Nota de Autor: Aquí haremos uso de dos piezas musicales, la primera es el "haugelat" de Bukkene Bruse y la segunda es "Tabi no tochuu" de Natsumi Kiyoura, o el opening completo del anime Spice and Wolf.
¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!
Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.
...
Un corazón helado
por Berelince
8 La mitad del viaje
...
Kyla resopló desmayadamente en la cama, al ser sacudida por la sensual marea que la asaltó desde el piso superior. Abrió los ojos amatistas de golpe, ahogando un gemido de impaciencia y pura frustración.
—¡Dios, santo, Elsa! ¡Me lo haces tan difícil! —gruñó la morena entre los dientes apretados.
La sabia se colocó la capa blanca encima y se levantó de la cama con las piernas temblorosas andando hacia la ventana. Se inclinó jadeante sobre el marco antes de abrirla de golpe con ambas manos. Salió al balcón para enfriarse la cabeza con la salina brisa nocturna, buscando ese lugar seguro dentro de sí misma que llevaba varios años sin lograr encontrar del todo.
Respiró profundamente durante un largo rato esforzándose terriblemente por apaciguar la urgencia de subir las escaleras y tomar a la regente de manera clandestina como en aquel hildring que ya le había robado la tranquilidad de su descanso.
Solo los dioses sabrían hasta cuándo sería capaz de olvidar esas imágenes que sentía grabadas en su mente como hechas con metal al rojo vivo. Probablemente nunca lo haría.
—"La magia está funcionando en ambos sentidos"—recordó que le había revelado aquel hombre en medio de la noche dos años atrás.
Kyla tembló. Se aferró a la tela que llevaba puesta sobre los hombros frunciendo el entrecejo. Si Elsa estaba tomándole prestadas sus habilidades para percibir las emociones ajenas, aunque fuera de manera inconsciente, y ella seguía sin ser capaz de controlarse. Era técnicamente correcto afirmar que acababan de tener intimidad...
Aunque no tuviera idea de quién de las dos había suscitado aquello.
La sabia negó con la cabeza. Fuera como fuera, ella era la del problema, ella tenía que solucionarlo.
Tenía que enfrentar sus errores. Tenía que prepararlo todo. Por Elsa.
—Por favor, no vayas a odiarme... —susurró para sus adentros.
Kyla cerró fuertemente las manos en el barandal de piedra, la superficie bajo sus dedos se cubrió de escarcha azulada.
...
La primera vez que Kyla se encontró con Elena, fue en la primavera que se enroló a la Academia del Sol.
Le habían indicado que aquella muchacha con la que compartiría habitación trabajaba en los corrales por las tardes y fue así que cuando se encaminó a presentarse a los establos y dobló la esquina, fue embestida por una energética joven de largo cabello dorado e intensos ojos azules que tenía las botas y las enaguas llenas de barro y perseguía un cerdo.
Las zancadas de la muchacha habían sido tan duras que Kyla no había podido hacer nada para mantenerse firme por lo que terminó despatarrada sobre un charco pestilente y llena de paja cuando en su desesperada caída al piso había manoteado como estúpida sin lograr otra cosa más que agudizar su humillante situación.
Fue entre frenéticas disculpas por parte de la rubia y tambaleantes pasos sobre la tierra húmeda por parte de una nerviosa morena que Kyla miró dentro de esos ojos azules y se encontró por vez primera con lo que nombraría como "un cabo suelto".
Cuando mamá Jenell le enseñó a Kyla a mirar dentro del tiempo, aprendió a distinguir sucesos y personas que de alguna forma cobraban importancia o eran necesarios para que un evento tuviera lugar de entre las miles de posibilidades que existen y se entrelazan. Así Kyla sabía que una "constante" era algo que se repetía mucho en una misma línea temporal, como el sauce que existía entre Elsa y Ella. Que un "evento determinante" era una acción tan impactante que afectaba para bien o para mal uno o más futuros y que generalmente era intocable e imposible de cambiar. Que "una paradoja" era una contradicción que propiciaría un ciclo infinito, que había que evitar a toda costa, y conceptos semejantes, que poco a poco Kyla añadía a sus conocimientos particulares sobre ese peculiar y problemático tema.
Así que cuando Kyla tomó un baño esa tarde y repasó mentalmente las razones por las cuáles nunca anticipó el choque con su compañera de cuarto, fue porque era simplemente una persona que no podía leer. Por lo tanto, sus movimientos, su presencia y su futuro, así como su impacto en un cuadro más general, le eran totalmente desconocidos. Aquello la asustó más de lo que había esperado. Kyla nunca había experimentado incertidumbre y le aterraba pensar que personas como esa moza, que representaban un agujero en una red que tenía que trazarse de manera perfecta, pudieran volver imposible la correcta interpretación del destino.
Durante un tiempo Kyla se sintió curiosa sobre Elena, esta la sorprendió en más de una ocasión observándola fijamente u ofreciéndose a pasar con ella más tiempo del necesario. La rubia no comprendía muy bien por qué la morena la acechaba como un gato hosco que buscaba atención, si al cabo de un rato apretaría los labios con el ceño fruncido y se retiraría molesta rumbo a la biblioteca o los invernaderos ante la estupefacción de la muchacha que solo se quedaba ahí sola dedicándole su confundida mirada azul.
Aquel extraño comportamiento contribuyó a que Elena también hiciera sus propias investigaciones, logrando ligar a la morena con la enigmática directora de aquella institución y comprendiendo porqué Kyla se mantenía en el dormitorio más alejado y era tan antisocial, aunque de todas maneras lograra destacar por sus méritos académicos y prácticos.
La rubia se contentaba con la relación cordial aunque extraña que mantenía con su popular compañera de cuarto que leía muchísimo por las noches y escribía afanosamente en rollos y rollos de pergaminos a los que a veces les sonreía ensimismada cuando los llenaba por completo (antes de transcribirlos a un tomo de cuero que cargaba siempre encima), y otras tantas los arrojaba al fuego enfurecida jalándose los mechones azabaches, pateando y golpeando los muebles y las paredes de su lado de la pieza antes de escaparse de la habitación por una o dos noches, para días después retornar, como si nada, para decantarse nuevamente en dicha actividad.
Cuando ese tipo de cosas sucedían, Kyla regresaba y Elena la encontraba parada apenadamente bajo el marco de la puerta cargando una Käsekuchen (tarta de queso) o un Flammkuchen (especie de pizza alemana) entre las manos a manera de disculpa y que terminaban devorando entre comprensivas sonrisas de complicidad.
La rubia imaginaba que la morena se exigía mucho tratando de llenar los zapatos de su abuela y con frecuencia le dejaba algún bocadillo o té caliente sobre el escritorio, acomodaba los libros cuando se apilaban desordenadamente y la arropaba cuando se quedaba dormida trabajando con medio cuerpo sobre la mesa.
Consideraba que cualquier muestra de agradecimiento para la morena, era justificada. Kyla siempre la había tratado bien y la defendía severamente cuando llegaban a meterse con ella por la baja categoría de su familia, y los suyos fueron los brazos que la aferraron más fuerte cuando le llegó la noticia de la muerte de su enferma madre.
La morena era de hecho bastante caballeresca pese a su comportamiento propiamente femenino y eso la intrigaba y hacía que su cabeza le diera vueltas y el corazón le palpitara de la forma más incomprensible cada vez que la veía cruzar el patio de la Academia todas las tardes en su trayecto diario a los cobertizos donde se guardaban las plantas y hierbas que se usaban para las medicinas.
En realidad, Elena no imaginaba que le había tomado cariño a Kyla hasta que se percató de las pesadillas que en ocasiones agobiaban a la morena.
La mayoría de las veces fueron estremecimientos silenciosos que la hacían despertarse en la madrugada y mirar confusamente a su alrededor hasta que Elena se sentaba a su lado y lograba tranquilizarla y convencerla de volver a dormir, otras tantas un jadeo traicionero la había delatado y la rubia había tenido que abrazarla y contestarle amablemente a diálogos que la morena murmuraba afligidamente medio inconsciente y que para Elena no cobraban ningún sentido.
Fue casi de manera natural e inesperada que aquellas noches de consuelo condujeran con el tiempo a conversaciones manifiestas, al roce de los labios, a suspiros y a caricias ardorosas que las llevaron bajo las sábanas donde paulatinamente perdieron la inocencia en encuentros que se siguieron sucediendo durante más de una inquietante estación.
Justo por esa época, cuando despertaba en brazos de Elena y miraba dentro de sus indescifrables y cálidos ojos azules fue que Kyla creyó que su vida podría hacerla ahí en su hogar, donde se permitiera echar raíces y ser una sabia como su abuela. Servir al Rey Frederic y a la Reina Arianna como un prestigioso miembro de su concejo. Construir un futuro bajo la incógnita de un destino del que no tuviera respuestas, donde quizá con el paso de los años podría ser feliz si tan solo se lo permitiera.
Pero esos pensamientos solo duraban hasta que abría las cartas que lucían el azafrán grabado en el lacre color dorado provenientes del otro lado del mar, y el corazón se le oprimía en el pecho mientras la mente se le llenaba de dudas y remordimientos.
Porque Elsa era su propio evento determinante y aquel dificultoso camino que se abría ante ella, era uno que no le molestaría recorrer siempre y cuando la condujera de alguna forma a la heredera de Arendelle. Aunque su amor resultara imposible y tuviera que reprocharse por siempre su cobardía y la debilidad que la llevó a buscarla en esa muchacha con la que compartió el dormitorio y el lecho sin dejarla anidársele más profundamente. Cuidando que el sitio que había tocado en su interior la magia de Elsa se mantuviera tal y como esta lo había dejado.
Fue una calurosa noche de Agosto cuando lo decidió, luego de recibir de manos de su abuela el medallón con la forma del sol junto con otros aspirantes de su nivel y de empacar sus pertenencias en un arcón que descansaba a los pies de su cama.
Kyla le daba vueltas al emblema que oscilaba de la cadena de oro pendiente sobre su pecho descubierto. Sus ojos amatistas estudiaban fijamente las puntas irregulares del escudo de Corona mientras yacía relajadamente en una silla junto a la ventana entreabierta por la que se colaba el bienvenido frescor nocturno.
Un par de brazos se cerraron alrededor de su cuello a su espalda y tibios dedos le recorrieron los montes desnudos bajo la clavícula. La morena cerró los ojos cuando sintió el aliento de Elena susurrándole en el oído.
—Vuelve a la cama. No he terminado contigo, sabia.
Kyla sonrió ligeramente con la temprana celebración de su nombramiento por parte de la rubia todavía fresca sobre la piel e inclinó la cabeza cuando aquellos labios le atraparon el lóbulo de la oreja, logrando que se estremeciera ante el contacto de lengua y dientes arremetiendo contra ese pequeño punto erógeno.
—Me marcharé de Corona en unos días —susurró la morena en un suspiro.
—Siempre lo haces —le respondió Elena besándole el cuello—, viajas con tu padre desde niña, ¿Qué importa?
La rubia aprisionó los labios de la morena entre los suyos y la montó a horcajadas pasándole los brazos por los hombros. Kyla la sujetó de las caderas y luchó con esa dulce boca que la provocaba y le arrebataba el aliento.
—Pero esta vez no voy a regresar... —soltó la sabia pesadamente—. En mucho tiempo, y tal vez cuando lo haga... —se mordió el labio y torció las cejas en angustia—. Yo... yo no podría pedirte que me esperes.
Elena se detuvo de pronto, miró la expresión incierta de Kyla tratando de comprender el brillo de aquella mirada violeta que parecía encontrarse muy lejos de ahí. La muchacha le alzó la barbilla y le colocó las manos sobre las mejillas, apartándole con los pulgares unas hebras de oscuro cabello que le caían sobre el rostro.
—Sé que no acordamos nada con esto —le dijo—, pero...
—Lo siento —suplicó Kyla en un murmullo lastimero cuando escondió la cara en el cuello de la rubia, negó con la cabeza levemente al percatarse que los hombros le temblaban y las lágrimas le resbalaban libremente por las mejillas. Sintió que Elena la rodeaba fuerte con los brazos, le acariciaba la espalda y un mechón ensortijado.
—Voy a extrañarte —le dijo en voz queda. Sonrió resignadamente, admitiendo la derrota ante aquella misteriosa figura que a pesar de la distancia era la dueña del amor de la morena sin que la sabia terminara por aceptarlo del todo. Suspiró como si no tuviera remedio—. No te preocupes por mí. Estaré bien.
Kyla negó con la cabeza, aferrándola con fuerza
—Eso no lo sé, no puedo verlo... —gimió con la incertidumbre impregnándole el gesto.
Elena se mordió el labio e hizo que se separaran para mirarla fijamente.
—Sabes lo que siento, ¿verdad? —le preguntó limpiando con los dedos el trazo húmedo que tenía la morena bajo la mirada. La sabia le asintió—. Siempre recordaré este tiempo en la Academia. contigo como lo mejor que me ha pasado— le dijo terminante.
—Me habría gustado... —jadeó Kyla cuando más lágrimas le nublaron la vista—, pero no puedo detenerme. Es... como si tuviera que seguir subiendo a esos barcos y llegar cada vez más lejos... No sé si un día termine con esto.
—Un día lo harás —le sonrió amablemente Elena atrapando el rostro de la sabia contra su pecho—. Llegarás a un puerto y ya nunca zarparás —le dijo acariciándole la larga cabellera.
—Eso no... va a pasar... —susurró la morena frunciendo el entrecejo.
—Sabes muy bien en donde dejaste tu corazón —le insistió la rubia como si hablara con una niña testaruda que se negara a ver lo obvio—. Es cuestión de tiempo para que regreses a él.
—O lo pierda para siempre —completó la sabia funestamente.
Elena se sonrió, le apartó el largo mechón que le caía a la morena sobre la nariz antes de besársela y mirarla con intenso significado cuando sus propias lágrimas le iluminaron los ojos azules y entristecieron su semblante.
—Entonces espero recuerdes dónde encontrarme.
...
Elsa tenía los ojos fijos en el puerto. Su mirada glacial abarcaba la salida occidental del muelle y la apreciaba reflexiva. Le dio un sorbo a su taza de té. Estaba sentada en el descanso de su ventana desde donde observaba las naves que cruzaban los puentes fronterizos en ambas direcciones. Respiró profundamente cuando sintió que sus cejas le temblaron airadamente en un tic nervioso, los cristales que tenía en frente se empañaron y llenaron de escarcha que se endureció en un instante.
Elsa sabía muy bien que tenía que mantener sus emociones controladas, pero le estaba siendo verdaderamente difícil tolerar la humillación.
La regente se había despertado hecha una fiera luego de la fantasía horrorosamente real que había tenido con la sabia en la oscuridad, la cual la había dejado ansiosa e irritantemente insatisfecha conjurando un vendaval en su recamara cerrada. Maldiciendo por lo bajo que le fueran reveladas esas impresionantes sensaciones y se le hiciera patente la carencia de las mismas.
Sus ojos azul cobalto y sus modos fueron los de una loba rabiosa cuando se pasó las primeras horas del alba paseando por su pieza, sopesando la cantidad de cosas que se moría por decirle a Kyla a la cara cuando la enfrentara.
Porque definitivamente aquello, de alguna forma, había sido cosa suya.
Elsa no había podido dejar de pensar en la manera en la que Kyla le había pedido disculpas de antemano y le había sonreído al final cuando simplemente se evaporó en el aire y la devolvió a la maldita realidad.
Aquello la hizo estrujarse los brazos sobre el estómago y ahogar un gemido avergonzado. Por una parte, deseaba con todas sus fuerzas comprender lo que significaban esos espejismos y por el otro esperaba que la sabia no le mencionara lo ocurrido nunca en la vida. Le resultaba peor cuando pensaba que si Kyla era ignorante de ese sueño erótico, el simple hecho de mencionarlo la evidenciaría por completo, y solo Dios sabía lo que le haría su burlona y descarada amiga contando con ese tipo de información para usar en su contra.
Y eso si se dignaba a aparecerse.
Elsa sintió que de nuevo le temblaban las cejas, apretó los dientes cuando se le congeló la porcelana entre los dedos. Kyla se había desaparecido por dos días enteros y no había dejado algún indicio de su paradero, solo una estúpida nota sobre su mesa de noche que prometía un veloz retorno.
Simplemente recordar aquello hacía que, irónicamente, le hirviera la sangre.
La regente se mordió la uña del pulgar. No lo entendía. Sabía que Kyla la amaba (si podía confiar en la veracidad de esas visiones que la abordaron durante el Ostara) y aunque Elsa estaba segura que le guardaba también sentimientos profundos a la viajera de Corona, no había encontrado la manera de hablar con ella sobre eso. Quería tanto sacar esas palabras de su pecho, pero no tenía idea de cómo hacerlo. El solo hecho de pensarlo hacía que el corazón se le acelerara y el hielo se le formara en la punta de los dedos. Además, la morena seguía escabulléndose cuando las cosas se ponían muy serias entre ambas.
¿Acaso le asustaría admitírselo? Elsa se cubrió la boca con la mano e inhaló en su estupor. Ella era reticente y nerviosa, cierto, tenía todas esas dudas sobre sí misma y sus responsabilidades para con su familia y el reino y esos poderes malditos y era una mujer; pero, aunque no se mereciera tener la oportunidad de experimentar eso que era tan natural para el resto del mundo, esperaba al menos tener una idea de lo que se estaba perdiendo.
Pero que Kyla le negara siquiera el derecho de saberse querida de esa manera la hacía sentirse herida y rechazada de antemano. Antes de que pudiera admitir siquiera que existía calidez en su corazón, aunque no se permitiera actuar acorde a ella.
—¡La encontré su alteza!
Elsa salió de su ensimismamiento cuando la puerta de su alcoba se abrió de golpe y Gerda entró empujando a una confundida Kyla delante de ella. La morena miraba con los ojos amatistas muy abiertos a la bajita mujer que la azuzaba mientras la sabia se daba de trompicones sin dejar de abrazar su mochila de viaje y varios paquetes cerrados embalados en papel que llevaba encima.
—¡Basta, Gerda, me picas las costillas! —chilló indignada—. ¿Qué está pasando?
Elsa sonrió ligeramente al ver la escena, pero endureció sus facciones casi de inmediato cuando se puso de pie.
—¿En dónde te habías metido? —le exigió depositando la taza de té sobre la mesita a su lado—. ¡No te pudimos encontrar en días!
Kyla pasó saliva, desvió la mirada ligeramente apreciando los copos de nieve que comenzaron a caer dentro del cuarto antes de contestarle con una tímida sonrisa.
—Tuve que salir a inspeccionar la ruta que lleva a la Montaña del Norte —se encogió de hombros, levantando su mochila como para probarlo—. Estoy escribiendo sobre el tema y —sonrió recordando algo divertido—, ¿Sabías que a medio camino hay un puesto de provisiones con sauna? Es la idea más—
—¿Y no pudiste tener al menos la decencia de avisar? —le espetó la regente con firmeza.
Gerda y Kyla se estremecieron cuando una fría corriente se deslizó por la habitación. La sabia arqueó las cejas, miró de manera inquisitiva al ama de llaves, que le devolvió una expresión confusa.
—Pero lo hice, Elsa —respondió Kyla dócilmente—. ¿Creí que te habían hecho llegar la nota que dejé dirigida a ti en mis aposentos? —preguntó dubitativa.
Gerda le asintió a la morena, las dos miraron a la regente, quien tenía las mejillas rojas, los ojos fulgurantes y la mandíbula tan tensa, que Kyla pensó que si Elsa la aflojaba sería exclusivamente para cerrársela alrededor de la yugular. La morena abrió y cerró la boca sin emitir sonido alguno como no atreviéndose a tentar su suerte en ese preciso momento, por lo que prefirió observarse lo gastadas que se le veían sus botas de viaje desde un ángulo de noventa grados. Una nueva ráfaga de aire le agitó la capa y el cabello, pero la regente se mantuvo impasiva en toda su altura, estudiándola.
—Retírate, hablaremos más tarde en mi despacho —le dijo finalmente.
Kyla arqueó las cejas ante el gesto peligroso de su alteza regente, pero se sonrió sutilmente al dedicarle una profunda inclinación acompañada de sus disculpas, se giró haciendo ondear la capa blanca que llevaba puesta sobre los hombros y salió de la helada habitación.
Elsa se hundió en una silla exhalando prolongadamente.
—Soy una inepta social —se pensó Elsa apretándose los ojos con los dedos—. ¿Cómo puedo pensar un montón de cosas y terminar haciendo completamente lo contrario? ¡Estúpida!
—¿Su alteza?
Elsa levantó la vista para encontrarse con la mirada apremiante de su vieja nana que se acercó titubeante a retirarle la loza.
—Lamento que hayas tenido que ver eso —se disculpó la rubia acariciándose las sienes—. No debí perder los estribos de esa manera.
—Es usted muy protectora, mi señora —le susurró el ama de llaves amablemente colocándolo todo en una charola—. Estoy segura que la joven Frei también lo percibió de esa manera.
Elsa apretó los labios, se enredó los dedos sobre el regazo, pero le asintió por cortesía. La mujer le sonrió suavizando su gesto.
—Se parece mucho a su padre —le comentó en un susurro. Elsa desvió la mirada ante la frase—. Su majestad, que en paz descanse, siempre hizo lo que creyó mejor por las personas que más le importaban.
Gerda se encaminó a la salida, se detuvo un momento con la mano en el pomo dorado.
—Pero... el amor es una puerta abierta, su alteza. No pierda tiempo dudando ante el umbral.
Elsa frunció el entrecejo, miró a su nana con los ojos muy abiertos. La mujer le dedicó una leve inclinación y se retiró, dejando a la consternada regente apretándose las manos ante el pecho que sintió retumbante.
Cuando Kai le hizo saber a Kyla que su alteza regente aguardaba por ella en su estudio, la sabia había estado humedeciendo un trozo de pan de corteza dura y semillas dentro de un platón humeante de fårikål, almorzando tardíamente en el pequeño comedor de su habitación luego de su clandestina excursión. El hombre prácticamente había tenido que jalarla por los codos para separarla del guisado de ternera y coles cocidas mientras la morena extendía la mano y le exclamaba trágicamente al potaje que más tarde volverían a encontrarse por lo que le suplicaba conservarse suculento.
Una vez que el sirviente le hubo asegurado a la adusta morena que en las cocinas la compensarían ampliamente a la hora de la comida, le dedicó una sonrisa afable y la abandonó ante la puerta de roble con las marcas del azafrán y los diseños floreados labrados sobre la madera.
Kyla tomó aire, llamó y la voz indiferente de Elsa le indicó que podía adentrarse al despacho.
Cuando cruzó la puerta le alivió ver que la temperatura era primaveral y que la regente redactaba tranquilamente sobre un rollo de pergamino, oculta tras una pila de papeles y libros que decoraban el amplio escritorio en el que se encontraba trabajando. Elsa alzó la vista y le dedicó una amable sonrisa cuando la invitó a tomar asiento frente a ella. La sabia se acomodó la mochila que le colgaba por la cadera y sonrió al acercarse a la heredera de Arendelle.
—Siento mucho lo de antes —le dijo Kyla cuidadosamente, recargándose contra el respaldo acolchado de la silla sobre la que se sentó grácilmente—. Sé que debí consultar contigo esa salida. Después de todo soy tu invitada en el castillo.
—No te preocupes —contestó Elsa, negando con la cabeza—. Yo tampoco quise hacerte ese desplante. Es solo que me preocupó no saber de ti.
Kyla le sonrió, cruzó la pierna, descansando los codos en los reposabrazos de su asiento mientras entrelazaba los dedos sobre su abdomen.
—Tu carácter se está volviendo solemne. Es normal, te coronarán en un año. En realidad, me habría extrañado más que hubieras reaccionado diferente —le dijo comprensivamente—. Sabes que no me iría sin despedirme, Elsa. Mucho menos cuando tenemos tanto por hacer tú y yo.
Elsa arqueó las cejas, miró el gesto travieso que le dedicaba la morena sintiendo que las mejillas se le calentaban sin que pudiera hacer algo para remediarlo. La regente tragó saliva, desvió la vista hacia el pergamino en el que continuó escribiendo contrariadamente, intentando que la caligrafía no le saliera demasiado irregular.
—¿Y que sería exactamente eso? —inquirió Elsa con voz rasposa.
Kyla pronunció más su inquietante sonrisa, rebuscó entre su bolsa hasta que le extendió a Elsa un rollo que lucía un brillante listón morado. La regente le arqueó una ceja a la sabia, como preguntándole el significado de aquello. La morena le extendió las manos como si la respuesta resultara de lo más obvia.
—Es el documento en donde el Rey Frederic de Corona te otorga gustoso el financiamiento para la construcción de tu flota.
Elsa abrió la boca en su estupefacción.
—Pero creí que eso era...
—¿Una treta para colarme a tu concejo? —completó Kyla entrelazándose las manos bajo la barbilla—. Oh, no, Elsa, yo no podría mentir en nombre de mi Rey. No soy tan estúpida. Todo esto es legal, amiga mía —añadió apuntando el rollo que Elsa tenía extendido entre ellas y que ya leía con sumo interés.
—Estuviste preparada de antemano, pero yo no te dije nada —razonó la regente al pensar en los tiempos de respuesta de la correspondencia entre ambos países.
—Creí que para estas alturas sabías que hago ese tipo de cosas —replicó la morena encogiéndose de hombros.
—¿Eres una especie de espía? —le espetó Elsa con recelo.
—¿Alguien como yo? —le soltó Kyla, divertida—. ¿De verdad podrías verme en algo así? Mido como un metro noventa, Elsa. Soy un enorme fardo blanco deambulando por ahí. No creo pasar desapercibida.
—Y aun así te he perdido de vista más de treinta veces en lo que llevas aquí —respondió la regente arqueándole peligrosamente la ceja.
—¿Qué puedo decir? —dijo Kyla cruzándose de brazos con suficiencia—. He sido prácticamente una nómada desde los seis años. Estar en un solo lugar no es lo mío. No sé cómo soportas tú estar enclaustrada aquí adentro todo el tiempo—
La sabia guardó silencio instantáneamente y se cubrió la boca con la mano ahogando una palabrota en su lengua natal. No podía creer que acabara de soltar una estupidez como esa. Por supuesto que conocía bien las razones de Elsa y eran dolorosas, tal y como lo evidenciaba el gesto que trataba de ocultar la regente cuando retornó la vista al papel que tenía enfrente. Kyla deseó poder abofetearse en ese momento.
—Lo siento, Elsa, no quise decir eso...
—¿Pongámonos a trabajar en esto, quieres? —le respondió la joven sin inmutarse.
Kyla, se pasó la mano por la frente, apretando los dientes. Ese maldito dolor. No importaba que Elsa se esforzara por permanecer impasible, Kyla percibía la emoción que irradiaba la monarca directamente sobre sus nervios desprotegidos.
Respiró profundamente. Había entrenado lo suficiente para distraerse y ser capaz de enfocarse en otras cosas cuando le sucedía aquello, pero era muy diferente si se trataba de Elsa. Sobre todo, ahora que Kyla socarronamente prescindía tanto de su tratamiento.
No sabía cuánto tiempo podría soportar antes de que su cuerpo comenzara a demandárselo.
Tendría que seguir engañándolo hasta que ya no pudiera resistirlo, cosa que esperaba ocurriera muy lejos de la presencia de Elsa.
—¿Te molesta si fumo un poco? —pronunció nerviosamente—. Lo haré en la ventana. Me apena mucho, pero me ayuda a concentrarme.
Elsa arqueó las cejas, pero le meneó la cabeza a la sabia que se puso de pie y se encaminó al ventanal triangular que tenía la regente a su espalda. La monarca se giró sobre su silla. Observó a la trigueña sacarse de la bolsa el pequeño fardo en el que se guardaba la pipa y el tabaco.
—¿Estás segura?, no quiero incomodarte si te disgusta el olor —insistió la morena mansamente.
—No, está bien —le aseguró Elsa—. No es como si esta habitación no hubiera conocido el humo del tabaco —sonrió ligeramente para sí misma, mientras Kyla le asentía y llenaba la cazoleta de su pipa con un puñado de hierba marrón—. Papá solía fumar aquí en las noches cuando se relajaba luego del trabajo y bebía una copa de brandy. Nunca he fumado, pero creo que le he heredado el gusto por el licor —admitió doloridamente.
Kyla encendió la pipa con una cerilla, se sonrió, agitando la mano para apagar el fuego.
—¿Así que eres de garganta seca, eh alteza? ¿Quién lo diría? —pronunció colocándose la mano sobre la mejilla como si fuera una mujer de sociedad escandalizada por un jugoso chismorreo—. Ni siquiera tomabas la leche con chocolate cuando eras niña.
—No soy muy buena en realidad, solo... —se encogió de hombros—. Supongo que con el tiempo ha comenzado a agradarme.
—Te entiendo —le dijo Kyla antes de meterse la boquilla entre los labios y sentarse en el alfeizar de la ventana que abrió en un elegante movimiento.
Elsa observó la expresión de alivio que pareció apoderarse de la sabia mientras esta se llenaba los pulmones con aquellos tostados vapores.
—¿Te pasa lo mismo con el tabaco? —inquirió la regente sentándose a su lado cuando la morena resopló ensimismada, expulsando el humo por la nariz—. Nunca te imaginé con esa clase de gusto. No es que te juzgue por ello, claro —añadió rápidamente.
Kyla suspiró.
—Podría decirse —se mordió el labio—. La verdad no planeé que fuera así. Solo... pasó —sonrió tontamente, arqueándole una ceja a Elsa—. ¿No te parece que me hace ver interesante?
—Para nada —negó la rubia poco impresionada—. Sólo hará que dejes tu ropa olorosa y a quién piensas que le va a gustar eso, ¿eh? —contestó desenfadadamente cuando le sujetó a la sabia las orillas de la capucha de la capa blanca.
Por un momento solo se quedaron así. Kyla mirando con los ojos amatistas muy abiertos a la regente de Arendelle, quién se encontraba igualmente sorprendida preguntándose por qué había hecho aquello con semejante naturalidad.
Las dos se observaron fijamente. El humo flotaba entre ellas en refinados bucles. Elsa se humedeció los labios. Le pareció notar por un segundo que Kyla se inclinaba hacia ella, pero se había detenido tan velozmente que toda su figura se veía tensa.
La regente abrió las manos, liberando la tela, y se las colocó contra los costados cuando se puso de pie para irse a sentar a la silla de su escritorio. Kyla recargó la frente en el marco de la ventana. Se llevó temblorosamente la pipa a la boca aspirando profundamente.
Durante algunos minutos, el silencio reinó en la habitación.
Elsa se cubrió los ojos con una mano. Se preguntó mentalmente si se vería demasiado mal si se vaciaba una medida de brandy en el café en ese momento que se sentía tan nerviosa. Kyla la descontrolaba más de lo que se había imaginado, si bien le extrañó que la temperatura del cuarto no se hubiera precipitado. Miró de reojo a la sabia que parecía tan perturbada como ella y no lo comprendió.
¿Tendrían que resignarse a convivir en esa constante tensión?
Elsa suspiró, meneó la cabeza pacientemente. Posó la vista azulada nuevamente en el pergamino que lucía la poderosa firma del Rey Frederic junto al sello del Sol de Corona y se aclaró la garganta.
—Entonces —carraspeó, llamando la atención de la sabia a su espalda—, sobre lo que escribiste...
—Ah, sí —balbuceó Kyla distraídamente, acomodándose bien la capa y caminando enérgicamente para inclinarse junto a Elsa—. El... financiamiento por parte del rey Frederic, eso ya lo tienes. El oro te llegará por medio de un mensajero en el siguiente barco que arribe a puerto desde Corona. Eso debe ser en unos dos o tres días.
—¿Cómo conseguiste disuadirlo? —inquirió Elsa arqueando las cejas.
—Tengo ciertas influencias —contestó la sabia hinchando el pecho—. Su majestad me debe una —le sonrió nerviosamente a la regente antes de revelarle el resto de sus motivos—. También... le prometí que le pagarías el veinte por ciento de interés para Septiembre.
—¡Qué! —soltó Elsa congelando el borde de su escritorio—. ¿Estás loca? ¡Yo no puedo hacer eso! ¿Cómo rayos voy a reunir esa cantidad en ese tiempo?
Kyla le sonrió ampliamente y le hizo un gesto con la mano de que no se preocupara
—Aquí es donde entran en juego tus piezas. Los registros de agricultura y este entusiasta caballero ávido por hacer negocios con Weselton, ¿Cuál era su nombre? ¿Brokk?
—Sí —respondió la regente sin comprender del todo—. ¿Qué hay con él?
—Lo vas a enviar a Weselton a parlamentar —le dijo como si resultara la acción más lógica—. ¿Sabías que es tres cuartos danés por parte de su madre y que siempre ha esperado ser de utilidad como una extensión del brazo de la corona? El hará lo que sea por congraciarse contigo y con esa nación. Lo enviarás a hablar con el Duque. ¿Ese tipo bajito de anteojos y voz chillona? Es inconfundible.
—¿Sobre qué? —le espetó Elsa todavía perdida.
—Sobre lo acomedido que es Arendelle ante los problemas de otros reinos —le contestó Kyla extendiéndole las manos en tono jovial—. Verás, no estás para enterarte ni yo para decirte, pero Weselton va a tener una austera cosecha este año. Y en cambio este país... —sonrió ojeando el tomo de cuero negro que tenía Elsa sobre el escritorio—. Jujuju, no sé cuánto akevitt te bebiste por Freyja, pero vas a utilizar esa flota más rápido de lo que piensas.
—Eso no lo sabes.
—Fresas, cerezas, salmón y bacalao. De ahí se pagará todo. Recuérdalo. Solo evita que conviertan el bacalao en lutefisk —hizo un gesto de desagrado y continuó—, cúrenlo como el salmón y expórtalo. La ley de la oferta y la demanda te va a beneficiar. Lo puedes vender todo al doble de su valor o negociar una excepción en el arancel. Lo que te venga mejor. Con suerte, tu subordinado Brokk será tan entusiasta que hará pensar a Weselton que Arendelle tiene mucho más para ofrecer.
—¿Y no es así? —preguntó Elsa frunciendo el entrecejo.
—Claro que sí —respondió Kyla alegremente.
Elsa se encogió de hombros.
—No entiendo por qué debería de enfatizarse eso.
La sabia le sonrió misteriosamente.
—Porque tú ya no quieres hacer negocios con ese país.
Elsa la miró atónita, pero la morena no se inmutó.
—Kyla, lo que dices no tiene ningún sentido.
—Soy una sabia, no debe tenerlo —respondió encogiéndose de hombros—. Nos gusta hablar en acertijos o en latín. ¿Sabías que en España los sabios hasta bailan? —soltó Kyla tronando los dedos a la altura de sus orejas mientras pisaba fuerte con los tacones de sus botas sobre la duela ante la estupefacción de la regente que la miró con la boca medio abierta y las cejas torcidas.
—¡Es en serio! —chilló la morena con una sonrisa al esquivar la bola de papel congelado que Elsa le lanzó a la cara.
...
Titus giró los ojos cuando la vio y casi se salió del Ouzerí (taberna especializada en Ouzo) al que se había ido a meter durante su breve estancia en Creta. Su padre lo había enviado a esa ciudad en busca de mercenarios competentes y aunque tenía apenas veinte años y era el hijo menor acostumbrado a que se pensara lo peor de él, el príncipe de la ciudad de los palacios jamás se había sentido tan agraviado como las ocasiones en las que se topó con aquella extraña joven de cabello salvaje, que una vez más parecía entrometerse en su camino.
No importaba a donde fuera Titus, ahí estaba ella por alguna razón haciendo alguna cosa indistinta y generalmente era una bastante petulante. No le extrañó proviniendo de una sabia de Corona, (si podía interpretar correctamente sus suposiciones por el emblema que le pendía del cuello bajo esa curiosa capa de diseño extranjero) Por algún motivo, algo en esa chica, lo inquietaba.
El barbado tomó la decisión de sentarse en su mesa y aclarar el misterio.
—¿Nos conocemos de alguna parte, sabia? —inquirió el castaño dando un trago de su propia jarra de cerveza oscura antes de colocarla sobre la mesa de madera.
Miró fijamente los ojos violetas que lo escrutaron brevemente tras los párpados caídos de la morena que le sonrió, soltando un bufido. Titus frunció el entrecejo al verla más de cerca. Era muy alta, pero su rostro era muy joven. Debía ser mucho menor que él, aunque a juzgar por la botella casi vacía de Ouzo que tenía la chica junto a su plato de souvláki (alambres de carne con vegetales griego) había logrado engañar bien al tabernero.
La morena se encogió de hombros, le dio otro trago a su licor de uvas maduras y anís. El barbado apretó los dientes, la miró peligrosamente.
—Escucha, moza, tal vez no sepas quién soy yo, pero—
—Eres Titus, hijo de Argus —respondió la sabia sonriente con la mirada violeta brillante—. Heredero menor del señor de los palacios. Tu padre está buscando quién pueda resolverle el laberinto de su castillo. ¿De verdad creen que siga morando un minotauro ahí? —inquirió alzando una ceja con misterio.
—¿Cómo sabes eso? —soltó el barbado desconfiadamente.
—¿Cómo no hacerlo? Es parte de la profesión saberlo todo —respondió la morena enigmáticamente, metiéndose un trozo de pan pita con carne a la boca.
Titus frunció el entrecejo, se llevó nerviosamente la jarra de cerveza a los labios. Había escuchado de las habilidades ocultas de los sabios, pero nunca vio a alguien tan joven que perteneciera a esa orden, o que resultara tan atemorizante.
La muchacha se rio por lo bajo y lo estudió con sumo cuidado.
—Me temo que no, Titus. No nos conocemos. Aunque tal vez deberíamos —pronunció meneando ligeramente el licor de su copa—. Me gusta resolver enigmas. Yo podría mostrarle a tu padre el camino de ese laberinto, y también del otro que es el que verdaderamente le interesa. Claro que, tendría que esperar un poco. Tengo algunas cosas que hacer antes.
—¿Crees que esa es forma de dirigirte a la realeza, sabia? —inquirió el príncipe desde toda su altura.
—Me disculpo, su alteza. No soy buena con los protocolos —pronunció la morena con una risa armoniosa y las mejillas sonrojadas—. Supongo que mi problema ha sido que me expusieron muy joven a las cortes y ya no me maravillan —le sonrió ampliamente al barbado que arqueó las cejas en su estupefacción—. ¿Te pasó algo similar, príncipe de los palacios?
—Estás intoxicada —comprendió el muchacho sonriendo divertidamente—. No creí que sería posible, pero creo que ya empiezas a agradarme.
Titus cruzó los brazos sobre la mesa y le hizo una seña a una de las camareras, solicitándole un buen plato de cordero asado que se dispuso a compartir con la alegre joven que pidió descorchar otra botella de Ouzo.
—¿Y a qué se debe el entusiasmo, sabia?
—¿Qué no se nota? —respondió la joven alzándole la copa—. Estoy celebrando —explicó con una sonrisa irónica que le amargó la expresión—. He hecho la cosa más importante que le pudo haber pasado a mi reino en generaciones. Un milagro.
—No parece alegrarte mucho —razonó el barbado estudiándole la pinta.
—¿Has escuchado de esos casos donde se es exitoso en el trabajo y desafortunado en el amor? —El barbado le asintió—. Pues no bromean con esa basura —le advirtió dando un trago largo a su copa de vino y exhalando pesadamente—. Es... es una porquería. Todo me sale mal en ese aspecto —se dijo ensimismada.
—¿Y por qué perder el tiempo en esos asuntos? —soltó el barbado con extrañeza—. Los sabios es raro que se casen, ¿no es así? ¿Eso no les permite amar de una forma más libre?
Titus le dedicó una sonrisa seductora ante la que Kyla se soltó a reír histéricamente.
—Buena suerte con eso, galán. No tienes nada ahí abajo que pueda interesarme —le expresó despectivamente arqueándole la ceja—. y te faltan dos cosas justo aquí que disfruto apreciar tanto como tú —le dijo gesticulando sobre sus propios pechos.
El barbado se echó a reír y la miró de arriba a abajo totalmente decepcionado.
—No sé por qué no me sorprende.
—No lastimes tu ego, príncipe. Algunas cosas simplemente son como son.
El par se pasó otra hora enfrascado en la bebida y la comida, como si se tratara la suya de una relación amistosa de varios años.
—¿Y cómo satisfaces a una doncella, sabia? —inquirió el joven, apoyando la barbilla en una mano mientras le sonreía descaradamente—. ¿No te hacen falta algunas partes indispensables en la anatomía?
—Lo que nos falta en equipamiento se compensa con habilidad —respondió la sabia curvando los labios y devolviéndole el gesto mientras se limpiaba con la lengua la grasa de los dedos de forma sugestiva.
—¿Así que sabes llevar a las mujeres hasta el final? —preguntó divertidamente incrédulo.
—Probablemente mejor que tú —respondió la morena llenándose la copa.
—Entonces brindemos por eso —sonrió el príncipe alzando su jarra espumosa—, porque lo único más hermoso de una mujer en el bello acto del amor carnal es que sean dos las doncellas que pinten ese cuadro.
—Creo que estamos de acuerdo por fin en algo —le exclamó la sabia, cuando hicieron chocar los cristales de sus vasos.
Al terminarse la carne y el licor, la charla entre aquel par de extraños se extendió hasta que se les derritieron las velas, Titus intentó llevar la diversión a otro tipo de establecimiento, (ante las negativas de la sabia que argumentaba que no serviría de mucho dado que ella ya no podía sentir nada del todo) pero el barbado insistió resultando aquello en una excursión infructuosa. Kyla estaba tan borracha que se pasó la noche llorando y diciendo sandeces que tenían que ver con viajar al oeste, un bosque congelado, escribir un libro y decepcionar a su abuela, en el hombro de una completa desconocida (que al menos la escuchó con paciencia sin necesidad de hacer nada) y que fue recompensada de todos modos por Titus, que pagó y se llevó a la sabia en brazos cuando ningún poder en el mundo fue capaz de despertarla hasta la mañana siguiente, que la morena pareció simplemente haber retornado del mundo de los muertos en desmayada mortificación, doliéndose por sus estúpidas decisiones de la noche anterior y agradecida de cierto modo por la contradictoria decencia de aquel personaje tan descarriado.
Ese hecho fue el que la convenció de cambiar los planes que tenía para él.
El barbado y la morena se estrecharon las manos cerrando el trato con el que Kyla prometía presentarse ante el Rey Argus para demostrarle sus misteriosas habilidades.
Cuando el príncipe regresó a Cnosos con aquella única desgarbada muchacha en lugar del batallón que esperaba obtener el Rey, Titus casi fue desheredado, hasta que la joven entró y salió del laberinto en una pieza, presentándole tranquilamente al soberano el cofre lleno de oro que se decía cuidaba la bestia terrible (de la que Kyla ofreció también la fiera cabeza cercenada). Nunca esclareció del todo los pormenores del enfrentamiento que se llevara a cabo entre los pasillos de aquel amurallado complejo que le tomó medio día dominar, Titus había sido el único testigo y no reveló lo sucedido con nadie, sin importar cuántas cervezas y mujeres le fueron prometidas. Tal misterio solo contribuyó a acrecentar la fama de la sabia blanca por esas tierras.
La sabia sólo solicitó como pago por la hazaña: el libre acceso a las bibliotecas de los diez palacios, impartirle un año de tutelaje a Titus y escoger la fecha en la que entraría a resolver el segundo laberinto. La expresión de suficiencia de la morena y el gesto contraído de su padre sería algo que el barbado no olvidaría jamás en la vida.
El príncipe y la sabia se volvieron inseparables desde entonces.
...
—Tengo miedo —sollozó Elsa.
—Lo sé —le contestó la Reina acariciando el flequillo platinado de su hija—, pero ya pasará.
Elsa tenía doce años el día que manchó sus sábanas de sangre en ese traumático hecho que marcó el fin de su infancia y pese a haber sabido lo que ocurriría de antemano, eso no evitó que el colchón y sus paredes terminaran congelados por la impresión. Se pasó toda esa mañana abrazada a las faldas de su madre como si volviera a ser una chiquilla de tres años que hipaba desconsoladamente por una rodilla lastimada y simplemente creyó que pasarían meses antes de que lograra volver a ver a su padre a la cara.
Había dejado de ser una niña para convertirse en otra cosa que aún no comprendía del todo. No una mujer, ni una joven, sino algo antes de eso, indefinido y atemorizante. La heredera de Arendelle no se sentía preparada todavía para aquello, porque su cuerpo estaba cambiando para adaptarse a algo que ni siquiera sabía si quería hacer del todo. No quería lidiar con eso. Ni con la magia, ni con la confusión en su corazón, ni con el reino. Deseaba solo poder desaparecer.
—¿Por qué tienen que pasar estas cosas? —susurraba acurrucada en la cama con su madre, donde los copos de nieve ya comenzaban a amontonarse sobre la alfombra.
Idunn sonrió ante el pequeño drama que estaba montando su primogénita, justo como ella lo había hecho a su edad y seguramente cada jovencita que alcanzaba la pubertad.
—Es parte de crecer, cariño. Sé que es doloroso dejar de ser una niña pequeña; pero lo que te depara después de esto es fascinante.
—¿Cómo lo sabes? —inquirió la rubia torciendo las cejas en forma demandante.
—Bueno, en realidad no lo sé —admitió la Reina al encogerse de hombros y sonreírse por el gesto ceñudo de la princesa que le resopló airadamente —supongo que eso depende de ti.
Se quedaron un rato en silencio observando cómo crepitaban las llamas en los maderos de la chimenea. Elsa se revolvió en su sitio, se aferró a la capa de su madre.
—Mamá, ¿y si soy yo de quien habla la profecía? —le soltó inquietamente.
Ese temor la había perseguido desde que lastimó a su hermana y comprendió los versos de los tapices que pendían en las paredes de aquel cuarto subterráneo. Las palabras las cargaba encima como si se las hubieran marcado sobre la frente. No le permitían siquiera verse en un espejo sin sentir aversión por su reflejo. Por el monstruo en el que estaba destinada a convertirse.
La Reina la envolvió fuerte con su brazo y la miró afectuosamente.
—¿Cómo podrías serlo? Tú no tienes un corazón helado, Elsa.
—Pero mi magia... —masculló—. No quiero crecer, no quiero nunca ser la Reina, ni lastimar a nadie, ni...
—Shhh... Tú eres muy sensible, Elsa. Nunca podrías tener la naturaleza del gobernante de esa canción.
—Pero... —la princesa se mordió el labio, sus ojos cobaltos brillaron cuando las lágrimas le nublaron la mirada —no se supone que yo deba sentir algo, por mis poderes.
La Reina la tomó por las mejillas, la miró fijamente devolviéndole una compasiva vista del color del cielo despejado mientras le limpiaba a su hija el rostro con los pulgares y la obsequiaba con una confortante sonrisa maternal.
—Elsa. ¿En verdad crees posible que el sol deje de calentar si se lo pides? —la princesa frunció el entrecejo al sopesarlo—. Es una fuerza de la naturaleza —le susurró la Reina—. incontrolable, libre. Así es también el corazón. Puedes desear dominarlo, pero eso no bastará.
—¿Entonces qué debería hacer? —le inquirió afligida.
—Escucharlo —respondió la Reina pacientemente.
Elsa repasó mentalmente los pensamientos que había conservado bien ocultos en su interior y se estremeció culposamente.
—Pero me asusta lo que me dice la mayor parte del tiempo —susurró contrariadamente.
—Las cosas que importan siempre lo hacen —le contestó Idunn, pasando los dedos por el trenzado platinado de su joven princesa—. Pero siempre es peor lamentarse.
—No quisiera hacerlo —admitió la rubia mirando por la ventana, clavó la vista en el fiordo.
Escuchar a su corazón mientras se ocultaba y no sentía. Ese día Elsa comprendió que sus padres diferían en sus maneras de pensar; pero nunca pudo perdonarse que el consejo de su padre fuera el que optara seguir por temor a aceptar su propia verdad. La que era mejor conservar en las sombras junto con su magia y aquellos inquietantes sentimientos.
...
Kyla se enderezó temblorosamente apoyando las manos en el lavamanos, inhaló profundo. Se acercó la jarra de vidrio a los labios y se enjuagó la boca varias veces antes de comenzar a beber el líquido como si muriera de sed. Arrancó un puñado de hojas de menta de un manojo que tenía junto a la mesa y comenzó a mascarlas dolorosamente en su humillación.
Era la séptima mañana continua que vomitaba.
Se pasó el dorso de la mano por la frente sudorosa, observó los cansados ojos violetas que le devolvían la mirada desde el reflejo del espejo en donde estudiaba su macilento aspecto. Sonrió débilmente. Al menos lo demás le estaba saliendo de acuerdo al plan, lo que tenía a Elsa sumamente contenta y prácticamente haciendo nevar dentro de su estudio cada que la sabia la visitaba para brindarle noticias sobre lo bien que marchaba su intrépido movimiento financiero.
Pese a que no habían podido encontrarse demasiado debido a la cantidad de trabajo que cada una tenía entre manos, Kyla pensaba que simplemente la visión de la sonrisa de Elsa lo valía absolutamente todo.
Corría la tercera semana de Mayo y todo lo que Kyla había vaticinado se había cumplido punto por punto. Brokk había hecho un excelente trabajo como parlamentario y estrechó las relaciones con Weselton lo suficiente para que Elsa lograra negociar la exención de los castigados aranceles. Las materias primas de Arendelle se excedieron por completo y los productos que la sabía le señaló a la regente y muchos más alcanzaron su punto más álgido como no se había visto en una década.
Toda la población estaba ocupada realizando alguna tarea, cosechando, pescando, hilando, curando, embalando...
Arendelle entero zumbaba y marchaba cual mecanismo bien aceitado. En los astilleros se habían afanado incansablemente en la construcción de las naves de modelo clipper, que eran más rápidas y eficientes que los galeones de antaño, con un diseño que favorecía la capacidad de carga y la velocidad. La primera nave de las cinco que conformarían la flota, fue la Gungir, traída directamente de Inglaterra, y que botarían con su primer cargamento esa tarde (luego de pasar una concienzuda inspección previa).
Anna había tenido la brillante idea de celebrar la ocasión y se estaba organizando un halling en la ciudadela, cuya animosidad se extendería por todo el malecón y la plaza del pueblo.
Cuando Kyla tomó un baño esa tarde y se engalanó, ataviándose en uno de esos típicos vestidos negros de dobladillos floreados del país norteño, no pudo evitar conservar su estilo sureño con su blusón de mangas sueltas y el peinado alto con pequeñas flores blancas que Gerda le colocó en el trenzado del que caían mechones largos por debajo de sus hombros, detalle tan característico de su villa en Corona.
Bajó aprisa las escaleras, casi chocando con Anna quien también salía retrasada, luciendo un conjunto parecido al suyo, solo que, de color verde oscuro y blusa y chaleco más tradicional, con sus inconfundibles trenzas gemelas batiéndose contra su pecho. Ambas se sonrieron y se encaminaron al puerto, en donde pudieron presenciar desde primera fila cómo Elsa bautizaba la embarcación rompiendo una botella de vino contra el fuerte casco y entregándole el corcho recuperado al capitán. Dedicó unas palabras en el idioma antiguo para desearle un viaje calmo y un pronto retorno a la dedicada tripulación que zarparía ese día a través de los fiordos y una vez que el Gungir se perdió en el horizonte, dieron comienzo los festejos.
Anna se separó de Kyla alegremente, se enfiló a la plaza, donde ya sonaba la música, mientras la sabia se sonreía y caminaba hacia la regente de Arendelle, que usaba un vestido azul marino de halling, (aunque mucho más elegante que otro que Kyla hubiese visto) y saco a juego, con sus guantes. En realidad, el detalle más novedoso de la rubia se le notaba en el cabello, pues lo había dejado descansar de su ajustado moño y lo llevaba trenzado a la espalda atado con un brillante listón azul, como Kyla recordaba habérselo visto en sus primeros viajes. Elsa le sonreía insegura, pero la sabia la saludó animadamente.
—Así usabas el cabello cuando eras niña —le dijo con la mirada resplandeciente.
La regente observó también lo bien que se le veía el rostro a la morena cuando lograba domarse la cabellera y le devolvió el gesto.
—Creí que la ocasión merecía un toque más festivo —comentó Elsa sonriendo tímidamente.
—Me gusta —soltó Kyla de inmediato—, siempre se te ha visto bien llevar el cabello trenzado.
—Es muy típico, ¿no? —le preguntó Elsa no muy convencida, pasándose los dedos enguantados por el largo trenzado que se colocó por sobre el hombro.
Kyla negó con la cabeza.
—Pero tú no lo eres. Te ves preciosa —le aseguró honestamente.
Elsa le sonrió, sintiendo que el calor se le agolpaba en las mejillas ya desde esas horas (y sin necesidad de recurrir a alguna bebida con alcohol), caminó a lado de la sabia, charlando y curioseando en los distintos puestos distribuidos en el malecón en los que probaron kringlers (pretzels de hojaldre), kanelsnurrers (rollos de canela) y chokladbolls (bolas de chocolate) con ron.
Kyla le contó a Elsa un par de anécdotas que le habían acontecido en los sombríos territorios de los galos mientras le explicaba cómo comer entrañas de oveja no le había resultado tan descabellado luego de varios días sin probar bocado, y que los juegos de las Montañas Altas implicaban bailes con espadas y las bodas incluían nudos célticos que eran imposibles de deshacer.
Elsa la escuchaba atentamente y se maravillaba y sorprendía por sus andanzas, aunque en muchos otros momentos le hacía gestos en los que buscaba darle alguna reprimenda a la morena que sólo se reía a manera de disculpa.
Las linternas decorativas de las calles y la explanada ya estaban iluminadas cuando entraron a la ciudadela. Flotaban en el aire las melodías de los violines, el bukkehorn (cuerno de chivo) y las seljefløytes (Flautas de sauce) Kyla consiguió un par de jarras de cerveza clara, y regente y sabia brindaron por su primer trabajo exitoso juntas mientras observaban la actividad de las parejas que danzaban sobre los adoquines o saludaban de vez en cuando a la pelirroja princesa que bailaba jubilosamente dando giros, agitando la mano a la distancia con una sonrisa de oreja a oreja.
Fue mientras Elsa miraba contenta dentro de la espumosa claridad de la jarra que sostenía entre los dedos, que Kyla la sacó de su estado reflexivo cuando se alzó en toda su altura y le tendió la mano.
—Baila conmigo —le dijo con simpleza.
Elsa se encogió en su asiento, abrió grandes los ojos azules, mirando a su alrededor.
—N-no podría, Kyla. Nunca lo he hecho de esta forma —admitió nerviosamente.
La morena se encogió de hombros.
—¿Y qué?, Sabes bien que quieres hacerlo y esto es un halling. El punto es divertirse, Elsa. Ven, baila conmigo —la animó.
Elsa dudó unos segundos, pero clavó la mirada en aquellos ojos amatistas que le sonreían y sin pensarlo extendió la mano enguantada que colocó sobre la palma de la morena que la condujo alegremente a la pista de baile, en donde las personas que pudieron notar que su alteza se integraba a la ronda la recibieron con cálidos aplausos y sonrisas; pero Elsa no los escuchaba, les sonrió jovialmente, si bien casi no les prestó atención.
Todos sus sentidos los tenía puestos en Kyla, quién como siempre estaba sacándola de su zona de confort. La estaba haciendo actuar como verdaderamente deseaba hacerlo. Era como si no pudiera pretender delante de ella porque era capaz de verla como era en realidad y eso la aterraba, pero al mismo tiempo le hacía sentir una emoción indescriptible.
Se colocaron una frente a la otra en una hilera de personas que hizo lo mismo, esperando que comenzara la siguiente pieza.
—Uno, dos, tres...
Gerda se colocó las manos sobre los labios con los ojos brillantes y casi se echó a llorar en los brazos de Kai, mientras Anna miraba también la escena desde su propio sitio en la orilla opuesta de la pista con la boca completamente abierta. ¡La princesa regente estaba bailando! Sonreía y reía en compañía de la morena que la guiaba. Su alteza se movía graciosamente, sus manos y brazos se entrelazaban con los de la sabia o algún extraño que formara parte de uno de los tantos círculos que se armaron en la explanada como parte de aquella tradicional coreografía que incluía pequeños saltos, zapateos y cambios de pareja cada que se modificaba de compás mientras se aplaudía.
El ama de llaves estudió a su alteza. No había ansiedad ni miedo en su rostro, ni rigidez en su cuerpo, ni rastros de hielo. Era solo una joven más que se divertía como los otros. Despreocupada y ligera.
Simplemente Feliz.
Era como estar presenciando un verdadero milagro. La mujer se enredó las manos en el delantal y vibró nerviosamente. No cabía duda de que la joven Frei era lo que su alteza necesitaba y tendría que asegurarse de que la sabia evitara causarle pesares a la heredera de Arendelle.
Tendría que hablar con ella sobre lo que había descubierto.
El ritmo de la música se había vuelto más alegre, los músicos dieron paso al Haugelat (el halling de la colina de las hadas) la ronda se rompió y todo mundo tomó una pareja. Los dedos de Kyla se cerraron en la mano de Elsa y se movieron hacia la orilla de la pista en donde se dispusieron a efectuar aquel baile. La canción contaba la historia de un joven que se había perdido en el bosque donde las hadas le cantaron para conducirlo hasta su reino. Elsa definitivamente podía sentir algo mágico ocurriendo ahí y que no era para nada parecido a sus poderes sobre el hielo y la nieve; pero lo percibía en la ligereza de sus pies y la facilidad con la que su risa le abandonaba la garganta.
Kyla y ella se reían y bailaban al ritmo de las flautas y los violines como si esos seres mágicos de la tonada también las guiaran hacia el camino que era correcto.
Elsa giraba elegantemente con las manos en la cintura, Kyla la rodeaba saltando ligeramente en círculos como lo hacían los varones y algunas otras mujeres jóvenes que bailaban en pareja, así como ellas. Kyla levantaba las manos por sobre sus costados y trataba de cercar a la regente mientras ella se escabullía y sonreía como lo marcaba el baile.
El compás cambió, volviéndose veloz y animado.
Aquel era el momento perfecto para que las parejas se lucieran tratando de impresionar a su acompañante, por lo que Kyla se flexionó mientras saltaba de manera continua y daba un par de saltos acrobáticos, girando sobre su eje, lo que hizo que su falda y cabellera se movieran de manera hipnótica, para rematar con el rítmico zapateo que Elsa se había esperado de aquella oriunda de Corona.
Terminado su estribillo, le había llegado el turno a Elsa de decidir si el despliegue de su pareja la había impresionado. La morena le sonrió, pero la rubia dio un par de pasos atrás haciéndose la difícil. La sabia pronunció su gesto y cercó a la regente con la agilidad de un cervatillo, insistiendo en aquel cortejo.
La regente soltó una carcajada, pero se rindió ante el galanteo.
Finalmente, Kyla le extendió la mano y Elsa la tomó. Dejó que la morena la hiciera girar, pasándole el brazo por encima, Elsa la sujetó del hombro dándole la espalda y Kyla le tomó la otra mano mientras seguían girando al ritmo de la música.
La sabia acercó los labios al oído de la regente que se ruborizó ante el ejercicio y esa alucinante cercanía.
—Bailas muy bien el Halling para no haberlo hecho nunca en compañía —le susurró alegremente Kyla.
—Y tú también lo haces para ser una extranjera de Corona—. respondió la regente casi sin aire.
Kyla le sonrió e hizo girar a Elsa varias veces antes de sujetarla nuevamente entre sus brazos. Por primera vez se vieron frente a frente.
—Hola —suspiró la morena mirándola fijamente.
—Hola —contestó la regente con los dedos cerrados sobre el hombro de la sabia.
Estaban tan cerca que pudieron percibir sus respiraciones agitadas Elsa alzó la b y ahogó un suspiro mientras Kyla pareció contener la respiración con la vista perdida dentro del azul de sus ojos.
Una aclamación las sacó de su ensimismamiento cuando un joven que bailaba al centro de la pista efectuó una pirueta en el aire y logró patear un sombrero que pendía en lo alto de una vara, lanzándolo lejos.
Las dos sonrieron aliviadamente, separándose para aplaudir junto con el resto de las parejas y espectadores del baile, celebrando al joven que se coronaría como el mejor bailarin de la noche.
Elsa se aclaró la garganta y Kyla le dedicó una rígida reverencia que su alteza le reconoció, observando cómo la morena se alejaba, dejándola ahí con el corazón palpitándole en el pecho.
...
—Voy a morir aquí —gimió Kyla dándole una calada a su pipa humeante bajo el sauce del jardín real—. Mi cuerpo se prenderá fuego de manera espontánea y mis felices cenizas serán barridas por el viento a este ritmo.
Kyla se pasó la mano por el cabello, se enredó un mechón en las puntas de sus dedos en su habitual gesto de nerviosismo.
No sabía lo que pasaría. No podía ver si su imprudencia le destruía la vida a Elsa o si vivirían felices por siempre. Desconocía si las cosas debían o podían cambiar entre ellas. La incertidumbre la estaba enloqueciendo. No sabía si sería capaz de dar ese salto de fe cuando tenía que atenerse a ese destino. Pero al mismo tiempo le era imposible aceptar que podría perderla.
Tenía que creer que sus decisiones eran las correctas.
La sabia se colocó la mano sobre el pecho, cerró los ojos percibiendo su propio palpitar.
—¿Ya estaré lejos cuando vaya por mí?
—Te he visto aquí antes —le susurró una voz adentrándose bajo las ramas del árbol.
Kyla le sonrió a Elsa, asintiéndole sin dejar de respirar el humo de su pipa. La regente siguió avanzando hacia ella.
—En mis sueños, muchas veces —le aclaró Elsa arqueándole las cejas.
Kyla tiró las cenizas de su pipa al suelo y las pisó, meneando la punta del pie hasta que se extinguieron por completo.
—Aquí nos conocimos —contestó la sabía con simpleza—. De todos los lugares, lo tuvimos que hacer aquí.
Elsa frunció el entrecejo, Kyla se guardó la pipa. La morena se recargó en el tronco y suspiró.
—El sauce es un árbol muy especial, Elsa. Se dice que puede conducir la magia entre sus ramas. Las brujas usaban la madera de su corteza para hacer las varas con las que hacían sus sortilegios.
—Siempre me ha gustado estar bajo su sombra —admitió Elsa tocando la superficie del árbol con la palma enguantada—. Aunque en realidad no tenía idea de nada de eso. ¿Qué tiene que ver que conduzca la magia?
—Podría decirse que el sauce nos atrajo y nos conectó de alguna forma —susurró Kyla pasando saliva—. Hace años y cada vez que hemos necesitado contactarnos, lo hemos hecho a través de él.
Elsa se sostuvo la barbilla con la mano e hizo memoria. Sí. El árbol siempre se había mantenido constante, ¿pero eso qué significaba?
—No te equivocaste al hacerte preguntas sobre mis ojos —le dijo Kyla como contestando su pregunta—. No tienen un color natural. Hay magia en ellos, como la hay dentro de ti, aunque es distinta. Yo —
Elsa abrió los ojos como platos y pareció comprenderlo.
—Puedes ver la verdad... —le soltó aturdida—, Tú puedes... Tu siempre has sabido...
Kyla le asintió. Elsa se alejó dos pasos y se apretó las manos sobre el pecho sintiendo que el corazón le palpitaba a mil por hora. Kyla lo sabía. Conocía sus sentimientos tanto como ella estaba al tanto de los de la morena. Había visto la verdad en ella misma y en tantos más. Atando cabos, completando rompecabezas. ¿Así era como se había manejado siempre?, ¿Por eso siempre parecía saberlo todo?... Pero entonces... ¿Por qué ella no?... ¿Fue por eso que se frenó en cada ocasión? ¿Por alguna idea honorable? ¿Por protegerla? ¿Por cobarde?
Menudo par de idiotas estaban hechas —se pensó con enfado.
La monarca se sintió indignada. Con Kyla por no tomar la oportunidad injusta que tenía en sus manos y consigo misma por no hacer otra cosa más que encogerse de miedo en toda ocasión que tuvieron de acercarse en todas esas semanas que habían transcurrido en mortificante y estúpida tensión.
Por aceptar mantener la farsa que tenía tan bien montada.
Ocúltalo...
Elsa se mordió el labio. Ya no iba a hacerlo más. Dio un paso hacia adelante, se arrancó el guante derecho arrojándolo al suelo mientras con la mano descubierta se desprendió del que le quedaba. Kyla la miró atónita.
No sientas...
Elsa simplemente ya no supo cómo confinar esas emociones. La estaban consumiendo. Si la tormenta no la devoraba, lo haría la negación de su propia humanidad. Las palmas le cosquilleaban con necesidad. Respiró profundamente, armándose de valor. Extendió sus temblorosas manos y las colocó cuidadosa, pero decididamente sobre las mejillas de la aturdida sabia.
Sintiendo por vez primera su verdadera calidez.
Elsa quiso sonreír y llorar al mismo tiempo ante el contacto. Aquello era mil veces mejor que soñar. Sus ojos de hielo se sumergieron dentro de esa mirada brillante color amatista, una corriente eléctrica se apoderó de su cuerpo.
No dejes que lo sepan...
Ya lo resolvería, ya pensaría cómo lo manejaría. Sabía que era insensato. Egoísta, pero no le importaba, Kyla tenía que escucharlo de sus labios. Lo que le decía su corazón. Lo que no dejaba de escuchar dentro de sí misma y que ya no podía silenciar por más que lo intentaba. La morena la miraba con los ojos muy abiertos, separó los labios en un jadeo ahogado como si esa verdad que reflejaba Elsa en aquel momento pudiera cambiarlo todo.
—Te quiero —le dijo la regente con los ojos brillantes—. Lo sabes, estúpida. Te quiero.
—Elsa...
Los brazos de Kyla le cayeron a los costados y cerró los ojos. Por un momento su cuerpo perdió toda la rigidez de los hombros y el cuello. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió ligera. Como si le hubieran quitado un gran peso de encima.
Tada hitori mayoikomu tabi no naka de /
En mi viaje solitario perdí el rumbo
Kokoro dake samayotte tachitsukushita /
Yo me mantenía inmóvil mientras mi corazón era errante
Demo ima wa tooku made arukidaseru /
Pero ahora puedo caminar muy lejos
Sou Kimi to kono michi de deatte kara /
Tras haberte conocido en esta senda
Sus rostros estaban juntos, muy juntos, Elsa se estremeció ante la sensación de vacío que se le formaba en el estómago. Nunca se había permitido tener a alguien tan cerca y le resultaba vertiginoso e irreal. Salvo que esta vez estaba sucediendo de verdad. El pecho le golpeteaba con fuerza y las rodillas se le debilitaron.
La sabia dobló el cuerpo e inclinó el rostro y sus frentes se tocaron. Elsa cerró los ojos al escuchar la respiración entrecortada de Kyla y percibir el fantasma de las largas manos que le flotaron indecisamente sobre la cintura.
Tabibito-tachi ga utau mishiranu uta mo /
Los viajeros cantaban canciones desconocidas
Natsukashiku kikoete kuru yo tada Kimi to iru to /
Más me resultan familiares al escucharlas contigo.
De pronto para Kyla todo se convirtió en un zumbido. Sus dudas, sus temores, el destino. Ya no importaba. No importaba lo que sucediera. Solo estaban ellas. Haría lo que fuera. Se lanzaría al infierno y volvería.
Lo haría todo por Elsa.
—Elsa, yo... —susurró la morena desmayadamente.
—Lo sé...
La regente y la viajera rozaron sus labios y su realidad se resquebrajó. Todo lo que habían sido hasta el momento estaba cambiando y ya no podrían darle marcha atrás. Estaban construyendo su propio momento determinante y durante aquel breve instante en el que intercambiaron el aliento se convencieron de que valía la pena averiguar a dónde las conduciría.
Yumemita sekai ga dokoka ni aru nara /
Si el mundo que veo en mis sueños existe en algún lugar
Sagashi ni yukou ka kaze no mukou e /
Busquémoslo más allá de los vientos
Itetsuku yoake no /
Si es un frío amanecer
Kawaita mahiru no /
Un seco mediodía
Furueru yamiyo no /
Una noche aterradora
Hate o mi ni yukou /
O el fin de la tierra, vayamos a verlo.
Elsa percibía el gusto del tabaco en la boca de Kyla, era fuerte y tostado, como chocolate amargo; pero la suavidad de sus labios lo volvió dulce. Mordió ligeramente su labio inferior para probarlo, la sabia se encogió entre sus brazos por el trato.
Elsa se sonrió para sus adentros. Era como si luego de años de mantener su sentido del tacto aprisionado este se encontrara hambriento y ahora codiciara palparlo todo.
El aliento fresco de Elsa se mezclaba con la acalorada respiración de Kyla, formando pequeñas nubes de vaho que flotaron por sobre sus cabezas, los dedos de la regente serpentearon por sobre los hombros de la sabia y se entrelazaron tras su nuca acariciándole los largos mechones azabaches.
La regente gimió ligeramente cuando la extranjera le acarició los costados y le recorrió la espalda con las yemas de los dedos, aferrándola contra sí, susurrándole su nombre en el oído y plantándole pequeños besos en el cuello ante el frenesí de la monarca que parecía simplemente ambicionar que sus cuerpos se fundieran en uno solo.
Elsa sentía tanto calor en su interior que por un momento le pareció ridícula la idea de albergar una tormenta implacable dentro de su persona. Resultaba necio e inverosímil cuando todo lo que la llenaba en ese momento era el amor que le profesaba a su incondicional amiga de la infancia aunado a la felicidad que le provocaba apreciar ese sentimiento brillando en la mirada púrpura de Kyla que parecía fulgurar con luz propia. Elsa le tomó el rostro por las mejillas y se perdió en esa asombrosa contemplación.
Sabishisa o shitte iru Kimi no hitomi /
Tus ojos conocen la soledad
Mabataite sono iro o Utsusu kara /
Porque brillan y reflejan tal color
—Estás en casa —le dijo la rubia en voz baja, repartiéndole a la morena pequeños besos en la mandíbula y los labios—. Arendelle siempre será tu hogar.
Takaku sora made tonde mikazuki ni Naru /
Si subiera al cielo a ser la luna
Hakka-iro no hoshi wa kitto namida no kakera /
Las estrellas serían mis lágrimas
Kyla suspiró torciendo las cejas. Creyó que bien podría dejar que sus pulmones colapsaran nuevamente y morir ahí, siempre y cuando sucediera así en los brazos de la regente de Arendelle y ella la mirara perpetuamente de esa forma, como en ese instante en el que el más vivo sentimiento le resplandecía en las enormes y oscuras pupilas.
No necesitaría abordar nunca más una nave, a menos que fuera para seguir a Elsa a donde quisiera. Al fin del mundo si eso era lo que deseaba.
Higashi no kuni no minato nishi no umibe /
El puerto en el país del este, la costa occidental
Kurai mori de minami no machi kin no tou /
En el bosque oscuro, la ciudad sureña, una torre dorada
Kita no oka mizu ni yureteta onaji tsuki ga /
En las montañas norteñas, la misma luna se mece en el agua
Ambas se abrazaron, Elsa ensortijó entre sus dedos uno de los mechones de Kyla, cuando la viajera escondió el rostro en el cuello de la regente.
—Esta no es conducta propia de una sabia —le susurró burlonamente—, podrían hacer que recuerdes tus votos con flagelos.
—No me importa —le contestó la morena con la voz amortiguada por la piel de la rubia—. Todavía soy solo yo.
—Pero pronto serás ordenada.
—Y tú portarás una corona sobre tu cabeza.
—Eso tampoco me importa mucho en estos momentos —admitió la princesa regente.
Kyla se separó de Elsa para mirarla a los ojos.
Ambas se sonrieron y volvieron a besarse.
Sashidasu sono te o tsunaide ii nara /
¿Está bien si te llevo de la mano?
Doko made yukou ka kimi to futari de /
¿A dónde deberíamos partir?
Doko e mo yukeru yo /
Juntas podemos ir a donde sea
Mada minu sekai no /
Vayamos y abracemos
Zawameki kaori o /
La conmoción y el aroma
Dakishime ni yukou /
De un mundo que no hemos visto
No podía ser algo malo, se pensaba Elsa entre suspiros. No cuando se sentía tan correcto. Que su viajera le arrebatara el aliento y trepidara con ese deseo que también ella compartía. Porque era suya, suya, se repitió la regente cuando sus labios se curvaron en la boca de la sabia. Kyla le pertenecía más de lo que lo hacía todo el reino de Arendelle y esa idea la hizo sentir más poder del que había percibido nunca a pesar de ser la soberana de toda una nación y contar con el control del hielo y de la nieve recorriéndole las venas.
Podría enfrentar a la tormenta si la tenía de su lado. Sentía que podría hacerlo todo.
Elsa descansó la cabeza contra el hombro de la morena, que le acarició el cabello platinado y se dedicaron a escuchar en silencio el palpitar de sus estremecidos corazones bajo ese árbol que una vez más se convertía en el solemne testigo de otro acontecimiento importante de sus vidas.
Las ramas del sauce se mecieron con el viento y las estrellas se perdieron entre las luces boreales que las envolvieron con sus colores en esa noche de verano que se había tornado inusualmente fresca.
El cielo estaba despierto.
