó la vista en la floresta, llena de curiosidad.
—Eso es cariño —se dijo para sí misma arqueando las cejas.
Avanzó y se metió entre los setos.
—hay un vínculo, parentesco... hermandad —dedujo la niña, esbozando una sonrisa.
Atravesó los matorrales y se paralizó con la boca abierta cuando vio un gran sauce llorón que resplandecía con luz propia. Se erguía gigantesco y orgulloso con su follaje en péndulo que casi tocaba el suelo. Dispersando aquel fascinante fulgor. La sureña tragó saliva. La sensación que le producía era hermosa e intensa; pero Kyla pronto se dio cuenta que no eran las raíces del árbol las que brillaban, sino las figuras que estaban sentadas en la base del tronco.
Las hermanas que había detectado antes.
Una pequeña nena pelirroja de coletas dormía en el regazo de su hermana mayor, quién le acariciaba el cabello dulcemente. Esa niña de melena platinada era la que emitía ese resplandor que irradiaba calidez y tantas otras cosas que Kyla se apretó el pecho y cerró los ojos jadeando ligeramente al sentir que se quedaba sin aire cuando esa onda la golpeó de lleno y la hizo tambalearse.
Había tanto ocurriendo a su alrededor que resultaba doloroso. Experimentarlo para Kyla fue tan abrumador que estuvo a punto de dejarse caer sobre las rodillas y ponerse a llorar sobrecogida, pero se obligó a serenarse cuando escuchó que la niña luminosa le hablaba a su durmiente hermana y entonces Kyla caminó lentamente hacia adelante sin pensarlo, con el propósito de colocarse frente a ella y descubrir si semejante visión ante sus ojos era real.
—Hoy nos visitan de Corona —decía jubilosamente la pálida niña ensimismada—. Eso está al sur de aquí. Ahí le rezan al Sol, como aquí le rezamos a la Luna.
—Eso es porque nosotros vivimos de la tierra, como ustedes del mar —soltó la morena cuando se detuvo ante los pies de la niña rubia, a quién reconoció como la princesa de Arendelle.
Kyla observó detenidamente cómo la luz que irradiaba el cuerpo de la princesa se fragmentaba y se perdía dentro de sus sorprendidos ojos color de hielo. La pálida heredera alzó el rostro y la miró directamente.
Entonces Kyla se perdió en todo lo que esa mirada era capaz de mostrarle.
Aquello fue mucho más de lo que la niña había anticipado.
Kyla apartó la vista y le sonrió ligeramente con timidez a la joven alteza ofreciéndole una torpe inclinación que la niña le reconoció. La visitante de Corona no supo qué hacer con sus manos y las entrelazó sobre el regazo meneando los pulgares ante la extrañeza que percibió de parte de su alteza.
Dejó que su mirada revoloteara dispersa en un intento de protegerse. No se creía capaz de sostener la vista con la princesa nuevamente si lo intentaba, aunque extrañamente, también lo deseaba.
—Princesa, tu cabello es muy hermoso... es como la nieve —susurró Kyla, apenándose casi de inmediato porque era obvio que la niña sabía muy bien de qué color tenía la cabellera, así como ella era muy consciente de su propia melena color azabache.
Aun así admiró el pelillo rubio platinado que brillaba con los destellos que podía arrebatarle al sol ahí donde se encontraba su poseedora a la sombra del sauce llorón y Kyla se encontró debatiéndose, estirando y flexionando la mano porque le resultaba ciertamente necesario avanzar y sólo palparlo con sus dedos.
La noble niña la sacó de sus pensamientos cuando le agradeció el cumplido y levantó la punta de su trenzado colocándolo sobre su hombro al dedicarle una inclinación.
—¿Lo quieres tocar?
Kyla por un instante sopesó si la princesa tenía ojos como los suyos que podían leer a los demás, aunque fueran de ese color de mar tan profundo; pero luego cayó en cuenta que tal vez ella solo había sido muy obvia con lo que había querido hacer.
La morena le asintió rápidamente y dio un par de pasos, inclinándose para rozarle las hebras platinadas con los dedos mientras trataba de hacer caso omiso a todos los fragmentos de memorias de la princesa que le flotaron dentro de la cabeza en cuanto entablaron ese contacto.
Kyla pasó saliva y se sintió temblar ligeramente.
—Es... lo más bonito que he visto en la vida —susurró, sintiendo que era incapaz de controlar la codicia de sus ojos amatistas que sólo aspiraron a verlo todo sobre la princesa.
Entornó la mirada y se sumergió en ese mar de cualidades que se perdían en la profundidad de su color azul cobalto. Cariño, amabilidad, inteligencia, creatividad, asombro, nobleza... la lista parecía no tener fin, y entonces fue cuando vio esa luz nuevamente, ese fulgor brillante de tonos fríos que le quemó en el interior como un metal caliente.
—Magia —comprendió Kyla con la boca abierta, al mover los labios que lo hicieron contra su voluntad.
—... Tú eres mágica... —le soltó en un susurro sobrecogido.
Kyla salió de su trance y miró a la princesa que pareció azorarse por sus palabras. Observó el sauce con ceremonia entre su propia turbación que ocultó tras una llana sonrisa y se obligó a retirarse para reencontrarse con Gerda en la entrada del jardín.
La chiquilla de cabello alborotado cerró los ojos y se concentró en sí misma en un intento por apaciguar su acelerado corazón. Buscó ese conocido vacío que la sosegaba, pero no fue capaz de encontrarlo intacto. En el espacio que ocupaba su interior indolente ahora había calidez y una extraña felicidad que no pudo explicarse, pero que se le extendió por todo el cuerpo y la hizo sentir dichosa.
Torció los labios ligeramente con el puño cerrado sobre su pequeño pecho.
Al fin sentía algo.
Kyla soltó una risa que le pareció ajena y antinatural. Deseó silenciosamente ser capaz de regresar siempre a aquel sitio con esa princesa y ser capaz de repetir lo que había presenciado.
O al menos poder agradecérselo.
...
Elsa sabía que le había prometido a Gerda no salir de su despacho, pero simplemente ya no había soportado estar ahí adentro sin hacer nada. Tenía la cabeza llena de pensamientos que sólo alimentaban su ansiedad y francamente le había resultado imposible concentrarse. Armar ese estúpido plan presupuestal le parecía tan vano ahora, que se sentía enfadada. Estaba muy molesta consigo misma por no ser capaz de hacer su trabajo y encontrarse huyendo de él, escondiéndose de su hermana y sus sirvientes en los enormes y densos jardines del palacio; pero desde que había abierto los ojos esa mañana, solo había querido salir ahí y comprobarlo por sí misma.
Elsa frenó sus zancadas cuando vio el gran sauce alzándose vigorosamente a diez metros por sobre su cabeza. Exhaló de manera aliviada. El árbol seguía ahí, y aparentemente tan vivo como siempre. Elsa se acercó y colocó una mano enguantada sobre el tronco, recordando cómo en su sueño Kyla lo había matado con su tacto, sin dejar de clavarle a ella esa mirada amatista encendida que pareció culparla de algún mal muy grave. La regente se mordió el labio y recorrió con los dedos la veta más pronunciada de la madera.
—No quiero perderla... —admitió en voz queda frunciendo las cejas—. No ahora cuando yo...
Elsa apretó los dientes al sentir que las lágrimas le nublaban los ojos, luchó por contenerlas respirando profundamente y cerrando su puño. No. No iba a resignarse todavía. No lloraría ni maldeciría a nadie hasta que no se hubiera perdido toda esperanza. Que las visiones se detuvieran no significaba que Kyla ya no se encontrara en este mundo; pero luego de haber experimentado todo aquello, se sentía extraña, como si le faltara algo.
Si alguien le hubiera pedido expresarlo con palabras, no habría encontrado la manera de hacerlo. Elsa levantó la vista hacia las ramas combadas que le hacían sombra y se abrazó los costados mientras el viento le ondulaba la falda del vestido y le desordenaba el flequillo rubio.
—Freyja, por favor, dime que se encuentra bien. Déjame verla, aunque sea en mis sueños.
Pero eso no sucedió. Pasó un día completo y luego otro, y otro más... Para cuando pasaron los suficientes como para que la regente tuviera que obligarse a retornar a sus labores ella ya estaba desconsolada, y si antes encontraba que le eran tediosas ahora simplemente la hacían sentir miserable.
Elsa era una soberana acostumbrada a encontrar soluciones, porque siempre pensó que todo se podía controlar y manejar perfectamente si se contaba con un plan y se apegaba a él; pero lo que estaba pasando, la enloquecía y la frustraba. Se sentía timada. Como si todo lo que se hubiera repetido a lo largo de su vida para mantener el control hubieran resultado ser un montón de escaramuzas.
Había dejado de dormir en su angustia y la última vez que la belladona le secó la boca, lanzó la maldita dosis por la ventana provocando un vendaval en su oficina. Tampoco le importó ver la expresión de su hermana cuando Kai había entrado a su despacho esa tarde a la helada habitación para ayudar a la regente a reorganizar los documentos y Elsa la miró duramente antes de cerrarle la puerta en la cara.
Elsa se inclinó sobre su escritorio, dejó caer la frente sobre sus manos cubiertas maldiciendo por lo bajo. Sabía que Anna no tenía la culpa de nada, pero no tenía por qué estar ahí afuera todo el tiempo. Kai la miró confusamente, más guardó silencio sentándose a su lado, repasando los pergaminos calmadamente, permitiendo que Elsa se tomara su tiempo para serenarse; después de todo, la princesa era joven y nunca se permitía arrebatarse como una muchacha de su edad. El hombre supuso que las emociones reprimidas de su alteza debían bullirle cuando se le agolpaban todas juntas y precisaría liberarlas. Aunque le parecía duro y peligroso para su regente, que imaginaba ya debía tener bastante con las presiones de una gobernante joven, estar acercándose cada vez más a la adultez y encima guardarse toda una complicada naturaleza que no correspondía con lo que se esperaba de ella mientras transitaba por aquello sin la cercanía y cariño de su única hermana.
Muchas veces, viendo crecer a las hijas de Idun y Agdar, Kai y Gerda se preguntaron si sus majestades habían tomado la decisión correcta al separarlas.
Por unos minutos solo los sonidos de las hojas apartándose del montón y moviéndose entre los dedos del mayordomo rompieron la tensa afonía de la habitación hasta que su alteza regente exhaló un suspiro pareciendo sosegarse. Permitió que la temperatura del despacho retornara a la primavera.
—Lamento esto, Kai —resopló Elsa con la mirada cansada.
—No se preocupe, alteza —le respondió el hombre afectuosamente—. Se puede solucionar.
Kai se sonrió ligeramente y la regente le asintió, y aunque Elsa no expresó otra cosa luego de sus disculpas, se unió al hombre en la tarea que los entretuvo por el resto de la tarde.
...
La habitación de mamá Jenell siempre se sentía más fresca que el resto de los cuartos de la casa solariega de la familia Frei. Era el mejor lugar en el cual estar cuando el terrible calor de los meses veraniegos mermaba cualquier atisbo de energía o propósito. Quizá era por los enormes ventanales que siempre estaban abiertos o por todas esas plantas que a la mujer mayor le gustaba conservar y cuidar en su balcón. Sus delgados dedos recorrían pétalos y hojas con rutinaria devoción mientras tarareaba o conversaba con ellas en el humor más dulce. El perfume de las flores impregnaba sus aposentos y Kyla con el tiempo jamás podría evitar relacionar el olor del jazmín con el de su paciente y sabia abuela. No había ningún otro sitio en el que prefiriera pasar el tiempo, bueno, si no se tomaban en consideración aquellos días felices en los que visitaba a Elsa en el castillo de Arendelle.
—Estás pensando en ella otra vez —le susurró la anciana sonriendo sin dejar de posar la mirada violeta en el rosal que estaba cuidando, frunció los finos labios. Pronto tendría que trasplantarlo.
Kyla jadeó ruborizándose desde donde estaba sentada en la alfombra con un gran libro abierto en el regazo. Se apartó los mechones azabaches que le caían por la cara y jugueteó con las puntas de su cabello nerviosamente.
—Lo siento. Me es difícil concentrarme últimamente.
La mujer se giró y caminó hacia una silla de caoba en la que tomó asiento. Kyla se levantó y se apresuró a servirle té y dos tablitas de Leckerli. Mamá Jenell le sonrió complacida.
—lo estás dominando.
Kyla alzó la comisura de sus labios, pero meneó la cabeza.
—Eres una persona rutinaria, abuela. No necesito mirar más allá para darme cuenta que es la hora de tu merienda.
Mamá Jenell apretó los labios e hizo un puchero testarudamente.
—Podría haber querido un poco de queso, pero he aquí que ya tenías listos mis bocaditos de avellana.
—Porque son tus favoritos, oma —le sonrió Kyla girándole los ojos.
Las dos se sonrieron en complicidad. Mamá Jenell le hizo una seña a su nieta para que se sentara frente a ella.
La matrona le observó el rostro escrutadoramente a la chiquilla larguirucha de trece años que le esquivaba la mirada. Kyla sabía muy bien lo que hacía su abuela. Después de todo compartían el mismo don.
Mamá Jenell le había estado enseñando los últimos años a echar vistazos por el tiempo, y aunque ver el pasado era una cosa sencilla, el futuro era otra cosa completamente diferente, con todos esos caminos que cambiaban constantemente y que eran muy difíciles de determinar, (si bien parecía resultarle mucho más fácil a ella que a su abuela) Kyla nunca podía ligar las líneas temporales del todo y prefería evitarlo, pese a las insistencias de tener que trabajar en eso hasta tenerlo dominado.
Desmadejar los hilos del destino era algo que la confundía y agotaba demasiado, además que mamá Jenell siempre le advertía que no debía intervenir nunca con él si no estaban contempladas todas las posibilidades. Lo cual era verdaderamente imposible, ya que el cambio más ínfimo en un evento siempre conllevaba algún efecto colateral.
Cambiar el futuro era como pedirle un deseo a un genio de la lámpara malvado que de alguna manera torcería tus deseos para castigarte.
—No hagas eso, oma. Me pones nerviosa. —rezongó Kyla meneándose en su silla.
—No deberías estarlo a menos que tuvieras algo que ocultar —le dijo Mamá Jenell guiñándole el ojo.
—No podría, abuela —balbuceó la morena con las mejillas calientes—. Tú lo sabes todo.
Y para su desgracia o su suerte, así era al menos para Kyla. Su abuela había sabido mucho antes que ella misma que guardaba sentimientos profundos por la princesa de Arendelle, y que su pequeña morena se perfilaba para ser una joven que preferiría la compañía de otras damas, tanto afectiva como físicamente, aunque seguramente nunca con el fervor que parecía profesarle a aquella curiosa extranjera que le había marcado el corazón de esa forma tan profunda a su perdida nieta.
Mamá Jenell y Kyla habían tenido que charlar largamente al respecto cuando al fin la muchachilla tuvo que terminar aceptando temerosamente con su abuela esa realidad que la agobiaba terriblemente cada que su indolente corazón se agitaba culposamente al recibir correspondencia norteña y cuando su cuerpo la hacía estremecerse durante las frías noches con necesidades que le avergonzaba satisfacer de esa forma, recurriendo a esos pensamientos que sabía de sobra eran de lo más incorrectos, pero que no podía ignorar por más que lo intentaba.
Porque de alguna manera inexplicable Elsa se había convertido en la dueña de su ser, su mente, su tiempo, su felicidad, su tranquilidad y sus anhelos.
Cómo si simplemente hubiera sido lo más lógico terminar amándola.
La mujer había rodeado a su nieta cariñosamente con los brazos al explicarle que aquello nunca podría modificar el afecto que sentía por ella, ni alteraría de alguna forma las aspiraciones y la felicidad que por derecho le pertenecían, pues el amor era una fuerza incontrolable que debía abrazar como tal. Sin remordimientos ni temores. Sin la pretensión de satisfacer a terceros, a la sociedad, o cualquiera que no se tratara de sí misma, ya que la infelicidad provenía regularmente del intento de cumplir expectativas.
Le habló sobre las diferencias entre las ideas románticas que existían sobre el amor y lo que conllevaba entablar una relación de verdad, sobre todo una de la naturaleza que estaba escogiendo, y si bien mamá Jenell le hizo ver que no estaba haciendo nada malo con hacer caso a esas inclinaciones, acordaron que se atendría a las convenciones sociales y a mantenerlas ocultas de sus padres hasta que fuera mayor y contara con una buena profesión y calidad moral que respaldaran sus decisiones.
Aunque eso nunca evitó que mamá Jenell le tomara el pelo a su nieta cuando la atrapaba soñando despierta, o se hiciera la ofendida en nombre de Elsa si la pillaba mirando a alguna doncella linda por la calle cuando la desgarbada morena se creía que era lo suficientemente discreta como para hacerlo sin ser pillada.
La mujer meneó la cabeza ligeramente, su larga cabellera ceniza acompañó sus movimientos.
—No se puede saber todo, pequeña. —frunció ligeramente el entrecejo mamá Jenell—. Sería demasiado para una mente tan vieja como la mía...
Se recogió la larga manga de la muñeca y bebió su infusión de hierbabuena. Sostuvo la tacita de porcelana entre sus manos mientras entornaba los ojos y escudriñaba en la mirada violeta de su nieta.
—...Creo que harías bien en enrolarte a la academia del sol en cuanto comience el próximo ciclo.
Kyla arqueó las cejas, estirándose para tomar una galleta y metérsela a la boca.
—¿Por qué? He recibido instrucción tuya prácticamente toda la vida. No creo que matricularme cambie algo, oma.
La anciana miró los libros que su nieta tenía esparcidos sobre la alfombra y el tomo de cuero que llevaba celosamente la muchacha bajo el brazo. Le dirigió una mirada significativa.
—Porque lo que buscas no vas a encontrarlo aquí. Tendrás que prepararte —esbozó una ligera sonrisa y le señaló el pequeño escritorio del rincón—. Cuéntale tus planes.
Kyla sonrió de oreja a oreja y se levantó para redactarle una carta a Elsa. Se detuvo en medio de la habitación y se giró hacia su abuela, ensortijándose un mechón de cabello compulsivamente.
—Abuela, ¿Tú puedes ver si ella y yo–
—No puedo, nena —la cortó apenadamente—. Todo conocimiento lleva un precio. Si tu misma no puedes verlo, debe haber una razón.
Kyla dejó caer los hombros, pero mamá Jenell continuó, agitándole brevemente el dedo índice como si le llamara la atención.
—Tú eres la que está vinculada a la princesa de Arendelle, ¡y vaya que aspiras alto con eso! —se sonrió cuando la muchacha se estremeció y enrojeció hasta las orejas. Le frunció el entrecejo—. No, no puedo decirte lo que esa muchacha siente por ti, pero si fuera tú, me prepararía y trataría de ser una persona cuya valía le permita codearse con la realeza —le dijo de manera confortante, guiñándole un ojo.
—Sí... bueno, eso tiene un poco más de sentido —admitió Kyla pasándose la mano por detrás del cuello.
—Despeja tu vista —le advirtió la matrona—. sí solo la concentras en una persona, te perderás de lo que hay a tu alrededor y te consumirá. Mantente en el ahora.
La morena sonrió y se sentó ante el escritorio. Sacó una hoja limpia de pergamino del cajón y la colocó sobre la superficie de madera.
—Lo intentaré, abuela.
...
Elsa apoyaba los codos sobre su tocador. Dejó escapar un agotado bufido cuando momentáneamente perdió la capacidad de controlar la rigidez de su cuello y su cabeza había caído lánguida, golpeándose la barbilla con el pecho. Se observó cansadamente en su reflejo los círculos oscuros que se dibujaban bajo sus ojos apagados que eran casi un borrón en el color rojo que le tintaba la mirada. Le pareció que la tarea de arreglar eso iba a resultar simplemente imposible. Mechones de cabello platinado le resbalaban pesados sobre la frente y le enmarcaban el macilento rostro.
No había tenido ningún sueño o visión sobre Kyla desde que había presenciado aquel derrumbe y la muerte del sauce.
Elsa gimió ligeramente, se apretó las sienes exhalando un suspiro agotado.
A pesar de haber recuperado la tranquilidad de una mente que no soñaba, simplemente ya no se sentía capaz de conciliar su descanso. Llevaba sintiéndose impaciente más de una semana y aquel era ya su octavo día de mal dormir. Elsa no era una persona que se consideraba durmiera demasiado, pero la manera en la que su mente estaba torturando a su cuerpo al privarla de una noche entera de sueño de verdad estaba acabando con ella.
—Gerda se va a poner histérica... —se quejó por lo bajo.
Como si la hubiera conjurado, el ama de llaves llamó a su puerta y Elsa respondió, enderezándose en la silla. Metió la mano en el cajón para sujetarse los mechones sueltos con pasadores. Era un problema mantener su cabello en orden desde que se lo había dejado crecer tan largo, pero si quería peinarse como su madre el día de su coronación, necesitaba que su melena rubia le llegara por lo menos a la cintura. La única manera en la que logró no agobiarse tanto con eso fue porque le cortaron casi la mitad de la cabellera por la parte superior y por eso tenía que fijar esos mechones cortos que tendían a alborotársele para su disgusto.
Una vez que arregló su peinado, le deseó mentalmente buena suerte a Gerda con el resto de su cara.
Se suponía que tendría que clausurar el Ostara y brindar por la esperanza de un buen verano, lo que implicaba tener que presentarse públicamente y aunque su vestido azul marino con saco a juego se veía impecable, francamente Elsa tenía más miedo de caerse del balcón, así como se sentía de somnolienta que cualquier otra cosa más apremiante.
—Veamos el daño —le dijo el ama de llaves mientras Elsa se ponía rígida y se giraba ante su nana que le chistó y la urgió a sentarse en el diván que tenía junto al biombo tras el que se vestía—. Se ve espantosa. No va a trabajar hoy, su alteza. Necesita dormir.
—No puedo hacerlo —se quejó la regente, dejándose caer suavemente sobre el mueble. Gerda levantó dos rebanadas de papa cruda del plato que sostenía en las manos y que Elsa observó con una ceja alzada.
—Para la hinchazón —explicó la nana.
Elsa la miró ceñuda, y Gerda la observó de igual forma. Al final la regente se rindió y dejó que la mujer le colocara esas cosas sobre los ojos mientras ella se recostaba, entrelazando las manos sobre el abdomen y emitiendo un largo suspiro.
—¿Ha tenido pesadillas, su alteza? —inquirió su nana con genuino interés.
–No.
Elsa no quiso que sonara muy brusco, pero le salió así de todas maneras.
No quería admitir que le molestaba el hecho de ya no estar perdiendo la conciencia de forma sanguinolenta para espiar en la vida de Kyla como lo había estado haciendo antes. Eso sin mencionar que finalmente había aceptado haberse enamorado de la sabia trigueña de melena azabache y que posiblemente ya había perdido a su interés romántico antes de siquiera hacérselo saber. Aunque claro que no podía contestar eso. En su lugar, sonaría como una lunática que se molestaba por estar mejorando de la cabeza y que padecía insomnio sin razón aparente.
—No se preocupe —pronunció suavemente el ama de llaves—, pronto tendrá noticias suyas, siempre ha sido usted muy impaciente.
Elsa se tensó en su sitio, apretó las manos en puños cuando la temperatura decayó varios grados. Maldijo para sus adentros haber sido tomada por sorpresa.
—G-Gerda, no es eso... —trastabilló la regente—. ¿Qué insinúas? —soltó defensivamente levantándose el vegetal de los ojos para poder mirarla ofendidamente.
—Solo que espera palabra de su buena amiga de la infancia —respondió la nana amablemente, encogiéndose de hombros—. No tiene nada de malo, ¿o sí?
Elsa lo sopesó y se relajó cautelosamente en el diván.
—No...
—Entonces no tiene por qué alterarse. —zanjó Gerda lógicamente—. Ha estado muy nerviosa. Debe dejar de pensar tanto en las cosas que no puede solucionar.
Elsa resopló, claro que se podría haber solucionado, lo que pasaba era que no había estado preparada —Se sintió refunfuñar—. De haber contado con un grupo de espías que siguieran a Kyla, no estaría pasando por aquello. Gruñó apretándose las rodajas del tubérculo contra los ojos cerrados y meneó la cabeza razonando en lo estúpido que sonaba aquello. ¿Cómo iba a explicar sus motivos? ¿Cómo rayos iba a desperdiciar los recursos del reino en algo así?
Cómo odiaba esa situación. Odiaba la ignorancia y odiaba la espera. Lo odiaba todo.
Cuando Elsa despertó una hora más tarde y se incorporó lentamente en el sillón, cayó en cuenta que Gerda, como siempre, la había engañado con uno de sus trucos disfrazado de remedio. Se levantó, sintiéndose un poco peor, seguramente por haber descansado tan poco tiempo; pero, se miró en el espejo. Al menos su cara ya no se veía tan mal. Un poco de maquillaje haría el truco.
Salió de su habitación para meterse en la biblioteca y repasar frente al retrato de su padre lo que tendría que hacer durante la ceremonia. Sabía que era el tipo de cosas que se veían más frecuentemente en Anna; pero ella también tenía sus maneras de ser excéntrica y echar de menos a su familia.
Se sacó los guantes y los dejó sobre el escritorio mirando la pintura de la coronación del Rey Agdar.
—Papá se ve muy guapo en ese retrato. Creo que es el que más me gusta —pronunció una voz a su espalda.
Elsa se giró para ver que Anna se levantaba de uno de los sillones cercanos a las estanterías y caminaba hacia ella. Elsa instintivamente se echó para atrás. Había evitado más que nunca el contacto con Anna desde aquella visión suya en la tempestad.
—Me estás evitando, Elsa —le reclamó la pelirroja—. Bueno, no es como que no lo hubieras hecho antes, pero estaban mejorando las cosas, ¿no? —frunció las cejas y la miró con expresión dolida—. Creí que así era.
—Así era —respondió Elsa incómodamente, cerrando las manos en puños y metiéndoselas bajo las axilas.
La regente miró sus guantes por el rabillo del ojo. No podía estirarse por ellos porque tenía a su hermana enfrente bloqueándole el paso y detrás de ella solo había libros. Desvió la mirada y le dio la espalda a Anna.
—¿Qué quieres, Anna?
Anna levantó un poco la voz y gesticuló con las manos.
—¡Quiero que hablemos!, ya estamos mayores para esto.
—Yo hago lo que tengo que hacer, Anna, y creo que tú deberías hacer lo mismo. —le dijo la regente mirándola por sobre el hombro.
Anna bufó, empujó a su hermana del omóplato para obligarla a girarse y encararla.
—Elsa, mírame, ¿Qué está pasando contigo? —le inquirió con enfado.
—Quiero estar sola, Anna, déjame en paz —le pidió entre dientes.
—Siempre estás sola, Elsa, pero sé que algo está mal, ¡soy tu hermana! ¡Habla conmigo! —le gimió la pelirroja con los ojos brillantes.
Elsa se encogió contra el librero y se abrazó fuerte los costados.
—No quiero hacerlo.
Anna levantó la mano y la posó sobre el hombro de su hermana.
—Elsa, por favor...
—¡No me toques! —soltó Elsa empujándola con el codo.
Se quedaron un momento así, mirándose tensamente entre jadeos. La regente con sus facciones contraídas por la rabia y la princesa con expresión afligida y el corazón roto.
La pelirroja se alejó dos pasos, Elsa la miró apenadamente, enderezándose con torpeza.
—Ah... Anna... Lo sient–
—No, no, está bien —la cortó la pelirroja forzando una media sonrisa que le osciló en los labios—. Fue mi culpa. No te gusta que te toquen. Lo entiendo.
—Anna...
—Suerte con la clausura —susurró Anna, saliendo de la habitación y cerrando la puerta tras ella.
Elsa dejó caer los hombros, se aproximó a sus guantes, metiendo las manos nuevamente en ellos. Levantó la vista para mirar a su padre y sintió que el corazón se le caía a los pies.
—Lo siento —le dijo al hombre de la pintura que no podía contestarle.
Cuando Kai entró a la biblioteca buscándola. Elsa había pasado los últimos cuarenta minutos sentada en la banca de la ventana principal, abrazándose las piernas y mirando el exterior. El hombre caminó a su lado.
—No sé si los dioses se burlan de nuestra familia —susurró Elsa sin dejar de mirar por el cristal—. La magia es demasiado cara y maldita. No ha traído ningún bien que pueda recordar.
Kai se mordió el labio sopesando las palabras de su princesa regente, pero se acomodó las solapas y entrelazó las manos a su espalda hinchando el amplio pecho.
—Tal vez no sepa de dónde vienen sus poderes, alteza —murmuró con su voz grave y calma—, pero hace mucho tiempo estas fueron las tierras de Skadi, la diosa del invierno. Siempre que usted emplea su magia, me recuerda que fue así.
—Pero Skadi fue una gigante atemorizante, Kai —replicó Elsa, mirándolo con una ceja arqueada—. Su propio nombre significa "la que lastima y provoca daño".
—Y aun así los países norteños somos Escandinavos —contestó el hombre con simpleza.
Elsa se quedó callada un momento y suspiró sonriendo ligeramente.
—Supongo que nos gusta vivir al filo del peligro entonces.
—O que lo que parece atemorizante no lo es tanto —completó el mayordomo—. Skadi también era la diosa de la caza y dicen que era excelente patinadora —le sonrió a Elsa guiñándole un ojo—. Sólo debe encontrar la manera, alteza. Sabemos que será así. Estoy seguro que su hermana también lo entiende. Tenga fe.
Elsa miró estremecida al hombre, que junto con Gerda eran casi su familia y le dedicó una agradecida sonrisa de comprensión. Colocó los pies en el piso, decidida.
Saldría a cumplir con el deber que la aguardaba. Ya resolvería el resto después, aunque no se encontrara en sus manos solucionarlo. Esperaría. Por una vez en mucho tiempo se atrevería a confiar sin albergar miedo en su corazón.
—Gracias, Kai —le dijo Elsa al mayordomo antes de avanzar por delante y abandonar la biblioteca para enfilarse al balcón de la ciudadela en donde el cáliz rebosante y su deseo para Freyja la aguardaban.
...
—Señora Vanir, tú que gobiernas en Fólkvangr, en Sessrúmnir y reclamas por derecho a quienes defienden lo que aman. Bendice nuestras tierras con tu fecunda gracia.
El pueblo de Arendelle alzó la vista hacia su princesa regente, mientras ella proclamaba su rezo a la diosa guerrera de la fertilidad y el amor. Se decía que Freyja se disputaba con Odín la mitad de los muertos en batalla y que era la madre de las valkirias. Recorría los campos en un carro tirado por gatos descomunales, y su capricho podía favorecer o arruinar las cosechas de una estación entera.
Bendita sea la Diosa del amanecerbrillante Freyja, la más bella.
La más pasional de las Reinas.
Enséñanos el misterio de la auténtica
pasión del corazón.
Muéstranos el secreto divino.
Guíannos a la luz de las estrellas.
En la plaza principal se encendió una llamarada alimentada por maderas de olor. Los niños se acercaron ceremoniosos y depositaron manzanas en enormes cestos colocados frente a las llamas.
—Encendemos esta pira como una ardiente ofrenda a ti, Freyja, Diosa del fuego etéreo.
Elsa levantó su copa dorada con incrustaciones de piedras preciosas mirando hacia abajo, a su gente que la observaba en la explanada iluminada con linternas y decorada con flores y banderines. Las palabras habían sido pronunciadas y todo lo que le restaba a Elsa era brindar. Vaciar el licor del cáliz por Freyja y dar por terminadas las fiestas del Ostara.
Miró el líquido color dorado brillando en su superficie. Aquello significaba un nuevo comienzo. Uno que la regente se esperaba fuera bueno. Los dioses, la vida, podían sonreírle por una vez y concedérselo.
Elsa bebió el agua de fuego deseando por un verano largo y próspero.
El líquido caliente le bajó por la garganta en ese gran trago, y pidió que su relación con su hermana se enmendara algún día.
Aspiró el aroma del anís y las especias. Percibió la canela del brebaje y anheló que Kyla volviera con bien a su hogar.
La regente separó los labios del borde y exhaló, recuperando el aliento. Hizo girar la copa en alto para mostrar que estaba vacía.
Todo mundo prorrumpió en gritos y aplausos. Apuraron ellos también sus propias jarras. Vaciaron las copas entre risas y canciones por la diosa del verano.
...
Elsa deambuló por el jardín real mientras Arendelle celebraba llenando el ambiente de música y bailes.
La muchacha se sentía cansada y adormecida. Soporífera, con el calor del agua de fuego agolpándosele en el vientre y las mejillas. De haber imaginado que el licor iba a relajarla tanto se habría embriagado varios días antes. Elsa sonrió ligeramente al pensarlo, pero no podía atribuirle todo el crédito a la bebida.
Debía tener fe, se repitió a sí misma caminando hacia su sauce para dedicarle a Freyja una oración por Kyla, (como lo había hecho diariamente desde que le pidió poder verla en sus sueños) La regente meneó la cabeza al cruzarse de brazos. Ciertamente no había tenido noticias de la morena ni por carta ni al soñar. Pero no iba a caer nuevamente en la desesperación.
No podía controlar lo que ocurría fuera de sí misma y que excediera sus alcances como gobernante, como mujer, como persona. Elsa se había hecho ya a la idea sobre eso. Tenía que soltar esas aprehensiones y comprender que había fuerzas más grandes e indómitas en esa tierra y que no hincaban la rodilla ante nadie. Reyes y futuras Reinas tampoco escapaban de aquella arbitraria regla.
Se enfocaría en mantenerse en el presente e ignoraría las angustias, al menos hasta que el sol del día siguiente brillara con la promesa de recibir buenas noticias ocultas bajo un sello de lacre azul en la correspondencia.
Elsa sonrió ligeramente cuando suspiró para aclararse la mente. Jaló a sus pulmones el aire salado que le golpeó el rostro y la hizo sentir más contenta y sosegada dentro de su leve estado de embriaguez de agua de vida. Puso en marcha un pie delante del otro. Recorrer los terrenos del jardín real ya era lo suficientemente positivo para alguien tan recluida como ella. Bien valía la pena al menos disfrutar de aquel hermoso paisaje nocturno de primavera.
Los setos eran abundantes y las flores decoraban todo el lugar arbolado que estaba cubierto de una espesa capa de pasto que amortiguaba sus pisadas. Los helechos rodeaban las fuentes de agua y esta se vaciaba por las caídas naturales que desembocaban en el fiordo. Las enredaderas y las parras se enroscaban en finos arcos de madera pintada de blanco que Elsa poco a poco fue dejando atrás conforme se adentró en los laberínticos terrenos de su vasta propiedad.
La regente avanzó otro tramo, se detuvo en seco al llegar al árbol.
Había una persona ahí, envuelta en largas telas blancas tocando las vetas del tronco. Así como lo había hecho ella cada vez que se había parado en ese preciso lugar.
Elsa pasó saliva, entornó los ojos cobaltos conteniendo la respiración.
La figura blanca bajo al sauce se giró para observarla y con dedos largos, cubiertos de vendas hasta las muñecas, se bajó la capucha que liberó una larga cabellera negra azabache que se ondulaba como las olas del mar en días de tormenta. Llevaba blusón y corsé exterior, medias blancas con botas de viaje hasta las rodillas. Una mochila de cuero con rollos de pergamino que sobresalían de las orillas le colgaba de la cintura. El emblema dorado del sol le pendía del cuello y le decoraba los bordes intrincados de la capa blanca.
Clavó en ella sus brillantes ojos color amatista y le sonrió cálidamente.
—Ha pasado tanto tiempo, querida Elsa. —le susurró suavemente.
Elsa abrió y cerró la boca, pero movió su cuerpo hacia adelante sin pensarlo. No le importaba si todo se trataba de una alucinación.
Las dos avanzaron rápidamente hacia la otra hasta que se tuvieron frente a frente. Las ramas del sauce todavía les proporcionaban cobijo. La regente se detuvo a un palmo de distancia para mirar a la morena de arriba a abajo. Se debatió por un instante. Quería abrazarla y besarla, pero también ansiaba golpearla y maldecirla.
Elsa apretó los puños y la sonrisa de Kyla vaciló. La sabia se encogió un poco en su sitio como si supiera lo que la princesa había estado cavilando. Elsa la miró duramente con los ojos brillantes y el corazón latiéndole aceleradamente cuando el viento comenzó a soplar gélidamente a su alrededor y copos de nieve se agitaron por sobre sus cabezas.
—Lamento haber demorado tanto —le dijo Kyla sonriéndole tristemente con la mirada nublada por las lágrimas que resbalaron libremente por sus mejillas. Se sacó un pergamino del bolsillo y Elsa se dio cuenta que se trataba de su carta—. Aún estaba en recuperación, pero tenía que hacerlo, no podía dejar que—
Los dedos apretados en puños se le flexionaron a Elsa, su cuerpo cayó lánguidamente entre los brazos de Kyla, que la atrapó en su trayecto al suelo ante su sorpresa.
La viajera la apretó fuerte y hundió el rostro en el cabello platinado de la joven que respiraba acompasadamente entre sus brazos, sonriendo ligeramente.
La regente por fin dormía.
