Nota de Autor: Hildring es una palabra noruega que se refiere al fenómeno óptico de las imágenes que se desvanecen a lo lejos cuando hace calor. Podría definirse como una especie de espejismo.
¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!
Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.
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Un corazón helado
por Berelince
7 El hildring y la epifanía
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Titus corría por el oscuro pasillo con toda la velocidad que pudo permitirse a pesar de las telas y la armadura chorreantes de agua salada que llevaba encima.
Sostenía en alto el pedazo de pergamino que había logrado salvar de la violenta corriente, entornaba los ojos en un intento por vislumbrar los pasajes que debía atravesar para llegar a la bóveda que le había indicado Kyla. Apretó los dientes en su determinación. Él no era un guerrero, ni un atleta; pero era muy alto y tenía piernas largas.
Nunca en su inútil existencia de hijo menor se había sentido tan importante y necesario. Una vida dependía de su pronto accionar.
Subió de dos en dos las escaleras e ignoró los múltiples arcos que filtraban luz por el corredor. Tenía la vista fija en una sola entrada. La única que importaba. Con grandes zancadas, se introdujo en una cámara suntuosa y enorme que parecía tratarse de la principal en aquel templo. A juzgar por las esculturas, tapices y diversos ornamentos que la decoraban, esa debía ser la bóveda del tesoro de Mykênai; pero Titus lo sabía bien. Le dedicó un rápido vistazo al trozo de cuero que apretaba en su mano. El verdadero tesoro estaba justo enfrente suyo, oculto en algún punto detrás de un gran trono de mármol y un pesado blasón de lino que pendía fantasmalmente tras la silla vacía.
Sin dudarlo un solo instante, Titus corrió directo a empujar el trono. Haciendo acopio de todas sus fuerzas e intentar realizar aquella tarea imposible.
Nunca sabría si fue por la desesperación o una intervención por parte de los dioses, pero el barbado sintió las venas de sus brazos, cuello y sienes tensarse contra su carne cuando con un gruñido gutural logró apartar la piedra los centímetros suficientes como para escabullirse detrás de la tela que ocultaba un pasaje hacia un pequeño corredor que desembocó en una austera habitación iluminada por una tenue luz azulada que se filtraba por un tragaluz superior.
Ahí, en las manos inertes de una escultura de bronce que miraba hacia el frente con ojos amenazantes, iluminados por dos orbes de ámbar que resplandecían en sus cuencas, estaba lo que había estado buscando.
El escudo y la espada de Perseo.
Sin gran ceremonia, le arrebató al héroe los artículos de las manos, se disculpó mentalmente con los cielos cuando se anudó la espada enfundada en el cinto y sujetó el escudo por la doble agarradera, emprendiendo la veloz retirada por el camino que había recorrido. No le tomó mucho tiempo antes de tener que volver sobre sus pasos. El corredor que había tomado antes se encontraba sellado, pero recordó lo que Kyla le había dicho cuando le indicó la posibilidad de tener que tomar una ruta distinta.
Levantó el pergamino que marcaba la vía alterna con un color rojo brillante y apretó la mandíbula.
—Lo supo desde el principio.
Titus corrió por la nueva ruta pensando en Kyla. Siempre había parecido ser una persona que derrochaba esa atrayente confianza y la suficiencia de una persona que sopesaba seriamente sus opciones antes de aventurarse a realizarlas, si bien aparentaba seguir siempre unos instintos que resultaban ser agudamente certeros. Titus comprendía ahora que no era así. La espontaneidad de la sabia era engañosa y fabricada. Fumar hachís con ella en el pasado había logrado reblandecer las barreras que la morena mantenía sobre sí misma como no lo había conseguido antes el alcohol; pero nunca como el día anterior en el que le aflojó lo suficiente la lengua en su inconsciencia para que él lo comprendiera todo.
Kyla era una pitonisa.
Habían entrado a esa ciudadela como lo había previsto. Conocía los caminos ocultos del famoso laberinto hundido. Él ahora tenía las armas de Perseo en su poder por causa suya.
Y ella iba a ahogarse hasta morir en la oscuridad como alguna especie de sacrificio.
Titus chistó, acelerando el paso. Podía comprender por qué su amiga prefería guardar discreción con sus extrañas habilidades, pero irse a meter a ese lugar a sabiendas de que iba a costarle la vida solo para presenciar algo que ni siquiera él comprendió en su momento lo hizo cuestionarse seriamente sobre la capacidad de discernimiento de aquella extravagante extranjera que se había ganado un lugar en su corazón, el que se reservaba para la hermana que hacía tiempo había partido al mundo de los muertos.
—Esa maldita necia...
Titus llegó por fin al corredor obstruido, llamó alteradamente a la sabia que no le contestó. El barbado cerró los dedos entorno a la empuñadura de la espada, que, según la leyenda, podía cortarlo todo. Respiró profundamente.
No. Kyla no era una mártir —Se dijo—. Era una inconsciente que se balanceaba sobre los peligros más insensatos, pero cual gato con innumerables existencias, siempre había caído de pie y esa no sería la excepción.
Ella sabía que podía encomendar su vida en manos del príncipe de los palacios. Su buen autonombrado hermano.
Titus levantó la espada, con un gruñido exasperado cortó la piedra que se partió en un instante y fue empujada fuertemente por un chorro de agua que se desbordó hacia el otro lado, extendiéndose por todo el corredor, lo que hizo que el nivel del líquido le subiera al príncipe hasta las rodillas.
El mar seguía disminuyendo conforme se escurría a mayor extensión, pero eso significaba que el agua debía haber amainado en el interior del derrumbe. El joven luchó con la corriente y se metió por el hueco hasta que sus manos se cerraron en torno al cuerpo de la desmayada figura de Kyla. Titus jadeó al observarla. Su piel tenía el color más pálido que le hubiera visto nunca y el color azul le tintaba los labios. Haciendo caso omiso de las palmas abiertas de la morena. Titus le apartó los pesados mechones oscuros que le caían sobre la cara y le percibió la frialdad de las mejillas y la ausencia del pulso en su garganta.
El príncipe la sacó de ahí en una exhalación y la llevó a un sitio más alto y seco donde se dejó caer sobre las rodillas con la sabia todavía entre los brazos. La apretó fuerte mientras el cuerpo de Kyla oscilaba lánguidamente como si se tratara de una marioneta con los hilos rotos.
Por un momento Titus pensó en dejar caer los hombros de manera derrotada y lamentarse por la muerte de la joven viajera que por años le brindó su consejo y amistad; pero desechó esa idea tan pronto lo había asaltado.
No iba a permitírselo. No si podía hacer algo.
Titus depositó a Kyla con cuidado en el suelo y le liberó los botones superiores del blusón en un movimiento brusco mientras con un cuchillo le cortaba los lazos del corsé. Le inclinó el rostro y le separó los labios con los dedos, sujetándole la mandíbula mientras con la otra mano le pinchaba la nariz. Titus llenó sus propios pulmones de aire, se decantó sobre la boca de la sabia.
El pecho de la morena se hinchó y se distendió mientras el aire ajeno le escapaba de los labios.
El príncipe repitió el procedimiento tomándose breves pausas para comprimirle el esternón con ambas manos a la joven en un intento de reanimar su corazón antes de retornar a brindarle aliento a la morena, sin dejar de pensar que Kyla le había enseñado dicha maniobra precisamente anticipando aquel predicamento.
—Quédate aquí, Kyla —murmuraba Titus entre desesperados jadeos sin dejar de ejecutar sus acciones resucitadoras—. ¡Resiste, quédate, maldita tonta, vuelve por ella!
En ese momento el cuerpo de la sabia se sacudió, Kyla tosió y escupió una gran cantidad de agua salada, resoplando violentamente en un reflejo desesperado por jalar aire a sus pulmones. Se dejó caer paulatinamente en los brazos del barbado quién liberó un largo suspiro y comenzó a reírse nerviosamente cuando neblinosos ojos amatistas trataron de enfocarle el rostro en medio de su sofocada conmoción.
—Te dije que de alguna manera liberaríamos nuestra asombrosa atracción física —le susurró Titus, esbozando esa sonrisa que siempre utilizaba para coquetearle en ese juego que ya era típico entre ambos.
En realidad, solo quería expresarle a la sabia que todo estaba bien, aunque tenía la seria sospecha de que eso también era algo que Kyla conocía de antemano.
—Y yo te dije que prefería tragar agua salada antes de eso... —le contestó Kyla sonriendo débilmente cuando percibió que Titus le encontraba el sentido a aquello.
—Eres una estúpida... —le soltó el joven frunciendo el entrecejo.
En un silencioso momento de entendimiento, el príncipe y la sabia se abrazaron.
...
Elsa despertó exhalando quedamente cuando la visión de lo que había ocurrido en esas ruinas la empujó a la negrura. Parpadeó, entornó los ojos para ajustarlos a la oscuridad en la que se encontraba. Estaba descansando sobre suaves almohadones y frescas sábanas de algodón y satín. Miró los postes de color oscuro que reconoció como los de su cama, la ventana triangular de su recámara por la que se filtraba la luz de la luna llena que alcanzaba a iluminar y delinear las siluetas de su mobiliario.
Fue cuando miró hacia su diestra que se dio cuenta de su presencia.
Una joven de ropajes blancos y oscura cabellera se encontraba sentada en una silla, medio cuerpo reposaba sobre el colchón, los brazos cruzados bajo su rostro le hacían almohada, su respiración era tranquila y constante. Al parecer dormía profundamente.
—¿Cómo habían llegado ahí? —se pensó la regente mordiéndose el labio antes de permitir que sus pensamientos volvieran a posarse en la compañía que tenía en su alcoba.
La figura que cortaba la luz de la luna era sólida y vigorosa. La nariz que lograba vislumbrarle era recta como las que veía en las esculturas romanas, los labios delgados y de comisuras sugerentes, su mandíbula era afilada y de gesto jovial. El cabello le caía en largos e impredecibles mechones que Elsa admiró con una ligera sonrisa.
Esa inconfundible melena solo podía pertenecerle a Kyla.
Elsa había sentido el impulso infantil de acariciarla.
Fue cuando se percató que las manos de ambas se habían estado tocando.
Ante su sorpresa, el hielo se le formó a Elsa en las puntas de los dedos. Ahogó un chillido cuando la viajera abrió los ojos gatunos y esa mirada violeta pareció escudriñarla al mismo tiempo que le sonreía, incorporándose lentamente en esa silenciosa lobreguez.
—Hola... —susurró Kyla, pasándose una mano por la cabeza al echarse el cabello hacia atrás para apartarlo de su cara—. Espero que no te importe; pero te desmayaste y tuve que encargarme de eso...
Elsa abrió y cerró la boca varias veces antes de poder articular sus palabras. Clavó sus brillantes ojos azules en el alegre semblante de la sabia.
—En verdad eres tú...
Kyla le asintió e inesperadamente le jaló las sábanas a la regente, que exclamó un muy poco digno chillido antes de abalanzarse a recuperar sus mantas. La morena le sonrió cuando sus miradas se encontraron. No era que Elsa estuviera desnuda ni nada por el estilo, ni siquiera estaba usando su bata de dormir, pero la acción de la morena la había tomado totalmente desprevenida.
—Entonces, o soy yo, o un espíritu chocarrero que está aquí para atormentarte —Kyla amplió su sonrisa, mostrándole los dientes—. Dime, Elsa, ¿Eres supersticiosa? Porque tengo la impresión de que Freyja me ha utilizado para cumplir un deseo.
La regente se tensó, sintió que el calor se le agolpaba en las mejillas. Esa era Kyla, después de más de diez años de no verla físicamente y luego de días de no tener noticias suyas tras la pesadilla en la que la había visto morir y después gritarle furiosamente. Ahí estaba. Tomándole el pelo como acostumbraba hacerlo en sus cartas y cuando eran niñas.
Elsa le arqueó la ceja, la miró con petulancia, irguiéndose ligeramente para parecer noble y digna pese a su desliz previo.
—Deberías sentirte agradecida de que Freyja no haga distinciones entonces.
Kyla parpadeó, soltó una risa alegre que Elsa encontró musical y contagiosa. La rubia no pudo evitar que sus finos labios se curvaran en una sonrisa. Estudió a su vieja amiga disimuladamente. La regente torció las cejas.
Pese a la actitud vivaz de la sabia, Elsa podía notar que parecía cansada, los círculos oscuros bajo sus ojos se veían peor que los que Gerda le había tenido que solucionar a ella esa mañana. Se apreciaba un tanto disminuida para la ropa que llevaba puesta y aún en la oscuridad podía notar que no tenía un buen color; encima estaban sus heridas. Elsa se mordió el labio recordando las manos sangrantes de Kyla cuando la vio en el sueño del sauce. Le estudió los vendajes. ¿Habría tomado la precaución de tratarse sus lesiones adecuadamente estando en altamar? Pensó en que tendría que hacer que su médico la revisara cuanto antes. La regente notó que Kyla había intentado tocar su mano, pero cambió su trayectoria en el último segundo, optando por alisar sobre el colchón la orilla de la sabana con la que Elsa se cubría.
—Estoy agradecida, Elsa. Mucho. De estar aquí —le dijo significativamente la morena luego de aclararse la garganta y mirarla con fijeza.
Elsa se enredó las manos en el regazo, le asintió. Un silencio incómodo llenó la habitación cuando el semblante de Kyla pareció oscurecerse por una sombra que la regente no pudo comprender del todo. Elsa pasó saliva y trató de solucionar aquello, pero ella no era buena en esas cosas, Kyla era la elocuente entre ambas y si la morena podía verse apesadumbrada, le parecía que algo en el universo tenía que estar muy mal.
Elsa miró tímidamente cómo la sabia fruncía el entrecejo, evidentemente inmersa en sus pensamientos y suspiró. Entonces desvió la mirada a la prístina capa albina que kyla había dejado doblada sobre el respaldo de su asiento y sonrió ligeramente.
—Oh, yo reconozco esa. ¿No es?—
Kyla salió de su ensimismamiento al asentirle.
—Si... es la capa que me obsequiaste cuando cumplí quince y te dije que iniciaría mi viaje fuera de casa —la morena desdobló la prenda para mostrársela.
Tenía los bordes ribeteados con las intrincadas decoraciones florales de Arendelle en color dorado, pero el patrón principal era el Sol de Corona. Elsa la estudió admirada de encontrarla en tan buen estado a pesar de contar con tres años de uso y luego de haber pasado por todo tipo de terrenos e inclemencias.
—La llevo conmigo siempre... —le susurró Kyla pasándosela por sobre los hombros y sonriendo para sus adentros recordando perfectamente el día que la había desempaquetado en su hogar, junto con el mensaje animoso de la joven princesa de aquel reino norteño.
A Kyla le avergonzaba admitirlo, pero para ella, usar esa prenda era como sentirse rodeada por los brazos de Elsa que siempre podrían confortarla en donde quiera que estuviese, aunque su relación hubiera crecido tan distante y carente de muestras físicas de afecto.
—A pesar de estar sola en lo desconocido, aferrarme a ella siempre logra hacerme sentir segura —le confesó en un murmullo ensimismado.
Elsa la miró con ojos amables y compasivos
—Me gustaría mucho escuchar sobre tus viajes.
—Tal vez lo hagas —le contestó la morena, sonriendo ligeramente cuando se ajustó el broche de la capa y se pasó por sobre el hombro su bolsa de cuero.
Kyla se puso de pie abruptamente y se estiró, aquel movimiento expuso las proporciones de la sabia ante Elsa en un ambiente cerrado, la monarca tuvo que contener un gemido impresionado. La germana era tan alta que las puntas de sus largos dedos podrían haber tocado fácilmente los estantes altos del librero para el que ella necesitaba normalmente un banquillo. Era como ver a un oso negro parándose en dos patas y volverse gigantesco cuando segundos antes hubiese sido un cuadrúpedo adorable.
La sabia arqueó las cejas, posó la mirada divertida en la expresión admirada que le dirigió la regente.
—¿Qué pasa?
—E-estás muy alta —balbuceó Elsa sonrojándose al pensar en las posibles implicaciones de aquel descubrimiento.
Kyla sintió que su cara enrojecía, pero se encogió de hombros como no dándole importancia.
—Bueno, no iba a ser siempre esa pequeña chimuela de la que te podías aprovechar.
—Yo no lo recuerdo de esa forma —le gruñó Elsa acaloradamente.
Kyla le sonrió, se golpeó los perfectos incisivos con la uña cuando en unas cuantas zancadas se encaminó hacia la ventana y destrancó el pestillo, abriéndola para luego subirse en el alfeizar. Elsa la miró atónita, se desenredó de entre las mantas para caminar presurosamente a su lado, dirigiéndole una mirada alarmada.
—¿Qué demonios estás haciendo? ¿A dónde pretendes irte por ahí?
La sabia se acuclilló, se encogió de hombros nuevamente como si no comprendiera porqué tenía que estarse explicando.
—Bueno, tengo que salir, verás, no entramos aquí de la manera ah... apropiada. No creo que nadie sepa que estoy en Arendelle, mucho menos en el castillo, y si se llegaran a enterar que me escabullí contigo desmayada desde el jardín hasta tus aposentos enfrente de las narices de todos... bueno, digamos que me siento muy a gusto con el concepto de tener la cabeza pegada al cuello, entre mis hombros y, vivir, básicamente.
El viento le mecía el cabello y la capa a la sabia. Elsa frunció el entrecejo absorbiendo sus palabras.
—Ya veo... Un momento... ¡¿Cómo pasaste la vigilancia?! —soltó en un susurro alterado.
Kyla la miró con incredulidad, se colocó una mano sobre la mejilla de manera delicada fingiendo que se apenaba.
—Elsa, ¿cómo me haces esas preguntas? sabes que el poder del amor lo vence todo.
Elsa trastabilló con apuro, le dedicó una mueca a su amiga que hizo que esta se retorciera en su satisfacción y siguiera con su juego mirándola con inocencia.
—La verdad, me preocupa un poco tu seguridad con esas medidas —le comentó sosteniéndose la barbilla con la mano—. ¿En serio nadie ha intentado secuestrarte? —le espetó con recelo.
—Bueno, hay un muro de veinte metros afuera y dos interiores de ocho —contestó Elsa cautelosamente explicando las defensas de la ciudadela.
Kyla mantuvo su expresión alegre.
—Y bueno, hay guardias —añadió Elsa desafiante.
—¿Sí?
—Como cien.
—¡No me digas! —contestó Kyla con una expresión fascinada mientras arqueaba las cejas—. Entonces sí que debimos tener suerte que hoy fuera día de fiesta —añadió cándidamente.
Elsa la miró con los ojos muy abiertos, regresó al frente de su mente la incógnita de cómo era que habían llegado hasta ahí y aparentemente sin ser vistas por nadie. La regente lo sopesó seriamente. Tenía tantas dudas respecto a su amiga, que no sabía con cuál de todas comenzar. Kyla le dirigió una sonrisa tranquilizadora.
—Podemos hablar mañana, si te parece bien. Solicitaré audiencia y me presentaré como es debido. Así que tú puedes regresar a tu cama y descansar para que te veas radiante —le dijo la sabía guiñándole un ojo antes de erguirse y girarse nuevamente hacia el exterior.
—¿Y en dónde vas a pasar la noche? —inquirió Elsa deseando que su voz no sonara tan aguda y necesitada como lo había hecho.
—En la Academia de la Luna, claro —respondió la extranjera con simpleza—. Todos los sabios tenemos derecho a recibir asilo en cualquier academia del mundo.
Kyla se columpió un poco del dintel y el corazón de la regente dio un salto.
Elsa avanzó preocupadamente hacia ella.
—¡Kyla, estamos en un tercer piso!
—Sí, lo sé. Buenas noches, Elsa —contestó la morena sonriendo de oreja a oreja cuando dio un paso hacia atrás y su figura se perdió tras el marco de la ventana.
Elsa gimió, se apoyó velozmente en el alfeizar para mirar hacia abajo. Kyla la miraba intactamente desde el suelo, le sonrió, alzándole la mano antes de ponerse la capucha de su capa y perderse en la espesura de los follajes del jardín real.
Elsa resopló con el corazón palpitándole a toda velocidad en el pecho, se desvistió para recostarse en su cama sintiendo que dormir era una actividad que le iba a resultar bastante difícil.
...
Kyla tenía dieciséis años la noche que la llevaron casi a rastras a la casa de té de Zhi Wenjun en aquel barrio bajo de Londres.
Iba colgando de los brazos por dos hombres de la Academia de la Estrella Blanca en donde se había estado alojando cuando sucedió todo.
La muchacha se estremecía y gritaba como si el mero contacto con el aire le quemara la piel y los ojos.
Los aprendices de sabios le susurraban palabras tranquilizadoras y amables; pero no comprendían que Kyla podía ver a través de ellos como si sus mentes entrenadas fueran de diáfano papel cebolla y que lo que absorbía de ellos le hacía daño.
La morena forcejaba y plantaba los talones en el suelo.
No quería entrar ahí.
El dolor la había enceguecido a lo que podría percibir de manera material, así que le eran ajenas las heridas abiertas de su cuerpo, pero su instinto de supervivencia le advertía que podría morir si es que cruzaba por el umbral de aquella puerta.
Sin importar su resistencia, la metieron a la casona.
El cuerpo de Kyla se arqueó, se tensó en el preciso instante en el que cruzó el umbral, mientras ella gemía en su sufrimiento, su cara se convirtió en una mancha roja cuando la sangre le brotó por la nariz y las comisuras de sus ojos. Tembló descontroladamente cuando sintió el sabor metálico en su boca y por un momento perdió el equilibrio cuando las manos que la aferraban la soltaron en total terror y desagrado.
La joven cayó en el piso de madera chillando descontroladamente como una bestia herida. Fue cuando se percató que otras manos la aferraron, y le alzaron la manga larga, sintió una punzada en su brazo que alejó el dolor, adormeciéndole los sentidos.
Una cálida sensación de placidez la embriagó cuando el ritmo de su corazón disminuyó hasta que todo se volvió negro.
...
Durante el desayuno Gerda miraba por el rabillo del ojo a su alteza mientras le llenaba la taza de té. Se veía descansada, aunque un tanto ansiosa; si bien sus gestos eran muy distintos a los de sus ansias normales por preocupación o estrés que era cuando Elsa se veía tensa y se mordía mucho los labios o parecía disgustada. Estas eran unas ansias... un tanto torpes. La muchacha había hecho sonar la vajilla más de una vez y el cuchillo estuvo varias ocasiones a punto de escapársele de las manos cuando pretendía usarlo para poner queso sobre su pan tostado, y si los dedos que sujetaban el haza de su taza de té hubieran temblado un poco más cuando Elsa se la acercó a los labios, hubieran tenido ahí mismo un episodio que habría sido perfectamente digno de la princesa Anna.
Y no era que fuese algo malo, simplemente que no resultaba nada propio de la normalmente controlada alteza. El ama de llaves miró a los alrededores buscando algún indicio de correspondencia, pero al no dar con ninguno, resopló confundida.
Habría jurado que tendría algo que ver con aquello.
No fue sino hasta dos horas más tarde, cuando Elsa estuvo sentada elegantemente delante del trono, con su cabello perfectamente recogido y toda ataviada de azul marino salvo por sus guantes blancos, que Gerda lo comprendió todo, cuando Kai alegremente había anunciado que Kyla Frei, sabia de Corona le estaba solicitando audiencia a su alteza de Arendelle.
Para cualquier miembro de la corte y testigo del encuentro de ese día habría parecido que ambas muchachas habían intercambiado diplomáticas palabras, con la primera haciendo anuncio de su presencia y estadía en el reino de manera temporal y la segunda reconociéndola y ofreciéndole la bien conocida hospitalidad de los Arnadarl; pero para el ama de llaves, que había prácticamente criado a su alteza, era evidente el fulgor en la mirada azul cobalto que Elsa le dirigía a la joven de largos cabellos negros y modestas, pero distinguidas prendas de gamas rojizas y castañas, (exceptuando el blusón blanco de mangas sueltas tan típico del país del sur.) que le reciprocaba con esos peculiares ojos púrpuras gestos muy semejantes.
El fervoroso encuentro velado entre dos jóvenes evidentemente enamoradas que tenían diez años de no verse.
Por un momento Gerda había deseado prorrumpir en alegres risitas y correr a abrazarlas a ambas como cuando eran unas niñas pequeñas, pero se contuvo y prefirió concentrarse en la supervisión de la comida de esa tarde que prometía ser memorable.
—¡No puedo creerlo, de verdad eres tú! —chilló Anna cuando corrió a abrazar a Kyla ni bien hubiera cruzado por las puertas del salón comedor. La morena resopló cuando la pelirroja le había sacado el aire en su emoción, pero le sonrió igualmente—. ¡Estás muy alta! —le exclamó sacudiéndola de los hombros—. ¿No eras muy bajita cuando éramos niñas?
Kyla miró el mechón blanco en el cabello rojizo de la princesa, frunció el entrecejo. Se desembarazó del agarre de Anna apenadamente cuando la muchacha notó su escrutinio. Resultaba un tanto graciosa la imagen debido a la diferencia en sus estaturas.
—Eh... ¿Supongo que crecí cuando alcancé la pubertad? Mis padres son altos también —le recordó jovialmente, acomodándose el chaleco torcido y plisándose la falda.
Anna apretó los labios en un puchero, se cruzó de brazos.
—Jum, es verdad... Pues enhorabuena por dejar de ser la más pequeña —añadió sonriendo prontamente. La princesa se encogió de hombros—. Mi pubertad solo incluyó todas estas ideas poco apropiadas sobre chicos y cabalgar... ah, ¡aunque no así como suena! —añadió azorada—. Quiero decir... ah... ¿te gusta el salmón ahumado? —le dijo la pelirroja golpeándose la frente cuando Kyla no pudo evitar reírse en su cara.
Gerda meneó la cabeza divertidamente mientras colocaba los cubiertos sobre la mesa.
—Entiendo a lo que te refieres. Es una etapa complicada —le contestó la sabia amablemente tomando su asiento en la mesa y bebiendo un poco de agua—. Dime, ¿Ocupa algún joven tus pensamientos últimamente?
Anna forcejeaba con Gerda quien le impedía a la pelirroja estirar la mano para robar trozos de carne curada. No podían comenzar a ingerir alimentos si no estaba presente Elsa.
—¿Quién, me dices a mí? ¡Claro que no! —resopló Anna girando los ojos exasperadamente señalando a su alrededor—. No es como si se pudiera conocer a alguien en este castillo clausurado.
—¿Qué no acaban de celebrar el Ostara? —inquirió Kyla arqueando las cejas—. Es un evento concurrido, ¿no?
Anna se distrajo de la comida para posar su atención en la sabia.
—Bueno, sí, hay mucha gente; pero no del tipo que debería cortejar a la realeza, ¿no crees?
La mandíbula de Kyla se desencajó en una mueca extraña, pero se recuperó en un instante, jugueteando con el índice sobre el borde de su copa.
—Así que estás hecha una pequeña snob, ¿eh? Cerrando tus posibilidades de esa forma no hace mucha diferencia que abran o no las puertas del castillo, princesa.
Anna le sonrió divertida por lo absurdas que sonaban las palabras, pero Gerda sonreía por motivos muy distintos. La pelirroja entrelazó las manos, colocándoselas bajo su barbilla.
—¿Y qué hay de ti, Kyla? ¿Hay alguna conquista exótica de la que deba estar enterada?
Kyla mantuvo una expresión igual de sugerente que la de la princesa de Arendelle, pero no dijo nada cuando se llevó la copa de agua a los labios.
—Soy una sabia, Anna. Sabes lo problemáticos que resultan esos menesteres para nosotros —contestó con simpleza.
Anna, quien interpretó perfectamente bien la expresión de la morena, estuvo a punto de contestarle algo cuando las puertas se abrieron y Elsa cruzó por ellas seguida de Kai.
Kyla sonrió ligeramente, se puso de pie junto con la pelirroja aguardando a que la regente alcanzara su puesto en la cabecera. Anna ocupaba la silla a la diestra de la regente y Kyla la que tenía a mano izquierda. Tomaron asiento cuando Elsa ocupó su sitio.
—Lamento la demora —pronunció Elsa, desdoblando la servilleta y colocándola sobre su regazo, mientras hacía una seña para que los alimentos y las bebidas comenzaran a ser servidos—. Los días de fiesta han hecho que el trabajo se acumule más de lo que me hubiera gustado. ¿Confío en que mi hermana te ha brindado una buena distracción? —le dijo a la sabia.
Kyla arqueó la ceja, notó que Anna parecía un tanto incómoda. Resentimiento, habría contestado si mamá Jenell le hubiera pedido nombrar el sentimiento que le afloraba a la pelirroja; pero la sabia asintió, agradeció con un movimiento de cabeza la generosa ración de pescado y patatas que le colocaron dentro del plato.
—Sí, Anna es una compañía magnífica. Es tan alegre como puedo recordarla —respondió afectuosamente.
Anna sonrió, probó tímidamente el guisado de su cuenco ante las halagüeñas palabras de la morena. Elsa le sonrió complacida.
—Sé que me expreso por ambas cuando digo que nos llena de dicha tenerte aquí. Han pasado muchos años, pero tu compañía es tan bienvenida como el primer día que tu padre y tú nos acompañaron a la mesa. Me encuentro muy interesada porque nos pongamos al día. Espero que esta no sea la última vez que nos complaces con el agrado de tu presencia —le dijo sinceramente mientras alzaba en su dirección su copa de vino.
—Por supuesto, alteza —le respondió Kyla levantando también su bebida—. Prometo que estos años de lejanía serán compensados —la sabia torció las comisuras de sus labios, Elsa pareció abochornarse por un segundo—. Brindemos por este feliz encuentro y la magnífica ocasión de retomar nuestra amistad.
Hicieron chocar sus copas, repitieron el gesto con la copa de Anna, quién había estado muy ocupada llenándose la boca de pan como para hacer caso de lo que había pasado; pero de igual manera se integró entusiastamente como era de esperarse.
Gerda las observó en silencio, por un momento le pareció ver a las tres niñas a las que siempre había tenido que dar caza cuando jugaban y que eran desastrosas ante la mesa, solo que ahora eran hermosas doncellas que charlaban y se comportaban con la mayor de las propiedades. Todo un triunfo para los tutores de etiqueta, incluso cuando se trataba de elogiar los avances de la joven Anna. Aun así, pese a las apariencias que debían guardarse, sus gestos personales se mantenían intactos. La glotonería y torpeza de Anna, la insolencia y alegría de Kyla, y la amabilidad y cariño de Elsa. Era como si sencillamente el tiempo se hubiera congelado en la interacción entre esas tres. Cosa que, a juzgar por el semblante iluminado de la regente de Arendelle era por demás emocionante.
—Quiero que me cuentes todo lo que viste cuando estuviste en oriente —exclamó Anna durante el postre—. ¡Todo se leía tan fascinante en tus cartas!
Kyla le sonrió, asintiéndole, se llevó un trozo de tarta de manzana a la boca, pero Elsa casi escupió sobre la mesa el trago de agua de su copa que terminó mayormente en su barbilla y pechera. La regente usó de inmediato su servilleta mientras Kyla contenía sus ganas de reírse y Anna miraba a su hermana con la boca abierta.
—¿Ustedes se escribían? —soltó Elsa sin ofrecer una palabra por su extraña reacción.
—Bueno, sí —confesó Kyla encogiéndose de hombros—. Esperaba que cuando ambas mencionaban que no hablaban demasiado la una con la otra fuera en un sentido más figurativo... —comentó cuidadosamente, aunque no pudo hacer nada para evitar su gesto al girar los ojos como si le pareciera completamente estúpido lo que hacían las hermanas de Arendelle. La sabía jugueteó con un trozo de fruta dulce y corteza caliente, suspiró pacientemente—. ¿Sabes, Elsa? Eres afortunada por tener una hermana tan adorable. Yo siempre anhelé una —dijo mirando a una inmóvil Anna que observaba silenciosamente su plato—. Siendo la hija única de mis padres, no tuve a nadie que me hiciera compañía —torció los labios en una sonrisa un tanto melancólica—, supongo que es por eso que fui una compañera de juegos tan irreflexiva.
Elsa miró a la sabia fijamente, ella le hizo una ligera inclinación con la cabeza apuntando a Anna. La regente le dedicó una expresión de pánico, pero Kyla le asintió animándola. Elsa suspiró.
—Tienes razón —Elsa se apretó las manos sobre el regazo, pero miró directamente a la pelirroja cuando le habló—. Anna, quisiera disculparme por lo que pasó antes, y en realidad por todo —sus ojos se iluminaron en una expresión de total sinceridad—. Eres la mejor hermana menor que alguien como yo podría pedir. Sé que no te lo he dicho antes, pero es así.
Kyla pareció complacida. Anna estaba muy sorprendida, gesticulaba con sus manos y negaba incesantemente con los ojos turquesas brillantes.
—¡No, Elsa! Está bien. Entiendo que tienes que cargar mucho sobre tus hombros ahora con la perspectiva de ser la Reina y... y... —se pasó un mechón por detrás de la oreja, al asentirle con labios temblorosos—. Gracias...
Las hermanas se miraron por un momento y entonces se sonrieron.
Kyla torció los labios en una media sonrisa triunfal. Suspiró al recargarse pesadamente contra el respaldo de su asiento, alzó una mano temblorosa con la que se apretó la frente. Elsa la miró con inquietud al reconocer ese gesto.
—¿Estás bien? —le soltó con la mirada cobalto estudiándola con fijeza.
—S-sí —respondió la morena con expresión fatigosa y ojos evasivos—. Es solo que aún no me repongo del viaje y creo que comí demasiado. No recordaba lo mucho que me gustaban los platos de aquí —añadió sonriendo débilmente.
Elsa apretó los labios sin creerse nada de aquello. Anna pensando de forma similar a su hermana, se estiró sobre la mesa y le tomó a la sabia la cara por las mejillas antes que pudiera resistirse al tacto.
—Estás muy caliente, tienes fiebre —sentenció la pelirroja.
Kyla miró confusamente cómo Elsa impartía varias órdenes a su servidumbre y Anna se movía a su lado y la sujetaba del codo para ayudarla a ponerse de pie. Cerró los ojos un instante, cuando volvió a abrirlos se encontró con que estaba tumbada y sudorosa en la cama de una de las habitaciones de huéspedes mientras Anna le sonreía al colocarle un paño húmedo en la frente, la regente (que había estado dando vueltas a los pies de su cama) la miraba con los ojos encendidos.
Elsa le dirigió una mirada significativa a su hermana, ella se disculpó, retirándose con una explicación innecesariamente larga y torpe, dejándolas solas. Kyla se sonrió por aquello, pero su gesto se borró cuando Elsa se sentó a su lado con las cejas torcidas en expresión amenazante.
—Sabía que habías venido de manera imprudente. Siempre has sido así. No puedes ser tan inconsciente contigo misma —Kyla se encogió entre las sábanas, sintió rabia consigo misma cuando la regente se apretó las manos sobre el pecho y entonces la vio esforzarse por contener las lágrimas que le brillaban en los afligidos ojos azules—. ¡Estuviste a punto de morir hace solo unos días! —le reclamó, elevando el volumen de su voz para luego volverla un susurro—. No... —pronunció frunciendo el entrecejo—. Tú moriste. ¿No es así?
Kyla se movió incómodamente en la cama.
—Por unos momentos, sí —admitió evitando mirar a la regente.
—Yo... lo vi. En mis sueños —dijo Elsa como si llevara tiempo necesitando decir aquello en voz alta.
—Lo siento —pronunció la morena, sintiendo que no tenía nada mejor que decirle sobre eso.
Elsa arrugó la frente.
—Kyla, ¿cómo es posible? Lo que te escribí, lo que soñé y sucedió.
La sabia abrió los ojos muy grandes como si tratara de encontrar las palabras correctas, apretó los dientes en frustración, resoplando cuando se hundió entre las almohadas a su espalda.
—Es... una larga historia... y te la contaré —prometió rápidamente ante la mirada dura que le dirigió Elsa—, pero ahora me siento... muy cansada...
Y era la verdad. Kyla habría deseado tener su pipa cerca precisamente en ese momento que volvía a sentir dolor.
La expresión de la monarca se suavizó cuando se percató de lo indefensa que parecía Kyla en aquel momento. Había visto cuando su médico real le había atendido las profundas heridas de sus manos y ajustado los vendajes de su torso, ya que al parecer tenía también unas costillas rotas.
Elsa había querido zarandear a Kyla en aquel momento al pensar en su inconsciencia por haberla cargado por quién sabe dónde la noche anterior con ese daño para luego escabullirse de manera mortal desde lo alto del castillo como si su cuerpo no fuera frágil como el de todos los demás.
Incluso Elsa con su magia, era juiciosa de la propia vulnerabilidad de su carne y huesos.
—Elsa ¿podrías quedarte conmigo? —le pidió la sabia como si fuera nuevamente una niña—. Cuéntame cómo han sido tus dos años de regencia...
Elsa miró a Kyla fijamente, así como estaban. Ella sentada al borde de la cama y la morena adormeciéndose con el rostro caliente y afiebrado.
—Esto... me parece familiar —le susurró casi ensimismada.
Kyla esbozó una sonrisa al pensarlo y cerró los ojos.
—Tal vez lo has soñado...
...
—¡No! ¡No me toque, por favor!
Kyla respiraba aceleradamente y el sudor le empapaba la pálida frente. Temblaba como un conejo acorralado en el rincón en el que se apretaba. Percibía tanto en ese anciano de rostro arrugado que le tendía la mano en esa habitación llena de objetos extraños y penetrante olor a incienso que sentía que podría vomitar y perder nuevamente el conocimiento en cualquier momento.
Ese hombre mayor, que tenía toda la pinta de provenir de oriente, le meneó la cabeza, le indicó un tazón que sostenía en su otra mano, mientras le hacía señas impacientes con la cabeza de que lo tomara. La muchacha lo sujetó con manos nerviosas. Observó el humeante contenido de olor dulzón.
—Bebe —le dijo con voz áspera y firme—. El dolor se calmará.
Sin dudarlo, Kyla bebió ávidamente del cuenco hasta que el líquido le escurrió por el cuello. Habría hecho lo que fuera por dejar de sentir aquel tormento. Jadeó cuando lo dejó en el suelo, se sujetó la cabeza adoloridamente, mientras el anciano se enderezaba y arrojaba unas piedras sobre la rejilla de bambú que tenía extendida ente ambos.
—¿Calmarse? —exhaló Kyla cayendo en cuenta y mirándolo con la vista vidriosa—. ¿No desaparecerá?
—Hiciste magia prohibida —le susurró mirándola seriamente a través de las rendijas que eran sus ojos.
—¿Quién es usted? —balbuceó la morena, frunciendo el entrecejo desconfiadamente.
—Llámame Zhi —musitó sin distraerse de lo que hacía.
el hombre se frotó la larga barba que se revolvía con sus bigotes de dragón, chasqueó la lengua mientras interpretaba la lectura de las piedras negras que seguía recogiendo y lanzando en el tapete. Kyla se abrazó las piernas, sollozando al negar con la cabeza.
—Solo quería saber que estaba bien, su vida se había complicado mucho. Estaba preocupada y... no quise que cayera. No lo pensé, solo... ¡pasó!
—Pero eso no debió suceder —le explicó tranquilamente Zhi, recogiendo los guijarros—. A la muerte no le gusta ser engañada. Esto es un conjuro poderoso y... —lanzó otras dos piedras, le arqueó las cejas ante el resultado—. Al parecer no es la primera vez que lo haces.
—Pero ¿cómo puede ser? —chilló Kyla gesticulando desesperadamente con las manos—. ¡Nunca la había visto de esa forma antes de esta noche!
—Eso no es lo que veo aquí —meneó la cabeza, se metió las manos entre las mangas—. No se puede hacer nada. Tendrás que vivir siempre con ese dolor.
Kyla negó incesantemente, sintiendo que las lágrimas le empapaban las mejillas y que le resultaba imposible encontrar ese espacio seguro dentro de sí misma. Le aterró la perspectiva de existir vulnerable ante el embiste de las sensaciones ajenas como un nervio expuesto de manera perpetua.
Por un instante la perspectiva de morir le resultaba más misericordiosa, pero era algo que no podía permitirse todavía.
—Por favor, ayúdeme —le suplicó desconsolada—. Tiene que haber una forma.
Zhi frunció las espesas cejas.
—Podría haber una manera —pronunció peligrosamente—, pero la muerte sería preferible a la alternativa que voy a darte.
—Dígamela.
...
Kyla caminaba por la ciudadela de Arendelle a sabiendas que había dejado su tan recomendado reposo.
Habían mudado el arcón que había llevado consigo, de la academia de la Luna, a los aposentos que Elsa le había asignado como huésped del castillo, (en el segundo piso, justo debajo de su propia habitación.) Imaginaba que dentro de poco tiempo Elsa iría a verla y la mandaría buscar al no encontrarla.
Como había sucedido los días anteriores.
Sabía que si seguía probando la paciencia de la temperamental regente, esta le mandaría soltar perros rastreadores en su próxima escapada; pero simplemente no soportaba estar encerrada. No cuando toda la vida se la había pasado en el exterior y cuando la primavera en esa tierra era tan hermosa...
y cuando evitaba tener una plática importante que seguía postergando.
—Como si pudiera llegar muy lejos de todas formas.
La morena chistó, miró el bastón que sostenía en la mano derecha y con el que apoyaba sus pasos.
No tenía huesos rotos, (dejando de lado sus costillas que estaban sanando bien) pero de todos modos su cuerpo estaba débil. Todo lo que había pasado en Cnosos sin que se hubiera dado cuenta, lo del hachís con Titus, lo cerca que estuvo de no librar lo de Mykênai y lo que estuvo pasando con Elsa...
Tendría que cerrar sus ojos por algún tiempo si es que quería recuperarse para hacer lo que realmente importaba; pero al mismo tiempo prefería estar despierta. Sobre todo, ahora que estaba tan cerca de la heredera de Arendelle.
—No querría que tuviera que verme así —pensó angustiosamente la sabia.
Se sentó a la orilla de una de las fuentes gemelas y suspiró. Se sacó de la bolsa su pipa y se dedicó a prepararla, entreteniéndose con las actividades de la gente que pasaba mientras la cargaba con su mezcla especial de tabaco. Encendió la cazoleta y se llevó la boquilla a los labios, sintiéndose un poco molesta por la tranquilidad que se le extendió por el cuerpo y le relajó los músculos tensos.
La morena se la pasó fumando un buen rato sin darse cuenta que un grupo de seis niños se le había acercado cuando la vieron hacer aros de humo entre algunas de sus ensimismadas bocanadas.
—Hola —les dijo Kyla sonriendo amablemente—. ¿Les gusta eso? —indicó, señalando el humo que flotaba sobre su cabeza.
Los niños asintieron, observando cómo la sabia hacía unos aros y los dejaba danzar en el aire.
—Pues muy mal, porque fumar es malo —les dijo, cuando vació la cazoleta en el piso y aplastó las cenizas calientes contra los adoquines de piedra.
Los niños exclamaron decepcionados.
—¿Entonces por qué lo haces? —inquirió un chiquillo rubio y mal encarado que se veía mayor que todos.
—Porque no tuve a alguien que me dijera eso —le contestó arqueándole la ceja—. pero yo se los digo a ustedes. No lo hagan.
—¿Por qué tienes bastón? —inquirió un niño de cabello castaño, señalando el cayado que Kyla tenía a su lado descansando contra la pileta—. No eres una abuela —razonó.
—Porque soy joven y hago cosas tontas —le respondió la morena, guardando la pipa y su envoltorio de tabaco en su mochila de cuero—, como avanzar por el camino sin mirar por donde voy —la sabia sonrió levantando su soporte de madera y maniobrando con el—. Si se tantea primero el suelo con un bastón antes de andar, uno puede detectar los obstáculos antes de sufrir un traspiés o caer en algún hoyo. ¿No creen?
—¿Es usted escriba, señorita? —le preguntó una niñita de ojos avellanas y pelito color paja cuando vio los rollos de pergaminos, las plumas y frascos de tinta que llevaba la sabia encima—. ¿Conoce muchas historias?
—Algo así —replicó Kyla con alegría—. ¿Quieren escuchar una?
El grupo asintió al unísono, se sentaron alrededor de Kyla, que se puso a pensar y entonces se aclaró la garganta.
—Ya sé, les contaré la historia de Odín y Mim.
—Esos cuentos son aburridos —resopló el niño rubio cruzándose de brazos.
—Pero ¿qué dices? —soltó la morena colocándose una mano sobre el pecho haciéndose la ofendida—. ¡Dónde quedó el interés por las leyendas antiguas!
Kyla agarró su bastón para hacerlo sonar sobre la superficie de piedra mientras posaba las manos sobre él, encorvándose debido a su gran altura.
—Mim era el gigante sabio de Mimir que cuidaba la fuente mágica del conocimiento...
—Aburriiiiiido —soltó el rubio. Kyla lo fulminó con la mirada y el niño se encogió en su sitio con recelo.
—Un día —continuó la sabia—. Odín viajó al Jötunheim, el reino de los gigantes, y le pidió a Mim beber de su fuente, pues deseaba ascender como dios supremo de Asgard, así que aspiraba a obtener el don de la omnisciencia, o sea, saber todo lo que ocurría en los nueve mundos. Mim no se lo permitió. Cuando Odín le insistió y le insistió, Mim le dijo que lo dejaría tomar del agua de su fuente si le daba uno de sus ojos como pago.
Los niños contuvieron un gemido, algunos se llevaron las manos a la boca. Kyla les asintió y compuso una expresión estupefacta.
—Y entonces Odín, sin pensarlo, se sacó el ojo derecho y se lo entregó a Mim como pedía. ¡Así como así!
—¿Solo así? —exclamó una niña de cabello color zanahoria con la mirada muy abierta.
—Odín era un tipo bastante rudo —le contestó la morena flexionando los brazos en una pose que indicaba fortaleza.
—¿Pero por qué aceptó ese trato? —soltó un niño regordete de cabello oscuro.
—¡Porque lo valía totalmente! —le contestó Kyla, como si fuera lo más obvio—. El sacrificio era muy poco en comparación con lo que podría obtener por él.
—¿Pero por qué no iba a importarle tener solo un ojo? —espetó el niño rubio como si no pudiera dar crédito al poco sentido que tenía esa historia.
—Porque ya no lo necesitaba —le dijo la sabia—. Está escrito que lo esencial es invisible a los ojos... —Kyla sonrió casi para sí misma como si cayera en cuenta de algo. Entonces parpadeó y regresó su atención a los pequeños—. Aunque no recomendaría que se anden dejando tuertos voluntariamente porque no entienden de metáforas... negaría completamente con sus madres que les hablé sobre eso.
Kyla se inclinó hacia la fuente y se sacó disimuladamente una ciruela blanca que llevaba en el bolsillo. La metió a la pileta, sonriéndose por lo bajo.
—Dicen que el ojo de Odín sigue descansando en las profundidades de esas aguas y que puede verlo todo —pronunció solemnemente—. ¿No sería increíble encontrarlo justo?... ¡aquí!
Kyla le lanzó al niño rubio la ciruela empapada, todos gritaron y se pasaron la fruta asqueados creyendo que era un ojo humano real. Cuando la morena los miró con una amplia sonrisa juguetona, ellos chillaron ante el engaño.
—Usted es extraña, señorita, pero es divertida —admitió el rubio dedicándole una sonrisa que le aceptaba su derrota.
—Me lo dicen mucho —le contestó Kyla revolviéndole el cabello en son de paz—. Ahora recuerden que, si quieren conocer más historias como éstas, siempre pueden visitar la biblioteca. Es un sitio genial, que nadie les diga lo contrario.
Los niños asintieron animadamente, le agradecieron por la historia y se fueron corriendo. Se alejaron prorrumpiendo en risitas, agitándole las manos en el aire a la sabia que también les sonrió y los despidió con la mano en alto.
—No has cambiado en nada —le dijo una dura voz a su espalda.
—Creí que habíamos establecido que ahora estoy más alta —respondió alegremente.
Kyla se giró para encontrarse a la regente de Arendelle observándola severamente con los brazos cruzados.
A juzgar por las miradas de los paseantes cercanos, Ver a la monarca fuera del castillo debía de ser toda una aparición. La sabia se sonrió ante la perspectiva de tratarse nuevamente de esa mala influencia que hacía que Elsa hiciera cosas inusuales. Si bien estaba haciéndolo de forma inconsciente esta vez.
—Es cierto —le dijo Elsa siguiéndole el tono travieso—. ¿Así que por eso te aprovechas y eres bravucona con los niños que no comparten tus aficiones literarias?
—¡Oh, vamos! ¡Es Miiiiim! —le dijo Kyla gesticulando como si eso lo explicara todo—. Admite que tú también lo habrías hecho de encontrarte en mi lugar y sin tener que portarte correctamente por ser la regente. Sé de buena fuente que eres su admiradora desde niña.
Elsa le giró los ojos, pero le sonrió.
—¿Siempre llevas comida encima? —le soltó Elsa arqueándole una ceja en un evidente intento por desviar el tema de la conversación.
Kyla se metió las manos en la capa y se sacó cuatro ciruelas que sostuvo limpiamente entre sus dedos sonriendo de oreja a oreja.
—Oh, Elsa, creí que me conocías.
Kyla se enderezó y se apoyó en su bastón para caminar hacia Elsa, quien la miró tan dulcemente que la sabia podría haberla abrazado ahí mismo y cometer la felonía de probar sus labios sin importarle que para la tarde la tuvieran de rodillas ante el verdugo real.
No lo lamentaría para nada.
—Y porque te conozco, sé que tendré que lidiar con tus malas costumbres —resopló resignadamente la regente.
Kyla le asintió con descaro.
Elsa había tratado de pasar tiempo con Kyla en sus tiempos libres y hablar con ella sobre las cosas que verdaderamente quería preguntarle y decirle, pero tenía la impresión de que la sabia la rehuía cada vez que ella quería obtener respuestas sobre ese tema, por lo que, tomando nota sobre ese comportamiento, había decidido dejar sus dudas a un lado y esperar a que ella tomara la iniciativa y quisiera abrirse con ella.
Eso hasta que su renuencia le colmara la paciencia y entonces la mandara interrogar al calabozo.
Sabía bien que eso era una medida un tanto exagerada, pero al menos Kyla le habría dado motivos. En ese momento la morena perdió el paso y casi se cayó de cara. Ambas se miraron por un momento tenso, pero se sonrieron.
Caminaron despacio sin darse cuenta, hablando de tiempos más sencillos hasta que alcanzaron el arco de piedra que conducía al malecón. Elsa dudó un poco parada ante el umbral, pero Kyla la animó. La pálida monarca titubeó sin despegar los ojos cobaltos de la amable mirada amatista de la joven sabia que le tendía la mano y la aguardaba del otro lado.
—Ven, vamos, sabes que quieres hacerlo —la ánimo la morena con una sonrisa de oreja a oreja.
Elsa lo pensó por un segundo, pero entonces se sonrió, dio un paso, y el resto de su cuerpo se movió hacia adelante.
El corazón le latió fuertemente a la regente cuando cruzó la barrera invisible que separaba al castillo del pueblo y pudo reunirse con la sonriente morena que le dedicaba el gesto más radiante. Elsa sonrió tímidamente sintiendo que sus mejillas ardían y desvió el rostro, conteniendo un chillido entusiasmado cuando se dio cuenta de lo cerca que podía ver el fiordo.
El viento salino les agitaba el cabello. La regente miró de reojo a la sabia que también tenía la vista puesta en el agua vislumbrando alguna cosa fascinante que se perfilara en el horizonte.
Por un instante Elsa deseó tener el valor de cortar sus distancias y rodearle el brazo a Kyla para apoyar la cabeza contra su hombro como tanto había visto hacer a sus padres y a muchos otros enamorados.
Suspiró y prefirió reposar las manos enguantadas en la baranda de piedra.
—Es tan extraño poder verte aquí —le dijo quedamente—. En ocasiones siento que todo esto es un sueño y que cuando despierte tú ya no estarás.
Elsa le sonrió como apenándose por haber admitido esa idea que la hacía terminar pronto con sus deberes para comprobar que la morena seguía presente.
Kyla comprendió que por eso la rubia estaba ahí. Fuera de todos sus límites, porque temía estar persiguiendo algo que solo existía en la lejanía inalcanzable y que no podía tocarse. Un espejismo. La ironía era que para Kyla, Elsa representaba exactamente lo mismo solo que ella permanecía estática, recluida tras muchas barreras que no se limitaban solo a la piedra y la madera.
—Hey, no me iré a ningún lado —le susurró la sabia para tranquilizarla—. A menos que me pidas lo contrario —le añadió sonriendo ampliamente.
—Nunca lo haría —le contestó la regente dirigiéndole una mirada que hizo que el corazón de Kyla se saltara un latido.
—¿Sabes que todavía está esa tienda de dulces en la zona norte de la plaza comercial? —soltó Elsa en un tono juguetón que no le pidió nada al de su pelirroja hermana. Hizo golpetear las puntas de sus dedos blancos, se encogió de hombros—. No lo sé, no podría aventurarme a semejante viaje yo sola, ¿Podría usted escoltarme, buena sabia?...
—... ¿Y proteger con mi vida lo que ocultan las faldas reales? —completó la morena colocándose la mano en la boca en un falso gesto de sorpresa—. Estoy inválida, pero trataré de no defraudarla, alteza.
—¡Ya no comas estas cosas, te están haciendo decir disparates! —soltó Elsa completamente colorada arrebatándole las frutas a Kyla quien intentó forcejear en vano con la regente por recuperarlas.
—¡No! ¡Mi sustento! —chilló Kyla. Si algo podían hacer para fastidiarla era quitarle su comida, y Elsa lo sabía bien—. ¿Cómo te atreves a maltratar así a una convaleciente?, eres una tirana de lo peor. ¡Abusiva!
Elsa se rio ante la cara de puchero que le dedicaba la morena y se colocó las manos entrelazadas en la espalda.
—Hagamos esto: —le propuso solemnemente—. Tú te comportas como una persona decente, guardando mi buen nombre y obedeciendo las indicaciones del doctor y yo me encargo de financiarte las golosinas en lo que te dan de alta.
—Oh... más vale que tengas suficiente oro en esas arcas reales tuyas —le dijo Kyla enfurruñada al apoyarse en su bastón para seguir de cerca a la sonriente regente.
...
—Tendrás que cerrar tus ojos —le dijo Zhi seriamente colocándose dos dedos sobre los parpados. Kyla frunció el entrecejo.
—Sé cómo debo cerrarlos —le soltó Kyla airadamente como sintiéndose insultada—, pero no puedo... —miró al hombre fijamente como si tratara de arrancarle las respuestas sin conseguir sentir otra cosa más que su propia irritación—. ¿porque no puedo?
—Es por la magia —le respondió ásperamente—. No es común que dos personas mágicas colisionen. No hay equilibrio.
Kyla meneó la cabeza.
—Pero esto no es magia. No es para nada semejante a tal virtud.
El anciano le mostró una sonrisa de dientes faltantes, exhaló una risa burlona que sonó siniestra en aquella tenue luz.
—Tienes el tiempo en tus ojos y niegas que sea mágico —le dijo el hombre señalando los brillantes ojos amatistas de Kyla que refulgían a la luz de las velas—. Nunca he leído las piedras como lo estoy haciendo ahora y es por tu causa.
—Pero yo... no hago nada —soltó la morena mirándose las manos, sin comprenderlo.
—Eres una presencia que altera el tiempo, tu conocimiento de este lo cambia —el rostro del anciano se ensombreció—. Ahora sé que este país estallará en una guerra que me afectará y saberlo interferirá ahora con mi destino.
—Yo... lo siento —susurró Kyla, pasándose las manos por el pesado cabello que se echó hacia atrás—. No tengo idea de cómo está pasando esto.
—La tendrás. Pero debes cerrar los ojos ahora si quieres vivir y que ella también lo haga.
Kyla ahogó un gemido.
—¿Cómo lo—
—No puedo ver nada sobre ti, pero sí sobre los que te rodean —le informó Zhi mientras observaba a Kyla. Una luz brillante la rodeaba y múltiples líneas sobresalían de ese resplandor que se perdía en el aire. El anciano chistó—, pero los caminos son tantos, que no podría verlos todos sin terminar maldito como tú.
Kyla hizo caso omiso del insulto, se inclinó sobre los guijarros del suelo.
—¿Esto le afectará también?
—La magia ha abierto un canal que ha hecho que tu vista se expanda —explicó el anciano gesticulando con las manos—, pero es un canal de dos vías y esto que te ocurre... sí, podría pasarle también.
Kyla abrió mucho los ojos en su comprensión.
—Quiere decir, que si abro mis ojos a nuestro destino...
—Podrías matarla —completó Zhi funestamente.
Kyla torció las cejas, se miró las manos, que cerró y apretó contra su pecho.
—Cuando cerraba mis ojos al principio, no podía sentir nada. ¿Es eso lo que está sugiriendo que haga?
El anciano le asintió.
—Dígame cómo hacerlo.
Zhi suspiró, se levantó para tomar un pequeño cofre alargado que colocó frente a la morena. Kyla extendió la mano para abrirlo, pero el hombre lo mantuvo sellado con sus dedos largos de uñas afiladas.
—¿Lo pensaste? —le inquirió haciendo un gesto para volverla consciente de los lastimeros sonidos que se escuchaban tras la cortina de abalorios a su espalda—. ¿Lo que sería quedarse con ese entumecimiento por siempre? sin percibir nada. ¿Cómo de hielo?
Kyla asintió decididamente, si bien el corazón se le estremecía en el pecho y la garganta se le secó como si estuviera llena de arena.
—¿Lo harías voluntariamente?
Los ojos amatistas de Kyla fulguraron, el anciano abrió la caja.
...
—¿Adivina quién ya no tiene pata de palo? —exclamó Kyla asomando la cabeza hacia el estudio donde Elsa estaba sentada tras el escritorio revisando una serie de documentos. La rubia alzó la vista y le sonrió a la morena que cruzó por el umbral—. Acabo de derrotar a tu hermana en el vestíbulo mientras corríamos hacía acá.
—No es verdad —intervino la cabeza de Anna cuando también se asomó por la puerta antes de cruzarla del todo y saludar a su hermana tímidamente desde lejos. Se volvió a Kyla, se colocó las manos en la cintura—. Ni siquiera sabía que estábamos compitiendo.
Kyla le dedicó una sonrisa amplia de descaro.
—Vamos, Anna, te quiero y eres de la realeza y todo, pero apostamos que la perdedora iría por el té. No vas a decirme ahora que no cumples con tu palabra, ¿verdad?
—No es eso —contestó la pelirroja, enfurruñada—. Es que ¿cómo se va a ver que sea la princesa y ande por ahí cargando la loza de la merienda?
Kyla se encogió de hombros.
—Tu hermana se comió una lombriz y va a ser la Reina —Elsa ocultó la cara tras el montón de papeles que leía y gruñó algo incomprensible.
—¿Cómo esperas que tome eso en serio? —le soltó Anna, señalando a su hermana—. ¡Tenía ocho años! Obviamente era muy inmadura para comprender que era una estupidez.
—Estoy aquí, y escucho todo lo que dicen —murmuró Elsa sin asomarse del escudo que le proporcionaban los pergaminos—. Anna, no seas llorona y ve por el té si eso fue lo que acordaron.
Anna convirtió sus ojos en un par de rendijas e infló las mejillas, pero accedió de mala gana, salió de la habitación vociferando.
Kyla soltó una risita alegre. Cerró la puerta y se sentó en una de las dos sillas gemelas que estaban situadas frente al escritorio de Elsa, quién bajó los papeles que había estado leyendo y bufó de manera agotada.
La sabia arqueó las cejas, colocó los codos en la superficie del mueble.
—¿Qué ocurre? Si es por lo de la lombriz, sabes que solo jugaba.
Elsa meneó la cabeza, se entrelazó los dedos enguantados.
—No es eso, es solo que tengo este asunto entre manos y no he podido llevarlo a cabo.
Kyla miró el semblante de Elsa con interés e inclinó la cabeza.
—¿De qué se trata?
Elsa se recargó en el asiento y le habló a la sabia sobre su predicamento en el Concejo respecto a la flotilla de naves que planeaba adquirir y el dilema del financiamiento para la construcción de las mismas. La sabía la escuchó atentamente durante toda su explicación. Se mordió el labio cuando se enredó un mechón de cabello entre los dedos antes de hablarle.
—Tal vez yo pueda ofrecerte mi guía... —le dijo cuidadosamente—, pero no sería... ah, éticamente correcto.
La regente arqueó una ceja, Kyla trastabilló.
—Eh, porque no soy una sabia propiamente ordenada y además soy una extranjera —sonrió encogiéndose de hombros—. No debería interferir en los asuntos de estado de otra nación, pero si confías en mí... sé que puedo ayudarte.
Elsa clavó su mirada azulada en los penetrantes ojos amatistas que le devolvieron un gesto tan determinado que no pudo evitar creer por completo en lo que la sabia le afirmaba.
—Confío plenamente en ti —le aseguró Elsa—, sé que nunca buscarías perjudicarme.
porque me amas, quiso añadir Elsa, pero se contuvo.
Kyla le asintió y se aclaró la garganta, haciéndole una seña a Elsa que le solicitaba revisar los documentos. La regente se los extendió, la sabia se recargó en su asiento, haciendo que los ojos violetas recorrieran las páginas del manuscrito, mientras Elsa la observaba aprehensivamente. Kyla le hizo algunas preguntas a Elsa de vez en cuando y ella se las respondió. Al terminar dejó los papeles sobre el escritorio, toqueteando sobre ellos con el índice.
—Esta es una buena medida —le dijo entusiasmada—. Entiendo que tus concejales se sientan renuentes. Es ambiciosa. Pero va a beneficiar mucho a Arendelle a largo plazo.
—¿De verdad lo crees? —inquirió Elsa con una ligera sonrisa.
La morena le asintió. Luego su gesto vaciló y se tornó determinante.
—Tendrás que hacer lo que te diga, sin hacer preguntas.
Elsa frunció las cejas nerviosamente, pero afirmó con la cabeza.
—Necesito ver los libros que registran las actividades agrícolas y los archivos de la moneda.
—Están a tu disposición.
—Necesitare que Kai la haga de mi secretario por una temporada.
—Es tuyo.
—Y tengo que estar presente en tu próxima reunión de concejo.
La boca de Elsa se quedó abierta antes de proferir palabra sobre eso último. La regente dudó. Eso iba a ser un poco más complicado.
—Lo arreglaré. Dame unos días —le prometió la regente, justo cuando Anna llegaba al despacho caminando sumamente despacio mientras nivelaba una charola con té y panecillos.
Cuando media semana más tarde, Elsa logró convocar una reunión con los miembros de su concejo, y algunos otros funcionarios que la sabia le solicitó debían estar presentes, y los introdujo con ella (argumentando que venía en representación del Rey de Corona con motivos de invertir en aquel país.) le había extrañado ver a Kyla con un aspecto tan pálido y fatigado.
Era como si simplemente estar en Arendelle no le estuviera haciendo ningún bien. La regente la veía disminuida y cansada, incluso notó que la morena hacia lo posible por controlar el ligero temblor de sus manos cuando le sirvieron el té, pero no quiso comentarle nada cuando, aun así, jovialmente desde su asiento a la diestra de la monarca, expresaba con perfecta formalidad las buenas relaciones que Corona esperaba estrechar de lograr un mutuo acuerdo. Ignorante del escrutinio de su pensativa alteza.
Fue entre asentimientos de cabezas y sonrisas por parte de los presentes que Elsa lo sintió. Un extraño estremecimiento que le recorrió el cuerpo y le erizó los cabellos de la nuca cuando la vista amatista de la sabia, que poseía un fulgor más intenso de lo que le hubiera visto antes en esos ojos de dilatadas pupilas, barrió a todos los presentes como si en un instante los hubiera engullido por completo. La regente no supo si lo había imaginado, pero creyó ver que Kyla se encogía dolorosamente en su asiento por un segundo, evitando mirar en su dirección y entonces esa pesada presencia se desvaneció en el aire. Aparentemente imperceptible para el resto de los ocupantes de la sala.
—Bueno, creo que eso ha salido bastante bien —le dijo Elsa satisfechamente a Kyla cuando terminaron la junta y volvieron a reunirse en el despacho de la regente—. Imagino que ahora tienes todo lo que necesitas, ¿no? —la rubia miró intranquila cómo la morena se dejaba caer sobre el sillón de la esquina y jadeaba agotadamente dejando caer la cabeza entre sus rodillas. Elsa le sirvió un vaso de agua y se lo colocó en la mesita que tenía enfrente—. ¿Qué ocurre? ¿Te sientes mal otra vez? —inquirió preocupada.
—No. Es solo que... me ha dado un poco de claustrofobia ahí adentro —gruñó Kyla, limpiándose el sudor de la frente cuando levantó la cabeza—, supongo que le he perdido la costumbre a las reuniones tan largas —se estiró para alcanzar el líquido y beber un gran trago.
Elsa la observó incrédula por la explicación evasiva, pero guardó silencio. La vio acomodar pergamino y tinta sobre la mesa. La morena miró la superficie del papel con una seriedad que Elsa no le había visto nunca. Kyla inhaló profundamente, sosteniendo la mano con la pluma en alto.
La sabia se frotó las sienes. Ya no podía hacer aquello sin padecerlo terriblemente. Pero su estupidez parecía no conocer límites. Por un segundo le pasó por la mente la idea de rebuscar dentro de su bolsa el remedio para sus molestias, pero desechó el pensamiento, prefiriendo esperar hasta que se retirara de la presencia de Elsa y entonces pudiera sucumbir a la debilidad de su cuerpo en la privacidad de su alcoba.
Se concentró en vislumbrar los caminos que brillaron tras sus párpados. Mientras en la realidad se ponía a escribir incansablemente sobre el pergamino en blanco ante la estupefacción de la regente que solo observaba cómo las palabras llenaban el papel.
Dentro de la mente de Kyla, innumerables líneas resplandecientes se extendían y se enredaban o se entrecruzaban en su trayecto al horizonte en aquella oscuridad. Caminó siguiendo una en particular, evitando parpadear para no perderla nunca de vista. Estiró la mano y cuando la tocó vio dentro de ella una serie de imágenes que se movieron velozmente y que contenían información sobre fechas, personas y sucesos. Haciendo fuerza con el brazo brillante jaló otra línea resplandeciente para ver su contenido, repitiendo el proceso con otras más. Una vez que soltó las luces que había aferrado en su mano esperó a que estas se mezclaran y formaran una línea nueva. Una que conducía a la construcción de la flota nueva de barcos que Elsa deseaba. Kyla sonrió, porque no era algo complicado, nada que debiera modificarse o forzar. Eran una simple serie de efectos que se darían solos siempre y cuando se tomaran las decisiones pertinentes, y ya tenía todas las variables que necesitaba.
—Esto es lo que vas a hacer, alteza —le soltó Kyla cuando le extendió la hoja llena a Elsa—. Síguelo fielmente y todo saldrá como esperas.
—Esto es muy específico a pesar de contener detalles tan especulativos —le dijo la regente recorriendo las líneas del texto de la sabia—. ¿Cómo lo dedujiste? Parece magia.
—Tú eres la de los poderes mágicos —se evadió la morena encogiéndose de hombros. Se señaló con una mano puesta sobre el pecho—. Yo soy solo una humilde joven que ha leído demasiado para su propio bien.
Elsa miró las notas del pergamino y luego a Kyla, quién le sonreía ampliamente pese a verse tan agotada. La regente torció las cejas. Siempre parecía verla así sin importar cuan optimista compusiera la sabia su expresión. Aunque en ese momento que la observaba, encogida temblorosamente en el asiento acolchado, Elsa pudo percibir que su amiga debía estar padeciendo algún tipo de dolor por la manera en la que su gesto titubeaba y su respiración se entrecortaba pese a que le resultaba evidente que se estaba esforzando mucho por ocultarlo. Fue cuando pensó en sus sueños y los extraños efectos que habían tenido sobre su cuerpo que se preguntó si Kyla se encontraría experimentando algo parecido.
Era en periodos así en los que Elsa deseaba ser capaz de hablarle directamente Kyla y actuar como le dictaba su corazón pues no sabía de qué manera confortarla. Le parecía injusto y frustrante, pero se armó de valor, decidiendo que iba a, por vez primera, comportarse con asertividad y tomar lo que quería. Iba a ser la Reina, maldita sea, y podía hacerlo.
—Cuando éramos niñas, solía pensar que tus ojos eran especiales, porque tienen ese color tan único —susurró Elsa con la amable vista azul puesta en la sorprendida sabia que la miró con la boca abierta—. Nunca los había visto y no he vuelto a hacerlo.
El corazón de Kyla dio un vuelco, pero desvió los ojos al suelo jugueteando nerviosamente con sus manos. Se sentía tan vulnerable que debía de ser plenamente evidente para Elsa si estaba haciendo esos avances sobre ella porque se sentó a su lado sin dejar de prodigarle esa expresiva mirada suya.
—Y de alguna forma siempre he creído que te permiten ver las cosas de otra forma.
Las pupilas se le dilataron a la morena y trató por todos los medios de no mirar a la regente con los ojos tan abiertos como los sentía, porque el océano en sus ojos era uno en el que definitivamente podía ahogarse y nada lograría resucitarla una segunda ocasión si se hundía de esa forma.
—¿Cómo es ese mundo que ven esos ojos impresionantes?
Y entonces, de manera totalmente inesperada. Elsa la tomó ligeramente de la barbilla con los dedos enguantados y le alzo el rostro lentamente.
—Kyla... ¿cómo me ves a mí?
Los ojos amatistas refulgieron, el corazón de la sabia retumbó tan fuerte que le resultó doloroso. Kyla ahogó un gemido. A ella la veía como la luz en su propia oscuridad, como un amanecer, como aquel pensamiento repentino que la hacía sonreír en los momentos más inesperados y le llenaba de emoción el espíritu; porque Elsa era una serie de complejas contradicciones. Única, como los copos de nieve irrepetibles de la naruraleza.
La verdad de su corazón y la fuerza y nobleza que había visto en su alma la esperanzaba y conmovía en formas que ella misma no lograba comprender del todo.
La sabia separó los labios.
—Yo... te veo...
Alguien tocó a la puerta, ambas se separaron cuando Elsa se mordió el labio y contestó la llamada. Dos de los representantes de su consejo deseaban unas palabras con su alteza, según le informaba Kai. Elsa asintió frunciendo el entrecejo, Kyla se enderezó torpemente encaminándose a la puerta.
—T- tengo que irme... yo... —le susurró por sobre el hombro—. Tengo que irme. Perdona.
Elsa la miró partir, decepcionada. La morena sabía que por su parte ella iría a arrastrarse para perderse el resto de la tarde en la penumbra de sus aposentos, en donde cerraría sus ojos hasta que lograra olvidar lo que había acontecido y sus sentidos se adormecieran para no vibrar con la necesidad de llenarse de la regente de Arendelle.
...
Elsa se revolvió inquietamente en su cama esa noche. No podía dejar de pensar en lo que había pasado en su despacho, o mejor dicho, lo que no había pasado. La regente se hizo un ovillo entre las mantas, sintiendo un nudo en el estómago.
¿Acaso se habrían besado?
Elsa frunció el entrecejo y suspiró. Era obvio que las dos tenían sentimientos por la otra, pero ¿por qué tenía que ser tan complicado? Ella tenía que estar completamente llena de miedos y Kyla tenía que ser tan estúpida. Si, la disculpaba por ser un año menor; pero de todos modos...
—¿Elsa? —le susurró la sabia quedamente en medio de la oscuridad de su alcoba.
—¿Kyla? —le contestó la rubia en un cuchicheo extrañado cuando se desembarazó de las mantas y se sentó al borde de la cama—. ¿Cómo entraste aquí?
A pesar de la oscuridad de la habitación, pudo ver claramente la sonrisa de dientes blancos de la morena que caminó hacia a ella.
—¿De verdad a estas alturas quieres saberlo?
—Estoy confundida —confesó la regente enredándose las manos en el regazo de su camisón de encaje de mangas cortas y corte imperio. Notó de reojo que Kyla usaba uno más fresco de algodón, debajo de la túnica roja de terciopelo que llevaba atada encima.
—Elsa, he querido hablarte sobre lo que pasó —le dijo la morena sentándose a su lado, dejando un codo de distancia entre ambas—, pero... No me malentiendas... es que todo ha sido tan extraño últimamente.
—Lo sé —le dijo Elsa meneando la cabeza—. Lo siento, Kyla. Me he sentido de la misma forma.
—Tengo miedo que esto termine con nosotras —pronunció la sabia ensimismada—. Ni siquiera consideraba tomar esta posibilidad y aun así... no puedo evitarlo...
—¿A qué te refieres?
Kyla colocó su mano encima de las de Elsa, la regente contuvo el aliento cuando la separación entre ellas se acortó mientras Kyla la miraba con ojos embriagados.
—Elsa, de verdad lo he intentado... —le susurró acariciando cuidadosamente la mejilla de la regente al esbozar un gesto por demás anhelante—. Sé muy bien que no debería, pero... Por favor, no me odies por esto...
—¿Por qué? —inquirió Elsa con voz temblorosa ante la agitación en el pecho que le produjo la mano tibia de Kyla contra su helada mejilla.
La morena no le respondió.
Kyla acercó los labios hacia los de la regente y los selló en un beso que a Elsa le tomó solo un perplejo instante corresponder. Su piel era suave, aromática y su boca ansiosa. La regente sintió un calor anidándosele en el vientre y que se le extendió por el resto de su cuerpo. Se sorprendió un poco ante el hecho, pero profundizó el beso ante la sonrisa que Kyla dibujó cuando Elsa le mordió ligeramente el labio, la sabia le acarició a ella el superior con la punta de la lengua. El tacto hizo que los labios de la regente se separaran y permitiera que su propio músculo del habla se uniera al de la viajera en la tonada de esa canción que componían con sus suspiros.
Se separaron unos segundos para tomar aire, Elsa le sujetó el rostro a Kyla con ambas manos mientras se miraban con ojos hambrientos, oscurecidos por la lujuria que brillaba en ellos.
—Elsa... —comenzó Kyla acaloradamente.
—Tócame... —le pidió ella.
Y la sabia obedeció el mandato de su alteza mientras le deslizaba las ansiosas y codiciosas manos por los costados y la espalda al tiempo que seguían besándose apasionadamente. Los dedos de Elsa serpentearon por la cintura de Kyla, desatándole el lazo de la bata roja.
La morena alzó el rostro cuando la regente le pasó la tela por los hombros y la rubia le besó el cuello expuesto ante la satisfacción de la sabia que exhaló un agitado gemido cuando Elsa implantó poderío en sus labios y utilizó su lengua y sus dientes para marcar a la morena como suya, en ese impulso posesivo que no le apenaba en lo más mínimo en aquella penumbra en la que solo estaban ellas precipitándose la una contra la otra con fervor.
Kyla se colocó de rodillas sobre la cama y recogió el dobladillo del camisón color crema de la regente, levantándolo al mismo tiempo que le acariciaba la piel de las piernas y sus manos se demoraban en los níveos muslos de la joven que temblaba entre sus manos y suspiraba en su anticipación. La monarca levantó la cadera permitiendo que la morena le deslizara la prenda y se la pasara por la cabeza y los brazos alzados, exponiéndola por completo.
El corazón le palpitaba aceleradamente en el pecho que le subía y bajaba vergonzosamente firme ante el aire helado nocturno pese a que el frío nunca le hubiera importado. Miró con el rostro sonrosado a la viajera que la recorría de arriba abajo y se inclinaba para besarla en los labios.
—Quítatela... —le susurró Elsa en la boca cuando se separaron y la regente tiró débilmente de la tela.
Kyla se incorporó lentamente, alzando el dobladillo de su propia prenda, pasándosela por encima. La arrojó a algún sitio indistinto mientras Elsa tocaba con sus manos cada centímetro expuesto de piel y se abrazaba al cuello de la sabia cuyos labios no dejaron nunca de agasajarla.
Se quedaron así unos instantes, Kyla sentada en la cama rodeando a Elsa, mientras le besaba los hombros y el cuello, la regente encima suyo montándole el regazo y aferrándose a la morena.
La sensación de sus cuerpos frotándose era delirante, la electricidad le serpenteó por cada poro de la piel a la regente cuando su pelvis se movió en un intento por encontrarse con la de la sabia y ambas se estremecieron por el contacto.
Elsa puso los ojos en blanco cuando los labios de Kyla le descendieron por la clavícula y se cerraron entorno a uno de sus marfilados pechos. El tacto y la humedad inquieta de su lengua, aunados a esa fricción en su entrepierna, estaban haciéndola exclamar sonidos e improperios que resultaron ser muy poco dignos de la realeza.
Incitada por el estado febril de su alteza, Kyla la besó y la levantó fácilmente, sujetándola de las caderas para depositarla cuidadosamente de espaldas sobre las sábanas, donde alineando su cuerpo con el de la regente, sus centros pudieron tocarse con mayor intensidad, en esos rítmicos movimientos bruscos que amenazaron con hacerlas estallar.
La sabía presionó con fuerza y la regente gimió su necesidad en los labios de la morena. El sudor le resbalaba por las sienes y le cubría con ese rocío salado los pechos y el abdomen. Elsa recorrió con los temblorosos dedos los brazos tensos con los que se soportaba la viajera mientras esta incrementaba el sáfico roce y asaltaba el grácil cuello de la joven que se estremecía bajo sus ardorosas atenciones. Sus frentes se frotaban y se mecían arrebatadamente. Su propia pasión le bañaba el interior de los muslos mezclándose con el propio néctar de la morena revelando que aquel deleite era uno compartido.
—Kyla... —gemía la regente con expresión suplicante—. Te necesito... —le soltó casi sin aire.
Y la morena le sonrió en los labios cuando le deslizó a la rubia los largos dedos por sobre el empapado abdomen y los extravió entre la profundidad añorante de su dulce conexión. Elsa se estremeció y arqueó el cuerpo cuando sintió un dígito de Kyla invadiéndola con facilidad al sumergirse en el torrente que habían formado sus deseos, impaciente por sentir ese toque.
La sabia lo supo al instante y permitió que la rubia que profería tan deliciosos sonidos debajo de su cuerpo se acostumbrara a la sensación de sentirla dentro suyo antes de iniciar la locomoción de su muñeca. Cosa que, a juzgar por el movimiento de las caderas de la regente contra su mano, no iba a demorarle mucho.
—Ah... Kyla... —le gemía.
—Mmm... paciencia, su alteza... —respondió la sabia en un estado casi incontrolable antes de arremeter contra ella.
Si el encontrarse llena por su sabia le resultó agudo y sicalíptico, sentir que todo su interior era estimulado cuando la morena se puso en movimiento fue sencillamente devastador. El sonido de su placer en forma bruta y sus bajos instintos llenó la habitación y nada de lo que hubiera sucedido a partir de aquel momento le habría importado más que darle terminación a la tormenta de escabrosas sensaciones que se gestaban en su vientre y arremetían contra el frágil dique de su moralidad.
—Oh Dios... ¡oh Dios!... —sollozaba fuera de sí—. ¡ungh!... ¡Kyla!...
Elsa cerró los ojos con fuerza, ahogó un grito cuando aprisionó el cuerpo de la sabia entre sus rodillas y le enterró las uñas en la carne de la espalda cuando una ola placentera le comprimió las entrañas y la hizo perderse en aquella desbordante sensación que amenazó con llevarse consigo su cordura. Y si los gemidos que profería la morena le decían algo, Elsa no se había precipitado sola dentro de las profundidades de ese abismo.
El tiempo pareció congelarse por un breve instante en el que sus cuerpos se tensaron por completo y entonces languidecieron inundados de una gloriosa beatitud.
La viajera susurraba el nombre de la heredera de Arendelle con el rostro oculto en su pálido cuello, perdido entre revueltas hebras platinadas, estremecida por la culminación de sus propios anhelos. La regente acarició la temblorosa figura de la morena que reposaba encima suyo y se afanaba por recuperar el aliento. Kyla le sonrió con la nublada mirada embelesada y Elsa le devolvió el gesto.
Juntaron sus frentes y sus narices se rozaron y entonces se sonrieron. La regente exhaló agotadamente mirando dentro de esos brillantes ojos purpúreos que resplandecían tras intensas y cristalinas emociones. Tomó las mejillas de la sabia entre sus manos y la atrajo hacia sí con el corazón todavía golpeando velozmente dentro de su pecho. Recuperándose del rigor de su reciente e inesperado encuentro erótico.
—Eso fue... —exhaló Elsa curvando los labios en su estupefacción. Pesados mechones azabaches oscilaban a ambos lados de su rostro, haciéndole cortina y desparramándose sobre su clavícula.
—...Bastante vívido —completó la morena sonriendo y plantándole un casto beso en los labios cuando Elsa abrió los ojos y se encontró a sí misma en la solitaria oscuridad de sus aposentos.
...
NOTA DE AUTOR FINAL: ¡Por favor no me maten! D:
