Nota de Autor: Algunos lectores me han dejado esta duda existencial en la cabeza… ¿Cómo debería ser conocida la pareja de Elsa y Kyla? ¿Elsayla?, ¿Kysa?, Kelsa?... comentarios y propuestas son bien recibidas.

Si no están leyendo el fanfic "Te seguiría hasta el fin del mundo" de mi colega Alex de Valois (Inspiración viviente de Titus) no sé cuál pueda ser su excusa.

La canción utilizada en este capítulo es "The only Exception" de Paramore.

¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!

Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.

...

Un corazón helado

por Berelince

10 El cisne y el cuervo

...

Kyla miraba el cielo de color gris, nebuloso en esa inmensidad que se le extendía ante los ojos abiertos de aquel extraño aturdimiento. La tenue nevada que se precipitaba copiosamente le humedecía la piel y los cabellos azabaches que se le arremolinaban sobre el sonrosado rostro y bajo la espalda, amortiguándole el helado impacto de la nieve sobre la que estaba tendida. No podía moverse. Los miembros le pesaban terriblemente por lo que solo pudo quedarse inmóvil mientras el aliento se le convertía en vapor sobre la cara y las lágrimas le escocían en la abrumada mirada que no se atrevió a apartar de la seguridad de su ignorancia.

Podía escucharla acercarse. Esa sombra que hizo crujir el hielo compactado bajo sus aterradoras pisadas y estiró esa enorme mano de angulosos dedos que le traspasaron dolorosamente la carne del pecho a la morena al sumergirla en esa frialdad lacerante que le caló hasta los huesos y la hizo sacudirse en sufrimiento.

Kyla gritó. Gritó desesperadamente como nunca en su vida creyó haberlo hecho. Constriñendo ojos y dientes en su agonía mientras la sangre caliente se le derramaba sobre el suelo lodoso. Creía que podría perder la cordura si ése castigo se alargaba más de lo necesario. Abrió la brillante contemplación amatista de golpe, cuando el aire le escapó de los labios en un violento jadeo y entonces pudo verla. La sabia resopló agitada siguiendo sus movimientos con lo último de las fuerzas que la iban abandonando junto al líquido vital que le manaba de su herida abierta e iba tiñendo la escarcha de rojo. Aquella bestia esbozó una sonrisa detestable y arremetió contra ella cuando la tormenta arreció inclemente y poderosa, atravesando a la morena como si se tratara de un frágil trozo de papel que no tuviera otra opción más que partirse inútilmente en pedazos ante tal rudeza.

Todo para Kyla se transmutó en dolor en ese instante. Como si su sinapsis nerviosa solo fuera capaz de procesar esa instrucción. Una tortura ardiente e insoportable le recorrió el helado cuerpo como si le fluyera por las venas. Un daño agónico, punzante...

...Interminable...

Kyla se estremeció, ahogó un gemido cuando despertó y se enderezó sobre los codos temblando ligeramente. Un sudor frío le bañaba la frente que se limpió con el antebrazo mientras el aire seguía llenando y vaciando sus pulmones, el palpitar le retumbaba en todas las venas del cuerpo. La morena se sentó al borde de la cama concentrándose en la idea de tranquilizarse. Se levantó y caminó torpemente al lavamanos en donde se sirvió un vaso de agua que bebió a grandes tragos. Apoyó la frente sobre el puño cerrado que colocó en la pared y en donde recargó débilmente su peso. Sentía en su humillación que su cuerpo no podía dejar de tiritar.

—Ese ser vil nunca va a dejar de atormentarme... —se pensó ella chocando los molares.

La morena resopló, se llevó la mano al dolorido pecho.

No tenía nada que temer, se repetía ansiosamente. Estaba a salvo. Estaba viva.

Estaba con ella.

Kyla desvió la mirada, la posó en la figura durmiente de la regente de Arendelle que había estado reposando a su lado sin percatarse de aquel sobresalto por parte de la sabia. La morena curvó los labios levemente cuando la conmoción la fue abandonando y se perdió entonces en la dulce tarea de admirarla.

La cabellera platinada se derramaba como una bondadosa caída de agua sobre aquellos lechosos hombros redondos que no podían negar su sensualidad aún con ese fino camisón celeste que le cubría el real cuerpo. Elsa descansaba sobre su costado, con las manos encogidas sobre su pecho. Su respiración era plácida y profunda. La joven descansaba tranquilamente. Ignorante de la trigueña de camisola blanca que a unos cuantos pasos de distancia la devoraba impíamente con la mirada amatista fulgurante llena de anhelos.

Kyla chistó alegremente.

Llevaba algunas noches escabulléndose furtivamente a los aposentos de su alteza regente como pago a las afrentas perpetuadas por las tretas de Anna. Claro que aquello no se trataba más que de un vil embuste al que ambas habían accedido descaradamente sin un ápice de prudente resistencia. Y si bien las cosas hasta ese momento se habían limitado al inocente descanso, no dejaban de ser incursiones emocionantes.

Las dos jóvenes conseguían algo de aquello. Elsa gozaba de la compañía y el calor de un cuerpo humano que la arropara en la oscuridad y Kyla lograba conciliar el sueño entre el frescor del abrazo de la princesa de cabellos platinados.

No importaba que este se viera interrumpido por sus temores. Sentir a Elsa tan cerca ya era demasiado alucinante y resultaba casi triunfal.

Por un momento Kyla se sintió sonreír embriagadamente recordando cómo el arrebato se había apoderado de ellas anteriormente cuando se rindieron a su mutuo disfrute en una hambrienta sesión de besos y caricias ardorosas. (misma que fue frenada abruptamente no bien iniciada al acordar que aún era muy pronto para avanzar más en aquellas exploraciones físicas.)

La frialdad en el tacto de la regente y la precipitación de la temperatura ambiental fueron un buen indicador del temor patente de la joven de mirada azulada. Kyla sabía que Elsa seguía albergando aprensiones e inseguridades y por eso no se atrevió a presionarla a otra cosa; después de todo, no le correspondía tomar una decisión como esa.

Más incluso si todas esas nobles ideas cobraban mucho sentido en su cabeza, la sabia tuvo que hacer acopio de toda su concentración para convencer a su cuerpo de obedecerle la orden y acceder a replegarse. Y aunque logró hacerlo mansamente al final, (si bien fue a costa de ganarse esa dolorosa insatisfacción que le bulló un buen rato en las entrañas.) le sorprendió un poco saber que siguiera conservándose tan capaz de dominarse los impulsos de tal forma cuando la sangre se le quemaba dentro de la carne pese a que el roce del cuerpo de la regente contra el suyo fuera uno tan helado.

Kyla esbozó una media sonrisa socarrona al divagarlo.

Nunca dejaría de sorprenderle el poder que Elsa parecía ejercer sobre su persona.

La morena se sentó en el borde de la cama, acarició las hebras platinadas brillantes que tanto le habían fascinado de niña. Sonrió al apreciar el gesto relajado y bello de esa princesa que era tan dueña de aquellas tierras norteñas como de su intranquilo corazón trepidante. Kyla aspiró profundamente esperando que la fragilidad que la embargaba en ese momento no resultara tan evidente como ella la sentía.

Se preguntó si algún día Elsa lograría comprender cuánto era que ella de verdad la amaba.

Kyla jamás había dado con las palabras exactas que lograran describir ese calor que le llenaba el espíritu y que hacía que todo lo demás se percibiera con esa intensidad que no le permitía quedarse quieta o dejar de sentir alegría en el corazón, pero no le quedaba duda que todo se había debido a la suerte que tuvo de que sus caminos se entrelazaran permitiéndoles encontrarse.

No podía evitar ese fuego. Esa especie de pasión que la llenaba por completo y la volvía ese manojo de absurdas contradicciones. Debía ser sin lugar a dudas una de las sabias más desconcertantes (si no es que ya era la peor) En todos sus viajes, en las lenguas que se conocía. Nada abarcaba enteramente la definición. Porque antes de Elsa no hubo otra cosa. Antes de aquel encuentro infantil bajo ese sauce, sus sentidos y su corazón se mantuvieron siempre dormidos.

Kyla arrugó el entrecejo mordiéndose el labio al recordarlo. Ese entumecimiento de sus miembros y aquella terrible frialdad. Cuando era capaz de saberlo todo con esos ojos tan abiertos, pero sin ser nunca capaz de entender. Tan ajena y alienada al panorama de ese mundo que Elsa, sin saberlo, le mostró con esa luz que le marcó el alma al rojo vivo, infectándola de esa forma tan confortable y rotunda.

La morena suspiró y relajó el cuerpo, acomodándose de lado, con la vista fija en el espejo del tocador en aquel silencio. Orbes amatistas le devolvieron una mirada amenazante antes de que la sabia la desviara para estudiarse las grandes manos de largos dedos que abrió y cerró en puños frente a su rostro.

Aunque al principio Kyla le había atribuido aquel milagro a la magia. Era muy chica por aquel entonces como para entender lo que había experimentado en los jardines de Arendelle. ¿Qué había sido eso de todos modos? ¿Un golpe de amor a primera vista? ¿Un poco de piedad por parte de los dioses? ¿Una cruel ironía?

Ni siquiera estaba muy segura de saberlo en ese instante, con todo y la cadena pendiente del cuello que le avalaba los conocimientos.

Kyla se estremeció gratamente cuando sintió unos brazos fríos enredándose sobre su abdomen. El cuerpo de la regente se presionó placentero contra el suyo a su espalda.

—Otra vez te despertaste —le pronunció Elsa en un susurro adormilado. Tenía la nariz enterrada en mechones oscuros de especiado olor—. ¿No puedes dormir bien? —le inquirió con la preocupación patente en la voz.

Elsa era consciente que la sabia se estaba guardando pensamientos que no parecía muy convencida aún de querer compartirle. Desde el día que se reencontró con ella, cuando puso un pie fuera del resguardo del árbol mágico que las vinculaba de esa forma que la sabia todavía no explicaba del todo.

La regente ensombreció su expresión al sopesarlo.

Era como si, aunque sus manos sujetaran a la morena tan cerca de su pecho, ella siguiera estando lejos. Distante. Deambulando por sendas que no le permitía conocer. Venida de un pasado que también le ocultaba. Elsa tensó la mandíbula. Decidió que tendría que emprender prontas medidas para remediar aquella reticencia obstinada.

—Quería beber un poco de agua —contestó la sabia acariciando gentilmente los níveos dedos que la aferraban.

—Mentirosa —espetó la princesa, pronunciando su agarre—. No te he contado una noche entera de sueño desde que hacemos esto.

Y era verdad. Kyla debía interrumpir su reposo durante las madrugadas o en algún punto cercano al alba porque Elsa nunca la encontraba a su lado al despertar.

—Quédate aquí. No quiero nada de paseos nocturnos esta vez —le advirtió en su somnolencia.

—¿Tanta falta te hago en el lecho, alteza? —le respondió Kyla con alegría.

—No te hace bien —declaró Elsa con firmeza al palparle el delgado cuerpo—. Te ordeno que dejes lo que sea que atribule esa extraña mente tuya y te procures algo de descanso.

Los ojos violetas de Kyla brillaban con una emoción poco contenida cuando la morena se giró y se encontró con esa mirada cobalto que la estudiaba ceñudamente y con sentimiento entre la oscuridad. La morena esbozó una media sonrisa cándida que Elsa no pudo resistir y terminó correspondiéndole. La sabia le pasó el brazo por encima a la regente que se acurrucó contra su pecho aceptándole la ofrenda de paz cuando ella extendió las mantas, cubriéndolas a ambas. Kyla suspiró irreflexivamente y le besó la pálida frente.

—Entonces así lo haré, señora mía.

—Me gustaría serlo —susurró Elsa por lo bajo en un tono muy convencido. Sonriéndose traviesamente cuando el color le afloró a la sabia en las mejillas.

De alguna forma perversa Elsa había descubierto que disfrutaba cada momento en el que podía hacer pasar algún apuro a su morena compañera. Kyla siempre era adorablemente tímida cuando las cosas se tornaban serias entre ambas. La regente se mordió el labio repasando las conductas de la sabia a su lado. En realidad, era muy fina la línea que separaba a la Kyla prudente de la que luego intentaba devorarla con las intenciones claras en los ojos oscurecidos. Elsa aún no estaba muy segura de sí podría manejarla si es que llegaba a sacar a semejante bestia intranquila de su letargo. Decidió no tentar a su suerte dos veces en la misma noche y se dedicó a disfrutar del abrazo cálido de la morena que sonreía ensimismada.

—Cuéntame algo sobre tus viajes —le soltó a modo de distraerla y hacerla abrirse un poco para variar en algo esa dinámica entre ellas.

Kyla frunció el entrecejo, torció los labios en actitud pensante.

—Bueno... una vez cuando andaba por Escocia conocí a una mujer que parecía tener esta extraña fijación por tallar figuras de madera —Kyla esbozó una sonrisa divertida al recordarlo—. No habrías creído la cantidad de piezas que tenía en su taller. En realidad, yo solo estaba buscando un bastón nuevo, pero terminé distrayéndome bastante tiempo hurgando entre su vasta colección. Siempre me pasan esas cosas... —explicó en un tono con el que pareció auto reprocharse esa incapacidad de concentrarse en una sola cosa.

Elsa se sonrió como si le aprobara el comentario. De verdad a veces no imaginaba como Kyla podía desempeñarse bien en esa profesión que había escogido sabiéndose la personalidad que se cargaba, pero le reconocía que era bastante buena cuando se lo proponía.

—Diré que siempre resultan bastante peculiares las personas que tienen comercios en medio de la nada —prosiguió la morena jugueteando con un mechón de su pelo—. Como ese sujeto Oaken. ¿Alguna vez has oído hablar de su puestecito en el camino de la montaña norteña? Es fenomenal, creo que lo amé todo de él. En serio. Apuesto a que le hacen más comentarios listillos que a mí.

—Te estas desviando, tontita —la llamó Elsa lanzándole polvo escarchado en la punta de la nariz a la sabia que se encogió con una sonrisa de disculpa—. ¿Por qué un bastón?

—Pues porque había roto el que ya tenía, obviamente —contestó la morena encogiéndose de hombros.

Elsa convirtió sus ojos en un par de rendijas, pero le concedió la victoria de momento solo porque deseaba seguir escuchando a donde conducía aquello.

—¿Y qué fuiste a hacer en las montañas altas? —le soltó con intriga.

—Cosas de sabia —atajó la morena.

Elsa miró hacia el techo y gruñó algo incomprensible. Kyla se estremeció ligeramente en su sitio, pero no cedió ante el mohín de la enfurruñada rubia.

—Mmm... ¿y qué tiene de memorable aquello?

La viajera le sonrió comprensivamente, pero se aclaró la garganta para continuar con el relato.

—Bueno, pues que esa artista ebanista era en realidad una bruja —declaró la trigueña en el tono que usa un cuentista para asustar a un niño pequeño.

Elsa la miró incrédula y le haló uno de los mechones azabaches.

—Eres una chiflada —le espetó indignadamente—. ¿Y qué hizo entonces? ¿Te echó pleito por estarte comiendo su casa de dulce? —le soltó curvando los labios en una mueca petulante—. La verdad que eso sería bastante típico viniendo de ti.

Kyla soltó una risotada que Elsa le aplacó con la almohada. Lo único que les faltaba esa noche era que las atraparan.

—Lo siento, lo siento —resopló la sabia limpiándose una lágrima del ojo—. Lo que pasa es que sí tuvo algo de verdad.

Elsa le arqueó las cejas y la morena se puso a jugar con su pelo.

—Es que yo llevaba semanas dando vueltas por esos bosques. (y créeme que fue un inverno terrible aquel) El último bocado que había probado dos noches antes fue una pobre y flaca liebre luego de agotadas las provisiones... Así que ahí estaba yo, viendo cómo sobrevivía y que se aparece esa vieja y casi me mata a palos por estarme masticando la corteza de los árboles que usaba para trabajar. Debió pensar que era la ardilla más grande y dañina que había visto invadiéndole la propiedad. Si no le hubiera mostrado que tenía dinero, sin duda alguna me habría encantado.

Elsa se mordió el labio culposamente. Ni siquiera tenía idea de que la corteza se podía comer. Por acto reflejo abrazó muy fuerte a la morena y pensó que se aseguraría de que en lo que a ella concerniese no le volviera a faltar nada nunca. La extranjera le chistó suavemente acariciándole la espalda para disipar el sentimiento de lástima que le afloraba a la monarca.

—Luego de pagarle el daño y compartir la cena. Escogí un cayado de pomo bonito para mí y ella me obsequió un cofrecito que dijo era expresamente para ti. "Un poco de guía para la princesa mágica que sigue tus andanzas." —pronunció Kyla haciendo una mueca de mandíbula temblorosa y voz chillona que Elsa encontró encantadora. La sabia se encogió de hombros—. Imagino que debió contener algo con forma de oso porque solo parecía tallar eso. Añadió que tú le encontrarías el significado.

—¿Nunca viste el contenido? —inquirió Elsa dubitativa.

—Me pidió no hacerlo y sabía que algún día podría preguntarte.

—Eran tres osos —reveló Elsa, asintiendo al darle la razón a la morena—. Los tengo en mi escritorio, ahí en el rincón. ¿Los ves? Uno pardo, uno negro y uno polar. Guardan posiciones distintas. El pardo se cubre los ojos con las zarpas. El negro el hocico y el polar las orejas.

—Como los tres monos sabios de Saichō —razonó Kyla, arqueando las cejas—. ¿Qué sentido les diste?

—Creí que se parecían a nosotras. A ti, a Anna y a mí.

La viajera la estudió con los ojos amatistas intensos. Elsa carraspeó.

—También llegué a la conclusión de los monos sabios de oriente —explicó en un susurro tímido—, aunque me tomo un poco más de consulta que a ti...

Kyla le guiñó un ojo.

—Se supone que según sus creencias —continuó la princesa—, esas bestias ignoran los males del mundo. "No ven el mal, no escuchan el mal y no hablan del mal."

—Eso me deja a mi siendo el que no habla —pronunció la morena seriamente.

—Así me parece que eres la mayor parte del tiempo —asintió Elsa incómodamente—. Para ser honesta ni siquiera sabría establecer el tiempo que llevas siendo una persona tan misteriosa. Si esto retrocede hasta que éramos niñas...

La regente torció las cejas e intentó que la voz no le saliera demasiado dura.

—Tú estabas plenamente consciente de mi magia y es hasta ahora que yo me entero de la tuya al acorralarte. No quiero que tengan que ser así las cosas en lo nuestro.

—Lo siento —soltó la sabia mansamente al mirarla a los ojos—. Imagino cómo debió parecerte todo eso.

—Sé que has aprendido a vivir de esta forma —le dijo Elsa negando ligeramente—, pero en verdad necesito sentir que compartimos algo importante.

—Pero si estamos aquí en el lecho sin guardar respeto alguno por el espacio personal y en paños menores encima... —sonrió con incredulidad la sureña.

—Sabes a qué me refiero —le dijo Elsa con intención.

—Si lo sé —admitió Kyla al suspirar resignadamente—. Trataré de remediarlo —prometió con una sinceridad que le supo nerviosa en la garganta.

—Me gusta como suena eso —susurró la regente cuando alzó el mentón y sus labios se encontraron con los de la vencida sabia como si con eso se sellara alguna especie de acuerdo formal entre ambas.

Kyla se sonrió ante el pensamiento. Elsa no abandonaba las negociaciones ni en la alcoba real.

Terrible Reina con la que debería de lidiar el resto del mundo cuando la rubia ocupara su trono.

...

Gerda se enredaba las manos en el delantal y se hubiera puesto a pasear por el corredor del segundo piso si hacer aquello no volviera evidente su nerviosismo. Era la jefa de la servidumbre después de todo y no podía darse el lujo de que alguna mozuela le perdiera el respeto cuando el éxito de su puesto radicaba en ser firme y atemorizante con las mucamas (que bien que se pasarían el día cotilleando si no las metiera en cintura cada tanto)

La matrona suspiró. A veces le parecía que ya estaba bastante vieja para eso y otras tantas era más que consciente que sólo ella podía manejar el puesto que ostentaba.

—Esas muchachas van a sacarme canas verdes.

Por supuesto que Gerda estaba al tanto de que la sabia y su alteza regente compartían los aposentos, ella se encargaba de hacer la cama después de todo y últimamente las sábanas desprendían un aroma acanelado que nunca estuvo ahí antes; sin mencionar que la princesa Elsa había perdido sus hábitos madrugadores en pos de un descanso más prolongado y despertaba de un buen humor canturreante que hacía juego con el de la trigueña sureña, la cual era ya casi un jilguero de tanto que se le podía escuchar silbando con alegría por los jardines de palacio. No le tomó demasiado a la mujer deducir que aquellas dos se encamaban, aunque no le parecía que ya se trataran de consortes, si bien no dudaba que pronto se encaminarían a ello.

El ama de llaves frunció los labios. Por eso tenía que abordar a la joven Frei. Esperaba que no se tomara las observaciones que tenía que hacerle como una afrenta, pero confiaba en el carácter afable de sangre caliente de la morena y en el buen juicio que como sabia debería de existir debajo de esa capa despreocupada suya.

En eso estaba cuando vio aparecer la larguirucha figura de la encapuchada trigueña doblando la esquina, cargada como siempre con embalajes de papel entre los brazos. La joven le sonrió amablemente al observar al ama de llaves parada justo ante su puerta. Le dedicó una leve inclinación y una escrutadora mirada color violeta de curiosa iluminación.

—Buen día, Gerda —saludó la joven mostrando los dientes—. ¿Puedo hacer algo por ti?

La matrona asintió ligeramente, se aclaró la garganta, pero se mantuvo plantada con determinación en su sitio. Alzó la nariz para mirar a los ojos a la sabia que no dejaba de prodigarle aquel gesto bonachón y atento. La mujer pensó escandalizada que probablemente era capaz de comprender por qué su alteza había encontrado tan fascinante a aquella extranjera. Kyla pronunció aún más su sonrisa y sacó a la nana de sus deliberaciones cuando se echó todos los paquetes bajo un brazo y abrió la puerta de su pieza con la mano libre, indicándole que cruzara el umbral.

—No le quitaré mucho tiempo —le aseguró el ama de llaves dando un paso adentro.

—No te preocupes. No es molestia.

Kyla cruzó luego de la nana, cerrando la puerta tras ella. Le indicó a la mujer que tomara asiento en uno de los silloncitos que tenía cerca de la ventana mientras la sabia dejaba sus paquetes sobre un escritorio de madera (junto con otros tantos similares que se hacinaban sobre el mueble y contra las paredes), y se sacaba la capa que dejó colgada en una percha. Gerda recorrió la habitación con la vista en lo que la sabia servía un par de vasos de agua. La muchacha llevaba relativamente poco en ese espacio, pero era como si se hubiera pasado varios años viviendo ahí.

Había toda clase de libros ocupando cualquier soporte disponible, balanceándose en innegable desafío a la ley de gravedad. Rollos de pergamino y hojas de papel con apuradas anotaciones y diagramas decoraban casi la mitad de la pieza, conviviendo con frascos de tinta y plumas de ave y de metal. Botellas de cristal rebosantes de líquidos y polvos compartían sitio con bolsitas de hierbas secas, guijarros y pedruscos con incrustaciones brillantes. Cecinas y galletas duras ocupaban un sitio de honor sobre la mesa copista en el único hueco en el que se podría pensar que la muchacha trabajaba cuando se ponía a hacerlo ahí a juzgar por los juegos de lentillas y herramientas de precisión que descansaban sobre trozos de cuero, tijeras e hilos gruesos y agujas enormes. Por el suelo alfombrado se desperdigaban más paquetes y cajas abiertas o cerradas y de las vigas del techo colgaban piedras pequeñas y objetos metálicos que nunca había visto y que desprendían tenues luces de colores cuando tintineaban al chocar unos con otros. La matrona se sonrió cuando la morena colocó los vasos en una pequeña esquina de la mesita cafetera y removió con apuro los volúmenes abiertos y un cuenco lleno de cáscaras de semillas que seguramente estuvo royendo con anterioridad. Gerda ya había escuchado de las mucamas que el aseo de esa pieza resultaba algo atemorizante e imposible y que en realidad la joven extranjera las había librado de dicha tarea. Aun así, la matrona observó que todas las superficies parecían estar inmaculadas bajo aquel caos aparente.

La sensación fue semejante a la de encontrarse invadiendo el nido de un cuervo de plumaje alborotado y muy aseado para los estándares de su propia especie. Gerda notó que contrariamente al resto de la habitación, el sitio en donde se ubicaba la cama contrastaba en su simpleza. No había nada que no debiera pertenecer ahí. Un sobrio arcón de madera descansaba a sus pies y un simple tomo de cuero se apreciaba en la mesita de noche.

Una vez terminada la improvisada limpieza del pequeño mueble de madera, Kyla se dejó caer en el sillón frente al ama de llaves, acomodó los vasos en el centro y cruzó la pierna, tanteándose con inocencia las yemas de los dedos.

—Muy bien, Gerda. Dime de qué se trata —soltó Kyla con tranquilidad. Arqueó las cejas e hizo una seña de movimiento circular refiriéndose a los alrededores—. Si es por el estado de mis aposentos, te aseguro que es mi intención dejarlo todo como estaba.

El ama de llaves sonrió maternalmente y negó con la cabeza cuando la sabia la estudió intrigada, acariciándose la barbilla. La nana tomó aire, dejó que las palabras le brotaran finalmente de los labios.

—Se acerca la fecha que su alteza escogió para coronarse —pronunció en un tono solemne.

Gerda miró complacida cómo las comisuras de los labios de la morena se curvaban en un gesto que hizo juego con sus ojos gatunos purpúreos. La muchacha desvío momentáneamente la atención a una caja medio abierta que descansaba cerca de su bota izquierda.

—Estoy al tanto —contestó casualmente, aunque sin lograr ocultar del todo su emoción—. Tengo entendido que se hace una celebración muy parecida a la del nacimiento. No negaré que me encuentro muy entusiasmada al respecto.

—Lady Frei —la cortó la matrona mortificadamente—. Quiero disculparme de antemano con usted si mi rudeza llega a ofenderla; pero juré mi vida al servicio de sus majestades, y esas muchachas son lo único que los dioses me han dejado guardar.

—Puedes hablar libremente, Gerda —le indicó la sabia con amabilidad, gesticulándole con la diestra mientras se inclinaba para tomar su vaso de agua—. Te escucho.

—Sé lo que ha estado ocultándole a su alteza —soltó la mujer en tono sombrío.

Los dedos de Kyla se detuvieron en el aire, la figura se le tensó por completo cuando la rigidez pareció subirle por el brazo hasta el cuello e instalársele en la columna que mantuvo inusualmente recta. Sus orbes amatistas parecieron centellear por un segundo, pero fuera cual fuese el sentimiento que le despertara aquella revelación. La extranjera no quiso demostrarlo más allá de aquello. Retornó a su actividad anterior y se llevó el cristal contra los labios dando un pequeño sorbo a su bebida.

—Ya veo... —contestó ensimismada la sabia. Alzó la vista para estudiar a Gerda—. ¿Se puede saber desde cuándo?

—Lo sospeché desde su intrusión en el Concejo —le confesó ella hinchando el pecho—, pero lo confirmé el día que la primera nave de su alteza regente zarpó al Sur.

El ama de llaves pasó saliva cuando vio que la morena tensaba la mandíbula y su semblante se tornaba de pronto muy serio y casi amenazador con esa melena oscura salvaje que le enmarcaba un rostro que era más bien anguloso y lúgubre cuando no estaba relajado y sonriente. Le vio apretar con los largos dedos los reposabrazos de su silla y pudo imaginarse que de haber contado con una espada esa valkiria, bien le hubiera separado la cabeza de los hombros en un movimiento feroz observando la carnicería con esos ojos violetas brillantes que se veían como los de un demonio. No le resultaba difícil hacerse a la imagen. Esa sureña ya tenía las proporciones de una guerrera que se disputaran Freyja y Odín.

Pero la morena inhaló profundo y contrariamente a todas las señales de su lenguaje corporal, la muchacha se retrajo y se encogió apenada en su silla, enredándose un mechón entre el índice que hizo girar ansiosamente en alguna especie de tic que la matrona ya había notado era como la chica manejaba su estado nervioso o pensante.

—Gerda... yo —le dijo en voz queda—. Quisiera pedirte que por favor—

—Guarde la discreción, puedo imaginarlo —completó el ama de llaves en tono comprensivo—. Sé que no me compete —le añadió cautamente—, pero es usted casi una de mis niñas —le arrugó el ceño con severidad cuando la morena le dedicó una leve sonrisa por el comentario—. Eso que está haciendo es peligroso —sentenció funesta—. ¡Puede acabar con usted! ¡Todo su futuro! Es brillante como para que lo arruine de esa—

—¡Lo sé! —exclamó angustiosamente la morena, mordiéndose el nudillo casi al instante como si no le fuera sencillo frenarse sólo con el pensamiento. La muchacha se pasó la mano herida por el flequillo que se echó para atrás y suspiró con cansancio esquivándole la mirada a la sorprendida matrona—. Yo... lo sé bien, Gerda. Disculpa. Yo... No... no puedo... —titubeó.

—Si necesita ayuda, siempre puede recurrir a Kai y a mí. Quedará entre nosotros, o entre usted y yo si así lo prefiere.

—Esto es por Elsa —susurró Kyla casi como si tratara de convencerse a sí misma, más que a su interrogadora—. Es por ella...

Gerda frunció el ceño, apretó los labios sin comprender de lo que hablaba la viajera, pero se obligó a mantenerse firme. No soportaría que su niña regente tuviera que afrontar alguna otra tragedia tan pronto; pero no mentía tampoco al considerar a Kyla como otra más de sus pequeñas, aunque fuera una que se le hubiera perdido por tanto tiempo. ¿Cuánto haría desde que alguien intentara hablar así con ella si su propia madre estaría a kilómetros de distancia confiando solo en la veracidad de sus misivas?

—Le pido que desista —insistió arrugándose el delantal—. Usted es como un milagro para la princesa Elsa y me rehúso a quedarme de brazos cruzados viendo cómo se empeña en volverlo efímero.

—No lo entiendes —le soltó Kyla con la cabeza gacha —Yo lo necesito. No... es un capricho para mí. No podría vivir de otra forma —la extranjera se aferró la tela del blusón a la altura del pecho—. La felicidad de Elsa es una carga que llevo felizmente a cuestas... No me importa afrontar lo que sea; pero por favor, no me pidas esto...

—Podemos hallar otras formas —le aseguró la mujer de forma convencida—. El amor no se debe soportar. No es sano.

—Y-yo... Necesito pensarlo, Gerda...

—Es peligroso afrontar los pesares en solitario. Debe aprender a ceder. Confíe en su alteza si en verdad pretende entrar en su vida. De lo contrario tendré que pedirle que se retire antes que el daño que ocasione sea irreparable.

Kyla jadeó, se recargó en su asiento, dolorosamente. Como si la matrona le hubiera asestado una estocada muy certera. El ama de llaves la vio doblarse y mirar algo fijamente en el suelo. Los ojos violetas se movían rápidamente como si recorrieran las palabras de algún pergamino inexistente.

—Entiendo... —le soltó de forma ajena—. Es lo justo.

...

—¿Que te pasa? —inquirió Elsa girándose bajo las mantas para estudiar el gesto cansado y muy despierto de la morena de brazos cruzados tras la nuca que parecía encontrarse divagando algo, recostada a su lado.

—Eh, estaba pensando. Ya sabes, es complicado no estarlo haciendo todo el tiempo cuando eres sabio. Vuelve a dormir —torció las cejas en un gesto culposo—. En verdad lamento estar alterando tu descanso. Podría retirarme a mi alcoba si lo prefieres.

Elsa negó con la cabeza y se acomodó contra el cuerpo de Kyla abrazándose a su torso.

—¿Desde cuando tienes problemas para conciliar el sueño?

—No lo sé —respondió encogiéndose de hombros—. Desde que soy muy chica —Kyla sonrió ligeramente y bufó divertida—. Una vez casi le causé un susto de muerte a mi madre cuando fue a mi cuna a revisarme y yo la esperaba con los ojos bien abiertos como una lechuza fea.

—No puedes ser capaz de recordar tal cosa —le soltó la regente con su semblante de cazadora de embustes.

—Oh, bueno, pues en verdad no sabría decirle entonces, alteza.

—Tal vez solo estas muy tensa —razonó la rubia—. ¿Quieres que te de un masaje? —propuso Elsa tratando de no mirarle la expresión a la morena—. Se supone que esas cosas ayudan.

—¿Sabes hacer tal cosa? —le cuestionó la sabia sonriendo incrédulamente.

—No realmente —contestó la monarca con las mejillas encendidas—, pero podríamos probar...

Kyla se encogió inseguramente, si bien la idea no le pareció nada despreciable.

—Caray... No, no podría hacer que tú que eres realeza hagas algo como eso, y con mi plebeya espalda ni más ni menos.

—No digas tonterías —la atajó Elsa sujetándola del cuello del camisón cuando le montó el abdomen y acortaron la distancia entre sus labios—. Yo quiero hacerlo, además si te sientes en deuda siempre puedes hacerme algo parecido o masajear mis pies. Seguro que eso te recuerda cuál es tu sitio.

La sabia acarició los suaves muslos que la aprisionaban contra el colchón, miró a su alteza regente dedicándole esa sonrisa suficiente y engreída a la que le estaba agarrando el gusto.

—Bueno... —barbotó Kyla tragando saliva—. Si me da ocasión de manosearte en el futuro... Me parece bien.

La morena se sostuvo con los codos y estiró el cuello para besar a la rubia, pero esta se echó para atrás y empujó a la sabia que retornó a una posición horizontal con un resoplido.

—Date la vuelta —le indicó la regente con voz melosa.

Kyla sabía que lo habría hecho igual de rápido si Elsa se lo hubiera ordenado.

Simplemente no era capaz de evitarlo.

—Avísame si te molesta o si el tacto es muy frío para ti.

Kyla asintió, Elsa comenzó a recorrerle la espalda con las manos. Rozaba las yemas de sus dedos acariciándole la figura y aplicaba presión con las palmas y los pulgares. La morena se encogía cuando ella le recorría la base del cuello y gemía ligeramente cuando los helados dedos le bajaban hasta la cintura. Los ojos azules de la regente se oscurecieron cuando se humedeció los labios y se sintió tentada a palpar más de lo necesario. Le parecía bastante sensual aquello. Los músculos de la extranjera se sentían rígidos bajo sus manos y por un momento se imaginó lo que sería tocarle la piel desnuda de esa forma.

Las manos de Elsa se cerraron en torno a los hombros de Kyla, quien liberó un gañido placentero que la hizo sonrojarse.

—Ah... Eso se siente muy bien... yo... Ungh...

—Mira que haces sonidos interesantes cuando te tocan —se burló la regente gozando aquello completamente.

Elsa contuvo una risita al notarle el cuello rojo y ardiente a la morena que prefirió solo estremecerse mudamente ante el trato. Los dedos se le deslizaron en busca de carne desprotegida, pero Kyla se crispó adivinándole las intenciones.

—No. N-no me toques bajo la tela, por favor...

Elsa arqueó las cejas, pero le concedió la petición a su sabia.

—Está bien.

Pasaron unos momentos en silencio hasta que Elsa se aclaró la garganta en medio de su tarea dispuesta a entablar una conversación que la distrajera de los pensamientos indignos que la asaltaban.

—Cuéntame de tu familia, ¿has mantenido comunicación con ellos?

—Pues... Le escribo regularmente a mi madre, ella se ha declarado toda una fanática de mis excursiones y colecciona postales de los lugares que visito —la morena torció las cejas y esbozó una mueca de extrañeza—, junto con cucharones —Elsa y ella soltaron una risita. Kyla meneó la cabeza—. Sé que es extraño, pero mamá siempre quiere que le envíe un cucharón... En realidad, no tengo idea del porqué, digo, si son diferentes de sitio en sitio pero ya te imaginarás cómo me veo paseando en los comercios mientras los comparo. A veces pienso que me lo pidió precisamente por eso.

—¿Para parecer una snob de utensilios de cocina?

—Algo así...

Elsa sonrió ensimismada pensando que Kyla siempre parecía ser tan dulce y complaciente. Podía imaginársela en los mercados buscando cucharas y postales para la madre que tenía lejos.

—Dime más.

—Mmm... —Kyla parpadeó con pesadez y se dio unos segundos para pensarlo—. Con mi padre me carteo sobre asuntos del reino y la academia. El... me tiene al tanto de lo que acontece en Corona...

Kyla soltó un bostezo y relajó los hombros. Elsa se sonrió mientras le recorría los brazos. No se imaginaba cómo podía tenerlos así de fuertes si era una académica, pero no podía negar que eso le gustaba.

—¿Y qué hay de tu abuela? —inquirió la regente recordando esa conversación soñada de la morena con Titus.

—No hemos hablado mucho en algún tiempo —contestó Kyla de forma distraída—. Ella... está ocupada con sus obligaciones en la academia y yo... soy solo una sabia sin amo que no tiene mucho que aportar.

—Eso no es cierto —la reprendió Elsa, apretándole fuerte la piel entre los dedos—. Eres fantástica. Creí que eras bastante consciente y petulante acerca de eso a estas alturas.

—Me temo que es completamente lo contrario —se sonrió resignadamente la sabia —Tú me quieres, alteza. No puedes ser objetiva con tus juicios hacia mí.

—Porque te quiero es que deberías confiar en que lo que te digo es verdad.

—Tendré que recordarlo entonces...

Elsa se sonrió e inclinó el cuerpo para recostarse sobre la espalda de la morena.

—Siempre te sientes tan cálida —le susurró pasado un rato—. El frío a mí no me hace efecto pero me gusta mucho percibir tu calor.

Elsa reposó la mejilla contra la melena de Kyla, se dedicó por un momento a sentirle el palpitar y la respiración a la sabia que permanecía en silencio debajo suyo.

—Mi madre solía decirme que escuchara a mi corazón para buscar mi felicidad —comenzó a decirle Elsa ensimismada—. Nunca entendí muy bien cómo debería de hacerlo, pero de alguna forma creo que siempre has sido tú.

Elsa le dio vueltas a lo que habían vivido todos aquellos años en correspondencia y lo improbable que resultaba la situación en la que se encontraban en esos momentos. No creía haberse imaginado alguna vez que dentro de su maldición de hielo tuviera cabida el amor de una estrafalaria sabia, ni besos y caricias prodigados en la oscuridad. Elsa no tenía idea que era capaz de ejercer semejante dominio sobre alguien que no tuviera la obligación de servirle u obedecerle y ese sentimiento de poder que se le extendía por los miembros era uno incomparable y no estaba segura si estaría algún día dispuesta a soltarlo.

Porque el amor era algo tan desconocido y fascinante para ella, pero ambicionaba saberlo todo sobre él.

Confiaba en que aquella morena sureña sería capaz de enseñarle a hacerlo.

—Kyla, yo sé que llevas a cuestas una aflicción, algo dentro de mi sufre porque no puedo ayudarte, pero quiero hacer más livianas tus cargas. Si pudiera hacer algo por ti, quisiera que simplemente fueras capaz de decírmelo...

La regente se enderezó con cuidado e inspeccionó a la viajera. Kyla se había quedado profundamente dormida. Se veía tan cansada y desgastada cuando no estaba componiendo esa sonrisa alegre y esos brillantes ojos amatistas no ejercían una distracción que pensó que tenía que darse a la tarea de cuidarla. Elsa le apartó el mechón que le caía sobre la nariz, la besó en la mejilla y la arropó antes de acurrucarse a su lado, abrazada al cuerpo de la viajera que descansaba tranquilamente.

...

Elsa y Kyla no compartieron la alcoba las noches siguientes. La sabia ya le había advertido a la regente que iba a encontrarse ocupada y aunque Elsa lo aceptó todo de muy buena gana dado que ella también contaba con sus propias obligaciones, se encontró extrañando terriblemente la presencia de la morena en su lecho. Sobre todo, porque la viajera seguía escabulléndose sin que Elsa se diera cuenta de cómo era que lo hacía. Por momentos le volvía a la cabeza su idea de hacerla seguir, pero sabía que, si se diera el caso, Kyla simplemente perdería su vigilancia. Era difícil tener controlada a alguien como esa extranjera, que cada vez se le asemejaba más a un gato lanudo gigante, incomprensible y escurridizo.

Un toquido a la puerta de su despacho llamó la atención de Elsa y la hizo perder el hilo de los papeles que había estado sosteniendo entre las manos. Contestó de mala gana, pero el rostro pecoso de su hermana se asomó por la puerta entreabierta. La pelirroja avanzó con una fingida elegancia y luego se puso a hablarle en un tono y una forma que le recordó ofensivamente a su propia forma de expresarse.

—Hermana, necesito de tu regente intervención en este dilema que traigo entre manos —le dijo pomposamente con los dedos entrelazados—. Tengo una cita de juegos concertada con mi buen compinche Anders y no he podido encontrar a tu sabia que me prometió una narración. Solo la he buscado en las cocinas, claro; pero si no está ahí devorando algo ni aquí a tu lado haciéndote la lisonja, en realidad no tengo idea de en qué otro sitio debería buscar.

Elsa le arqueó una ceja de manera desdeñosa, se puso a repasar sus pergaminos, haciendo caso omiso de la melodía de fondo que componía Anna con sus risitas.

—Bueno. Hoy es su día de cumplir labores de sabia así que debe encontrarse en la Academia de la Luna —soltó Elsa rasposamente con las mejillas tintadas de carmín—. ¿Lisonjeando, Anna, en serio?

Anna se encogió de hombros, se recargó a la orilla del escritorio de su contrariada hermana mayor que la miraba ceñuda.

—Pues, no sé, podría ser que te tome el dictado o algo, pero la verdad no les pongo mucha atención cuando se reúnen.

Elsa se sintió echar humo por las orejas, pero siguió recorriendo distraídamente los papeles sobre alguna ley o un permiso o algo que ya había olvidado a esas alturas. Anna seguía escudriñándola, así que Elsa decidió sacarse los anteojos que utilizaba para leer y resopló como si la estuviese interrumpiendo de llevar a cabo una tarea importante.

—¿Y se puede saber qué es lo que quieres de mí? —le espetó.

—Espero, hermanita. Que nos lleves a todos a la Academia. Sería más fácil contigo ahí dando órdenes y haciendo cosas, ya sabes, regentales.

—Esa palabra no existe —la corrigió Elsa garabateando algunas líneas en un pergamino suelto.

Anna infló las mejillas.

—Bueno, pero me comprendiste, ¿no? —le dijo poniendo una de sus caritas angelicales con las que siempre conseguía lo que quería, pero Elsa era un hueso más duro de roer a diferencia de la servidumbre del castillo. La pelirroja se cruzó de brazos, miró a su hermana de reojo, decidida a usar su as bajo la manga—. Vamos, ¿No te pica la curiosidad por ver lo que Kyla hace cuando se tiene que portar como sabia?

Elsa detuvo su escritura. Anna apretó su puño silenciosamente en señal de victoria.

...

La academia de Arendelle era una especie de fortaleza de muros altos de piedra y argamasa, con maderas pesadas y terraplenes. Construida en perfecta forma circular como se estilaba con las fortificaciones de guerra de los antiguos nórdicos. Tenía cuatro entradas principales, cada una ubicada en un punto cardinal. Con bloques enormes de roble macizo haciéndola de portones. Estandartes y blasones de campo azul y verde con el azafrán de oro de Arendelle y una media luna blanca decoraban las torretas y las almenas sobre los portales.

Personas vestidas de blanco, gris o rojo iban y venían, luciendo los colores que indicaban su rango. Solo los de blanco y rojo portaban medallones con algún escudo real, pues los de ropajes grises eran estudiantes. Elsa sabía que los de rojo eran sabios ya ordenados y que el blanco lo usaban los errantes que aún no tenían un amo al cual servir. Los alquimistas y los profesores vestían de negro y sus emblemas no los cargaban con cadenas, sino que los llevaban incrustados en las pecheras. El director de la Academia usaría también un anillo en su dedo como símbolo de su compromiso con la institución.

Elsa había tomado por costumbre cuestionar a su padre cada que este iba a la Academia de Arendelle cuando se enteró que Kyla pensaba en matricularse a la que existía en Corona y por eso estaba enterada de detalles como esos. Supo perfectamente de qué color y estilo debía ser la capa que le obsequiara a Kyla al graduarse y conocía muy bien todo lo referente a los votos y la ceremonia de ordenanza. Se había vuelto una experta en el tema por ella.

Todos los transeúntes les saludaban reverentemente al pasar, dedicándoles miradas curiosas mientras se adentraban en los muros del fortín, ya que llamaban irremediablemente la atención.

Elsa encabezaba aquel curioso grupo conformado por Anna, quien iba de la mano de Anders, un chiquillo de cabello castaño y una gorra que le venía muy grande. Seguidos de cerca por un grupo de niños, liderados por un muchachillo rubio impertinente que afirmaba conocer a Kyla de una historia anterior.

Un hombre de túnica y ropajes negros les saludó jovialmente cuando salía de los invernaderos cargando una caja con botellas de contenidos de distintos colores.

—¡Altezas, bienvenidas a la Academia de la Luna! —exclamó apuradamente—. No teníamos idea de su visita. ¿Ya las han atendido?

—No venimos precisamente con motivos oficiales —respondió Elsa con cortesía—. Estamos buscando a una sabia blanca extranjera con el emblema del sol.

—Ah, debe referirse a Kyla —sonrió gratamente—. Es muy buena herbolaria —le aseguró levantando ligeramente la caja que sostenía entre las manos.

—Precisamente. Kyla Frei —sonrió la regente, complacida por el halago a su morena—. ¿Podría indicarnos dónde encontrarla?

—Está en la plaza de armas probando un artefacto suyo —informó sonriente, señalando un camino de arcos empedrados—. Procuren no acercarse mucho hasta que haya terminado. Tuvimos un incendio la última ocasión.

Elsa parpadeó confusamente, torció las cejas cuando sólo pudo repetir las palabras de aquél académico.

—¿Artefacto?... ¿Suyo?

—¡Un Incendio! —se cuchichearon los niños riéndose mientras se empujaban emocionados.

Elsa salió de su aturdimiento, le agradeció al hombre con una inclinación de cabeza que le fue reverenciada. La regente comenzó a recorrer las baldosas del suelo en amplias zancadas. Anna le dio alcance en un trote ligero, estudiándola aprehensivamente.

—A Ky le gusta construir cosas. ¿No lo sabías? —le inquirió con extrañeza—. Muchos de los objetos que te llegaron por paquete te los ha hecho ella misma.

—No... —repuso Elsa con enfado—. La verdad no tenía idea. ¿Por qué te ha contado a ti ese tipo de cosas y no a mí? —le soltó sin darse cuenta de lo que infería con eso.

Anna sí que lo comprendió de inmediato, pero lo dejó pasar por alto. Se dispuso a meter la mano al fuego por la trigueña a la que había fastidiado las semanas anteriores.

—No lo sé. Tal vez no le importa tanto lo que yo pueda pensar sobre ella a diferencia de si se tratase de ti.

Elsa detuvo su marcha, se dedicó a sopesar aquello mientras respiraba profundamente. Anna sonrió en su satisfacción al notarle las mejillas ardientes a su confusa hermana.

El sonido de exclamaciones hechas en conjunto las sacó de su distracción. Las princesas y los niños se enfilaron por un corredor que los sacó a la plazoleta. Ahí estaba Kyla toda de blanco con sus ropas viajeras y el cabello sujeto en una larga coleta, trotando en medio de un círculo de ballestas a punto de accionarse. Usaba unas gafas protectoras de cristales oscuros y un guantelete de cuero con placas que le cubrían desde los nudillos hasta el codo. A ciertos metros podía apreciarse un enorme bloque de hielo perforado y un grupo de piedras dispersas y ennegrecidas. La sabia levantó el brazo y le hizo una seña a los que debían de tener el propósito de accionar las máquinas a distancia.

Todos contuvieron el aliento cuando el primer proyectil salió disparado y Kyla lo esquivó fácilmente. Lo mismo ocurrió con el segundo, como si de antemano supiera en donde no debía encontrarse su cuerpo cuando estos fuesen lanzados.

La sabia se movió entre las saetas como si danzara, clavaba el pie sobre la tierra y agitaba el puño cerrado que esparcía polvo mientras ella giraba y parecía divertirse. Se detuvo cuando apoyó las manos en el suelo y se empujó con las palmas que la impulsaron en un salto mortal hacia atrás, justo cuando dos flechas se clavaban en donde había estado antes. La pirueta la colocó en el centro del patrón que había marcado en su trayecto. Kyla levantó el puño al aire y sonrió maniáticamente cuando el resto de los sabios se dedicaron a desocupar el patio velozmente.

—¡Entzünde! (¡enciéndete!) —soltó la trigueña al golpear el adoquín con fuerza.

Una chispa se desprendió del guantelete que usaba cuando todo el antebrazo se le prendió en llamas y en un segundo se incendió el camino que había marcado con el polvo, logrando que estallaran todos los objetivos en una destructiva reacción en cadena que cubrió la plaza de armas con humo y astillas.

Los niños y Anna chillaron en su emoción. Elsa casi saltaba en su sitio y lo congelaba todo del espanto.

Kyla agitó el brazo rápidamente y las flamas se apagaron. Un grupo de sabios se acercaron corriendo e intercambiaron expresiones entusiastas con ella, estudiando el estado de las placas de cerámica y el cuero que parecían haber vuelto a enfriarse. Comprobaban intrigados cómo la piel de la trigueña parecía encontrarse sin daño alguno. Kyla se reía y se retorcía un mechón de cabello negando con la cabeza al sacarse un trozo de pergamino del bolsillo que les extendió en la cara mientras parecía explicarles animadamente algo. Fue cuando desvió la vista que vislumbró de reojo a la inquieta y ruidosa comitiva que parecía aguardar por ella en las gradas. La trigueña le extendió el guantelete a un sabio barbado que la miró estupefacto mientras que otros dos leían las notas del arrugado papel y la trigueña se escabullía para encontrarse con los visitantes.

—¡Altezas! ¡Qué grata sorpresa! —exclamó, sacándose los lentes de cristales oscuros que se dejó enraizados en la alborotada melena—. ¿A qué debo el honor de su visita?

—Nos debías una historia —contestó Anna con las manos en la cintura.

Kyla sonrió ampliamente, le asintió al darle la razón. Se acercó al grupito de niños y recargó los codos sobre la barda que delimitaba los asientos de la arena.

—¡Pero si también están aquí ustedes! Espero que aún sin acercarse al tabaco y con sus ojos completos.

Los chiquillos alzaron las cabezas y la morena los fue inspeccionando satisfactoriamente. Hasta que llegó con ese pequeño rubio feroz y ambos se dedicaron un guiño.

—¿La demostración fue de su agrado? —inquirió la morena retorciéndose un mechón de pelo. Pronunciando aquello de manera general, pero mirando a Elsa de soslayo—. Aún hacen falta algunos ajustes, pero se ve muy bien, ¿no?

—Es espectacular —chilló Anna sin poder contener la emoción—. ¿Cómo lo llamas?

—Caramba, no lo sé —soltó Kyla, rascándose la nuca—. No había pensado en eso.

—¡Garra de dragón! —gritó Anna levantando la mano—. ¿No? ¿Nadie? —inquirió mirando a los niños que le hacían gestos negativos con las cabezas. Se replegó recelosamente—. Jum, bueno...

La princesa pelirroja y los niños se pusieron a pensar y soltar nombres en voz alta. Kyla se acercó hacia donde se encontraba la regente y se pusieron a pasear cerca de ahí. Elsa caminaba con los brazos cruzados sobre su estómago y Kyla con las manos entrelazadas tras su espalda, ligeramente encorvada, observándola de reojo.

—Así que inventas cosas —dijo Elsa, observándole las gafas oscuras de la cabeza a la sabia y los despojos de la plaza que estaban siendo recogidos por aprendices que se recreaban entre ellos los mejores momentos de la exhibición.

—Es un pasatiempo —respondió Kyla encogiéndose de hombros—. ¿Tú no cuentas con uno?

—Pues... me gusta dibujar —le concedió arqueándole la ceja.

Kyla percibía la molestia de Elsa así que se dispuso a animarla con eso.

—¿Me bosquejarías desnuda si te lo pidiera? —le preguntó la viajera traviesamente al susurrárselo al oído.

—¿Qué? ¡No seas idiota! —gimió Elsa histéricamente en el tono más bajo que pudo, mirando los alrededores. Agradeció a los dioses que no hubiera congelado nada en el proceso.

—¡Qué! Se supone que tienes que estudiar la figura de algún lado, ¿no? —entrecerró los ojos como si desconfiara de sus palabras—. ¿Me vas a decir ahora que te has puesto a retratar a otras mujeres?

—¡Claro que no! —chilló escandalizada—. Solo he copiado diagramas de algunos libros de arte, y no creo que sean muy buenos. Creo que lo mío son las construcciones.

—¡Así que si las has visto! —le soltó la sabia en tono burlón—, te has recreado la pupila apreciando pechos clásicos y redonditos todos estos años. No sé si quiero que me veas desnuda ahora.

—¡Por qué no dejas de decir tonterías! —gruñó la regente completamente colorada sin saber exactamente por cual de aquellas estupideces se sentía tan apenada. Quizás por todas.

—Oye, oye, no pasa nada, que yo estoy de acuerdo en que se desarrollen los talentos —le soltó guiñándole un ojo.

Las dos se sonrieron y se quedaron mirando los adoquines cubiertos de ceniza.

—Eso que mostraste recién parecía un arma peligrosa —pronunció Elsa de manera inquieta.

—¿El guantelete? Ah, todo eso fue una tontería para llamar la atención de los otros sabios y que lo tomaran en serio. Pero ¿te imaginas sus aplicaciones en derrumbes y la apertura de caminos congelados? —le preguntó, arqueándole las cejas—. Podría resultar muy útil. Al menos estoy segura que no autorizarías un uso distinto. Tampoco es como que lo llevaría a otra Academia. Lo hice por si llegase a necesitarse aquí en Arendelle.

—No imagino cómo —dijo Elsa arrugando la frente. Curvó los labios casi de inmediato cuando se cubrió la sonrisa con la mano—. Aunque creo que me sorprendió más comprobar que tienes coordinación ojo-mano, ¿Quién hubiera imaginado que abarcaba más que el hecho de llevarte comida a la boca?

—Nunca te habría imaginado tan sarcástica. Además, mira que son largos mis brazos, sí debe haber cierto mérito en ser capaz de engullir con estos azadones, ¿no?

—Pues...

—¡Brisingr, Brann, aegishjalmur, El fuego de Odín! —gritó Anna poniéndose de pie en las gradas de piedra agitando las manos en el aire.

Elsa y Kyla se rieron, regresaron a donde se encontraba reunido el grupo.

—Esos nombres suenan mejor —les informó la sabia, otorgándoles una aprobación con sus pulgares levantados.

Kyla arqueó las cejas, miró hacia abajo cuando sintió un tirón en la tela de sus pantalones.

—¿Eres un gigante? —preguntó el pequeño Anders con el cuello doblado mirando con asombro a la enorme sureña.

Anna se echó a reír ante el gesto que compuso la sabia con la cara roja hasta el nacimiento del pelo y la ceja temblándole en alguna especie de tic. Elsa se cubrió la boca discretamente pensando lo mismo que el pequeño sobre el tamaño de aquella contrariada morena que se cruzó de brazos y se enredó un mechón oscuro entre los dedos.

—¡Pero si este niño me ha descubierto! —exclamó incrédula gesticulando con la mano—. Lo siento, princesa —soltó dirigiéndose a Anna—, pero me lo voy a tener que comer.

Anna le hizo una seña afirmativa de manera solemnemente resignada. Kyla se dobló en toda su altura al estirar la larga mano en forma de garra para cerrarla en el cuello de la camisa del niño que se retorció histéricamente cuando Kyla lo levantó en el aire.

—¡Auuugh! ¡No, no! ¡Por favor!

—Me gusta mi comida muy suave —bramó la sabia colocándose al chiquillo sobre los hombros aferrándole los pies cuando se puso a girar sobre su eje—. ¡Hay que darle vueltas para que se ablande!

Anders y los niños comenzaron a chillar y reír emocionados. Anna animaba a su pequeño amigo, Elsa lo hacía silenciosamente con su sabia. La miraba gruñir y hacer gestos feroces mientras se movía de un lado a otro haciendo como que sopesaba quien más debería de compartir la suerte de Anders.

—¡Un chicuelo no basta para aplacar el apetito de un gigante! ¡Jojojo! ¡Necesito tres, tres niños! —bufó en actitud merodeadora—, ¿o deberían ser todos? ¡Las niñas también me gustan!

Elsa se golpeó la frente, meneó la cabeza sonriéndose por lo bajo apenadamente cuando la sabía le guiñó con descaro.

Los pequeños chillaron y soltaron risitas cuando se colgaron de los brazos que la sabia flexionaba en alto mientras avanzaba pesadamente como si se encontrara arrasando un poblado. Anders se apretaba desde lo alto al revuelto pelo azabache, sentado sobre los hombros de la morena que seguía soltando carcajadas villanescas.

Pasado un rato en el que los niños lograron derrotar a la temible Kyla con ayuda de una Juana de Arco interpretada por Anna y fueron nombrados caballeros y doncellas matagigantes honorarios por Elsa. Fue que se sentaron todos a comer tostadas con salmón, mientras Kyla se aparecía desde las cocinas con jugo de lingonberry y se acomodaba junto a Elsa en uno de los asientos superiores, frotándose las manos.

—Muy bien, ¿En qué nos quedamos la última vez? —les preguntó animada.

—En que Odín le había dado su ojo a Mim a cambio de conocimiento—. le recordó el pequeño rubio con la boca llena.

—Así es, justo en eso —corroboró Elsa limpiándose las comisuras de los labios con elegancia.

—Bueno —comenzó la sabia cruzándose de piernas—. A Odín, como a muchos otros dioses y hombres le obsesionaba conocer su destino y evitar su muerte.

—¿Y beber de la fuente del gigante lo ayudó? —inquirió la pequeñita pecosa de cabello color paja.

—No lo hizo —le contestó Kyla cubriéndose la boca escandalosamente—. Al menos no como él lo deseaba. Porque el porvenir solo es controlado por las Nornas...

—¿Quiénes son ellas? —preguntó Anders abrazándose las piernas.

—Son las hilanderas del destino —le explicó Kyla al levantar tres dedos—. Las Nornas son tres hermanas que se dice han existido desde el principio de los tiempos. Son las hijas del gigante Norvi, quien engendró a su vez al gigante de la noche. Ellas manejan las vidas de hombres y dioses por igual y no hay manera de influirles el juicio.

Los niños y Anna soltaron una expresión impresionada. Elsa asentía confirmándolo todo.

Kyla dibujó con una tiza tres símbolos con caracteres rúnicos sobre el peldaño mientras hablaba.

—Eran Urð, Verðandi y Skuld. Quienes veían pasado, presente y futuro respectivamente.

Señaló el primero.

—Se dice que Urð era una mujer anciana, benévola y paciente que trabajaba con lentitud y de la misma forma siempre. Como su labor era hilar el principio de la vida, había muy poco campo para la improvisación.

Movió los dedos al segundo.

—Verðandi era una joven hermosa, tímida y nerviosa que dudaba la mayor parte del tiempo al hilar, pues el presente es el campo donde se siembra la posibilidad.

Tamborileó en la piedra, esbozó una media sonrisa sobre el tercero.

—Skuld era una mujer irascible y atemorizante con yelmo y capa de plumas. ¡Así es! ¡Como las de las valkirias! —les asintió cuando los niños jadearon aquello último—. Ella era la más críptica de todas al ser su visión la de los tiempos venideros. Odín las visitaba con frecuencia.

—¿Y dónde vivían? —se le escapó a Anna, quien se puso roja como una frambuesa cuando todos voltearon a verla.

Kyla le sonrió, se acarició la barbilla.

—Se habían instalado bajo el fresno blanco Yggdrasil, por eso sus conocimientos abarcan a los nueve mundos —explicó con reverencia—. Ellas bañaban las raíces con el agua del Urdar mientras aconsejaban a los dioses y les enseñaban a comprender y usar sabiamente el poder del control del tiempo. Aunque ellas nunca hablaban claro y era común que sus mensajes fueran malinterpretados.

Esta vez eran las niñas las que parecían estar interesadas en saber más, porque habló una chiquitina castaña de ojos verdes.

—¿Y cómo era que sabían sobre las vidas de los demás?

—Ah, pues las tejían —respondió Kyla con lógica—. Tenían unos telares larguísimos. Tan largos como el tiempo y el universo y cada hilo era una persona, dios o criatura que pasaba a formar parte del gran diseño de la creación.

A pesar de todo, las hermanas siempre discutían y a veces Skuld arruinaba el trabajo de las otras, porque el futuro es impredecible.

—¿Alguna vez alguien vio los telares? —soltó el chiquillo rubio con escepticismo.

Kyla se encogió de hombros.

—Según las eddas, nadie más que las nornas pueden presenciarlos, porque sus miradas doradas son las únicas que pueden manejar esa descomunal visión. Los ojos mortales se quemarían si tan siquiera lo intentaran.

Los oyentes soltaron expresiones doloridas al imaginarlo.

Kyla se enredó el mechón que le caía sobre la nariz, se puso a mover ligeramente las puntas de sus pies.

—Hay una historia interesante sobre el gran telar —añadió de manera misteriosa—. Dicen que a veces las Nornas entrelazan los hilos cuando dos personas están destinadas a encontrarse y no importa cuánto se modifiquen las circunstancias. Ellas siempre se encontrarán porque así fue establecido desde el principio de sus vidas. Incluso tras la muerte. Está escrito que Freyja tiene un gran salón en donde los recibe para que esa unión se perpetúe hasta el fin de los tiempos.

—Amor eterno, ¡qué romántico!

Las niñas suspiraron con embeleso mientras los niños hacían muecas de desagrado.

Kyla levantó la vista hacia Elsa, ambas se sonrieron en entendimiento.

Anna sonrió apenadamente al verlas, llamó la atención de los niños cuándo les propuso una carrera hasta el chocolatero de la plaza comercial. La pelirroja le guiñó con discreción a la morena que le retornó el gesto. La princesa de Arendelle se despidió de la sabia y su regente hermana con un rápido movimiento de la mano cuando ella y los niños agradecieron el tiempo de la sabia y se retiraron en un revoltoso tropel.

—Fue una buena historia —concluyó Elsa al levantarse y plisarse la falda, seguida de la sabía que comenzó a bajar las gradas con ella—. Creo que sólo tú puedes hacer que la mitología parezca tan accesible para los niños. Hasta creo que Anna aprendió un poco —le dijo girando los ojos, divertida al pensar en su inquieta hermana—. Aunque me recordaste un poco a mi madre. Ella me contaba mucho sobre las Nornas también.

—Puedo imaginarlo —pronunció la sabia tranquilamente.

Elsa se mordió el labio, asintió mudamente. Se apretujó las manos con nerviosismo, sintiéndose insegura sobre lo que quería comentarle a la extranjera.

—Cuando era más joven descubrí un salón subterráneo que parecía una tumba —comenzó con la tristeza impregnándole la voz—. Ahí se leía una antigua profecía y reposaba una espada brillante que aguarda a quién la empuñe para destruir el mal que un día acabará con Arendelle... —miró los impenetrables ojos amatistas de la sabia enmarcados por esas cejas oscuras que se torcieron en un gesto severo—. Pero eso tú ya lo sabías, ¿verdad?

Kyla asintió pesarosamente cruzándose de brazos al desviar la vista del inseguro escrutinio de la regente.

—Sí... lo sabía.

—¿Y qué piensas?

—Que tú... no tienes un corazón helado.

Elsa suspiró, se abrazó los costados, sintiendo que se le iba agotando la paciencia con las pensadas respuestas de la morena, que se encogió momentáneamente y pareció tensar la mandíbula por algún motivo.

—Te olvidaste de contar a los niños sobre las otras personas que podían percibir los acontecimientos del gran telar —soltó Elsa, arqueándole la ceja a la imperturbable morena.

—Hablar de ese tipo de personas es peligroso —respondió la sabia con calma—. Hacerlo suele atraer presencias indeseables.

—Dicen que fueron las practicantes originales de la magia rúnica —prosiguió la regente, rodeando a la sabia valorativamente—. Que se sumergían en sueños profundos y en ellos podían ver dentro del tiempo.

Kyla contuvo el aliento. Una voz femenina y profunda reverberó en el fondo de su mente.

—"Ese es el sitio que te vio nacer, Völva..." —le decía con burla.

Kyla abrió los ojos como platos, se estremeció dolorosamente como si el sonido de las palabras le hubiera atravesado la caja torácica ante el recuerdo. La sabia miró por sobre el hombro de la regente cuando un zumbido antinatural le perforó los tímpanos. Exhaló un suspiro helado con la vista perdida en lo que parecía estar apreciando. Aquella sombra que la seguía en sus sueños le retornaba lúgubremente la mirada desde la lejanía.

—¿Que ocurre? —llamó Elsa entre aquel sonido de ventisca que se apagó en ese instante cuando los ojos de Kyla la enfocaron a ella.

Kyla salió de su trance, se pasó nerviosamente la mano por el cabello que le caía sobre la cara. Elsa miró de reojo tras ella, pero la plaza de armas yacía vacía. La morena tragó saliva.

—N–nada, yo... Tienes razón. Dejé a las Völvas fuera de la narración —la viajera parpadeó un par de veces, fue recuperando poco a poco su semblante habitual—. Tengo que volver —le soltó abruptamente a Elsa, alejándose un par de pasos—, pero... ¿nos vemos esta noche? En nuestro sauce. Como a las nueve. No cenes mucho porque bien podríamos comer algo ahí —le dijo al sonreírle galantemente.

Elsa le estudió la expresión por un momento, pero terminó reflejándole el gesto cariñoso. Olvidando la extrañeza de lo que recién había ocurrido.

—Ahí estaré —prometió alegremente la regente.

—La adoro, alteza —sonrió la morena prodigándole una profunda reverencia.

—El sentimiento es bien correspondido mi estimada sabia —contestó la regente siguiéndole el juego con una leve inclinación.

Kyla sonrió de oreja a oreja, se alejó caminando hacia atrás sin dejar de ver a la regente que le sonrió meneando la cabeza como si pensara que no había remedio con ella. La morena se echó la capucha encima de la cabeza y frunció el ceño bajo la tela, soltando una maldición. Desapareció al trote haciendo repiquetear el medallón del sol que le pendía del cuello.

...

Kyla llevaba varios minutos de pie, recargada contra el sauce mirando las estrellas que brillaban en el cielo cuando Elsa arribó a la hora pactada. La sabía fumaba relajadamente su pipa. El humo le flotaba en espirales por sobre la cabeza. Elsa pensó que últimamente era con más frecuencia que la veía recurriendo al tabaco, y su conocimiento sobre el tema (luego de años de haber visto a su padre y parlamentarios) le permitía concluir que la extranjera debía de estar teniendo problemas para manejar la tensión. Se preguntó si pronto se animaría a compartirle sus tribulaciones.

Elsa se aclaró la garganta, Kyla se giró alegremente al vislumbrarla.

—¡Alteza, cuánto tiempo! —bromeó la morena al sacarse la pipa y vaciarla como acostumbraba.

La princesa regente observó que la sabia tenía montado un pequeño picnic bajo el amparo del árbol, tal y como lo había pensado ante la mención de la posibilidad de tener una cena tardía. Kyla la tomó de la mano y alzó la ceja al notar la canasta que Elsa cargaba consigo.

—Trajiste tus propias viandas. ¿Esa es la fe que me tienes?

—Imaginé que no traerías algo para ti por tratar de complacerme —le respondió encogiéndose de hombros.

Kyla esbozo una media sonrisa, pero le asintió dándole la razón con eso.

—Soy tan servil contigo, ¿no?

—Un poco —confirmó Elsa, sonriendo con malicia.

Tomaron asiento sobre la manta, Kyla se dio a la tarea de forcejear con el corcho de una botella de vino especiado.

—¿Y se puede saber que hay en el cesto? —le dijo casualmente—. No soy exigente, pero si muy curiosa.

—Bueno... —dijo la regente en un tono tentador, metiendo las manos en su canasta—. Un petirrojo me contó que alguien siente debilidad por cierto guiso de cordero con coles...

—¡Me trajiste fårikål! —chilló Kyla meneándose de la emoción al ver la sopera y los cuencos que la rubia depositaba con elegancia frente a ambas.

La sureña descorchó la botella en un solo movimiento y fingió que se limpiaba una lágrima.

Kyla decantó la bebida en copas de fino cristal, le extendió una a Elsa, quién aguardó a que la morena sostuviera la suya, las hicieron chocar produciendo un musical tintineo y bebieron de ellas.

—No tienes idea de hace cuánto tiempo he esperado estar a solas así contigo —susurró la sabia con embeleso—. Te amo tanto...

Elsa sonrió con los labios pegados a su copa. Era la primera vez que Kyla le decía algo como eso. De pronto cayó en cuenta con los párpados formándole una perfecta línea horizontal sobre los ojos.

—¿Le estás hablando a la comida verdad?

—¡Es que es mi plato favorito! —exclamó la sabia llenándose un tazón—. ¡No debiste traerlo si querías que te prestara atención!

Elsa se enfurruñó, pero no pudo evitar que aquello le causara gracia.

—La verdad no sé qué opinar de tu sanidad mental.

—No la escuches, amor mío, está celosa de lo nuestro —le susurró Kyla al humeante cuenco que abrazaba cerca de su mejilla—. ¿Qué va a saber esta mujer de hielo del amor verdadero?

Los ojos cobaltos de la regente se convirtieron en un par de rendijas, cuando con una floritura de su mano hizo que el tazón se le congelara entre los dedos a la sabia, que profirió un alarido desconsolado.

—¡No! ¡Pero qué crueldad! ¡Malvada seiðr!

—¿Tienes que dramatizarlo tanto? La cazuela entera está ahí intacta.

—Pero yo lo quería todo para mí... —respondió Kyla haciendo un puchero.

Las dos jóvenes bebieron y comieron entre risas y anécdotas que les hicieron la noche más amena. Kyla contaba con todo un repertorio e iban desde las que eran sumamente interesantes hasta las más absurdas, pero Elsa para su propia sorpresa y el deleite de la sabia también contaba con las propias. Kyla prácticamente lloraba de tanto reír cuando ella le contaba sobre un vestido horroroso de trasero gigante que le había enviado un parlamentario francés y que le venía enorme. Aunque seguramente el bajo nivel que había alcanzado la botella de vino tenía que ver algo con eso.

—...Y fue así que aprendí que nunca se debe contestar la correspondencia real con akkevit encima —terminó la regente, mordiendo una tostada con queso cremoso—. De verdad temo por el día que me pregunten por él.

—Definitivamente tendrás que mostrarme ese esperpento. Ya imagino los favores que le hará a tu posterior.

—Bueno, bueno ahora te toca a ti —le reclamó Elsa, rellenándose la copa—. Tu momento más tonto con el alcohol.

Kyla se recargó con las manos tras la espalda, se mordió el labio mientras pareció sopesarlo.

—Caray, no sabría cómo enumerar sólo uno —se enderezó abruptamente agitando el índice—. ¡Oh ya, ya! Bueno, estábamos en una ocasión Titus y yo, (ya sabes, mi amigo cretense) recorriendo la ciudad de Arcadia y nos encontramos este festival de Dionisio, y entre las celebraciones se llevaba a cabo esta competencia en la que tenías que comerte un cerdo entero y—

Elsa estalló en carcajadas y escupió su trago de vino imaginándose el resto de la historia mientras Kyla la miraba ceñuda.

—¡Pero que descortesía!, ¡Yo si te escuché atentamente!

—No recuerdo haber reído tanto... Nunca —gimió la regente sujetándose el estómago— Esto es muy agradable.

—Me alegra que la estés pasando bien. —sonrió la morena recargándose contra el tronco del sauce.

Elsa dejó su copa sobre el mantel, se acomodó contra el cuerpo de la sabia que la rodeó con un brazo.

—El próximo año cumplo la mayoría de edad —le dijo olfateando esa mezcla de especias y tabaco que impregnaba la ropa y el cabello de la extranjera, quién le acariciaba el hombro.

—Escuché que escogiste coronarte en Julio.

Elsa asintió.

—Escogí una fecha veraniega para no correr ningún riesgo —se mordió el labio—. No quiero ninguna relación con la profecía del invierno eterno... Además, es peligroso hacer que la gente viaje en Diciembre.

—Así que les estás evitando de antemano las bajas temperaturas y el mal clima —razonó la morena, arqueando las cejas. Esbozó una media sonrisa—. Eres tan comprensiva.

—No lo soy...

La sabia y la regente unieron los labios en aquella placidez. En un beso dulce y sin otra pretensión más que la del cariño compartido. Resultaba aún más grato tras la decisión de prescindir de usar los guantes, se pensó la rubia al sostenerle a la morena la mandíbula con los finos dedos blancos. Le encantaba sentir el calor de Kyla cuando entraba en contacto contra su piel.

—Tengo algo para ti —pronunció la sabia, separándose ligeramente.

—¿Qué cosa? —inquirió Elsa plantándole otro beso en los labios a la morena que se sonrió ante su afectuoso trato.

—Debes darme oportunidad de traerlo...

—Está bien —resopló la princesa acomodándose el cabello platinado mientras la viajera se ponía de pie y caminaba hasta unos arbustos de los que sacó un objeto cilíndrico que se veía muy parecido a los adornillos que solían colgarse en la ciudadela durante los festivales. Aunque parecía tener un tamaño mayor y un mecanismo distinto.

—Supe que tu coronación será el día de mañana, de aquí a un año, y es casi medianoche. Feliz cumpleaños real —le dijo la morena sonriéndole ampliamente al levantarlo en alto.

Elsa se sonrió, se incorporó y se acercó a la extranjera, estudiando aquella pieza con curiosidad.

—Esta es una linterna del cielo —le explicó Kyla a Elsa mostrándole aquel artilugio de papel que sostenía en las manos—. Las inventaron en China con motivos militares, pero con el paso del tiempo se convirtieron en una tradición diferente —le sonrió ampliamente cuando la rubia le arqueó la ceja sin comprender del todo—. Son para pedir un deseo en una ocasión importante.

Elsa inhaló alegremente ante la aclaración de la sabia. Se acercó a la exótica lámpara, la acarició con los dedos.

—¿Y los deseos se cumplen? —le preguntó a la morena animosamente casi en un tono infantil.

—En Corona soltaron miles de estas durante dieciocho años en la esperanza colectiva de que nuestra princesa perdida encontrara el camino a casa. —respondió Kyla al sonreírle llanamente.

—No lo sabía —Elsa arqueó las cejas imaginando lo que habría sido pasarse tanto tiempo lejos de su familia y su hogar—. ¿Dieciocho años? ¿Cómo no perdieron la fe luego de tantos intentos?

—La lección en eso fue que además de desear con fuerza hay que ser muy persistente.

—No dudo que lo interpretaras de esa forma —le respondió Elsa curvando las comisuras de sus labios.

When I was younger /

Cuando era más joven

I saw my daddy cry /

Vi a mi padre llorar

And cursed at the wind /

Y maldecir al viento

He broke his own heart /

Rompió su propio corazón

And I watched /

Y lo observé

As he tried to reassemble it /

Mientras él trataba de re-ensamblarlo

—Tú la hiciste para mi —razonó Elsa al apreciarle las fuertes y hábiles manos a la apenada morena.

—Es muy sencilla en realidad. ¿Te gusta? —le preguntó insegura—. Porque es difícil hasta para una sabia imaginar qué cosa podría obsequiar a una bella princesa.

And my momma swore that /

Y mi mama juró

She would never let herself forget /

Que nunca se permitiría olvidar

And that was the day I promised /

Y ese fue el día que prometí

Id never sing of love /

Que nunca cantaría por amor

If it does not exist /

Si este no existía

—Me encanta —le dijo la monarca con honestidad.

But darling, /

Pero cariño

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

La regente se abrazó los costados observando como Kyla verificaba que toda la superficie de la lampara estuviera perfecta, la hizo girar para que pudiera ver el azafrán de Arendelle que lucía en un elegante color azul cobalto mientras le explicaba que por un efecto de la luz también se vería de color verde cuando lo encendiera.

Maybe I know, somewhere /

Quizá yo sé, en algún lugar

Deep in my soul /

Profundo de mi alma

That love never lasts /

Que el amor no dura

And we've got to find other ways /

Y que debemos encontrar otras formas

To make it alone /

De vivir en soledad

Or keep a straight face /

O mantenerse impasible

And I've always lived like this /

Y siempre he vivido de esta forma

Keeping a comfortable, distance /

Conservando una distancia confortable

And up until now /

Y hasta ahora

I had sworn to myself that i was content / Yo me había jurado que estaba contenta

With loneliness /

Con la soledad

Because none of it was ever worth the risk, but /

Porque nadie alguna vez valió el riesgo, pero

Elsa escuchaba a Kyla atentamente, le estudiaba a la trigueña los gestos. Sus ojos fulgurantes de ese increíble color, ese cabello tan largo, alborotado y oscuro, esos labios sugerentes que no se cansaba de besar. La regente esbozó una sonrisa ensimismada al pensar en el carácter de la viajera y en lo imposible que le resultaba.

Porque no se imaginó que encima de que la suerte pudiera permitirle amar y ser correspondida de la forma que le era natural, fuera una mujer como ella la que el destino le tuviera prometida.

Kyla encendió la vela de la linterna, se la extendió a la regente que la sujetó entre las manos descubiertas.

—Pide un deseo —la ánimo gentilmente.

Elsa se dejó llevar, se perdió dentro de esa mirada amatista amable y apasionada que la conducía sin soltarla por esos terrenos desconocidos. En donde el miedo y la duda ya no tenían cabida. Elsa no tenía idea de a donde podía derivarla todo aquello, pero sí tenía la certeza de conocer qué era lo que deseaba.

Le asintió con la cabeza a la viajera y ambas liberaron la linterna que se separó flotando poco a poco entre sus cuerpos, rumbo a las estrellas conforme fue cobrando altura. La siguieron atentamente en silencio hasta que se convirtió en un punto luminoso que se perdió en la inmensidad del cielo oscuro que reflejaba el calmo fiordo.

El primero de muchos otros momentos que compartirían.

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

Kyla bajo la vista, le sonrió a la joven noble que emanaba todas esas sensaciones tan fascinantes. Quiso dedicarle unas palabras sobre el tema, pero Elsa dio un paso al frente y la haló del cuello del blusón para obligarla a inclinarse cuando le atrapó los labios con los suyos al besarla profundamente en su sorpresa.

Kyla la sujetó firmemente de la cintura. Elsa se estremeció ante el contacto cuando la trigueña le deslizó los dedos por el dorso y las caderas. La rubia rozó su cuerpo contra el frente de la morena y le aferró los mechones azabaches cuando las manos le serpentearon sobre el cuello de la sabia y se afianzaron a su espalda. Sus bocas forcejeaban y se probaban sin darse cuartel. Se percibían el gusto dulce y alcohólico del vino que había contribuido a llevarlas hasta aquel estado ansioso y febril.

Elsa miró a Kyla a los ojos intensamente cuando se separaron. Ambas jadeaban y se observaban con un hambre que ninguna pareció ser capaz de controlar por más tiempo.

—Esto me atemoriza, Kyla —le soltó en un susurro profundo, acariciando la mejilla de la morena que suspiró y cerró los ojos ante el tacto—. Todo esto... Pero lo deseo —le añadió cuando se miraron fijamente—. No quiero volver a despertar sola. Ni que te vayas nunca. O dejar alguna vez de tocarte. No... Creí que podría sentirme de esta forma algún día. Este calor que es por tu causa y del que me has creado esta necesidad...

—Me pasa lo mismo, Elsa —le respondió la sabia con el aliento entrecortado. Le acarició con el dorso de la mano las hebras platinadas que se le desprendían del peinado a la monarca—. Todo... Sé que absolutamente todo vale la pena. Por ti... —pronunció con los ojos brillantes al encorvarse en esa inseguridad que a Elsa no dejaba de intrigarla—. Yo... Soy solo una humilde escriba y armadora de cacharros, pero moriría porque fueras un día mi Reina... En verdad lo haría...

Elsa frotó la punta de su nariz con la suya, la abrazó fuertemente.

—Mi tonta sabia...

I've got a tight grip on reality /

Me he aferrado firmemente a la realidad

But I can't /

Pero no puedo

Let go of what's in front of me here /

Dejar ir lo que tengo frente a mí aquí

I know your leaving /

Sé que te irás

In the morning, when you wake up /

En la mañana, cuando despiertes

Leave me with some proof its not a dream /

Déjame con una prueba de que esto no es un sueño

Ohh...

—Yo he soñado con esto... —suspiró la regente mordiendo el lóbulo del oído de la extranjera que no pudo evitar estremecerse placentera con la fría corriente de aire que le acariciaba la piel que Elsa le había humedecido con la lengua.

—También yo... —exhaló ella cuando Elsa la liberó y Kyla se tambaleó al perder el equilibrio por la debilidad que sentía en las piernas. Extendió los brazos y se sujetó del tronco del sauce quedando la monarca atrapada contra la madera y su cuerpo.

Elsa resoplaba, se relamía los labios ante el estado descontrolado y necesitado de la morena que parecía alguna creatura sobrenatural con los ojos tan ennegrecidos como los tenía mientras la miraba de esa forma intranquila.

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

You, are, the only exception /

Tú eres la única excepción

Se quedaron quietas a la expectativa de lo que hiciera la otra, hasta que Elsa extendió una mano temblorosa y le jaló el cordel del nudo con el que la sabia se cerraba el blusón y ella se perdió en la vista que le brindó tal atrevimiento.

Labios finos de color carmesí recorrieron el cuello y la clavícula de la morena quién con dedos entorpecidos anhelantes se escabulló entre los pliegues del saco oscuro de la regente y tiró de la tela de la blusa celeste que portaba tan bien fajada para su propia frustración. Elsa exhaló un suspiro en su deleite cuando Kyla logró abrirse camino y le tocó la piel vulnerable en aquella imprudencia que estaban por cometer en los jardines palaciales.

And I'm on my way to believing it. /

Y estoy en camino de creerlo

Oh, And I'm on my way to believing it. /

Oh, estoy en camino de creerlo

La monarca le besó los labios a la sabia, ganándose el acceso a su boca delirante. Ambas se perdieron en ese momento que se volvió eterno cuando el arrebato que se gestaba con sus acciones iba llegando a su punto más álgido.

—Te deseo... —le suspiró Elsa a la extranjera en la boca.

Kyla constriñó los párpados, arqueó la columna cuando un gemido lastimero le abandonó los labios que cerró de inmediato al aprisionar el resto de ese estremecimiento tras la tensa dentadura. Ya no se sentía tan fuerte como para continuar resistiendo.

—Ungh... Elsa...

Una fina capa de escarcha se materializó en el torso de la regente. Los dedos de la sabia se cubrieron con un hielo sólido que le reptó hasta el hombro en un violento estallido helado que la empujó con fuerza. Kyla cayó al pasto sobre su costado, donde se encogió dolorosamente con los ojos muy abiertos, jadeando vaho, los dedos de la mano libre apretándosele contra el pecho que sentía tirante.

Elsa reaccionó rápidamente, se movió hacia la temblorosa figura de Kyla. La regente tomó a la morena entre sus brazos, negando incesantemente con la cabeza.

—¡Oh Dios!, No de nuevo. ¡No! ¡Te lastimé!

La escarcha comenzó a apoderarse de las briznas de césped y de las raíces del árbol. Kyla la miró con los ojos neblinosos. Negó cuando se llevó los dedos que mantenían estrujándole la carne a la altura del esternón y se los colocó sobre el hombro congelado.

—Tranquila —le susurró al sonreírle serenamente.

La sabia tomó aire y cerró los ojos. El hielo sobre su brazo comenzó a disolverse en pequeños fragmentos de polvo cristalino. Elsa estaba tan asustada que ni siquiera se le ocurrió preguntarle a Kyla cómo era que había sido capaz de hacer eso.

—Lo siento... —le suplicó con los ojos cobaltos llenos de lágrimas.

Kyla le acarició la mejilla y le limpió tiernamente la humedad del rostro con el pulgar.

—Shh... No hay nada... que perdonar. —jadeó la morena tratando de componerse—. Estaré bien. Yo... —apretó los dientes y negó con la cabeza—. No importa... No ha sido culpa tuya...

...

—He investigado en los libros norteños esos sueños. No son visiones, abuela, son recuerdos —barbotaba Kyla paseando de un lado a otro frente al escritorio de mamá Jenell mientras repasaba las anotaciones de su fiel cuaderno sin dejar de gesticular. La directora de la Academia del Sol observó con pena como la figura de su nieta se encorvaba mientras se apretaba el pecho con una mano temblorosa cuando la voz se le quebraba al llegar a la conclusión que llevaba semanas maquinando.

—¿Qué cosa es lo que soy?... —le susurró afligidamente.

La mujer se levantó de su silla, acudió al consuelo de su nieta, envolviéndola entre sus brazos. Le acarició los mechones azabaches negando con la cabeza, mientras la muchacha dejaba caer los hombros como si le pesaran una infinidad.

—Eres Kyla Frei, cariño. Mi pequeña nieta. Nada de esto ha sido culpa tuya.

Kyla abrió los brillantes ojos violetas en su conmoción al escuchar las palabras y percibir las emociones de la académica. Sacudió la cabeza cuando la expresión de su abuela le confirmó lo que había sospechado del asunto. La morena se apartó un par de pasos con las manos cerradas en puños.

—Tú lo sabías... —siseó la joven con la mandíbula tensa —Nunca esperaste que fuera a salvarla.

—No puedes regresar a Arendelle si vas a hacer estupideces —le dijo duramente mamá Jenell con gesto severo—. Concéntrate en lo que tienes que hacer y no te precipites si no estás consciente de hasta donde eres capaz de llegar.

—Nada de eso tendrá sentido si ella muere...

Kyla cerró su libró con premura, se lo guardó en la bolsa de cuero. Caminó hacia la puerta sin decir otra palabra. Hasta que la voz de Jenell la hizo detenerse a escucharla cuando sujetaba el pomo.

—Sabes a lo que te avecinas de seguir ese camino —le advirtió funestamente.

Kyla tensó la espalda conteniendo la marea de sensaciones que amenazaban con ahogarla, pero no se atrevió a girarse para encararla.

—Entonces también sabes cuándo nos volveremos a ver —le respondió en un susurro rasposo cuando abrió la puerta y desapareció tras el umbral.

—¡Kyla!

La menuda morena salió del despacho de su abuela dando un portazo. No se detuvo hasta que salió de los terrenos académicos. Solo ahí se permitió frenarse. Se quedó respirando airadamente con la cabeza dándole vueltas y el corazón retumbante. Encorvada, apoyándose en las rodillas. Se apretó el medallón del sol que le pendía sobre el pecho con una mano de dedos temblorosos que se tensó con firmeza hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

Kyla pudo sentir las lágrimas calientes resbalándole por las mejillas, pero se las limpió con obstinación. Se enderezó. Se echó la capa blanca de Elsa sobre los hombros y ese día se alejó a grandes zancadas de Corona sin mirar atrás.

Sólo le quedaba una forma en la que podría regresar a su hogar y aquel era el primer paso de la tortuosa senda que la aguardaba.

...

El ama de llaves del castillo de Arendelle se levantó confusa, se amarró la bata con premura cuando metió los pies en las zapatillas y se encaminó a la puerta que había sonado a esas escandalosas horas de la madrugada. La mujer se restregó las sienes. Justo cuando al amanecer había tanto qué hacer por el anuncio de la coronación de su alteza regente. Más le valía a aquello ser algo bueno.

La matrona abrió la puerta, tuvo que ahogar un grito al encarar a una temblorosa y jadeante Kyla que se doblaba con debilidad, agarrándose dolorosamente al marco de madera.

—Gerda, por favor... necesito que me ayudes.