Nota de Autor: En este capítulo contaremos con la variante de conocer la perspectiva de Anna.
Muchas gracias a quienes han dejado review, sobre todo a "The Escapist" que entra como guest y deja comentarios hermosos.
¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!
Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.
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Un corazón helado
por Berelince
9 la informante y la promesa
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—Durante el halling, solo pensaba que quería besarte —le confesó Elsa a Kyla desde la cómoda posición que mantenía con ella bajo el sauce. Acurrucada, con la mejilla apoyada contra el pecho de la morena que jugueteaba con un mechón platinado que acariciaba entre sus dedos—. Ya sospechaba que bailabas muy bien.
Kyla sonrió, le dedicó una mueca descarada.
—¿Sólo entonces? —pronunció con decepción—. Yo quise hacerlo desde que te encontré aquí hace un mes y te veías tan espantosa.
—¡Eres horrible! —le reclamó la regente, dándole una palmada en el hombro a la sonriente sabia que se encogió por el impacto—. Además, tú tampoco te veías nada bien esa noche —pronunció Elsa haciendo un gesto indignado.
La rubia recorrió con su níveo índice la larga línea roja que cruzaba una de las palmas ya recuperadas de la morena. Kyla se tensó por el roce, Elsa se apretó más fuerte contra su cuerpo. Entrelazaron sus dedos. Elsa suspiró doliéndose por el daño sufrido en el cuerpo de su amada.
—Eres una tonta —le dijo en un susurro tirante mientras torcía las cejas.
—Soy una sabia —le contestó Kyla sonriéndole tranquilamente—. ¿Cómo podría serlo?
Las dos se miraron cariñosamente, unieron los labios en la oscuridad del calmo jardín real.
...
—Elsa...
Anna corrió entre la floresta lo más aprisa que pudo con el corazón golpeándole furiosamente en el pecho y los pensamientos desbordándose en su estupefacción. Se abrazó al tronco de un arce cuando el aire le quemó en los pulmones y decidió que se había alejado lo suficiente de la díscola escena que había presenciado momentos antes. Se pasó las manos por la cabeza, se echó hacía atrás el revuelto flequillo pelirrojo que le caía sobre la abrumada mirada turquesa que seguía dilatada.
No lo habría creído si no hubiera estado ahí parada atestiguándolo con sus propios ojos.
Al principio pensó que había sido una alucinación, algo que podía atribuirle a la somnolencia y la cantidad de hidromiel consumida durante el halling. Creyó que la oscuridad y las tupidas ramas del sauce la habían hecho ver algo completamente absurdo. Porque no era posible que su hermana, la adusta regente que no tocaba a nadie, se encontrara retozando en el pasto felizmente con otra mujer como si se tratara de una doncella galanteada y celebrar ese comportamiento resultara perfectamente normal. Anna no podía decidir cuál de todas esas ideas era la que más le escandalizaba del asunto.
Pero la verdad era que Kyla y su hermana se habían besado en los labios y se demostraban sus afectos en brazos de la otra cual pareja de enamorados.
Anna se puso a pasear de un lado a otro entre los setos, mordiéndose las uñas en su consternación.
—Dios. ¿Desde cuándo ellas?...
Ni siquiera sabía cómo llamarlo.
—Nunca me hubiera imaginado algo así. ¿Cómo estaba pasando? ¿Acaso era posible que...
Anna se ruborizó hasta las orejas de un tono tan intenso que le opacó las pecas del azorado rostro. Se negó rotundamente a pensar en su hermana actuando de alguna forma remotamente carnal con cualquiera, sobre todo si se trataba de otra mujer y una que encima conociera. La idea la hizo estremecerse como una niña pequeña a la que obligaran a beber aceite de bacalao por la fuerza.
La pelirroja se dejó caer sobre el pasto con el pulso zumbándole y los ojos muy abiertos. Sentía que tenía que procesar bien todo aquello y tal vez llenarse después de chocolate o algo que le calmara los nervios alterados.
Había escuchado que existían ese tipo de relaciones, ella no era tan inocente como podrían pensarse; sobre todo porque al permanecer tanto tiempo encerrada y sin supervisión, Anna había tomado por costumbre cuestionar a las mozas y a los caballerizos que iban y venían del exterior a los dominios del castillo. Ellos siempre la mantuvieron al tanto de los mejores chismorreos y canciones de tabernas. Principalmente los que estaban cercanos a compartir su misma edad, razón por la cual la pelirroja princesa había aprendido bastante acerca de lo que acontecía fuera de los muros de la ciudadela como para comprender que lo que había presenciado era algo que ocurría, pero que era taboo. Un asunto prohibido. No estaba bien visto y se consideraban desviaciones en su mayor parte, locura entre los más extremistas. En más de alguna ocasión se llegó a enterar de trifulcas armadas entre la plebe por motivos semejantes e incluso hasta asesinatos. Anna se sujetó las trenzas y las estrujó entre sus dedos de manera nerviosa.
—Eso explicaría muchas cosas... —se dijo tensamente.
Si Elsa tenía esas... inclinaciones y le estaba prometida la corona de Arendelle, aquello era un tremendo problema que definitivamente no querría se supiera por nada del mundo. Anna se mordió el interior de la mejilla cavilando si es que sus padres tuvieron alguna idea.
—Pasaban mucho tiempo con ella —se contestó la pelirroja de manera ensimismada—, seguramente debieron notarlo antes que nadie.
La distancia y el enclaustramiento de su hermana. Su renuente forma de expresar afecto. Incluso su extraño carácter parecía cobrar cierta forma bajo esa nueva perspectiva.
—Debe haber temido que la descubriesen —razonó Anna cada vez más convencida.
La pelirroja torció las cejas al percatarse del enojo irracional que comenzó a subirle por el pecho.
Pero entonces, ¿Por qué no confió en ella?
Anna se giró recostándose de lado, refunfuñó, poniéndose a arrancar briznas de pasto con los dedos de manera compulsiva.
Eran hermanas. Lo único que tenían en el mundo. Se merecía saber. Ella pudo haber compartido el secreto y apoyado a Elsa. Haber crecido con una hermana mayor de paso.
Anna jugueteó con la punta de su zapato sobre la hierba. Reprochando de mala gana la injusticia de todo ese asunto. Pudiendo haberse compartido sus ideales románticos o conversado entre risitas sobre sus enamoramientos juveniles cuando no las vigilaban sus padres. Sonsacarle a su hermana los colores haciéndole preguntas que la abochornaran y le permitieran comprender mejor sus aspiraciones. Hasta pensó que pese a no entender muy bien cómo funcionaba aquello, podría haber cotilleado con ella sobre las jóvenes lindas que se pasearan por la corte con tal de que Elsa se sintiera cómoda dentro de su propia piel.
Pudo haber sido una buena hermana si tan solo se lo hubieran permitido.
Anna sintió que la mirada se le humedecía, se pasó el dorso de la mano por los ojos llorosos.
Pero Elsa la había pasado por alto al escoger a Kyla. A la fascinante extranjera que se mantuvo perdida por diez años y que hasta ahora se dignaba a aparecer. Anna bufó por lo bajo. Claro, era bonita y culta. Y se le había ocurrido llegar así, toda mayor y exótica, con el mundo recorrido solo para seducir a su hermana y engatusarla cada que podía con esa astuta lengua suya.
La pelirroja hizo un mohín de desagrado al pensar que literalmente podía estar ocurriendo aquello bajo el sauce en ese momento.
—Esa traidora...
...
Anna había cumplido los ocho años apenas un par de meses atrás, cuando el Rey Agdar se la llevó a las caballerizas para mostrarle el potrillo fiordo de color dun blanco que le pertenecería como obsequio. El animalillo piafaba alegremente en su cuadra con su suave y gruesa melena recortada perfectamente en media luna. La pequeña pelirroja observaba admirada cómo el diseño de aquella cresta hacía lucir la línea negra (tan característica de la raza) que atravesaba a todo el animal desde el copete hasta la crin y que de cierta forma combinaba con el tono oscuro de sus patas. Le palmeó el fuerte cuello. Estudió los grandes ojos castaños de carácter noble y supo de inmediato que lo amaría todo sobre él.
La joven princesa se había imaginado que sus padres pretendieron que con la llegada de Sitrón, Anna desistiera en sus intentos por acercarse a su hermana si la creatura la distraía lo suficiente, cosa que les funcionó muy bien durante algunas semanas. La chiquilla adoraba a su nuevo corcel, y sus clases de equitación la mantenían bastante tiempo afuera en los terrenos verdes, donde podía disfrutar de la brisa marina y el sol, mientras a Elsa se le instruía dentro del castillo y la preparaban para algún día ser Reina. De todos modos, Anna no dejó de extrañar la compañía de su hermana y con frecuencia deseó que ella pudiera estar ahí a su lado, tan unidas como recordaba habían sido cuando eran más niñas. Constantemente la imaginaba de pie junto a la cerca que delimitaba la pista de obstáculos, sonriente y orgullosa de sus pequeños triunfos, animándola o aplaudiéndola cada vez que manejaba bien las riendas o lograba una desmontada perfecta. Eran el tipo de pensamientos que terminaban por frustrarla y hacer que reclamara a sus padres el por qué Elsa tenía que mantenerse tan distante.
Fue precisamente en una de esas prácticas matutinas de primavera que Anna logró saltar un pequeño fardo de paja a lomos de Sitrón, y la emoción de conseguirlo la llevó disparada al interior del palacio en donde se quedó revoloteando animadamente frente a la puerta blanca de cristales azules que se mantuvo cerrada durante todo su parloteo unidireccional. La pequeña pelirroja no escatimó en palabras con tal de notificar a su hermana la alegría de aquel día. Ilusionada con que tal vez esa fuera la ocasión en la que el pomo girara y los ojos cobalto de Elsa le sonrieran al mirarla.
Pero nada sucedió.
Anna llamó y llamó sin conseguir una sola reacción. Le dedicó a su hermana una larga lista en voz alta de posibles fallas de su parte, disculpándose por cada una de ellas, suplicándole por su perdón hasta que los ojos turquesas se le desbordaron de lágrimas y se dejó caer de rodillas en la alfombra hipando desconsolada, porque por alguna razón había hecho algo tan horrible que Elsa jamás iba a perdonarla.
En eso estaba la pequeña princesa cuando el sonido del cerrojo al liberarse destrancó la puerta, Anna contuvo la respiración con el corazón palpitante cuando la afligida mirada de su hermana mayor la estudió inseguramente desde un resquicio por el que apenas pudo vislumbrarle la mitad del rostro. La muchachilla de casi once años titubeó antes de abrir la boca, pero le habló en un susurro tenue y consolador.
—Anna, por favor no llores... —le dijo ella con los ojos brillantes.
Anna sintió que sus labios temblaban, pero se tensaron ligeramente en una pequeña sonrisa triunfal.
—Elsa...
—¡Elsa!
La princesa heredera ahogo un chillido al escuchar la enérgica voz de su padre y se metió de lleno a su habitación dando un portazo. La pequeña Anna gritó y pataleó frenética en su consternación. Ninguna palabra ni gesto amenazante por parte del Rey la convenció de irse a meter a su cuarto como se lo ordenaba.
La chiquilla pelirroja se escurrió, se perdió escaleras abajo cuando se escabulló por las cocinas y Agdar la perdió de vista.
...
Anna se revolvía en el asiento de forma intranquila esperando que diera comienzo el desayuno. Se había despertado apenas hubieron atravesado los primeros rayos de sol por su ventana. Se sentía sumamente cansada y maltrecha. En realidad, porque no había sido capaz de dormir muy bien pensando que tendría que encontrarse con su hermana y con Kyla irremediablemente, y el tiempo del que dispuso para prepararse para ello le había parecido demasiado corto. La pelirroja contuvo un gemido. Estrujaba entre las nerviosas manos la servilleta de tela que sostenía sobre la falda floreada de color ocre, lo hacía disimuladamente en el puesto que ocupaba frente a la mesa. Dirigía de tanto en tanto, inseguras miradas hacia Gerda y a la puerta. El ama de llaves le estudió los extraños modos por el rabillo del ojo mientras colocaba los platones de crujiente pan recién horneado junto al queso rojo con el que tanto prefería acompañar su té la princesa regente.
Fue cuando las puertas se abrieron de golpe que Anna casi saltó de su silla por lo alterada que se encontraba. Se giró velozmente para apreciar que Kyla iba entrando silbando alegremente. Su falda escarlata brillante (atenuada por el faldón blanco que llevaba encima haciendo juego con su blusón de mangas sueltas) se bamboleaba siguiendo las rítmicas pisadas de sus botines negros. Los largos mechones de cabello se agitaban y se perdían entre la oscuridad de su chaleco de cintas frontales típico de su país. La sabia se sonrió al verla. Anna contuvo el aliento con el pánico subiéndole repentinamente por la garganta, sintiéndose de pronto con la mente demasiado vacía como para responder con elocuencia a cualquier palabra que le dirigieran en ese momento.
—Buen día, princesa. Veo que has madrugado —saludó la morena, ocupando su puesto frente a ella. Anna le dedicó una perturbada inclinación de cabeza que Kyla estudió arqueando las cejas con sumo interés—. Un hábito muy virtuoso de tu parte si me permites celebrártelo —le añadió mostrándole los dientes.
La pelirroja se encogió en su sitio, bebió un trago de agua de forma apurada.
No creía que virtuosa fuera la palabra adecuada para mencionarse en esos momentos. Sus ojos se volvieron dos rendijas, apreciando el gesto desenfadado de la morena que se recargó en el respaldo alto de su silla y cruzó la pierna sobre la rodilla, enredándose un mechón azabache entre los largos dedos. Los ojos violetas parecieron fulgurarle cuando Anna parpadeó contrariadamente.
Kyla curvó los labios en una sonrisa insolente.
—Parece que el final del Ostara ha traído otros vientos consigo ¿no te parece? —soltó con cierta sugerencia lacónica en el tono.
—Los cambios no siempre son para mejor —le espetó la pelirroja de mala gana.
—Es cierto —se burló la sabia entrelazándose los dedos bajo el mentón. Apoyó los codos en la mesa con los párpados caídos—. pero no olvides que fue petición expresa de tu regente hermana para con los dioses.
—Mi hermana no ha salido de este palacio en diez años. Dudo mucho que sepa exactamente qué es lo que desea —pronunció peligrosamente.
Anna y Kyla se sostuvieron la mirada en silencio. Los ojos turquesas de la pelirroja brillaron irascibles y los amatistas de la morena lo hicieron con una especie de divertida intensidad. Gerda fruncía los labios a cautelosa distancia preparando la tetera.
—¡Buenos días! —saludó Elsa solemnemente entrando al salón comedor. Les dedicó una leve inclinación a las jóvenes enfrentadas que la habían estado esperando y que cortaron bruscamente el contacto visual al percatarse de su llegada.
—B -buenos días —balbuceó Anna torpemente concentrándose en algún punto imaginario por sobre el hombro de la regente.
Creía que ya no podría ser capaz de ver a su hermana de la misma forma luego de haberla sorprendido con la sabia en los jardines. O al menos no tan deprisa. Aquello le tomaría un poco más de tiempo.
—Luce adorable esta mañana, alteza —la elogió Kyla educadamente con el semblante alborozado—. ¿Ha pasado una buena noche?
—Me atrevería a decir que sí —le contestó Elsa en el mismo tono, desdoblando su servilleta—. Todas esas actividades y bailes resultaron ser bastante refrescantes —la regente se giró levemente hacia su pelirroja hermana mientras le llenaban el plato con huevos y salmón curado—. Fue una maravillosa idea, Anna —la felicitó, palmeándole ligeramente el dorso de la mano a su hermana. Lo que casi ocasionó que a la muchacha se le desencajara la quijada. Anna disimuló su espanto, metiéndose el tenedor lleno de tocino en la boca.
Kyla se sonrió ante aquello, pero no dijo nada. Apelaba con un gesto encantador a la generosidad del mayordomo que ya le había servido dos cucharadas de patatas salteadas en su plato de huevos revueltos. Le hizo una seña satisfactoria con los dedos cuando el hombre vació una tercera y consiguió retirarse de vuelta a las cocinas de forma perturbada. Elsa meneó la cabeza sonriendo para sí misma. Anna resopló.
—¿Y en dónde te metiste, Kyla? —le espetó Anna a la morena, más tranquila, mientras se limpiaba la grasa de las mejillas—. Luego del halling te perdí de vista justo cuando iba a presentarte a mi buen amigo Anders. Es un niñito adorable y hemos creado bastantes calamidades juntos —explicó—. Sé que le habría encantado escuchar una de tus historias —añadió en una especie de puchero decepcionado.
La pelirroja estudió cuidadosamente a su hermana, quien impasiblemente se puso a beber de su taza de té.
—Bueno —le soltó Kyla balanceando su tenedor con huevo sobre su plato—. ¿Me creerías si te dijera que me iluminé de repente y tuve que corroborar una información en la biblioteca?, pero claro, como me dio hambre bajé a las cocinas y... —miró a ambos lados antes de proseguir en voz muy baja—. Cometí la fechoría de extraer una Suksessterte (tarta de almendras) para zampármela entera —le dijo cuándo hizo desaparecer el bocado del cubierto plateado.
—Eso es una gran mentira —se pensó la pelirroja, mirando ceñuda y con los ojos entrecerrados a la sonriente morena.
—¡Ah, conque fue usted! —la riñó Gerda.
Kyla esbozó una sonrisa picaresca y se encogió de hombros, mientras el ama de llaves la sermoneaba con las manos en la cintura y Elsa usaba su mano enguantada para ocultar su expresión.
Anna parpadeó confusa.
—Bueno, tal vez si fue cierto lo de la tarta, pero...
—Lamento haber perdido la oportunidad de conocer al pequeño —le dijo Kyla a Anna, sacándola de sus deliberaciones—, pero con gusto puedo contarle algún cuento uno de estos días —le sonrió con amabilidad.
—Entre extraer comida de las cocinas y hacerla de cuentista, ¿estás segura de tener tiempo para trabajar? Te recuerdo que aún tenemos mucho por hacer —intervino Elsa dedicándole a la sabia una disimulada sonrisa antes de morder su tostada.
—Por supuesto, Elsa —le respondió Kyla estirándose para tomar la lechera y agregarle el contenido a su café—. Sabes que siempre me las ingenio para tener tiempo para ti —curvó los labios antes de darle un sorbo a la bebida, sosteniendo la taza humeante entre sus dedos entrelazados—. Nunca evitaría prestar mis servicios si la regente de Arendelle llegara a necesitarme.
—Oh dios mío, ¡se están coqueteando! —pensó Anna histéricamente—. Bueno, en realidad se están hablando como siempre, pero oh dios mío, siempre han hecho estas cosas enfrente de todos. ¡Cómo no lo había notado antes!
—¿Anna, estás bien? —inquirió Kyla observándola con preocupación—. Pareces algo acalorada —le sonrió ampliamente esbozando una mueca burlona—. ¿No te habrás pasado de copas anoche, verdad?
—No tanto como tú te pasaste de cariñosa con mi hermana —pensó Anna escandalizada—. ¡Santo cielo, con mi hermana, maldita!
Anna necesitaba salir corriendo de ahí y gritar en algún lado o ir a ahogarse en la laguna de los patos. Las dos opciones le parecieron igual de apropiadas.
Kyla comenzó a reírse histéricamente de la nada e intentó aplacar su alegría llenándose la boca de pan. Elsa y Gerda volvieron a reñirla y Anna solo esperó que la miga fuera lo suficientemente plastosa como para que se le atorara en la garganta.
...
—¿Qué haces ahí arriba?
Anna asomó la cabeza por entre el espeso follaje del Serbal al que se había subido buscando alejarse lo más posible del castillo de Arendelle e inspeccionó con curiosidad. Clavó en el suelo la mirada turquesa que le reveló a una menuda chiquilla de cabello alborotado color azabache y brillantes ojos amatistas que la estudiaba con curiosidad. Llevaba un vestidillo negro de mangas grises, una mascada anudada sobre la cabeza y una mochila de cuero que le venía algo grande. Anna torció las cejas y separó los labios en su estupor al reconocerla.
—¿Kyla?
Habían pasado tres años desde la última vez que la vio, pero resultaba imposible equivocarse. No había cambiado casi nada (a diferencia de Elsa, quién estaba considerablemente más alta) Anna se sonrió. La morena era tan pequeña, que la princesa habría apostado que compartían la misma estatura a pesar de llevarse dos años de diferencia. Contuvo una risita.
Kyla la miró ceñuda como si la hubiera escuchado pensando en voz alta.
—¿Así que te acuerdas de mí, princesa? —sonrió la extranjera cruzándose de brazos. Le arqueó las cejas admirando el trayecto desde la base del árbol hasta la rama en la que Anna estaba sentada—. ¿Por qué te subiste hasta allá?
Las facciones de la niña pelirroja volvieron a tensarse.
—Me escondo y pienso cómo escapar de esta familia —chilló enfurruñada—. La odio.
—No la odias —le sonrió Kyla—. Sólo estás enfadada.
—¿Y tú qué vas a saber? —le espetó la pelirroja volteándole la cara.
—Tengo la corazonada de que así es —respondió alegremente—. Oh, espera.
Kyla se agarró del tronco y comenzó a subir hábilmente hasta que se sentó cerca de Anna en una rama más baja. La princesa le estudió la sonrisa blanca sin dientes faltantes.
—Espero que no te moleste, pero debemos hacer menos ruido si no quieres que te encuentren. Tu papá tiene a la servidumbre y a la guardia buscándote desde que te saliste corriendo del palacio.
—¿Tú cómo sabes eso? —jadeó la niña, agarrándose del rugoso tronco.
—Bueno, es un poco obvio si estás aquí arriba, ¿no? —le explicó encogiéndose de hombros—. Además, eso era lo que se estaban chismorreando en la plaza, así que pensé en buscarte para asegurarme que estuvieras bien. Es una lástima que no ofrecieran recompensa aún por dar contigo —añadió fingiendo pena.
Anna se sonrió ligeramente, pero meneó la cabeza.
—¿Cómo supiste que estaría aquí?
Kyla la observó con esos atentos ojos púrpuras y torció la comisura de los labios.
—Porque este fue el primer árbol que te enseñé a trepar. Lo conoces mejor que cualquiera y el follaje es bueno para esconderse —se puso a mecer distraídamente los pies que le colgaban en el aire—. ¿No vas a bajar?
—No.
—¿Quieres hablar sobre lo que pasa?
—No.
—Bueno —resopló la morena acomodándose en su rama—, podemos quedarnos aquí mirando el castillo con enfado toda la tarde, si eso quieres.
—Sí, lo haré —decidió Anna.
—Bien.
—Bien.
Kyla se puso a rebuscar en su bolsa y sacó un envoltorio lleno de Lebkuchens (galletas de jengibre) Estiró el brazo para tendérselo a la princesa pelirroja que tomó varias entre sus dedos de forma agradecida. Se encontraba hambrienta luego de haber pasado media mañana haciéndose la desaparecida sin prevenir aquella contingencia. Las ramas del Serbal estaban llenas de bayas, pero sabían amargas al no ser todavía temporada de pizcarlas. Las niñas se la pasaron comiendo en silencio por un rato hasta que Anna rompió con la tranquilidad que inundaba la arboleda.
—No sabía que seguías acompañando a tu padre.
—Todavía tiene cosas que hacer en Arendelle aunque ya no se traten los asuntos en palacio —contestó Kyla encogiéndose de hombros—. El Concejo se encarga de lidiar con los extranjeros como nosotros y nos instalan en un lindo edificio ubicado en el centro de la ciudad —pronunció, al pasarse el pulgar por la comisura de los labios para limpiarse las migajas—. Hay una posada cerca que prepara un guiso de ternera y coles muy bueno —le informó con entusiasmo—. Es mi favorito. Es el capricho que siempre le pido a mi padre cuando venimos acá. Por fortuna nunca se ha negado —le dijo con alivio.
Anna torció las cejas sopesando las palabras de la morena.
—¿Así que has estado viniendo a Arendelle todo este tiempo?
—En compañía de mi padre, sí —le dijo con naturalidad.
Anna se mordió los labios como si no comprendiera del todo a esa moza extranjera. De pronto sintió cierta empatía con ella. Las dos compartían el cariño que le tenían a Elsa y ambas se enfrentaban a puertas cerradas que impedían se encontraran a pesar del conocimiento de su cercanía. De todas formas, le pareció más duro imaginar a Kyla haciendo esos viajes por mar sólo para retornar a Corona con las manos vacías. Anna pasó saliva y se sintió más afortunada de al menos saber que su hermana se ocultaba en la habitación contigua a la suya y no a cientos de kilómetros en otro reino inaccesible.
—¿Por qué hacerlo? —susurró Anna desconcertada.
—¿Por qué no? —contestó sonriente la trigueña.
—¿Cómo te escabulliste hasta acá? —inquirió la pequeña pelirroja cayendo en cuenta de aquel hecho.
—No es tan difícil —se jactó la morena agitándole la mano, pero sin responderle la pregunta.
Anna hizo una mueca enfadada. No le gustaba quedarse con la duda, pero tampoco le agradaba insistir. Era una princesa después de todo. Estudió a la morena que sonreía confiadamente, levantó la vista hacia el castillo amurallado de Arendelle.
—¿No te meterás en problemas si te atrapan? —le susurró, interpretándole las intenciones.
—No me importa —contestó con la mirada violeta cargada de decisión.
—¿Kyla, que vas a hacer? —le soltó con un timbre preocupado en la infantil voz.
La niña sonrió, la miró por sobre el hombro cuando una brisa ligera le agitó los revueltos mechones oscuros.
—Lo mismo que tratas de conseguir tú, Anna...
Los ojos turquesas de la pelirroja se abrieron muy grandes sin perder el contacto que hacía con los orbes amatistas de la esquiva extranjera.
—...Yo también quiero ver a Elsa.
...
—¿Entonces conociste personas interesantes en tus viajes, Kyla? Casi no hablabas de eso en tu correspondencia.
Anna sostenía un manojo de cartas entre sus manos mientras la morena parecía sopesar de forma concentrada cuál de todas arrebatarle.
Las tres muchachas habían estado en el estudio de Elsa jugando Mjölnarmatte (viejo andrajoso) con un mazo de naipes. Todas las cartas habían sido repartidas ya y un pequeño montoncito de tarjetas pares ocupaba el centro de la mesa ante la que estaban acomodadas. La morena se sonrió y seleccionó una carta de la mano de Anna, la cual resultó tratarse de un inofensivo siete de espadas que hizo juego con el de tréboles que ya tenía ella. Arrojó ambos naipes a la pila. La pelirroja contuvo un chillido iracundo.
Era como si la maldita sabia siempre supiera en dónde acomodaba ella el bufón.
—Se conocen muchas personas cuando se viaja —contestó Kyla encogiéndose de hombros—. Es placentero.
—No lo dudo —bufó Anna. Aprovechando el dos de corazones que acababa de quitarle a su hermana para reacomodar sus cartas.
—Anna... —le chistó su hermana tranquilamente.
Elsa, por su parte, se veía de un buen humor que resultaba bastante chocante. La rubia soberana se decantó a su diestra para escoger un naipe de manos de Kyla. Anna giró los ojos cuando las vio sonreírse tontamente en el proceso. La regente eligió una jota de diamantes con la que hizo un par y le dedicó un animado trago a su taza de té helado sin poderse creer la suerte que parecía estarle sonriendo durante aquella partida. La pelirroja se resbaló en el asiento y se jaló las trenzas. Si tan sólo no le resultara tan descabellado, juraría que la sabia de algún modo le estaba proporcionando a Elsa todas las cartas que le servían.
—Espero que hayas mezclado mejor tu mano esta vez porque te perfilas a ser la Mjölnarmatte en este juego, Anna —le advirtió Kyla moviendo rápidamente los dedos en el aire en actitud predatoria.
—Mejor en el juego que en la vida real. —respondió la pelirroja haciéndole una mueca a la sabia que solo esbozó una amplia sonrisa, divertida.
—Anna... —le advirtió su hermana, barajando sus propias cartas.
La pelirroja princesa se tensó, trató de componer un gesto solemne e impasible, mientras internamente chillaba de emoción al ver que la mano de Kyla toqueteaba la esquina del naipe del bufón.
—Tómala... —se decía, como si eso fuera a hechizar el juicio de la sabia y hacer que le quitara la fea carta que nadie quería—. Tómala... ¡Tómala!... ¡TÓMALA!
Kyla se sonrió ligeramente y jaló la tarjeta al tiempo que Anna se levantaba del asiento y gritaba triunfal.
—Bueno, al menos sabemos en manos de quién está el bufón ahora —exclamó Elsa, sonriente mirando de reojo a su histérica hermana que pataleaba en su silla entre risitas emocionadas. Se giró hacia la sabia que se encogió de hombros. Le dedicó un gesto de burla disimulada—. Espero no correr demasiado peligro ahora.
Kyla le contestó con una expresión alegre y barajó sus naipes. Se los tendió a la regente y esperó apaciblemente a que la joven rubia seleccionara una. La muchacha arqueó la ceja al ver la tarjeta. La sabía le guiñó.
Anna todavía no toleraba bien aquello. No sentía que nadie pudiera ser nunca merecedor de su hermana. Ni príncipes, ni duques ni condes. Mucho menos una mujer sin posición ni título, con los antecedentes y el ritmo de vida de una artista itinerante, que quién sabe en qué clase de tugurios prefiriera trasnochar. No le restaba el mérito de haberse dedicado la vida a quemarse las pestañas con el fin de ser una académica; pero por algo la Orden tenía ciertas normas que no estaban resultando muy claras ahí.
—Estaba pensando que es curioso ese asunto de que los sabios no se puedan casar —dijo Anna, mordiendo un trozo de cecina de venado al estudiar a la pensante morena que sopesaba su mazo.
Aguardó que Kyla le quitara una carta. Una reina de corazones con la que bajó otro par a la pila.
—En realidad si pueden hacerlo —contestó ella distraídamente, revolviendo sus cartas—, pero un sabio no puede legar posesiones, (obedece a la idea de que el impulso de querer proteger a una familia, generaría ambición, lo que corrompería a un consejero que podría actuar por sus intereses y no los de su señor), así que terminar con uno de nosotros es un negocio muy malo a largo plazo.
Kyla se sonrió culposamente. Le dio un sorbo a su copa de akevitt y se estremeció por el golpe del alcohol en su garganta. Elsa contuvo una risita que la trigueña le celebró. Volvió su atención a la pelirroja princesa que la escuchaba atentamente.
—Aun así, no está prohibido tener pareja o celebrar uniones, pero a menos que se cuente con algún mecenas que acoja a un sabio con familia, por lo general se quedan solos. Son casos muy raros en realidad, aunque bueno, los Frei somos buen ejemplo de esa excepción a la regla.
—Ya —la cortó Anna en comprensión—. Es que de otra forma... —barrió con la mirada turquesa a su hermana y luego a la morena, mordiéndose los labios—, bueno, como no existe alguna ley de celibato en la orden, es como que los sabios podrían terminar haciendo lo que quieren en ese aspecto, ¿no?
Elsa apretó la mandíbula con los ojos fulgurantes. Toda la figura de Kyla se puso rígida en un segundo cuando los ojos violetas se le abrieron como platos.
—¡Anna! —le soltó Elsa severamente—. Te exijo inmediatamente que retires eso —le espetó peligrosamente. Anna resopló.
—Pero es cierto, Elsa. Todo el mundo lo sabe —replicó la pelirroja indignándose ante la orden de su hermana.
Elsa cerró los enguantados puños. Kyla miró de reojo la capa de escarcha que comenzaba a formarse en los cristales de sus bebidas. La morena se aclaró la garganta con disimulo.
—Elsa...
—¿Por qué te molesta tanto de repente? —soltó Anna con el gesto contrariado—. No es como si tú tampoco estuvieras enterada. También hay una Academia en Arendelle.
—Esa no es forma de dirigirse a un invitado nuestro —repuso la regente poniéndose de pie—. Que decepción para nuestros padres esa tonta boca tuya que no sabes cerrar nunca.
Anna desencajó la quijada y contuvo las ganas de responderle a su alterada hermana mayor a la que por primera vez vislumbró bajo una luz irracional y amenazante.
—Haz el favor de retirarte. Hablaremos después sobre esto —le dijo con dureza.
Anna separó los labios, pero Kyla se movió velozmente hacia ella y la tomó débilmente por el codo. Le meneó silenciosamente la cabeza a la enfadada menor. La pelirroja bufó, pero asintió, zafándose del toque de la sabia.
—Lo siento —le murmuró por lo bajo.
La morena le devolvió la inclinación y la princesa salió del estudio dando un portazo.
Kyla se giró hacia Elsa quien se había dejado caer en su silla maldiciendo para sus adentros. La temperatura había descendido al punto en el que la sabia podía ver su aliento en volutas de vaho que le escapaban de los labios. Se sentó junto a la regente y le pidió permiso con la mirada antes de colocarle una mano sobre la tensa espalda que acarició con cuidado y afecto.
—Tranquila —le susurró la morena—. No pasa nada. Respira profundo y relájate.
—Disculpa —le dijo la pálida muchacha apenadamente—. Por poco lo arruino todo, ¿no?
—No, Elsa. Está, bien. No debes culparte por nada. Déjalo así.
—Pero si prácticamente ha insinuado que tu-
—Es tu hermana —la cortó Kyla—. Ella cruza por sus propios cambios. Sé que en el fondo lamenta lo que sucedió. Además... esa es la idea que todos se hacen de los sabios de todos modos —le sonrió ligeramente acariciándole la helada mejilla—. Tendría que ir golpeando a todo el que me ve la cadena de oro prendida por el cuello si hiciera caso de lo que piensan los demás. No me importa. En serio y a ti tampoco debería afectarte.
Elsa miró los honestos ojos amatistas brillando en ese gesto abnegado de la morena y logró conmoverse. Movió su cuerpo hacia la sabia, aferrándose a su cálido abrazo. Escuchándole el golpeteo de su pecho y la pesada respiración que consiguió infectarla haciéndole padecer el mismo mal. Buscaron sus labios hasta que lograron unirlos en un profundo beso con el que ambas pretendieron consolarse.
Entre ligeros suspiros y tímidas caricias, el ambiente de aquel noble despacho retornó lentamente a ser verano.
Kyla sonrió ante ese hecho cuando se separaron, aunque era consciente que Elsa no podía notarlo. Miró dentro de esos ojos cobaltos que no hacían otra cosa que reflejar que estaba permitiéndose bajar la guardia para amarla.
—¿Quieres ver un truco de cartas interesante que hacemos los sabios? —le preguntó animadamente a la regente que sostenía entre los brazos y que le asintió devolviéndole la misma sonrisa que le dedicaba ella.
—Si quiero.
—Bueno, ven acá —pronunció la morena tomando a la joven rubia de las enguantadas manos—. Vamos al sillón. Necesito usar mi juego porque los naipes son distintos.
Elsa arqueó las cejas, pero la siguió de todos modos. Se colocaron en los suaves cojines donde Kyla rebuscó en su mochila de viaje hasta dar con una bolsa de tela negra de la que sacó una cajita larga de madera. La regente observó cómo la sabia extraía ceremoniosamente un montoncito de cartas que comenzó a mezclar hábilmente entre sus largos dedos trigueños.
—¿Has escuchado alguna vez sobre el Tarot?
—Sé que es una especie de método de adivinación —respondió la regente encogiéndose de hombros—. ¿Acaso eres una de esas misteriosas damas egiptanas que realizan prácticas esotéricas a incautos que no saben en qué creer? —le soltó escandalosamente.
—De algo hay que vivir cuando no hay cobres y el camino es largo —se sonrió sin pena, la morena.
—Y seguramente los ojos violetas son un buen gancho.
—Nunca fallan —le concedió la sabia—. Bueno, esto es lo que haremos. Parte las cartas y mézclalas a tu antojo. Toma el tiempo que quieras.
—Muy bien —sonrió la regente al seguir la indicación. Kyla la observaba tranquilamente jugueteando con sus pulgares.
—Ahora deja el mazo en la mesita y toma tres cartas, del sitio que quieras y colócalas boca abajo en la mesa. Luego mirarás cada una, me describirás el dibujo y yo te diré qué es lo que significa.
Elsa sonrió incrédulamente, pero le asintió a la morena. Levantó el primer naipe y se aclaró la garganta.
—Veo a una mujer hermosa vestida con ropas finas sentada ante un campo de trigo. En su mano sostiene un cetro dorado y un escudo reposa a sus pies. A su espalda un riachuelo se pierde en la espesura de un bosque.
—Es La Emperatriz —dedujo Kyla sin inmutarse—. Era casi de esperarse que sacaras esa. Representa a una persona inteligente y creativa. A una mujer fuerte y de gran personalidad —la morena apreció cándidamente el color que le afloraba a la regente en las pálidas mejillas y prosiguió—. Generalmente indica que habrá fecundidad y abundancia. Pero en tu caso es evidente que se refiere a que dentro de poco serás la Reina.
—No sé qué habría hecho si la carta no me lo hubiera informado —se burló la rubia. Kyla le hizo un mohín.
—Mira la otra —la apuró.
—Una mujer sin ropajes está arrodillada al borde de un río. Tiene un pie en el agua y otro sobre la tierra. Encima de su cabeza hay una gran estrella amarilla de ocho puntas. Junto a esta, otras siete estrellas menores, de color blanco, también lucen en el cielo claro. La mujer sostiene jarras en sus manos, cada una vierte su contenido en un sitio distinto.
Kyla sonrió y se enredó los dedos en un mechón azabache.
—La Estrella —se dijo ensimismada. Elsa alzó una ceja. La morena titubeó—. Es una carta buena —le explicó inmediatamente—, significa que sea lo que sea que te aflija, hay esperanza. Lo que sea que quieras, lo conseguirás al final —Kyla observó las dos cartas sobre la mesa—. Al juntarla con la carta de la emperatriz, explica que tienes una presencia femenina que siempre está cuidando de ti.
Elsa miró a la sabia sonreírse por lo bajo y se mordió el labio, absorbiendo el significado de todo aquello.
—Seguramente debe ser una admiradora. ¿Puedo saber si es linda?
—¿Linda? ¡Es un monumento esa mujer! —le gesticuló indignada—. Créeme, Elsa. No tienes nada por qué temer. Esa sensual diosa te tiene cubierta.
La regente dejó que la risa le abandonara la garganta, pero tomó la última carta. Torció las cejas al describirla.
—Parece ser una lámina sobre Adán y Eva en el jardín del edén. Están la serpiente y el fruto prohibido en ambos extremos. La figura de un ángel se yergue luminosa al centro.
—Los enamorados —pronunció Kyla mirándola fijamente con el corazón apretándosele en el pecho—. Vas a conocer el amor de verdad —le explicó en un susurro que intentó sonara profesional.
Elsa estudió a la trigueña que hasta hace poco se había mantenido al margen y como un completo misterio. Siendo suya solo en sueños y esquivando olímpicamente toda oportunidad de abrirse con ella. La sabia le devolvía en ese momento una expresión tan vulnerable y esperanzada, que la regente no pudo evitar pensar que la morena cargaba el peso de un sentimiento que había llevado dentro por muchos años, pero que por algún motivo no se permitía exteriorizar. Meneó la cabeza ligeramente al sonreír para sí misma.
No creyó que pudieran ser tan parecidas.
Kyla se inclinó sobre la mesa y recogió los naipes, entreteniéndose en la tarea de mezclar nuevamente la baraja con un entusiasmo introvertido.
Unos fríos dedos blancos como la nieve la frenaron cuando se posaron sobre su mano que se paralizó en un instante.
—¿Elsa?
La morena levantó la vista para encontrarse con la de la rubia que le sonreía reservadamente pese a haberse sacado los guantes y emanar un nerviosismo que Kyla sabía que intentaba dominar.
—No las guardes aún —le pidió afectuosamente—. Quiero ver qué dicen esas cartas sobre ti. Enséñame.
Kyla abrió y cerró la boca ante la perspectiva de aquello. La regente la miró con sorna.
—No vas a hacer que la futura Reina de Arendelle te suplique ¿o sí?
—No me atrevería —admitió la trigueña angustiosamente.
La sabia arrugó la frente un momento en su concentración, pero le asintió a la joven regente que se frotó las manos conteniendo una risita infantil y que la observó atentamente mientras se ponía a barajar los naipes.
—Haremos lo mismo. Tú me describes la figura y yo la interpreto, solo que esta vez, yo sacaré mis propias cartas sin mirarlas.
Elsa le asintió en su comprensión. Kyla tomó aire, separó una tarjeta del mazo, sosteniéndola frente a su cuerpo. Esperó que la joven rubia que tenía sentada al extremo opuesto de la mesa comenzara a describírsela. La princesa arqueó las cejas castañas antes de separar los ojos de la carta para mirarla a ella.
—Se parece un poco a ti —le dijo animadamente—. Un joven de mirada soñadora y extravagante atuendo camina por un terreno montañoso iluminado por el sol. Lleva una bolsa con sus pertenencias al hombro y una flor blanca en la mano. Un pequeño perro parece querer acompañarlo.
—Es... El Loco —explicó la sabia, acariciándose las palmas—. Representa el espíritu. El inicio en el estado más puro de las cosas. Ilusiones e ideales con posibilidades infinitas. El aventurero que al vagabundear busca llenar toda su existencia con la mirada puesta en la lejanía.
Elsa pareció deleitarse con la respuesta.
—¿Y por qué nombrarlo de manera tan negativa? —inquirió revisando nuevamente la imagen.
—Porque el loco sueña sin mirar que hay un barranco bajo sus pies —contestó la morena—. Aunque este animalito de aquí que llama su atención, bien puede ser la sabiduría que lo libra de caer o... aquellas cosas con las que se termina distrayendo en el camino —añadió con el rostro tintándosele de un indiscreto carmín.
—Ya veo... —le contestó Elsa sonriendo perversamente—. Saca otra.
La sabia respiró profundamente y sus largos dedos se cerraron en torno a una carta que sacó rápidamente. Se la mostró a la divertida regente que la recorrió con los ojos cobaltos concentrados.
—Una Reina de manto blanco y cubierta de flores mantiene cerradas las fauces de un fiero león sin parecer esforzarse en tal hazaña. El símbolo del infinito le flota sobre su cabeza coronada. Ella parece sonreírle con piedad a la bestia.
Kyla se tensó completamente, se dobló sobre las rodillas, evidentemente mortificada. Se cubrió el rostro con las manos, meneando la cabeza y maldiciendo en un atormentado y veloz germánico que Elsa aun así le comprendió. La regente sonrió ante el descontrol que el significado de la tarjeta le estaba provocando a la morena que tardó algunos segundos en dejar de tartamudear, cambiando entre idiomas antes de decidirse por uno solo.
—La Fuerza. Esa... bueno, es... —Kyla comenzó a ruborizarse notoriamente y a esquivarle la mirada a la regente—. ¡Dios mío!... Ah... ¿Tenemos que estar haciendo esto?
—¿No te gusta? —inquirió Elsa, apoyándose las mejillas en las manos—. La verdad, yo creo que esto es interesante.
Kyla se retorció en su asiento ahogando un gemido.
—Es... demasiado personal —chilló avergonzada.
—¿Más de lo que puede revelar públicamente esa cadena tuya? —respondió la regente arqueando una ceja, burlonamente en su estupefacción.
—Portarla es el recordatorio de que nunca vamos a pertenecerle a nadie, la carta dice un poco más que eso —contestó ceñudamente la sabia con un dejo de pesar en la voz.
Elsa se irguió en el asiento acojinado y se puso de pie, rodeando la mesa que las separaba. Se sentó inquietamente en el pequeño mueble de madera, colocándose las manos sobre las rodillas. Estudió la expresión de la sabia desde mayor cercanía.
—¿Eso es lo que piensas cuando la ves? —le inquirió, refiriéndose a esa atadura con el emblema del Sol que ahora entendía debía pesarle lastimosamente sobre el pecho a la sabia.
—Creí hacerlo —respondió ella, desviando la vista hacia su diestra, en donde la ventana lucía un despejado cielo azul.
Viajando de un lado a otro sin llegar a un sitio al que pudiera llamarle hogar. Con la incertidumbre de lo que encontraría al final del viaje. Así había vivido Kyla todos esos años. Con angustias, dolor y cargas que había decidido llevar a cuestas sola con esos ojos que podían ver más allá de simplemente la verdad. Elsa no entendía cómo; pero de alguna forma lo supo. De algún modo su propia mirada cobalto logró vislumbrar ese extraño fulgor irregular que rodeaba la figura de la trigueña. Silenciosamente, flotaron dentro de su mente esas ideas que tanto estaban apenando a la sabia sobre "el arcano de la fuerza", y ella misma se turbó al descubrirlo. En su cabeza cobró mucho sentido. Así como en su cuerpo fueron patentes esos deseos que Kyla reprimía y aun así estaban logrando alcanzarla como si la morena realmente se encontrara tocándola.
El corazón de la joven princesa le martilleó en el pecho cuando su visión retornó a la normalidad y ese efecto terminó tan rápido como le había llegado.
Elsa estiró el brazo y tanteó con los dedos la superficie del medallón dorado, asimilando la intensa mirada amatista de Kyla que seguía atentamente sus movimientos. Encerró la cadena brillante en un puño que tiró ligeramente del cuello de la morena. Se inclinó hacia ella y le sonrió con las intenciones patentes en los ojos ennegrecidos que le congelaron el aliento a la trigueña en la garganta.
—Tú eres mía... y quiero saberlo todo sobre ti... —le susurró la regente a la sabia en el oído con un suspiro de aire helado que consiguió que Kyla se estremeciera casi dolorosamente por el arrebato que sintió gestándosele en las entrañas.
No necesitaba que se lo dijeran en voz alta para estar consciente de lo mucho que le gustaba la idea de Elsa poseyéndola.
—Dioses...
Elsa interpretó el entorpecimiento de la morena, tomó asiento descarada, pero elegante sobre las piernas de la sabia. Le apartó cariñosamente ese mechón rebelde que siempre le caía sobre la nariz y se apiadó de ella al pasarle cuidadosamente la mano helada por la mejilla ardiente.
—¿Entonces? ¿Qué significa? —preguntó con inocencia.
Kyla pasó saliva pensando que si soltaba las cartas que tenía en las manos, cerraría los dedos entorno al cuerpo de aquella bribona regente para levantarla en brazos y llevársela a la privacidad de sus aposentos reales. Tal vez entonces comprendería el valor de la carta que la había estado salvando del fuego con el que tanto ansiaba quemarla.
—Es... a-autocontrol —soltó la trigueña sintiendo que se perdía en ese delicioso aroma mentolado de la princesa de Arendelle.
—¿En serio? —dudó esta, apreciándole los oscurecidos ojos a la morena—. Porque no parece estarte yendo muy bien con eso justo ahora.
—Porque estás abusando de tu poder sobre mí, alteza...
—¿Eso hago? —respondió sugerente.
—Y de forma bastante cruel.
—Entonces... ¿La Fuerza? —comenzó Elsa.
—La Fuerza... —prosiguió Kyla—. Es el dominio de la mente sobre lo material... Eh... la firmeza necesaria para avanzar sin dilaciones y lograr un fin.
—¿De verdad? —se sonrió la regente ante ese elegante intento de la sabia por atenuar el escandaloso concepto—. Por cómo te estresaste antes, habría jurado que la carta hacía mención a algún tipo de represión sexual o algo parecido.
El gesto de silenciosa humillación de Kyla resultó tan hilarante que Elsa casi estalló en una carcajada histérica, pero se contuvo permitiéndole atesorar los pedazos de dignidad que pudiera reunir luego que esa traicionera lectura de cartas se la hubiera destrozado de esa forma tan contundente.
—Hey, no te lo tomes en serio —le recomendó la regente, rodeándole el cuello a la rígida morena con los brazos.
—No lo hago —trató de componerse la sabia.
Los helados labios pintados de carmesí de la pálida princesa flotaron fantasmalmente por sobre el cuello y la mandíbula de la trigueña, lentamente, plantándole tenues besos sobre la cálida piel. Como si tratara de compensarle aquel mal trago de antes. Percibió las manos de Kyla cerrándose alrededor de su cintura y un alucinante escalofrío le recorrió la espina cuando la sabía la aferró contra sí. Elsa detuvo su ascenso sobre la boca entreabierta de la morena. Las comisuras de sus labios se tensaron en una sonrisa apenada cuando se detuvieron a escasos milímetros de rozarle la piel con su suavidad.
—Tengo que reunirme con el Concejo. —informó Elsa con una timidez tan desleal que la sabia casi cerró en puños los tensos dedos.
—¿A-a-ahora? —exhaló Kyla desmayadamente.
—Lo siento —le contestó torciendo las cejas al morderse el labio en disculpa.
La sabia la liberó resignadamente de su agarre, Elsa se incorporó de su regazo, plisándose la falda y dirigiéndose al asiento en donde había dejado sus blancos guantes. Kyla retomó el mazo de cartas que había dejado a un lado, comenzando a barajarlo distraídamente mientras observaba a la joven noble enfundarse los dedos en la seda.
—¿Nos vemos para comer? —le soltó Kyla casualmente. Hizo una mueca dolorida. Esperaba no haberse escuchado tan desesperada.
—Tengo la tarde un poco ocupada —respondió Elsa. Le sonrió amablemente al notar el gesto de decepción que le ensombreció la expresión a la extranjera—. ¿Pero tal vez para cenar? —le añadió prontamente.
—Es una cita, alteza —canturreó la sabia guiñándole un ojo.
—No, no lo es —le contestó ella al retornarse para besar a Kyla en los labios. Le respondió el guiño a la morena que se quedó sonriendo estúpidamente incluso después que la regente hubiera abandonado jovialmente aquel despacho.
Kyla se recargó en el sillón exhalando un suspiro satisfecho, pasándose el borde de una de las cartas por encima de la boca sonriente.
—Necesitaré comprar tabaco más fuerte a este ritmo con esta mujer...
La tirada no le había dicho nada que no supiera de antemano. La carta del loco y la fuerza juntas, significaban que estaba viviendo una pasión desmedida por alguien.
La sabia bajó la mirada, giró el naipe que tenía en la mano, un joven rubio de cabeza iluminada, contemplaba pasivamente su situación, se mantenía pendiente, cabeza abajo, de dos troncos de árbol cruzados transversalmente. Tenía las manos en la espalda y sus piernas formaban un número cuatro invertido.
Los ojos amatistas de Kyla se dilataron conociendo de sobra el significado de aquella lámina dada la situación en la que se encontraba.
—El colgado.
La morena suspiró, se pasó la mano por el cabello. Apartó la tarjeta aturdidamente, colocándola en el mazo.
No quería tener que pensar en eso antes de que debiera hacerlo.
...
Anna nunca en la vida fue una hermana problemática. En verdad muchas veces había tenido que confesar que pecaba de soberbia al considerarse una Arnadarl ejemplar. Era atenta, optimista, valerosa y servicial. Si Elsa le hubiese pedido que la sorprendiera con un salto, ella le habría respondido entusiastamente pidiéndole una altura estimada para complacerla. Sabía muy bien que no existiría nada que no pudiera hacer algún día por su hermana mayor y lo sentía tan intensamente que podría haberlo jurado por la memoria de sus padres, por ella misma, por Sitrón, por Juana de Arco y por la promesa de no volver a tocar un krumkake el resto de su vida.
Pero simplemente no podía controlar el impulso de portarse mezquina con Kyla. Había tratado de evitarla desde el altercado con el juego de naipes y era consciente que su hermana y la sabia se mantenían ocupadas en asuntos propios la mayor parte del tiempo; pero no entendía por qué se enervaba tanto cuando llegaba a ver a la extranjera deambulando por la ciudadela silbando alegremente con un montón de paquetes embalados, yendo a la ciudad a hacer alguna diligencia para Elsa, visitando la Academia de Arendelle, o conversando alegremente con Gerda o Kai en el solar. Vaya a aquellas alturas, hasta verla comer la sopa le molestaba, y ni hablar de cuando podía encontrarla en el exterior leyendo algún pergamino mientras fumaba su asquerosa pipa.
Quizá tenía que ver con que aun así se imaginara que la sabia tuviera las maneras para encontrarse a solas con su hermana.
No le constaba. No las volvió a pillar como en aquella ocasión del sauce, pero sí las notaba ausentes en determinados momentos, y las conversaciones durante la cena transcurrían en alegres e insinuantes frases que solo la fastidiaban. Llegó al punto en el que decidió tomar sus comidas en su alcoba con el pretexto de que ahí el ambiente estaba más fresco, pese a que el calor del verano se sentía igual en todos los rincones del castillo.
En realidad, todo comenzó por accidente; porque planearlo antes le habría resultado imposible. Kyla siempre había tenido ese molesto aire de anticiparlo todo, y aún de niñas, gastarle alguna broma o sorprenderla se convertía en una tarea que la mayoría de las veces terminaba siendo infructuosa.
Pero algo extraño estaba pasando con ese agudo sentido suyo que la tenía siempre tan alerta.
Anna notó a la sabia aletargada y torpe la tarde que chocó con ella en el rellano de la escalera y la hizo tirar un montón de libros que llevaba apilados en las manos. El pequeño evento podría haber pasado desapercibido para cualquiera, pero no para Anna. Porque sabía que Kyla no era así, ella siempre lo esquivaba todo como si se tratara de un astuto zorro que no se dejaba atrapar y ni siquiera cometía pequeños descuidos mundanos como esos, pero ahora más bien parecía un oso a punto de ponerse a hibernar, se pensó la pelirroja cuando ayudó a la sabia a poner en orden sus cosas y le estudió aquel relajado semblante. (retirándose rápidamente al terminar con aquello y recordar que se suponía estaba enfadada con ella)
—Tal vez el amor la estaba embruteciendo —razonó divertida.
Anna intentó probar su teoría e hizo que uno de los mayordomos llamara a su habitación y le informara que su alteza Elsa quería encontrarse con ella en los jardines, (con la indicación de que transmitiera el mensaje y se retirara velozmente para que no le obstruyera a la pelirroja el hilo que había tensado a los pies del marco de la puerta) La caída que se dio la morena cuando azotó en la alfombra fue monumental, pero la sabia se quedó rodando sobre el tapete riendo como una lunática en lugar de dolerse por el golpe. Anna ahogó sus risitas, tratando de no contagiarse con las carcajadas de Kyla, pero para ese entonces ya había encontrado cómo entretenerse.
Fueron una sucesión de maldades viles, planeadas con sarna y deshonrosas intenciones, pero que la llenaban de un placer indescriptible cuando eran exitosamente ejecutadas. Kyla no siempre era engañada y Anna aprendió a darse cuenta cuándo era un buen momento. Generalmente coincidía con las ocasiones en las que su hermana estaba muy ocupada como para encontrarse con la sabia o cuando la morena retornaba de alguna salida que le tomara algunos días completar.
También tenía que ver mucho su olor. Cuando la sabía olía a canela y su aliento era mentolado, Kyla estaba avispada y no caía en ninguna treta, pero cuando despedía un olor fuerte a tabaco mezclado con fósforo quemado:
Le podía hacer lo que quisiera.
La chorreó de tinta que le estallaba en la cara, le cambió las lociones por melaza, le ocasionó sustos mortales cuando la emboscaba al final de los corredores y hasta le metió un pedazo de fósforo en la cazoleta de la pipa que emitió una llamarada que casi la hizo caerse de la silla cuando se le ocurrió fumar en la biblioteca.
Pero la sabia nunca pareció molestarse por nada y solo aceptaba las fechorías con un humor bastante inyectado de entusiasmo que a ella le enfadaba más.
Anna tuvo que admitir que sintió un poco de pena cuando le llenó el guisado con aceite de ricino y la sabia se la pasó varios días encerrada en su alcoba muriendo entre violentos ataques de vómito y retorcijones. El macilento aspecto de la morena que con varios kilos menos se arrastró a las cocinas para comer un triste plato de avena con miel directamente de manos del cocinero, casi la hizo desistir de seguir con las agresiones.
Casi.
El ataque en sus alimentos debió encender alguna clase de fuego vengativo en Kyla que se había mantenido dormido hasta ese entonces porque una vez que se hubo recuperado, decidió arremeter en pago por la afrenta la mañana en la que Anna se despertó chillando histéricamente con la revuelta cabellera llena de un musgo de olor pestilente y toda una familia de lemmings que hacían nido dentro.
Fue así que comenzaron su guerra de bromas pesadas en el silencioso y mutuo pacto de nunca tratar el verdadero problema de raíz. A la vez que en cada ocasión se vieron bastante capaces de explicar ante Elsa sus desafortunadas torpezas y excentricidades.
Aunque ahora que lo pensaba bien, (mientras aguardaba que Kyla subiera la escalera y se vaciara una cubeta de gelatinoso contenido encima) Anna sabía que se había excedido. Estaba al tanto que ni la extranjera ni su hermana habían planeado quererse, y molestándose de esa forma con la sabia solo se aseguraba de fastidiarse el poco tiempo que podía convivir con Elsa. Se mordió el interior de la mejilla. Tal vez, si dejaba de emberrincharse como una niña pequeña, ella y Kyla podrían hacer las paces y compartir el cariño de Elsa, porque...
—¡Argh! ¡Scheiße! (¡mierda!)
Anna chilló en pánico y salió corriendo rumbo al piso superior. Kyla se sacó de la cabeza un balde que terminó de escurrirle hasta la última gota de una babosa sustancia transparente que le provocó arcadas y casi la hizo vomitar ahí mismo.
—¡Kyla, qué rayos te pasó! ¿Estás bien? —le exclamó Elsa al encontrarse con la sabia despatarrada en el rellano e intentar ayudarla pese a las señas negativas de la morena que le pedía lejanía.
—Creo que me levanté del lado incorrecto de la cama... —jadeó agarrándose del barandal para levantarse—, desde hace algunas semanas...
Elsa miró los rastros de aquel artilugio y apretó los labios.
—Es Anna, ¿verdad? —soltó con disgusto—. Sabía que iba a resentirse por la atención tarde o temprano. Hablaré con ella.
—No —la frenó Kyla, temblando en ese charco sucio—. No seas dura con ella. Anna lleva años tratando de acercarse a ti sin conseguirlo. Enfadarte por mi causa no va a hacer ningún bien.
Elsa se mordió el labio, concediéndole el punto a la trigueña.
—¿Y qué propones? —espetó con sus ínfulas de soberana agraviada—. Tampoco voy a permitir que esté haciendo estas cosas. Es una princesa y ya está lo bastante mayor como para esas niñerías. De hecho, ni siquiera tú deberías haberle seguido el juego en nada de esto, ¿en qué pensabas?
—Olvidaste decir que te duele profundamente ver que soy el blanco de su enojo —le añadió Kyla, limpiándose la cara con un pañuelo que se había sacado del bolsillo.
La regente ablandó el gesto que había mantenido tirante al observarla.
—Sabes que es así —le contestó suavemente.
—Lo sé —le asintió Kyla al sonreírle—. Deja que yo hable con ella —le pidió resueltamente—. Después de todo siempre he sido como la hermana de en medio aquí entre nosotras.
—¿Eso no nos pone en una situación extraña, hermana? —le soltó la regente, devolviendo la sonrisa de manera sugestiva.
Kyla se llevó la mano a la mejilla e hizo la pantomima de abanicarse mudamente con su pañuelo sucio.
—¡Que escándalo! —soltó en un pomposo gemido fingido—. Sabía que eras la retorcida de las dos —añadió acusadoramente—. Siempre son los primogénitos. Aunque que seas albina ya me había dado una pista.
Las dos se sonrieron, pero Elsa no se movió de su sitio a pesar de que su cuerpo se había inclinado ligeramente para encontrarse con la sabia. La repelió más el hedor que emanaba la desafortunada morena, que se encogió de hombros y ya había iniciado su descenso por la escalinata.
—Iré a tomar un baño —le informó tranquilamente—. O tal vez doce —corrigió, olfateándose el cuello de la blusa.
—Es espantosa esa peste, ¿Qué era? —preguntó Elsa, al inclinarse sobre la cubeta volcada.
—No quería imaginarlo, pero creo que es sosa de lutefisk —respondió la morena dolorosamente.
—Ay, Dios mío, ¡qué horror!... —soltó la regente acariciándose las manos ansiosamente—. De verdad lo siento mucho. Te lo compensaré de algún modo.
La sabía se giró ligeramente y le compuso una mueca ladina entre sus mechones de cabello endurecido.
—Claro que lo harás —le sentenció alegremente.
...
—Hagamos esto —propuso Kyla animadamente—. Entre tú y yo, ayudaremos a Elsa. Serás mi informante.
—¿Tu informante? —repitió la pequeña pelirroja arqueando las cejas.
La morena le asintió acomodándose bien en su rama del Serbal.
—Sí, porque habrá muchas cosas que Elsa no querrá contarme —explicó lógicamente la niña—. Sobre todo las que la pongan triste o que le asuste compartir. Así que será tu deber como hermana menor, reportarme cuando esas cosas pasen —le dijo, cruzándose de brazos—. Aunque ella no te abra la puerta, siempre recibirá lo que le haga llegar por correo y aunque no sepa que lo tramamos entre ambas, podremos animarla.
—¡Es verdad! —soltó alegremente la pelirroja princesa.
—Así que luego arreglaremos todo para cartearnos sin que se enteren —le guiñó la sureña a la pecosa niña que ya se había puesto a divagar con aquella posibilidad. Kyla se bajó del árbol y le extendió los brazos a la joven princesa desde el suelo.
—Ven aquí, alteza. No querrás que tu familia se siga preocupando.
—Pero le dije a papá que ya no quería ser princesa y le grité.
—Seguramente volverá a recibirte como si nada. Así son las familias.
Anna se mordió los labios, pero comenzó a bajarse del Serbal hasta que le hizo compañía a la morena en tierra.
—¿Cómo es que siempre estás tan segura de todo? —le inquirió ceñudamente, aunque sonrió por lo bajo al confirmar su teoría acerca de las estaturas entre ambas.
Kyla infló el pecho y se puso de puntas para sacarle algunos centímetros a la insolente pelirroja que se mofaba de su complexión antes de contestarle.
—Porque un día seré una sabia y entonces volveré para arreglarlo todo. Estaremos todas juntas como antes.
—¿Me lo prometes? —soltó la niña ilusionada.
—Con la mano en el corazón y todo —le dijo solemnemente—. ¿Quieres hacer la promesa con saliva?
—¡Eww, no! —se estremeció la princesa—. con la mano en el corazón está bien.
Kyla bufó divertida, le tendió una mano trigueña a la sonrosada niña que la aceptó sin titubear.
—¿Quieres saber cómo colarte a las cocinas sin pasar por el vestíbulo? —le preguntó la morena como ofreciéndole emprender una gran aventura—. Hice algunas investigaciones sobre los planos del castillo y está lleno de trucos bastante interesantes.
Anna soltó una risita y le asintió a esa muchachilla extranjera que se llevó a la princesa de la mano mientras caminaban indómitamente por los extensos jardines.
...
—Prometiste que estaríamos todas juntas —susurró Anna abrazándose las piernas sin girarse cuando la ventana de la buhardilla se abrió y una aseada Kyla se subió al tejado para hacerle compañía a la pelirroja princesa que observaba la calma del fiordo en la frescura de la noche.
La morena le tendió a la princesa una de las dos tazas de humeante chocolate que sostenía entre sus fuertes dedos.
—No lo he olvidado, Anna —contestó tranquilamente—. Aún trabajo en eso —le hizo una seña con la cabeza e insistió con la dulce ofrenda—. No tiene nada, te lo aseguro. Solo pensé que podíamos tomar algo ya que estamos acá arriba.
La pelirroja suspiró, alargó las manos aceptando la bebida. La morena se sentó a su lado y dio un sorbo del espumoso brebaje. Anna sopló en la superficie del suyo y le dio un pequeño trago, sonriendo ligeramente ante el sabor que de inmediato logró confortarla. Estudió de reojo a la morena, que inmersa en su propia contemplación clavaba la vista en el reflejo de la luna y las estrellas sobre el agua. Era en ocasiones así en las que Kyla realmente ofrecía la imagen de una académica consumada. Con ese semblante serio que reflejaba saberlo todo. Anna frunció el entrecejo, mordiéndose los labios.
Realmente había cumplido su palabra y retornado a Arendelle hecha una sabia como se lo aseguró casi nueve años atrás.
Anna apretó la taza con firmeza. No quería que las cosas entre ellas tuvieran que cambiar de esa forma. Kyla siempre la había tratado como una hermana pequeña e incluso en esos momentos tenía que portarse con más madurez al responderle los agravios con amabilidad y comprensión. La hacía sentir una cría.
La princesa suspiró.
—Yo las vi la noche del Halling —confesó la pelirroja en voz baja—, bajo el sauce.
—Lo sé —le contestó Kyla tranquilamente. Se encogió de hombros ante la mirada incrédula de la princesa—. No es como que necesitara amenazarte o algo para que mantuvieras el secreto. Sé que nunca harías algo que pudiera afectarle a Elsa. Y sobre lo demás... —sonrió al notar que la figura de la pelirroja se tensaba incómodamente—. Creí que te haría bien enfadarte alguna vez. No se puede estar haciendo uno como que está contento todo el tiempo... —le explicó, sacándose inexplicablemente un Vørterbrød (pan con pasas) del escote del blusón y mordiéndolo como si nada—. Es cansado.
Anna se sonrió ante lo rápido que Kyla disipaba esa imagen atemorizante suya en cuanto se permitía ser ella misma. La pelirroja le asintió.
—No es justo que me alejara de esa manera —le susurró a la morena que le dio otro sorbo a su chocolate escuchándola—, que no confiara en mí. Bueno, que ni siquiera me haya dicho aún que ustedes...
—Debes entenderla —susurró Kyla fraternalmente—. Es complicado —la morena estudió la expresión de la muchacha que permanecía insegura y confusa—. ¿Te molesta mucho que ella y yo—
—No —le aseguró Anna rápidamente—. Me sorprendió un poco al principio. —admitió. Se pasó un mechón por detrás de la oreja y se puso a gesticular mientras hablaba—. Porque bueno, ella es chica y tú eres chica, y ah... —comenzó a ruborizarse—. No es como que no supiera que era posible, pero es que mi hermana y tú, (que también eres como mi hermana, por cierto) y fue... bueno, fue tan extraño, o sea, ¡no porque ustedes sean extrañas!, sino la situación en sí... Pero no quiero que nada así nos separe —susurró componiendo un gesto de añorante introspección—. Me gusta lo que Elsa y yo somos cuando tú estás cerca —le soltó ensimismada.
Kyla soltó una risa divertida. Anna pegó los labios a su taza de chocolate, con el rostro y el cabello casi del mismo color.
—Creo que puedo entenderte —se compadeció la sabia—. A mí también me gusta lo que soy yo cuando estoy con ustedes.
Anna esbozó una tímida sonrisa y colocó su pequeña mano sobre el brazo de la morena.
—Discúlpame por todas las chapuzas que te hice. Por todas. En serio.
—No te preocupes —le contestó Kyla con ligereza—. Algunas fueron muy divertidas. ¿Cómo hiciste lo de la tinta? —le inquirió con curiosidad.
—La calenté y la mezclé con tus polvos que estallan —contestó la pelirroja encogiéndose de hombros.
La sabia se pasó la mano por la barbilla y bebió de su taza.
—Hum... Que ingeniosa...
Anna le dio un sorbo a su preparado de cacao y se pensó que le agradaba aquello. No estaba perdiendo una hermana con Kyla ahí. En realidad, estaba ganando dos. Por un momento se reprendió por no haberlo razonado antes de esa manera. Pero aquello la había abrumado, como si el hecho de tratarse de una unión entre dos doncellas conllevara reglas distintas a las de las historias y poemas románticos que se conocía.
Pero se sintió aliviada al comprender que el sentimiento tenía que ser el mismo.
—¿Tú la amas? —preguntó seriamente la pelirroja princesa.
Kyla se sonrió ligeramente. Por un instante sólo pudo escucharse el sonido del mar chocando y alejándose de la costa. La morena se aclaró la garganta.
—¿Te has preguntado qué es el amor, Anna? —la muchacha le arqueó las cejas ante la respuesta—. Pero fuera de lo que se dice de él en los cuentos y en las novelas románticas. Lo que es el amor de verdad.
—¿El verdadero amor? —soltó ella confusamente.
—No —la corrigió la sabia—. El amor de verdad. Es diferente. El verdadero amor casi siempre es una persona. Un príncipe o algo así que rescata a su damisela en apuros con un beso mágico. Es una fantasía romántica que siempre lleva a un final feliz. ¿No crees?
Anna arrugó la frente y la miró perpleja.
—¿Y qué es el amor de verdad, entonces? —la urgió.
—Una decisión —le dijo Kyla, resoluta—. A veces puede ser la más difícil que tenga que hacerse —dijo distraídamente con los ojos puestos sobre el líquido tibio de su vaso.
—No imagino como —resopló la pelirroja en su desconcierto.
—Ni yo tampoco —confesó la morena sonriendo de oreja a oreja—. Pero parece muy romántico, ¿no crees?
—Parece trágico.
Kyla sonrió pensativamente, suspiró, asintiéndole a la pelirroja que se reclinó contra su hombro y le abrazó el cuerpo encorvado.
—Si dos personas se aman, tienen que estar juntas —susurró la muchacha con la mirada turquesa brillante—. No importa cómo.
Kyla ladeó la cabeza, apoyándola sobre el pelillo rojo de la princesa de Arendelle.
—Eso es lo que creo yo también.
...
"Su futuro es sombrío
El reino se escindirá
La tierra será maldita
Con un invierno sin final
Frías ventiscas traerán las artes de la oscuridad
Y de corazón helado se alzará un líder a gobernar
Entonces todos perecerán bajo la nieve y el hielo
A no ser que tenga efecto un sacrificio con acero"
Kyla contuvo el aliento releyendo las palabras bordadas en esos enormes tapices que decoraban aquel lúgubre recinto por el que había salido luego de convencer a Anna de regresar a los brazos de su preocupado padre. La morena había esperado usar uno de los pasajes que conectaban al tercer piso para escabullirse a los aposentos de Elsa para sorprenderla; pero una vez dentro de los túneles que recorrían el viejo palacio, un extraño presentimiento la había hecho andar por sobre sus pasos y descender hasta que desembocó a esa cámara subterránea de apariencia ancestral y diseños nórdicos. Unos cuantos tragaluces eran los que proporcionaban las fuentes de luz que se derramaban sobre aquellos telares. Una espada larga y brillante fulguraba en su descanso sobre las manos inertes de la escultura de piedra de una mujer con apariencia de valkiria.
La pequeña extranjera se acercó para observarla con detenimiento y lo comprendió.
Aquello era una profecía.
Una promesa de las fuerzas del destino y que, según los versos, solo podía terminar mal. Kyla entornó los ojos violetas que brillaron en la tenue oscuridad y ahogó un gemido.
—No creemos que la canción se refiera a Elsa —pronunció una voz amable a su espalda—. La espada siempre ha estado ahí.
Kyla se giró afectadamente para encontrarse de frente con la Reina Idunn. La mujer la observaba quietamente bajo el marco de la puerta entreabierta.
—¿Porque tendría que hablar de ella? —contestó la chiquilla de manera defensiva.
La Reina se sonrió, caminando elegantemente hasta quedar a un metro de distancia de la niña extranjera que permaneció tensa en su postura.
—Sabemos lo que han estado haciendo Elsa y tú —le explicó Idunn con una sonrisa culpable—. Ustedes son pequeñas, y nosotros padres sobreprotectores. Pero no te preocupes, Kyla, no has hecho nada malo. En todo caso, debería agradecerte por ser tan leal a la causa de mi joven princesa.
—Ella no es lo que dicen esos versos —susurró Kyla con el ceño fruncido y los puños cerrados—. Elsa no es así.
—Lo sé —admitió la Reina—. Aunque temo que el Rey no esté de acuerdo —añadió mortificadamente—. Si las palabras de los trolls resultaran ciertas—
—¡Ellos se equivocan! —chilló Kyla encrespándose—. ¡Los trolls no saben nada sobre leer el tiempo!
La Reina dibujó un gesto sorprendido en su expresión ante el enfado y la intensidad de la pequeña morena que temblaba de la rabia.
—Tu abuela es una sabia y tú eres una lectora empedernida. Así que imagino que conoces de qué hablan los cuentos sobre las nornas y sus telares.
Kyla se relajó y arrugó la frente.
—Ellas... son las hilanderas del destino —respondió casi de manera ensimismada, posando la vista amatista sobre la estatua de la hermosa guerrera y su terrible espada.
—El destino ya ha sido diseñado muchísimo antes de comenzar a conocerlo. No se puede modificar —explicó la Reina entrelazando sus manos frente a su cuerpo—. Lo único que me resta es rezar a los dioses porque esos viejos versos no se refieran a mi niña. Porque el invierno eterno no va a ser conjurado por Elsa.
Kyla abrió la boca y sus ojos purpúreos se dilataron.
Por eso Elsa estaba cautiva. La morena lo comprendió con las ideas y las sensaciones agolpándosele en el pequeño cuerpo. El accidente con Anna fue una buena razón para convencer a Elsa de temer a esa fuerza mágica que crepitaba en su interior; pero el verdadero motivo era el temor de acabar cumpliendo los designios de una canción profética que solo podía culminar con el exterminio de Elsa o con todo Arendelle.
—Pero ¿y si hubiera alguna forma? —soltó testarudamente la chiquilla acortando su distancia con la Reina.
—Si existiera la manera, sería la primera ansiosa por escucharla —le confesó Idunn al inclinarse y sujetar a Kyla por las pequeñas manos—. Sé que estimas mucho a mi hija y te preocupas por ella, pero no te dejes influenciar por las viejas palabras de esta lúgubre habitación.
Elsa nunca será una creatura con el corazón congelado —le aseguró la Reina con la mirada brillante en su seguridad—. Nunca permitiría que se volviera un monstruo así.
Kyla se colocó la mano sobre el pecho como acto reflejo, no supo qué decirle a la monarca sobre aquello.
—Ahora, volvamos a donde puedan encontrarnos realizando actividades menos sospechosas —pronunció la Reina Idunn conteniendo la inquietud angustiosa que le producía estar en ese cuarto. Se encaminó hacia la puerta—. ¿Quizá podría tentarte con un poco de té y pastelillos? —llamó a la morena que se había girado nuevamente para apreciar la escultura—. Tengo un libro sobre las nornas que tal vez pueda fascinarte —le añadió con una amable sonrisa.
Kyla observó la brillante espada y el fulgor purpúreo de sus ojos que se reflejó en el frío acero.
—La encontraré entonces —se dijo para sí misma con decisión.
Apretó su puño.
—Te prometo, Elsa, que por lo que puedo hacer con estos ojos, voy a cambiar ese destino.
La sureña se grabó en la memoria las palabras de esos versos y comprendió que esa sería la última ocasión que visitaría Arendelle a lado de su padre. Porque la idea necia que se le había implantado en la mente era más que una hazaña heroica o una aventura.
—Tú vivirás.
Era imposible.
Kyla se reunió con la Reina y le dio un último vistazo por sobre el hombro a la cámara, antes de que la puerta fuera cerrada con llave. Conteniendo tras sus paredes aquel funesto arreglo que los Arnadarl preferían mantener oculto. Esperando nunca tener que llegar a utilizarlo.
