Nota de Autor: La canción utilizada en esta ocasión se llama "One Night" de Christina Perry
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Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.
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Un corazón helado
por Berelince
11 la catedral y la cripta
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Emma se recogió las mangas y se inclinó para levantar en brazos a su pequeña e inquieta Kyla que le demandaba alimento. La chiquilla profería quejiditos halándole el delantal a la vez que señalaba el potaje burbujeante que se cocinaba en el fuego. La niña de cuatro años se acomodó contra el cálido cuerpo de su madre (quien le recordaba las virtudes de ser una persona paciente) y la observó atentamente mientras ella canturreaba, removiendo el caldo al tiempo que le hacía mimos. Los ojillos amatistas estudiaban con interés aquella amable mirada color olivo y el gesto afable y sonrosado enmarcado por esos ensortijados mechones dorados peinados siempre con esmerada pulcritud. La contemplación de la niña se perdió luego entre las verduras y esos suculentos trozos de carne tierna y especiada que la hacían olvidar los cardenales y las raspaduras del día entre cada bocado caliente, Kyla se relamió ansiosamente e inhaló el agradable aroma.
La menuda morena curvó los labios en una amplia sonrisa y la risa infantil le brotó de la garganta como una alegre melodía.
Emma le celebró a su hija el entusiasmo sintiendo que algo dentro de su pecho se alborozaba. La pobrecilla la pasaba tan duro domando con mamá Jenell el misterioso poder de esos ojos violetas, sumados los problemas de tener encima que estar lidiando con tanto golpe y pesadilla que todo comportamiento infantil era fomentado como si se tratara de algún talento oculto.
Emma lo consideraba todo tan excesivo para una niña de su edad...
No importaba que Kyla fuera silenciosa e introvertida. Ella era por sí misma su propio milagro y siempre la haría sentir como tal. Esos breves instantes ante el fogón eran en los que, como madre, Emma podía darse el lujo de recordarle a la pequeña que, aunque su mirada fuera una que exploraba miles de posibilidades, el tiempo podía congelarse en un instante cuando se permitía que sus emociones le dieran peso al presente.
Porque Emma sabía que en el fondo su hija debía tenerlas, si bien estas parecían ausentes la mayor parte del tiempo. Era un hecho que la niña era capaz de percibir los sentimientos ajenos y comprenderlos de manera racional, aunque ella misma no fuera buena expresando su propio sentir. Esa peculiaridad la habían sobrellevado con pequeños gestos que le permitieran a Kyla comunicarse mejor en una especie de código silencioso que establecieron entre ambas.
La niña se enredaba los dedos en el cabello cuando se quedaba inmersa en su propio mundo y por eso su melena azabache era ese desastre alborotado incorregible. Kyla se mecía cuando estaba contenta. Zapateaba si se ponía ansiosa. Se mordía los nudillos justo antes de estallar en una rabieta y apretaba mucho los dientes si es que iba a ponerse a llorar (entre muchas otras acciones que se fueron anidando en la niña a base de repetirlas) Todas sus señales Emma podía interpretarlas bien y aunque la atención de Kyla era dispersa, la comida de alguna forma siempre lograba mantenerla atenta y de buen humor pese a su imperante indiferencia.
Era casi como si fuera normal.
Mamá Jenell le había explicado a su nuera que probablemente Kyla relacionara el hecho de comer con esos momentos cálidos junto a ella, cuando Emma imbuía su cariño y sus cuidados en la elaboración de los alimentos y que debía de ser la forma en la que la niña le reconocía ese afecto y se lo reciprocaba al ser capaz de disfrutarlo a través de otros sentidos menos comprometidos.
Fue por eso que hicieron de la cena un pequeño ritual. Porque Emma esperaba lograr con ello que su niña aprendiera a valorar esa conexión que puede existir entre las personas. Tal vez que un día hasta la buscase y procurase por sus propios medios. Emma tenía la certeza de que algún día Kyla experimentaría la calidez de un corazón que palpitaría al compás de aquel que lograra liberarla de su helado trato.
Uno al que el frío no le molestase.
—Estás contenta —le susurró la morena ladeando la cabeza como si aquello le resultara curioso.
—Lo estoy —le respondió Emma.
—¿Por qué? —le espetó la niña con simpleza.
—Pues porque tú eres tú, te tengo y eres la mejor ayudante que pueda tener en la cocina —le dijo tranquilamente.
Kyla frunció el entrecejo, se agarró los revueltos mechones con los deditos titubeantes.
—Pero yo no hago nada —se dijo insegura.
Emma le compuso un gesto sorprendido y fingió severidad.
—Pero, ¿cómo de que no? —le acercó los labios al oído y le susurró de manera conspiratoria—. ¿No eres tú quien prueba siempre todo antes de que se sirva?
—Pues sí... —repuso no muy convencida.
—Ahí está —le dijo terminante—. Sin tu visto bueno. No sabría si tu papá y la abuela reciben platos apenas aceptables.
Kyla torció los labios, miró a su madre, confundida. Emma era excelente cocinera. No tenía mucho sentido aquello, pero le asintió porque sabía que era la reacción que esperaba de su parte.
—¿Vamos a comer pronto? —soltó la niña con su seriedad de costumbre.
—Ya casi. Ve por tu cuchara para que pruebes el estofado.
Kyla torció las comisuras de sus labios, saltó como un gato haciendo caso omiso de la llamada de atención materna que la reprendía por su audacia. La chiquilla se apartó el cabello del rostro y trotó hacia el comedor de madera que ya lucía la loza puesta. Se dirigió a su sitio y trepó a su silla para darle alcance a su cuchara sopera. Las mejillas le cosquillearon al imaginarse el caldo caliente y los vegetales suaves derritiéndose en su boca.
Clinc clinc clinc...
Kyla desvió la vista para apreciar cómo desde el rincón una muchacha muy alta, de desgreñada cabellera azabache y toda vestida de blanco jugueteaba con un manojo de cucharas que sujetaba en la diestra. Las hacía sonar rítmicamente al golpetearlas contra su palma izquierda. Parecía absorta en ese tintineo, así como ella tenía la manía de hacer lo mismo con los objetos que llegaban a sus manos. La niña arrugó la frente cuando no fue capaz de percibir nada de esa extraña encapuchada que clavó de pronto los ojos violetas en ella, ladeando la cabeza y parpadeando en ensimismada comprensión. La pequeña soltó la cuchara que sostenía y el hecho la distrajo el tiempo suficiente como para que al alzar la mirada aquella chica se hubiera marchado.
Kyla recorrió la habitación con la vista sopesando lo sucedido. Recogió su cuchara con dedos inseguros mientras seguía inspeccionando el rincón vacío. Se acercó con cautela entornando los ojos gatunos y estiró la mano que gesticuló en el aire intentando palpar algo.
—Kyla, nena, ¿Está todo bien? —la llamó Emma desde la otra habitación, completamente ajena de lo que ahí había pasado—. Recuerda que son tres pasos a la derecha desde tu silla para alinearte con la puerta —añadió de manera casual.
—Sí, lo sé —respondió la niña regresando sobre sus pasos para contar la distancia que su madre recién le había sugerido. Tener sus movimientos calculados estaba resultando la mejor forma de evitar chocar con las paredes o sufrir alguna caída.
En poco tiempo la pequeña se apareció ante su madre, se puso a blandir distraídamente su cubierto mientras se enroscaba un mechón entre la mano libre. Emma la llamó amablemente para ganarse de nuevo la atención de esa pequeña mente dispersa suya.
—Creo que he visto algo —soltó Kyla torciendo los labios como si se lo dijera más para sí misma que para su madre.
—¿Ah sí? —le contestó ella vertiendo un poco de caldo en un cuenco que le extendió a la meditabunda infanta—. ¿Y qué ha sido, cariño?
Kyla observó el humo aromático ondulándose ante sus ojos, fijó la mirada amatista en el rostro intrigado de su madre.
—Ha sido algo muy triste —respondió sin ser capaz de reflejar ese sentimiento en el semblante.
...
—Lady Frei, ¿Qué ocurrió? —jadeó Gerda suprimiendo el grito que se le había quedado atrapado en la garganta al toparse con la maltrecha morena que tiritaba bajo el umbral de su puerta. El ama de llaves arqueó las cejas al notar la rigidez del brazo izquierdo que le colgaba como un peso muerto a Kyla por el costado y las volutas de vaho que exhalaba la sabia, la urgió nerviosamente a responder—. ¿Dónde está su alteza?
—Ella está bien —respondió difusamente la joven haciendo una mueca dolorida como si hubiera querido comenzar a retorcerse el cabello y el tirón de su hombro recién descongelado se lo hubiese impedido—. Puede que esté asustada. La escolté a su alcoba. Me aseguré —balbuceó rápidamente—, pero no fui capaz. No pude... ¡Ungh!
El cuerpo de Kyla se arqueó como si una fuerza descomunal la oprimiera, gimió al desplomarse sobre la madera. Gerda se encorvó rápidamente en su auxilio justo en el momento en el que la morena comenzaba a sangrar por la nariz y a toser descontroladamente con los dientes y labios tintados de rojo.
—¡Dios santo! ¡Niña qué tienes! —exclamó la matrona al colocarla en su regazo, le limpió el rostro lo mejor que pudo mientras la sabia se agitaba y retorcía profiriendo sonidos guturales que intentaba apagar con la mandíbula apretada.
Gerda no podía imaginarse cómo estaba razonándolo en ese momento, pero estaba segura que eso mismo era lo que había padecido la princesa regente durante los días del Ostara.
—Le daré belladona —soltó para sí misma, enderezándose y moviéndose rápidamente hacia el armario en donde se puso a hurgar en lo que seguramente sería el botiquín.
El sonido de frascos de cristal chocando los unos con los otros y de cajones que se abrían y se cerraban llegaba a oídos de las pálida trigueña que por un momento se dedicó a respirar profundamente tratando de aislar el dolor y la frialdad que le aguijoneaban los miembros. Celebró mentalmente el chispazo del ama de llaves pensando que prefería enfrentarse a los terrores que la acechaban en sus pesadillas a seguir tan consciente y expuesta.
Era como estar de nueva cuenta en Inglaterra dentro de aquella clandestina casa de té, agonizante y perdida.
Casi podría asegurar que revivía el dolor de esa noche.
Gerda volvió sosteniendo entre las manos un frasquillo de líquido transparente y un paño que humedeció con agua en el lavamanos. Limpió la sangre de la piel de la sabia, la ayudó a incorporarse lentamente para darle a tomar el remedio. La garganta de Kyla recibió ávidamente la belladona que Gerda le vertió cuidadosamente en la boca, si bien tragar le resultó una actividad un tanto accidentada con ese sabor amargo mezclado con sangre y acidez. La joven académica hizo una pausa e inhaló conteniendo una arcada.
—Bébelo todo, niña y ya veremos si te da resultado —le susurró Gerda en tono bondadoso, apartándole los sudorosos mechones azabaches que se le aplastaban contra el rostro.
Kyla suspiró, se dejó caer nuevamente observando con debilidad la forma en que la matrona estudiaba la tela ensangrentada que aferraba entre las manos. Percibía perfectamente como le zumbaban los pensamientos haciendo conjeturas al tiempo que le reclamaba silenciosamente el ocultarle todo aquello.
Ocultárselo a Elsa.
Kyla tensó la mandíbula, se enderezó apoyándose sobre los codos. Se ladeó y siguió dándose a la tarea de levantarse, aunque Gerda se lo protestaba con preocupación. La extranjera se aferró al respaldo de una silla sencilla de madera pesada, se quedó ahí por unos momentos resoplando como si hubiera escalado una montaña. Las rodillas le temblaban y el dolor de sus sienes y extremidades era punzante, pero no quería estar tumbada como una moribunda cuando le dijera a Gerda aquello.
—No podré soportarlo por siempre... —susurró en voz grave irguiéndose lo mejor que pudo—. Por eso he decidido aceptar tu ofrecimiento... Ya no puedo hacer esto sola.
Gerda arrugó la frente, tragó saliva, pero instó a Kyla a seguir hablando.
—Yo... Gerda... —titubeó la morena apretando los dientes—. Hay magia en mí. En mis ojos.
La matrona se paralizó al escuchar aquello, posó la mirada en los orbes amatistas inusuales de esa muchacha.
—¿Qué clase de magia? —inquirió cautelosamente.
—Una que me ayuda a tomar decisiones —respondió lacónicamente —Puedo ver mucho con ellos.
La mujer frunció el entrecejo. Tratándose de la nana de la mágica regente, no le costó mucho aceptar la naturaleza sobrenatural que esa extranjera le estaba confesando, pero le incomodaba el hecho de notar que, pese a ello, algo parecía estar mal.
—He dedicado gran parte de mi vida a comprender la magia de Elsa y por encima de todo... A encontrarle solución a la profecía de Arendelle... —le dijo como respondiendo sus inquietudes, se humedeció los labios pese al ferroso sabor que encontró en ellos—. Es... Elsa de quien se habla ahí. No me queda duda de ello... —terminó como si lamentara profundamente declararlo en voz alta.
—Pero entonces... —razonó el ama de llaves torciendo las cejas. Siguió moviendo los labios, pero ningún otro sonido salió de ellos.
Todo estaba perdido. Si Elsa sería algún día el gobernante de corazón helado de la antigua canción del reino. A su joven alteza le esperaba un final escrito con espada o a Arendelle un invierno eterno que los masacraría a todos hasta borrarlos del mapa.
Cual fuera la decisión que se tomase, habrían de hacerse sacrificios.
Kyla asintió levemente, los ojos violetas le fulguraron con determinación al estudiar a la matrona aún en su agotamiento. El sudor le humedecía el blusón que se le pegaba al cuerpo, el cabello negro era una sarta de mechones pesados que se le adherían a la piel expuesta. Las manos le temblaban pese a que las mantenía cerradas como garras en torno a la madera que la afianzaba.
Por primera vez Gerda pudo notar lo grave que parecía la condición de esa joven extranjera.
—He afrentado fuerzas que sobrepasan todo lo que hemos conocido, Gerda... —comenzó ella—, porque no pienso entregársela al destino... —completó alzando la mano para mirarse los delgados y largos dedos que cerró en un puño como si no tolerase su imagen.
—¿Qué es lo que ha hecho, joven Frei?
—El conocimiento llega a mi cobrándome un precio —susurró ecuánime al colocarse la mano sobre el pecho helado. Miró a la vieja nana con fijeza y suspiró—. Mi cuerpo se desgasta cada vez que uso mis dones y me temo que sobrepasé mi límite en esta empresa.
El ama de llaves se pasó la mano por los grisáceos cabellos, exhaló en su estupefacción con la vista clavada en la sangre recién derramada que se coagulaba sobre la duela. Levantó la cara para sostenerle la mirada a la morena, quién se enderezó en toda su altura de manera titubeante. Sin duda con el orgullo herido por la pena que Gerda se sentía incapaz de ocultarle.
—Es por el dolor... —se dijo la mujer para sí misma, como si esas palabras le pusieran orden a sus pensamientos que se arremolinaban entre profecías, magia y demás eventos imposibles—. Oh, niña...
Kyla rehuyó la contemplación del ama de llaves, volvió a encorvarse en su sitio.
—Sé que tomaste providencias —le dijo penosamente—, que tú la tienes...
Gerda apretó los labios, pero le asintió en silencio. Ahora comprendía cómo esa muchacha parecía siempre enterarse de todo.
—¿Lo sabe su alteza? —pronunció la matrona reprobatoriamente.
—Sabe sobre mi magia, pero no sobre esto —confesó la germana, estremeciéndose.
Gerda se mordió el labio. No le gustaba la idea de hacer nada a espaldas de Elsa, pero le había prometido a la sabia ayudarla bajo la más absoluta discreción.
—Comprendo perfectamente que estoy metiéndote en un predicamento —pronunció Kyla con la respiración entrecortada—. Yo... Entenderé si escoges negarte...
Kyla sentía que podría desmayarse en cualquier instante. El dolor en su cuerpo se conjugaba con el de su cabeza en espasmos constantes y le resultaba insoportable. Era en momentos así en los que anhelaba de verdad morir y terminarlo. Desafanarse de la crueldad de seguir existiendo de esa forma miserable e indigna. Pero ahí estaba. Mendigando de nuevo que la durmieran como un perro por el que ya nada se puede hacer. Solo que ella era bien consciente de que aquella tortura no acabaría, porque no había nada del otro lado. Ni siquiera la paz que le brindaría un final de oscuridad perpetua.
Lo habría preferido a lo que le aguardaba.
Gerda negó débilmente deplorándose el haberle atribuido a Kyla razones más banales a sus acciones al momento que su afecto por ella se incrementaba. Si alguna prueba tangible era necesaria para confirmar los sentimientos de esa extranjera por su alteza regente, simplemente la tenía enfrente.
La matrona apretó los labios como si no estuviese de acuerdo con eso.
Lo que Kyla hacía era imprudente. Dañino. Demasiado desprendido como para tomarlo por virtud. Porque ella mejor que nadie había sido testigo del infortunio que ocasionaban la magia y las acciones extremistas y podía asegurar que amar con desmedida era tan negativo como guardar fieramente algún rencor.
Pero la entrega de esa joven por Elsa siempre fue irracional y ferviente. Razonó el ama de llaves estudiándola en su estupor. Aun cuando niñas. Como si Kyla Frei no fuese capaz de expresar otro sentir más que la euforia que provoca el amor. Gerda separó los labios, observó esos brillantes ojos amatistas al tiempo que ahogaba una exclamación.
Era imposible.
—Cometí un grave error, Gerda...—susurró Kyla como si se disculpara por lo que la mujer estaba cavilando—. Y me lo cobrará todo... Pero no quiero que Elsa...
Los brazos se le deslizaron a Kyla por la madera y estuvo a punto de darse de bruces, pero Gerda actuó con rapidez al atraparla.
—Tranquilícese joven Frei —le dijo con voz suave—. Debe descansar y esperar que pase.
—No lo hará... Nunca lo hace... —negó Kyla ensimismadamente al encorvarse y contraer sus facciones en una mueca dolorida—. Gerda, yo... Lo necesito —le suplicó entre jadeos aferrándole la manga—. solo la he usado una vez y no podría hacerlo sola.
El ama de llaves se mordió los labios nerviosamente, pero le asintió a la muchacha que a duras penas se mantenía en pie. Le había ofrecido ayudarla después de todo y tendría que haberse esperado algo como aquello. No pudo evitar que el pánico la entorpeciera momentáneamente pese a haberlo consultado todo con el médico real en preparación. Gerda respiró hondo, se dispuso a dominar la situación como siempre que había tenido que controlar alguna otra crisis del castillo.
—Confíe en mí, niña —le susurró tranquilizadora—. Saldrá usted de esta.
La matrona sostuvo a la enorme morena aferrándola de la cintura, la condujo a recostarse en su propio lecho. Sorprendentemente le pareció que era más liviana de lo que aparentaba.
El cuerpo de Kyla cayó sin mucha resistencia sobre el colchón. Se estremeció ligeramente cuando el ama de llaves comenzó a arroparla, pero Gerda le chistó de manera maternal, le dedicó palabras amables intentando confortarla. La mujer torció las cejas cuando la sabia tensó la mandíbula entre sus temblores y las lágrimas le resbalaron silenciosamente por las trigueñas mejillas. El corazón se le encogió presenciando con impotencia como esa joven que había sido siempre tan vivaz y alegre se le desmoronaba entre los brazos, padeciendo un sufrimiento que ella era incapaz de remediarle.
—Iré a traerla... —le soltó Gerda terminantemente.
El ama de llaves se metió de nueva cuenta en el armario, rebuscó dentro hasta que regresó con un envoltorio del que extrajo una botellita de líquido incoloro y una jeringa médica que comenzó a preparar ante el ansioso escrutinio de la morena que se removió incómodamente bajo las mantas.
—Gracias... —le expresó en un susurro manso.
—Yo me encargaré de controlarlo todo. —informó la matrona dando golpecitos con el índice al tubo de cristal. Presionó un poco el émbolo con el pulgar con lo que un par de gotas escaparon del otro extremo a fin de eliminar cualquier burbuja de aire. Frunció los labios al observar a su inesperada paciente—. Puede conservar el tabaco si le hace falta —dijo al recogerle la manga. Frotó una sección de piel con un algodón que había remojado previamente en alcohol—, pero no quiero tretas —le informó severamente—. Necesito que me lo entregue todo y se lo advierto desde este momento. Lo hará por las buenas o deberé registrar ese desastre de habitación suyo. No soy tan vieja y boba como para no adivinar que ese fue el motivo de semejante montaje en su alcoba...
Kyla asintió desmayadamente, Gerda le hundió la aguja en la vena del brazo por respuesta. Dudó un instante antes de inyectar el contenido, pero lo vació en su totalidad esperando que con eso terminara el tormento de esa necia sin remedio.
La joven sabia se había ganado aquel descanso.
—Lo siento... —exhaló Kyla con lo último de sus fuerzas.
El cuerpo se le relajó cuando los párpados se le cerraron con pesadez, un largo suspiro marcó el fin de todo lo que la viajera podría decir hasta que recobrara el sentido algunas horas más tarde.
...
Elsa se revolvió en las mantas, apretó los dientes sintiendo que podría romperse las muelas si es que seguía aplicándole más fuerza a su mandíbula. ¿Cómo es que pudo ser tan idiota? —Se recriminaba al borde de las lágrimas—.
Pensaba que todo estaba bajo control, si bien se había dejado llevar por la emoción que le produjeron Kyla y el alcohol sumado a sus propias pretensiones. Habría jurado que en ese instante la tormenta de su interior se había sosegado. Que de sus manos y su aliento no era posible que escapara rastro alguno de frialdad. Creía que por una vez podría simplemente soltarlo todo y entregarse a aquel impulso.
Sin embargo, su magia nuevamente había lastimado a un ser amado.
—Oh, Dios mío, por favor que se encuentre bien —se pensó en mortificación.
Elsa se pasó las manos por el cabello, sollozó al tiempo que de la oscuridad del alto techo se gestaban pequeños copos de nieve que se precipitaron silenciosamente por la alcoba.
No creía ser capaz de soportar tener que alejarse de Kyla como había tenido que hacer con su hermana, pero era innegable que debía encontrarse herida por su causa. La sabia la había tranquilizado hasta el cansancio y minimizado el daño de su cuerpo, pero Elsa era consciente del temblor y la debilidad que la morena se esmeró firmemente en ocultarle. Kyla no se quejó en todo el trayecto cuando la encaminó hasta la puerta de sus aposentos, pero no pudo hacer nada con el sudor frío que le brillaba en el rostro, ni con la respiración agitada que terminó delatándola. Elsa no le mencionó nada tampoco porque ya se sentía lo suficientemente avergonzada; pero le preocupaba el brazo inerte que la morena aún no lograba movilizar. No quería pensar en que se lo hubiese arruinado, pero ella tenía la tendencia de pensarse siempre lo peor.
Elsa pasó largo rato lamentándose hasta que el cansancio la fue venciendo y terminó por sucumbir ante la contundente suavidad de su cama y sus nervios estresados. La joven regente cerró los ojos, suspiró entregándose al sueño. La amable sonrisa de aquella alegre trigueña de Corona nunca abandonó sus pensamientos, así como tampoco dejó por distintos motivos de agitarle el corazón.
Elsa arrugó las cejas cuando percibió el aroma de los jazmines y escuchó el correr del agua. Abrió la sorprendida mirada cobalto solo para comprobar que no estaba recostada y mucho menos en su habitación. Se miró las manos brillantes en su transparencia y se observó el ondeante camisón. Los cabellos platinados se le revolvían mecidos por un viento que no percibía y que no parecía soplar en el sitio en el que se encontraba.
Aquel era un pequeño pero nutrido jardín. Repleto de flores y hierbas de olores penetrantes y dulzones. Un agradable sol matinal brillaba alto en el cielo azul. La regente anduvo descalza por la banqueta de adobe inspeccionando las paredes y ventanales de aquella casona solariega percibiendo en ella una curiosa familiaridad que de algún modo la reconfortaba.
A lo lejos alcanzó a escuchar un par de voces, Elsa cautelosamente siguió su origen. Un hombre y una mujer mantenían una conversación apresurada. La voz masculina expresaba consternación y la femenina una imperturbable incredulidad. Los argumentos iban y venían aumentando en intensidad conforme Elsa se acercaba a la ventana.
Fue cuando inspeccionó el interior que reconoció en la voz del hombre de espesa barba negra y firme mirada color azul al diplomático que visitara con frecuencia su hogar en Arendelle.
Lord Redmond Frei, el padre de Kyla.
Elsa contuvo el aliento y pegó el cuerpo a la pared, aunque era consciente que en ese lugar no podían notar su presencia. Si ese era el padre de Kyla y aquella la casa de los Frei en Corona. Solo podía significar que esa mujer de rizos dorados y mirada desafiante tenía que ser su madre. Ciertamente guardaba parentesco con la impertinente morena que se conocía bien. Si acaso era una versión más acicalada, regordeta y de menor estatura. Le pareció que hacían el mismo gesto peligroso cuando torció los labios y jaló aire en un embiste que terminó siendo reprimido. Aunque pensándolo bien. Elsa no pudo recordar que Kyla la enfrentara o la contradijera alguna vez. Ni siquiera la había visto perder la paciencia o la compostura. Y fuera de la ocasión en la que soñó cómo la morena la reñía bajo el sauce muerto. La Kyla de carne y hueso no le había expresado para nada una emoción semejante a la impaciencia o el enojo.
—Ella no es normal, Emma —pronunció Redmond pasándose la mano por el cuello y mirar con disimulo por el rabillo del ojo—. Mi madre no hace más que implantarle esos modos de académica que no le hacen ningún bien. No creo que esa niña necesite más motivos para ser desapegada.
—A mí no me molesta eso —se sonrió Emma mientras servía dos tazas de té—. Kyla es diferente, amor. Algún día no tendrá nada que hacer aquí cuando asimile los contenidos de los libros de Corona y te pesará más verla meditando su decepción. No podrás mantenerla cerca por siempre.
Emma le extendió a Redmond una charolita de brötchens recién horneados esbozando una sonrisa inocente, el diplomático tomó uno de mala gana.
—Si así fuera, la Academia no sería el sitio al que enviaría a nuestra hija —Redmond torció las gruesas cejas y continuó—. Sabes que necesita cuidado especial. Lo fácil que puede alterarse y además está... —dudó arrugando la frente—. Eso que hace. Tú no lo has visto como yo, Emma. Es espeluznante.
—Estás hablando de nuestra pequeña, Redmond —le atajó rígidamente reprochándoselo con severidad—. Sabes bien que no es culpa suya. Además, mamá Jenell la encauzará. Ha funcionado bastante bien hasta ahora.
—Ha vuelto de nuestro último viaje más inquieta y taciturna —susurró Redmond acariciándose las sienes—. Tuve que comprar siete relojes para que se distrajera destripándolos en el barco y aun así no descansó mucho. Hace chocar todo lo que le cae entre las manos para perderse en el sonido que produce y a veces se lastima sin percatarse. Es enfermiza y baja para su edad y siento que...
—Sé que haces lo que puedes —lo cortó Emma al consolarlo acariciándole la mejilla—. A Kyla aún le queda mucho por crecer y sobre sus gestos nerviosos... —Emma giró los ojos y sonrió ampliamente—. La próxima vez le pediré que junte cucharas para mí. Jugar con ellas es una actividad inofensiva que puede hacer sin lastimarse.
—Podría gustarle eso —se sonrió el hombre de manera ensimismada—. Aunque no sé si habrá pronto una próxima vez. Kyla ha estado muy decaída desde que el Rey Agdar anunció que cerraría las puertas de Arendelle. Francamente no me imagino al Rey Frederic haciendo lo mismo. Ni siquiera tomó acciones tan extremas cuando desapareció la princesa Rapunzel. No imagino lo que estará pasando con los Arnadalr.
—Al menos han sido tan amables como para mantener la amistad por correspondencia de las niñas intacta —intervino Emma untando mantequilla a un panecillo—. Sabes cómo adora Kyla a la princesa Elsa. Nunca veo a nuestra pequeña tan sonriente como cuando recibe noticias suyas.
—Tienes que hacerle ver que podría terminarse —le advirtió Redmond enderezándose en su silla—. No son de la misma clase y los intereses de esa jovencita podrían cambiar o dejar de incluirla. ¿Qué crees que pase cuando descubra lo que Kyla puede hacer?
Emma sonrió al estudiar el semblante ensombrecido de su esposo, se encogió de hombros luego de darle un sorbo a su taza de té negro con miel.
—Creo que tenemos que ayudar a que nuestra niña sea tan fuerte como para tolerar rechazos reales, entonces —se cubrió la boca traviesamente e infló el pecho con petulancia—. Además, cuando Kyla sea una sabia hecha y derecha ya verás cómo se disputan a esta hija tuya.
Redmond exhaló un suspiro resignado, se acarició la barba. Apretó los labios contra el borde de su taza humeante y dio por zanjada su participación en el intercambio de ideas sobre el tema.
—Ella estará bien —le susurró Emma comprensivamente al tomarle la mano entre las suyas—. Tenle fe.
El diplomático asintió, la pareja observó el puesto vacío de Kyla en silencio.
Elsa se mordió el labio, trataba de encontrarle sentido a aquello cuando el tenue sonido de pisadas sobre el pasto la hizo girarse.
Una joven Kyla le daba la espalda, sostenía una rana entre las manos. Resultaba evidente que se había detenido a escucharlo todo en pleno juego. El animalejo movía nerviosamente las ancas mientras la morena le acariciaba la escamosa piel con los pulgares. Elsa sintió que se le estremecía el corazón al vislumbrarla. Kyla era tan pequeña y enclenque que no parecía pasar de los siete años, pero debía tener unos diez si su matrícula a la academia estaba siendo sopesada por sus padres. La niña mostraba raspones y cortaduras finas en los dedos que parecían haber sanado días atrás. La melena azabache había intentado ser peinada pero desordenados mechones negros escapaban del listón de su coleta haciéndola lucir descuidada. La chiquilla se acuclilló con la vista violeta fija en el ondulante estanquecillo en donde liberó al anfibio que se puso a resguardo debajo de un lirio. Kyla chistó ensortijándose el cabello entre los delgados dedos.
—Mi papá me quiere, Francis —musitó al tiempo que se encogía de hombros—. Es sólo que le asustan las cosas que sueña por mi culpa y no entiende por qué soy así.
Kyla arrugó la frente estudiando su reflejo en el agua. Estiró los dedos para alterar la superficie y distorsionar la imagen que captaban esos orbes amatistas de imposible iluminación.
—Una silenciosa
Y espantosa
Cosa...
—No lo eres, Kyla. No digas eso —soltó Elsa afligida, olvidando que ella era tan sólo una sombra y que Kyla no podía escucharla en esa alucinación.
La joven morena se tensó, se giró con lentitud. Elsa se cubrió la boca con las manos cuando se percató que la niña entornaba los ojos y movía la cabeza de arriba a abajo al tiempo que separaba los labios y su expresión le iba cediendo el paso a la sorpresa.
—¿Elsa? —jadeó boquiabierta.
La regente se echó hacia atrás y se enderezó de manera acartonada, pero aun así se las ingenió para hablarle.
—¿Puedes verme? —balbuceó con torpeza.
Kyla asintió levemente, miró a ambos lados como si quisiera cerciorarse de encontrarse realmente sola. Luego se concentró nuevamente en la brillante figura de la regente de Arendelle y esbozó una sonrisa tímida al tiempo que se le encendían las mejillas. Elsa curvó los labios ante lo linda que se veía su pequeña morena admirándola a tan tierna edad, pero se cruzó de brazos casi al instante recordando que se encontraba ahí únicamente en camisola.
Se aclaró la garganta y se inclinó para que las dos se vieran frente a frente.
—¿Estoy soñando, no es así?
Kyla se frotó el antebrazo, se enredó el pelo con los dedos antes de contestarle.
—Es un poco más complicado que eso.
—Puedes intentar explicarme —le propuso Elsa sonriéndole amablemente.
El rostro de Kyla se puso rojo como una grosella, pero la niña nunca dejó de asentirle a la pálida regente extranjera que aguardaba con elegancia. La morena tragó saliva y agitó los dedos que terminó metiéndose en las bolsas.
—Esto puede parecer un sueño, pero es muy real... algún día será mi pasado y supongo que cobrará sentido en mi futuro, o el nuestro...
Elsa lamentó no poder tocar a esa pequeña trigueña a la que casi le bullían las orejas y que simplemente parecía incapaz de quitarle la purpurea contemplación de encima. La verdad era que Elsa tampoco podía apartar la suya de su infantil perspectiva.
—Porque es obvio que eres mayor... —completó la chiquilla admirándole las facciones que por un momento intentó tocar. Kyla se mordió el labio. —No sé muy bien qué te trajo hasta aquí. Pero debió ser por mi culpa. No hay forma de que lo hicieras tú sola —le dijo con lógica mientras inflaba el pequeño pecho y se señalaba suficiente—. Yo soy la que... —Kyla se detuvo abruptamente, abrió los ojos grandes como platos como si recién cayera en cuenta de algo. Clavó la mirada amatista en la cobalto, que le devolvía una expresión de extrañeza—. No deberías estar aquí —le dijo en un jadeo alarmado—. No debí...
La niña se enredó los dedos entre las manos, meneó la cabeza incesantemente mientras se ponía a pasear nerviosamente murmurando en germánico. Elsa la seguía con la mirada y le soltaba una u otra palabra tranquilizadora en aquel dialecto sureño suyo. Kyla se giró súbitamente y le habló con toda la firmeza que se lo permitió su inocente apariencia.
—Elsa, despierta. Tienes que despertar.
—¿Por qué?, ¿Qué sucede? —le demandó intrigada.
—La mujer blanca —soltó la chiquilla con los ojos muy abiertos. Intentó sacudir a la monarca por los hombros, pero no pudo tocar su fantasmal cuerpo—. Ella me llevará. ¡Lo he visto! —chilló escandalizada—. ¡Despierta o la verás tú también! ¡No debes hacerlo!
—¡No sé cómo! —soltó Elsa contagiándose del temor de la niña—. ¿Quién es esa mujer? ¿Por qué te quiere?
Kyla la miró con los ojos brillantes por las lágrimas, pero no hizo ni un ademán de reconocer que había comenzado a llorar.
—Es por mis ojos —le dijo con premura—. Con su magia veo la verdad, el tiempo y...
Elsa la instó a seguir con un movimiento de cabeza. La chiquilla se estremeció como si le resultara terrible el sólo pensarlo.
—He visto otros mundos.
Una corriente gélida silbó salida de la nada, Elsa se tensó al lograr percibirla. Nunca antes le importó sentir el frío, pero en ese momento cuando su aliento incorpóreo se mezcló en volutas de vaho con el de la temblorosa morena que se encogió en sí misma mientras le susurraba que por los dioses se quedara quieta y no se girara.
Elsa sintió miedo.
Erráticas y lentas pisadas sonaron con un eco sobrenatural haciéndole a la regente más difícil superar la tentación de no intentar ver lo que se aproximaba. El corazón le latía como el de un conejo asustado y por un momento deseó ser ella la responsable del crujir gélido del suelo y no aquel ente espectral del que Kyla le había advertido. Elsa vio por el rabillo del ojo cómo se congelaba la superficie del estanque y un brazo delgado como el de un esqueleto extendía hacia ella unos dedos pálidos y huesudos.
Sea lo que fuere. Aquella sombra podía verla a ella también.
—Despierta... Despierta... ¡Despierta! —repetía Kyla apretándose los dedos entre los mechones.
La niña murmuraba en su lengua que aquello no era real, que estaba sola. Que nada podía dañarla si ella no lo permitía y que, aunque en ese momento se moría de miedo por la presencia incesante de esa mujer, jamás permitiría que le hiciera daño a Elsa.
La joven rubia se estremeció cuando la sombra emitió un chillido desgarrador y retrocedió desvaneciéndose en una nube de polvo helado.
La regente se cubrió los oídos, se quedó encorvada viendo como la determinación de la pequeña morena languidecía rápidamente al tiempo que caía jadeante sobre las rodillas.
La monarca notó que Kyla y aquel escenario titilaron como la flama de una vela, se sobresaltó cuando la niña gritó dolorosamente con los codos en el piso y un hilillo de sangre escurriéndole por el mentón. Kyla clamó por su madre, las imágenes comenzaron a temblar mientras una fuerza invisible empujaba a Elsa sacándola a la fuerza de aquel evento.
Elsa alcanzó a vislumbrar entre ese torbellino de colores cómo Redmond saltaba por la ventana y levantaba en brazos a su hija quién extendió la mano hacia la fantasmal regente, le esbozó una débil sonrisa antes de perder el sentido cuando se desvaneció en el aire.
Elsa abrió los ojos con un jadeo. La luz matinal comenzaba a colarse cálidamente por su ventana. La monarca parpadeó aletargada, se giró para apreciar el espacio vacío que la ausencia de la sabia le había dejado en su lecho.
—Kyla...
Le resultó difícil a Elsa concentrarse en sus labores durante el trascurso del día. No pudo dejar de darle vueltas a las palabras de la versión infantil de su amada; así como tampoco olvidar la terrible sensación de ese aliento gélido que se le quedó grabado en la espalda. Se encontró a sí misma mirando por sobre su hombro en distintas ocasiones como si hubiera conservado con ella un temor residual. No podía imaginarse lo espantoso que resultaría algo semejante para una niña y de cierta forma estaba cobrando sentido que Kyla no durmiera demasiado y temiera a la oscuridad; pero aun así Elsa sentía que cada respuesta que lograba arrancar sobre el pasado de la extranjera sureña la estaba dejando con más preguntas.
La principal de ellas se trataba del estado actual de la afectada morena.
Elsa no la vio en el desayuno, pero eso ya lo había anticipado. Gerda le informó crípticamente que la sabia se encontraba indispuesta y tomaría sus alimentos en privado, pero que le extendía sus felicitaciones más sinceras por el anuncio de su coronación, esperando encontrarse con ella más tarde durante el banquete en el que se celebraría la ocasión.
Por primera vez el parloteo animado de Anna le permitió distraerse y de cierta forma le hizo amena la mañana. La pelirroja princesa se había presentado con una caja de finísimos chocolates de menta y le confesó emocionada que en las cocinas tenían el pedido de elaborarle su pastel predilecto. Le habló sobre las diferentes diversiones que tenía preparadas y sobre cómo ansiaba verla en su coronación que cada vez estaba más próxima.
Elsa le dio la razón en casi todo, pero aquello último le revolvió el estómago. A partir de ese día, tendría un año exacto para pensar en lo que sucedería cuando llegara el momento de abrir las puertas del castillo y llenarlo de extraños.
Cuando tuviera que contradecir todo lo que su padre le había enseñado.
La princesa regente se pasó la tarde revisando con Kai todas las misivas en las que recibía halagüeñas palabras y desempapelando obsequios diversos. Vestidos, pieles, joyas y tomos de bordes dorados. Exóticos tapices y mensajes de buenos deseos con la confirmación de presentarse ante su trono el año entrante. Todo lo fue apilando ordenadamente en su oficina. Donde se le fue el tiempo redactando algunas respuestas por las atenciones. Desde su ventana escuchó claramente las campanadas que hicieron sonar en la catedral honrándola y para el atardecer los cantos y los clamores de sus súbditos inundaban la plaza principal.
Aunque nada hizo sonreír tanto a Elsa ese día como ver a Kyla cruzando las puertas del salón del trono. Despacio y con las ropas más finas que le hubiese visto de color blanco. La sabia se abrió paso para encontrarse con ella sin dejar nunca de dedicarle ese afable gesto característico suyo hasta que Gerda la interceptó y se puso a transmitirle algún tipo de mensaje acaparando su atención, si bien aun así Kyla se las ingenió para escabullirle un par de miradas furtivas y un guiño descarado a la intranquila princesa que sólo pudo ruborizarse por respuesta.
El corazón le palpitó vertiginosamente a la regente y tuvo que recordarse que debía guardar la propiedad, porque su primer impulso fue el de levantarse del asiento para abrazar a la joven y cubrirla de besos agradecida con los dioses mientras le suplicaba su perdón. Elsa se enredó las manos en el regazo en lugar de todo eso. Creía que ya no podría reunir el valor suficiente para tocar a Kyla de nuevo.
Pero prefería vivir con sus inseguridades a imaginar el funesto escenario en el que debiera perderla por un descuido de su parte.
Elsa se meneó inquietamente sin apartarle la mirada de encima. Estudiándola. Ahí estaba su morena conversando algo con Gerda mientras le asentía varias veces a los gestos ceñudos que la matrona le dirigía. La verdad era que Kyla sí se veía mejor que la noche anterior, pero se notaba aún cansada a juzgar por la manera en la que se le doblaba la figura. Elsa se estremeció culposamente cuando advirtió que la sabia llevaba el brazo herido en cabestrillo. No era el que utilizaba para escribir, pero Elsa era consciente que la morena siendo una joven de talentos diversos haría un uso regular de ambas extremidades.
Kyla se acercó con miramiento y la reverenció elegantemente ofreciéndole disculpas por no haberla acompañado durante el día. Elsa negó con la cabeza y un gesto amable cuando torció las cejas y la miró de arriba hacia abajo con el semblante preocupado.
—Me alegra verte más repuesta —le susurró gentilmente—. ¿De verdad te encuentras mejor?
Kyla curvó las comisuras de sus labios y levantó la mirada violeta para extraviarla dentro de la color cobalto que le expresaba quizás más afecto del prudentemente necesario.
—Es su gracia muy amable por preocuparse por una humilde servidora. Como puede apreciar estoy bastante bien. Sólo un poco cansada —le soltó casualmente a manera de broma al levantar el codo y señalar el pañuelo que tenía sujeto por el hombro—. Gerda quiere que use esto algunos días. ¿Puedes creer que puso en duda mi historia cuando le dije que me había caído de la cama? Tienes un ama de llaves bastante perspicaz. Deberías aumentarle la paga.
Elsa sonrió ligeramente, pero desvió la mirada aferrándose los dedos que mantenía sobre sus faldas. Kyla la observó apenadamente.
—Lamento haberte asustado —le susurró con retraimiento.
La regente le asintió, se mordió el labio como si se hubiera frenado de decirle algo más. La morena frunció el entrecejo y dejó pasar el gesto. Pareció caer en cuenta de algo y se movió con torpeza maniobrando con la mano libre que mantenía oculta bajo su capa al extenderle a la princesa regente alguna clase de objeto embalado que Elsa miró con las cejas arqueadas.
—Feliz anuncio de coronación alteza —le dijo la sabia alegremente.
Elsa se sonrió, recibió el presente. Comenzó a desenvolverlo cuando la sabia le hizo una señal entusiasta con la cabeza para que lo abriera. En realidad, no se esperaba otro obsequio de su parte luego de lo que había pasado la noche anterior, pero no pudo ocultar que le parecía grato. La muchacha de cabello platinado ahogó un grito de sorpresa.
—¿Cómo conseguiste esto?
La extranjera se encogió de hombros, se acarició las puntas del mechón de pelo que le caía a la altura del pecho. Elsa sacó de entre la envoltura un pequeño lienzo enmarcado en donde podían apreciarse Anna, Kyla y ella misma retratadas cuando eran niñas sonrientes bajo el viejo sauce una tarde veraniega. La regente recordaba vagamente aquel pasaje, pero siendo tan pequeñas como para soportar demasiado el estarse quietas, la obra nunca fue terminada. Habría dudado de su existencia si no estuviera sosteniendo el bastidor entre sus manos.
—Anna me ayudó a dar con la pieza y solo fue cuestión de hallar al artista indicado para completarlo —explicó la morena como si aquello no hubiera tenido complicación—. No fui, yo claro —añadió rápidamente—. Carezco de esa maestría y solo serví para dar algunas indicaciones, pero sí que me encargué del marco —le confesó, esbozando esa sonrisa insegura que acostumbraba dibujar en su rostro cuando se encorvaba con nerviosismo.
De algún modo, Elsa disfrutaba más ese aspecto vulnerable de Kyla, el que no parecía tan seguro de sus actos ni tenía las palabras medidas. Era raro dar con esa cara, así que valía más aprovecharla. Ya habría tiempo de reparar el daño.
—Me encanta —le respondió sinceramente, extendiendo el agradecimiento también a su pelirroja y sonriente hermana que la acompañaba a su diestra—. Ven aquí sabia y toma asiento a mi lado.
Kyla se enderezó y obedeció el mandato. Aceptó de buena gana que le llenaran una copa de vino espumoso en lo que Anna le anunciaba que había logrado conseguir a un bardo que se decía había adaptado bellamente los poemas skaldicos antiguos.
Las muchachas se sonrieron y permanecieron solemnes en lo que Kai iba anunciando a diversos funcionarios y miembros de la corte que se presentaban a mostrarle a la regente sus respetos. Era tal y como Kyla había dicho, el anuncio de la coronación era similar a un festejo de cumpleaños. Una vez desfilaron todos, pudieron entretenerse con la música y el contenido de sus platos.
—Te ves muy hermosa, Elsa —le soltó la sabia, meneando el contenido de su copa con agrado—. Casi me hace olvidar que ya eres tan mayor.
Elsa cortó un bocado de su rakfisk con patatas, bufó ligeramente antes de colocarlo en su boca.
—Son solo dos años y dentro de poco solo uno.
—Queda aún mucho para que llegue Octubre —le respondió la morena maliciosamente antes de dar un sorbo a su bebida—. No pretendas minimizar tus fechorías. ¡Si soy casi una infanta! —le susurró divertida.
—No lo adivinaría por las cosas que se dicen de ti —le espetó la rubia regente arrancando aparatosamente un trozo de lefse.
—¿Así que me has hecho investigar? —soltó Kyla bastante incrédula y festiva—. Vaya, Elsa. No imaginaba que fueses tan insegura.
—Claro que no lo soy —se defendió la regente con las mejillas enrojecidas—. Es imposible encontrar algún rastro tuyo —le reclamó en voz baja—. Hay un montón de información sobre un Adolph Heller que suena como una celebridad, pero de ti, nada más que reportes sobre tu pereza. Es curioso, como si no dejaras huellas por dónde has andado.
—¿Que te puedo decir? —se jactó Kyla encogiéndose de hombros—. Soy una profesional.
—¿Profesional en qué, precisamente? Eres una académica no una especie de espía —torció las cejas al estudiarla con vehemencia—. ¿No eres una o sí?
—Creí que ya me habías hecho esa pregunta antes —le dijo con una sonrisa amplia y juguetona—, además si te respondiera, tendría que matarte y no planeo echarme encima el crimen de regicidio sin darte oportunidad de portar una bonita corona dorada en la cabeza. ¿O sería una tiara? Creo recordar que tu madre usaba una.
—Eres una boba —farfulló Elsa limpiándose las comisuras de los labios—, tú no matarías a nadie.
Kyla meneó la muñeca con lo que el bocado que estaba ensartado en su tenedor se humedeció completamente en la salsa rojiza de su plato.
—Te sorprenderías de la cantidad de cosas que se supone que no hago.
Elsa enarcó una ceja, abrió la boca como si hubiera querido exigirle una mejor explicación a la morena, pero justo en ese instante, Kai anunció que el entretenimiento organizado por la princesa Anna estaba por comenzar.
La atención de todos se fijó en el centro del salón, en donde un joven alto y muy apuesto realizó una reverencia levantando en alto un laúd. Aquel bardo tan popular era en realidad bastante bien parecido, con el amplio pecho y facciones privilegiadas. De atavíos inmaculados, habría podido pasar fácilmente por un miembro de la corte y eso mismo pensó Elsa cuando observó divertida, cómo la sonrisa de aquel joven arrancaba más de un suspiro furtivo. Lo acompañaba una pequeña banda de tambores y seljefløytes y tras un pequeño mensaje de agradecimiento y felicitación para la futura Reina. Se pusieron a entonar su melodía.
Oigo y veo a sagradas gentes
Grandes y pequeñas, en el reino de Heimdal
Me pides Valford, que yo te cuente
los antiguos mitos de los hombres,
que me interne en las profundidades de la memoria
El mundo comenzó en una edad de oro
Recuerdo gigantes nacidos en el comienzo del tiempo,
Que a mí me criaron en tiempos muy lejanos,
Nueve mundos yo recuerdo, nueve raíces del árbol del poder
Que sostenía a los mundos y también a los mundos bajo la Tierra.
El artista maniobró con sus dedos entre las cuerdas, sonrió ampliamente cuando notó que las princesas se mecían levemente al ritmo de la música.
Kyla no parecía muy impresionada, por lo que prefirió enfrascarse en terminar su postre, si bien no dejó de mirar de reojo las reacciones de la pálida joven sentada a su lado.
En los comienzos del tiempo no existía nada;
No existía arena, ni mar, ni las frías olas,
No existía la tierra, ni los elevados cielos;
Sólo un gran vacío; surgido de la nada,
Hasta que los hijos de Bur levantaron las tierras,
crearon la Tierra del Midgard, un lugar incomparable.
Desde el Sur brilló el sol sobre un mundo de rocas.
La hierba empezó a crecer y los campos reverdecieron.
Los asistentes comenzaron a aplaudir. Elsa escuchaba los versos con sumo interés sopesando la historia contenida en ellos. Kyla fruncía cada vez más el entrecejo como si algo de todo eso se encontrara molestándola.
Los Aesir se reunieron en Idavoll
altos templos y altares levantaron
establecieron forjas para hacer ricos tesoros
inventaron tenazas y herramientas
De la carne de Ymir la tierra fue creada,
y de sus huesos las rocas,
la bóveda del cielo fue hecha con el cráneo del gigante de hielo,
y el mar se formó con su sangre...
Kyla se sonrió de manera petulante, se metió una fresa a la boca, aprisionándola un segundo entre sus labios con la lengua. Le guiñó un ojo al cantante, lo que lo hizo desafinar su último tono. La sabia engulló la frutilla sonriendo con inocencia. Anna se habría reído a carcajada batiente si Elsa no la hubiese reñido por escupir el trago de su copa. (completamente ajena a la burla de la morena.)
El bardo se lo pensó mejor,
dejó de fijar su atención a la mesa de las jóvenes doncellas, concentrándose preferentemente en la corte, quienes se encontraban disfrutando de la tonada y los versos.
Kyla se alegró como un gato complacido con ese resultado.
Los instrumentos dominaron por un rato marcando la división de la pieza, sonaron armoniosos en ese arreglo que se escuchaba tan fantástico. Como si verdaderamente estuviesen enterándose todos por primera vez de la historia de cómo se había formado el mundo según los dioses.
Sé que estuve colgado de aquel árbol que el viento azota,
balanceándome durante nueve largas noches,
herido por el filo de mi propia espada,
derramando mi sangre por Odín,
yo mismo una ofrenda a mí mismo:
atado al árbol
cuyas raíces ningún hombre sabe
adónde se dirigen.
Nadie me dio de comer,
nadie me dio de beber.
Contemplé el más hondo de los abismos
hasta que vi las runas.
Con un grito de rabia las agarré,
y después caí desvanecido.
Nueve terribles canciones
del glorioso hijo de Bolthor aprendí
y un trago tomé del glorioso vino
servido por Odrerir.
Obtuve bienestar
y también sabiduría.
Salté de una palabra a otra palabra
y de un acto a otro acto...
Elsa captó cómo Kyla abría mucho los ojos y pareció tensarse por algún motivo. De alguna forma esa canción había provocado algo en ella, así que, ofreciendo una rígida y discreta disculpa, se levantó para salir del salón con premura argumentando cualquier excusa. Solo para la regente de Arendelle y tal vez para Gerda, (quién estaba tan atenta de la morena como lo estaba ella) podría haber sido perceptible la rabia que parecía emanar del firme andar de la joven extranjera que se perdió tras las enormes puertas de roble.
Elsa no la vio nuevamente esa noche. Ni ninguna otra por un tiempo luego de eso.
...
Kyla nunca había estado en las Islas del Sur. Ni siquiera cuando viajaba con su padre se adentró hasta aquellos terrenos olvidados por la gracia de los dioses. A pesar de ser casi vecinos, Corona y Las Islas sureñas no mantenían una relación importante debido a lo pequeño de aquel reino. Si bien el Rey Frederic había optado por seguir una política de cordial reconocimiento.
Sin duda alguna el poderío naval de los ejércitos isleños transmitía un buen mensaje para todo el que pusiera en entredicho la capacidad de aquel país fragmentado.
La adusta morena llevaba seis meses recorriendo las islas y lo único que había conseguido era que se le pegara el acento. Cosa que odiaba, porque sabía que tendría problemas cuando se embarcara rumbo al Mediterráneo en donde el recuerdo de las invasiones vikingas no era bien recibido por los pobladores.
Pero siendo ella misma una germana igualmente escandinava, ya se había hecho a la idea de que pasar desapercibida no iba a ser para nada una opción cuando viajara a dicho sitio.
Mucho menos a como habían cambiado las cosas para ella en tan poco tiempo.
Kyla había cumplido los diecisiete cuando dejó Sjaelland y de cierta forma se encontraba agradecida de poder pasearse por esos terrenos sin parecer un blanco indefenso. Los sabios eran víctimas de hostilidades en ese país y aprender a usar el bastón cuando estuvo de paso por Francia resultó ser bastante útil para cuando llegó a la Academia de la Ola en donde se enfocó en dominar la técnica.
Al menos ahora sabía cómo no romper su instrumento de defensa estúpidamente como lo había hecho en Escocia.
Kyla suspiró, sujetó firmemente su bolsa de cuero. Se pasó la capucha sobre la cabeza y decidió probar suerte en aquella lejana isla llamada Bornholm.
Había leído mucho sobre lo que podría encontrarse ahí. Como todo lo que consultó antes en preparación para su viaje. No habría pensado en dar un paso en falso en aquella tierra que en otro tiempo fuese salvaje como la suya. Mucho menos cuando era bien conocida la fiereza con la que los hijos del Rey Haagen se disputaban el trono de su padre. Aun así el hecho de que el monarca hubiese decidido tener trece vástagos, le había dificultado sobremanera a Kyla la tarea de encontrar al que le hacía falta. Sobre todo, cuando el país tenía más de cinco ciudades importantes.
Hasta ese momento la sabia se había topado con ocho de los príncipes y todos habían resultado ser bastante decepcionantes.
Pero de cierta forma, intuía que su suerte estaba por mejorar.
Kyla se encontraba deambulando por las ruinas del castillo de Hammershus esa mañana. Tenía conocimiento que se trataba de una de las ruinas medievales más grandes del continente y valía la pena verla en persona. Al menos así podría llenar algunas páginas de su compendio con algún suceso importante luego de semanas de expediciones infructuosas.
Algo que fuera en verdad memorable.
La joven se paró en el centro de lo que quedaba de una plazoleta medio derruida, tomó aire llenando sus pulmones con esa brisa salina que tanto le gustaba y se sonrió. Abrió los ojos violetas de golpe y estos brillaron con su purpureo fulgor. El escenario alrededor de la sabia se estremeció, cambiando de forma. Las piedras volvieron a apilarse las unas sobre las otras. Las maderas se enderezaron y rejuvenecieron, instalándose en sus lugares. Las ráfagas de viento que se colaban por los agujeros fueron reemplazadas por el calor de las flamas de las antorchas y las fraguas de los herreros que martilleaban incesantemente el metal que ardía al rojo vivo. Caballeros en armaduras iban y venían portando blasones de color blanco y rojo, los caballos piafaban, los escuderos preparaban monturas y afilaban espadas, lanceros y arqueros marchaban en filas. Nadie le prestaba atención a la sabia que caminaba entre ellos apreciándolo todo. Alguno que otro fantasma le atravesó el cuerpo, pero ella no se inmutó. Estaba acostumbrada a que las sombras siguieran representando el papel que tuvieron en vida.
Viviendo nuevamente ante un único espectador.
Kyla prefería conocer la historia de sitios como aquel porque no estaban contaminados con las memorias ni el sentir de alguien más. Eran simplemente una huella que quedó grabada en un paisaje, como la de una pisada sobre la arena de mar. Igualmente, profunda y efímera.
Había forma de hacer lo mismo de manera inversa para ver el futuro, claro; pero eso era un truco más complicado y confuso y que bien podía generarle una buena migraña o tumbarla en cama para como estaba respondiéndole el cuerpo. Se dio cuenta que ya no era capaz de hacerlo desde que dejó Inglaterra y de algún modo se agradeció a sí misma por haber sido tan obsesiva como para tenerlo todo resuelto de antemano.
Habría mandado todo al diablo de la forma más imbécil de haberse encontrado trabajando sobre la marcha.
Las campanas tañeron, los guerreros se arrodillaron ante una figura clerical embestida con una túnica blanca de adornos dorados. El hombre levantó los brazos al cielo, bendiciendo a aquel ejército, trazando en el aire la señal de la cruz.
La garantía de la vida eterna por ir a morir en las cruzadas.
—¿Qué es lo que haces tan lejos de la Academia, sabia?
El evento se desvaneció en el aire con el viento salino. Kyla parpadeó, se tambaleó aturdidamente tratando de enfocar su visión a lo que ocurría en el presente. Se agarró firmemente de su bolsa y su bastón. La ceguera le duraba unos cuantos segundos, pero eran suficientes para que algo trágico ocurriera.
—Sabia, ¿está todo bien? —insistió esa voz galante y aterciopelada.
Kyla alzó la vista, estudió al joven pelirrojo y buen mozo que la observaba sagazmente a lomos de un imponente caballo pardo. Iba vestido con ropas de caza y lo acompañaban sirvientes armados montados en sus propios corceles. Los seguían de cerca varios sabuesos que guardaron su distancia respecto a la sabia que asintió con suma tranquilidad antes de contestarle.
—Me temo que he perdido la ruta —exclamó la morena, sonriendo con torpeza.
El joven la estudió con unos ojos verdes que no expresaron amabilidad como sí lo hicieron sus labios. Kyla notó que el extraño mantenía la vista fija en el sol dorado que la sabia llevaba colgado del cuello.
—No me digas —le respondió él cándidamente—. Será un placer llevarte a tu destino si es que puedes nombrarlo.
Kyla suspiró aliviada, avanzó un par de pasos hacia el grupo.
—Voy hacia el muelle más cercano porque quiero tomar un barco.
—Entonces puedo conducirte —declaró educadamente—. Soy Hans.
—Elena —contestó haciéndole una reverencia.
Hans despachó a uno de sus criados que partió llevándose a los perros e hizo uso del otro para preparar su carruaje. Era un carro sencillo, ideal para el camino boscoso que tenían por delante. Para Kyla definitivamente eso era una especie de bendición. Cualquier medio de transporte que le ahorrara el dolor de piernas y el desgaste de sus suelas era más que bien recibido.
El joven le tendió una mano enguantada para abordar el vehículo, Kyla la aceptó de buena gana. Hans le dio instrucciones a su cochero para conducirlos a Rønne y fue así que emprendieron el viaje.
Kyla se entretuvo un rato mirando por la ventanilla como los arbolillos y los arbustos quedaban atrás velozmente junto con lo que quedaba de aquel castillo derruido. Hans llamó su atención al ofrecerle un cigarrillo de los doce que guardaba en un elegante estuche, la morena tomó uno, permitiendo que el joven se lo encendiera cortésmente. El pelirrojo repitió la acción para sí mismo y se relajó en su asiento acolchado observando con intriga a la joven que fumaba distraídamente frente a él.
—Entonces. Elena. ¿Has venido por turismo? ¿Te ha gustado recorrer las Islas?
—Son muy hermosas —respondió Kyla de manera maravillada—. Nunca había visto arena tan blanca en una playa ni aguas tan rebosantes de beldades. No es de extrañar que nombren a estas tierras como la perla del Mar Báltico.
Hans asintió satisfechamente, cruzó la pierna torciendo las comisuras de sus labios como lo haría un león lisonjeado.
—¿Y hacía donde te diriges tan furtivamente andando tú sola sin un corcel? ¿No eres muy joven para ello?
Kyla arqueó la ceja, se acomodó en su asiento. Hasta ese momento le habían funcionado sus proporciones para manejarse como si fuera una mayor de edad, pero evidentemente ese joven de impecable sonrisa era mucho más listo de lo que parecía.
—Voy hacia Arendelle —respondió la sabia jubilosamente acentuando su postura juvenil—. Es cierto que no cuento con la experiencia suficiente, pero es más fuerte en mí el sentido de la aventura. ¿Ha escuchado algo sobre aquel reino?
—Solo que está clausurado —confesó el pelirrojo con desinterés.
Kyla agitó la mano entusiastamente, se regodeó con el pecho henchido de orgullo.
—Mi padre era un gran amigo de la familia real —le dijo sin modestia—. Fue una pena que los reyes fallecieran y dejaran solas a las herederas. Son unas jóvenes tan inocentes que no saben nada sobre el mundo. ¿Se imagina lo impresionables que deben ser esas creaturas? Siento pena por ellas. Con toda esa presión encima y en edad casadera. Sería mucho más fácil su vida si encontraran un buen consorte que las liberara de la carga de gobernar.
—Sin duda lo sería —le reconoció el joven pelirrojo.
Kyla sonrió, le dio una calada a su cigarrillo perfumado antes de seguir hablando.
—Por eso antes de viajar a Arendelle, debo llegar a la capital y hacerle una propuesta al Rey Haagen al respecto.
—¿Qué clase de propuesta? —inquirió Hans, arqueando las cejas.
—La de organizar un buen arreglo matrimonial para su hijo Finn con la princesa Elsa.
Las facciones de Hans se endurecieron, si bien fue solo por un momento. Casi al instante el joven esbozó una sonrisa y soltó una risa que Kyla percibió ensayada y perfecta.
—¡Ay, Elena! ¡Linda sabia que eres en verdad! Dime, ¿tienes tú algún tipo de influencia como para hacer eso? —le soltó en su diversión—. Tus ropas son blancas. No sigues los mandatos de algún amo poderoso al que beneficie dicha unión.
Kyla dibujó una amplia sonrisa, le siguió el juego al joven encogiéndose de hombros.
—Bueno, una sabia en la orfandad tiene que hacer lo posible por encontrar su lugar en el mundo, ¿no? Aspiro a que su majestad Haagen me ordene en agradecimiento. O bien puede hacerlo el príncipe Finn cuando se convierta en el Rey de Arendelle.
Hans la estudió con interés, se palmeó la rodilla negando con la cabeza como si el hecho de toparse con esa muchacha en el camino le hubiese dado el gran momento de su vida.
—Eres bastante ambiciosa para ser una sabia, pero no negaré que admiro tu intrepidez.
—Lo tomaré como un cumplido entonces, buen señor.
Cuando llegaron a Rønne Hans insistió en dejarla en una posada y cubrir su estadía. No se retiró hasta asegurarse de que la morena estuviera propiamente instalada. Caballerosamente le deseó un muy buen viaje y suerte con sus importantes negociaciones. Kyla le agradeció tímidamente las atenciones, recordándole que toda acción emprendida hacia un sabio era igualmente recompensada en el porvenir.
Hans se despidió con una inclinación y se dirigió a su coche. Se giró antes de entrar por la portezuela como si hubiese olvidado decirle algo.
—Es peligroso que deambules por estas tierras sin algún tipo de escolta, Elena —le advirtió con preocupación—. Hay peligros que no se pueden repeler con un simple bastón de viaje. Te recomiendo tomar precauciones en tus andanzas, bella sabia.
—Lo tendré en cuenta —le contestó Kyla arrebujándose en su capa.
El joven se sonrió, asintió abordando el coche. Kyla lo despidió meciendo la mano hasta que el carruaje se perdió de vista en el camino arbolado. La muchacha curvó los labios con los ojos violetas entusiasmados.
No todos los días se podía topar uno con un príncipe.
...
—¿Qué si he visto a Kyla? —bufó Anna sacando la nariz de entre las páginas de un libro de mitología nórdica cuando miró la figura de su hermana mayor aguardando su respuesta ansiosamente acariciándose las enguantadas manos—. ¿Qué no es algo difícil de extraviar? Esta es la ocasión número ¿qué, cincuenta que se te escapa?
—Sesenta y tres —contestó la rubia con la mandíbula tensa.
Anna silbó impresionada.
—Hay que admitir que es buena escabulléndose.
Elsa frunció el ceño y resopló.
Los días se le habían escapado a la Regente en vanos intentos de interceptar a su sabía, quién se la pasó con más ahínco refugiada tras los muros de la academia y en salidas inesperadas. En más de una ocasión simplemente no se le podía encontrar por ninguna parte como si la tierra se la hubiese tragado. Pero cuando el tiempo le fue dando paso a las semanas Elsa se hizo la firme creencia de que la sabia la estaba evitando. Sin duda alguna eso era lo que estaba sucediendo, se pensó con aflicción. Kyla se había comportado con amabilidad y galantería en su celebración, pero Elsa no pudo dejar de notar la respetuosa y dolorosa distancia que había mantenido con ella. Ya no habían tenido ningún tipo de contacto físico desde entonces y Elsa no dejaba de culparse por ello. Se torturaba imaginando que por ese accidente bajo el sauce ahora la viajera le temiera.
Eso sin mencionar su abrupta partida de la fiesta que no había comprendido en lo absoluto.
—No la he visto desde hace un par de días que estuvo en la biblioteca —sopesó Anna tanteándose la barbilla—. Pero, si tuviera que saber algo (y no te has enterado por mi) puede que las mucamas hayan visto que tu sabia se esté escondiendo en la torre oeste diariamente a la una de la tarde, disfrutando de la vista y el peculiar aroma de los palomares mientras está metida en ese libro suyo, seguro. O ande deambulando por los muelles. Un soldado o dos tal vez la vieron frecuentando cierta taberna que sirve cerveza germana pasadas las nueve. Ambas fuentes coinciden en que Kyla va mal encarada y se carga un humor de los infiernos, pero dudo que sea así. Porque, bueno, es Kyla. Creo que nunca en la vida la he visto enfadarse.
Elsa parpadeó impresionada ni bien tuvo oportunidad de procesar semejante cantidad de información.
—¿Cómo es qué estás enterada de todo eso? —le reclamó escandalizada.
Anna se resbaló en su silla y quedó casi acostada, pendiente de los reposabrazos.
—No sabes la cantidad de tiempo libre del que dispongo... —contestó con hastío—. Puedo ponerte al tanto de la historia de amor de Hilda la de las cocinas con el ayudante del panadero ya que estamos chismorreando.
—No estamos chismorreando —la cortó Elsa con las mejillas enrojecidas—. Es sólo que yo tengo un genuino interés en... ¿Hilda, la que enviudó el año pasado y tiene dos hijos? —barbotó la regente con los ojos muy abiertos.
—Ese pinche de cocina es todo un caballero enamorado... —suspiró la pelirroja retornando a su lectura cuando su apurada hermana abandonó velozmente la biblioteca.
Elsa subió los escalones de la torre que conducía a los palomares de dos en dos. Sus zapatos dejaban la piedra congelada en la superficie y en más de una ocasión tuvo que agarrarse de la barandilla para no resbalar y caer, pero no pudo hacer nada para controlar su enojo. La sabia ya le había jugado muchas pasadas con sus extraños comportamientos. Otrora atentos para luego volverlos esquivos. Ella no era una mujer que tolerase fácilmente ese tipo de cambios. Necesitaba consistencia. Los dioses sabían lo mucho que apreciaba ella la estabilidad y Kyla últimamente no hacía más que provocarle angustias.
Si tan sólo la sabia pudiera darle razones de lo que estaba pasando.
Kyla daba vueltas como fiera enjaulada y exhalaba bocanadas de humo con la pipa que apretaba entre los dientes cuando Elsa se asomó por el rellano. El cabello oscuro se agitaba con sus firmes pasos. El delgado cuerpo se lo apreciaba tenso y torpe de movimientos. Elsa contuvo un jadeo cuando la morena emitió un gruñido y se golpeó el hombro con la pared, estremeciéndose y arañando la piedra con las manos como un animal fustigado. La vio aferrarse al alfeizar de la ventana resoplando de manera agitada y simplemente ya no pudo tolerarlo.
El crujir de la madera puso a la sabia sobre aviso y esta apretó los puños con rabia al enderezarse y volverse pesadamente.
—Si vienes a decirme que Gerda te dio un itinerario en el que puedo solicitarla... ¡Tú y ella y el infierno entero pueden ir y hacer con ese maldito horario un... ¡Elsa!
Kyla se echó para atrás, le esquivó la mirada a la regente sin dejar de jadear temblorosamente. La morena sudaba como si el calor del cuarto fuese insoportable y la confusión en su rostro era una expresión que Elsa no le había visto antes. Definitivamente la sabia no se había esperado que tuvieran ese encuentro. Le pareció también que Kyla entrecerraba mucho los ojos como si estuviera teniendo dificultades para ver las cosas que tenía enfrente.
—¿Qué sucede? ¿Qué haces aquí? —inquirió Elsa, dando un paso hacia adelante.
Kyla se encogió en su sitio, pasó saliva cerrando los ojos. El pecho le subía y bajaba dolorosamente. Como si el simple hecho de respirar le resultara trabajoso.
—Yo... Escribo una carta —soltó pesadamente.
Elsa frunció el entrecejo, tensó los dedos cuando los copos de nieve comenzaron a flotar a su alrededor. Le molestaba que Kyla la tomara por estúpida y le ofreciera semejante respuesta cuando era evidente que algo malo le sucedía.
—¿Todos los días a esta hora? —le espetó la monarca acortando la distancia.
Kyla se dobló como si las palabras de Elsa le escocieran. La morena sacudió la cabeza, se movió a ciegas alejándose un par de pasos de la pálida rubia.
—Soy... una maniática de la correspondencia por si lo habías olvidado.
—¿A quién escribes? —insistió Elsa.
—Yo... —dudó la sabia limpiándose el sudor de la frente—. Yo...
—Responde —la acorraló la regente expulsando una ráfaga de aire gélido—. respóndeme, Kyla. Dime la verdad.
—¡No! —soltó Kyla irasciblemente con las manos cerradas en puños. En la torre ya soplaba una ventisca cuando la morena se irguió en toda su altura con los dientes apretados—. No tengo por qué hacerlo, ¡No eres mi maldita Reina! ¡Déjame en paz!
El viento se detuvo, las dos se quedaron en silencio solamente observándose. Brillantes ojos color azul cobalto refulgían de rabia mientras los amatistas remitían en su vergüenza.
—Eres una estúpida —le dijo Elsa al darse la vuelta y retirarse con enfado.
Kyla se mantuvo inmóvil hasta que la rubia princesa hubo desaparecido del todo. Se escuchó la puerta de esa torrecilla siendo azotada con fuerza, solo entonces la sabia se estremeció conteniendo un grito de rabia mientras las lágrimas le inundaban la mirada, se jaló los mechones azabaches maldiciendo en germano y regresó a su tarea anterior de azotarse el cuerpo contra la pared más próxima, golpeó y arañó la piedra como si pretendiera echar abajo ese lugar. Martilló como una especie de ogro irritado hasta que ya no fue capaz de soportarlo. La germana gimió, osciló soporíferamente, perdiendo el equilibrio; exhaló dolorida cuando cayó de bruces sobre el piso donde yació jadeante y sudorosa.
—Lo siento... —suspiró en su desmayo cuando distinguió la silueta de Gerda aproximándose presurosa a lo lejos.
...
Elsa parpadeó. Observó los alrededores de manera desorientada, se mordió el labio, pensativa. Aquella no era su habitación. La decoración era más sobria y el espacio pequeño. Las maderas pertenecían a árboles de climas más cálidos y los colores de las telas purpúreas al blasón del reino de Corona. Elsa lo adivinó apenas distinguió la silueta durmiente de Kyla recostada en una de las camas gemelas de aquel cuarto.
Su melena salvaje resultaba inconfundible aún en la tenue luz de esas horas nocturnas, si bien su cuerpo parecía ser más pequeño y delgaducho.
La regente razonó un momento y lo comprendió. Aquello debería de tratarse de algún fantasma de la sabia que había sido una aprendiz en la academia del Sol.
Elsa esbozó una ligera sonrisa cuando dio un paso hacia adelante con el afán de estudiarla mejor. En realidad, sí se veía más joven. No tenía sombras bajo los ojos y sus mejillas estaban saludablemente redondeadas. Incluso su piel era de un tono más claro. Esa debía ser la Kyla que todavía no salía a recorrer el mundo.
—Siempre fuiste tan pequeña —susurró Elsa con nostalgia para sí misma—. ¿Cuándo fue que creciste tanto para convertirte en una necia?
Elsa contuvo un grito cuando Kyla se estremeció abruptamente y se enderezó jadeante, apretándose el pecho con las manos. Al parecer no podía verla. La morena trataba de exclamar algo, pero la voz se le había quedado atrapada en la garganta que se mantenía ocupada tratando de jalar aire a sus pulmones. La regente torció los labios al ver a Kyla temblar y musitar para sí misma mientras se enredaba un mechón de pelo, con la expresión absorta y los ojos violetas muy abiertos.
Fue cuando la figura de una consternada rubia que se irguió en el lecho junto a Kyla y la rodeó con los brazos que Elsa se creyó dentro de una cruel pesadilla.
—Tranquila, Kyla, querida. Estás a salvo. —le susurró afectuosamente.
La joven le acarició la espalda a la morena que escondió el rostro en su cuello. Le dedicó palabras tranquilizadoras y la instó a volver a dormir.
—Soy yo, Elena —susurraba Kyla entre su abrazo—. Son recuerdos... yo... no sé cómo puedo enfrentar algo como eso. Tengo miedo... Yo—
La nombrada Elena comenzó a besarla, Kyla se perdió en el roce de esos labios. Los besos de esa germana le cubrieron el rostro y el cuello, bajando por su clavícula de tal forma que para cuando retornaron a su boca habían logrado hacerla suspirar.
—Todo saldrá bien —le decía ella entre sus labios —sabes que no debes andar usando tu vista de esa forma. Habla con tu abuela si te preocupa tanto.
—No está muy contenta conmigo últimamente...
Elena se detuvo un instante, le acarició los hombros y los brazos admirándola nerviosamente.
—¿Crees que sepa sobre lo nuestro?
Kyla bufó y la atrajo hacia su cuerpo sujetándola por la cintura.
—Pffft, claro que sí. Sabes que las dos lo vemos todo con estos malditos ojos.
—No lo ven todo... —se sonrió Elena al inclinarse para besarla y atraparle el labio inferior entre los dientes.
—Tú eres un caso muy aparte —le respondió la morena sugerentemente—. Algún día averiguaré la razón.
—Entonces comienza por este instante —soltó la joven con simpleza—. Trata de leerme las intenciones...
La rubia se sentó en el regazo de la morena, se sacó el blusón grisáceo que lanzó indistintamente a algún punto de aquella habitación y cuando sus blancas manos serpentearon por el cuerpo de Kyla para hacerle lo mismo. Elsa supo que había tenido suficiente.
La monarca despertó intranquilamente en sus aposentos, se quedó ahí musitando y dándole vueltas a aquel recuerdo hasta que toda superficie quedó cubierta de hielo.
No podía hacerse la tonta y negar la existencia de esa mujer, había escuchado de ella en otra de sus alucinaciones cuando Kyla habló con Titus sobre sus sentimientos platónicos imposibles.
Pero verla había sido algo muy distinto.
Elsa sabía que eso era un evento pasado. Que no era como Kyla se sentía actualmente, pero aun así lo interpretaba como una especie de traición. No solo por el hecho de que la morena se hubiera entregado carnalmente a esa joven amiga suya, sino porque pareciera conocerla bien. No parecía haber acertijos entre ellas ni respuestas esquivas. Ni las verdades a medias que estaban acabándole los nervios.
Porque entre más visiones de ese tipo ocurrían,
Elsa desconocía cada vez más a Kyla.
Elsa tenía la impresión de que todo lo que estaba presenciando estaba siendo de alguna forma accidental. Como ocurriera en el Ostara. Es decir. Se necesitaría ser bastante estúpido para arrastrar a tu pareja a una memoria tuya enfrascada con una amante anterior. Y aun así Elsa ponía la inteligencia de esa sabia idiota en tela de duda.
¿Siquiera eran pareja acaso?
Algo en ella le decía que tenía que hacerle saber a Kyla que eso estaba pasando, pero, por otro lado, se sentía demasiado dolida como para mencionárselo.
Si ella pudo andar por la vida revolcándose con cuanta mujer se cruzara en su camino y pretender hacerse la desentendida. Ella no lo iba a dejar pasar.
Ahora era Elsa la que se mantendría ocupada para no encontrarse con la sabia.
Le aceptó fríamente sus disculpas cuando se encontró con ella más repuesta y le negó absolutamente todo lo que pudo a partir de entonces. Desde intercambiar palabras hasta compartir la mesa. Ella era una futura Reina y vaya que podía ingeniárselas para tener algo que hacer excluyendo a la morena.
Ella también podía jugar ese juego.
Le ordenó severamente a Anna no involucrarse cuando su pelirroja hermana quiso interceder y prácticamente volvió tabú el tema de que la morena fuera mencionada aun si se trataba de algún asunto oficial. Gerda le fruncía severamente los labios cada que iba y le dejaba el desayuno en su alcoba como antes y Kai tenía que manejarse con cuidado cuando le llevaba las misivas. Kyla estaba encargada del asunto mercantil que había arreglado con el Rey Frederic y tenían que encontrarse de vez en cuando de manera tensa en el despacho. Elsa no sabía si era por orgullo o porque verdaderamente quería hacerla sentir mal, pero no se inmutaba cuando la veía cruzar por la puerta, macilenta y aletargada. Se aseguraba de hacerla sentir todo el desprecio posible, obligando a sus pensamientos a enfocarse en lo mucho que odiaba tener que estar ahí tratando con ella.
Por obligación.
Kyla tensaba mucho la mandíbula cuando eso pasaba, pero no reaccionaba de ninguna forma. Se sentaban a revisar papeles y números con el secretario de la moneda y terminado el trabajo la sabia se enderezaba agotadamente. La miraba con tristeza y desaparecía de su vista.
Y no volvía a saber de ella hasta que tenían que tratar ese tipo de asuntos nuevamente.
Pese a que Kyla soportaba el castigo y ella estaba resuelta a no dar su brazo a torcer. Elsa se encontró con frecuencia extrañando a su sabia terriblemente, como si su cuerpo, traidor, le exigiera su cercanía.
Elsa sufría los silencios. Leer la letra de Kyla en los documentos que revisaba. Mirar el malecón desde su ventana y recordar la firmeza de su mano o la amabilidad de su sonrisa.
El brillo purpúreo de esos ojos que siempre la miraron con amor.
...
Elsa se echó una capa ligera encima esa noche y se escapó al jardín. Lloviznaba intermitentemente y el agua amenazaba con arreciar, pero a la regente no le importó. No podía conciliar el sueño en la cama que compartió con la morena en donde más de una ocasión se probaron los labios y se grabaron el tacto de la piel en los dedos.
Echaba tanto de menos el olor a canela y su calor.
Descubrir con ella ese camino que en ese instante por orgullo se bloqueaba.
La princesa suspiró, miró la ventana del segundo piso con la esperanza de ver a la académica apoyada en el balcón fumando su pipa, pero solo percibió la oscuridad de los cristales cerrados. Elsa se mordió el labio y se alejó internándose en la espesura de la arboleda.
Por motivos semejantes, evitó el sauce. Habían sucedido demasiadas cosas bajo su sombra como para querer recordarlas en ese preciso momento que se sentía tan vulnerable. Elsa optó por refugiarse en uno de los gazebos de madera blanca rodeados de enredaderas y flores que circundaban el laberíntico jardín. Ahí se recargó en la baranda y se dedicó a escuchar la lluvia caer. Tratando de tranquilizarse.
De no flaquear.
Se sentía tan sola. Tenía tantas preguntas sobre el amor y nadie para respondérselas. Trataba de pensar en las palabras de su madre, pero se sabía tan confusa que no encontraba la forma de poner sus ideas juntas. Quería esclarecer lo que significaba estar con Kyla, pero ya no se sentía tan segura de lo que ocurría o lo que debería de hacer. Oh, Kyla. Cómo la había embrujado con esos ojos que la traspasaban y con esa piel de fuego que añoraba con desmedida; pero que evitaba cobardemente.
Porque la odiaba irracionalmente, pero la amaba tanto que la tormenta se le agitaba en el interior alimentada por un temor que hacía mucho se le había salido de las manos.
Deseaba con todo el corazón que las cosas volvieran a ser como antes.
—También yo... —susurró una voz conocida a sus espaldas.
I feel the way you want me /
Siento la manera en la que me deseas
I see that you are lonely /
Veo que te sientes sola
If you couldn't know, you'd leave with me /
Si no lo supieras, partirías conmigo
It's more than curiosity /
Esto es más que curiosidad
And I never long for winter /
Y nunca anhelé el invierno
Till your presence made me shiver /
hasta que tu presencia me hizo temblar
Untethered you'd be better if you'd only come with me /
Estarías mejor desatada si tan solo vinieras conmigo
Elsa observó con extrañeza a la morena de ojos oscurecidos que respiraba pesadamente en la base de los peldaños de la pérgola, y la admiraba haciendo caso omiso de las gotas de lluvia que le caían encima. Kyla estaba empapada. Temblaba y flexionaba los largos dedos con la vista perdida en las curvilíneas formas de la princesa de Arendelle. Sus intenciones resultaban más que evidentes. La miraba con un hambre que la regente no le había visto antes y que por un momento le produjo un extraño escalofrío que le trepó hasta la nuca y le sacudió las entrañas.
Aquello que brillaba en los purpúreos ojos de la extranjera era una ansiedad distinta y casi animal. Como si la fuerza de su arcano que la contenía la hubiese abandonado y ya solo quedara la bestia dispuesta a devorarla.
Elsa instintivamente dio un paso hacia atrás y la morena avanzó dos. Lenta y firmemente, en silencio, Kyla fue proclamando como suyo aquel espacio personal que Elsa se guardaba hasta que cerró las fuertes manos alrededor de la cintura de la monarca quién exhaló un alarmado quejido cuando la sabia la levantó fácilmente y la acalló al atrapar sus labios entre los suyos.
One night I'll be the moon /
Una noche yo seré la Luna
Hanging over you /
pendiendo sobre ti
(Spilling all over your body /
derramándome sobre tu cuerpo
Covering all your wounds) /
cubriendo todas tus heridas
One night I will be the star /
Una noche yo seré la estrella
Follow where you are /
siguiéndote en donde te encuentres
(Swiming in the deep of my love /
Nadando en lo profundo de mi amor
(Filling your empty heart) /
llenando tu corazón vacío
One night, one night, one night /
Una noche, una noche, una noche
One night, one night, one night /
Una noche, una noche, una noche
Elsa jadeó cuando se separaron y juntaron las frentes. Perdidas como estaban en que sus cuerpos se reencontraran. La princesa sujetó el rostro de la anhelante morena que la sostenía con seguridad y le acarició las frías mejillas.
—Kyla, yo... —comenzó ella.
—No lo digas —soltó la sabia al hacer fuerza y levantarla para sentarla en la balaustrada.
Se besaron ávidamente acariciándose y mordiéndose los labios, rozando sus lenguas con ardorosa hambruna de degustar mucho más. Elsa se estremeció cuando las manos de Kyla la recorrieron con decisión y se le colaron bajo los ropajes. La monarca contuvo el aliento y se aferró a su espalda negando débilmente con la cabeza.
—Kyla, no... podría lastimarte... —suspiró la rubia con la respiración entrecortada.
—No me importa —replicó la morena con ansiedad completamente perdida—. No me importa lo que pase conmigo.
You've come so close to tasting /
Te has acercado tanto para probarlo
Now my innocence is breaking /
Ahora mi inocencia se desquebraja
Like the ocean in a perfect storm /
Como el océano en una tormenta perfecta
It makes me want you even more /
Me hace desearte incluso más
I've never been so jealous /
Nunca he estado tan celosa
I've never felt so helpless /
Nunca me he sentido tan indefensa
So out of breath and hungry for you /
Tan falta de aliento y hambrienta de ti
—No era verdad. Nada de lo que te hice creer —le susurró Elsa entre sus brazos—. Tenía miedo... Tenía tanto miedo de ti.
—Y yo... Elsa, no soy fuerte —se lamentó Kyla con el gesto doliente—. No puedo alejarme de ti. Me está destruyendo.
—Entonces no lo hagas —le declaró imperante al besarla.
One night I'll be the moon /
Una noche yo seré la Luna
Hanging over you /
pendiendo sobre ti
(Spilling all over your body /
derramándome sobre tu cuerpo
Covering all your wounds) /
cubriendo todas tus heridas
One night I will be the star /
Una noche yo seré la estrella
Follow where you are /
siguiéndote en donde te encuentres
(Swiming in the deep of my love /
Nadando en lo profundo de mi amor
Filling your empty heart) /
llenando tu corazón vacío
One night, one night, one night /
Una noche, una noche, una noche
One night, one night, one night /
Una noche, una noche, una noche
Se tomaron de la mano y corrieron bajo la lluvia hasta adentrarse en el castillo. Llevaban las prendas y los cabellos empapados cuando alcanzaron el pasillo del tercer piso en donde cedieron a sus ansias sin pensarlo.
Hurry, the sun is waking /
Apresúrate, el sol está despertando
Darling, don't leave me waiting /
cariño, no me dejes esperando
Elsa enterró los dedos en el cabello oscuro de la morena arrinconada como estaba en la pared recibiendo sus incontrolables atenciones. La sabia le mimaba las formas como no creía que fuera posible y le escandalizaba lo mucho que lo estaba disfrutando; pero entre aquel frenesí placentero la regente sabía que eso no era correcto y no solo por encontrarse a descubierto en aquel corredor oscuro y casi en su habitación.
Sino que aquello no era propio de Kyla.
Elsa miró dentro de esos ojos negros salvajes y se obligó lentamente a replegarse.
One night I'll be the moon /
Una noche yo seré la Luna
Hanging over you /
pendiendo sobre ti
(Spilling all over your body /
derramándome sobre tu cuerpo
Covering all your wounds) /
cubriendo todas tus heridas
One night I will be the star /
Una noche yo seré la estrella
Follow where you are /
siguiéndote en donde te encuentres
(Swiming in the deep of my love /
Nadando en lo profundo de mi amor
Filling your empty heart) /
llenando tu corazón vacío
One night, one night, one night /
Una noche, una noche, una noche
One night, one night, one night /
Una noche, una noche, una noche
One night, one night, one night /
Una noche, una noche, una noche
One night, one night, one night /
Una noche, una noche, una noche
—Aquí no, Kyla... —le resopló Elsa inquietamente forcejeando con las fuertes manos de la trigueña.
—Elsa, estás matándome... —le gimió la morena con urgencia.
—No podemos —repuso Elsa con firmeza—. No así...
Lo sabes.
Elsa se escabulló del tacto de Kyla, se deslizó velozmente para perderse tras la puerta blanca de cristales azules que cerró en un solo movimiento sin añadirle otra cosa.
La morena se quedó por unos instantes simplemente de pie, resoplando y mirando con los ojos muy abiertos la madera que le cerraba el paso. La facilidad con la que pensaba podría sacarla de los goznes con la bota le rondó por la cabeza, pero no se movió. Se mordió el nudillo hasta que percibió el sabor metálico en su boca y soltó una maldición germánica acompañada de un bramido que retumbó en el corredor. La masa pesada y aplastada que era su melena oscura no dejó de salpicar agua sobre las alfombras cuando Kyla se alejó a grandes y furiosas zancadas para perderse entre la oscuridad.
...
—El príncipe Hans te advirtió que te cuidaras, sabia.
Kyla esquivó el filo de la espada que aquel asesino a sueldo blandió muy cerca de su cuello. Se había esperado una emboscada en su alcoba cuando volvió con unas jarras de cerveza encima luego de la cena, pero tenía que aceptar que el golpe directo a la garganta era un buen toque.
La morena maniobró con su bastón asestándole varios impactos, pero aquel no era un atacante ordinario. Se había preparado bien para defenderse las coyunturas.
Era evidente que tenía su táctica diseñada para ella.
Habría que utilizar métodos menos ortodoxos, entonces.
Kyla lo embistió, apartó la espada de su cuerpo con su bastón de madera, golpeó con el puño abierto como garra al invasor en la cara rompiéndole la nariz y luego rematándolo con el codo. Flexionó el cuerpo para tomar fuerza al derribarlo con un agarre. Continuaron danzando de manera peligrosa en aquel reducido espacio hasta que el hombre gruñó con furia al aprovechar su momento y atravesar a la sabia por la parte de en medio.
La morena exclamó un gemido, siendo perfectamente capaz de sentir el metal clavándose en su abdomen, perforándole los órganos y sobresaliendo sanguinolentamente por su espalda. Apretó los dientes, soltando un improperio ofuscado; se tambaleó, forcejeando con su asesino que mantenía la mano cerrada en la empuñadura del arma, se abrazó a él, estremeciéndose dolorida. La sangre caliente le manchaba los ropajes. Las rodillas se le doblaron a la sabia y fue entre jadeos agotados que, como una bestia herida, la joven fue perdiendo el espíritu de lucha. Pasado un rato, los miembros le pendieron exangües en aquella oscuridad, hasta que dejó de moverse del todo.
El hombre se sonrió por lo bajo y suspiró de manera aliviada, sujetó a Kyla por la nuca, se inclinó para lograr susurrarle al oído.
—Fuiste una perra difícil, te concedo eso. Debí cobrar mucho más por acabarte.
—Sí que debiste —susurró la sabia, al responderle imposiblemente en tono burlón.
Kyla levantó la cabeza y clavó la mirada amatista brillante en los ojos aterrorizados de su asesino, que la soltó y se echó hacia atrás como si la sabia fuera venenosa. Aquello no era posible, la había matado, había perforado su carne, y su sangre se había salpicado en sus manos. el hombre se estudió los dedos completamente limpios y contuvo un alarido sin ser capaz de comprender lo que había sucedido.
La morena sujetó la espada del pomo con una mano, se la sacó lentamente del abdomen sin perder nunca ese impertinente contacto visual que estableció con el aterrorizado mercenario.
El sonido que produjo el metal abandonando su carne fue desagradable y sanguinolento, pero el hombre que la miraba temblando de pies a cabeza no se movió. No pudo hacerlo. El tipo rezaba por lo bajo como si tuviera enfrente una aparición, y francamente Kyla no pudo culparlo por ello. Imaginaba que el infeliz bien podía haberse hecho a la idea de que esa noche había tomado el trabajo equivocado.
—¿Has encontrado un destino terrible, no te parece? —susurró ella con sorna.
Un rápido giro de muñeca cortó la garganta de aquel desconocido que se ahogó y retorció con los desorbitados ojos fijos en ella hasta que colapsó en la duela y terminó por desangrarse y morir ensuciándole las botas.
Kyla soltó la espada ensangrentada, se palpó el abdomen y se estudió los dedos manchados de rojo que le auguraban otra cicatriz en el cuerpo. La sabia chistó furiosamente y caminó a la mesa en donde descorchó un tinto del que bebió un largo trago.
Tendría que hacer algunos arreglos antes de abandonar las Islas del Sur. A ese príncipe Hans debía manejarlo con cuidado.
Pero era perfecto.
Kyla se guardó a la carrera las pertenencias en la bolsa, se anudó un trozo de tela sobre su herida abierta. Se metió una cecina en la boca y se escabulló por la ventana. La extranjera tuvo la atención de dejarse en el buró una bolsa con monedas de oro con la cual esperaba los posaderos le disculparan el desorden y le guardaran la discreción siguiendo las instrucciones que ella previamente les había dado. Corriendo el rumor en la mañana de que una sabia de nombre Elena había amanecido muerta en su cama. Nadie haría ningún alboroto por una viajera desconocida que se había declarado huérfana tan solo esa mañana.
Después de todo, nadie querría meterse en problemas por un asesino ejecutado.
Mucho menos por la víctima que había logrado matar tan efectivamente.
A Kyla esa ironía le pareció digna de redactarse.
Pero ya habría tiempo para ello.
La sabia se escabulló en la oscuridad. Recorriendo callejuelas. Con el firme propósito de alcanzar los muelles para embarcarse hacia el oeste y cobrarse el año de tutelaje que le debía cierto príncipe cretense.
Había llegado la hora de poner en marcha su plan.
